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Por una universidad democrática

Escrito por Román Munguía Huato


Jueves, 25 de Febrero de 2010 22:24

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Por una universidad democrática

Escrito por Román Munguía Huato


Jueves, 25 de Febrero de 2010 22:24

Replantear la necesidad del análisis de la función social de la universidad es clave,


me parece, en esta fase en la cual la privatización indirecta de la universidad pública,
la aceleración del proceso de mercantilización y la implantación de lasuniversidades privadas,
con el consentimiento de los poderes políticos,
están contribuyendo de una manera decisiva al desplazamiento de la sede
(o sedes) de creación de hegemonía.

Francisco Fernández Buey

Jalisco, México.

En un mundo actual donde vivimos una civilización de barbarie o una barbarie civilizada, por
contradictoria que esta idea parezca, el hecho es que la tendencia histórica la marca un
proceso de mayor degradación social; es decir, un proceso de deshumanización acelerado y de
barbarie. La sociedad planetaria vive, pues, una crisis civilizatoria resultado de un proceso
salvaje de un capitalismo tardío, dentro del cual la crisis de los valores educativos y culturales
aparece bajo diversas formas contradictorias y amenazantes a las conquistas sociales
heredadas desde hace muchas décadas con los derechos humanos; como es el derecho a la
educación y a la cultura en general.

En tal sentido, el papel de las universidades públicas para contribuir a la búsqueda de


alternativas de solución a los grandes y graves problemas no es de poca importancia. La
cuestión, contradictoria, es que la universidad también forma parte de aquellos problemas por
resolver por la mayoría poblacional, especialmente por la población trabajadora, que es la que
proporciona fundamentalmente los recursos económicos que sostienen sus actividades
sustanciales. De ahí la relevancia de una política redistributiva de la riqueza social en manos
del Estado y, por ende, del uso de estos recursos por las propias instituciones. De ahí también
la importancia de la naturaleza de las políticas públicas, en tanto forma del gasto social, y las
propiamente educativas. Pero los analistas afirman que, por desgracia, en nuestro país es
inexistente un verdadero proyecto educativo y sus políticas no van encaminadas a construirlo;
en todo caso, el existente proyecto educativo oligárquico pretende estar a tono con el universo
mercantil y su rentabilidad económica; todo ello enajenante. Es por eso que la educación,
dentro de esta perspectiva, se considera más como negocio lucrativo que como un bien social;
y también por eso algunas autoridades universitarias, por desgracia y patéticamente, conciben
a la universidad como un espacio para el marketing y el showbusiness, enmarcado en un

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escenario iluminado por candilejas en profundas corruptelas flagrantes.

Hoy día, el grueso de las universidades públicas mexicanas, como es el caso de la


Universidad de Guadalajara (UdeG), se debate en una profunda crisis. La UdeG en estas
circunstancias se encuentra sumida en una crisis académica y de gobierno muy honda. Carece
de un ethos humanista político, filosófico, cultural, educativo y ético, pues más que
administrarse como institución educativa pública para beneficio de la sociedad entera, se
maneja como empresa promotora de espectáculos y entretenimiento para fines privados.

Esta crisis universitaria tiene fuertes impactos en la sociedad civil, para su presente y futuro
inmediato desarrollo social; tal es el gravísimo problema de la exclusión de miles de jóvenes
del derecho a la educación media superior y superior. Es eso lo que da origen legítimo al
Frente Ciudadano y Universitario en la Defensa de la Educación Pública, pues su demanda
central es que todo joven estudiante tiene el derecho a la educación bajo el amparo
constitucional del Artículo Tercero, todavía vigente formalmente, pero en la práctica
parcialmente anulado y amenazado por la voracidad empresarial y las autoridades
gubernamentales y universitarias cómplices y displicentes. Por ello es necesario luchar por la
ampliación de la cobertura escolar. Se trata de la defensa de la educación como un bien
común, para beneficio de la sociedad entera, y no para beneficio de grupos de poder regidos
por cacicazgos protegidos por el poder estatal.

Una condición necesaria para lograr tal reivindicación legítima es un proceso democratizador
de la universidad. Este proceso implica, a su vez, a juicio del Frente, resolver el problema de
las actuales estructuras de poder concentrado extraordinariamente en unas manos, cuasi
poder absoluto, pues también de ahí deviene una crisis de gobierno universitario, cuyos saldos
en los tiempos recientes son dramáticos. Estamos hablando de una institución que podemos
caracterizar perfectamente como la universidad del espectáculo de los escándalos,  hoy de la
“nota roja” periodística, cuyos orígenes provienen desde hace varias décadas, especialmente
de las dos últimas a partir de la rectoría de Raúl Padilla López.

Durante décadas esta universidad ha estado sometida a fuertes disputas por el poder, pero de
hecho en ningún momento se ha presentado una alternativa realmente democrática que
sustente un verdadero proyecto de universidad cuyos fines estén acordes con las necesidades
sociales, es decir, con las de la mayoría de la población. Esta universidad requiere
urgentemente de profundos cambios radicales, entendido esto último en el sentido de que se
requiere ir a la profundidad de la raíz de los procesos sociales y educativos; y la raíz es el
hombre mismo; la sociedad misma. Por tanto, estamos hablando de la necesaria educación
universitaria eminentemente humanista, ajena a toda concepción tecnocrática y mercantilista,

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propia del pensamiento único; o sea, el hegemónico o dominante. Es necesario luchar,


entonces, por una verdadera autonomía universitaria, construida democráticamente por la
comunidad universitaria. Todo ello pasa, obligadamente, por la apertura de espacios
democráticos y de la construcción del pensamiento crítico, por ende, de una reforma
universitaria democrática emanada de un congreso general universitario por el cual debemos
pugnar cotidianamente.

Una reforma integral contemplaría necesariamente una modificación de la Ley Orgánica, la


que a su vez, por ejemplo, incorporaría las figuras de plebiscito y/o referéndum para la
remoción del rector o de cualquier funcionario universitario. De igual manera es necesaria la
creación de la figura democrática de un verdadero Ombudsman para defender los derechos
legítimos de los sectores de la comunidad universitaria. Lo que es imprescindible y urgente es
la puesta en práctica de una auténtica auditoría para empezar a resolver los graves problemas
de manejo discrecional y desvió de fondos financieros para fines aviesos y totalmente ajenos a
las tareas sustantivas universitarias y sus prioridades académicas. También es necesario
desmantelar los sindicatos “blancos” patronales y crear sindicatos autónomos, democráticos y
combativos; crear un movimiento estudiantil representativo e independiente, y hacer del
Consejo General Universitario una verdadera asamblea representativa democrática, sin
tutelajes corporativos internos ni externos.

Por supuesto, una reestructuración de tal envergadura, también pasa por un proceso paralelo
democratizador de la política en la entidad y en lo nacional, lo cual complica nuestras tareas
políticas. Es necesario y apremiante modificar el actual modelo de desarrollo social neoliberal
propio de un capitalismo salvaje y pugnar por un proceso de desarrollo sustentado en la
justicia, la equidad social y la soberanía. Nuestra universidad democrática puede y debe
contribuir a los necesarios procesos democráticos estatales y nacionales, a condición de su
propia democratización.

Una Universidad democrática es deseable y posible, a condición de que haya realmente un


esfuerzo colectivo, especialmente del pueblo trabajador democrático y del grueso de la
comunidad universitaria. Construir una Universidad de tal naturaleza podría contribuir a hacer
renacer la esperanza de una sociedad justa, un mundo mejor y realmente humanizado.

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