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El libro de Sabiduría es un libro deuterocanónico, es decir no forma parte del canon hebreo
del AT; entró a formar parte del canon griego alejandrino, y de ahí, pasó a la Iglesia.
Autor
La unidad del libro de la Sabiduría corresponde a un único autor; lo cual contrasta con la
situación común en la composición de los escritos del Antiguo Testamento que suelen ser
obra de una escuela, prolongada frecuentemente en el tiempo, más que de un solo autor:
El libro se presenta como una reflexión del propio Salomón. En Sabiduría, sin embargo,
jamás se nombra a Salomón, pero es tal el cúmulo de alusiones a él que no hay duda,
sobre todo en la parte central del texto, que el autor pretendía expresamente presentar su
obra como salomónica.
A partir de la teología que se desprende de Sab podemos, a grandes rasgos, decir que el
autor era judío (fe en un único Dios, todopoderoso, siente horror al politeísmo desprecia los
ídolos, siente repugnancia por el laxismo y la inmoralidad de los paganos, orgullo por
pertenecer al pueblo hebreo [“pueblo santo”, “raza irreprochable”], admirado por los héroes
del pasado...), era alejandrino, de lengua y cultura griegas (comúnmente se admite que Sab
fue redactado en Alejandría de Egipto, domina el griego helenístico).
Fecha de composición
Aunque no hay un acuerdo generalizado, proponemos como fecha de redacción la época
de Augusto, es decir, entre el 30 a.C. y el 14 d.C. sin olvidar el papel que pudo haber jugado
la escuela y la tradición alrededor de un maestro de sabiduría en la gran ciudad de
Alejandría.
La situación histórica que se refleja en la obra coincide con las de la colonia judía alejandrina
en ese margen de tiempo. En la época de Augusto esa comunidad era floreciente: se cultivan
las artes, las letras, se lucha denodadamente por conservar la propia cultura y estar al mismo
nivel socio-cultural de los ciudadanos de Alejandría.
El libro es también un testimonio de una comunidad que vive y rememora con fe las grandes
gestas históricas con ocasión de las festividades litúrgicas. Inserto, el autor anónimo, en la
corriente de sabios judíos y helenistas no puede dejar de tratar los temas tan sugestivos y
brillantes de la sabiduría, por caminos distintos de los de judaísmo palestinense
contemporáneo. Los temas de la injusticia, el sufrimiento sin sentido, el fracaso aparente, la
muerte inmerecida de los justos... serán temas abordados por el autor de Sab.
a) La Sabiduría
La Sabiduría es, sin duda, la protagonista de toda la segunda parte del libro (6,22-9,18),
denominada comúnmente Elogio de la Sabiduría. El autor de Sab, judío alejandrino,
encuentra en la tradición de su pueblo a dos antepasados, prototipos del sabio, que se lo
debían todo a Egipto: José, nacido en Canaán, pero manifestado en Egipto como modelo
de sabio gobernante, y Moisés, egipcio de nacimiento y de educación. Egipto era, pues,
tierra propicia para que un auténtico sabio israelita produjera frutos también auténticos de
sabiduría.
La sabiduría divina. Sab 7,22-8,1 es el lugar por excelencia en que el autor habla de la
Sabiduría como habla de Dios. Así la llama artífice del cosmos (7,22), atributo
propiamente divino. En ningún libro sapiencial anterior encontramos esta afirmación
de la Sabiduría; a lo más ella está presente cuando Dios crea el mundo (cfr. Prov 8,22-
31). La Escritura no conoce más que un Creador y Hacedor de todo (cfr. Gn 1,1), Dios
único, cuyo nombre es Yhwh (cfr. Dt 6,4; Is 45,5). La Sabiduría no es una diosa junto
a Yhwh, como imaginaban otras cosmogonías orientales, a pesar de que el autor de Sab
diga en 9,4: "La Sabiduría que comparte tu trono". Dela Sab se vuelve a decir en 8,6
que es artífice de los seres, de cuanto existe, como en 13,1 se afirma de
Dios. La Sabiduría, que lo ha hecho todo, está presente en todo lugar y sabiamente
dirige, gobierna la marcha del universo (8,1); casi con las mismas palabras afirma de
Dios que "gobierna el universo con misericordia" (15,1). De todo ello no queda duda
alguna que la Sabiduría, para el autor de Sab, es de orden estrictamente divino.
Sab nos ofrece una clave de interpretación del enigma humano, una respuesta a la pregunta
sobre el destino definitivo de la persona.
Mortalidad del hombre. El presupuesto indiscutible del que parte el autor de Sab es el
de la condición mortal de todo hombre. Sab 2,1-5 refleja el modo de pensar de muchos
en cualquier época, en la del autor y también en la nuestra. Expone una concepción
netamente materialista de la vida, que niega toda especie de supervivencia personal
más allá de la muerte y cualquier intervención de Dios en la vida del hombre.
Características de esta visión de la vida pueden ser la resignación tranquila ante lo
invitable, la pasión desenfrenada por apurar al máximo los goces de la vida, la tristeza
y el pesimismo por la brevedad de la vida y por lo irremediable de la muerte, desaparición
absoluta del ámbito de la existencia.