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Los perros abandonaron la carrera porque no estaban viendo la liebre, sólo veían
al perro que corría siguiendo a algo que ellos no podían ver. Al ver solamente al
perro, se cansaron de verlo, de correr sin rumbo ni sentido alguno que les
motivara tanto como efectivamente si ocurría con el primer perro que logró ver la
liebre. Es decir que seguían al seguidor no a lo seguido, perseguían a un animal
como ellos, a un perro y no a la liebre que debía ser su verdadero objetivo.
Al igual que este cuento, ocurre con muchas personas, incluso a nosotros en
cierta etapa de nuestra vida de fe, seguimos a quienes nos han trasmitido el
mensaje de salvación, ellos teniendo la experiencia del resucitado se sienten
impulsados a predicar y anunciar la Buena Nueva a quienes conocen, pero quizá
no dejan trasparentar al salvador, se quedan solo en la trasmisión de un mensaje
no logrando que los demás sigan a Jesús que es el verdadero motivo de la
predicación que ellos ejercen o también la gente que los escucha tienen tan corta
su vista que se quedan viendo el show del predicador. Al principio muy bien, son
felices, dan muestras de sus avances, pero después de cierto tiempo, al darse
cuenta de que siguen a una persona que posee defectos, errores, contrariedades,
incoherencias se desilusionan rápidamente y abandonan la carrera.
Que no ocurra así con nosotros, que no sigamos al hombre sino al Dios que se
hizo hombre y que tampoco seamos tan parcos en nuestra manera de predicar y
de vivir que nublemos la vista de quienes nos escuchan, lo cual les imposibilite ver
al Maestro, al Verdadero Salvador, al Hijo de Dios. Que con nuestro mensaje
podamos llevar a los demás a ver el objetivo, el sentido de nuestra carrera, a
Jesús mismo; que tengan su experiencia personal con el resucitado, así ya no
seguirán a otro mortal sino que tendrán su mirada fija en aquel que es el camino la
verdad y la vida.