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Los documentos anteriormente mencionados corresponden a informes sobre las prisiones

mas importantes en Lima durante el siglo XIX: la Penitenciaría y la Cárcel de Guadalupe.


Ambos documentos corresponden a memorias enviadas por sus máximas autoridades en
1876: director y Alcaide, respectivamente.

El cuadro estadístico de la penitenciaría nos muestra que, en 14 años de


funcionamiento institucional, el número total de presos fue de 740 (677 hombres y 63
mujeres). Esto es algo importante a tener en consideración debido a que la capacidad
máxima de la prisión era de 300 penitenciados, en la cual existía para la época un
departamento exclusivo para mujeres con capacidad de 50 celdas; es decir, el
departamento de mujeres nunca consiguió llenarse. No sorprende pues que, un año mas
tarde, se iniciase un proyecto de traslado de las mujeres condenadas a penitenciaría a otro
local para permitir el ingreso de hombres, quienes representaban la mayoría de la
población carcelaria. De hecho, el director informó que existían para la fecha en Casas
Matas 48 presos a la espera de celdas vacantes. Si observamos el informe del Alcaide de
Guadalupe, podemos apreciar que para la misma fecha existían 512 reos, de los cuales
180 eran rematados a penitenciaría en la espera de celdas.

Estos presos sentenciados a penitenciaría provenían de diversos tribunales


alrededor de los departamentos del país. Los lugares que mas exportaban penitenciados
eran La libertad, Ica y el Cuzco. Así, la máxima pena impuesta por el código penal se
encontraba centralizada en la capital. Esta alta demanda provocó que prisiones como
Guadalupe funcionen de facto como penitenciarias en cuanto al tratamiento de esa
población. Al ser la prisión de Guadalupe una cárcel para detenidos y enjuiciados,
convivían personas con penas correccionales leves de 8 días con penitenciados
sentenciados a pena máxima (15 años). La queja del Alcaide no se aleja de la expuesta
por Paz Soldán en su Examen de las Penitenciarias, redactada 22 años antes: los presos
no regresaban a la sociedad corregidos. Esto demuestra que el proyecto penitenciario de
la segunda mitad del XIX no había logrado resolver una de sus problemáticas centrales
identificadas. La imposibilidad del estado peruano por sobrepasar los retos
administrativos necesarios para implementar una correcta reforma penal se volvió
evidente cuando 14 años después de su inauguración, la penitenciaría de Lima seguía
siendo la única de su estilo en el país; aun cuando personajes como Paz Soldán, antiguos
exdirectores y ministros consideraban que era necesario y urgente la construcción de otro
panóptico.
Un tema a resaltar es el concerniente a la salubridad en la penitenciaría. Dentro de
la estadística se muestra que, de los 740 presos durante estos 14 años, 110 habían fallecido
dentro del edificio. Esto supone una tasa de defunción del 15%, en el cual la tercera parte
fue por tisis pulmonar (tuberculosis), enfermedad que no solo afectaba a los presos, sino
también a los funcionarios internos, al punto de ser uno de los motivos principales de
muchas renuncias de directores. Finalmente, conviene hacer mención de los delitos
cometidos por los penitenciados; en el cual el mayoritario fue el de homicidio, con 434.
Vale la pena hacer mención que muchos rematados que provenían de la sierra se
encontraban sentenciados por este crimen, usualmente cometidos en las haciendas. Algo
similar ocurría con los asiáticos enviados desde el sur hacia la penitenciaría.

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