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El 4 de marzo de 2014, durante la Asamblea Popular Nacional y ante casi tres mil delegados y

muchas personas que lo estaban viendo en vivo por la televisión estatal, el primer ministro de
China, Li Keqiang, dijo: “Declararemos la guerra a la contaminación con la misma
determinación que lo hemos hecho contra la pobreza”.

Sus palabras rompieron con la vieja política de priorizar el crecimiento económico sobre el
medioambiente y muchos se preguntaban si China en verdad acabaría lo que estaba
empezando.

Cuatro años después de esa declaración de guerra, los datos indican que China está ganando…
a una velocidad récord. En particular, las ciudades han reducido en promedio un 32 por ciento
la concentración de partículas finas en el aire, en tan solo cuatro años.

La velocidad con que se ha implementado la política contra la contaminación ha generado


cuestionamientos importantes sobre los costos humanos. Sin embargo, una investigación
reciente que he realizado junto con mis colegas indica que si China mantiene estas
reducciones, los residentes experimentarán mejoras significativas en su salud y su vida se
prolongará por meses o años.

¿Cómo fue que China logró este cambio? En los meses previos al discurso del primer ministro,
el país divulgó un plan nacional de la calidad del aire que obligaba a todas las zonas urbanas a
reducir al menos en un 10 por ciento las concentraciones de contaminación de partículas finas;
en algunas ciudades la reducción era mayor. La zona de Pekín debía disminuir la
contaminación un 25 por ciento, y la ciudad destinó 120.000 millones de dólares para lograrlo.

Para alcanzar esos objetivos, China prohibió la implementación de nuevas centrales eléctricas
que funcionaran con carbón en las regiones más contaminadas del país, entre ellas el área de
Pekín. Las centrales ya existentes tuvieron la obligación de reducir sus emisiones. Si no lo
hacían, el carbón se remplazaba con gas natural. Las ciudades grandes como Pekín, Shanghái y
Cantón, restringieron la cantidad de autos en las calles. El país también redujo su capacidad de
producción de hierro y acero, y cerró muchas minas de carbón.

Algunas de las medidas pasaron de ser agresivas a extraordinarias. Por ejemplo, el verano
pasado, el ministerio de protección ambiental publicó un “plan de batalla” de 143 páginas que
incluía la eliminación de calentadores de carbón que muchas casas y negocios utilizaban como
forma de calefacción en el invierno, aunque no hubo remplazos en todas partes. Esta
maniobra provocó que algunos dueños de casas, negocios e incluso estudiantes no contaran
con calefacción este invierno.

Es una estrategia que ha tenido costos reales, como lo pueden atestiguar las personas que se
quedaron sin calefacción este invierno. Sin embargo, las mejoras a futuro también serán más
costosas de lo necesario si se implementan por medio de decretos, en particular con muchos
de los arreglos que ya se han realizado.

Sería una gran sorpresa que China, un país comunista, terminara por ganar la guerra contra la
contaminación por medio de regulaciones basadas en los mercados, mientras Estados Unidos
sigue utilizándolas tan solo de manera intermitente.

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