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Por: Enrique Santos Molano

21 de septiembre 2018 , 12:00 a.m.

A lo largo de varios edificios, después de la avenida Chile (calle 72) al norte, hay un letrero enorme,
cuidadosamente elaborado y costeado por propietarios o usuarios, que proclama: “Proyecto de renovación
urbana, SÍ; TransMilenio por la 7.a, NO”. El letrero es una manifestación expresa, no solo de la casi totalidad
de cuantos poseen predios o ejercen sus actividades a lo largo de la avenida 7.a, sino del noventa por ciento de
los habitantes de la ciudad, contra el proyecto de la administración Peñalosa de convertir la 7.a en una troncal
de TransMilenio por el estilo de la que acabó con la avenida Caracas, y contra la propaganda engañosa,
divulgada por la administración, de que la TTM7 hace parte del plan de renovación urbana.
No es cierto. La alcaldía del señor Peñalosa no tiene ningún plan de renovación urbana, y si lo tiene, lo
conserva en secreto, oculto, como todo lo de esta alcaldía. Como la tala de árboles a hurtadillas, en las horas
de la alta noche, para evitar que los vecinos se opongan a la acción arboricida de las motosierras del Jardín
Botánico.

Respecto al proyecto de la TTM7 se efectuó el pasado 13 de septiembre, en el auditorio Luis Guillermo


Vélez, en el edificio del Congreso, una audiencia pública convocada por la representante María José Pizarro,
de la Lista de la Decencia, con participación de personas versadas en la ciencia del urbanismo, de numeroso
público, y de algunos funcionarios del IDU, entre ellos el gerente del proyecto TTM7.

La representante Pizarro, en larga y detallada exposición, describió los mil y un inconvenientes que hacen del
mencionado proyecto el más antiurbano que pueda concebirse y el que contribuiría a que una renovación
urbana de Bogotá, estudiada científicamente, se hiciera imposible. La troncal de TransMilenio por la
avenida Caracas (TTAC), como se ha comprobado en el curso de los dieciocho años que lleva
disfuncionando, fracturó la ciudad y ha sido un obstáculo, hasta ahora invencible, para cualquier intento de
renovación urbana.
Transmilenio es una tragedia, no por el sistema en sí mismo, no porque no sirva, sino por la pretensión
irracional de hacer de tal servicio de transporte ‘el único’ que se acomoda a Bogotá.
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La Caracas pasó a ser un simple corredor de buses rojos, con unas estaciones espeluznantemente feas. Buses
que acarrean gente de sur a norte y de norte a sur, apretujada en la forma más inhumana que pueda
imaginarse, con el aditamento de que a los pobres pasajeros los roban, los golpean y en no pocos casos los
hieren, si no es que los acarician las cucarachas cariñosas. Como bien lo dijo el alcalde Petro en su
momento, “TransMilenio es una tragedia ciudadana”. Y es una tragedia, no por el sistema en sí mismo, no
porque no sirva, sino por la pretensión irracional de hacer de tal servicio de transporte ‘el único’ que se
acomoda a Bogotá. Algo tan irracional como empeñarse en que la camiseta que vistió a un niño de 6 años le
debe ajustar a uno de 10 o de 15, sin modificar la talla.

El sistema de buses BRT (que da origen al TransMilenio de Peñalosa) se concibió para ciudades con una
población no mayor de dos millones de habitantes. En Pereira pude comprobar que presta un servicio
excelente, aunque las estaciones no dejan de afear el panorama de esa bella capital cafetera. En una ciudad
que se acerca a los diez millones de habitantes, o quizá los sobrepasa, los BRT sirven para cubrir
determinadas rutas, que cuenten con vías anchas y un volumen de carga de pasajeros suficiente para justificar
la troncal, que hoy se ha vuelto obsoleta. Los buses duales han hecho innecesarios los articulados y sus
estaciones abracadabrantes.

La administración Peñalosa I no tuvo en cuenta esos factores cuando, después de ponerle zancadilla al metro
subterráneo (1999), hizo un plan de troncales a quince años, que solo contaba con un ingrediente de
inteligencia: no incluyó la carrera 7.a. Meter el TM por la 7.a fue una ocurrencia loca de última hora del
alcalde Luis E. Garzón y que se le volvió al señor Peñalosa una de “mis obsesiones”. Con un criterio técnico y
estudios cuidadosos, el alcalde Petro desechó el TM articulado por la 7.a y planteó la construcción de la
primera línea del tranvía eléctrico, que ya sabemos cómo fue saboteada.

María Fernanda Rojas, Karin Kuhfeldt y varios ciudadanos más presentaron en la mencionada audiencia
argumentos irrefutables en defensa de la 7.a, de la renovación urbana, y contra el proyecto TTM7.

El gerente del proyecto, empleado del IDU, lo defendió, naturalmente. Inició diciendo que mostraría un video
donde se evidenciaba la “realidad desastrosa de movilidad de la 7.a”. El video mostró lo contrario. Un tráfico
muy fluido, ordenado, sin trancones diferentes a los que se originan por los semáforos. Después pasó un largo
video que, como el exhibido en el Concejo por su colega el gerente del metro, sirvió para reforzar en el
auditorio la convicción de que el proyecto de la alcaldía de meter una troncal en la 7.a irrealizable. El gerente
de la TTM7 no refutó ninguna de las anomalías del proyecto anotadas en el memorando de 43 páginas del
subdirector de Infraestructura del IDU.

No cabe en el lenguaje vial denominar a la 7.a como ‘un corredor’. Un corredor es un pasillo de transito ligero
en los edificios, o un pasaje en los centros comerciales. Designar la 7.a como ‘un corredor’ es menospreciar
su importancia en cuanto avenida emblemática de Bogotá. Ese menosprecio nos da idea de la ignorancia
absoluta de la administración y de sus funcionarios acerca de lo que es el urbanismo. La avenida 7.a es la
columna vertebral de la ciudad. Un individuo que se lastima la columna vertebral (como le sucedió al
lamentado actor de ‘Supermán’, que quedó parapléjico por lesiones en la columna al caer de un caballo) está
acabado, continuará con una vida vegetativa. Lo mismo ocurriría con Bogotá al embutir en su columna
vertebral un proyecto que la lesionaría de manera irremediable. Tendríamos una ciudad capital
parapléjica, inmóvil, arruinada.

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