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El Arbitraje es el medio más antiguo utilizado por el hombre para dirimir pacíficamente un

litigio; que corresponde en el campo del derecho a una etapa primitiva porque viene a ser algo
así como el precursor del proceso oficial, es un instituto fuertemente influenciado por el
Derecho Público y no sólo el producto de la mera voluntad de los compromitentes, partes
obligadas por el imperio de la ley, a respetar el fallo que se dicte al final del procedimiento
arbitral.

El arbitraje es un procedimiento netamente consensual para la resolución de disputas de


naturaleza privada y mercantil, la potestad necesaria para dar efecto al carácter vinculante del
laudo yace en el derecho adjetivo de la jurisdicción competente, y en ejecución del poder
jurisdiccional de los tribunales ordinarios es que llegará a determinar si las actuaciones del
tribunal arbitral serán reconocidas o ejecutadas, o si por el contrario, sus decisiones serán
infectivas y hasta nugatorias.

. En consecuencia, el laudo arbitral no apelado o no apelable, desplegaba por sí mismo plenos


efectos de verdadera sentencia, ósea efectos de cosa juzgada y posibilidad de ser ejecutado,
sin que fuere necesario para ello su homologación o que en cualquier forma fuere dotado de
eficacia jurisdiccional por un tribunal natural; entonces la sentencias de los árbitros era
puesta en conocimiento de las partes por los mismo jueces privados, aunque luego el juez
natural de primera instancia notificaba de nuevo a las partes, este acto no era más que una
puesta en conocimiento a ellas de la recepción del laudo por él, lo que era importante para
que éstas ejercieran el recurso procedente y solicitaran el decreto de ejecución.

Durante la vigencia del Código Adjetivo de 1873, la sentencia arbitral era publicada por los
propios árbitros quienes admitían o negaban el recurso que por ante ellos mismos se
interpusiera y, una vez admitido, pasaban los autos al juez del lugar llamado a conocer
en primera instancia del negocio, para que le diera al recurso su curso ordinario. Si no se
intentaba recurso alguno, también pasaban los autos al juez oficial para que procedieran a la
ejecución del laudo.
No existía en los Códigos de 1836 y 1873 disposición alguna que ordenara la intervención
de los tribunales oficiales con el fin de homologar el laudo arbitral, a pesar de que el artículo
1817 del Código Civil podía inducir a pensar lo contrario, estableciendo “Las sentencia
arbitrales producirán hipoteca sólo desde el día en que se hayan hecho ejecutorias por
decreto de la autoridad judicial competente”, claramente atribuye, la letra de este artículo del
Código sustantivo, al juez natural la función de hacer ejecutoria la sentencia arbitral ósea de
dotarla de fuerza de cosa juzgada; se evidencian mayores inexactitudes en el Código Civil de
1880 reformado en 1896 al expresar el artículo 1857 “Las sentencias arbitrales no valen por
sí mismas, sino como transacciones de los litigantes. Toca al juez competente hacerlas
ejecutorias y mandarlas a cumplir conforme a las reglas establecidas en el Código de
Procedimiento”.
En el Código de Procedimiento Civil de 1880, la situación no varia, el laudo arbitral
adquiere cualidad de ejecutoria una vez que el compromiso arbitral quede autenticado, y es
este Código, el que establece por primera vez que la publicación del fallo arbitral la efectuará
el juez natural correspondiente y que la nulidad se hará valer por
vía de recurso contra el aludo que haya quedado ejecutoriado. Luego, esto se modifico en el
Código de Procedimiento Civil de 1916, estableciendo que el juez ante quien se consigne el
laudo junto con los respectivos autos procederá a su publicación en audiencia pública previa
citación de de las partes.
En las disposiciones contenidas en Libro Cuarto, Titulo I del Código de Procedimiento Civil,
de 1985, vigente, se estableció que el laudo se pasaría con los autos al juez, ante quien fueron
designados los árbitros y será este quien pasara a publicarlo al día siguiente de su
consignación, no pudiendo el juez natural negarse a la publicación del laudo aunque
considerase que el mismo era contrario al orden público, ya que es este acto, la publicación, el
que le permite ciertamente a los compromitentes tener conocimiento cierto de esa sentencia y
aprestarse a defenderla o atacarla, incuso frente al juez natural que la publicó, lo que permite
concluir que revestía una especial importancia, el acto de publicación, porque a partir de esa
oportunidad las partes podían enterarse de su contenido y además desde ese día comenzaban
a correr los lapsos para el ejercicio de los recursos y además una vez efectuado ese acto si
podía este funcionario, el juez, aún de oficio, decretar la nulidad del laudo si en su criterio era
manifiestamente contrario al orden público o a las buenas costumbres, haciendo uso para ello
de las facultades que le otorga la ley, es decir, que el juez natural
no puede quedar sujeto a que alguno de los compromitentes ejerza o no el recurso de nulidad
sino que en cumplimiento de lo establecido en el artículo 11 del Código de Procedimiento
Civil: “ En materia civil el juez no pude iniciar el proceso sin previa demanda de parte, pero
puede proceder de oficio cuando la ley lo autorice, o cuando en resguardo de orden público o
de las buenas costumbres, sea necesario dictar alguna providencia legal aunque no la soliciten
las partes… (omissis)” . Tanto en el Código de 1916 como en el de 1985, en las disposiciones
hoy derogadas, referidas al arbitramento, disponían que el laudo ejecutoriado era susceptible
de ejecución aunque estuviese pendiente el recurso especial de nulidad que se haya intentado
contra el mismo.
Finalmente, con la entrada en vigencia de la Ley de Arbitraje Comercial (LAC), el 7 de abril
de 1998, se concede un reconocimiento final a los contratos o convenios contentivos de
cláusulas arbitrales y del procedimiento arbitral mismo, facilita el desarrollo de dichos
procedimientos y la ejecución de los laudos emitidos, y somete a un mismo control
jurisdiccional del Estado a árbitros, procedimientos y laudos.
Un procedimiento arbitral justo le impone cumplir ciertas obligaciones jurídicas y morales
a los árbitros, a fin de asegurarles a las partes un juicio imparcial e imbricado por la garantía
constitucional del debido proceso de ley, igualdad procesal y plena oportunidad para la
defensa y explanación
de las alegaciones; todas garantías establecidas en la Constitución Nacional, cuyas
disposiciones además consideran que el sistema de justicia está conformado, de igual forma,
por los medios alternativos de justicia, demostrando el rol preponderante y de influencia
recurrente que los medios alternativos de justicia desempeñan en los presentes días.

El arbitraje se diferencia del proceso, es decir, de la actividad del juez ordinario o natural,
porque si bien en ambos existe proceso, o mejor un procedimiento, es de la esencia del
proceso o del juez ordinario el ser una institución de derecho publico que constituye una
emanación de la voluntad soberana del Estado, de lo que se deduce que obliga a las partes
independientemente de su voluntad; en cambio, el laudo arbitral obliga a las partes, porque
previamente así lo han querido, es decir, su obligación dimana solamente de un contrato.

En este punto, se hace menester dilucidar sobre si son o no los árbitros verdaderos jueces,
algunos afirman que los árbitros no son verdaderos jueces pues su poderes le son otorgados
por las partes que son los creadores de sus atribuciones y hasta de sus limitaciones y por
consiguiente su función es de carácter privado, a diferencia de la función de los jueces
naturales; otros afirman que aún cuando sean los particulares quienes los designan, los
árbitros, si son verdaderos jueces, ya que, sus derechos y obligaciones le son atribuidos
directamente por el Estado a través de
la Ley y es que el solo hecho de tener facultades decisorias vinculantes y el que deban resolver
la controversia con imparcialidad y potenciales efectos de cosa juzgada les otorga la misma
cualidad que tiene los jueces naturales. Prueba de ello es que los árbitros pueden ser objeto de
recusación como los demás funcionarios o auxiliares de justicia y así lo estable la LAC en su
Capitulo V.

El arbitraje comercial nace del acuerdo entre las partes, fuente básica, fundamental del
poder otorgado al árbitro, poder que concede poderes expresos e implícitos y que se
concatenará y complementará con los límites y potestades conferidas por la legislación de
fuente interna e internacional, este poder se expresa en el deber de un tercero juzgador, el
árbitro, emita dentro del un límite de tiempo previamente fijado por la ley, reglamento o por
las partes mismas, un laudo, un titulo por escrito, final, vinculante, expreso y dispositivo, que
resuelva todas las cuestiones, objetos, hechos y derechos sometidos por las partes al arbitraje,
sin albergar ambigüedades o vacilaciones de ningún tipo y capaz de ser sujeto a un
procedimiento de anulación, y el cual, en el caso de no ser acatado de manera voluntaria, será
ejecutado de manera forzosa, empleando los métodos de ejecución de sentencia que pautan
las disposiciones contenidas en el Titulo IV del Código de Procedimiento Civil y sus tribunales
ordinarios.
El producto del procedimiento arbitral, el laudo, es una sentencia
que obliga a las partes independientemente de la voluntad de ellas, representa una
preparación del material lógico necesario para que el juez ordinario con un acto de voluntad
suyo afirme la voluntad de la ley siendo este acto jurisdiccional la verdadera sentencia, y así
puede ser susceptible de ejecución forzosa, pero no por los propios árbitros que la dicten sino
por el juez ordinario, quien debe brindar apoyo a la actividad jurisdiccional a los árbitros,
incluso cuando se requiera durante el arbitraje; el árbitro, puede dirigirse a un tribunal
natural o a otra autoridad pública exigiéndole la realización de algunas actuaciones de su
competencia y así está ejerciendo el poder o función jurisdiccional y podrán ejercer
coercitivamente algunas funciones como realizar inspecciones oculares, en presencia de
ambas partes, entre otras, siempre que no se trate de actos de ejecución, ni del cumplimiento
de órdenes o de decretos que requieran el poder o la jurisdicción ejecutiva de que carecen los
jueces privados o árbitros.
En Venezuela no existe duda sobre la actividad o función jurisdiccional que desempeñan
los árbitros durante la sustanciación del arbitraje y que el laudo tiene cualidad jurisdiccional
per se, es decir, que es una verdadera sentencia, ya que reviste ciertas características
especiales en cuanto a la realización directa de determinados actos por partes de los árbitros,
no sólo respecto de la ejecución del laudo sino también en cuanto a la sustanciación
del arbitraje, siempre con algunas limitaciones lógicas en razón de que la coercibilidad, ya
que, ésta sólo puede y debe estar en manos del Estado,
La doctrina ha considerado que la sentencia arbitral válida como sentencia por sí misma,
sin necesidad de otros actos que la aprueben o que la doten de eficacia jurisdiccional, es una
manifestación de voluntad del Estado y sus efectos jurídicos en nada se diferencian del fallo
pronunciado por los jueces oficiales, es una prolongación de la actividad jurisdiccional y
alcanza, como toda sentencia la autoridad de cosas juzga; las partes renuncian en el
compromiso al conocimiento de su controversia por la autoridad judicial, es decir, por sus
jueces naturales; pero no a la solución justa del conflicto de intereses que ella supone, lo que
hacen es sustituir un órgano por otro.
Sin embargo, de mediar una disputa futura entre las partes del arbitraje comercial acaecido
y que resultó en la emisión del un laudo final vinculante entre ellas, salvo pacto especial al
contrario, dicho laudo no creará un precedente judicial con efecto de cosa juzgada material ni
formal entre las partes arbitrales litigantes. Con respecto al efecto sobre terceros en el
proceso arbitral, un tribunal de arbitramiento no tiene la jurisdicción necesaria para proferir
un laudo que afecte los intereses jurídicos actuales de una persona que no haya sido parte del
convenio arbitral y aún menos, del proceso levado a cabo entre las partes.

Actualmente en la normativa nacional, la ley procesal patria en absoluto señala que la


publicación del laudo cumpla la función de concederle ese carácter de sentencia, en definitiva
representa una autorización de índole convencional para la ejecución forzosa de un laudo
emitido por el panel correspondiente, el laudo, es un documento, realizado por el tribunal
arbitral, que debe bastarse a sí mismo; del mismo modo que un juez el árbitro debe hacer
referencia a todos los hechos y normas jurídicas sometidas a su consideración, pues si falla en
este aspecto, fallará en su labor arbitral y dará lugar a la emisión de un laudo incompleto,
capaz de llegar a ser anulado por la jurisdicción ordinaria.
El nivel dispositivo del laudo, permite actos de corrección e interpretación acometidos
sobre el texto emitido por el panel en su determinación por escrito, y es que el laudo aunque
debe ser en sí autosuficiente en su texto palmario, siendo la expresión lógica del silogismo
judicial, su texto no debe generar dudas sobre lo transado en juicio, de modo que permita de
inmediato su ejecución voluntaria y apoyar, de ser el caso, su circulación internacional, ya que,
los tribunales de la mayoría de los países civilizados terminarán por ejecutar judicialmente tal
laudo, en el caso de que una de las partes no desee darle el cumplimiento voluntario.
De igual forma, un laudo, vinculante y ejecutable supone una acción de cumplimiento, ya
sea voluntaria, donde sin la intervención
judicial, la parte cumplirá sus prestaciones correspondientes que le ordena el laudo ejecutivo;
o una acción de cumplimiento forzosa, en donde el tribunal ordinario ejecutará aquella
función jurisdiccional, la cual escapa al poder limitado del panel o tribunal arbitral, y que debe
ser solicitada por la parte interesada, es de suponer que la parte gananciosa de un arbitraje
comercial espera, la más de las veces, llegar a ver su laudo ejecutado sin dilación alguna, y es
que, el arbitraje comercial supone un método alternativo de justicia donde se llega a una
decisión vinculante entre las partes y donde existe un consenso expreso de que el laudo será
ejecutado por las partes sin mediar retraso.
El reconocimiento y la ejecución de un laudo arbitral suponen la ejecución del fallo emitido
por el panel; ambas figuras suponen una dicotomía en cuanto al laudo que es llevado según el
derecho interno o el que sea llevado a cabo según una decisión o sentencia arbitral extranjera.
Si bien el laudo que aquí recibe el nombre de derecho interno espera ejecución voluntaria de
las partes, podrá ser el mismo objeto de una ejecución forzosa por parte del tribunal
ordinario, tal y como se tratará de otra sentencia emanada de cuerpo judicial ordinario en fase
de ejecución de sentencia. Por su parte el laudo, decisión o sentencia arbitral extranjera tiende
a ser más compleja, procesalmente hablando, pues supone la interpretación necesaria de las
fuentes de derecho internacional suscritas
por la República y la propia ley de arbitraje comercial.
El reconocimiento del laudo le da el efecto de cosa juzgada e introduce un elemento
disuasivo o de defensa frente a una parte, la parte perdidosa del proceso contencioso arbitral,
quien no desea reconocer ese efecto de cosa juzgada que produjo la sentencia arbitral
extranjera, lo que conlleva a que el Estado por medio de su órgano adjetivo ejecutivo
competente, el tribunal ordinario, examine los efectos legales de un laudo, bien sea emitido en
el territorio nacional o en el extranjero, siendo otra actuación distinta, sucesiva en el tiempo,
de ser el caso, la ejecución posterior del laudo.
La ejecución arbitral, sea voluntaria o forzosa, es la ejecución sobre los bienes habidos y
por haber de la parte perdidosa en sede arbitral. El tribunal ordinario procederá a ejecutar el
laudo interno o extranjero, pues se reconoce de antemano, su validez como titulo ejecutivo de
cumplimiento obligatorio interpartes, de allí que sea posible sin cumplir procedimiento de
exequátur alguno, para el supuesto de los laudos arbitrales extranjeros.
El lugar del reconocimiento y ejecución del laudo extranjero no depende directamente de
las partes sino del lugar donde se hallen o existan bienes materiales de la parte perdidosa
sujeta a una ejecución judicial. Así pues, el laudo extranjero puede llegar a ser reconocido sin
ser ejecutado y más bien si es ejecutado es que ha llegado a ser reconocido.
En
conclusión, no aparece esclarecido en la Ley especial sobre la materia, el procedimiento a
seguir, por las partes y los jueces privados por ellos elegidos, los árbitros, en el caso de que la
parte perdidosa se niegue a dar cumplimiento voluntario a la decisión final; y es que sólo se
alcanzaran los objetivos finalistas del arbitraje comercial si el laudo una vez emitido por el
panel, llega a ser ejecutado, comunicadas que hayan sido las partes de la decisión del tribunal;
y que en principio el laudo no pueda ser enervado por un proceso de nulidad, en el caso de los
laudos nacionales o internos, o por medio de los procedimientos de denegación de
reconocimiento y ejecución, en caso de un laudo arbitral extranjero.

BIBLIOGRAFÍA

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