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ISSN 0716-1840

EL CONCEPTO SEGUNDA INDEPENDENCIA


EN LA HISTORIA DE LAS IDEAS EN
AMÉRICA LATINA: UNA MIRADA
DESDE EL BICENTENARIO1
THE CONCEPT OF SECOND INDEPENDENCE IN THE HISTORY
OF IDEAS IN LATIN AMERICA: A BICENTENARY PERSPECTIVE

JAVIER PINEDO2
RESUMEN

El artículo, a través de cinco reflexiones, analiza la historia, aplicación y significado del


concepto Segunda Independencia, desde su inicio en los pensadores románticos del siglo
XIX (Esteban Echeverría, José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao); más tarde con José
Martí que lo consolida definitivamente; deteniéndose en el Chile de los años 60, y lo
establecido por Salvador Allende. Por último, se analiza la situación actual y cuál debe-
ría ser su vigencia en el futuro, de cara al Bicentenario.
Palabras clave: Pensamiento en América Latina, Segunda Independencia, Bicentenario.

ABSTRACT

The article, through five different considerations of the topic, analyzes the history, ap-
plication and significance of the idea of a Second Independence beginning at its source
with the romantic thinkers of the 19th Century (Esteban Echeverría, José Victorino Lastarria,
Francisco Bilbao); later gaining strength and clarity with José Martí; coming to rest in the
Chile of the 60s and the point of view of Salvador Allende. Finally, the current situation
and what should be its future validity with a view to the Bicentennial is analyzed.
Keywords: Thought in Latin America, Second Independence, Bicentennial.

Recibido: 18.07.2010. Aprobado: 10.10.2010.

1 Este trabajo fue escrito en el marco de la investigación:”Ensayo literario, ciencias sociales,

pensamiento político, sensibilidades, y su relación con las redes intelectuales, en los (largos) años
60 en Chile: 1958-1973”, financiado por Fondecyt Chile, con el número 1030097.
2 Dr. en Literatura, profesor-investigador, Instituto de Estudios Humanísticos de la Universi-

dad de Talca. Talca, Chile. E-mail: jpinedo@utalca.cl

Atenea 502
151 II Sem. 2010
pp. 151-177
PRIMERA REFLEXIÓN: SOBRE LA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA LATINA

E
L CONCEPTO “independencia” tiene su origen en la Europa del siglo
XVIII, y es uno de los pilares de la modernidad ilustrada, que se ma-
nifiesta en categorías como emancipación, libertad, independencia,
revolución, todas ellas para significar lo que Kant, en su famoso, ¿Qué es la
ilustración?, al definir la modernidad como “la salida del hombre de su mi-
noría de edad de la que es culpable”, señala a esta minoría de edad como “la
incapacidad de servirse de la propia razón sin requerir la ayuda de otro”; es
decir, la ilustración consistía en la liberación de estructuras sociales que nos
encadenan al no ser comprendidas.
S. Bolívar Bajo estos conceptos se realizaron la independencia de los EE.UU. (1776)
y la gran revolución francesa (1789), que son los dos acontecimientos polí-
ticos y sociales que configuran, políticamente, la modernidad ilustrada.
En el caso de la independencia de América Latina, que constituye el ter-
cero de los acontecimientos políticos modernos, Bolívar, y los demás líde-
res, manifiestan, tempranamente, una gran cercanía al programa ilustrado
en el uso de conceptos como: libertad, democracia, educación, laicismo,
progreso; los que se alcanzarían al momento de lograr la “libertad de la pa-
tria”, antes, tal vez, que la de los individuos.
Las palabras libertad, emancipación, independencia, anuncian el proce-
so que permitiría poner fin a la presencia de España en América, con una
ruptura con el orden colonial, tanto en lo político (la dependencia de la
corona), como en lo social y cultural (terminar con una religiosidad intran-
sigente), y del cual no recuperan nada, por lo que la independencia es una
J. de San Martín
etapa histórica que comienza desde cero, en un presente que se transforma-
ba en un estado adánico y de orfandad 3.
A pesar de los buenos deseos y las amplias esperanzas, la independencia
nos ofrece la sensación de un temprano fracaso. En lo personal, sus líderes,
contrariamente a los estadounidenses, concluyen mal sus días percibiendo
que no han logrado lo que intentaban alcanzar: Bolívar, San Martín,
O’Higgins mueren en el exilio, e incluso, al primero, Venezuela le retira la
ciudadanía. José Antonio Sucre es asesinado en una emboscada; Miranda
muere preso en Cádiz, y la pobreza y el abandono rodearon el final de todos.
En lo institucional, la economía no produjo el éxito esperado y la deuda

3 Ver, José Luis Romero y Alberto Romero, El pensamiento de la emancipación (1790-1825)


B. O’Higgins
(1977). En este texto se transcriben los discursos de una importante cantidad de pensadores
emancipadores, aunque no se define el concepto emancipación, su origen ni uso.

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externa se transforma en un mal endémico, en muchos casos hasta el pre-
sente, a lo que se suman los casos de anarquía social y sanguinarias dictadu-
ras. Durante la post independencia, la realidad americana se vuelve más com-
pleja de gobernar, y es en este contexto que surgen frases como “He arado en
el mar”, o angustiadas preguntas como el “Quiénes somos”, que manifiestan
el desconsuelo de los libertadores.
Frente a esta sensación de fracaso surgirá la necesidad de una Segunda
Independencia, es decir, de una nueva oportunidad que permita concluir
favorablemente la frustrada etapa anterior.
Desde este punto de vista resulta esclarecedora la distinción que estable-
ce Hanna Arendt entre “liberación” y “libertad”: la primera puede ser una A. Sucre
condición de la libertad, pero no conduce necesariamente a ella (Arendt
1988); a partir de las diferencias entre la independencia de los EE.UU., que
busca la libertad individual, y la revolución francesa, que intenta la emanci-
pación de un poder absoluto; mientras que los procesos independentistas
de Hispanoamérica, guerras de liberación en contra del poder colonial es-
pañol, que no siempre dieron origen a gobiernos que fomentaran la libertad
individual, sino a un poder político que asegure el control social.
Arendt utiliza muchas distinciones que nos llevaría muy lejos analizar:
hombres libres, esclavos; hombres de las revoluciones; revolucionarios pro-
fesionales; y otras. Y aunque en estas distinciones no se considera la situa-
ción de la Independencia latinoamericana, se establecen criterios que nos
permiten revisarla de una nueva manera, como, por ejemplo, que la acción F. A. de Miranda
de los líderes latinoamericanos está marcada por la guerra, más que por la
construcción de espacios de libertad. Más cercanos a Robespierre, y su afán
de construir una “República” y una “Constitución”, cuya preservación será
lo importante. “Libertad y poder se han separado, con lo cual ha comenza-
do a tener sentido la funesta ecuación de poder y violencia, de política y
gobierno y de gobierno y mal necesario” (Arendt 1988: 138).
Incluso, en términos contemporáneos, para Hanna Arendt, la supera-
ción de la pobreza es distinta de los principios que habían inspirado la fun-
dación de la libertad:

El sueño americano, como lo entendieron los siglos XIX y XX bajo el


impacto de la inmigración masiva, no fue el sueño de la Revolución ame-
ricana –la fundación de la libertad– ni el de la Revolución francesa: la
liberación del hombre; se trató desgraciadamente del sueño de una “tie-
rra prometida” donde abundasen la leche y la miel. El hecho de que el
progreso de la tecnología moderna fuese capaz de realizar tan pronto ese

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sueño más allá de toda esperanza, tuvo el efecto de confirmar a los soña-
dores que habían venido realmente a vivir en el mejor de los mundos
posibles4.

Siguiendo a Arendt, podemos decir que tanto los revolucionarios esta-


dounidenses como franceses, son civiles de obra y pensamiento, políticos y
constitucionalistas; mientras que los latinoamericanos están más cerca del
mundo militar, y es la fase de la guerra la que importa, después de la cual se
enfrentan a un espacio difícil de llenar, pues la emancipación de España ya
ha sido conseguida; por lo que, en muchos casos, permaneció la inercia de la
guerra, contra enemigos que se iban modificando a través del tiempo.
Lo anterior hizo que el proyecto de independencia en América Latina
haya estado marcado por ciertos rasgos específicos: centralismo, autorita-
rismo, y una débil burguesía, que no produjo ni industrialización, ni una
política igualitaria: un proceso social diferente al estadounidense y francés.
Si es cierto, que con la independencia se inicia en la mayoría de los países
latinoamericanos la libertad religiosa, educacional y de prensa, se trata de
una libertad llena de ambigüedades. Jorge Larraín (2005) señala tres aspec-
tos básicos del periodo post independencia:

1. Un carácter imitativo que copia constituciones políticas de Europa o


Norteamérica. Desde 1811 hasta 1830, por ejemplo, 17 países de América
Latina promulgan constituciones inspiradas en la de Filadelfia.
2. Este carácter imitativo produjo un orden jurídico efímero y de poco éxi-
to, en el que muy pocas constituciones logran sobrevivir (la chilena de
1823 duró sólo un año), dejando la puerta abierta a dictaduras que con-
firman las dudas que los libertadores tenían sobre el éxito de la democra-
cia en América Latina.
3. En este contexto político, la participación popular fue restringida: el de-
recho a voto estuvo limitado y los fraudes electorales se reiteraron, lo que
produjo una modernización de carácter oligárquico.

Desde esta sensación de fracaso histórico surge una nueva generación de


pensadores (románticos, liberales, civilizadores), que postulan la necesidad
de una nueva independencia, más cultural que política, que permitiera re-

4 Hay que tener en cuenta, para comprender cabalmente la cita, la opinión de Hanna Arendt

sobre pobreza y política: “El deseo oculto de los pobres no es ‘a cada uno según sus necesidades’,
sino ‘a cada uno según sus deseos’. Aunque es cierto que la libertad sólo puede llegar a quienes
tienen cubiertas sus necesidades, también es cierto que nunca la lograrán aquellos que están re-
sueltos a vivir de acuerdo con sus deseos” (Arendt 1988: 140).

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solver los conflictos y dudas heredadas de la primera independencia. Dudas
sobre el tipo de gobierno más adecuado para América Latina5, o todavía,
sobre la propia realidad humana del continente6.
Esta generación tradujo en el concepto Emancipación mental, un pro-
grama que permitiera resolver los conflictos pendientes, y una temprana
decepción en América Latina, a menos de 30 años de la independencia.
Ante tal panorama, la necesidad de una nueva independencia integral,
que abarcara tanto aspectos políticos como culturales y jurídicos, se impo-
nía en las conciencias de los nuevos pensadores.

SEGUNDA REFLEXIÓN: DE LA INDEPENDENCIA POLÍTICA


A LA CULTURAL

Para los liberales, la Segunda Independencia corresponde a una fase poste-


rior a la liberación del dominio español, y que se alcanzaba con la creación
de una cultura cívica autónoma, que destacara al Nuevo Mundo como una
identidad reconocible para sí mismo, y para el centro europeo-norteameri-
cano. La independencia no es vista como un proceso concluido, sino por
terminar.
Los liberales denominaron “emancipación mental” a este segundo in-
tento por alcanzar el proyecto moderno7; pero, se trata también de un con-
cepto utilizado para marcar la distancia de América Latina independiente,
en relación con la modernidad (política y económica) alcanzada por los
Estados Unidos y algunos países europeos paradigmáticos (Francia e Ingla-
terra), a los que los pensadores latinoamericanos tomaron como modelo y
vara para medir su propio estado de desarrollo y su lugar entre la civilización S. Rodríguez
que surgió después de la revolución francesa y el capitalismo industrial.
Es lo que Esteban Echeverría, en el Dogma socialista8, denomina la “Eman-

5 Ver, por ejemplo, el “Discurso de Angostura” de Simón Rodríguez, o las “Cartas” de Diego

Portales, en los que se pasa revista a los tipos de gobierno existentes. En general todos están de
acuerdo en la república, pero siempre con restricciones, nacidas, según ellos, de la propia realidad
americana.
6 Simón Bolívar en “Carta de Jamaica”, se pregunta: “¿Qué somos?, ¿Indios?, ¿Españoles?, ¿Ame-

ricanos?, ¿Europeos?” (Bolívar 1979). Pregunta que permanece pendiente a lo largo del siglo XIX
y que Sarmiento al cerrar el siglo, reitera en un “¿Qué somos?”, expuesto en Conflictos y armonías
de las razas en América (Sarmiento 1883).
7 Por ejemplo, José Luis Mora (1986), siguiendo de cerca a Kant, habla de “la mayoría de edad
D. Portales
mental”.
8 Dogma Socialista de la Asociación de Mayo, 1837, en Echeverría (1873: 117-203).

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cipación del espíritu americano”, que es un énfasis en la aplicación del pro-
yecto ilustrado y que se traduce en una independencia, además de la política
ya lograda, del espíritu, la cultura y la identidad.
Echeverría comprende tempranamente que las admiradas teorías de
Destutt de Tracy (el ser humano puede conocer y modificar la realidad), así
como los postulados de Saint-Simon (es necesario superar el individualis-
mo liberal), el cristianismo socialista de Lamennais y de Pierre Leroux, no
tenían aplicación en Argentina, por la presencia de la barbarie indígena y
popular, como de las costumbres españolas aún presentes, lo que hacía inapli-
cable el pensamiento moderno. América Latina, aunque independiente, no
poseía la densidad cultural, política e histórica de Europa.
E. Echeverría Echeverría es probablemente el pensador más pesimista en la Argentina
del siglo XIX, en relación consigo mismo, como sujeto social latinoamerica-
no, pero también respecto al destino de América en la historia del mundo
moderno, mientras las condiciones coloniales (la sociedad hispano-indíge-
na, vamos a decir) se mantuvieran vigentes. Muchos de sus dolorosos pen-
samientos lo confirman, como lo que escribe a su regreso de París a Buenos
Aires, en 1830:

El retroceso degradante en que hallé a mi país, mis esperanzas burladas,


produjeron en mí una melancolía profunda. Me encerré en mí mismo y
de ahí nacieron infinitas producciones, de las cuales no publiqué sino
una mínima parte con el título de “Consuelos”.

Y el día que cumple treinta años, el 2 de septiembre de 1835, escribe: “¡Al


volver a mi patria, cuántas esperanzas traía! Pero todas estériles: la patria ya
no existía. Omnia vanitas” (Gutiérrez 1929: 122).
Ahora, después de lograda la independencia política, se debía obtener la
libertad del espíritu, base fundamental para un nuevo modo de hacer polí-
tica. Había que fomentar una educación moderna, racional y no escolásti-
ca9; es decir, había que extender la independencia a los ámbitos literarios,
educacionales y de las costumbres: “Somos independientes, pero no libres.
Los brazos de España no nos oprimen, pero sus tradiciones nos abruman”,
escribe en el Dogma socialista.
Echeverría establece una analogía entre el gobierno de Juan Manuel Ro-
sas y el de Fernando VII, ambos basados en un populismo dictatorial con-
trario a toda racionalidad moderna; por lo que se opone a las elecciones

9 El romanticismo latinoamericano, como es evidente, resulta más pragmático y realista que el

europeo, marcado por la fantasía y la fuga.

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democráticas y al sufragio universal, que en aquellas circunstancias, habrían
permitido el triunfo de un pueblo, a sus ojos violento, insensato y ajeno a
los códigos burgueses que habían permitido la independencia de 1810, y
que ese mismo pueblo no había logrado asimilar. La democracia, para
Echeverría, tiene un sentido racional y no popular: Y, en Dogma socialista,
escribe: “La democracia, pues, no el despotismo absoluto de las masas, ni de
las mayorías, es el régimen de la razón”. Y la razón –para él– está encarnada
en los intelectuales y los sujetos de mayor lucidez en la sociedad, de modo
similar a como los concebirá, más tarde, Ortega y Gasset.
El drama de Echeverría y su generación se plantea en las siguientes pre-
guntas: ¿Cómo civilizar (modernizar) a un pueblo afectado por el atraso
político y carente de las normas básicas de convivencia burguesa? ¿Cómo
gobernar democráticamente un país que no está preparado para la demo-
cracia? Las respuestas que entrega en sus obras literarias plantean la impo-
tencia del hombre civilizado frente al bárbaro, y no hay en Echeverría el
optimismo de alcanzar con facilidad, ni la Segunda Independencia, ni la
Emancipación mental: “… esta sociedad, pues, en que la cultura del espíritu
es inútil e imposible”. Este objetivo (alcanzar un “pacto social” que permita
la incorporación de América Latina al proyecto moderno) permanecerá
como una tarea pendiente para el futuro. Siempre para el futuro. Pues, en
América Latina, el “espíritu nuevo no ha aniquilado completamente al espí-
ritu de las tinieblas”10.
No se trata, ahora, de la emancipación de un poder extranjero, sino de la
liberación de la propia realidad social. Así, alcanzar la Emancipación mental
(europeizar la realidad) se constituirá en la tarea fundamental del liberalis-
mo latinoamericano del siglo XIX, pues mientras ésta no sea lograda, los
países recién independizados estarán obligados a repetir la dictadura propia
y la del yugo extranjero (Ossandón 1984).
A partir de esta idea, la Emancipación mental (la Segunda Independencia)
adoptará diversas variantes según la ideología de cada pensador: para
Echeverría el concepto adopta la necesidad de europeizar las costumbres
para alcanzar los valores republicanos.
Domingo F. Sarmiento, por su lado, propondrá un programa más radi-
cal para lograr un “pacto social”, basado en eliminar la distancia racial-edu-
cacional, que diferenciaba a la América Latina de la sajona, estableciendo

10 Entre las obras literarias de Echeverría, los dos ejemplos más dramáticos y pesimistas son El

matadero (1838) y La cautiva (1837). La fiera visión del bajo pueblo de la periferia de Buenos
Aires, mostrada en la primera de estas obras, es reemplazada por la sanguinaria imagen del indíge-
na en la segunda. En ambas, el hombre burgués, blanco y moderno, sucumbe.

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una jerárquica diferencia “civilizatoria” entre ambas. Por cierto, se trata de
una educación instrumental, en la que más que el saber, lo que interesa es
construir ciudadanos modernos, tan modernos como los estadounidenses:
“Llamaos los Estados Unidos de la América del Sur, y el sentimiento de la
dignidad humana y una noble emulación conspirarán en no hacer un bal-
dón del nombre a que se asocian ideas grandes” (Sarmiento 1850).
Y, al final de sus días, en 1883, insistirá:

La América del sur se queda atrás y perderá su misión providencial de


sucursal de la civilización moderna. No detengamos a los Estados Uni-
dos en su marcha; es lo que en definitiva proponen algunos. Alcancemos
a los Estados Unidos. Seamos la América, como el mar es el Océano.
Seamos Estados Unidos (Sarmiento 1883).

Lo que es otra prueba del inicio primario desde el que comienza la Eman-
D. F. Sarmiento cipación mental: partir desde cero en la construcción de la república.
Juan Bautista Alberdi, al analizar la educación más apropiada para los
latinoamericanos, destaca la relación de ésta con la construcción de un país
y un ciudadano:

En nuestros planes de instrucción debemos huir de los sofistas, que ha-


cen demagogos, y del monarquismo, que hace esclavos y caracteres disi-
mulados. Que el clero se eduque a sí mismo, pero no se encargue de
formar a nuestros abogados y estadistas, a nuestros negociantes, marine-
ros y guerreros. ¿Podrá el clero dar a nuestra juventud los instintos mer-
cantiles e industriales que deben distinguir al hombre de Sudamérica?
¿Sacará de sus manos esa fiebre de actividad y de empresa que lo haga ser
el yankee hispanoamericano? (Alberdi 1980).

En estos autores, la Emancipación mental es también el resultado de una


negativa imagen de la realidad social, la que se debe modificar para pasar a
otra etapa histórica. Es decir, la Emancipación mental o Segunda Indepen-
dencia es el paso de la tradición a la modernidad, de la materia al espíritu, de
la barbarie a la civilización, como un proceso que se inicia a partir de un
cambio mental: abandonar el modo antiguo de pensar por uno nuevo, ra-
J. B. Alberdi cional y moderno. Pensar distinto cambiará las acciones humanas y poste-
riormente la realidad social. La educación y la inmigración resultaban he-
rramientas fundamentales, en lo que podemos denominar como el “pro-
yecto impositivo de modernidad”.
Al preguntarse Alberdi, “¿Queremos plantar y aclimatar en América la
libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad del hombre de Europa y

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los Estados Unidos?”, responde con la inmigración: “... traigamos pedazos
vivos de ellos en las costumbres de sus habitantes y radiquémoslos aquí”. Su
respuesta es conocida: para alcanzar la civilización deben traer nuevas men-
talidades (modernas) que señalen el camino, tanto en educación como en
política y economía.

Se propondrá así la deslatinización de Latinoamérica. Los mexicanos,


para resistir al invasor, le entregan su esencia confundiéndose con él; los
americanos del sur, queriendo cortar los últimos lazos de la colonización
hispana, aceptan el tutelaje mental, cultural, político y económico de la
Europa moderna y su expresión en América del norte. Ser como los nor-
teamericanos para no ser dominados por ellos o ser, simplemente, los
yankees del sur para poder ser así parte del mundo que éstos, con su
acción, han creado11.

En el caso chileno, los pensadores más representativos para comprender


el concepto de Segunda Independencia, son José Victorino Lastarria y Fran-
cisco Bilbao (1844), y en ambos se manifiesta la misma preocupación por
pasar de una cultura de las armas (Primera Independencia) a una de las
letras (Segunda Independencia), para alcanzar la emancipación (espiritual,
literaria, cultural) y construir una literatura latinoamericana propia, que
permita valorizar a América Latina.
Es interesante destacar que ninguno de los dos utiliza de manera radical
las categorías de “civilización y barbarie”, tan extendidas entre los liberales, y
Lastarria, aunque entrega su voto a favor de lo extranjero, presenta una va-
riante proindigenista de la emancipación, al considerar la independencia de
Chile como una consecuencia de las luchas mapuches.

En la Memoria histórica que presentó a la Universidad de Chile en 1844, F. Bilbao


José Victorino Lastarria sostuvo que el proceso de independencia nacio-
nal había respondido a una voluntad de emancipación nacida con la re-
sistencia indígena al colonialismo hispano (...) Bajo esta perspectiva, el
despotismo no sólo era un rasgo propio del colonialismo hispano sino
que su persistencia sobre las sociedades latinoamericanas hacía de su
desmontaje el principal desafío postcolonial. Así, Lastarria hurgó en la
colonia el origen de una voluntad de emancipación que, nacida con la
resistencia indígena, delineaba el horizonte político de una nación en

11 Cristián Candia Baeza, “Filosofía, identidad y pensamiento político en Latinoamérica”, Polis.

Revista Académica Universidad Bolivariana, N° 18 Santiago de Chile, http://www.revistapolis.cl/


18/filo.htm [Consulta: 14.05.2010].

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construcción. El vínculo entre emancipación y soberanía ordenó la mi-
rada a la historiografía y filosofía de la historia planteada por Lastarria
en su presentación ante la Universidad de Chile (...) Allí, Lastarria, afir-
mó que, a pesar de haber sido sepultados por un orden erigido sobre los
escombros de su resistencia, los araucanos legaron una voluntad de re-
dención política que nutría el discurso de emancipación nacional. Si bien
esta visión fue rechazada por Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmien-
to, todos coincidían en la incompatibilidad existente entre proyecto na-
cional y población indígena (Kaempfer 2006: 9-24).

La exposición de Lastarria nos permite observar una variante de cómo


alcanzar la emancipación, confirmando de modo opuesto a los antiindige-
nistas, que “el pueblo era el único agente capaz de desmontar el colonialis-
mo sino que identificó ese pueblo con el mestizo y lo postuló como el agen-
te soberano de un relato nacional de emancipación” (Kaempfer 2006)12.
Esta identificación con una sociedad consolidada de manera socialmen-
te más amplia, le permite a Lastarria señalar en el “Discurso inaugural de la
Sociedad Literaria” (1842) la necesidad de “... manifestar al mundo que ya
nuestro Chile empieza a pensar en lo que es y en lo que será”. Y luego: “No
hay sobre la tierra pueblos que tengan como los americanos una necesidad
más imperiosa de ser originales en su literatura, porque todas sus modifica-
ciones le son peculiares y nada tienen en común con las que constituyen la
originalidad del Viejo mundo”. Sólo así se podría alcanzar el proyecto final:
J. V. Lastarria
la Segunda Independencia espiritual: “... la emancipación del espíritu es el
gran objetivo de la revolución hispano-americana” (Lastarria, La América
(1844), en Zea (comp.) 1993: II, 493-511).
El rescate de la peculiaridad de América Latina y su representación en
los códigos literarios rompía la distancia con la cultura europea, aun cuan-
do hubiera que imitar esos códigos formales, ocultando en el proceso jus-
tamente aquellos contenidos que se quería mostrar como originales. Es una
de las paradojas de los pueblos periféricos, en su camino hacia la modernidad.
En el caso de Francisco Bilbao, la Segunda Independencia se relaciona
con el fin del hispanismo que se mantenía en las costumbres sociales, como
un modo de alcanzar la necesaria Emancipación mental. Pero, y de manera
opuesta a Sarmiento y Alberdi, para quienes la solución era merecer la civi-
lización (la razón) por la traída de extranjeros, para Bilbao, más cercano a
Lastarria, se trataba de incorporar el mundo popular, dando un paso ade-

12 José Victorino Lastarria presenta su “Memoria” en la Universidad, bajo el título de “Investi-

gación sobre la influencia de la Conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile”, en
1843.

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lante en la política liberal, hacia una visión comunitaria y social, que algu-
nos han considerado como socialista (ver Jalif 2003; Loyola et al. 2005: 245-
264).
Bilbao comprende la Emancipación mental como la despañolización de
América y el fin del catolicismo tradicional y su reemplazo por uno menos
ortodoxo, pero también la incorporación de las clases sociales marginales y
la desconfianza en las soluciones europeas o norteamericanas (Bilbao, en
Zea (comp.) 1993: I, 53-66).
Para ambos chilenos, como para el resto, la independencia política no
había sido suficiente, y ahora era necesario cambiar las costumbres y mode-
los de vida del pasado y la insatisfacción frente al presente, del que se culpa
a un hispanismo todavía presente. Los 300 años de época colonial represen-
taban una cultura (irracional y autoritaria) a la que se debía poner fin.
Al concluir el siglo, Gabino Barreda retoma en “Oración cívica”, leída en
México el 16 de septiembre de 1867, el concepto de “emancipación mental”:

... la emancipación mental, caracterizada por la gradual decadencia de


las doctrinas antiguas, y su progresiva substitución por las modernas;
(...) Emancipación científica, emancipación religiosa, emancipación po-
J. Martí
lítica: he aquí el triple venero de ese poderoso torrente que ha ido cre-
ciendo de día en día, y aumentando su fuerza a medida que iba trope-
zando con las resistencias que se le oponían... (Barreda 1867).

Como los demás, Barreda, a través de la Emancipación mental, buscaba


la libertad para México; es decir, alcanzar todo aquello que permanecía pen-
diente desde la inacabada primera independencia.
Las ideas anteriores fueron paradigmáticamente expuestas por José Martí,
cuando en Nuestra América escribe de una manera que consolida para siem-
pre la expresión, Segunda Independencia, como propia del pensamiento la-
tinoamericano crítico y utópico: “De la tiranía de España supo salvarse la
América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los anteceden-
tes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha
llegado para la América española la hora de declarar su segunda indepen-
dencia” (Martí 1977a: 48).
El concepto Segunda Independencia, como un blindaje ante una “moder-
nidad impuesta”, y el levantamiento de un proyecto de “modernidad recha-
zada”, se transforma en una expresión con gran fuerza literaria, y a la que se
recurre muchas veces para sortear crisis económicas y políticas reales (Volek
2007).
En resumen, a pesar de los encantos literarios de Echeverría, de los es-

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fuerzos educacionales (correctos) y erróneos (racismo) de Sarmiento y Al-
berdi, y del ahínco cultural de Lastarria, y otros liberales, y aun de los esfuer-
zos de Martí, durante el siglo XIX no se logró nada parecido a una Segunda
Independencia, aunque sí cierta hegeliana toma de conciencia de las singu-
laridades culturales y políticas de América Latina, que sin embargo no se
tradujeron en proyectos políticos que permitieran la libertad y el desarrollo.
Esta toma de conciencia permitió comprender la situación de sometimien-
to en que permanecía América Latina, como de culpabilizaciones ajenas de
las desgracias propias: lo hispano, lo indígena, Francia, Inglaterra, EE.UU.;
un esquema en el que sólo se salvaba una especie de proyecto mental ideal,
que servía de modelo y refugio.
Ser nosotros mismos (independientes) significaba no ser españoles, pero
sí europeos (Subercaseaux 1981). Por cierto, un “nosotros”, que visto desde
hoy, aparece restringido a un sujeto criollo con un proyecto de modernizar el
país para sí mismo, y por su no aceptación del mundo indígena (Roig 1981).
Lo mental puede tener dos lecturas: la primera, más evidente, que se
asocia con cambiar el modo de pensar tradicional, colonial y tomista, para
asumir la manera moderna de ejercer el intelecto por medio de la razón, la
ciencia, la filosofía. Para poner en práctica esta nueva manera de reflexionar
y masificarla entre la población, sus partidarios acuden a la educación, en
sentido amplio, a través de la escuela, el periodismo y la literatura, o ciertas
acciones de participación política republicana. Esta perspectiva tiene una
dirección hacia el futuro y confía en él. Así fue leída la Emancipación mental,
por clásicos del pensamiento como Leopoldo Zea, que ven en ella la eman-
cipación definitiva, al elevar la conciencia latinoamericana a un nivel supe-
rior.
La segunda interpretación apunta al subjetivismo de un ser social aisla-
do, que desde los esquemas de su propia construcción mental niega la reali-
dad por ser opuesta a sus creencias, por lo que concluye encerrándose en sí
mismo. Esta otra perspectiva es más escéptica (más romántica) y no parece
ir hacia ningún futuro, pues a este sujeto le parece imposible modificar un
mundo social por demasiado atrasado. Aquí se podría ser libre mentalmen-
te, pero no materialmente.
Es posible que ambas interpretaciones hayan estado presentes en un mis-
mo autor, sobre todo en los argentinos, pues los chilenos fueron menos an-
tiindigenistas. Pero, también es cierto, que en el caso de Echeverría se da casi
exclusivamente la segunda perspectiva: mirar el mundo desde un estado
mental particular, sin relación con el cambio del mundo real. Es sobre todo
esta línea la que dará origen al “utopismo latinoamericano”.

Atenea 502
II Sem. 2010 162
En ambas, la pregunta por el “ser latinoamericano” es fundamental, pues
responderla (más negativa que positivamente) es también una forma de
Emancipación mental, al tomar conciencia de la identidad que se es.
Nos queda más claro, así, la existencia de dos tendencias en la concep-
ción del concepto Emancipación mental y su equivalente Segunda Indepen-
dencia: una de carácter más “mental”, en sentido hegeliano, y en la que im-
portan más las ideas, los principios y los sistemas de pensamiento que la
realidad. Y otra, más práctica y más preocupada de la política y la educa-
ción, con propuestas de traer inmigrantes e imitar modelos extranjeros, for-
mada por los modernizadores: Sarmiento, Alberdi, Lastarria.
Más tarde, durante el siglo XX, el intento de alcanzar una Segunda Inde-
pendencia ha estado presente en los pensadores y los políticos latinoameri-
canos, como un recurso útil para expresar los deseos de un futuro mejor, y
para denunciar la magra realidad social y política del continente.
Leopoldo Zea (1949), en uno de sus primeros libros, Dos etapas del pen-
samiento en Hispanoamérica, planteó una tesis que tendrá mucha discusión
posterior: la del inicio de un pensamiento propio que señale la diferencia
latinoamericana. Uno de los capítulos del libro se titula justamente, “Eman-
cipación política y emancipación mental”, en el que repasa (adhiriendo) los
postulados emancipatorios de los románticos, pero rechazando su sentido
antipopular. Aquí, la independencia es (todavía) cultural y política, se aso-
cia con la respuesta a la pregunta por el “¿Qué somos?”, y la búsqueda de una
identidad propia desde la cual se podrá levantar proyectos políticos y filosó-
ficos que den respuesta efectiva a los propios problemas latinoamericanos,
es decir, que permitan alcanzar la “Emancipación mental de América”; y
dejar de ser una “colonia mental del pasado” (Zea 1972).
Zea recupera a los emancipadores:

La hora de los guerreros había pasado. Las armas no bastaron para al-
canzar la auténtica emancipación de América. Esta emancipación ten-
dría que ser alcanzada por otros medios: concretamente el de la educa-
ción. Un nuevo tipo de emancipador aparece en la América hispana: una
combinación de guerrero y educador, porque no sólo expone ideas sino
que también lucha por ellas. Allí tenemos al argentino Sarmiento vis-
tiendo la casaca militar al mismo tiempo que prepara los elementos que
le permitirán reeducar a su patria. Allí el chileno Bilbao sufriendo, al
igual que otros que se le asemejan, destierros y persecuciones. Todos ellos
sufren mil calamidades pero se mantienen firmes en sus ideas en lucha
abierta contra los representantes de ese pasado colonial que se niega a
dejar su sitio a una América libre y progresista (Zea 1972).

Atenea 502
163 II Sem. 2010
Más adelante escribe:

Los emancipadores mentales de la América sostienen, en apoyo de sus


ideas, una nueva idea de la filosofía. Ya no creen, como los ilustrados, en
el hombre como idea universal. El hombre es algo concreto, algo que se
hace y perfila dentro de una realidad determinada. Conocer esta reali-
dad era así una de las más urgentes tareas, pues de ella dependía la edu-
cación de ese hombre al que se trataba de independizar por el más segu-
ro de los medios, el de su emancipación mental. En adelante no se segui-
rían doctrinas filosóficas determinadas por el hecho de que se encontra-
sen de moda. Y lo mismo se diría de otras formas de cultura. De la cultu-
ra europea sólo se tomarían las ideas que concordasen con la realidad
americana (Zea 1972)13.

La “Emancipación mental” de Barreda, para Zea, dará origen al primer


pensamiento propiamente latinoamericano: el positivismo.

TERCERA REFLEXIÓN: DE LA INDEPENDENCIA CULTURAL


A LA ECONÓMICA

En el pensamiento del comunista chileno Luis Emilio Recabarren (1876-


1924) y en otros miembros de la llamada Generación del Centenario (1910)
implícitamente se habla de una Segunda Independencia, al insistir, una vez
más, que la primera no había logrado los frutos esperados, pero ahora desde
la perspectiva de las masas populares que se mantenían al margen como
perdedores, lo que dio origen a la denominada “cuestión social”. Dice Reca-
barren: “¡(…) miro el pasado a través de mis 34 años y no encuentro en toda
mi vida una circunstancia que me convenza que he tenido patria y que he
tenido libertad…! (…) ¡Celebrar la emancipación política del pueblo! Yo
considero un sarcasmo esta expresión. Es quizás una burla irónica” (Reca-
barren 1910). Recabarren da inicio al intento de una independencia econó-
mica.
Durante la primera mitad del siglo XX serán los partidos de origen po-
pular (socialistas, comunistas y algo los radicales), los que mantendrán el
uso de una Segunda Independencia, ahora del “Imperialismo”, sobre todo
norteamericano, que aplasta al Nuevo Mundo, creencia que tendrá mucha
L. E. Recabarren aceptación y vigencia a mediados del siglo XX.

13 Véase, en, http://www.ensayistas.org/filosofos/mexico/zea/bibliografia/acc/VIII.htm.

Atenea 502
II Sem. 2010 164
Para los que vivimos los años 60 en Chile y sus intentos de cambio social,
el concepto Segunda Independencia nos resulta familiar, pues formaba parte
del lenguaje que dominaba el ambiente político de la época con repercusio-
nes en la prensa, en los debates intelectuales, y en el vocabulario de los par-
tidos políticos progresistas14.
Durante el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973), el concepto fue
usado explícitamente por el Presidente Allende, en los términos señalados:
liberarse del imperialismo norteamericano, para lograr una segunda inde-
pendencia, esta vez “económica”, que permitiera eliminar la pobreza, la ce-
santía, la mala distribución de la tierra, y construir un mundo más justo, en
unión con los países subdesarrollados del mundo.
En ocasiones, Salvador Allende agregó cierto antihispanismo similar al
de los primeros románticos, en el sentido de reprochar la forma de actuar
del conquistador en contra de los pueblos originarios, pero un antihispa-
nismo entrelíneas, probablemente marcado por la figura de Franco, todavía
en el poder, pues las diferencias con los románticos del siglo XIX son evi-
dentes: ahora no se trata de afrancesar a Chile, sino de latinoamericanizar-
lo. O de tercermundizarlo.
En este contexto, se establecía que la primera independencia, la de 1810,
había logrado cortar los lazos políticos con la metrópoli peninsular, lo que
había sido celebrado durante los primeros 100 años como un logro forma-
dor de las ciudadanías (poco) y de las élites y del Estado (mucho). Es decir,
si la expresión Segunda Independencia se venía utilizando desde el comienzo
mismo de la constitución de una cultura latinoamericana independiente,
fue a partir de las proclamas de la izquierda de los años sesenta que se revi-
talizó y popularizó como un concepto clave para comprender la historia
contemporánea de América Latina, y de aceptación unánime entre las posi-
ciones progresistas, que se diferenciaban en cómo alcanzar esa Segunda In-
dependencia, según las posiciones más reformistas o más revolucionarias.
En la política chilena se intentó un cambio social desde tres modalida-
des: a través de las reformas de inspiración católica, de la izquierda legal, y
una última, levantada por la izquierda revolucionaria.

1. En el primer caso, la búsqueda de la Segunda Independencia estuvo pre-


sente en los objetivos del gobierno democratacristiano de Eduardo Frei
Montalva (1964-1970), que aspiraba a realizar en Chile una “Revolución en

14 Incluso el conjunto de música folclórica Inti-Illimani, en el álbum Viva Chile (1973), inclu-

yó la canción “La Segunda Independencia”.

Atenea 502
165 II Sem. 2010
Libertad” (por oposición a la cubana), que permitiera modernizar la econo-
mía, aumentar la participación popular, ampliar la democracia política, in-
ternacionalizar el país, disminuir la deuda externa, y profundizar la Refor-
ma agraria. Un amplio proyecto extendido entre las diversas capas sociales
del país, para lograr definitivamente el fin del subdesarrollo y la incorpora-
ción a la modernidad.

2. Aquel intento no funcionó del todo y se transformó en lo que Tomás


Moulián (1985) ha llamado un “reformismo incompleto”, que precipitó la
llegada al poder, en la siguiente elección presidencial, de la Unidad Popular
con Salvador Allende a la cabeza, que buscaba profundizar el proyecto de
Frei con un programa que permitiera realizar cambios drásticos en la socie-
dad chilena, pero dentro del sistema político e institucional vigente. La Segun-
E. Frei da Independencia se alcanzaría a través de lo que se denominó la “Vía chilena
al socialismo”. Una izquierda legal que actuaba al interior de la “instituciona-
lidad burguesa” para probar que sí era posible alcanzar el socialismo demo-
crático, evitando el enfrentamiento y la crisis social (Pinedo 2002: 101-110).
En opinión de Salvador Allende, la primera independencia no había lo-
grado la autonomía económica, lo que abría un debate que resulta central
en la época, en torno a la pregunta sobre si la nueva (segunda) independen-
cia podía alcanzarse a través del desarrollo del país por medio de medidas
que permitieran expandir la economía interna, diversificar las exportacio-
nes, controlar la inflación y equilibrar la balanza de pagos, como la única
forma de superar el subdesarrollo y una pobreza indignante que alcanzaba
casi a la mitad de la población.
Esta era la mirada que se ofrecía desde la CEPAL (Raúl Prebisch, Jorge
Ahumada, Osvaldo Sunkel), junto a programas políticos reformistas que
aceptaban parte del liberalismo económico, pero fusionado con una mayor
participación del Estado. Es lo que se denominó Teoría del Desarrollo que
consideraba que sólo con un programa como el descrito se podría poner fin
a la sumisión de los países periféricos respecto a los centrales.
La Segunda Independencia establecía que el liberalismo económico clási-
co estaba agotado, pues después de 100 años de aplicación, no había logra-
do resolver el problema de la pobreza, tesis en la que coincidían el naciona-
lista-estatista Francisco A. Encina, el democratacristiano Jorge Ahumada, el
radical Aníbal Pinto, y por supuesto, los líderes de la izquierda. Asimismo,
consideraban que la democracia burguesa estaba igualmente agotada, pues
no permitía la participación efectiva de las masas, que –se temía– podrían,
defraudadas, explosionar el sistema.

Atenea 502
II Sem. 2010 166
En esta otra mirada, que se quería más revolucionaria, la Segunda Inde-
pendencia se lograba, sobre todo, desde un Estado cada vez más comprome-
tido en acelerar los cambios sociales, postulando que desde la primera inde-
pendencia, la influencia y control del imperialismo inglés, primero, y del
estadounidense después, habían evitado el desarrollo económico y la liber-
tad social, manteniendo a las jóvenes repúblicas latinoamericanas en la es-
clavitud del poder central situado en Londres y Washington. Después de
ciento cincuenta años de independencia, se observaba una América Latina
que giraba en un círculo vicioso basado en la producción y venta de mate-
rias primas, y golpes de Estado para someter por la fuerza a las masas des-
amparadas. Una América Latina que no había conocido las revoluciones
burguesas, ni el capitalismo en todas sus manifestaciones y consecuencias,
por lo que le correspondía a esa izquierda acelerar y realizar una primera
revolución democrática, para luego pasar al socialismo pleno.
La expresión más clara de esta concepción de la historia de América La-
tina, como un pasar de una primera independencia política, a una segunda
de carácter económico, está formulada en el Discurso de Salvador Allende
desde los balcones de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH) en la
madrugada del 5 de septiembre de 1970, ante miles de ciudadanos que fes-
tejan su triunfo electoral, y su llegada, por la vía democrática, a la Presiden-
cia de la República. Proclama Allende, con un dedo dirigido hacia el futuro,
una opinión muy extendida entre la izquierda de la época:

Nunca, como ahora, sentí el calor humano; y nunca, como ahora, la can-
ción nacional tuvo para ustedes y para mí tanto y tan profundo signifi- S. Allende
cado. En nuestro discurso lo dijimos: somos los herederos legítimos de
los padres de la patria, y juntos haremos la segunda independencia: la
independencia económica de Chile (Allende 1970a).

En estas palabras está planteada la continuidad (ideológica) entre aque-


llos que hicieron la primera independencia política (padres de la patria), y
los nuevos líderes que conseguirían la segunda, la económica, siguiendo los
planteamientos de Marx, para quien la independencia económica es la base
de todas las demás libertades.
Allende habla de los “pueblos que luchan por su independencia econó-
mica y por dignificar la vida del hombre en los distintos continentes”, lo que
significaba construir un programa que permitiera alcanzar la “Democracia
Popular” en política y el “Socialismo” en economía. Pero, socialismo no sólo
en tanto que igualdad y justicia, sino también desarrollo, autonomía econó-
mica, acceso al consumo. En fin, poner fin a la pobreza y a la dependencia
internacional.

Atenea 502
167 II Sem. 2010
Para lograr esta Segunda Independencia, el gobierno de Allende proponía:

– Legitimar la cultura popular a través de una mayor participación social,


incorporando, por primera vez, ministros obreros al gobierno y estable-
ciendo alianzas con los países del Tercer Mundo, que permitieran a Chile
superar el proyecto burgués.
– Nacionalizar áreas claves de la economía, entre las cuales la del cobre, a
manos del Estado, fue una de las más importantes.
– Aumentar la reforma agraria para poner fin al latifundio y resolver el pro-
blema de los “Hacendados ausentes” que mantenían enormes cantidades
de tierras mal trabajadas; por lo que, un país que se consideraba eminen-
temente agrícola debía importar alimentos por un valor de U$ 150 millo-
nes de la época, al año.
– Resolver los graves problemas en educación y salud.
– Redistribuir el ingreso: en 1968 el ingreso medio de los hogares más ricos
era 23 veces superior al de los más pobres.
– Por último, crear una política exterior independiente que permitiera for-
talecer la OEA (Organización de Estados Americanos), y respetar la auto-
determinación de los pueblos: Salvador Allende fue el primer Presidente
de América Latina que estableció relaciones diplomáticas con Cuba, con-
traviniendo las indicaciones norteamericanas.

Meses más tarde, en el discurso pronunciado por Allende en la Plaza de


la Constitución de Santiago, el 21 de diciembre de 1970, al nacionalizar el
cobre, insiste en la misma mirada:

Deseo ahora referirme al cobre. Y quiero que cada hombre y cada mujer
que me escucha, comprenda la importancia del acto del cual vamos a
firmar el proyecto destinado a modificar la Constitución Política, para
que Chile pueda ser dueño de su riqueza fundamental, para que poda-
mos nacionalizar sin apellidos, definitivamente, el cobre; para que el
cobre sea para los chilenos (…) Pero el pueblo de Chile y el Gobierno
Popular que presido, han medido claramente la responsabilidad de la
medida que es indispensable tomar para fortalecer la economía de Chile,
para romper su dependencia económica, para completar la esperanza y
el anhelo de los que nos dieron la libertad política, para conquistar nues-
tra segunda independencia, la independencia económica de nuestra pa-
tria (Allende 1970b).

En el mismo sentido, Felipe Herrera, creador del Banco Interamericano


de Desarrollo y otras instancias en las que promovió la integración latinoa-

Atenea 502
II Sem. 2010 168
mericana de la manera más activa, postula que la Independencia de Améri-
ca Latina de comienzos del siglo XIX es un proceso terminado, pero incon-
cluso al que le falta una segunda etapa, que es la integración de los países
americanos para poder enfrentar la nueva realidad mundial, cada vez más
integrada en grandes bloques. Es un tema fundamental entre los intelectua-
les y políticos de izquierda en los años 60: la Segunda Independencia, cómo
resolver los conflictos económicos y lograr la integración de los países de
América (Herrera 1967 y 1964).
Junto con Felipe Herrera, encontramos una generación de intelectuales,
constituida por los historiadores Julio César Jobet, Hernán Ramírez Neco-
chea, Hernán San Martín; políticos como Salvador Allende, Eduardo Frei
Montalva, y economistas como Jorge Ahumada, Aníbal Pinto, y los brasile-
ños avecindados en Chile, Celso Furtado, Fernando Henrique Cardoso; so-
ciólogos, Eduardo Hamuy, Hernán Godoy, que por primera vez plantearon,
desde las ciencias sociales, la necesidad de superar los límites del Estado
Nación y pensar a América Latina integrada, y de ese modo independiente,
de los grandes poderes centrales.
Entre los economistas brasileros residentes en Chile, la teoría de la de-
pendencia es el intento de romper el sometimiento de América Latina de los
centros económicos mundiales, para alcanzar una nueva independencia, esta
vez económica (Furtado 1969: 204).

3. Por último, la izquierda revolucionaria, que postulaba que América Lati-


na había vivido suficiente tiempo de capitalismo, el que había llegado con el
primer conquistador que puso el pie en el continente, y era el momento de
dar el paso definitivo al socialismo. Un continente dominado por oligar-
quías explotadoras, pero a su vez sometidas y dependientes de los centros
mundiales; oligarquías que giraban en un círculo vicioso en el que a lo más
se podría, según André Gunder Frank (1966 y 1976), perpetuar el subdesa-
rrollo y la dependencia, y constituir débiles burguesías subdesarrolladas, en
comparación con las del mundo moderno.

CUARTA REFLEXIÓN: LA SEGUNDA INDEPENDENCIA ALCANZADA

El intento de conquistar una Segunda Independencia por parte de Salvador


Allende y la Unidad Popular no logró implementarse y una serie de situa-
ciones internas y externas hicieron que ese proceso fuera violentamente in-
terrumpido por el golpe militar de 1973, imponiéndose en la sociedad chi-

Atenea 502
169 II Sem. 2010
lena, a partir de entonces, un proyecto de modernización neoliberal, opues-
ta en sus principios básicos al proyecto anterior. Sin embargo, el concepto
de Segunda Independencia no fue del todo olvidado, pues los militares tam-
bién recurrieron a ella para expresarla como la liberación del “comunismo
internacional” y el sustento de la dictadura (Anónimo 1973).
En este contexto, el concepto de Segunda Independencia adquiría una
nueva connotación semántica para justificar las circunstancias históricas
marcadas por el atropello sistemático a los derechos humanos, desde el te-
rrorismo de Estado. Más aún, durante años el lema de la dictadura de Pino-
chet fueron las fechas “1810-1973”, señalando el carácter adánico de la dic-
tadura al indicar, precisamente, que entre la primera independencia (1810)
y el golpe militar (1973) no había sucedido nada digno de mención15.
Históricamente hablando, si el intento por incorporar a las masas de
obreros y campesinos al gobierno y a la dirección del país no resultó a pesar
de los esfuerzos (y la vida) de Salvador Allende, en cambio el propósito de
volver atrás y reincorporar a la burguesía en el control político por medio
de una revolución neoliberal, sí tuvo éxito, con el costo conocido de cárcel y
muerte. Desde este punto de vista, la dictadura militar realizó una “revolu-
ción capitalista”, cuyas consecuencias son perceptibles hasta hoy. Pero, con
una gran diferencia respecto a la concepción de la izquierda, pues para ésta,
la Segunda Independencia es algo siempre pendiente y por alcanzar a través
A. Pinochet de la liberación de las masas postergadas y de la modificación del modelo
económico. En cambio, los militares, con una concepción simplista de la
historia, consideraron la Segunda Independencia como algo alcanzado de
una vez y para siempre: la eliminación del marxismo y de cualquier proyec-
to alternativo, por la acción de un grupo armado que asalta el poder e impo-
ne por la fuerza un sistema económico y social.

QUINTA REFLEXIÓN: LA SEGUNDA INDEPENDENCIA


EN EL CHILE DE HOY

En el Chile actual el concepto Segunda Independencia es escasamente utili-


zado por los intelectuales, y aparece como un relicto de la sensibilidad de los
60; aunque puede estar implícito en el proyecto de los gobiernos democrá-
ticos de los últimos años.

15 De un punto de vista conservador, el concepto Segunda Independencia se había asociado al

elogio a Diego Portales y la defensa de la soberanía territorial de Chile en relación a sus vecinos.
Véase, por ejemplo, Barros Jarpa (1956).

Atenea 502
II Sem. 2010 170
Si la historia tiene algún sentido y este sentido es dialéctico, la época
actual, la Concertación de Partidos por la Democracia, en el gobierno desde
1990, ha estado marcada por cierta síntesis entre el proyecto socialista y
liberal.
Por una parte, se recoge el sentido social y comunitario de la izquierda,
pero sin perder de vista la modernización de la sociedad y el desarrollo eco-
nómico y técnico (comprobado en cifras objetivas), así como la regulación
del Estado y la entrega de áreas importantes de la economía a los privados
evitando los discursos retóricos o las culpabilizaciones fáciles.
Hoy se busca el mejoramiento de los servicios y un riguroso control en el
uso de los recursos del Estado, una práctica en que la eficiencia y la transpa-
rencia son fundamentales.
Es posible señalar que los esfuerzos de la sociedad chilena de los últimos
veinte años han estado dirigidos a lograr una “independencia”, pero no sólo
verbal sino sostenida en cifras: crecimiento económico, disminución de los
niveles de pobreza, funcionamiento de las instituciones republicanas, análi-
sis, seguimiento y mejora de los sistemas educacionales y de salud, entre
otros.
Una independencia que se juega con el conjunto de los países del mundo
y no sólo con aquéllos peor evaluados, en una nueva visión del planeta que
considera la situación de China como un exitoso capitalismo de Estado, o
de los esfuerzos de Vietnam y la India por alcanzar el desarrollo económico
desde la innovación tecnológica, para no hablar de Corea, Finlandia, los
países de Oceanía y su reconocida transparencia política y calidad de vida.
Es decir, se trata de una independencia respecto de las propias malas
prácticas de hacer política y economía, pero también en comparación a los
niveles de desarrollo de los países mejor evaluados.
En este contexto, el concepto de Segunda Independencia, como una mo-
dificación radical de los parámetros económicos y sociales, ha perdido vi-
gencia política e intelectual. Los pensadores actuales están más preocupa-
dos de cómo afecta la creciente modernización del país en los comporta-
mientos identitarios, y aunque muchos desconfían de la modernización
(como de la modernidad), no parecen tampoco reconocerse en una identi-
dad nacional fracturada, por efectos de la larga dictadura militar, y cuya
cicatrización pudiera resolverse por medio de una revolución social.
Por otro lado, el movimiento obrero y campesino parecen estar cada día
más integrados a la sociedad de consumo, y sus demandas apuntan a mejo-
ras gremiales más que a modificar el sistema vigente. Lo mismo para las
minorías sexuales que se expresan cada vez con mayor libertad. En cambio,

Atenea 502
171 II Sem. 2010
un nuevo actor social, los indígenas mapuches, son quienes mayormente
han discutido el modelo, pero con reivindicaciones puntuales, aunque tam-
poco parece haber en ellos un propósito fundacional.
En este sentido, el discurso intelectual chileno de los últimos años se ha
diferenciado de la izquierda latinoamericana (considerada por algunos como
retórica) encarnada, con sus diferencias, en los gobiernos de Hugo Chávez,
Evo Morales, Rafael Correa y Fidel Castro, con los cuales se busca establecer
alianzas con miradas más pragmáticas que ideológicas; y con excepción de
la izquierda extraparlamentaria (Partido Comunista) muy pocos hablan hoy
H. Chávez
de la “refundación de América Latina”. Vivimos una época con una política
más práctica y menos creyente en un discurso utópico; lo que supone el fin
de un intelectual que se presenta con la capacidad de construir el futuro,
provocar el cambio social, e inaugurar una nueva sociedad (Pinedo 2000:
189-232).
En los pensadores chilenos posteriores a la dictadura militar, o durante
ella, no veo alusiones directas al tema de la Segunda Independencia, al me-
nos no de la manera en que se presentaba entre los liberales del siglo XIX y
los socialistas de los 60. No se habla, por ejemplo, de tomar distancia del
Fondo Monetario Internacional y, por el contrario, se acogen sus sugeren-
E. Morales cias en cuestiones de financiamiento de la educación universitaria, y otras.
Tampoco se cuestiona a las empresas españolas, sino que se celebran sus
inversiones, sin considerar que esto suponga una segunda conquista. Inclu-
so, en estos años de “transición a la democracia”, que se inician en 1990,
España (tradicionalmente asociada con atraso y despotismo), ha ganado en
imagen como un país que nos ayudó contra la dictadura y que ha logrado
constituirse en un miembro activo de la Comunidad Europea: el país que
probablemente ha tenido la mejor transición de una sociedad tradicional a
la actual, moderna y desarrollada.
R. Correa Y si el balance económico es analizado desde el punto de vista de la ce-
santía, la inflación, la corrupción y el crecimiento económico, estos males
son vistos como un problema, en buena medida, de administración interna.
Es decir, hemos pasado de la politización a la economización, en contra,
incluso, de aquellos que ayer defendían la independencia económica y que
hoy reclaman que no todo es dinero en la vida humana, reencarnando una
nueva venganza de Hegel contra Marx.
Recientemente, un grupo de intelectuales pertenecientes al llamado “pen-
samiento alternativo” ha publicado el libro América Latina hacia su segunda
F. Castro
independencia. Memoria y autoafirmación (Biagini y Roig 2007), en el que se

Atenea 502
II Sem. 2010 172
retoma el concepto analizado: ¿Cuáles son las esperanzas en esta Segunda
Independencia? ¿De qué deberíamos independizarnos hoy?
En primer lugar, alcanzar “las causas inconclusas” de la primera inde-
pendencia, que consideran “trunca o incompleta”, en cuestiones como la
integración continental, una mayor igualdad social y una identidad común
que recupere la memoria colectiva continental.
En esta mirada, la elección de Rafael Correa en Ecuador, junto a la pre-
sencia de Lula en Brasil, Bachelet en Chile, Evo Morales en Bolivia y, por
supuesto, de Hugo Chávez en Venezuela, es vista como el inicio de la Segun- J. I. da Silva
da Independencia, y que las naciones latinoamericanas “dispongan de la ca-
pacidad para actuar por cuenta propia” (Biagini y Roig 2007: 16)16; pues al
asociar la Primera Independencia a la liberación del dominio colonial espa-
ñol, la Segunda actualiza ese colonialismo representado ahora por las em-
presas transnacionales, los EE.UU., el Foro Económico Mundial, el neolibe-
ralismo y la globalización, frente a los cuales el prestigioso pensador Arturo
A. Roig ha planteado la “necesidad de una segunda independencia”, y las
armas para lograrla son la teoría de la dependencia (años 60), y la Teología
de la Liberación (años 70). Lo que Roig ha definido como un “rearme cate-
gorial” (Roig 2007: 32); es decir una independencia, también, del pensa-
miento postmoderno, débil y sin sujeto, que no haría sino confundir a los
M. Bachelet
latinoamericanos, recuperando, en cambio, un pensamiento fuerte, que uti-
lice sin temor las categorías que denuncian la injusticia y proponen la eman-
cipación.
Así, de manera similar a los emancipadores mentales del siglo XIX, se
trata también de una independencia del lenguaje y del pensamiento, para
alcanzar un modo propio de expresión, que no imite al mundo desarrolla-
do.
De este modo, si la primera emancipación fue mayoritariamente extran-
jerizante, la de hoy toma el papel de su contrario, al oponerse a lo venido
desde afuera en cultura, política y economía: “¿Y cuál es la actual situación
de la casi mayoría absoluta de los estados latinoamericanos, sometidos a las
políticas del neoliberalismo dentro de los marcos de la llamada ‘globaliza-
ción’? En el número de octubre del año 2002, en la edición francesa de Le
Monde Diplomatique, en un artículo titulado “Vasallaje”, el articulista decía:
‘Un imperio no tiene aliados, no tiene más que vasallos’” (Roig 2007: 30).

16 A su vez, esos mismos mandatarios identifican su gestión como una “Segunda independen-

cia”.

Atenea 502
173 II Sem. 2010
Son tantas las esperanzas en esta nueva Segunda Independencia, que se
podría temer que se repitan las frustraciones de la primera; pues en muchos
intelectuales se observa un excesivo interés por resolver los problemas de la
política y la economía, desde la filosofía y la cultura, lo que redunda en
cierta confusión entre utopía y realidad, o al drama de partir, adánicamente,
y una vez más, desde el inicio, con lo cual contribuyen a participar en uno
de los deportes favoritos de América Latina: provocar la crisis del Estado; de
un Estado que, la mayor parte del tiempo, está en crisis.

UNA PROPUESTA EN LA MIRA DEL BICENTENARIO

El desarrollo económico, político y cultural de América Latina se debe se-


guir consolidando, con programas que beneficien a las mayorías, y con po-
líticos que apliquen inteligencia y voluntad para alcanzar una, cada vez ma-
yor, integración regional.
En este contexto, independencia significa autonomía para tomar las pro-
pias decisiones, pero también para establecer alianzas que aseguren el bien-
estar colectivo. Independencia significa una América cada vez más lúcida y
consciente de su memoria y orgullosa de sus logros. Independencia es no
olvidar lo que hemos aprendido en los oscuros años de la muerte: a descon-
fiar del triunfalismo fácil y, sobre todo, de las desgracias que provoca igno-
rar la realidad. Hemos aprendido de la necesidad de una “política limpia”
(Roig) y eficiente, pero también que un orden más equitativo en lo social,
sólo se logra con crecimiento económico, y hemos aprendido del valor de la
democracia, sin apellidos.
Para muchos países de América Latina la década del ’80 fue mala y la del
’90, peor. Y sin embargo, no podemos renunciar al optimismo de una Amé-
rica que cada día produce nuevas síntesis de tradición popular y cultura
universal, producto de uno de los ejes claves de nuestro mundo: el mestizaje
y la interculturalidad.
Ser nosotros mismos aportando a la humanidad, es una buena manera
de ser independientes, sin olvidar el desarrollo económico, que se alcanza
con más investigación científica y tecnológica, mayor capital humano, es
decir, más educación.
La tríada: Primera independencia, Centenario, Segunda Independencia hace
que muchos pensadores mantengan, desde una u otra posición, ciertos te-
mas comunes que parecían incorregibles desde el comienzo y por tanto, la
necesidad de eliminar la pobreza, extender la justicia social, y superar un

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estado de crisis social, y de un Estado en crisis, en que veían al país. Tal vez,
el Bicentenario sea una buena fecha para dejar, definitivamente, esas lacras
sociales en el pasado.

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