Sie sind auf Seite 1von 9

Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Filosofía
Seminario de énfasis: Gesto, cuidado y responsabilidad
31 de marzo de 2017
Miguel Camilo Pineda Casas

LA CIVILIZACIÓN DEL ABURRIMIENTO

Jan Patočka nos ofrece adentrarnos en una tentadora pregunta sobre la civilización técnica y
su probable estado de decadencia. Sin embargo, aunque tentador, resolver esta pregunta exige
tener en cuenta diferentes ámbitos de lo humano y su riguroso ensamblaje, lo cual dificulta
el análisis y la comprensión de la pregunta. En el presente escrito intento abordar las
características generales de la civilización técnica, la definición general de decadencia y su
relación con todos sus elementos circundantes, para finalmente, en todo ese denso entramado
de elementos, llegar a concluir si la civilización técnica es o no es decadente.

Los siglos XIX y XX se caracterizaron por el auge de la industrialización. Los


avanzados procesos industriales llevaron al hombre moderno a abrirse mucho más al mundo,
a explorar y ampliar los límites del mismo dominando cada vez más a la naturaleza. “El
hombre de la época industrial es incomparablemente más moderno que el de las épocas
precedentes, dispone de un almacenamiento de fuerzas mucho mayor” (Patočka, 117, énfasis
añadido). Al explorar y sobrepasar los límites del mundo ya no se conforma con que está a
su vista, o en general a sus sentidos de manera inmediata, el hombre quedó abierto al universo
de lo micro y de lo macro. Se desarrollaron ciencias de lo invisible como los rayos ultravioleta
o infrarrojos y del mundo subatómico, como de igual manera se llegó a caminar sobre la luna
y descubrir nuevos horizontes posibles para la ciencia. El crecimiento del conocimiento por
la ampliación de esquemas generó que se le hiciera más presión a la naturaleza con el énfasis
de cada vez dominarla a un más, es decir, tener más poder sobre ella y poder encasillarla
mejor en sistemas de conocimiento. Ahora bien, esta civilización no sólo ha inspirado al
surgimiento de nuevas ciencias por su afán de conocimiento, sino que nuevas corrientes
científicas han surgido debido a la reflexión sobre la civilización misma y los peligros que
acarrea, tal es el caso de la sociología, por ejemplo.

Página 1 de 9
Hasta aquí hemos visto en nociones muy generales las características principales de la
civilización técnica, así que podemos enunciar la definición de decadencia para
encaminarnos hacia la respuesta de nuestra pregunta.

“Es decadente una vida a la que se le escapa el nervio íntimo de su


funcionamiento, una vida alterada en su más propio fondo de tal modo que,
creyéndose llena de vida, en realidad se vacía y se mutila a cada paso. Es
decadente una sociedad cuyo funcionamiento lleva a semejante vida,
abatida por el golpe de aquello cuya naturaleza no es la del ser del
hombre.” (Patočka, 119, énfasis añadido)

En la esta definición resalta la naturaleza del hombre, la cual se ocupa de un problema


fundamental: vivir de un modo humanamente auténtico en las posibilidades que muestra la
historia. De nuevo se nos presentan dos aspectos tanto fundamentales, como problemáticos:
lo auténtico, y la historia; ambos aspectos los trataremos con mayor detenimiento más
adelante, pero que por ahora van introduciendo la responsabilidad. El hombre debe hacerse
responsable de su existencia, esto quiere decir que debe tomarse como lo que es
verdaderamente, como propio, no distinto de sí, como sí le son las cosas, sino que su
existencia le corresponde y le compete de tal modo que debe hacerse cargo de ella atendiendo
hacia sí mismo, lo que es, su relación consigo mismo y posteriormente con las cosas. Sin
embargo, esta responsabilidad parecer ser demasiado alta para él, así que para parecer otro,
poner distancia consigo mismo, el hombre se aliena respecto de sí. Alienación la
entenderemos como una pérdida de identidad, una especie de alivio de esta carga, tal vez no
como una huida, pero sí una disminución de ella que no se da naturalmente, sino que es el
resultado de un acto determinado.

Ahora bien, para introducirnos en la relación autenticidad-inautenticidad debemos


tener en cuenta que su significado se entrelaza con otras relaciones, a saber: lo cotidiano y lo
excepcional, y lo sagrado y lo profano. En primera instancia, la vida auténtica es realizable
en la medida en que nos identificamos con su peso, el ser auténtico es en dejar que todo sea
como es, no desnaturalizar nada; mientras que la vida inauténtica es aquella que toma el
camino del alivio, de la huida a la responsabilidad sobre la existencia misma. En todo caso,

Página 2 de 9
no podemos dejar de interesarnos y preocuparnos de nuestra existencia y nuestra
responsabilidad, o bien la asumamos, o bien huyamos de ella.

Con todo, la relación entre auténtico e inauténtico se vincula a la relación entre lo


cotidiano y lo extraordinario. Lo extraordinario nos abre a la fiesta, a lo poco común, a lo
demoniaco, a la expresión de todas las pasiones; esto no se constituye como huida, no
estamos buscando escapar de nuestra responsabilidad por medio de la fiesta, sino que esta
nos toma por sorpresa, es algo que no es del dominio de las cosas, no está bajo nuestro poder
encontrarnos de repente en un estado de euforia que nos libera de lo cotidiano.

“Experimentamos el mundo como la esfera no sólo de lo que dominamos,


sino también de lo que se abre a nosotros solamente y que por ello, en tanto
que experiencia (de lo erótico, de lo sexual, de lo demoniaco, del terror
sagrado), se difunde a través de toda nuestra vida y la transforma.”
(Patočka, 121)

En ese caso me atrevería a decir que lo extraordinario es un matiz de la responsabilidad y de


la vida auténtica, se puede ser auténtico y experimentar lo extraordinario que de cierta manera
se constituiría como responsabilidad de mi existencia. Por otro lado, la relación cotidiano-
extraordinario nos permite dar el paso hacia la relación sagrado-profano. Pues el ámbito de
la fiesta se relaciona con lo sagrado, aquello que merece ser celebrado, que está fuera de la
cotidianidad, entonces, hay una ruptura de nivel entre lo sagrado y lo cotidiano. Si bien lo
extraordinario se relaciona con lo sagrado, lo profano corresponde al dominio del trabajo, a
lo cotidiano que va llevando a la vida inauténtica, lo que de alguna manera nos distrae de
nuestra existencia.

Podríamos decir que los humanos reconocemos habernos librado de cierta manera de
lo cotidiano, pero eso no necesariamente es habernos hecho cargo de nuestro propio ser, de
haber llegado propiamente a lo que se denomina como yo. El yo se constituye como un punto
medio, no es la renuncia absoluta a lo cotidiano, pero tampoco perdernos en lo sagrado, es
vivir plenamente toda oposición de modo responsable. El yo se da en la historia, siendo la
historia

Página 3 de 9
“Un levantarse del estado de decadencia a partir del momento en que el
hombre comprende que su vida ha sido hasta entonces una vida en
decadencia y que existen otra u otras posibilidades de vida distintas de, por
una parte, abrumarse a fin de llenarse el vientre en la miseria, en un estado
de necesidad que las técnicas humanas trabajan industriosamente por
remediar y, por otra, los momentos orgiásticos privados y públicos, la
sexualidad, el culto.” (Patočka, 125)

Entonces, la historia se constituye como un lugar en el que se cura el alma, en el que se puede
encontrar el equilibrio. De ahí que podamos ver a lo largo de ella numerosos intentos por
salir de la decadencia como lo son la poesía y la filosofía griega.

La filosofía griega, en particular la filosofía platónica, es una filosofía del alma que
conduce la mirada hacia el ente auténtico; aquel que tiene carácter trascendente, con
tendencia a ser inmutable, que domina la opinión pasajera, que resiste a los asaltos que
golpean el alma, un ser que con su trascendencia expresa la superación espiritual de la
cotidianidad. De este pensamiento se deriva la tendencia a ir hacia el Sol –haciendo alusión
al mito de la caverna-, al Bien, que consistiría en subordinar lo orgiástico a la responsabilidad.
Entonces, la búsqueda del Bien se presenta como un diálogo del alma con ella misma, así la
filosofía platónica con la inmortalidad del alma es el ejercicio que ha hecho el alma misma
para liberarse de la cotidianidad, de la caverna, y puede elevarse hacia lo orgiástico apelando
a la dimensión de lo sagrado, la cual no se comprende en la caverna, sino que es necesario
salir de ella bajo en ejercicio riguroso y disciplinado.

Así las cosas, la filosofía se puede comprender como un prepararse para la muerte, pues
se no huye de ella, dado que el cuidado del alma es necesariamente cuidado de la muerte y
por eso mismo se convierte en cuidado de la vida. Es decir, la salida de la caverna, de lo
cotidiano, de lo profano, implica una liberación, un acto libre del alma que escoge su destino
y atiende hacia el Bien, hacia lo sagrado, lo que envuelve de cierta manera la muerte. En
suma, el hombre responsable es aquel que se configura como un yo, que al afrontarse con la
muerte y la nada toma de sí y sobre sí aquello que le es irremplazable, su propia existencia.
Entonces, la superación de lo cotidiano toma forma del cuidado del alma.

Página 4 de 9
“La idea de que el alma es de una naturaleza totalmente inconmensurable
respecto de cualquier ente objetivo, de que esta naturaleza se aligada al
cuidado que tiene de su propio ser, en el que, a diferencia de todos los demás
seres, está infinitamente interesada, y de que es de ahí de donde procede
esencialmente la responsabilidad, es decir, la posibilidad de escoger y la
posibilidad de elegir y, en esta elección, de acudir a sí misma; la idea de
que el alma no es algo presente de antemano, sino únicamente en el último
lugar, que es por todo su ser algo histórico y que sólo así escapa a la
decadencia”. (Patočka, 130)

Sin embargo, la civilización técnica ha olvidado el cuidado del alma, se ha centrado en lo


cotidiano, en el trabajo, en el poder, no en la responsabilidad de su propia existencia.

El olvido del alma siguió el curso de la modernización en la historia. El proceso de


modernización fue cambiando al sujeto hacia un ente trabajador que se mide por sus bienes
y su capacidad de producción; este cambio de sujeto fue acompañado por el cambio de
percepciones políticas, se cambió la jerarquización de la Edad Media, por los modelos de
democracia de la civilización moderna. Entonces, el nuevo ciudadano se erige como ente
trabajador, portador de nueva potencialidad productiva y de poderío, lo cual lleva a la
ideología de que el hombre no solo está en el mundo para contemplarlo, sino para actuar en
él. Al mismo tiempo, con la evolución de la industria, las relaciones del trabajo, las formas
políticas y el nuevo sujeto, surge un nuevo tipo de racionalismo; uno que, estando orientado
hacia el exterior, quiere dominar las cosas, pero termina siendo dominado por ellas. Todo
esto lleva al apartamiento de la naturaleza; esta ya no es el lugar que el hombre habita, sino
un objeto más del mundo que está a su disposición y servicio.

El apartamiento de la naturaleza, su casi completa esquematización en sistemas


científicos y la rápida industrialización del mundo han generado demasiados problemas. El
agotamiento de recursos naturales y el fuerte deterioro que está sufriendo la naturaleza genera
una especie de círculo vicioso: pensamos que podemos solucionar este problema por medio
de nuestra técnica, pero para implementarla debemos seguir explotando la naturaleza aún con
pretensiones de salvarla. Nos hemos olvidado de nuestro origen y nuestros intentos por salir
de la decadencia, de ahí que ya no se exalte al filósofo, al poeta, o al artista como hombres,

Página 5 de 9
que bien podrían ser héroes, para liberarnos de la decadencia. Hay más ingenieros y
científicos, cada vez se reconoce más su labor, la que olvidó la salida de la decadencia pero
pretende, y de cierta manera alcanza, el dominio del universo, la exigencia de serlo todo.

El hombre moderno, por no decir industrializado, cree tener en él el poder que antes
correspondía a Dios, el poder de crear, de tener una verdad, al menos científica, para todo.
Esta creencia de poderío y creación se fundamentan nada más que en la técnica que le permite
al hombre crear desde lo que ha descubierto soluciones para la vida cotidiana, usa los medios
para facilitar la vida y aumentar los bienes. Esta vida poco a poco se vuelve aburrida, el
aburrimiento se constituye como un estatuto ontológico de la humanidad que vive inmersa y
esclava de lo cotidiano. El aburrimiento es un problema que aunque resulta evidente,
ignoramos a menudo y que por más que quisiéramos no podemos tratar. La ciencia no puede
contrarrestar el aburrimiento, de hecho podría alimentarlo. Ya nada sorprende al hombre
industrializado, podemos descubrir siete exoplanetas y la exaltación no alcanza ni de lejos el
lanzamiento de un nuevo aparato tecnológico.

La salida del aburrimiento parece ser entonces algo que rompa todos los esquemas, una
revolución empujada por el entusiasmo que algo nuevo, de algo novedoso, de algo festivo.
Sin embargo, el peligro de caer en lo orgiástico es inminente, este entusiasmo puede ser tan
descontrolado y desenfrenado como lo ha sido nuestra vida en el aburrimiento, en ese sentido
el entusiasmo tiene mucho de orgiástico. El aburrimiento acumulado en la civilización, en la
vida humana, funciona como un resorte, que al liberarse lo hará con toda la fuerza y energía
acumulada que tiene dentro de nosotros. En la historia hemos visto como el entusiasmo,
aunque muy bueno en principio, termina por lo general con consecuencias devastadoras. La
revolución francesa, por ejemplo, representó todo el entusiasmos de la liberación de una
forma política, tras ella se formularon los derechos del hombre, pero fue seguida por el
régimen del terror con actos devastadores.

El entusiasmo parece concretarse en forma de luchas sociales, de ahí que veamos en


estos últimos siglos la lucha por los derechos de las mujeres, la lucha del cuerpo, de la vida
misma. En el caso del Siglo XX, la guerra se convierte en la revolución de la cotidianidad,
pero que en el fondo tiene el sello de la civilización moderna, de las pretensiones de la
cotidianidad, dominarlo todo, invadir, convertirse en todo. Por supuesto no podemos decir
Página 6 de 9
que la guerra es algo cotidiano, al menos no ha alcanzado el dominio de todo, pero sí se llega
a cotidianizar, a no sorprendernos, como lo es ahora el caso de Siria y lo que fue por mucho
tiempo el conflicto interno colombiano.

Retomando, el problema de lo humano ha sido la superación de lo cotidiano y lo


orgiástico, encontrar el equilibrio entre estas dos, hacerse responsable de sí mismo. Pero
como esta responsabilidad parecer ser tediosa, el hombre ha decidido huir, hacerse ajeno a sí
mismo y vagar fuera de él y del lugar que le pertenece. El hombre es, entonces, sin hogar, no
pertenece ni a sí mismo, ni a su lugar en el mundo. El hogar en términos modernos es el lugar
donde se acumulan las riquezas adquiridas con el trabajo y el espacio para dormir e ir al día
siguiente a trabajar para acumular más bienes. El trabajo se constituye, entonces, como una
liberación del hombre, una falsa liberación, que le permite hacerse cargo de todas las otras
cosas menos de sí mismo, además de fortalecer el proceso de industrialización.

El hombre ya no tiene una relación con el mundo, dejó de pisar tierra firme mucho
antes de que se pisara la luna. No se tiene cálculos para lo que hace por sí mismo, calcula y
domina la naturaleza.

“Con con ello ha renunciado al mismo tiempo a sí mismo, a su posición


específica en el universo, posición consistente en que es el único entre las
criaturas vivas que conocemos que se refiere al ser, que es en esa referencia.
El ser deja de ser un problema desde el momento en que todo lo que se halla
al descubierto en un absurdo cuantificable.” (Patočka, 138)

El hombre ha dejado de ser referencia del ser, ahora es una fuerza más poderosa. En nuestra
caracterización del hombre moderno1 resaltamos su almacenamiento de fuerzas mucho
mayor que la del hombre anterior. El hombre se ha convertido en un gran acumulador de
fuerzas que explota para poder existir, pero que por eso mismo, se halla de igual modo
cuantificado, sometido a sus propias fuerzas. Así las cosas, si comprendemos al ser como lo
que es de una vez por todas, desde siempre y para siempre, que reina sobre todo y que soporta

1
“El hombre de la época industrial es incomparablemente más moderno que el de las épocas precedentes,
dispone de un almacenamiento de fuerzas mucho mayor” (Patocka, 117, énfasis añadido). En este texto la
referencia se encuentra en la página 1.

Página 7 de 9
todo en tanto que las cosas dependen de él, la fuerza es para la comprensión actual el nuevo
ser, el ente supremo que crea y destruye todo, al que todo y todos sirven. La fuerza, entonces,
es el todo lo real, tanto en su acumulación en lo cotidiano, como su liberación en el
entusiasmo.

Finalmente, con todos los elementos que hemos construido anteriormente, podemos
responder a la pregunta por la decadencia de la civilización técnica. Como toda respuesta
filosófica no es exacta ni absoluta. La civilización técnica es decadente, sí, pero con matices,
es decir: sí, pero no. La civilización técnica no ha resuelto el problema de vivir
auténticamente. Es cierto que no facilita la relación del hombre consigo mismo para poder
resolver a su pregunta, de hecho podría decirse que no está entre sus planes o su conveniencia
permitir que el hombre se haga cargo de sí mismo, pues “sus conceptos nivelan, deshabitúan
del pensamiento en el sentido profundo e inicial del término” (Patočka, 140), la civilización
técnica es la civilización del aburrimiento, del hombre alienado extraño de sí mismo. Ya no
hay espacio para el cuidado del alma, la secularización aleja cada vez más al hombre de lo
sagrado, ese ámbito que antes era público en forma de culto es ahora cada vez más privado.
Tampoco se permite en esta civilización el pensar filosófico, la poesía o el arte como formas
de salida a la decadencia, porque si no produce bienes o riqueza, no sirve.

Tenemos que decir también que los fenómenos de decadencia nos han llegado por
herencia, no es que la civilización técnica sea decadente de suyo, sino que compila en ella
las épocas precedentes con todos sus problemas sin resolver. La civilización técnica pecó por
ciega y recibir sin queja los problemas de épocas anteriores, pero peca también en tanto que
tampoco ha intentado resolverlos con miras a salir de la decadencia, al contrario, parecería
que está generando todavía más problemas y llevando al hombre cada vez más al fondo de la
decadencia. Sin embargo, la pregunta fundamental es la de la historia como lugar en el que
se cura el alma; esta pregunta no puede ser resuelta, ni siquiera con la ciencia actual. El
peligro de la civilización técnica está en que tanta ciencia distraiga el asunto de fondo de la
pregunta por la historia, lo cual, lejos de llevarnos a la salida de la decadencia, nos hundiría
más en ella. Entonces, el problema no es tanto la civilización, el problema es la historia y la
atención que se le preste a sus requerimientos, el verdadero problema es si el hombre
histórico quiere reconocer la historia y en ella hacerse responsable de sí mismo.

Página 8 de 9
Referencias bibliográficas

Patočka, Jan. “Sobre si la civilización técnica es una civilización en decadencia y por qué”. En
Ensayos heréticos sobre filosofía de la historia, por Jan Patočka, trad. Alberto Clavería, 117 –
142. Barcelona: Ediciones península, 1998.

Página 9 de 9

Das könnte Ihnen auch gefallen