Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
La voz del poeta es y no es suya. ¿Cómo se llama, quién es ese que interrumpe mi
discurso pensante y me hace decir cosas que yo no pretendía decir? Algunos lo llaman
“musa”, “espíritu”, “genio”, otros lo nombran trabajo, azar, inconsciente, razón. Unos
afirman que la poesía viene del exterior; otros, que el poeta se basta a sí mismo. Mas
unos y otros se ven obligados a admitir excepciones. Y éstas excepciones son de tal
modo frecuentes que sólo por pereza puede llamárselas así. Para comprobarlo,
imaginemos a dos poetas como tipos ideales de estas contrarias concepciones sobre la
creación.
Ahora bien, fluir no sólo significa transcurrir sino ir hacia algo; la tensión que habita
las palabras y la lanza hacia delante es un ir al encuentro de algo. Las palabras buscan
una palabra que dará sentido a su marcha, fijeza a su movilidad. El poema se ilumina
por y ante esa palabra última. Es un apuntar hacia esa palabra no dicha y acaso
indecible. En suma, la unidad del poema se da, como la de todas las obras, por su
dirección o sentido. Mas, ¿quién imprime sentido a la marcha zigzagueante del poema?
En el caso del poeta reflexivo tropezamos con una misteriosa colaboración ajena, con
la no invocada aparición de otra voz. En el del romántico, nos encaramos a la no menos
inexplicable presencia de una voluntad que hace del murmullo un todo concertado y
dueño de una oscura premeditación. En uno y en otro caso se manifiesta lo que, con
riesgo de inexactitud, ha de llamarse provisionalmente “irrupción de una voluntad
ajena”. Pero es evidente que damos éste nombre a algo que apenas si tiene relación
con el fenómeno llamado voluntad. Algo, acaso, más antiguo que la voluntad y en lo
cual ésta se apoya. En efecto, en el sentido ordinario de la palabra, la voluntad es
aquella facultad que traza planes y somete nuestra actividad a ciertas normas con
objeto de realizarlos. La voluntad que aquí nos preocupa no implica reflexión, cálculo o
previsión; es anterior a toda operación intelectual y se manifiesta en el momento mismo
de la creación. ¿Cuál es el verdadero nombre de esta voluntad? ¿Es de veras nuestra?
Hay que decir, por otra parte, que la creación poética exige un trastorno total de
nuestras perspectivas cotidianas: la feliz facilidad de la inspiración brota de un
abismo. El decir del poeta se inicia como silencio, esterilidad y sequía. Es una carencia
y una sed, antes de ser una plenitud y un acuerdo; y después, es una carencia aún
mayor, pues el poema se desprende del poeta y deja de pertenecerle. Antes y después
del poema no hay nada ni nadie en torno; estamos a solas con nosotros; y apenas
comenzamos a escribir, ese “nosotros”, ese yo, también desaparece y se hunde,
inclinado sobre el papel, el poeta se despeña en sí mismo. Así, la creación poética es
irreductible a las ideas de ganancia y pérdida, esfuerzo y premio. Todo es ganancia en
la poesía. Todo es pérdida. Pero la presión de la moralidad burguesa hizo que los poetas
afectasen taparse las orejas ante la antigua voz del númen. El mismo Baudelaire insinúa
el elogio del trabajo: “¡él, que escribió tanto sobre los páramos de la esterilidad y los
paraísos de la pereza!” Mas el desvío de críticos y creadores no cegó el manar de la
inspiración. Y la voz poética continuó siendo un desafío y un problema.
Para explicar las diferencias entre las palabras del poeta y las del simple neurótico
habría que recurrir a una clasificación de los subconscientes: uno sería el del común de
los mortales y otro el de los artistas.
(...) En realidad, Freud transfiere la noción de finalidad a la "libido" y al "instinto", pero
omite la explicación fundamental y decisiva: ¿cuál es el sentido de esa finalidad
instintiva? La finalidad "inconsciente" no es tal finalidad, pues carece de objeto y de
sentido: es un puro aptetito, una mecánica natural. No es eso todo. La noción de fin
implica un cierto darse cuenta y un conocimiento, todo lo oscuro que se quiera, de
aquello que se pretende alcanzar. La noción de fin exige la de conciencia. El
Psicoanálisis, en todas sus ramas, ha sido hasta ahora impotente para contestar
satisfactoriamente a estas preguntas. Y aún para planteárselas correctamente.
Algo semejante puede decirse de la concepción del poeta como "vocero" o "expresión"
de la historia: ¿de qué manera las 'fuerzas históricas' se transforman en imágenes y
'dictan' al poeta sus palabras? Nadie niega la interrelación que supone todo vivir
histórico. La voz del poeta es siempre social y común, aún en el caso del mayor
hermetismo. pero, según ocurre con el psicoanálisis, no se ve claro cómo esa 'marcha
de la historia' o de la 'economía', esos 'fines históricos'-ajenos a la voluntad humana
como los 'fines' de la libido- pueden ser realmente fines sin pasar por la conciencia. Por
lo demás, nadie "está en la historia" como si ésta fuese una cosa y nosotros, frente a
ella, otra: todos somos historia y entre todos la hacemos. El poema no es el eco de la
sociedad, sino que es, al mismo tiempo, su criatura y su hacedor, según ocurre con el
resto de las actividades humanas. En fin, ni el sexo, ni el inconsciente, ni la historia son
realidades meramente externas, objetos, poderes o substancias que obran sobre
nosotros. El mundo no está fuera de nosotros; ni, en rigor, dentro. Si la inspiración es
una "voz" que el hombre oye en su propia conciencia, ¿no serlá mejor interrogar a esa
conciencia, que es la úncia que la ha escuchado y que constituye su ámbito propio?
Por eso, Novalis afirma que la unidad se rompe apenas se conquista. La contradicción
nace de la identidad en un proceso sin fin. El hombre es pluralidad y diálogo, sin cesar
acordándose y reuniéndose consigo mismo, más también sin cesar dividiéndose.
Nuestra voz es muchas voces.. Nuestras voces son una sola voz. El poeta es al mismo
tiempo, el objeto y el sujeto de la creación poética: es la oreja que escucha y la mano
que escribe lo que dicta su propia voz. “Soñar y no soñar simultáneamente: operación
del genio.” Y del mismo modo: la pasividad receptora del poeta exige una actividad en
la que se sustenta esa pasividad. Novalis expresa ésta paradoja en una frases
memorable: “La actividad es facultad de recibir”. El sueño del poeta exige, en una
capa más profunda, la vigilia; y ésta, a su vez, entraña el abandonarse al sueño.
¿En qué consiste, entonces, la creación poética?... El poeta, nos dice Novalis: "no
hace, pero hace que se pueda hacer". La sentencia es relampagueante, y
describe de modo justo el fenómeno.
Una y otra vez Novalis afirma que la poesía es algo así como religión en estado
silvestre y que la religión no es sino “poesía práctica, poesía vivida y hecha acto”. La
categoría de lo poético, por tanto, no es sino uno de los nombres de lo sagrado...
Poetizar, consiste en primer término, en nombrar. La palabra distingue la actividad
poética de cualquier otra. Poetizar es crear con palabras: hacer poemas. Lo poético no
es algo dado, que esté en el hombre desde su nacimiento, sino algo que el hombre hace
y que, recíprocamente, hace al hombre. Lo poético es una posibilidad, no una
categoría a priori ni una facultad innata. Pero es una posibilidad que nosotros
mismos nos creamos. Al nombrar, al crear con palabras, creamos eso mismo que
nombramos y que antes no existía sino como amenaza, vacío y caos.
Cuando el poeta afirma que ignora “qué es lo que va a escribir” quiere decir
que aún no sabe cómo se llama eso que su poema va a nombrar y que, hasta
que sea nombrado, sólo se presenta bajo la forma de silencio ininteligible.
Lector y poeta se crean al crear ese poema que sólo existe por ellos y para que ellos de
veras existan. De ahí que no haya estados poéticos, como no hay palabras poéticas. Lo
propio de la poesía consiste en ser una contínua creación y de éste modo
arrojarnos de nosotros mismos, desalojarnos y llevarnos hacia nuestras
posibilidades más extremas.
Ni la angustia, ni la exaltación amorosa, ni la alegría o el entusiasmo son estados
poéticos “en sí” , porque lo poético en sí, no existe. Son situaciones que, por su mismo
carácter extremo, hacen que el mundo y todo lo que nos rodea, incluyendo el muerto
lenguaje cotidiano, se derrumben. No nos queda entonces sino el silencio o la imagen. Y
esa imagen, es una creación, algo que no estaba en el sentimiento original, algo que
nosotros hemos creado para nombrar lo innombrable y decir lo indecible. Por eso todo
poema vive a expensas de su creador. Una vez escrito el poema, aquello que él era
antes del poema y que lo llevó a la creación –eso, indecible: amor, alegría, ira,
angustia, aburrimiento, nostalgia de otro estado, soledad- se ha resuelto en imagen;
ha sido nombrado y es poema, palabra transparente. Después de la creación, el
poeta se queda solo; son otros, los lectores, quienes ahora van a crearse a sí mismos al
recrear el poema. La experiencia se repite, sólo que a la inversa: la imagen se abre ante
el lector y le muestra su abismo traslúcido. El lector se inclina y se despeña. Y, al caer –
o al ascender, al penetrar por las salas de la imagen y abandonarse al fluir del poema-
se desprende de sí mismo para internarse en otro “sí mismo” hasta entonces
desconocido o ignorado. El lector, como el poeta, se vuelve imagen; algo que se
proyecta y se desprende de sí y va al encuentro de lo innombrable. En ambos casos lo
poético no es algo que está fuera, en el poema, ni dentro, en nosotros; sino algo que
hacemos y que nos hace.
Podría , pues, modificarse la sentencia de Novalis: el poema no hace, pero hace que
se pueda hacer. Y el que hace es el hombre, el creador. La conciencia del poeta no es
una caverna en donde yace lo poético como un tesoro escondido. Frente al poema
futuro, el poeta está desnudo y pobre de palabras. Antes de la creación el poeta, como
tal, no existe. Ni después es poeta gracias al poema. El poeta es una creación del
poema tanto como éste de aquél.
Todos ellos se debaten en una contradicción sin salida. Renunciar a la inspiración era
renunciar a la poesía misma, es decir, al único hecho que justificaba su presencia sobre
la tierra; afirmar su existencia era un acto incompatible con la idea que tenían de sí
mismos y del mundo. De ahí que, con frecuencia, éstos poetas rechacen y condenen al
mundo. Sin duda, desde un punto de vista moral, los ataques de Baudelaire, el desdén
de Mallarmé, las críticas de Poe poseen plena justificación: el mundo que les tocó vivir
era abominable. Mas no basta con negar o condenar el mundo; nadie puede escapar de
su mundo y esa condenación y condena son también maneras de vivirlo sin
trascenderlo, es decir, de padecerlo pasivamente. Nada más penetrante, nada más
iluminador sobre los misterios de la operación poética, sus páramos y sus paraísos, que
las descripciones de Baudelaire, Coleridge o Mallarmé. Y al mismo tiempo, nada menos
claro que las explicaciones e hipótesis con que pretenden conciliar la noción de
inspiración con la idea moderna del mundo. El contraste con los textos antiguos es
revelador. Para los poetas del pasado la inspiración era algo natural, precisamente
porque lo sobrenatural formaba parte de su mundo.
(...) Par Dante, la inspiración es un misterio sobrenatural que el poeta acepta con
recogimiento, humildad y veneración. Para Nerval es una catástrofe y un misterio que
nos provoca y reta. Un misterio que hay que develar. El tránsitio entre el "misterio por
descifrar" y "problema por resolver" es insesnsible y lo harán los sucesores de Nerval.
El Surrealismo se presenta como una radical tentativa por suprimir el duelo entre
sujeto y objeto, forma que asume para nosotros lo que llamamos “realidad”. Para los
antiguos el mundo existía con la misma plenitud que la conciencia y sus relaciones eran
claras y naturales. Para nosotros su existencia asume la forma de disputa encarnizada:
por una parte, el mundo se evapora y se convierte en imagen de la conciencia; por la
otra, la conciencia es un reflejo del mundo. La empresa surrealista es un ataque contra
el mundo moderno porque pretende suprimir la contienda entre sujeto y objeto.
Heredero del Romanticismo, se propone llevar a cabo esa tarea que Novalis asignaba
a la “lógica superior”: destruir la vieja antinomia que nos desgarra. Los románticos
niegan la realidad –cáscara fantasmal de un mundo ayer henchido de vida- en provecho
del sujeto. El Surrealismo acomete también contra el objeto. El mismo ácido que
disuelve al objeto disgrega al sujeto. No hay yo, no hay creador, sino una suerte de
fuerza poética que sopla donde quiere y produce imágenes gratuitas e inexplicables.
La poesía la podemos hacer entre todos porque el acto poético es, por naturaleza,
involuntario y se produce siempre como negación del sujeto. La misión del poeta
consiste en atraer esa fuerza poética y convertirse en un cable de alta tensión que
permita la descarga de imágenes. Sujeto y Objeto se disuelven en beneficio de la
Inspiración. El “objeto surrealista” se volatiliza: es una cama que es el océano que es
una cueva que es una ratonera que es un espejo que es la boca de Kali.
Las dificultades que han experimentado espíritus como Novalis y Breton residen
quizás en su concepción del hombre como algo dado, es decir, como dueño de una
naturaleza: la creación poética de una operación durante la cual el poeta saca o extrae
de su interior ciertas palabras. O, si sse utiliza la hipótesis contraria, del fondo del
poeta, en ciertos momentos priviliegiados, brotan las palabras.
Ahora bien, no hay tal fondo: el hombre no es una cosa y menos aún una cosa
estática, inmóvil, en cuyas profundidades yacen estrellas y serpientes, joyas y
animales viscosos. Flecha tendida rasgando siempre el aire, siempre adelante
de sí, precipitándose más allá de sí mismo, disparado, exhalado, el hombre sin
cesar avanza y cae, y a cada paso es otro y él mismo. La "otredad" está en el
hombre mismo. Desde ésta perspectiva de insesante muerte y resurrección, de
unidad que se resuelve en "otredad" para recomponerse en una nueva unidad,
acaso sea posible penetrar en el enigma de la "otra voz".
He aquí al poeta frente al papel. Es igual que tenga plan o no, que haya meditado
largamente sobre lo que va a escribir o que su conciencia esté tan vacía y en blanco
como el papel inmaculado que alternativamente lo atrae y lo repele. El acto de escribir
entraña, como primer movimiento, un desprenderse del mundo, algo así como arrojarse
al vacío. Pueden surgir entonces dos posibilidades: todo se evapora y desvanece, pierde
peso, flota y acaba por disolverse; o bien, todo se cierra y se torna agresivamente
objeto sin sentido, materia inasible e impenetrable a la luz de la significación. Es la hora
de crear de nuevo el mundo y volver a nombrar con palabras esa amenazante vaciedad
exterior. Las palabras también se han fugado. Nos rodea el silencio anterior a la
palabra.. O la otra cara del silencio: el murmullo insensato e intraducible, “the sound
and the fury”, el parloteo, el ruido que no dice nada, que sólo dice: nada!
Siempre es más allá... Las palabras no están en parte alguna, no son algo dado, algo
que nos espera. Hay que crearlas, hay que inventarlas, como cada día nos creamos y
creamos al mundo... El poeta, para ser él mismo, debe ser otro. Y lo mismo sucede con
su lenguaje: es suyo por ser de los otros. Para hacerlo de veras suyo, recurre a la
imagen, al adjetivo, al ritmo ; es decir, a todo aquello que lo hace distinto. Así, sus
palabras son suyas y no lo son. El poeta no escucha una voz extraña, su voz y sus
palabras son las extrañas: son las palabras y las voces del mundo, a las que él da
nuevo sentido. Y no sólo sus palabras y su voz son extrañas: su ser entero, es algo sin
cesar ajeno, algo que siempre está siendo otro. La palabra poética es revelación de
nuestra condición original porque por ella el hombre efectivamente se nombra “otro”; y
así él es, al mismo tiempo, éste y aquél, él mismo y el otro.
Por ser cifra instantánea y personal, todos los poemas dicen lo mismo. Revelan un
acto que sin cesar se repite: el de la incesante destrucción y creación del hombre; su
lenguaje y su mundo, el de la permanente "otredad" en que consiste ser hombre.
Mas también, por ser histórica, por ser palabra en común, cada poema dice algo
distinto y único: San Juan no dice lo mismo que Homero o Racine; cada uno alude a su
mundo. La inspiración es una manifestación de la “otredad” constitutiva del hombre. No
está adentro, en nuestro interior, ni atrás, como algo que de pronto surgiera del limbo
del pasado; sino que está, por decirlo así: adelante: es algo (o mejor: ‘alguien’) que
nos llama a ser nosotros mismos.
Los idiomas son metáforas de ese pronombre original que soy yo y los otros, mi voz y
la otra voz, todos los hombres y cad uno. La inspiración es lanzarse a ser, sí, pero
también y sobre todo es recordar y volver a ser. Volver al Ser.-