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Elena Gern, México, FC. &, 2000. EQué hora es...? WR ge ye et —{Qué hora es, sefior Brunier? Los ojos castafios de Lucia recobraron en ese instante el asombro perdido de Ja infancia. El sefior Brunier esperaba la pregunta. Miro su reloj pulsera y dijo marcando las silabas para que Lucfa entendiera bien la respuesta: —Las nueve y cuarenta y cuatro. —Faltan todavia tres minutos... jqué dia tan largo! Ha durado toda Ia vida. {Dios me regalaré esos tres minutos? Brunier la mir6 unos segundos: recostada, con los ojos muy abiertos y miran- do hacia ese largo dia que habia sido su vida. —Dios le regalara muchos afios —dijo el sefior Brunier, inclinandose sobre éllay mirandole los ojos castafios: hojas marchitas que un viento frfo barria en aquel momento lejos, muy lejos de ese cuarto estrecho. —Alguien esté entrando en este cuarto... el amor es para este mundo y para el otro. ;Qué hora es, sefior Brunier? Brunier volvi6 a inclinarse para ver aquellos ojos color té, que empezaban a irse, girando por los aires como hojas. —Las nueve y cuarenta y siete, sefiora Lucia —dijo con tono respetuoso mirando a los ojos, que ahora parectan estar tirados en cualquier acera, —las nueve y cuarenta y siete —repiti6 supersticioso y deseando que ella lo oyera, Pero ella estaba quieta, liberada de la hora, tendida en la cama de un cuarto barato de un hotel de lujo. Brunier le tom6 una mano, tratando de hallarle un pulso que él sabia inexis- tente, Con mano firme le baj6 los parpados. El cuarto se llend de un silencio grave, que iba del techo al suelo y de muro a muro. Sobre una maleta marchita estaba la chalina de gasa color durazno. La cogié y la extendio sobre el cadaver. Apenas hacfa bulto en la cama, El pelo sepia formaba una mancha desordenada debajo de la gasa. La semane de colores en Coentes reun 51 m2. Brunier se dejo caer en un sillon y se qued6 mirando los cristales brillantes de las ventanas. Afuera los automéviles de colores claros se llenaban y se vaciaban de jévenes ruidosos. {Cuantos afios hacia que, metido en aquel uniforme verde y dorado, cuidaba la puerta del hotel? Veintitrés aftos. Asi se le habia ido la vida. Le pareci6 que sdlo habia abierto la puerta a malhechores. La banda era interminable y los “Buenos dias”, “Buenas tardes” y “Buenas noches”, también interminables, Sélo la seiora Mitre le habfa dicho al entrar: “;Qué horas son?” La record6 perfectamen- te: venia seguida de dos mozos que le llevaban las maletas. No era demasiado joven, tal vez ya legaba a los treinta aftos. Sin embargo, al pasar junto a él le sonrié con. tuna sonrisa descarada. “Las sefioras no sonrien asi, slo los muchachos”, se dijo Brunier. ¥ para colmo, aquella sefiora le guirié un ojo. Se sintié desconcertado. La viajera levaba al cuello una amplia chalina de gasa color durazno cuyas puntas flo- taban a sus espaldas como alas. Uno de los extremos de la chalina se quedé prisio- nero en una de las puertas y la sontiente extranjera dio un paso hacia atrés al sen- tirse estrangulada por la gasa. Brunier se precipit6 a liberar la prenda y luego se inclin6 respetuosamente ante la viajera. —iGracias, gracias! —repiti6 la sefiora con un fuerte acento extranjero. Brunier hizo una nueva reverencia dispuesto a retirarse. La extranjera lo detu- vo sonriente, —sComo se lama? —Brunier —contest6 avergonzado por la falta de discrecion de la seftora. —1Qué hora es, sefior Brunier? Brunier vio su reloj pulsera. —lLas seis y diez, sefiora. —E] avion de Londres llega a las nueve y cuarenta y siete, gverdad? —Creo que sf... —contesté el portero. —Faltan tres horas y treinta y siete minutos —dijo la desconocida con voz tragica. La extranjera cruz6 el vestibulo del hotel a grandes pasos. Su abrigo corto dejaba ver dos piemas delgadas y largas, que caminaban, no como si estuvieran acostumbradas a cruzar salones, sino a correr de prisa por las Nanuras, Se inscribié en el hotel como Lucfa Mitre, recibi6 su Ilave y anuncié con desenvoltura: —Reserven el cuarto 410 para el sefior Gabriel Cottina, que lega hoy en el avién de Londres a las nueve y cuarenta y siete minutos. El cuarto 410 estaba al lado del cuarto 412, el ntimero que le habfa tocado aella, Durante varios dias la sefiora Mitre comié y cené en su habitacion. Nadie la {Qué hora es..7 vio salir, El cuarto 410 permanecié vacto..En la vida del hotel lena de grupos de gentes que entran y salen, de fiestas, de automoviles que se detienen a sus puertas, estos hechos insignificantes pasaron inadvertidos. Sélo Brunier espiaba con aten- cion las entradas y salidas de los clientes, esperando ver reaparecer a la sefiora de la chalina color durazno, que le habia guiftado un-ojo y preguntado la hora. Con dis- creci6n indago entre las doncellas y los camareros. —iQué? {La sudamericana? Esté tocada, Se arregla, se sienta en un sillén y pregunta: “;Qué hora es?” Marie Claire, después de imitar la voz y los ademanes de la extranjera, se echo a ref, ~1Qué mania! Amt también no hace sino preguntarme la hora —dijo Albert, el camarero que le Levaba los desayunos. Algo le pasa —coment6 Brunier pensativo. —Esté esperando a su amante... —exclamé Marie Claire soltando una carca- jada rencorosa. Brunier escuch6 las confidencias y sigui6 cuidando la gran puerta de entrada. Pasaron dos meses. De la gerencia del hotel le preguntaron a la sefiora Mitre si pen- saba seguir guardando la habitacion 410. —iClaro! El sefior Gabriel Cortina lega hoy en el avion de las nueve y cua- renta y siete —contesté ella con aplomo. —iEs una extravagante! —dijeron en la administracién. Los ricos pueden serlo, {Qué le importan esos francos si en su pais tiene cien mil caballos y uescientas mil vacas? —replicé mademoisélle Ivonne con voz amarga y dejando por unos momentos las cuentas para entrar-en la conversa cidn, —Tedos los sudamericanos tienen muy buenas vacas y muy malas maneras. Come carecen de ideas estan llenos de manias —dijo el sefor Gilbert, asoméndose por encima de su cuello duro, La sefiora Mitre no tenia tantas vacas y al terminar el tercer mes no tuvo con qué pagar la ultima cuenta del hotel. El sefior Gilbert subi6 a su habitacion, La sefio- ra Mitre le abrié la puerta sonriente, lo hizo pasar y le ofreci6 asiento, —Sefiora, Io siento, estoy realmente desconcertado, pero... debe usted mudarse de hotel. — ¢Mudarme? —pregunt6 la sefiora asombrada, El sefior Gilbert guards silencio, Después asintis gravemente con gestos de la cabeza, —No puedo mudarme. Aqui estoy esperando al sefior Gabriel Cortina, El llega 53

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