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Redes sociales, plazas de hoy

No lo entienden, y me afano en explicarlo. Les digo que síí, que hubo un tiempo,
y no tan lejano, en el que los joí venes se relacionaba en los parques, compartíían la
merienda en el portal de casa, e incluso, pasaban a casa del vecino a disfrutar de
aventuras y juegos imaginarios. Ay, la imaginacioí n. Les cuesta entenderlo, y
agachan la cabeza para mirar la pantalla, una de tantas que adornan su vida, en la
que un pequenñ o sonido les alerta de que alguien tiene algo que contarles. Son las
cosas de la tecnologíía, las redes sociales, eí sas que permiten que un montoí n de
conocidos, y no tanto, se reuí nan de forma virtual e interactuí en y expongan sus
pensamientos, o lo que sea. Y de todo se ve y se oye.

Lo curioso es que a la mayoríía de quienes participan de estas colmentas


modernas les traen sin cuidado muchas de las cosas que les transmiten sus
allegados, a los que pueden consultar, y sin embargo, les embelesa conocer el
`estado ‘ de tal o cual personal, desde queí ha comido o doí nde se encuentra, con la
que la relacioí n no pasa de aporrear el teclado del ordenador o el teleí fono moí vil. La
duda es si este mundo virtual no se estaí comiendo, cacho a cacho, la vida real, eí sa
es la que cada vez es fundamental para afrontar un futuro de garantíía. Pero
preparado para todo. Porque ocurre que personas `hiperactivas’ en la pantalla y
que desgranan sin ninguí n pudo el minuto a minuto de su devenir diario, se
muestran insulsas e incapaces de unir dos frases cuando tienen que utilizar las
palabras y presentarse ante los demaí s en carne y hueso. Como en casi todo, en el
teí rmino medio estaí la virtud, pero ahíí, una vez maí s, se pincha en el hueso. Las
conversaciones en torno a los bancos, los corrillos y las primeras confesiones son
cada vez maí s caras, se apagan poco a poco y dodos se cobijan en la Red. Facebook y
Twitter son ahora las plazas mayores, lugar de encuentro. Ahíí es la cita y se
organizan las quedadas con los colegas, y ya se se sabe que quien tiene su amigo
tiene un tesoro.

Concha Sorra Maríín (Carta a un director de perioí dico)

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