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PAISAJE PERDIDO
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Selección de cuentos de ajedrez - Club d’Escacs Sant Martí (Barcelona)
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Daniel reflexionó acerca del modo en que el ruso jugaba por ambos,
o que él jugaba por ambos, pero en cuanto observó con
detenimiento la distribución de las figuras sobre el tablero,
comprendió que había desaparecido de su ánimo el miedo expreso
e irresistible que le inspiraban los agentes de la CST. Si alguna vez
había pensado que estaba paranoico, era hora de que se despojara
de esa estúpida noción. El mecanismo que desataba la paranoia
psicótica era la aguda sensación de estar siendo observado. Pero
en este presente y en este continuo era él quien estaba
observando. Estaba atento y vigilante a los movimientos de las
piezas de ajedrez. Tomó la torre de la dama con absoluta
convicción y la colocó en la columna central, apuntando
directamente al rey de Ruslan, que no había tomado la precaución
de enrocarse y ahora no podía hacerlo.
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embastillada sobre él. El artista, Lila, tal vez, había trabajado los
materiales con plena y absoluta confianza en sus recursos
expresivos. La escena representaba a dos hombres jugando al
ajedrez al aire libre, en un día de sol brillante. Uno de ellos parecía
a punto de mover una pieza ante la mirada expectante y ansiosa del
otro, de mayor edad. El que estaba a punto de efectuar el
movimiento se hallaba sentado en la punta de la silla, inclinado
hacia adelante; el otro sostenía una pipa de brezo en la comisura de
los labios. Ambos revelaban la sana tensión del juego. Porque eso
estaban haciendo: jugaban, sólo jugaban. No lucían agobiados por
persecuciones ni aquejados por neurosis obsesivas. Posiblemente
si se les nombraban estimulantes como la reboxina o alucinógenos
como el CST fruncirían el ceño extrañados y tal vez ni siquiera
sabrían de qué se les estaba hablando. Odió a Lila, quien lo había
inducido a utilizar anfetaminas para obtener visiones aberrantes y
peligrosas. ¡Cómo si él necesitara de esas experiencias para ser
más eficaz o sexualmente más activo! Todo lo que percibía de la
realidad podía anotarse sobre un pentagrama para transformarlo en
una tibia melodía.
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