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Preguntas posibles:
Vuestra Excelencia, José Gervasio Artigas, Protector de la Unión de los Pueblos Libres:
. La invasión a Santa Fe, como señala José Luis Busaniche, implicaba que la oligarquía
brillante y gloriosa de Buenos Aires había resuelto fijar el límite Este del nuevo Estado en
el Río Paraná, preservando la provincia de Santa Fe con su puerto y su Aduana y
procurando desde entonces o bien la independencia de la zona controlada por Artigas o la
entrega a Portugal de aquellos territorios. Lo importante era hacer desaparecer a Artigas,
sus gauchos y su proyecto revolucionario. Las ciudades de Rosario y Santa Fe fueron
arrasadas entre el 25 y el 30 de agosto de 1815 por las tropas dirigidas por Viamonte, quien
colocó al frente de la gobernación a Juan Francisco Tarragona, un títere de los intereses
porteños. Pero el ejército popular artiguista terminaría en pocos meses con esta farsa
recuperando el poder para el Protector de los Pueblos Libres, quien después de todos
estos hechos y comprobando que el Congreso de Tucumán sería dominado por los
porteños directoriales, tras consultar con los delegados de las diferentes regiones,
decidió, entonces sí, no enviar diputados al famoso Congreso.
¿En qué aspectos usted está en desacuerdo con la política ecónomica y social de Buenos
Aires?
El reparto de tierras y ganado entre los sectores desposeídos concretado por Artigas en la
Banda Oriental, bien podía trasladarse a la otra margen del Plata y poner en juego la base
de su poder económico.
Artigas logró que el Cabildo de Corrientes le otorgara tierras a los indígenas en estos
términos: “Es preciso que a los Indios se trate con más consideración pues no es dable
cuando sostenemos nuestros derechos excluirlos del que justamente le corresponde. Su
ignorancia e incivilización no es un delito reprensible. Ellos deben ser condolidos más bien
de esta desgracia, pues no ignora V.S. quien ha sido su causante, ¿y nosotros habremos de
perpetuarla? ¿Y nos preciaremos de patriotas siendo indiferentes a ese mal? Por lo mismo
es preciso que los magistrados velen por atraerlos, persuadirlos y convencerlos y que con
obras mejor que con palabras acrediten su compasión y amor filial”.
"Es preciso borrar esos excesos de despotismo. Todo hombre es igual en presencia de
la ley. Sus virtudes o delitos los hacen amigables u odiosos. Olvidemos esa maldita
costumbre de que los engrandecimientos nacen de la cuna."
Martín Miguel de Güemes, el líder de la guerra gaucha que frenó el avance español con sus
tácticas guerrilleras, nació en Salta el 8 de febrero de 1785. Estudió en Buenos Aires, en el
Real Colegio de San Carlos. A los catorce años ingresó a la carrera militar y participó en la
defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas como edecán de Santiago de
Liniers.
A fines de noviembre de 1815, tras ser derrotado en Sipe Sipe, Rondeau intentó quitarle
500 fusiles a los gauchos salteños. Güemes se negó terminantemente a desarmar a su
provincia. El conflicto llegó a oídos del Director Supremo Álvarez Thomas quien decidió
enviar una expedición al mando del coronel Domingo French para mediar en el conflicto y
socorrer a las tropas varadas en el norte salteño a cargo de Rondeau, quién parecía más
preocupado por escarmentar a Güemes y evitar el surgimiento de un nuevo Artigas en el
Norte que por aunar fuerzas y preparar la resistencia frente al inminente avance español.
Finalmente, el 22 de marzo de 1816 se llegó a un acuerdo: Salta seguiría con sus métodos
de guerra gaucha bajo la conducción de Güemes y brindaría auxilio a las tropas enviadas
desde Buenos Aires.
Dos días después, iniciaba sus sesiones el Congreso de Tucumán que designó Director
Supremo a Juan Martín de Pueyrredón. El nuevo jefe del ejecutivo viajó a Salta ante las
críticas y sospechas de muchos porteños, que dudaban de la capacidad militar de Güemes y
sus gauchos. Pueyrredón quedó tan conforme que ordenó que el ejército del Norte se
retirara hasta Tucumán y ascendió al caudillo salteño al grado de coronel mayor.
San Martín apoyó la decisión de Pueyrredón y confirmó los valores militares y el carisma
de Güemes y le confió la custodia de la frontera Norte. Dirá San Martín: “Los gauchos de
Salta solos están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han
obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado“.
A principios de 1817, Güemes fue informado sobre los planes del Mariscal de la Serna de
realizar una gran invasión sobre Salta. Se trataba de una fuerza de 3.500 hombres integrada
por los batallones Gerona, Húsares de Fernando VII y Dragones de la Unión. Eran
veteranos vencedores de Napoleón. Güemes puso a la provincia en pie de guerra. Organizó
un verdadero ejército popular en partidas de no más de veinte hombres.
El 1º de marzo de 1817, Güemes logró recuperar Humahuaca y se dispuso a esperar la
invasión. Los realistas acamparon en las cercanías. Habían recibido refuerzos y ya sumaban
5.400. La estrategia de Güemes será una aparente retirada con tierra arrasada, pero con un
permanente hostigamiento al enemigo con tácticas guerrilleras. En estas condiciones las
fuerzas de La Serna llegaron a Salta el 16 de abril de 1817. El boicot de la población
salteña fue absoluto y las tropas sufrieron permanentes ataques relámpago.
El año 1821, fue sumamente duro para Güemes porque a la amenaza de un nuevo ataque
español se sumaron los problemas derivados de la guerra civil. Güemes debía atender dos
frentes militares: al Norte, los españoles; al Sur, el gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz
que, aliado a los terratenientes salteños, hostigaba permanentemente a Güemes, quién sería
derrotado el 3 de abril de 1821. El Cabildo de Salta, dominado por los sectores
conservadores, aprovechó la ocasión para deponer a Güemes de su cargo de gobernador.
Pero a fines de mayo Güemes irrumpió en la ciudad con sus gauchos y recuperó el poder.
Todos esperaban graves represalias, pero éstas se limitaron a aumentar los empréstitos
forzosos a sus adversarios.
Tras la derrota de Huaqui los realistas lograron rodear su casa en la que resistió como pudo
junto a sus hijos, hasta que Padilla en una acción absolutamente temeraria logró liberar a su
familia. Juana ayudó a crear una milicia de más de 10.000 aborígenes y comandó varios de
sus escuadrones. Libró más de treinta combates, siempre a la vanguardia, haciendo uso de
un coraje desmedido que se fue haciendo famoso entre las filas enemigas a las que les había
arrebatado personalmente más de una bandera y cientos de armas. Su accionar imparable
permitió recobrar del dominio español las ciudades de Arequipa, Puno, Cuzco y La Paz.
Juana lo fue perdiendo todo, su casa, su tierra y cuatro de sus cinco hijos, Manuel, Mariano,
Juliana y Mercedes, en medio de la lucha. No tenía nada más que su dignidad, su coraje y la
firme voluntad revolucionaria. Por eso, cuando los Padilla estaban en la más absoluta
miseria y un jefe español intentó sobornar a su marido, Juana le contestó enfurecida: “La
propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que pelean por
mantener la esclavitud, más no a los que defendían su dulce libertad, como él lo haría a
sangre y fuego”.
El 3 de marzo de 1816 Padilla y Juana atacaron al general español La Hera cerca de Villar;
allí Juana al frente de treinta jinetes, entre ellos varias amazonas, logró detener a los
realistas, quitarles el estandarte, recuperar fusiles y cubrir la retirada de su compañero.
Juana fue una estrecha colaboradora de Güemes y por su coraje fue investida con el grado
de teniente coronel de una división explícita llamada “Decididos del Perú”, con derecho al
uso de uniforme, según un decreto firmado por el director supremo Pueyrredón el 13 de
agosto de 1816 y que hizo efectivo el general Belgrano, quien debía entregarle el sable
correspondiente, pero prefirió brindarle el suyo, el que lo había acompañado en Salta y
Tucumán y durante el heroico éxodo jujeño.
Tres meses después, en el combate de Villar fue herida por los realistas. Su marido acudió
en su rescate y logró liberarla, pero a costa de ser herido de muerte. Era el 14
de septiembre de 1816. Juana se quedaba sin su compañero y el Alto Perú sin uno de sus
jefes más valientes y brillantes. Juana murió en la soledad, el olvido y la pobreza,
paradójicamente en una casa en la calle “España” en un humilde barrio de Chuquisaca, el
25 de mayo de 1862.