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“La corrosión del carácter” Richard Sennett

“La corrosión del carácter” de Richard Sennett analiza cómo el “nuevo capitalismo” ha cambiado el
significado mismo de uno de los pilares que vertebran la cohesión social: el trabajo. En clave
antropológica y con la lucidez que caracteriza sus textos, Sennett nos sitúa ante un espejo que
refleja muchos de los cambios que desde años hemos estado viviendo sin apenas ser conscientes
(o pararnos a pensar sobre ello). La investigación etnográfica que lleva a cabo el autor, por medio
de entrevistas y observación empírica, nos acerca cuatro perfiles que ejemplifican a la perfección
cómo ha ido modelando el capitalismo el ámbito laboral, a través de estrategias políticas, sociales,
éticas y representacionales. Richard Sennett relaciona este cambio en la concepción del trabajo
con su efecto en el carácter de los trabajadores, entendiendo el carácter como la relación con “los
rasgos personales que valoramos en nosotros mismos y por los que queremos ser valorados” .

La propia estructura del libro, compuesta por un prólogo y ocho capítulos, nos da una idea
panorámica de cuáles son las claves de esta transición del capitalismo antiguo al neocapitalismo.
Deriva, rutina, flexible, ilegible, riesgo, ética del trabajo, fracaso, son palabras que componen la
nube de tags que define cómo el trabajo es un factor vital en la formación del carácter. En esta
correlación, hay un elemento que adquiere un protagonismo singular y es el tiempo. La
importancia del tiempo como agente transversal a nuestra existencia es indudable, siendo uno de
los objetos de estudio más explorados de la Historia.

A través de las experiencias de Rico, un ingeniero eléctrico en la treintena que ha trabajado en


grandes empresas como asesor tecnológico, profundizamos en la discordancia que existe entre él y
su padre a la hora de afrontar una misma cuestión: el tiempo como recurso. El padre de Rico,
Enrico, trabajó toda su vida como portero con el objetivo vital de poder servir a su familia y, más
concretamente, poder pagarle una carrera universitaria a sus hijos. Para la generación de Enrico, a
la que pertenecen nuestros padres, el tiempo era lineal y los logros acumulativos. Rico, que es el
producto de este deseo explícito de su padre de ascensión social, rechaza el camino seguido por
Enrico burlándose de los que como él, han sido “esclavos del tiempo”.

El futuro se presenta brumoso y los planes vitales dan paso al lema “nada a largo plazo”. En este
escenario, los mercados no respaldan las actitudes inmóviles porque son demasiado dinámicos
como para permitir “hacer las mismas cosas cada año, o, simplemente hacer la misma cosa”. Es así
como nacen nuevas estructuras de poder y control que en la búsqueda de flexibilidad y su huida de
la rutina, han alterado el significado del trabajo poniendo el acento en tres aspectos: la reinvención
discontinua de las instituciones, la especialización flexible y la concentración sin centralización.
Esta continua llamada al comportamiento flexible como dependiente directo del deseo de cambio,
de ruptura con lo que nos ha precedido, tiene consecuencias particulares en nuestra percepción
del tiempo y en la forjación de nuestro carácter. Según Sennet, nos encontramos ante un cisma
que decisivo e irrevocable que provoca que “el presente se vuelva discontinuo del pasado”
(Sennett, 2000, 49). La desagregación vertical, los estrictos controles de calidad o la reducción de
puestos de trabajo son algunas de las consecuencias de esta política que atiende a medidas de
productividad complejas. Una de las particularidades de nuestras sociedades son precisamente las
demandas cambiantes del mundo exterior, las cuales suponen un desafío para los mercados y se
acometen con políticas económicas en las que el poder sigue emanando del Estado, pero la
diferencia se encuentra en el modo en el que la sociedad define el bien común. Richard Sennett
identifica dos modelos: el modelo renano (propio de los Países Bajos, Alemania, Francia y otros
países de la Unión Europea) y el modelo anglo-americano (presente en Reino Unido y EE.UU). En el
primero de ellos, el poder es compartido con sindicatos y empresas y está presente el Estado de
Bienestar que es de donde emana el sistema de pensiones, la educación y la sanidad. En cambio,
en el anglo-americano el sistema burocrático estatal está subordinado a la economía y la red de
seguridad estatal que proporciona el estado es muy baja. Ambos modelos tienen debilidades que
son soportadas por la ciudadanía; en el modelo renano, los niveles de desempleo son altos,
mientras que el modelo anglo-americano se enfrenta a grandes desigualdades en los rangos
salariales.

A la economía de la desigualdad, que tiene una trascendencia global, hay que sumarles nuevas
formas de poder desigual y arbitrario que surgen tras esta nueva organización del trabajo dentro
de las organizaciones. Éstas ya no responden al esquema de estructuras jerárquicas, sino que se
aligeran en la base y se conciben, según la definición de Harrison que nos evoca Sennett (2000),
como una “red de relaciones desiguales e inestables”. En este contexto, la pregunta que nos
hacemos es: ¿cuál es el rol del líder y de dónde emana su liderazgo? La nueva ética del trabajo, tal
como la denomina el filósofo, ha construido el rol del líder basándose en una suerte de ilusión
óptica. Los nuevos líderes han pasado de ser jefes a autodenominarse facilitadores, mediadores,
gestores de los procesos. Un “falso igual” que provoca una clara desorientación entre los
trabajadores al no percibir que exista nadie con autoridad por encima de ellos que asuma la
responsabilidad del trabajo. No obstante, como parte del trabajo en equipo, se les exige que
dispongan de unas cualidades determinadas (capacidades básicas, manejo de la tecnología,
capacidades sociales portátiles, adaptación al cambio, predisposición a la escucha y a la
facilitación) que han de combinarse con el resto de trabajadores para conseguir resultados
rentables a corto plazo. La ficción de esta estrategia radica en que esta fábula del trabajo en equipo
contiene en su interior un conflicto que sitúa a los miembros del equipo ante una lucha individual y
colectiva por ser capaces de responder a las vicisitudes del nuevo entramado de controles.

La incertidumbre ha dejado de ser un miedo para introducirse, de forma natural, en el discurso


laboral. Una actitud que acepta la ambigüedad, el cambio o la inseguridad supone una prueba de
carácter. Aún cuando los trabajadores sepan que sus decisiones son arriesgadas, todo apunta a que
deben aprovechar la oportunidad y hacer el esfuerzo. “La cultura moderna del riesgo se caracteriza
porque no moverse es sinónimo de fracaso, y la estabilidad parece casi una muerte en vida”
(Sennett, 2000, 91).

Si este nuevo paradigma, basado en la incertidumbre, se acepta y se asume, ¿dónde está el


problema? El problema no estaría tanto en las nuevas reglas del juego, si no en la desorientación
que supone para la ciudadanía este nuevo escenario que aún conserva fuertemente imaginarios
del pasado. El ejemplo más clarividente que se refleja en el libro es el tema de la familia. Volviendo
de nuevo a Rico, hemos visto como él asume que permanecer impertérrito ante el futuro, como lo
hizo su padre, supone estar fuera del juego. La nueva era trae consigo una inclinación positiva
hacia el reciclaje (la sensación continua de “volver a empezar”) y una postergación del deseo de
gratificación. Sin embargo, trasladar este discurso a las relaciones familiares le resulta difícil y le
supone un conflicto. ¿Cómo se pueden proteger las relaciones familiares para que no sucumban a
un clima en el que la confianza, el compromiso y la lealtad no tienen un papel determinante?

Es ahí donde entramos en una narración que, según mi opinión, Richard Sennett introduce de
forma magistral alrededor de los diferentes capítulos que componen el libro. Su argumentación
puede leerse en clave de narración vital. Las nuevas formas de intervención por parte del Estado,
con sus políticas económicas y los mercados financieros han generalizado la institucionalización de
la sociedad del riesgo, corroyendo así, “aquellos aspectos del carácter que unen a los seres
humanos entre sí y brindan a cada uno de ellos de una sensación de un yo sostenible” (Sennett,
2000, 25).

Sennett afirma que “Hay historia, pero no una narrativa compartida de dificultad, y, por lo tanto,
no hay destino compartido” (Sennett, 2000, 154).

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