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MITOS

1. Mito de Perséfone

El 1º de nuestros mitos griegos cortos.


Perséfone era hija de Zeus y Deméter. Su tío Hades la raptó cuando estaba en el
campo recogiendo flores con otras diosas. Se abrió el suelo y se la llevó al
inframundo. Su madre, Deméter, diosa protectora de la naturaleza, la buscó
infructuosamente mientras el mundo se paralizaba. Zeus finalmente decidió
intervenir y obligó a Hades a devolver a Perséfone. Hermes fue enviado a rescatarla
y Hades la dejó ir con la condición de que no comiera nada durante el trayecto. El
propio dios del inframundo la engañó y la chica comió 4 granos de granada. Como
castigo Perséfone debía volver cada año, durante cuatro meses, al reino de Hades.
Esos meses correspondían al invierno y la tierra se convertía en un erial estéril.
Cuando Perséfone y Deméter volvía a estar juntas la tierra florecía, especialmente
durante la primavera que era el momento del reencuentro.

2. Mito del nacimiento de Atenea

Atenea era uno de los doce dioses olímpicos. Era diosa de la sabiduría, las ciencias,
la justicia, la guerra, la civilización y la destreza. Su prodigioso nacimiento es uno
de los mitos griegos básicos.
Zeus dejó embarazada a una oceánide llamada Metis. Cuando ella estaba en una
avanzado estado de gestación, a Zeus le profetizaron que tendría hijos más
poderosos que él. Para solucionarlo, decidió tragarse a Metis e impedir que diera a
luz. Sin embargo, el embarazo siguió su curso en el interior del dios y éste empezó
a tener fuertes dolores de cabeza. Como solución le pidió a Hefesto que le quitara
de la cabeza lo que le producía la molestia abriéndosela con un hacha. Abierto el
cráneo de Zeus, de él salió Atenea, completamente formada, adulta y portando los
atributos de un soldado hoplita: casco y lanza.

2. Mito de Prometeo y el fuego

Prometeo era un titán amigo de los humanos. Zeus había decretado que el fuego
debía permanecer en el Olimpo y no debía ser entregado a los hombres, pero
Prometeo no estaba de acuerdo con esa decisión. Aquí las versiones difieren y unas
explican que se introdujo subrepticiamente en el taller de Hefesto y tomo unas
brasas de uno de sus hornos y otras que se acercó al carro de Apolo y robó algunas
chispas de él con las que prendió una planta de hinojo borde y se lo entregó a los
humanos.
Como castigo por el robo Zeus lo condenó a permanecer encadenado eternamente
a una roca y a que un águila se le comiera el hígado. Como era inmortal, cada noche
el hígado se regeneraba y el ave volvía a comérselo. Afortunadamente, Heracles de
camino al Jardín de las Hespérides, lo liberó con el beneplácito de su padre, Zeus,
que vio en esa acción un acto que glorificaba a su hijo. Eso sí, Prometeo debía lucir
para siempre un anillo adornado con un trozo de la roca a la que estuvo atado.

3. Mito de Orfeo y Eurídice

Vamos con el 4º de nuestros mitos griegos cortos. Orfeo era un personaje muy
popular en los mitos griegos. Cuando se ponía a tocar su lira tenía el poder de hacer
descansar las almas de los que ser reunían a escucharlo, amansaba las fieras,
podía mover las rocas y la vegetación e incluso detener el curso de los ríos. Eran
también mago y astrólogo, y uno de los argonautas que acompañó a Jasón en busca
del vellocino de oro. Eurídice se enamoró de él oyéndolo tocar. Se casaron, pero
lamentablemente, un día que estaba paseando, la chica fue mordida por una
serpiente y falleció. Orfeo, desesperado, decidió bajar al inframundo para rescatarla.
Con su música consiguió dormir al cancerbero y llegar hasta
ella. Hades y Perséfone se apiadaron de él y se conmovieron tanto con sus tristes
cánticos que le permitieron llevarse a Eurídice siempre que fuera caminando delante
de ella y no volviese la cabeza para mirar atrás hasta que estuvieran fuera del
inframundo y el sol bañase a la mujer.
Así lo hicieron, pero cuando ya estaban fuera, Orfeo miró atrás para verla, sin darse
cuenta de que el sol no bañaba completamente la anatomía de su esposa: un pié
había quedado en la sombra. Eurídice desapareció y volvió al inframundo, esta vez
para siempre. Cuando Orfeo falleció, despedazado por unas bacantes tracias, su
alma se reencontró con la de su amada y desde ese momento no se separaron más.

4. Mito de Aracne

Este mito griego explica la creación del arte de tejer a imitación de la labor que
hacen las arañas. Aracne era la hija de un tintorero de Colofón y tenía una gran
habilidad para bordar y tejer. Todo el mundo alababa sus obras, de tal manera que
se volvió una engreída y afirmó que sus trabajos eran superiores a los de
Atenea que era, entre otros títulos, diosa de la artesanía.
Atenea, aunque airada, quiso darle a la joven la oportunidad de retractarse y no
ofender a los dioses. La visitó disfrazada de anciana, pero la chica en lugar de retirar
sus palabras se burló de los dioses y retó a la vieja a un concurso de bordado.
Atenea se quitó el disfraz y comenzó la competición. Mientras que la diosa tejía una
escena de su victoria sobre Poseidón, Aracne bordó un tapiz en el que se podían
ver 22 episodios de los dioses cometiendo infidelidades. Atenea reconoció la
perfección del trabajo, pero se enfadó tanto por el irrespetuoso tema elegido que
destruyó la tela y el telar, golpeando a la joven en la cabeza con la lanzadera. Aracne
se dio cuenta del error cometido y avergonzada se ahorcó. Atenea se compadeció
de ella en el último momento y convirtió la cuerda en una telaraña y a la propia
Aracne en una araña. Aracne, como una araña, enseñó la perfección del tejido a la
humanidad.

5. Mito de Hefesto y el origen de su cojera

Hefesto protagoniza uno de nuestros mitos griegos cortos


Entre nuestros mitos griegos cortos no podía faltar la explicación a la cojera de
Hefesto. Como seguramente sabes, este era uno de los dioses hijos de Hera y Zeus.
Desde su más tierna infancia, Hefesto demostró ser capaz de crear objetos útiles y
hermosos con sus manos. En su mente siempre estaban planeándose nuevos
inventos que sorprendían a los mismos dioses. A medida que crecía, se le permitió
vivir en el Olimpo y allí sus proyectos eran cada vez más maravillosos: un calzado
mágico que permitía caminar por el aire y el agua como sobre la tierra, capas de
invisibilidad, vajillas de oro y plata que podían retirarse por sí solas de la mesa…
En el Olimpo, Hefesto tenía su propia forja y un taller donde preparaba a sus
sirvientes para ayudarle. Este no era su único centro de trabajo, en la tierra, allí
donde hubiera un volcán, Hefesto tenía una forja.
Un día, Hera enfureció a Zeus y este colgó a su esposa atada de pies y manos a
medio camino entre el cielo y la tierra. El resto de dioses sintieron pena por ella,
pues era un castigo cruel. Hefesto, que era su hijo, decidió que debía liberarla. Su
intento sólo hizo que aumentar la ira de Zeus que le lanzó un rayo con tanta fuerza
que Hefesto fue lanzado del cielo, cayendo durante un día entero hasta la tierra.
Hefesto, al ser inmortal, no murió pero sufrió terribles heridas, hasta el punto que
quedó cojo para toda la eternidad.
El enfado de Zeus era tal, que no permitió a Hefesto volver al Olimpo y le obligó a
permanecer en la isla en la que había caído. Allí pudo recuperarse y buscar
actividades que realizar para entretenerse. Por desgracia, aunque se le ocurrían
miles de creaciones que fabricar con los materiales que había en el lugar: oro,
plata… No tenía una forja.
Un día, tras una tremenda vibración, un volcán se formó junto a la isla. Corto la parte
superior de la montaña y allí encontró su fragua. Así logró tener un nuevo taller
donde creó unos nuevos famosos rayos de Zeus que le entregó a su padre como
regalo. Zeus, agradecido, le permitió volver al hogar de los dioses.
Así, Hefesto recuperó su lugar, demostrando su bondad al intentar salvar a su
madre y su valía, a pesar de su fealdad y dificultad para desplazarse.

7. Mito del nacimiento de Afrodita

Afrodita nació de la espuma del mar, dicen que después de que durante la Guerra
de Titanes o Titanomaquia, el titán Crono cortase los genitales a Urano y los
arrojase al océano.
De esta parte del cuerpo cercenada surgió una espuma que dio lugar a una mujer
adulta. Impulsada por el viento, esta nueva diosa, llegó flotando sobre una pechina
hasta la costa y la primavera cubrió su desnudez, vistiéndola.
Uno de esos mitos griegos cortos que han inspirado a muchísimos artistas.
8. Mito de Atalanta

Uno de los mitos griegos cortos protagonizado por una mujer exitosa es el
siguiente.
Atalanta era una joven cazadora con una agilidad prodigiosa, conocida por ser
la corredora más veloz de su tiempo, que decidió consagrarse y permanecer
virgen, sin casarse.
A pesar de su empeño, no dejaban de aparecer pretendientes que pedían su
mano. Para evitarlos puso en marcha un plan que consistía en lo siguiente: el único
hombre con el que se casaría sería aquel que lograra vencerla en una carrera. Todo
aquel que lo intentase, pero perdiera, sería ejecutado.
Aunque Atalanta estaba convencida de que estas premisas alejarían a los molestos
jóvenes interesados en ella, estos no se acobardaron y para su tristeza, pues en
realidad era una persona sensible, mantenían su promesa y perdían la vida al
intentar ganarla.

Un día un grupo de temerarios pretendientes decidieron probar suerte y eligieron a


un muchado, Hipómenes, como juez de la carrera. El chico se preguntaba por
qué esos hombres tan valerosos estaban dispuestos a morir por conseguir la mano
de una chica. Todas sus dudas se disiparon cuando sus ojos se posaron en
Atalanta: quedó impresionado ante su belleza. Se parecía a Hebe, diosa de la salud
de la juventud y sirviente de los dioses durante sus banquetes.
A la señal de salida los pretendientes y Atalanta empezaron a correr. Al salir a toda
velocidad, Atalanta le pareció a Hipómenes como una deliciosa brisa, capaz de ser
brutal y a la vez tierna.
Atalanta demostró una vez más que su fama tenía fundamento, dejando pronto a
los hombres atrás. Ganó la carrera y los pretendientes fueron alejados del lugar,
para encarar su destino. Fue entonces cuando Hipómenes, quien como recordarás
había sido el juez de la carrera, pidió intentar lograr la mano de Atalanta.
Atalanta escuchó su ruego y sintió una profunda tristeza, pues era un muchacho
demasiado joven, amable y bien parecido. Si por ella hubiera sido, le hubiera dejado
ganar para salvarlo de la muerte. No obstante, los espectadores la presionaron para
prepararse para vencer a Hipómenes y ella había hecho una promesa.
Mientras tanto, el joven se encomendaba a Afrodita pidiéndole que le otorgara
velocidad. Afrodita que ya había usado sus artes para enamorar a Hipómenes de
Atalanta, se acercó al chico sin ser vista y le entregó tres manzanas de oro y le
ofreció consejo.
Sonó la señal de salida y ambos empezaron la carrera. Corrían a una velocidad
inimaginable y aunque muchos vitoreaban a Hipómenes impresionados por su
fuerza de voluntad, este pronto empezó a sufrir los efectos de la fatiga. Atalanta lo
adelantó. Hipómenes desesperado, hizo rodar una de las manzanas de Afrodita,
que llamó la atención de Atalanta. Ella recogió el objeto, presa de la curiosidad.
Hipómenes tomó aire y corrió, adelantando a la muchacha que pronto volvió a
colocarse casi a su altura. Él volvió a dejar caer una manzana y ella como
hipnotizada se detuvo a recogerla: ¿quién podía pasar de largo ante una maravilla
como esa fruta dorada? Hipómenes ya podía ver la meta, pero la joven volvía a
estar prácticamente a su altura. El corazón de Hipómenes parecía estar al límite.
El muchacho volvió a encomendarse a la diosa del amor y la belleza y tiró al suelo
su última manzana. Atalanta vio el destello y hubiera proseguido la carrera, de no
ser porque Afrodita hizo que girara la cabeza y le inyectó un deseo imperioso de
tener la fruta entre sus manos. En contra de su voluntad, Atalanta se detuvo a
recoger la manzana al tiempo que Hipómenes cruzaba la meta.
El muchacho no podía creer su suerte, sería el esposo de Atalanta. La joven por su
parte sintió alegría de ver salvada la vida del chico y de poder pasar su vida con
alguien tan valiente. Además, llegado ese momento, tras haber sido perseguida
durante tanto tiempo, había perdido un poco el gusto por acechar y cazar animales.

9. Mito de Hilas

Este es uno de nuestros mitos griegos cortos que implica a un personaje que
conocerás. En su viaje en busca del Vellocino de Oro, Jasón fue acompañado por
varios héroes, entre ellos Hércules. En este viaje, Hércules se llevó como paje
o escudero a un muchacho llamado Hilas. El héroe apreciaba mucho al chico,
cuya belleza era extraordinaria, y solía vestirlo con ropajes verdes, con un cordón
dorado y pedirle que lo acompañara siempre que podía. También lo instruía en el
uso del arco, el lanzamiento de disco y otras habilidades que él había adquirido
durante su entrenamiento.
Hércules e Hilas se embarcaron con los Argonautas y llevaban tres días de viaje
cuando el viento los llevó hasta un pequeño mar llamado Propontis. El viento
empezó a detenerse y decidieron parar en tierra firme. El lugar donde atracaron era
una isla llena de campos de flores y pantanos, con cañas y una vegetación muy
variada. El calor era insoportable y decidieron descansar a la sombra de los árboles,
pues con aquel sol era una mala idea gastar sus fuerzas remando. Esperarían a la
noche.
A la hora de cenar, el joven Hilas salió a buscar agua para Hércules. La encontró
en un manantial tan grande que parecía un lago. Era un lugar bellísimo, tanto que
había atraído a las ninfas que lo consideraban su hogar. Habitaban el fondo del
manantial y aprovechaban las noches para bailar entre las flores que crecían
alrededor del agua.
Hilas ignoraba la presencia de las ninfas, pero mientras obtenía el agua escuchó
unas voces cristalinas que decían: “Baja con nosotras. Bajas con nosotras”. Las
ninfas deseaban tenerlo con ellas, pues estaban admiradas ante su hermosura, el
verde de sus vestiduras y el cordón de oro que las adornaba.
El muchacho estaba asomado sobre el manantial, intentando oír bien qué le decían
las voces y de dónde procedían, cuando unas manos blancas y largas tiraron de él,
haciéndolo caer al agua.
Cada vez estaba más oscuro y Hércules empezó a temer que algo malo le había
ocurrido a Hilas. Hércules iba en dirección al manantial gritando con todas sus
fuerzas el nombre de su paje: “¡Hilas! ¡Hilas!”. La única respuesta que recibía el
héroe era el eco de sus propias palabras. Cuando llegó al lugar tuvo la impresión
de que podía oír la voz de Hilas, pero sonaba tan lejana que en ningún momento se
planteó que pudiese proceder del fondo del agua. Por eso, siguió buscando sin
descanso al muchacho, desesperado y al borde de las lágrimas.
Llegada la medianoche, el viento empezó a soplar y los Argonautas decidieron
aprovecharlo. Ya habían abierto las velas cuando uno de ellos se percató de que
Hércules e Hilas no estaban. Esperaron mucho tiempo, pero finalmente supusieron
que habrían abandonado la empresa y se marcharon.
Hércules por su parte, siguió recorriendo el terreno durante tres días y cada vez oía
una débil respuesta de Hilas, pero nunca lograba hallar su origen. El héroe llegó a
pensar que eran imaginaciones suyas, así que se dirigió al lugar al que iban los
argonautas a pie
Hilas no sabía que Hércules se había marchado y siguió llamándolo: “Hércules,
hércules. ¡Aquí estoy!”. Durante muchas noches su voz siguió sonando.
Tiempo después, unos caminantes vieron a una pequeña criatura, de apenas unos
centímetros, junto al manantial. Llevaba unos ropajes verdes con un cordón de oro,
igual que el joven paje. A pesar de su tamaño, su voz sonaba tan fuerte como si sus
dimensiones fueran otras mucho mayores. Y mientras estos caminantes pasaban
junto a él, la criatura seguía vociferando, como llamando a alguien.
¿Qué te ha parecido el mito de Hilas? ¿El ser en el que se convierte no te recuerda
a una rana?

10. Mito de Calisto

El último de nuestros mitos griegos cortos.


Calisto era una de las doncellas de Artemisa por la que Zeus se sentía muy atraído.
Para seducirla, se transformó en Artemisa y logró tener relaciones con ella.
Un día, Artemisa se percató de que el vientre de Calisto cada vez estaba más
abultado y le preguntó por ello. Calisto le dijo a Artemisa que, sin duda, aquella
situación era su culpa. Al comprobar que Calisto estaba embarazada y tras la
acusación, Artemisa la expulsó de su grupo. Después de eso, la noticia llegó a Hera
que, furiosa al saber que el niño era de su esposo Zeus, la transformó en un oso.
Años más tarde, Calisto en forma de oso vagaba por el bosque cuando se cruzó
con un cazador que resultó ser su hijo, llamado Arcas. El joven al ver que el oso, su
madre, se acercaba a él con intención de abrazarlo, interpretó el gesto como un
ataque y se preparó para acabar con la vida de la bestia. Zeus que estaba siendo
testigo de la situación, decidió evitar una tragedia y se llevó a la osa Calisto a lo más
alto de los cielos, donde se convirtió en estrellas, en concreto en la constelación de
la Osa Mayor.

CUENTOS
Consejo chino

Una vez un campesino chino, pobre y muy sabio, trabajaba la tierra duramente con
su hijo.
Un día el hijo le dijo: "Padre, ¡qué desgracia! Se nos ha ido el caballo."
"¿Por qué le llamas desgracia? - respondió el padre, veremos lo que trae el
tiempo..."

A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo. "¡Padre, qué
suerte! - exclamó esta vez el muchacho, nuestro caballo ha traído otro caballo."
"¿Por qué le llamas suerte? - repuso el padre, veamos qué nos trae el tiempo."

En unos cuantos días más, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no
acostumbrado al jinete, se enfurecio y lo arrojó al suelo. E muchacho se quebró una
pierna.
"Padre, qué desgracia! - exclamó ahora el muchacho - ¡Me he quebrado la pierna!"
Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció:
"¿Por qué le llamas desgracia? Veamos lo que trae el tiempo!"

El muchacho no se convencía de la filosofía del padre, sino que se quejaba en su


cama. Pocos días después pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando
jóvenes para llevárselos a la guerra. Vinieron a la casa del anciano, pero como
vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo.

El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna
como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo
es malo o bueno.

La moraleja de este antiguo consejo chino es que la vida da tantas vueltas, y es tan
paradójico su desarrollo, que lo malo se hace bueno, y lo bueno, malo. Lo mejor es
esperar siempre el día de mañana, pero sobre todo confiar en que todo sucede con
un propósito positivo para nuestras vidas.

Aprovechar una situacion desfavorable

Cuenta esta historia que un joven de la ciudad se fué al campo y le compró un


burro a un viejo campesino, por $ 100.

El campesino acordó entregarle el animal al día siguiente, pero al día siguiente el


campesino le dijo:

- Lo siento hijo, pero tengo malas noticias... el burro murió.

- Bueno, entonces devuélvame mi dinero...


- No puedo, ya lo he gastado…
- Bien... da igual, entrégueme el burro...

- Y ¿para qué?... ¿Qué va a hacer con él?


- Lo voy a rifar.
- ¡Estás loco! ¿Cómo vas a rifar un burro muerto?

- Es que no voy a decir a nadie que está muerto, por supuesto.

Un mes después de este suceso, se volvieron a encontrar el viejo vendedor y el


joven comprador.

-Que pasó con el Burro?

- Lo rifé, vendí 500 rifas a $ 2.- y gané $998.-


-¿Y nadie se quejó?

- Sólo el ganador... pero a él le devolví sus $ 2.

El Circulo del Odio

Un importante empresario estaba enojado y regañó al director de uno de sus


negocios. El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba
gastando demasiado porque había un abundante almuerzo en la mesa. La señora
gritó a la empleada, que rompió un plato y le dio una patada al perro porque la hizo
tropezar. El animal salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por allí.
Cuando ella fue a la farmacia para hacerse una curación, gritó al farmacéutico
porque le dolió la aplicación de la vacuna. Este hombre llegó a su casa y le gritó a
su madre porque la comidano era de su agrado.

La señora, manantial de amor y perdón, le acarició la cabeza mientras le decía: “Hijo


querido, te prometo que mañana haré tu comida favorita. Trabajas mucho, estás
cansado y hoy precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de
tu cama por otras bien limpias y perfumadas para que puedas descansar en paz.
Mañana te sentirás mejor”. Lo bendijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con
sus pensamientos.

En ese momento se interrumpió el círculo del odio, al chocar con la tolerancia, la


dulzura, el perdón y el amor.

El Juicio

Cuenta una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue
injustamente acusado de asesinato. El culpable era una persona muy influyente del
reino, y por eso desde el primer momento se procuró hallar un chivo expiatorio para
encubrirlo. El hombre fue llevado a juicio y comprendió que tendría escasas
oportunidades de escapar a la horca. El juez, aunque también estaba confabulado,
se cuidó de mantener todas las apariencias de un juicio justo. Por eso le dijo al
acusado: “Conociendo tu fama de hombre justo, voy a dejar tu suerte en manos de
Dios: escribiré en dos papeles separados las palabras 'culpable' e 'inocente'. Tú
escogerás, y será la Providencia la que decida tu destino”.
Por supuesto, el perverso funcionario había preparado dos papeles con la misma
leyenda: “Culpable”.
La víctima, aun sin conocer los detalles, se dio cuenta de que el sistema era una
trampa. Cuando el juez lo conminó a toma uno de los papeles, el hombre respiró
profundamente y permaneció en silencio unos segundos con los ojos cerrados.
Cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y, con una sonrisa,
tomó uno de los papeles, se lo metió a la boca y lo engulló rápidamente.
Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon.
—Pero, ¿qué ha hecho? ¿Ahora cómo diablos vamos a saber el veredicto?
—Es muy sencillo —replicó el hombre—. Es cuestión de leer el papel que queda, y
sabremos lo que decía el que me tragué.
Con refunfuños y una bronca muy mal disimulada, debieron liberar al acusado, y
jamás volvieron a molestarlo.

El mecánico y el médico

Un Mecánico estaba desmontando la cabeza de un cilindro de un motor


perteneciente a un VolksWagen Gol, cuando vio a un conocido y afamado cirujano
del corazón entrar a su garaje que estaba esperando ser atendido por el jefe de
servicio.

El Mecánico le gritó al cirujano:

- Hey Doctor, ¿Puede venir hacia acá que le quiero hacer una pregunta?

El cirujano, un poco sorprendido, caminó hacia el Mecánico. Éste, limpiándose la


grasa de sus manos con una toalla, le lanzó la siguiente pregunta:

- Vea Doctor, échele una mirada a este motor. ¿No entiende mucho verdad? Le abrí
su corazón, le saqué las válvulas y el árbol de levas, las arreglé, las volví a instalar
y, cuando terminé, el motor funcionó como nuevo. No cualquiera puede hacer este
trabajo, se necesita ser muy bueno. ¿Usted podría haberlo hecho?

- No, realmente no, es un trabajo muy arduo que requiere gran conocimiento.

- ¿Lo ve? ¿Cuán importante es un auto para usted doctor?


- Sumamente importante, la vida de mucha gente depende de que llegue a tiempo
a la operación, y para eso siempre uso mi auto.

- ¿Se da cuenta? ¡El auto es fundamental y yo sé cómo arreglarlo! Entonces, ¿Por


qué yo recibo un salario pequeño mientras que usted obtiene un montón de dinero,
cuando ambos hacemos básicamente el mismo trabajo?

El cirujano pensativo, se inclinó pausadamente sobre el mecánico y le dijo, casi


susurrándole al oído:

El Problema

Un gran maestro y un guardián compartían la administración de un monasterio zen.


Cierto día el guardián murió, y había que sustituirlo. El gran maestro reunió a todos
sus discípulos para escoger a quien tendría ese honor. “Voy a presentarles un
problema —dijo—. Aquel que lo resuelva primero será el nuevo guardián del
templo”.
Trajo al centro de la sala un banco, puso sobre este un enorme y hermoso florero
de porcelana con una hermosa rosa roja y señaló: “Este es el problema”.
Los discípulos contemplaban perplejos lo que veían: los diseños sofisticados y raros
de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor... ¿Qué representaba aquello?
¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma? Todos estaban paralizados. Después de
algunos minutos, un alumno se levantó, miró al maestro y a los demás discípulos,
caminó hacia el florero con determinación y lo tiró al suelo.

“Usted es el nuevo guardián —le dijo el gran maestro, y explicó—: Yo fui muy claro,
les dije que estaban delante de un problema. No importa qué tan bellos y fascinantes
sean, los problemas tienen que ser resueltos. Puede tratarse de un florero de
porcelana muy raro, un bello amor que ya no tiene sentido, un camino que debemos
abandonar pero que insistimos en recorrer porque nos trae comodidades.
Sólo existe una forma de lidiar con los problemas: atacarlos de frente. En esos
momentos no podemos tener piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que
cualquier conflicto llevan consigo”.

Los problemas tienen un raro efecto sobre la mayoría de nosotros: nos gusta
contemplarlos, analizarlos, darles vuelta, comentarlos... Sucede con frecuencia que
comparamos nuestros problemas con los de los demás y decimos: “Su problema no
es nada... ¡espere a que le cuente el mío!” Se ha dado en llamar “parálisis por
análisis” a este proceso de contemplación e inacción. Busca la solución!
Fidelidad

Un matrimonio bautizó con la palabra “Increíble” a su hijo, porque tenían la certeza


que haría increíbles cosas a lo largo de su vida.
Lo cierto es que, lejano a aquel mandato familiar, Increíble tuvo una vida equilibrada
y tranquila. Se casó y fue fiel a su esposa durante setenta años.
Los amigos le hacían todo tipo de bromas, porque su nombre no coincidía con su
estilo de vida.

Justo antes de morir, Increíble le pidió a su esposa que no pusiera su nombre en la


lápida, para evitar cualquier tipo de bromas.
Cuando murió, la mujer obedeció el pedido, y puso, humildemente: “Aquí yace un
hombre que le fue fiel a su mujer durante setenta años”.

Cuando la gente pasaba por ese lugar del cementerio, leían la placa y decían:
“¡Increíble!”

La Ranita Sorda

Un grupo de ranas viajaba por el bosque, cuando de repente dos de ellas cayeron
en un pozo profundo. Las demás se reunieron alrededor del agujero y, cuando
vieron lo hondo que era, le dijeron a las caídas que, para efectos prácticos, debían
darse por muertas. Sin embargo, ellas seguían tratando de salir del hoyo con todas
sus fuerzas. Las otras les decían que esos esfuerzos serían inútiles. Finalmente,
una de las ranas atendió a lo que las demás decían, se dio por vencida y murió. La
otra continuó saltando con tanto esfuerzo como le era posible. La multitud le gritaba
que era inútil pero la rana seguía saltando, cada vez con más fuerza, hasta que
finalmente salió del hoyo.
Las otras le preguntaron: “¿No escuchabas lo que te decíamos?” La ranita les
explicó que era sorda, y creía que las demás la estaban animando desde el borde
a esforzarse más y más para salir del hueco.

Tengamos cuidado con lo que decimos, pero sobre todo con lo que escuchamos.

La última palabra

El alumno preguntó:

-¿Unas últimas palabras de sabiduría que pueda transmitirnos?

El místico se quedó pensando unos instantes.


- Podran superar casi cualquier dificultad recordando dos frases.

- ¿Cuáles?

- La primera: Lo que es, es. La segunda: Lo que no es, no es.

El místico prosiguió:

- Son muchos los que malgastan su tiempo concentrándose en lo que no es,


habitan en cosas que no son reales. Si algo es real, si ES, ya se trate de un
sentimiento como la ira o un hecho como un descenso en las ventas, es una
pérdida de tiempo desear que no lo sea. Lo que podemos hacer si algo es REAL,
es ACEPTARLO tal como ES, y después decidir si queremos emplear la energía
necesaria en intentar modificarlo. Una vez decidido, hay que poner toda la energía
en las acciones que emprender. Esto es básicamente todo lo que hace falta para
tener éxito en los negocios
y en la vida.

Las Tres Rejas

El joven discípulo de un filósofo sabio llegó a casa de este y le dijo:


—Maestro, un amigo suyo estuvo hablando mal de usted.
—¡Espera! —lo interrumpió el filósofo—.
¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
—¿Las tres rejas? —Sí. La primera es la reja de la verdad. ¿Estás seguro de que
lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
—No; lo oí comentar a unos vecinos.
—Entonces al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la
bondad. Esto que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
—No, en realidad no. Al contrario...
— ¡Vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que
tanto te inquieta?
—A decir verdad, no.
—Entonces —dijo el sabio sonriendo—, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario,
sepultémoslo en el olvido.

EPOPEYAS

1.- La epopeya de Gilgamesh. Es una de las más antiguas, que se data


aproximadamente 3000 años antes de nuestra era y se considera la obra épica y
epopeya más antigua que se conoce. Trata sobre el rey guerrero y semidiós
Gilgamesh, y el viaje que realiza para encontrar el secreto de la inmortalidad,
después de que muere su amigo Enkidu. Después de que el único sobreviviente del
diluvio le dice dónde encontrar la planta que lo hará inmortal, regresa y la encuentra,
pero una serpiente se la roba y se da cuenta de que el destino del ser humano es
ser mortal.

2.- La Ilíada. Su autoría se atribuye al narrador griego Homero, alrededor del siglo
VIII a.C. Es un poema dividido en 24 cantos en los que se narra la última parte de
la guerra de Grecia contra Troya. Aunque en ella los personajes principales son los
dos jefes de los Ejércitos contendientes, Aquiles por parte de los griegos, y Héctor
por parte de los troyanos, hay cantos dedicados a otros héroes como Agamenón,
Patroclo o Menelao. En esta narración también resalta la intervención de los dioses
a favor de uno u otro bando, incluso de situaciones de conflicto entre los propios
dioses por la pasión que desata la batalla.

3.- La odisea. Es la otra gran epopeya atribuida a Homero y escrita en la misma


época. Se sitúa después de la guerra de Troya, y narra el regreso de Odiseo (en
latín conocido como Ulises), Rey de la isla de Ítaca, y de los sucesos que se dieron
en las islas en su ausencia y después de su llegada. Se narran sus encuentros con
monstruos como el cíclope o las sirenas, y cómo los dioses intervenían ayudando o
dificultando su regreso.

NOVELA

NOVELA CORTA para leer online sin descargar

Santos caminó hasta la puerta y esperó a que el sonido eléctrico del ascensor
cesara de sonar unos pisos más arriba. Luego sus tripas le llevaron hasta la
escalera; cinco pisos de bajada, 95 escalones, dos hileras de buzones verdes y uno
que decía; 5 A Carmen Durán Durán.

En la calle algunos conductores tocaron el claxon de sus vehículos al cambiar el


color del semáforo. Varias personas esperaban en la parada del autobús, junto a un
cartel que anunciaba el estreno de una película bélica. Tras los escaparates de
cristal tres maniquíes, semidesnudos, variaban ligeramente la posición de sus
brazos.

Santos levantó la vista antes de girar la esquina; Calle del Coronel Salgado. Tenía
la cabeza a punto de estallar, no podía recordar cómo llegó hasta aquel piso, tal vez
lo mejor era olvidarse de todo. Nadie podía relacionarle con aquella mujer. Un
extraño anciano le ofreció un folleto que no recogió.

Continuó caminando calle abajo hasta el parque. Olvidar es importante, escuchó


dentro de su cabeza, varias veces. Caminó por la vereda del río, junto a los hombres
reunidos en los bancos que jugaban al ajedrez. Olvidar es importante. Caminó entre
ellos, a suficiente distancia, aunque podía observar cómo los dedos de los jugadores
se desplazaban por el tablero, colocando las fichas en las casillas, en el centro de
las casillas, más o menos, dentro de los cuadrados, aunque no siempre, porque a
veces alguna ficha no estaba bien colocada y tocaba la línea; un alfil, un caballo, a
veces no estaban bien colocados, a veces no.

Caminó entre aquellas personas a las que parecía no importar en absoluto los
detalles, como si los detalles no fuesen importantes, pero Santos Cámara no podía
dejar de percibir con precisión esas cosas, incluso ahora, con la cabeza a punto de
estallar.

Se paró un rato a respirar. El no podía haber matado a aquella mujer, ¿Por qué
motivo? Un hombre con la pierna escayolada movió una torre blanca, la mandíbula
sobresalía de su cara proyectando una sombra verde sobre el tablero, como un
tumor.

Solo al entrar en su casa pudo Santos llenar del todo los pulmones. Aquel orden le
permitía respirar. Sobre el escritorio del salón descansaba la carpeta del notario,
nada que no supiera; cinco apartamentos en el centro, varias cuentas bancarias,
vehículos, y la escritura de una finca; Las Contentas; termino municipal de San
Andrés, parcela 345.

Su pobre madre nunca mencionó aquella propiedad. A su funeral apenas habían


asistido media docena de personas. Las suficientes para certificar la realidad de su
defunción y, sin embargo, Santos podía escuchar el sonido seco de sus tacones por
el pasillo, un sonido monótono, sin matices, que recordaba desde siempre. Santos
podía recordar ese sonido con toda claridad. No podía evitar que las cosas se
grabasen en su memoria con una precisión milimétrica y, sin embargo, todavía no
era capaz de recordar el momento en que subió al piso de Carmen Durán.

Entró en el aseo, abrió el grifo de la ducha y se quitó la ropa, entonces se percató


de una mancha oscura sobre la solapa de su gabardina. Tener la ropa limpia es
importante, escuchó dentro de su cabeza, pero aquel pensamiento no se repitió más
de tres veces, como si el agua lo hubiese arrastrado por el sumidero.

Cerró los ojos bajo el chorro y pudo recordar a Carmen Durán, su timbre de voz,
juvenil y desenfadado, como si dentro de aquel cuerpo, ya maduro, aún viviese una
niña muy pequeña. Movía las manos al hablar, apenas un ligero giro de muñecas,
incluso cuando llamó al camarero mientras tomaba asiento, se apoyaba en la barra,
pedía una taza de café, hablaba sobre un proyecto para evitar que las palomas se
estampasen sobre los cristales de los edificios, y luego, como si no fuese capaz de
evitar la torpeza, derramó unas gotas de café sobre la gabardina de Santos Cámara.

Era solo una gabardina. Una gabardina que él sostenía, perfectamente doblada,
sobre sus piernas. Una gabardina impecable, como el resto de su ropa. Es
importante llevar la ropa cuidada. Es importante. Podía escuchar dentro de su
cabeza aquella frase, “cuidar la ropa es importante, dice mucho de la gente” podía
escuchar cómo se repetía en su cabeza, otra vez más, hasta que recordó la sonrisa
de Carmen Durán.
“Perdona”, dijo ella después de mancharle, “ha sido sin querer”. Eso dijo, y miró de
reojo, como una niña que ha hecho algo malo y no quiere que la castiguen. Lo
recordaba perfectamente. “Perdona, de verdad que lo siento”, y se rió. Solo una
breve carcajada, como si tampoco hubiese podido evitar reírse, “de verdad que lo
siento” Luego corrió su taburete, como si quisiera estar más cerca, y dijo que no
vivía muy lejos. Entonces sacó del bolso un monedero verde con mariquitas rojas,
muy rojas, y llamó al camarero.

El agua de la ducha hizo que el dolor de cabeza remitiese un poco, no obstante,


Santos Cámara caminó en albornoz hasta el salón para buscar una caja de
aspirinas. Sobre la pared principal un enorme retrato parecía contemplarlo con el
mismo gesto de siempre. “Míralo bien, hijo, porque tu eres su viva imagen”, escuchó
en el fondo de su cerebro, y recordó las manos de su madre doblando la ropa bajo
aquel retrato. Solo en dos ocasiones había tratado de averiguar las circunstancias
de la muerte de aquel hombre, dos ocasiones en las que los ojos de Doña Petra se
cerraron, como cuando alguien recibe un impacto de bala en mitad de la frente. Solo
en dos ocasiones había formulado Santos la misma pregunta, una pregunta que
sólo ahora recordaba que había olvidado.

Contempló aquel retrato que se sabía de memoria. Podía cerrar los ojos y
comprobar luego cómo, cada grieta del lienzo, estaba perfectamente representada
en su cerebro. “Eres su vivo retrato”, escuchó de nuevo. Sobre la cómoda, en el
jarrón verde de cristal, agonizaba una rosa. Entonces percibió el olor de su madre
flotando en el ambiente.

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