Sie sind auf Seite 1von 3

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE NO.

2 “MIS POETAS FAVORITOS”


Ensayo.
“MIS INFLUENCIAS”
Por: Diana G. Bañuelos González

Cuando era una niña mi padre viajaba mucho. Al regreso de cada uno de sus viajes siempre
traía un regalo para mi, algo cómo un peluche o un chocolate que hubiera comprado en el
aeropuerto. En una ocasión, que supongo que lo olvidó por completo, llegó a casa, fui
corriendo a sus brazos y exigí mi regalo cómo siempre. En ese momento, él improvisó un
regalo -en realidad nunca le he preguntado si en verdad me lo trajo a mi o solo lo tenía en la
maleta- sacando de entre sus cosas un libro viejo y amarillo algo empolvado con las pastas
rotas, y remendadas con cinta transparente. Lo puso delicadamente entre mis manos y dijo:
“Te traje un libro, es de la colección de libros que hay en casa de tu abuelita, en México”.
Lo guardé por varios años más hasta que tuve edad suficiente para aprender a leer. Cuando
por fin llegó el momento, saqué aquel libro de mi cajón de cosas especiales, y lo primero que
leí fue el título: “Antología poética de autores mexicanos del siglo XIX”. No estaba muy
segura del significado, pero lo primero que capté después del título fue el nombre de “Sor
Juana Inés de la Cruz”. Lo reconocí enseguida. Mi padre me había adormecido con la historia
de la vida de Juana Inés de Asbaje en mil ocasiones, era una de mis favoritas. Ese libro
polvoriento y amarillo resguardado por varios años cual piedra preciosa, en definitiva, ha
sido el mejor regalo de toda mi vida. La vida y obra de Sor Juana, su coraje, su pasión, su
fuerza siempre fueron una inspiración para mi. Estoy convencida de que cada niña en el
mundo debería crecer escuchándola cómo lo hice yo.
Unos años más tarde, estando en sexto de primaria para ser precisos, tenía una maestra que
era una excelente oradora y apasionada de la poesía poseedora de un auténtico don para
declamar. Lo hacía con un arte y sentimiento tal, que nos dejaba completamente pasmados -
aclaro, un grupo heterogéneo de niños de entre diez y once años de una primaria pública-
escuchándola recitar poesía. Había un poema en particular que le gustaba demasiado y que
siempre nos recitaba, y que ante las constantes sesiones de declamación, permaneció
adherido a mi memoria hasta el día de hoy:
“Nocturno a Rosario”:
Pues bien, yo necesito decirte que te adoro
Decirte que te quiero con todo el corazón
Que es mucho lo que sufro, mucho lo que añoro
Que ya no puedo tanto y al grito en que te imploro
Te hablo en nombre de mi última ilusión…

Yo sé que es uno de los poemas más populares y recitados en México, pero para mí significa
mucho más que poesía popular. Recuerdo que se me erizaba la piel cuando escuchaba a mi
maestra recitar ese poema. Pero el “Nocturno a Rosario” significó mucho más que solo eso.
Fue mi primer acercamiento a la idea de “amor romántico” que en realidad de romántico no
tenía nada, más bien era un amor obsesivo. Y es que más de adulta comprendí que a veces
los poemas crean y otras destruyen. La manera en la que un poema se instala en tu imaginario
sobre el amor, el romance, la fidelidad puede determinar muchos de nuestros
comportamientos y actitudes, para bien o para mal. Y de alguna manera la historia de Manuel
Acuña dedicándole sus hermosos versos a Rosario de la Peña, a pesar de tener amoríos -
incluso un hijo- con otras dos mujeres se anidó en mi subconsciente por muchos años. Pero
una cosa es la intensidad del amor plasmada en las palabras y otra muy diferente es la vida
real. Sin embargo este poema se mezcló en ambas de mis realidades. Haciendo un análisis
más profundo caigo en cuenta de que amo así, apasionadamente sin límites, por que en algún
punto me convencí de que esa es la forma correcta de sentir,- así lo imaginé de niña
idealizando el amor del poeta a Rosario- y por lo tanto cuando escribo de amor escribo así.
Mis poemas de amor son una oda al éxtasis y la locura, la pasión con rienda suelta desbocada,
sin importar las consecuencias. Mis poemas de amor son así, auténticos homenajes al
dramatismo y la sobrecarga de emociones típica de Romanticismo del siglo XIX.
Con el pasar de los años vinieron otras experiencias y autores que me fueron marcando un
camino a seguir dentro de la creación literaria. Cuando tenía aproximadamente catorce años
inicié mi formación en el taller literario de la maestra y escritora yucateca Nidia Esther
Rosado Bacelis. Ahí llegué por azares del destino. La maestra tuvo un pequeño accidente y
se hizo una herida en el pie. En consecuencia estuvo acudiendo a curaciones diarias en su
unidad de medicina familiar, misma en la que mi madre se desempeñaba en ese momento
cómo enfermera. En una de sus conversaciones habituales durante su curación la maestra le
mencionó que iba tarde para su taller literario y que sus alumnas la tendrían que esperar de
más. Mi madre que hasta ese momento -e incluso después de él- nunca mostró ningún interés
por mis inclinaciones literarias le hizo el comentario de que tenía una hija a la que le gustaba
escribir. Supongo que por compromiso, o por simpatía con la enfermera, la maestra le sugirió
que me llevara a su taller, todos los martes y jueves en punto de las 5 PM, que llegara antes
para que hablara conmigo y que llevara algo de lo que había escrito para saber si era aceptada
o no cómo su alumna. Y así fue cómo una niña de catorce años se paró en la puerta de su
casa, cerca de la plaza de Toros y la avenida Colón, con todos sus sueños dentro de una
carpeta esperando a ser leídos para saber sí eran dignos de permitirle soñar un poquito más
lejos.
Vaya sorpresa me llevé. La maestra me leyó. En ningún momento hizo comentario ni gesto
alguno, que me diera idea de lo que estaba pensando o de cual sería su veredicto. De pronto
alzó la mirada, encendió un cigarro, se quitó los lentes lentamente, y me dijo:
-Mira nenita, te voy a ser muy sincera. Le pedí a tu mamá que trajeras algo que hubieras
escrito para saber si podía o no trabajar contigo. Es que yo te puedo enseñar la técnica que
te hace falta, pero yo no te puedo enseñar a hacer poesía. Eso es algo que uno tiene que
tener adentro, algo que uno trae, que se siente nada más. ¿Entiendes lo que digo?
- Entiendo. No hay problema. Le agradezco su tiempo de todos modos-. Murmuré cabizbaja.
- ¡Pero qué dices muchacha! ¡Por supuesto que eres bienvenida entre nosotras! Necesitas
pulirte en algunos aspectos, pero me va a dar mucho gusto enseñarte lo poco que yo se. Eso
si, te advierto que aquí somos puras viejas y nos gusta comer galletas y fumar. No le tienes
que decir a tu mamá lo de los cigarros, pero si lo de las galletas por que te va a tocar traerlas
una vez al mes. ¿Que dices? ¿Te quedas?
Una caja de galletas al mes y convertirme en fumador pasivo por unas horas bien valían la
pena por ir todos los martes y los jueves a aprender de ella -y de todas mis compañeras, que
por cierto, la mayoría eran maestras jubiladas que pasaban los sesenta años-. De alguna
manera me formé en ese lugar. Estuve ahí hasta que mi horario escolar me lo permitió -en
algún momento se volvió vespertino- y tuve que dejar de ir con asiduidad, pero mi amistad
con ella continuó -incluso más allá- hasta que falleció, un triste día de enero de 2006.
Recuerdo mis últimas charlas con ella, acomodándole las puntas nasales de oxigeno
suplementario mientras encendía su cigarro mentolado. Sería una malagradecida si no
hablara de ella en este ensayo, porque me enseñó prácticamente todo lo que estuvo en sus
manos enseñarme sobre el arte de escribir – entre otras cosas-. La versión oficial dice que
murió de un infarto, y su enorme colección de libros fue a dar a una biblioteca pública cerca
del barrio de Santana que lleva su nombre. La versión extraoficial es que me regalo algunas
decenas de sus libros antes de morir y que conservo cómo mi mayor tesoro; y que la mantengo
viva en mi corazón cada vez que juego al cadáver exquisito con mis hijos para contar un
cuento antes de dormir.
Podría hablar de cómo a lo largo de mi vida me han enamorado escritores con una gran
popularidad cómo lo fueron Mario Bendetti y Jaime Sabines en mis años de preparatoria. De
mi relación con el feminismo y Virginia Wolf un poco después. De mis momentos más
oscuros, mis instintos mas ruines y José Revueltas. De mis cuentos infantiles y el increíble
genio de Pablo Albo. Pero es que hay una gran diferencia entre que un escritor te guste, te
apasione o te identifiques con él y en que realmente haya influido directamente en lo que
escribes. Porque si influye en lo que escribes es que ha influido determinante en lo que eres.
Y yo definitivamente soy mi padre narrándome la historia detrás de los sonetos de Sor Juana,
El nocturno a Rosario del amante y suicida Acuña, y mis interminables charlas con la maestra
Nidia Esther. Ese cúmulo de experiencias definitivamente han forjado no solo mis letras; han
forjado todo lo que soy que al final es lo que se refleja en ellas.

Das könnte Ihnen auch gefallen