Sie sind auf Seite 1von 5

QUÉ ES UN YO FUERTE Y POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL DESARROLLARLO, SEGÚN SIGMUND FREUD

¿BATALLAS PARA DEJAR MALOS HÁBITOS? ¿TE CUESTA TENER LA DETERMINACIÓN PARA
LLEVAR A CABO TUS DECISIONES? ESTO ES MÁS COMÚN DE LO QUE CREES. DE HECHO, SEGÚN
FREUD, ES PARTE INEVITABLE DE LA CONDICIÓN HUMANA

Hasta cierto punto, un elemento inevitable de la condición humana es la dificultad del


individuo para hacer lo que desea. Esta expresión presenta ya por sí misma cierta complejidad,
pues, paradójicamente, la mayoría de las personas viven en un estado de ignorancia respecto
de su propio deseo. "No sé lo que quiero" es una frase o un pensamiento que se repite más de
lo que creeríamos entre personas de todo tipo y en las circunstancias más diversas: en relación
con el trabajo, con la "elección" de pareja, con la manera de conducir la vida, etc. ¿Cómo
puede entonces el sujeto hacer lo que desea si, de inicio, desconoce su propio deseo?

Ambos problemas, sin embargo, están ligados por una realidad en común: la realidad psíquica.
La ignorancia parcial de lo que el sujeto desea y la dificultad para realizar el deseo encuentran
una posible convergencia en un fenómeno que Sigmund Freud denominó un "yo fuerte".

Entre otros lugares, dicha idea aparece en Esquema del psicoanálisis, una de las últimas obras
que Freud redactó y que, de hecho, dejó inconclusa. Freud comenzó a escribir el Esquema en
1938, cuando tenía 82 años de edad y recién había llegado a Londres, huyendo del régimen
nazi; cuentan sus biógrafos que también en esa época pasó por una cirugía extremadamente
delicada. Con todo, ninguna de estas circunstancias le impidió iniciar y casi terminar una suerte
de epílogo brillante a su trayectoria intelectual, pues como afirman los editores y estudiosos
de la obra de Freud, el Esquema del psicoanálisis es una obra que expone con claridad y
precisión las ideas fundamentales, las hipótesis y los caminos posibles de una disciplina que al
médico vienés le tomó toda su vida establecer y consolidar.

Ahí, con esa misma lucidez, Freud habla del “yo fuerte” como el yo que es capaz de
sobreponerse a las exigencias del ello y del superyó. Recordemos brevemente que, en el
entendimiento del aparato psíquico humano desarrollado por Freud, éste se encuentra
dividido en tres instancias:

El ello, que corresponde a las necesidades más elementales de la vida (el hambre, la sed, la
necesidad de defecar, el deseo de satisfacción sexual, etcétera).

El superyó, formado a través del desarrollo cultural y civilizatorio estrictamente humano y que,
en términos generales, tiene como función acotar los impulsos naturales (de ahí que se le
identifique con las reglas, las normas, las leyes sociales, la moral, la religión, etcétera).

El yo, que con cierta lasitud podríamos identificar con aquello en lo que pensamos cuando nos
pensamos a nosotros mismos; la identidad, el sentido del yo, la imagen que tenemos de lo que
somos: eso es el yo.

En este esquema podemos entrever ya la situación un tanto adversa que la existencia humana
supone para el individuo que desarrolla un sentido del yo. En su propio interior conviven dos
fuerzas contradictorias entre sí, cuando no excluyentes.
Por un lado, el ello, que lo único que busca es satisfacer las necesidades propias de la vida,
urgente, irracionalmente, sin preocuparse de nada, sin mirar nada en el horizonte más que la
necesidad y la posibilidad de satisfacción. "El ello no conoce ni el mañana ni la angustia", dice
Freud en otra página del Esquema del psicoanálisis.

Por otro lado, el superyó, que para el yo significa el cálculo de las posibilidades de dicha
satisfacción. Un cálculo que en términos civilizatorios está ligado indeleblemente a la
represión. En buena medida, el desarrollo cultural humano no puede entenderse sin ese
aparato complejo que nos permite concebir el aplazamiento de una satisfacción, la
ponderación de ésta con respecto los recursos disponibles (materiales, temporales, etc.) o
respecto de un objetivo ulterior, más amplio o más importante (una ley, por ejemplo, acota el
comportamiento individual en aras del bienestar de la comunidad).

En este contexto, es totalmente justificado y hasta común que una persona se sienta
"dividida", "fragmentada", que sienta cómo dos fuerzas opuestas tiran de ella o de su deseo
sin que su sentido del yo parezca capaz de conciliarlas, de llegar a un acuerdo con esas fuerzas
o incluso de sobreponerse a ellas.

Esa es la idea de un "yo fuerte" a la que Freud alude a lo largo del Esquema del psicoanálisis.
Un yo que no se encuentre a merced ni del ello ni del superyó, de las necesidades o de la
represión, sino más bien un yo capaz de navegar entre ambos, de tener conciencia tanto de las
necesidades propias de la vida como de las limitaciones que impone el desarrollo cultural
humano, pero que no se sienta sobrepasado ni por unas ni por otras, sino más bien que salga
avante y, más todavía, que en ese marco sea suficientemente desinhibido como para hacer lo
que desea.

La tarea, como decíamos, no es sencilla, tanto por las condiciones mismas del aparato psíquico
que hemos expuesto como por otras circunstancias que Freud señala también en el Esquema
del psicoanálisis.

En el apartado "Una muestra del trabajo psicoanalítico", Freud habla de al menos tres
dificultades que el individuo enfrenta para desarrollar un "yo fuerte" en relación con los
procesos que debe encarar durante la infancia para volverse parte del género humano.

El desafío de la civilización

"El pequeño primitivo debe devenir en pocos años una criatura civilizada, recorrer, en
abreviación casi ominosa, un tramo enormemente largo del desarrollo de la cultura", escribe
Freud.

El "pequeño primitivo" es el niño o la niña. El término puede parecer un tanto cómico pero no
por ello menos preciso: la cría del ser humano es, en efecto, más primitiva que civilizada, más
cercana a los instintos y la naturaleza animal que a la racionalidad y la conciencia. Con todo,
como señala Freud, ese pequeño ser debe asumir en cuestión de años un proceso civilizatorio
que al género humano le tomó milenios desarrollar, y varios siglos más en sus prácticas más
recientes.
De lo más trivial a lo más admirable, de lo más simple a lo más elaborado, el niño, para formar
parte de la comunidad humana, debe aprender lo mismo la escritura que el uso del tenedor,
los códigos legales y los códigos de vestimenta, el uso de las herramientas y la tecnología, las
maneras de entablar una relación con otros, etc. Y todo antes de los 5 o 6 años de edad.

Quien desee adquirir cierta perspectiva de lo que está implícito en prácticas tan
aparentemente sencillas como limpiarse la nariz, entre otras, puede consultar la obra El
proceso de la civilización, de Norbert Elías. Ese proceso al cual se somete al niño no es, en
modo alguno, simple.

El largo período de dependencia infantil

Otra razón con la que Freud explica la dificultad de desarrollar un "yo fuerte" es la duración
prolongada que en el ser humano tiene la infancia. Y no sólo eso. También la condición de
dependencia hacia otros que implica esta etapa.

A diferencia de otros animales, el ser humano nace desvalido y frágil, en cierta forma aún no
desarrollado completamente, en particular por lo que respecta a sus cualidades motrices y
cognitivas. De ahí que necesite de otros para sobrevivir (nada más y nada menos), relación que
a su vez se extiende a lo largo de varios años.

Entre otros efectos, de entrada podemos notar el hábito de la dependencia que se asienta
durante ese período y que después dificulta al yo sostenerse por sí mismo, andar por sí mismo,
tomar sus decisiones, vivir su vida.

De nueva cuenta, salir de esa relación de dependencia tampoco es sencillo.

El sistema de prohibiciones y castigos

El proceso mencionado anteriormente ocurre en un marco en donde la prohibición y el castigo


son prácticas comunes y, cabría decir, probablemente imprescindibles. Si bien ciertos
pedagogos, psicólogos y teóricos de la educación han reflexionado sobre la posibilidad de
educar desde la libertad (Erich Fromm o Paulo Freire, por ejemplo, entre otros), lo cierto es
que la educación se ha basado históricamente en la represión de los impulsos naturales del
niño, en el castigo a sus conductas, en la amenaza, la coerción, la imposición de la figura de
autoridad, etc. Hasta la fecha, el ser humano no ha encontrado otra forma de formar a sus
nuevas generaciones.

En ese marco, ¿cómo no esperar que dichas prácticas dejen una huella profunda en el sentido
del yo? ¿Cómo no esperar que un yo formado en el miedo y la amenaza no crezca creyendo
que la vida en general se desarrolla en un entorno con esas mismas características?

La inhibición del yo es, hasta cierto punto, una consecuencia lógica de este tipo de formación
del individuo.
La figura de autoridad que también es figura de amor

Este es sin duda uno de los elementos más delicados en relación con el desarrollo de un yo
fuerte. Lo situamos inmediatamente después del punto anterior aunque en el Esquema del
psicoanálisis Freud lo expone en el apartado "Los progresos teóricos". En este texto, sin
embargo, guarda coherencia con el sistema de represiones que acabamos de mencionar.

Si la represión tiene implicaciones importantes en el desarrollo psicológico del ser humano y


para el yo es tan difícil sobreponerse a sus efectos, en buena medida es porque la figura que se
encarga de administrarla es en casi todos los casos también una figura tanto de supervivencia
(en un primer momento) como de afecto. Es, por un lado, el Amo de quien el sujeto cree que
puede determinar en cualquier momento su muerte (según explica Alexandre Kojève en su
lectura de la "dialéctica del amo y el esclavo" de Hegel), y también es una figura que lo
mantiene en vida porque lo ama, que le brinda protección y afecto, que lo alimenta y lo cuida.
Al respecto, escribe Freud:

[…] el yo endeble e inacabado de la primera infancia recibe unos daños permanentes por los
esfuerzos que se le imponen para defenderse de los peligros propios de este período de la
vida. De los peligros con que amenaza el mundo exterior, el niño es protegido por la
providencia de los progenitores: expía esta seguridad con la angustia ante la pérdida de amor,
que lo dejaría expuesto inerme a tales peligros.

El niño se somete a la autoridad porque es un ser frágil, débil y porque su sentido del yo posee
por consecuencia estas mismas características. Pero se somete también porque tiene miedo
de perder el amor de sus padres, el cual, como señala Freud, es en su experiencia del mundo el
salvoconducto para su supervivencia.

Este último punto señalado es probablemente el desafío más importante que el sujeto debe
remontar si desea desarrollar ese yo fuerte al que hemos aludido a lo largo de este texto, en
parte porque la figura de autoridad (y todo lo que se encuentra en torno a ésta) se convierte
después en el superyó y, como tal, continúa actuando sobre la vida psíquica,
inconscientemente en la mayoría de los casos.

Una persona puede haber dejado la infancia hace tiempo, vivir lejos de sus padres, incluso ser
materialmente "independiente" y, con todo, sostener aún esa relación de dependencia,
sujeción y represión con respecto a la autoridad, bajo la lógica que acabamos de exponer:
sumisión a cambio de no perder el amor.

Sin embargo, como podemos adivinar, es necesario que el sujeto se sobreponga a ese temor,
deje de sostenerlo, si quiere tener un yo capaz de reconocer su propio deseo para darle cauce
en la realidad. A algunos esto les puede sonar paradójico y quizá incluso inaceptable, pero un
paso necesario para lograr que el yo prevalezca (el deseo, las decisiones, las ganas de hacer
algo, el gusto por algo, la adopción de nuevos hábitos, los cambios, etc.) parece ser arriesgarse
a no ser amados. En otras palabras: no buscar ser amados por lo que hacemos o dejamos de
hacer, sino más bien hacer, sin miramientos, hasta darnos cuenta de que es posible dejar atrás
ese lugar pasivo con respecto al amor para, a cambio, encontrarnos con nuestra propia
capacidad de amar.

Es ahí, en el descubrimiento del amor a la vida y en el ejercicio de este mismo amor, donde el
yo se fortalece.

Das könnte Ihnen auch gefallen