Ya lo dijo Manuel Azaña, presidente de la II República Española, allá por 1937:
“Si triunfa el movimiento de fuerza [fascista] contra la República, se vienen sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar”. Como todo el mundo sabe el Movimiento ganó por goleada y la profecía de Azaña se cumplió y se cumple al pie de la letra. Tal la costumbre de los últimos años, España volvió a conmemorar un 12 de octubre engalanada con los pantanos tan temidos por don Manuel. La parada militar con motivo del día de la Hispanidad, que coincide con la celebración de la mencionada Virgen del Pilar y con el día de las Fuerzas Armadas, congregó a miles de ciudadanos. Bajo una intensa lluvia, más de 5.000 soldados desfilaron frente al Rey entre vítores y exhibiciones aéreas. La gran novedad de este año fue la participación de ‘cuatro marines cuatro’ marchando detrás de la divisa de las barras y las estrellas. Toda una declaración de intenciones por parte del Ministerio de Defensa, cuyo responsable intenta por todos los medios que EE UU cuente con sus tropas. Pero la llamada de Washington no llega; parece que por ahora tiene suficiente con las bombas de racimo. Pero para completar el esperpento de chovinismo internacionalista (así como suena), ETA volvió a juguetear con un coche lleno de explosivos a pocos metros de la tribuna oficial. El vehículo explotó a la medianoche, retirados ya marines y legionarios, luego de sufrir un periplo muy sainetero e inequívocamente español. Alrededor de las once de la mañana, con el desfile en plena inflamación, un llamada anónima alertó de la existencia de un coche bomba en la céntrica calle de Alcántara. La Policía Nacional peinó la zona sin encontrar nada. Horas después, una grúa retiraba un coche de esa calle por encontrarse sobre un paso de peatones y lo llevaba al depósito municipal. Allí fue donde ocurrió la explosión. Los 17 heridos son de carácter leve, pero el deporte nacional de estacionar en cualquier lado quedó seriamente afectado. Lo que parece libre de mácula y a prueba de toda torpeza o error de cálculo es el sentimiento nacional. Las escenas de las costureras yanquis bordando kilómetros de banderas han estimulado casi más que la de los bomberos del “nivel cero” embadurnados de ceniza. La enseña rojigualda se prepara para vivir un siglo (otro) de esplendor. No sabemos qué hubiera dicho Manuel Azaña de las tropelías de Bin Laden o de las de Bush Jr. Probablemente lo hubieran sorprendido un poco hastiado.