Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
1. Mito de Perséfone
Atenea era uno de los doce dioses olímpicos. Era diosa de la sabiduría, las ciencias,
la justicia, la guerra, la civilización y la destreza. Su prodigioso nacimiento es uno
de los mitos griegos básicos.
Zeus dejó embarazada a una oceánide llamada Metis. Cuando ella estaba en una
avanzado estado de gestación, a Zeus le profetizaron que tendría hijos más
poderosos que él. Para solucionarlo, decidió tragarse a Metis e impedir que diera a
luz. Sin embargo, el embarazo siguió su curso en el interior del dios y éste empezó
a tener fuertes dolores de cabeza. Como solución le pidió a Hefesto que le quitara
de la cabeza lo que le producía la molestia abriéndosela con un hacha. Abierto el
cráneo de Zeus, de él salió Atenea, completamente formada, adulta y portando los
atributos de un soldado hoplita: casco y lanza.
Prometeo era un titán amigo de los humanos. Zeus había decretado que el fuego
debía permanecer en el Olimpo y no debía ser entregado a los hombres, pero
Prometeo no estaba de acuerdo con esa decisión. Aquí las versiones difieren y unas
explican que se introdujo subrepticiamente en el taller de Hefesto y tomo unas
brasas de uno de sus hornos y otras que se acercó al carro de Apolo y robó algunas
chispas de él con las que prendió una planta de hinojo borde y se lo entregó a los
humanos.
Como castigo por el robo Zeus lo condenó a permanecer encadenado eternamente
a una roca y a que un águila se le comiera el hígado. Como era inmortal, cada noche
el hígado se regeneraba y el ave volvía a comérselo. Afortunadamente, Heracles de
camino al Jardín de las Hespérides, lo liberó con el beneplácito de su padre, Zeus,
que vio en esa acción un acto que glorificaba a su hijo. Eso sí, Prometeo debía lucir
para siempre un anillo adornado con un trozo de la roca a la que estuvo atado.
Vamos con el 4º de nuestros mitos griegos cortos. Orfeo era un personaje muy
popular en los mitos griegos. Cuando se ponía a tocar su lira tenía el poder de hacer
descansar las almas de los que ser reunían a escucharlo, amansaba las fieras,
podía mover las rocas y la vegetación e incluso detener el curso de los ríos. Eran
también mago y astrólogo, y uno de los argonautas que acompañó a Jasón en busca
del vellocino de oro. Eurídice se enamoró de él oyéndolo tocar. Se casaron, pero
lamentablemente, un día que estaba paseando, la chica fue mordida por una
serpiente y falleció. Orfeo, desesperado, decidió bajar al inframundo para rescatarla.
Con su música consiguió dormir al cancerbero y llegar hasta
ella. Hades y Perséfone se apiadaron de él y se conmovieron tanto con sus tristes
cánticos que le permitieron llevarse a Eurídice siempre que fuera caminando delante
de ella y no volviese la cabeza para mirar atrás hasta que estuvieran fuera del
inframundo y el sol bañase a la mujer.
Así lo hicieron, pero cuando ya estaban fuera, Orfeo miró atrás para verla, sin darse
cuenta de que el sol no bañaba completamente la anatomía de su esposa: un pié
había quedado en la sombra. Eurídice desapareció y volvió al inframundo, esta vez
para siempre. Cuando Orfeo falleció, despedazado por unas bacantes tracias, su
alma se reencontró con la de su amada y desde ese momento no se separaron más.
4. Mito de Aracne
Este mito griego explica la creación del arte de tejer a imitación de la labor que
hacen las arañas. Aracne era la hija de un tintorero de Colofón y tenía una gran
habilidad para bordar y tejer. Todo el mundo alababa sus obras, de tal manera que
se volvió una engreída y afirmó que sus trabajos eran superiores a los de
Atenea que era, entre otros títulos, diosa de la artesanía.
Atenea, aunque airada, quiso darle a la joven la oportunidad de retractarse y no
ofender a los dioses. La visitó disfrazada de anciana, pero la chica en lugar de retirar
sus palabras se burló de los dioses y retó a la vieja a un concurso de bordado.
Atenea se quitó el disfraz y comenzó la competición. Mientras que la diosa tejía una
escena de su victoria sobre Poseidón, Aracne bordó un tapiz en el que se podían
ver 22 episodios de los dioses cometiendo infidelidades. Atenea reconoció la
perfección del trabajo, pero se enfadó tanto por el irrespetuoso tema elegido que
destruyó la tela y el telar, golpeando a la joven en la cabeza con la lanzadera. Aracne
se dio cuenta del error cometido y avergonzada se ahorcó. Atenea se compadeció
de ella en el último momento y convirtió la cuerda en una telaraña y a la propia
Aracne en una araña. Aracne, como una araña, enseñó la perfección del tejido a la
humanidad.
Afrodita nació de la espuma del mar, dicen que después de que durante la Guerra
de Titanes o Titanomaquia, el titán Crono cortase los genitales a Urano y los
arrojase al océano.
De esta parte del cuerpo cercenada surgió una espuma que dio lugar a una mujer
adulta. Impulsada por el viento, esta nueva diosa, llegó flotando sobre una pechina
hasta la costa y la primavera cubrió su desnudez, vistiéndola.
Uno de esos mitos griegos cortos que han inspirado a muchísimos artistas.
8. Mito de Atalanta
Uno de los mitos griegos cortos protagonizado por una mujer exitosa es el
siguiente.
Atalanta era una joven cazadora con una agilidad prodigiosa, conocida por ser
la corredora más veloz de su tiempo, que decidió consagrarse y permanecer
virgen, sin casarse.
A pesar de su empeño, no dejaban de aparecer pretendientes que pedían su
mano. Para evitarlos puso en marcha un plan que consistía en lo siguiente: el único
hombre con el que se casaría sería aquel que lograra vencerla en una carrera. Todo
aquel que lo intentase, pero perdiera, sería ejecutado.
Aunque Atalanta estaba convencida de que estas premisas alejarían a los molestos
jóvenes interesados en ella, estos no se acobardaron y para su tristeza, pues en
realidad era una persona sensible, mantenían su promesa y perdían la vida al
intentar ganarla.
9. Mito de Hilas
Este es uno de nuestros mitos griegos cortos que implica a un personaje que
conocerás. En su viaje en busca del Vellocino de Oro, Jasón fue acompañado por
varios héroes, entre ellos Hércules. En este viaje, Hércules se llevó como paje
o escudero a un muchacho llamado Hilas. El héroe apreciaba mucho al chico,
cuya belleza era extraordinaria, y solía vestirlo con ropajes verdes, con un cordón
dorado y pedirle que lo acompañara siempre que podía. También lo instruía en el
uso del arco, el lanzamiento de disco y otras habilidades que él había adquirido
durante su entrenamiento.
Hércules e Hilas se embarcaron con los Argonautas y llevaban tres días de viaje
cuando el viento los llevó hasta un pequeño mar llamado Propontis. El viento
empezó a detenerse y decidieron parar en tierra firme. El lugar donde atracaron era
una isla llena de campos de flores y pantanos, con cañas y una vegetación muy
variada. El calor era insoportable y decidieron descansar a la sombra de los árboles,
pues con aquel sol era una mala idea gastar sus fuerzas remando. Esperarían a la
noche.
A la hora de cenar, el joven Hilas salió a buscar agua para Hércules. La encontró
en un manantial tan grande que parecía un lago. Era un lugar bellísimo, tanto que
había atraído a las ninfas que lo consideraban su hogar. Habitaban el fondo del
manantial y aprovechaban las noches para bailar entre las flores que crecían
alrededor del agua.
Hilas ignoraba la presencia de las ninfas, pero mientras obtenía el agua escuchó
unas voces cristalinas que decían: “Baja con nosotras. Bajas con nosotras”. Las
ninfas deseaban tenerlo con ellas, pues estaban admiradas ante su hermosura, el
verde de sus vestiduras y el cordón de oro que las adornaba.
El muchacho estaba asomado sobre el manantial, intentando oír bien qué le decían
las voces y de dónde procedían, cuando unas manos blancas y largas tiraron de él,
haciéndolo caer al agua.
Cada vez estaba más oscuro y Hércules empezó a temer que algo malo le había
ocurrido a Hilas. Hércules iba en dirección al manantial gritando con todas sus
fuerzas el nombre de su paje: “¡Hilas! ¡Hilas!”. La única respuesta que recibía el
héroe era el eco de sus propias palabras. Cuando llegó al lugar tuvo la impresión
de que podía oír la voz de Hilas, pero sonaba tan lejana que en ningún momento se
planteó que pudiese proceder del fondo del agua. Por eso, siguió buscando sin
descanso al muchacho, desesperado y al borde de las lágrimas.
Llegada la medianoche, el viento empezó a soplar y los Argonautas decidieron
aprovecharlo. Ya habían abierto las velas cuando uno de ellos se percató de que
Hércules e Hilas no estaban. Esperaron mucho tiempo, pero finalmente supusieron
que habrían abandonado la empresa y se marcharon.
Hércules por su parte, siguió recorriendo el terreno durante tres días y cada vez oía
una débil respuesta de Hilas, pero nunca lograba hallar su origen. El héroe llegó a
pensar que eran imaginaciones suyas, así que se dirigió al lugar al que iban los
argonautas a pie
Hilas no sabía que Hércules se había marchado y siguió llamándolo: “Hércules,
hércules. ¡Aquí estoy!”. Durante muchas noches su voz siguió sonando.
Tiempo después, unos caminantes vieron a una pequeña criatura, de apenas unos
centímetros, junto al manantial. Llevaba unos ropajes verdes con un cordón de oro,
igual que el joven paje. A pesar de su tamaño, su voz sonaba tan fuerte como si sus
dimensiones fueran otras mucho mayores. Y mientras estos caminantes pasaban
junto a él, la criatura seguía vociferando, como llamando a alguien.
¿Qué te ha parecido el mito de Hilas? ¿El ser en el que se convierte no te recuerda
a una rana?
CUENTOS
Consejo chino
Una vez un campesino chino, pobre y muy sabio, trabajaba la tierra duramente con
su hijo.
Un día el hijo le dijo: "Padre, ¡qué desgracia! Se nos ha ido el caballo."
"¿Por qué le llamas desgracia? - respondió el padre, veremos lo que trae el
tiempo..."
A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo. "¡Padre, qué
suerte! - exclamó esta vez el muchacho, nuestro caballo ha traído otro caballo."
"¿Por qué le llamas suerte? - repuso el padre, veamos qué nos trae el tiempo."
En unos cuantos días más, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no
acostumbrado al jinete, se enfurecio y lo arrojó al suelo. E muchacho se quebró una
pierna.
"Padre, qué desgracia! - exclamó ahora el muchacho - ¡Me he quebrado la pierna!"
Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció:
"¿Por qué le llamas desgracia? Veamos lo que trae el tiempo!"
El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna
como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo
es malo o bueno.
La moraleja de este antiguo consejo chino es que la vida da tantas vueltas, y es tan
paradójico su desarrollo, que lo malo se hace bueno, y lo bueno, malo. Lo mejor es
esperar siempre el día de mañana, pero sobre todo confiar en que todo sucede con
un propósito positivo para nuestras vidas.
El Juicio
Cuenta una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue
injustamente acusado de asesinato. El culpable era una persona muy influyente del
reino, y por eso desde el primer momento se procuró hallar un chivo expiatorio para
encubrirlo. El hombre fue llevado a juicio y comprendió que tendría escasas
oportunidades de escapar a la horca. El juez, aunque también estaba confabulado,
se cuidó de mantener todas las apariencias de un juicio justo. Por eso le dijo al
acusado: “Conociendo tu fama de hombre justo, voy a dejar tu suerte en manos de
Dios: escribiré en dos papeles separados las palabras 'culpable' e 'inocente'. Tú
escogerás, y será la Providencia la que decida tu destino”.
Por supuesto, el perverso funcionario había preparado dos papeles con la misma
leyenda: “Culpable”.
La víctima, aun sin conocer los detalles, se dio cuenta de que el sistema era una
trampa. Cuando el juez lo conminó a toma uno de los papeles, el hombre respiró
profundamente y permaneció en silencio unos segundos con los ojos cerrados.
Cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y, con una sonrisa,
tomó uno de los papeles, se lo metió a la boca y lo engulló rápidamente.
Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon.
—Pero, ¿qué ha hecho? ¿Ahora cómo diablos vamos a saber el veredicto?
—Es muy sencillo —replicó el hombre—. Es cuestión de leer el papel que queda, y
sabremos lo que decía el que me tragué.
Con refunfuños y una bronca muy mal disimulada, debieron liberar al acusado, y
jamás volvieron a molestarlo.
El mecánico y el médico
- Hey Doctor, ¿Puede venir hacia acá que le quiero hacer una pregunta?
- Vea Doctor, échele una mirada a este motor. ¿No entiende mucho verdad? Le abrí
su corazón, le saqué las válvulas y el árbol de levas, las arreglé, las volví a instalar
y, cuando terminé, el motor funcionó como nuevo. No cualquiera puede hacer este
trabajo, se necesita ser muy bueno. ¿Usted podría haberlo hecho?
- No, realmente no, es un trabajo muy arduo que requiere gran conocimiento.
El Problema
“Usted es el nuevo guardián —le dijo el gran maestro, y explicó—: Yo fui muy claro,
les dije que estaban delante de un problema. No importa qué tan bellos y fascinantes
sean, los problemas tienen que ser resueltos. Puede tratarse de un florero de
porcelana muy raro, un bello amor que ya no tiene sentido, un camino que debemos
abandonar pero que insistimos en recorrer porque nos trae comodidades.
Sólo existe una forma de lidiar con los problemas: atacarlos de frente. En esos
momentos no podemos tener piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que
cualquier conflicto llevan consigo”.
Los problemas tienen un raro efecto sobre la mayoría de nosotros: nos gusta
contemplarlos, analizarlos, darles vuelta, comentarlos... Sucede con frecuencia que
comparamos nuestros problemas con los de los demás y decimos: “Su problema no
es nada... ¡espere a que le cuente el mío!” Se ha dado en llamar “parálisis por
análisis” a este proceso de contemplación e inacción. Busca la solución!
Fidelidad
Cuando la gente pasaba por ese lugar del cementerio, leían la placa y decían:
“¡Increíble!”
La Ranita Sorda
Un grupo de ranas viajaba por el bosque, cuando de repente dos de ellas cayeron
en un pozo profundo. Las demás se reunieron alrededor del agujero y, cuando
vieron lo hondo que era, le dijeron a las caídas que, para efectos prácticos, debían
darse por muertas. Sin embargo, ellas seguían tratando de salir del hoyo con todas
sus fuerzas. Las otras les decían que esos esfuerzos serían inútiles. Finalmente,
una de las ranas atendió a lo que las demás decían, se dio por vencida y murió. La
otra continuó saltando con tanto esfuerzo como le era posible. La multitud le gritaba
que era inútil pero la rana seguía saltando, cada vez con más fuerza, hasta que
finalmente salió del hoyo.
Las otras le preguntaron: “¿No escuchabas lo que te decíamos?” La ranita les
explicó que era sorda, y creía que las demás la estaban animando desde el borde
a esforzarse más y más para salir del hueco.
Tengamos cuidado con lo que decimos, pero sobre todo con lo que escuchamos.
La última palabra
El alumno preguntó:
- ¿Cuáles?
El místico prosiguió:
EPOPEYAS
2.- La Ilíada. Su autoría se atribuye al narrador griego Homero, alrededor del siglo
VIII a.C. Es un poema dividido en 24 cantos en los que se narra la última parte de
la guerra de Grecia contra Troya. Aunque en ella los personajes principales son los
dos jefes de los Ejércitos contendientes, Aquiles por parte de los griegos, y Héctor
por parte de los troyanos, hay cantos dedicados a otros héroes como Agamenón,
Patroclo o Menelao. En esta narración también resalta la intervención de los dioses
a favor de uno u otro bando, incluso de situaciones de conflicto entre los propios
dioses por la pasión que desata la batalla.
NOVELA
Santos caminó hasta la puerta y esperó a que el sonido eléctrico del ascensor
cesara de sonar unos pisos más arriba. Luego sus tripas le llevaron hasta la
escalera; cinco pisos de bajada, 95 escalones, dos hileras de buzones verdes y uno
que decía; 5 A Carmen Durán Durán.
Santos levantó la vista antes de girar la esquina; Calle del Coronel Salgado. Tenía
la cabeza a punto de estallar, no podía recordar cómo llegó hasta aquel piso, tal vez
lo mejor era olvidarse de todo. Nadie podía relacionarle con aquella mujer. Un
extraño anciano le ofreció un folleto que no recogió.
Caminó entre aquellas personas a las que parecía no importar en absoluto los
detalles, como si los detalles no fuesen importantes, pero Santos Cámara no podía
dejar de percibir con precisión esas cosas, incluso ahora, con la cabeza a punto de
estallar.
Se paró un rato a respirar. El no podía haber matado a aquella mujer, ¿Por qué
motivo? Un hombre con la pierna escayolada movió una torre blanca, la mandíbula
sobresalía de su cara proyectando una sombra verde sobre el tablero, como un
tumor.
Solo al entrar en su casa pudo Santos llenar del todo los pulmones. Aquel orden le
permitía respirar. Sobre el escritorio del salón descansaba la carpeta del notario,
nada que no supiera; cinco apartamentos en el centro, varias cuentas bancarias,
vehículos, y la escritura de una finca; Las Contentas; termino municipal de San
Andrés, parcela 345.
Cerró los ojos bajo el chorro y pudo recordar a Carmen Durán, su timbre de voz,
juvenil y desenfadado, como si dentro de aquel cuerpo, ya maduro, aún viviese una
niña muy pequeña. Movía las manos al hablar, apenas un ligero giro de muñecas,
incluso cuando llamó al camarero mientras tomaba asiento, se apoyaba en la barra,
pedía una taza de café, hablaba sobre un proyecto para evitar que las palomas se
estampasen sobre los cristales de los edificios, y luego, como si no fuese capaz de
evitar la torpeza, derramó unas gotas de café sobre la gabardina de Santos Cámara.
Era solo una gabardina. Una gabardina que él sostenía, perfectamente doblada,
sobre sus piernas. Una gabardina impecable, como el resto de su ropa. Es
importante llevar la ropa cuidada. Es importante. Podía escuchar dentro de su
cabeza aquella frase, “cuidar la ropa es importante, dice mucho de la gente” podía
escuchar cómo se repetía en su cabeza, otra vez más, hasta que recordó la sonrisa
de Carmen Durán.
“Perdona”, dijo ella después de mancharle, “ha sido sin querer”. Eso dijo, y miró de
reojo, como una niña que ha hecho algo malo y no quiere que la castiguen. Lo
recordaba perfectamente. “Perdona, de verdad que lo siento”, y se rió. Solo una
breve carcajada, como si tampoco hubiese podido evitar reírse, “de verdad que lo
siento” Luego corrió su taburete, como si quisiera estar más cerca, y dijo que no
vivía muy lejos. Entonces sacó del bolso un monedero verde con mariquitas rojas,
muy rojas, y llamó al camarero.
Contempló aquel retrato que se sabía de memoria. Podía cerrar los ojos y
comprobar luego cómo, cada grieta del lienzo, estaba perfectamente representada
en su cerebro. “Eres su vivo retrato”, escuchó de nuevo. Sobre la cómoda, en el
jarrón verde de cristal, agonizaba una rosa. Entonces percibió el olor de su madre
flotando en el ambiente.