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DESIERTO
¡No hay como ver el cielo con sus pasiones más bellas!
sin el intruso manto de esa verde prepotencia
¡oh pampa desolada, escasa de audiencia!
solo de enjutas ramas y traicioneras espinas…
en la noche gigante tus mesetas son vitrinas
brillando luces diversas al manantial de la luna
belleza árida mecida en blanca cuna
hierro y metales agrestes ajenos a todo verso
amando en la oscuridad leyendas del universo
Señores, me presento, yo... ¡yo soy el profeta! visto tristes harapos y ciño mi semblante de
expresión mística y esotérica, mis ojos vuelan hacia el firmamento y elevo mi brazo derecho
como presa de un raptus, indicando que el sermón esta pronto a saciar el apetito de fe de los
pecadores.
¡Yo, oh ciudadanos, soy el elegido! y me basto solo de estos harapos, de mi cabello largo
asediado de liendres e intimas plagas, de mi barba desordenada y hace siglos no afeitada y
de mi elocuente y taxativo verbo! sólo de eso yo me basto! pues yo, señores, yo! soy el
asceta y el místico que librara a vuestras almas del influjo demoniaco y perverso de las
tinieblas.
Suelo, por lo común, llegar no muy temprano al monte de los milagros y espero con paciencia
la reunión de los fieles. Todos están ya congregados, entonces, me levanto de súbito, con
rapidez, y elevo con enojo el báculo al infinito, todos contemplan atónitos el espectáculo
divino, todos con sus bocas abiertas y grandes ojos, y yo permanezco en silencio, ojos
cerrados, la faz hacia el imponente cielo, hacia el sol cegador de una mañana de verano, de
una mañana en que el asqueroso hedor de las multitudes viaja por cada rincón, por cada
cosa, por cada momento; la faz hacia el sol y los brazos abiertos como recibiendo el don
divino, la iluminación verdadera de Dios.
Y de pronto, quebrando bruscamente el silencio, lanzo un solo grito hacia los oyentes, un
alarido de incomprensibles términos, según los más cercanos, algo así como un...
¡¡aaayaarus le miipoliterius neeii asrrataaa!! Todos comprenden que se trata del lenguaje
divino, que estoy estableciendo armonía con el padre ordenador del universo, y que él da la
autorización oficial y diplomática para que yo, su verbo, guíe a sus hijos hacia el amor, a sus
hijos, los que lamentablemente han preferido el pecado y hoy, gracias a la misericordia del
creador, buscan la redención y desean con toda su alma que todos esos demonios que
habitan sus cuerpos sean confinados eternamente en su palacio de maldad y egoísmo. Así,
yo caigo en un ataque repentino al suelo terroso y en mis contorciones epilépticas y
apocalípticas lucho en mis entrañas con el demonio mayor que ha abandonado los cuerpos
de los presentes, gracias a la mano del señor, pero que ha anidado su maldad en el
exorcista ¡¡en mi!! Lucho, se retuercen mis entrañas por la frenética maldad del oscuro ser
que me ataca con su odio y con su demencia.