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que la señala como una herramienta para sustentar el sistema de dominación de los hombres
sobre las mujeres. De ahí se deriva también la importancia de que estas Jornadas se realicen en
el marco académico de los estudios feministas y posibiliten un encuentro e intercambio de
conocimiento y experiencia entre estudiantes, académicas, investigadoras, técnicas, políticas y
profesionales, muchas de ellas con una larga trayectoria de trabajo en la docencia, la atención
a mujeres, en el diseño de políticas o en el activismo y, por tanto, con un gran conocimiento de
la realidad.
Por último, considero también muy importante señalar que en estos momentos, para
muchas de nosotras, los institutos de estudios feministas de las Universidades están siendo un
espacio de resistencia, uno de los pocos lugares institucionales desde los que poder seguir
pensando, investigando, avanzando y elaborando propuestas y alternativas con libertad.
También por este motivo, celebramos, valoramos y agradecemos muy especialmente la
organización de estas Jornadas5.
Son numerosas las feministas que han ido construyendo el cuerpo teórico, práctico y
político del que hoy disponemos para entender la violencia y sus consecuencias en la vida de
las mujeres. Este conocimiento se ha construido en una red laberíntica y entretejida de saberes,
disciplinas y experiencias, en una estrecha interrelación entre activistas, investigadoras,
docentes, políticas, técnicas y profesionales feministas de diferentes países y continentes.
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Buena parte del conocimiento del que hoy disponemos se debe a los relatos de las experiencias
vividas por las mujeres en sus relaciones de maltrato.
En la teoría feminista, la violencia es considerada como una potentísima herramienta
para sustentar el sistema de jerarquías y dominación de los hombres sobre las mujeres, para el
control y la apropiación de nuestros cuerpos, nuestra sexualidad, nuestra capacidad
reproductiva y nuestro trabajo, para asegurarse el ser cuidados y atendidos material, emocional
y sexualmente, así como para mantener sus privilegios y conseguir la obediencia y el
sometimiento de las mujeres, su disponibilidad física, psíquica y sexual, especialmente en la
familia.
5 Agradezco de un modo muy especial a Julia Sebastián su invitación para que yo participase en estas Jornadas.
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LA VIOLENCIA PATRIARCAL EN LAS RELACIONES DE PAREJA
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VIOLENCIA DE GÉNERO: ESCENARIOS Y DESAFÍOS
las mujeres suele pasar inadvertida, aunque los cautiverios de las mujeres hayan sido
categorizados desde la teoría feminista (Lagarde, 2003).
Existen claros paralelismos entre las diferentes formas de violencia utilizadas
socialmente para el control colectivo de las mujeres y las formas de violencia que utilizan los
hombres en una relación de pareja y, en muchas ocasiones, también en otras relaciones
interpersonales con las mujeres en cualquier ámbito de la vida, ya sea privado, público, laboral,
institucional, político, económico, cultural, social, educativo o sanitario (Nogueiras, 2011).
Como afirma Victoria Sau,
“Los malos tratos individuales son la manifestación particular y específica de
los malos tratos estructurales, institucionalizados, que forman parte del orden patriarcal.
Las masculinidades son patrones colectivos, ejecutados por hombres individuales” (Sau,
1998:166).
El ejercicio de la violencia hacia las mujeres se enseña y se autoriza desde lo social y lo
simbólico y se aprende y se interioriza individualmente, pasando a formar parte de la
subjetividad masculina. Por eso,
“la violencia se ha convertido en una estrategia de dominio al servicio de los
hombres, que la utilizan si la consideran necesaria para mantener su poder, para ejercer
su “derecho” a ser cuidados y atendidos material, emocional y sexualmente, para
agredir a otros hombres en los cuerpos de “sus” mujeres, y para aterrorizar e intimidar
cuando sienten miedo a ser abandonados” (Andrés, 2010: 375).
De este modo, podemos considerar que “el asesinato o el acto de violencia que ejerce
un varón concreto sobre una mujer concreta con la que ha tenido o tiene una relación
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LA VIOLENCIA PATRIARCAL EN LAS RELACIONES DE PAREJA
el asesinato. Como señala Celia Amorós, “el ejercicio de poder por antonomasia es el poder
de vida y muerte” (Amorós, 2008a:245). Para ello recurren a las mismas herramientas que el
sistema social utiliza para el control colectivo de las mujeres y que han aprendido e incorporado
en el proceso de socialización: la naturalización de la desigualdad y el lugar social asignado a
las mujeres, atribuyéndolo a la biología, la maternalización de las mujeres, la desvalorización
de su trabajo y su palabra, la indiferencia hacia sus necesidades y deseos, el aislamiento, las
prohibiciones, la restricción de derechos y toma de decisiones, la imposición de normas, la
coacción, la privación de libertad, la violencia en cualquiera de sus formas. Se trata de ocupar
y apropiarse del cuerpo, las emociones, los pensamientos de las mujeres, en una presencia
continua, aunque a veces tome la forma de amor, para conseguir su total disponibilidad y
sumisión. Por eso, el feminismo ha conceptualizado el amor como recurso de explotación de
las mujeres en la vida privada (Esteban, 2011; Jonasdottir, 1993; Távora, 2008). Como afirma
Marcela Lagarde (2014:151):
“sin la violencia contra las mujeres, los hombres no accederían a condiciones
relativamente mejores de vida, no tendrían a las mujeres como soporte de su desarrollo
ni como entes jerárquicamente inferiores sobre los cuales descargar su enajenación”.
A medida que están apareciendo nuevas formas de violencia para el control social y la
explotación económica y sexual de las mujeres (Cobo, 2011), los hombres las van incorporando
también como formas de abuso, explotación y maltrato en las relaciones pareja. El uso de las
nuevas tecnologías para un mayor control de las mujeres, la extorsión afectiva para la
explotación económica a través de las redes de prostitución, el mantenimiento de los varones
en sus países de origen con dinero extraído del trabajo de las mujeres en las cadenas globales
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de cuidados, o los matrimonios con mujeres de otros países en situaciones de pobreza para
obtener su total disponibilidad y sumisión, son ejemplos de ello.
La apropiación por parte de los hombres de los poderes de cuidado y amor de las mujeres
sin devolver equitativamente lo que han recibido, las incapacita para reconstruir sus reservas
emocionales y sus posibilidades sociales de autoestima, autoridad, desarrollo personal y
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VIOLENCIA DE GÉNERO: ESCENARIOS Y DESAFÍOS
la salud y el sistema sanitario son escenarios clave y una cuestión crucial y de alta relevancia
política para el feminismo. (Nogueiras, 2013). Y podemos afirmar que en estos momentos, en
los que están desapareciendo los servicios específicos para las mujeres, esa importancia es
todavía mayor, puesto que muchas mujeres no dispondrán de otros muchos recursos para recibir
información, atención, ayuda y acompañamiento para salir de las relaciones de violencia.
Que la OMS haya identificado la violencia contra las mujeres como un factor esencial
en el deterioro de la salud y haya declarado la violencia una prioridad de salud pública en todo
el mundo (Asamblea Mundial de la Salud, 1998), ha sido un hito importante para incluir la
violencia de género como un asunto a tratar también desde el sistema sanitario y ha obligado a
la elaboración de protocolos de actuación y a la formación de profesionales. Aunque siempre
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LA VIOLENCIA PATRIARCAL EN LAS RELACIONES DE PAREJA
para la atención y recuperación de las mujeres que incorporan los análisis feministas de las
causas de la violencia (Biglia y Sanmartín, 2007; Bosch et al., 2006; Dio Bleichmar, 2011;
García Mina, 2010; Muruaga y Pascual, 2013; Pérez del Campo, 1995; Sau, 2004; Velázquez,
2004).
Las terapias y prácticas feministas para el cuidado y la recuperación de la salud parten
de la asunción de que los procesos de salud y enfermedad están íntimamente relacionados con
las situaciones vitales ligadas al género, con las condiciones sociopolíticas patriarcales y con
su incorporación en la subjetividad. La metodología feminista privilegiada es el trabajo grupal,
6 Concha Muñoz, activista feminista y trabajadora social en diversos servicios de salud mental del sistema sanitario público,
afirma que “por allí todavía no ha pasado el género…”. Otros muchos testimonios de profesionales feministas lo confirman.
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VIOLENCIA DE GÉNERO: ESCENARIOS Y DESAFÍOS
que se constituye en una herramienta para el cambio personal y colectivo (Távora, 2003). En la
práctica feminista que se desarrolla en organizaciones de mujeres o en algunas instituciones de
igualdad, se denominan talleres por ser espacios de trabajo y también porque su metodología
es vivencial, compartiendo la experiencia de cada participante, sus interrogantes y dificultades,
así como sus capacidades y conocimientos sobre la vida. Asimismo, en este trabajo grupal se
utilizan estructuras horizontales y desburocratizadas frente a las relaciones profesionales
tradicionales jerárquicas y de poder, partiendo de la idea de que acompañar a las mujeres en la
disminución de los elementos opresivos en sus vidas exige eliminar los aspectos opresivos de
la terapia (Sáez, 1988:42). Se buscan nuevas formas de relación que asumen la importancia del
saber de las mujeres sobre sus vidas, respetando sus procesos y tiempos y utilizando un lenguaje
sin tecnicismos.
El trabajo grupal ofrece un espacio para la autoescucha y la escucha de la experiencia
de otras mujeres, lo que permite entender que las problemáticas son colectivas, relacionadas
con aspectos sociopolíticos determinados por el género. Se promueven relaciones de apoyo y
compañía en los procesos de cambio en un entorno protegido y seguro. El objetivo de los grupos
de orientación feminista es la reflexión: pensar es una tarea fundamental, darse cuenta, tomar
conciencia, reflexionar en profundidad sobre las causas de la violencia, el paso de la anécdota
a la categorización del malestar como consecuencia del sistema sociocultural patriarcal y su
incorporación en la subjetividad (Távora, 2001). Para lograr este dominio de la propia
subjetividad, tan colonizada, se necesita un gran trabajo de reflexión crítica sobre la
socialización (Dio Bleichmar, 2011:47), ya que
“Nos han ido conformando desde niñas, devolviéndonos una imagen de las
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mujeres como seres nimios, objetos para otros, preparándonos corporal, emocional y
cognitivamente para asumir mucha de la violencia que experimentaremos a lo largo de
nuestras vidas” (Bengoechea, 1994).
La psicóloga Inmaculada Romero señala que la estrategia terapeútica debe encontrar
otros deseos en las mujeres, como el de ser sujetos activos en la transformación de sus
condiciones de vida y que puedan atribuir su malestar, “toda su sintomatología, a los efectos
de una relación perversa y no a sí mismas, a su personalidad, a su forma de ser” (Romero,
2011: 179). Asimismo, Patricia Villavicencio (2001) recomienda a profesionales de salud
mental que se esfuercen en primer lugar en quitar las barreras externas y ambientales, en
facilitar que las mujeres utilicen los recursos. Centrarse en las barreras internas puede reforzar
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LA VIOLENCIA PATRIARCAL EN LAS RELACIONES DE PAREJA
la idea de que las mujeres son culpables o responsables de la violencia. La intervención debe
situarse en un modelo de empoderamiento y toma de decisiones, que son difíciles y en
circunstancias difíciles, ya que se enfrentan a pérdidas materiales y emocionales múltiples.
Victoria Sau (2004) también planteó la necesidad de la integración del análisis político en la
terapia, la utilización de modelos de crecimiento y desarrollo en lugar de modelos de
enfermedad-tratamiento-adaptación, la necesidad de la acción más que de la introspección.
Resaltó la importancia de incluir en las terapias un análisis de las relaciones de poder, promover
la autonomía psicológica y económica y una relación igualitaria entre terapeuta y clienta con el
objetivo de que las mujeres lleguen a deslegitimar dentro y fuera de ellas mismas un sistema
que se ha levantado sobre el axioma de su inferioridad y su subordinación a los varones. En
este mismo sentido, Mª Luz Esteban incide en la necesidad de hacer lecturas sociales que
incorporen lo contextual y relacional, frente a lecturas psicológicas de la enfermedad y el
malestar de las mujeres, así como de implementar programas sociales frente a programas
sanitaristas, que incidan en las causas que llevan a enfermar (Esteban, 2006).
El trabajo feminista gira en torno a aquellos aspectos que no han sido tenidos en cuenta
en las terapias tradicionales y que son claves para el cuidado y la recuperación de la salud de
las mujeres y su empoderamiento, relacionados con el sistema sexo-género, la subordinación
de las mujeres, la violencia estructural y su incorporación en la subjetividad. Como objetivos
del trabajo se incluyen la toma de conciencia sobre la interiorización de los mandatos de género
tradicionales, la reflexión sobre los modelos de amor y sexualidad heteronormativos, el análisis
de las relaciones de poder y desigualdad, la promoción de la autonomía psicológica y
económica, el buen trato hacia una misma, el desarrollo de nuevos proyectos vitales que
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amplíen la libertad y la satisfacción con la vida, el reparto de los cuidados y el equilibrio entre
cuidar, cuidarse y dejarse cuidar, la búsqueda de la realización de deseos y proyectos propios,
para lo que es necesario disponer de relaciones de apoyo y de posibilidades de acceso a los
bienes y recursos.
Incorporar los aspectos estructurales y políticos de la violencia patriarcal y los análisis
feministas en las relaciones de ayuda nos exige una continua formación y reflexión, así como
una estrecha relación con los colectivos feministas y los espacios académicos feministas.
También hemos aprendido en los últimos años que trabajar en la atención a mujeres en
relaciones de violencia implica la conciencia de que “el dolor, la violencia, el sufrimiento, toca
nuestras heridas, el trauma es contagioso. Nos hace vulnerables física y emocionalmente,
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VIOLENCIA DE GÉNERO: ESCENARIOS Y DESAFÍOS
3. REFLEXIONES FINALES
- La violencia contra las mujeres es una violencia política. Es necesario, por tanto, que
ante la violencia patriarcal en las relaciones de pareja, hagamos lecturas sociopolíticas
y no psicológicas.
- Sigue siendo imprescindible hacer una relectura crítica, desde una perspectiva feminista,
de las diferentes disciplinas que tratan la violencia, practicar la hermenéutica de la
sospecha, en palabras de Celia Amorós, visibilizando sus dimensiones patriarcales y
androcéntricas, así como revisitar los conceptos sobre la violencia una y otra vez. La
violencia es un campo en permanente proceso de construcción y reconstrucción. Es
necesario también que reflexionemos y seamos conscientes desde qué paradigma
trabajamos y abordamos la violencia y de nuestra formación sexista, androcéntrica y
patriarcal.
- Para comprender el impacto y la extensión de la violencia es importante que nuestra
mirada sea global y no solo local, y nuestro análisis tenga siempre una perspectiva
histórica y no sólo del momento actual.
- Es necesaria una fuerte presencia de los discursos feministas en el escenario público y
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político, así como la participación y estrecha relación de las feministas de todos los
ámbitos, académicas, estudiantes, técnicas, profesionales, con los colectivos feministas.
“La experiencia nos demuestra la necesidad de fortalecer el movimiento social
feminista, pues las políticas institucionales de género pueden ser suprimidas de un
plumazo, por mandatos fácticos, pero las articulaciones sociales no se pueden suprimir
por decreto… que, articulados, pueden actuar como sujeto político colectivo” (Cobo,
2011:195-196).
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