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pasión
Falsos rencores
Jayne Bauling
Argumento:
María se quedó desolada cuando de manera cruel la despidieron de su
empleo… ¡todo a causa del arrogante Luke Scott, cuyas acusaciones la
dejaron aturdida y lastimada! Ahora, seis años después, él regresaba a su
vida y sus pretensiones eran mayores, la deseaba a ella. María estaba
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decidida a luchar contra la poderosa química que existía entre ellos… pero
¿durante cuánto tiempo podría resistírsele?
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Capítulo 1
—¿Puedes creerlo, María? ¡Los dos juntos de nuevo!
María McFadden miró con sus chispeantes ojos, al rubio Florian Jones.
—Quizá no estés tan entusiasmado la semana siguiente —le advirtió ella,
riendo.
—Formábamos una buena pareja —replicó él.
El estremecimiento de intranquilidad que invadió a María fue inesperado.
Vaciló antes de responder, examinando el mensaje que sus sentidos le transmitían y
lo descartó. De algún modo las palabras de Florian la hicieron evocar la primera vez
que trabajaron juntos, hacía muchos años, y la sensación de una sombra cayendo
sobre ella, llegó del pasado.
Volvió a sonreír, pero aguardó unos segundos más, asegurándose de que el
fantasma se hubiera esfumado. Se encontraba en Taiwan. Su presente y su previsible
futuro estaban allí, y parecían promisorios.
Taipei se veía hermosa desde el balcón en que se encontraban ella y Florian. De
noche, la ciudad parecía un brillante globo desde el cual el estruendo del tránsito se
elevaban para competir con el ruido de la fiesta que se celebraba en el amplio salón.
—Pero esta vez seré tu jefe. El empleo quizá tenga diferentes nombres en
distintas partes del mundo, pero en esencia eso es lo que seré desde el lunes, aunque
ganes más que yo —dijo María, y Florian sonrió.
—En cierto sentido —admitió él con indiferencia.
—Oh, tú eres la estrella —reconoció María con burla—. Pero no esta noche, mi
amigo.
—No, esta noche es tuya —convino Florian amablemente.
—Y como la fiesta es para mí, regresemos a ella —propuso María, alegre—. Qué
amable fue Giles al pensar en ello.
—El verdadero jefe, si recuerdas que la radio comercial tiene que ver con el
dinero —enfatizó Florian—. Y la amabilidad no está muy relacionada con ello, mi
amor. Eres una mujer importante, ahora que nos estamos volviendo tan
competitivos. Alguien me contó que incluso el gran jefe pensaba venir esta noche…
tal vez para inspeccionar tu cuerpo y alma, ahora que es el dueño.
—Estás exagerando, como de costumbre. Nunca me comprometí a eso cuando
firmé el contrato.
—Sin embargo, estamos hablando de "propiedad" —insistió Florian mientras se
volvían hacia la puerta abierta—. Es el dueño de nosotros, de los estudios desde los
cuales transmitimos y del edificio donde están, aunque ya debe de haber recuperado
varias veces la inversión original. Tienes que reconocérselo. Apenas tiene treinta y
cuatro años y ha hecho lo mismo en todo el Lejano Oriente, adquiriendo por lo
general estaciones de radio pertenecientes a aficionados o estaciones pirata como
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ésta, que una vez lo fue, y contratando a gente como yo, que obtengo patrocinio
comercial porque éste atrae público. Sus otros intereses también están orientados al
sonido, pues posee estudios de grabación en toda la región, por ejemplo. Dinero,
cariño. Supongo que podríamos llamarlo empresario del sonido.
—De eso se trata la radio: del sonido.
María se detuvo en la puerta y recorrió con la mirada a sus nuevos compañeros
y socios, una parte de ellos era gente de la región, pero sobre todo, eran hombres y
mujeres de todo el mundo de habla inglesa, pues la gente de la radio tiende a
trasladarse cada determinado lapso. El empleo en Taipei era inusual en cuanto a que
sería una nueva experiencia trabajar en un país donde el inglés no era el idioma
oficial, pero la presencia de una vasta población de occidentales; sobre todo
estadounidenses, aseguraba una gran cantidad de radioescuchas, incluso con la
competencia de otras estaciones que también transmitían en idioma inglés.
María, desde su infancia amaba la radio con pasión y la fe en su poder
sobrevivió a través de todos los años en que la televisión amenazaba convertirla en
obsoleta.
—Aquí está él —dijo Florian detrás de ella.
Cuando lo vio, su corazón dejó de latir, y al hacerlo de nuevo la oscuridad
regresó. Luego pudo dar el paso mental que la llevó a entrar a la luz otra vez.
Se sintió furiosa.
Alguna vez él tuvo el poder de perturbarla, pero ya no. Ahora sólo quedaba el
odio.
El grado de su furia la desconcertó, pues habían pasado muchos años desde la
última vez que se sintió así.
—¡Es Luke Scott, Florian! —exclamó.
—Claro, ¿no lo dijo Giles? —preguntó Florian, sorprendido.
María apretó los labios. ¿Pensaba Florian que ella estaría allí si se hubiera
mencionado el nombre de Luke en los casi seis meses de correspondencia entre ella y
Giles? Quizá sí lo pensaba. Florian era famoso por muchas cosas, pero no por su
sensibilidad.
—No, tampoco tú —dijo tensa—. Florian, ¿no lo recuerdas? ¡Ese… ese hombre
me despidió del primer trabajo que tuve, aquél que organizaste para mí en Sudáfrica
cuando salí del colegio!
—¡Caramba! No había pensado en esa estación durante años —dijo Florian
riendo y encogiéndose de hombros—. Hay tantos despidos en la radio que ya no
parece importante.
—Fue importante para mí en ese momento —dijo María, irritada.
—¡Oh, vamos! —comenzó a protestar.
—¿No recuerdas cómo lo hizo? Fue después de aquel trabajo de fin de semana
en Zimbabwe… aunque me parece recordar que después de eso pediste dos semanas
de descanso, así que quizá nunca lo supiste. No fue el procedimiento acostumbrado
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fama mundial, pero el lánguido movimiento de las caderas de María y sus piernas
largas y esbeltas llamaban la atención; así como su aspecto poco común: una
combinación fascinante de piel aceitunada, cabello rubio y ojos que iban del cobre al
ámbar, dependiendo del estado de ánimo de la chica.
Se dio cuenta de que Luke Scott la observaba. Tenía ojos negros; irónicos como
su sonrisa cuando Giles hizo las presentaciones, en las que incluyó a Cavell Fielding.
María respondió con gesto irritado.
—Ya nos conocemos, ¿verdad, Señor Scott? —señaló con agresividad.
—Por supuesto —respondió él, cortés y un poco burlón—. Aunque no recuerdo
que habláramos.
María rió. Era un sonido claro. Sin embargo, tuvo que hacer un esfuerzo de
voluntad para levantar la mano y estrechar la que él le extendía, experimentando
cierto resentimiento ante el contacto.
La aversión que experimentó al darle la mano al enemigo, fue tan intensa que se
sintió mareada durante algunos segundos.
—Le tenía mucho miedo en aquellos días —confesó ella.
Hacía seis años, María se quedaba muda ante la presencia de Luke y
aterrorizada por la fuerza de su reacción. El miedo que sentía se manifestaba
físicamente, impidiéndole respirar, poniendo sus músculos en tensión y haciendo
que sus nervios saltaran cada vez que él hablaba con alguien. Era como si Luke
hubiera llegado de otro mundo, un mundo extraño que superaba la experiencia y la
comprensión de ella. Era un hombre atractivo que la hacía pensar en diamantes, pues
su personalidad se semejaba a las aristas filosas de un diamante.
—Eso fue en Sudáfrica hace más o menos… ¿cuántos…? seis años —les
preguntó Luke a Giles y Cavell—. Era tu primer trabajo, ¿verdad, María?
—No duró mucho —dijo ella en tono burlón—. Sí. Florian Jones lo había
organizado para mí.
—Y desde entonces ustedes dos se han reunido, en Australia una vez, y ahora
de nuevo, en Taiwan por supuesto.
María se dio cuenta del desprecio que había en las palabras de Luke.
—Yo le conseguí el trabajo en Sydney —comentó ella con delicado énfasis.
—Y después de Sydney, ella ha estado en Wellington, adquiriendo experiencia
como directora de programas —intervino Giles.
—Así que lo de Taipei ni siquiera es un ascenso… —expresó Luke esbozando
una sonrisa, todavía burlándose.
—Sólo un cambio —afirmó María alegremente, odiándolo… odiándolo.
—¿Y un desafío? Cavell está coordinando nuestra campaña con los medios, así
que querrá discutirlo contigo —la sonrisa que le dirigió a Cavell era totalmente
distinta de la que María acababa de recibir—. Pero ahora, si no te importa, Giles, me
parece que Cavell debe hablar con Penny Seu Chen con el fin de ajustar el programa
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de María para los próximos días, pues dudo que haya tenido tiempo de
familiarizarse con él. Penny está aquí, ¿verdad?
María miró a Luke y éste la miró a ella.
¡Oh, Dios!, ¿por qué Luke aún le parecía perturbador, después de todo lo que le
hizo?
Los ojos de color negro parecían sombríos, pero para María no pasó
desapercibido el brillo que había en sus profundidades cuando Luke la miró de la
cabeza a los pies.
—¿Y qué piensas hacer con Nicky Kai? —preguntó él con voz muy suave.
—Hace años que dejé de preocuparme por las mujeres de Florian —respondió
María automáticamente—. No porque considere que allí puede haber un problema,
Señor Scott…
—Entonces quizá deberías empezar de nuevo —la interrumpió bruscamente—.
Nicky afinó sus habilidades para la lucha en el negocio más difícil del mundo:
modelar en París y Nueva York. Todavía no está lista para irse.
Eso distrajo a María del ataque que pensaba lanzar.
—No vine a robarme a la modelo de Florian.
Él encogió los hombros, con indiferencia, pero el desprecio acechó en los ojos de
ella.
—Entonces quizá, no te importe compartir a Florian, como lo compartiste
aquella vez con la joven sudafricana que tenía un embarazo riesgoso. Cuando yo
estaba allí tratando de darle un poco de vida a aquella estación de Johannesburgo,
hace seis años.
Aturdida, María respiró hondo. Luego endureció su expresión.
—¿Es por eso que perdí el empleo?
—Te quedaste sin empleo porque la estación estaba perdiendo dinero y tú eras
personal excedente —respondió Luke con crueldad—. No existía disciplina y se
habían creado demasiados puestos para algunos amigos y amantes. Contigo se
estaba perdiendo dinero.
Ella rió con escepticismo.
—Y supongo que va a decirme que la manera en que me despidió era el
procedimiento normal…
—Las situaciones desesperadas requieren de remedios desesperados. Pero, ¿por
qué eso aún es importante? Separarte de Jones aquella vez no parece haber acabado
con su aventura…
—El empleo era la aventura —le recordó María.
—Sospecho que esa emoción está oscureciendo tus recuerdos de aquella época
—contestó Luke, mordaz—. Jones formaba parte de la aventura. Dondequiera que él
estaba, allí estabas tú, perdiendo el tiempo aun cuando no estuvieras de servicio…
—¡Estaba estudiando radio! —lo interrumpió María, furiosa.
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Durante algún tiempo María creyó inocentemente que la muerte reciente del
padre de Luke era la causa de la ira que percibió en él, hasta que poco a poco se dio
cuenta de que se trataba de algo personal contra ella, pues sus relaciones con la
mayoría de los empleados de la estación eran perfectas.
—No lloraba su muerte —afirmó Luke con desagrado—. Él falleció y yo seguí
con mi vida.
—Ah, sí, me di cuenta de que usted no era como los demás, seres humanos
comunes que somos lo suficientemente infortunados para que nos aflijan
sentimientos como el dolor y la culpa —declaró ella con amargura y resentimiento,
evocando los años que le llevó convencerse de que la culpa que sintió después de la
muerte de su propio padre, era una actitud autodestructiva—. Pero yo era inocente
en aquellos días. Entonces usted llegó para salvar a nuestra patética estación de
radio, así que lo primero que hizo fue anunciar aquel concierto en Harare, y en pleno
boicot cultural, pues había dejado muy en claro nuestro carácter independiente. En
realidad estábamos presentándolo bajo el patrocinio de aquella empresa de refrescos
y nuestros tres mejores animadores serían los presentadores.
—Entonces te uniste al equipo para divertirte…
—Porque Florian no pudo llevar a su esposa; siempre estaba enferma, siempre.
—Tengo entendido que aún está casado con ella, ¿cierto?
—Sí.
Luke hizo una mueca burlona.
—No te preocupó hace seis años, ¿por qué habría de preocuparte ahora? A
Nicky Kai no le importa.
María, furiosa echó la cabeza hacia atrás.
—Lo cree, ¿verdad? Piensa que tenía una aventura con Florian y que quiero
reunirme con él ahora.
—Sin olvidar su reunión en Sydney —Luke encogió los hombros—. ¿Por qué
no, si forman una pareja tan buena? Sé que estaban congratulándose por ello.
A María le llevó un momento entender a qué se refería Luke, al recordar las
palabras que pronunció Florian en el balcón.
—¡Estuvo escuchando indiscretamente! —lo acusó con mordacidad.
Había algo de crueldad en la sonrisa de él.
—No te preocupes… no me enteré de ningún otro recuerdo íntimo.
—Entonces, ¿por qué sacar a colación el tema ahora? —contraatacó María—. No
tiene escrúpulos en cuanto a nuestra supuesta aventura, pues de no ser así no
estaríamos trabajando para usted, así que sólo puedo suponer que está realizando
este ataque personal por puro gusto, porque una vez se divirtió desaprobándome…
despreciándome…
Los ojos de Luke brillaron.
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—Tú y Florian Jones están trabajando aquí porque los dos son buenos en su
profesión…
—Gracias —dijo ella con aspereza—. Da la casualidad de que a eso se refería
Florian cuando usted nos oyó por casualidad, Señor Scott: a nuestra relación
profesional. Así que, si no le importa, mantengamos esta conversación en un nivel
profesional, por favor.
—¿Cuando lo que existe entre nosotros es tan personal?
El tono de Luke era desafiante. El corazón de María dio un salto.
—No existe nada personal entre nosotros.
—Tienes una deuda conmigo, María —añadió Luke.
—¡No le debo nada! —replicó furiosa—. Todo lo contrario. Es usted quien tiene
una deuda conmigo, Señor Scott, sólo que nada puede compensar lo que me robó
hace seis años.
—No te robé nada, y si perdiste algo, de cualquier forma no tenías ningún
derecho a ello —afirmó sin ningún remordimiento—. primero dime qué es lo que te
debo, María. Me interesa saberlo.
—Usted no tiene nada que yo quiera.
—Que tú quieras.
—Aparte de este trabajo —añadió María, desafiante, deseando que él intentara
despojarla del empleo para tener algo verdadero e inmediato por lo cual luchar
contra él.
—Esta vez no voy a dejarte escapar tan fácilmente… que fue lo que hice cuando
te mandé despedir de aquel otro trabajo —afirmó él.
—¡Qué va!
—Pude destruirte hace seis años —agregó Luke.
—¿Y no hizo todo lo posible? —preguntó ella con amargura—. Mi trabajo…
—No estoy hablando de tu despido, tampoco del hecho que de eso te obligó a
separarte de Jones, y me parece que lo sabes. Hablo de lo que sucedía entre nosotros.
Como te digo, pude destruirte o así pensaba en ese momento, pero resultó mucho
más difícil de lo que me imaginé… no eras vulnerable ni estabas confundida. Esta
vez no tengo que contenerme; no tengo que ser compasivo. Sé lo que eres y de lo que
eres capaz. Me di cuenta de que no requerías ni merecías consideración. Tampoco
ahora. Pero no te saldrás con la tuya. No eres tonta, ni tampoco inocente, María.
Sabías de qué se trataba hace seis años… sabías lo que sucedía.
María no podía mover la cabeza, ni siquiera bajar la vista. De pronto se
encontró con que tenía diecinueve años y la ahogaba la intensidad de su reacción
ante ese hombre, sin poder respirar o moverse y llena de miedo por la convicción de
que Luke invadía su "yo", decidido a destruir y robar. Cada vez que él miraba hacia
donde ella estaba, experimentaba esa espantosa compulsión, el deseo de dejarlo que
la mirara, que la absorbiera hasta que ella dejara de existir como una entidad
individual. María era una muchacha sociable, segura de sí misma, que interactuaba
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alegremente con todas las personas de cualquier edad, pero quedaba reducida al
silencio en presencia de Luke Scott. De esa manera tan profunda la perturbaba.
Una treta del tiempo. Ahora María tenía veinticinco años, sus hormonas estaban
bajo control, su identidad segura, su espíritu le pertenecía. Le sonrió a Luke.
—Sí, sé lo que sucedía. Usted era una figura romántica que llegó para mejorar
nuestra suerte. El asombro que yo sentía fue quizá la primera fase de la veneración,
lo que algunas personas llaman enamoramiento. ¡Oh, era algo desagradable! —hizo
un gesto de burla—. Y confuso, pues nunca llegué a la etapa de identificar lo que me
afligía. Quizá le debo algo, después de todo. Si no me hubiera hecho odiarlo, tal vez
habría continuado durante meses.
—¡Ah, el odio! Mucho más agradable.
—Y perdura —María lo miró a los ojos con fiereza—… Todavía lo odio, señor
Scott.
—Entonces llámame Luke, ya que ese sentimiento implica cierta intimidad. Es
algo muy personal —bromeó—. Y tú insistes en que no hay nada personal entre
nosotros.
—¡Sin duda usted también me odiaba! —exclamó, lo bastante enfadada para
mostrar su resentimiento, pasado y presente—. De acuerdo, su afirmación de que yo
sobraba en la empresa, tal vez sea cierta, pero ¿por qué no me despidieron de manera
normal? No pertenecía a ningún sindicato, no sabía nada de mis derechos… pero
usted convirtió mi despido en un castigo.
—Debiste pensar que merecías un castigo, pues la idea se te ocurrió a ti.
—Por la manera en que se me despidió tenía que ocurrírseme —afirmó María
—. Sólo que no sabía por qué se me castigaba.
—¿Por qué no sentías ninguna culpa por lo que hacías?
—¿Mi supuesta aventura con Florian? De cualquier manera, usted no tenía
ningún derecho de apoyarse en algo de mi vida personal para despedirme.
—De todas formas ibas a perder el empleo.
—¿Lo admite, entonces? ¿Fue algo personal?
—Hemos aceptado que lo que existe entre nosotros es personal, ¿no?
—Sólo en el sentido más negativo, y sólo en aquel momento, no ahora —dijo
María, desafiante.
Luke rio, divertido, pero cierta dureza se ocultaba detrás del brillo de sus ojos.
—Ahora más que nunca. Como digo, me debes algo, y si estás decidida a
continuar fingiendo que no lo sabes, estaré encantado de explicarte algún día, de qué
se trata. Estamos llamando mucho la atención. En realidad —hizo una mueca—… en
realidad, si no utilizamos nuestra relación profesional como máscara, que no me
importaría que me vieran contigo. Es una lástima que no vivamos en la época en que
un hombre podía tener a su esposa y saber que ella estaría esperándolo siempre que
él tuviera el deseo de verla, y sin embargo, nunca se le veía con ella en público.
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Capítulo 2
—¿Podemos llevarte en el auto?
María le dirigió a Luke Scott una mirada hostil, cuando él y Cavell Fielding
aparecieron en el momento en que ella, con Florian y Nicky a cada lado, se despedía
de Giles y Úrsula Estwick.
—Me voy a casa con Florian y Nicky, gracias —respondió.
La ira la embargó en respuesta a la mirada de desprecio que él le lanzó.
—Logramos conseguirle un apartamento sólo un piso abajo del que ocupamos
Nicky y yo —comentó Florian alegremente—. Bueno, en realidad lo logró Nicky con
su influencia, tengo que admitirlo.
—Parece un arreglo conveniente —comentó Luke con cortesía, pero María lo
vio torcer el labio con sarcasmo, como si acabara de confirmar todo lo que pensaba
de ella.
¿Qué creía que iban a hacer? ¿Lanzar al aire una moneda para decidir en qué
piso pasaría la noche Florian?
—Es un sitio agradable —afirmó ella con ligereza, ofreciendo una sonrisa
desafiante.
—Desde luego —asintió Luke con voz cansina.
Cavell le dirigió a María una mirada gélida y un furioso resentimiento se
apoderó de ella, pues Luke no podía hablarle ahora como lo hizo antes, cuando
afirmó que pensaba convertirla en su esposa.
—Hasta mañana, entonces, Cavell —se despidió María, confirmando el arreglo
al que habían llegado esa noche. Hizo caso omiso de Luke, pero todavía era
consciente de su atención cuando le dio de nuevo las gracias a los Estwick para luego
salir con Florian y Nicky.
—Aún no le simpatizas a Luke Scott, Flo —comentó Nicky, divertida, durante
el trayecto en taxi.
—Les simpatizo a las mujeres —respondió Florian, satisfecho de sí mismo,
mientras el conductor salía de un embotellamiento de tránsito—. Los demás hombres
toman a mal eso.
María movió la cabeza y sonrió, un poco escéptica.
—¿No te parece que su antipatía tal vez se deba a algo más personal que eso? —
preguntó con indiferencia.
—Aunque es hermosa, no me gustan las mujeres como Cavell Fielding —afirmó
Florian, riendo; la vanidad le impidió comprender las palabras de María—. ¡Aunque
supongo que Luke podría sospechar que le gusto a ella! Sin embargo, tengo que
decirlo, sea lo que sea, él nunca le ha dado importancia al asunto. Hace caso omiso de
mí cuando puede y yo coopero evitando encontrarme con él, pues me gusta el
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Al día siguiente, María llegó a la conclusión de que podría trabajar con Cavell.
Esta fue a buscarla esa mañana con un fotógrafo independiente chino, y la llevó a
visitar algunos de los lugares de interés más famosos de Taipei, como el monumento
a Chiang Kaichek, un Templo Budista y el Grand Hotel de magnífica arquitectura
china. Sólo se detuvieron el tiempo necesario en cada lugar, para que el joven tomara
las fotos que servirían para presentar a María ante el público de Taipei; antes de
acompañarla de regreso al apartamento y aprobar la ropa que la chica pensaba
ponerse para asistir a la cena que la estación de radio ofrecería a los demás medios
locales esa noche.
—Nos veremos esta noche —dijo Cavell, preparándose para irse.
—¿Todo el mundo irá? —preguntó María.
—Excepto los que estén de servicio.
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me sienta a gusto y entre amigos. Ella sabe lo que es ser una recién llegada a una
ciudad extranjera.
—Y porque cree que tu relación con su enamorado pertenece al pasado. Porque
no es así, ¿verdad? No pueden separarse. Durante años se han seguido por el
mundo, pero ella te rechazará cuando descubra que la aventura de ustedes es algo
que renuevan periódicamente.
—¿Entre todas nuestras demás aventuras, supongo? ¿De dónde saca esas ideas?
—preguntó María, mofándose—. Aparte de cualquier otra cosa, estamos en los
nerviosos noventa, por si no se ha dado cuenta, no en los sesenta ni setenta, donde
nadie lo piensa dos veces antes de tener distintas parejas al mismo tiempo.
—Oh, conozco muy bien a personas como tú y Jones que se aseguran —expresó
con tanto desprecio y sarcasmo que la dejó muda un momento—. ¿Nos vamos?
—Sí —accedió mordaz—. Si no nos apresuramos es probable que encontremos
a Florian y Nicky en el ascensor, y en este momento creo que no podría resignarme a
callar las cosas que acabas de decir.
Ella todavía bufaba de cólera cuando subieron al lujoso automóvil alquilado
por Luke.
—¿No te habló Estwick de la cláusula referente a un vehículo en tu contrato? —
le preguntó Luke.
—Sí, pero le dije que lo pensaría un tiempo antes de tomar una decisión. Parece
que los taxis abundan y los precios son muy razonables.
—Abundan, pero con las motocicletas contribuyen al problema del tránsito, el
cual es, tal vez, uno de los peores en el mundo, y desde luego uno de los principales
de Taiwan, además de un sistema educativo demasiado competitivo y el aislamiento
político.
—Nunca había visto tantas motocicletas —confesó María—. Antes de aceptar
este trabajo, averigüé los problemas, pero las ventajas parecían contrarrestarlos, lo
cual sucede, por lo general, en cualquier parte.
—Además de la limpieza y los bajos índices de desempleo y criminalidad —
agregó Luke.
—Esas fueron algunas de las cosas que me atrajeron.
—Pero la verdadera atracción era Jones, tal vez.
María respiró profundamente.
—¿Por qué tiene que haber un hombre? —preguntó.
—Siempre hay un hombre junto a mujeres como tú.
—¿De eso se trata todo esto? Casi podría creer qué es usted uno de esos solteros
a quienes les escandaliza la simple idea de cualquier clase de relación, aun cuando
sea entre otras personas.
Luke se echó a reír.
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—No, María, no soy soltero, pero quizás sea más juicioso que tú. Además
siempre he evitado los triángulos.
—¡Su hipocresía es increíble! Si ése es el credo que aplica a sus relaciones, ¿por
qué hace esto?
—¿Por qué no? Tú y yo somos libres.
—¡Oh, por supuesto, un papel, un anillo y una bendición hacen la diferencia!
Entonces, ¿por qué Nicky Kai no recibe una parte de toda esta condena moral, puesto
que usted sabe que Florian aún está casado legalmente?
—El matrimonio quizá exista legalmente, pero no en realidad. Hace años que él
no regresa a Sudáfrica. Pero era más real cuando te relacionaste con él por primera
vez, ¿verdad? Su joven esposa estaba embarazada. Quizás tú fuiste la causa de su
separación. ¿Por qué no hubo divorcio?
—Rachel y su familia no creían en el divorcio —respondió María, irritada—.
Eso le conviene a Florian porque así tiene un pretexto válido cuando las mujeres con
las que se compromete empiezan a hablar de matrimonio.
—Lo conoces muy bien, ¿no? —declaró él, dirigiéndole a María una mirada
contemplativa—. ¿Te conviene también a ti?
—A mí no me importa que sea de un modo o de otro. Está equivocado
conmigo, Señor Scott. Podría decirle cómo y por qué, pero no voy a hacerlo, pues no
me interesa lo que usted crea. Sus ideas y opiniones me resultan indiferentes.
No lo había pensado bien antes, pero ahora comprendía todo. No le daría
explicaciones a Luke Scott, porque hacerlo significaría que tenía interés en él. Eso la
haría vulnerable.
—¿Acaso no se te ocurre nada plausible, o sencillamente no puedes dejar de
inventar pretextos para justificar lo que eres? —preguntó Luke—. Si se trata de esto
último, casi podría admirarte.
—Casi, pero no del todo —se burló—. ¡Porque aún cree que sigo persiguiendo a
Florian Jones por el mundo! ¿Por qué soy peor que Nicky? Como usted aceptó, el
matrimonio de Florian sólo existe en el papel y Nicky no es su esposa.
—No eres peor, sino débil —la acusó con insolencia—. Nunca he podido
respetar a la gente que retrocede. Retroceder, volver a empezar, es siempre la opción
fácil o un paso negativo en sí mismo. Es debilidad… Entonces Florian Jones es una de
tus grandes debilidades, supongo, puesto que es evidente que no has aprendido
nada después de tantos años de que te enredaste con él. ¿O es que tus demás
relaciones resultan poco satisfactorias y por eso vuelves con él?
—¿Mis otras cien relaciones, Señor Scott? —ironizó.
En realidad, sólo había tenido una relación seria, y había sido con un actor de
Wellington que leía boletines informativos. Los dos quedaron desilusionados de la
relación, pero María aprendió la lección después de esa triste experiencia. Ella creía
en el amor, pero fue demasiado impaciente. Pensaba encontrarlo algún día.
—¿Cien? ¿Cómo has tenido tiempo para lograr tal éxito en tu carrera? ¿Cuántos
en realidad?
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su aprobación, de modo que nadie habría adivinado el desprecio que sentía por ella;
sus elegantes modales, tampoco revelaban nada personal.
Ella no se había recuperado aún del trauma por los momentos que pasaron en
el ascensor, pero quizá no importaba. Nadie podría darse cuenta.
—Lo haces muy bien —le comentó Luke con aire congraciador más tarde.
—Preferiría hacerlo sola —respondió María con enfado, aprovechándose del
hecho de que nadie estaba lo bastante cerca para oírlos.
—Lo lamento —dijo él con evidente hipocresía.
—¿Por qué no vas a hablar con Cavell? —le propuso ella, cáustica.
—Está trabajando —respondió Luke y María se dio cuenta de que era cierto,
pues vio a Cavell conversando con un reportero de televisión.
—Yo también —le recordó ella con mordacidad.
—Todos estamos trabajando —expresó sonriente.
La mirada que María le dirigió fue hostil. Eso era lo que él esperaba que la gente
pensara. Sólo ella sabía que Luke se encontraba allí, a su lado, por razones
personales.
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Capítulo 3
—¿De quién fue la idea de que debías vivir aquí? —preguntó Luke cuando él y
María salieron del ascensor, al regresar al apartamento de ella.
—Oh, obviamente tiene que ser algo que Florian y yo decidimos, ¿verdad? —
replicó María con sarcasmo—. Por supuesto, por ser la clase de gente que somos, no
sentimos ningún remordimiento de utilizar a Nicky, dejando que ella engatusara al
agente de arrendamiento… ¿Por qué no le advertiste acerca de mí, por cierto?
María estaba preocupada. Luke la había llevado a casa, como era su intención,
pero ella aún trataba de decidir cómo manejar la situación si él deseaba entrar con
ella cuando llegaran al apartamento… sabía que él querría hacerlo.
—Oh, no voy a preocuparme por Nicky —dijo Luke, rechazando el desafío—.
Ella es dura de pelar y sabe cómo cuidarse y cuidar sus intereses. En realidad,
ustedes dos tienen mucho en común. Las dos siguieron carreras internacionales, las
dos están comprometidas con el mismo hombre… ¿No han comparado notas
todavía? Y sospecho que las dos son de carácter fuerte, así que las cosas podrían
ponerse interesantes cuando Nicky se dé cuenta de que estás decidida a robarle a su
hombre.
—¡No estoy decidida a robarle a su hombre! —exclamó María, irritada y
aminoró el paso, como si no quisiera enfrentar el momento peligroso.
¿Por qué sentía esa aprensión? Antes había rechazado a otros hombres, sin
sufrir toda esa angustia.
—¿Piensas compartirlo? —preguntó Luke, irónico—. ¿Así como hiciste con su
esposa? ¿Eras igual de amistosa con ella?
—Rachel era una de mis mejores amigas del colegio. En realidad yo se la
presenté a Florian.
Luke la miró con expresión burlona.
—De lo cual siempre te has arrepentido.
—¡Sí! —respondió María con vehemencia, sin dejar de pensar en Rachel, para
quien el matrimonio resultó una trampa.
—¿Por qué, si la existencia de ella nunca los detuvo?
—Mi aventura con Florian, puesto que así lo crees, nada tiene que ver contigo,
pero ¿por qué no te detiene a ti?
—Ah, ¿una regla para ti y otra para todos los demás?
Habían llegado hasta la puerta del apartamento, así que era imposible aplazar
el momento.
Le ofreció a Luke una sonrisa elocuente y dijo con decisión:
—Buenas noches.
—Todavía no, María —la miró con ojos brillantes y divertidos.
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—¡Yo no confirmé nada! ¿Acaso me eché en tus brazos? ¿Te rogué que me
hicieras el amor?
—Lo harás —afirmó Luke con arrogancia mientras alargaba el brazo para
tocarla.
—Estuviste de acuerdo en que era necesario mi consentimiento —le recordó
María; de pronto la agitación que experimentó la dejó sin aliento.
—Necesito tu consentimiento para que nos convirtamos en amantes —la tomó
de las caderas—. Pero no voy a pedirte permiso para tocarte. Te lo advertí, ¿no? Esta
vez no tengo que tomarte en cuenta… Esa maldita consideración resultó un
purgatorio hace seis años, y a final de cuentas era innecesario. Por eso tienes una
deuda conmigo.
—¿Qué consideración tuviste conmigo? —preguntó con amargura.
—Te dejé en paz, ¿no? Pero ahora no tengo que hacerlo. De todas maneras, no
puedo.
Luke la sujetó con más fuerza. Cuando ella levantó la vista y lo miró a la cara,
María sintió un vivo deseo de seguir luchando contra él.
Luke, que todavía la tomaba por las caderas, la atrajo hacia sí de pronto. Era
como si no estuvieran vestidos, pues el calor que fluía entre ellos creaba un fuego
líquido que los quemaba.
Era demasiado, demasiado pronto. Se puso pálida y se estremeció. Con
desesperación, hundió los dedos en la tela de las mangas del saco de Luke para no
caerse.
Nunca había experimentado algo así, una dominación total e instantánea de los
sentidos. Se sintió perdida e impotente cuando lo vio inclinar la cabeza y acercar al
rostro.
—No —dijo ella en voz baja, aferrándose al último vestigio de identidad que le
quedaba; orgullo quizá, o simple instinto de conservación.
—Debo hacerlo —replicó Luke con aspereza; sus labios casi tocaban los de ella.
Entonces se tocaron. Luke deslizó las manos de las caderas hasta la cintura.
Luego, quemantes; los dedos de Luke se deslizaron por la espalda femenina y
después hasta los hombros.
No había nada tierno o exploratorio en los besos de Luke, sólo una pasión
incandescente y una simultánea afirmación de su dominio. Le dio a ella esta primera
muestra de sí mismo con la absoluta confianza de que ella lo aceptaría.
Al tocarla, Luke la poseía.
—Aunque sólo el paraíso, o más bien el infierno, sabe por qué debo hacerlo —
murmuró él—. ¿Por qué debo desear a alguien como tú, cuyos miserables sueños de
pasión no pueden incluir algo más que las atenciones mezquinas de un hombre como
Jones? Siento repugnancia de mí mismo.
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Luke le llamó temprano para decirle, concisamente, a qué hora iría a buscarla
esa noche, y aunque María respondió con resentimiento, no hizo objeciones, pues los
empleados de la emisora de radio habían recibido entradas de cortesía para asistir a
la primera presentación, en Taiwan, de un famoso cantante estadounidense.
Acababa de terminar de vestirse cuando Florian y Nicky llegaron para
mostrarle algunas fotos de Joni Jones, la hija de Florian.
—Estás hermosísima, María —comentó Nicky, magnánima, también ya vestida
para el concierto, aunque Florian aún tenía que cambiarse de ropa.
María miró el conjunto de color esmeralda que Nicky llevaba puesto y sonrió.
—Tú también, ¡así que me alegro de no ser la única! No sabía si lucir esta ropa,
pero Cavell me dijo que no causaría escándalo.
—Sólo sensación.
—Eso es lo que busca ella.
—Joni es una muchacha linda, ¿verdad? —declaró Florian, mirando con
indiferencia la ropa de María antes de exclamar—: ¡Oigan, tengo una idea! ¿Tienes tu
cámara aquí, María? Tómame una foto para ella. Tú también puedes aparecer, Nicky.
—¿No es magnánimo, Nicky? —bromeó María, irritada por la orden
determinante—. ¡Dejarte que compartas la primera plana de la actualidad! No seas
niño, Florian.
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Capítulo 4
—¿Que hiciste hoy? —le preguntó Luke a María.
—Un par de entrevistas por la mañana; después me reuní con Penny Seu Chen,
quien me guió por nuestro edificio, por los estudios y las oficinas para mostrármelos
y volvimos a arreglar algunas cosas. Comienzo a trabajar, como es debido, mañana.
Cuando salieron del teatro, Luke le preguntó si quería ir a comer a algún lado,
pero, ella quiso irse a casa, donde podría encontrar algo en el frigorífico.
Trabajar al día siguiente…
La aprensión que sentía le paralizaba el cerebro, atontándola.
Allí se encontraban, una vez más, haciendo el mismo recorrido entre el ascensor
y la puerta del apartamento de ella, una caminata demasiado corta para resolver
dilemas o llegar a decisiones. María pensaba que estaba tensa la noche anterior, pero
ahora no sabía lo que Luke podía hacerle.
La tensión era un tormento sutil. Se sentía como si estuviera en una pesadilla.
María había pasado la tarde resentida después de que él; insensible, no quiso
hablar de la muerte del padre de ella, pero ahora las frases bíblicas que Luke empleó
antes, resonaban en su cerebro y aumentaba su agitación. A Luke le gustaba que ella
fuera indecisa y aprensiva, pues así él reforzaba su poder y esto formaba parte del
castigo.
Llegaron hasta la puerta y María volvió la vista hacia Luke y dijo lo que era
necesario decir:
—No.
La sombra de Luke cayó sobre ella y un traicionero parpadeo de anticipación
agitó sus sentidos. Era casi como si Luke estuviera tocándola ya… pero sólo era su
sombra.
Pasaron segundos antes de que él respondiera. Entonces una sonrisa irónica
iluminó su cara.
—Sí, estoy empezando a aceptar que piensas luchar. Pero yo debí actuar hace
seis años; debí tomarte entonces, cuando eras vulnerable en tu confusión, como
suponía, enredada con un hombre recién casado, presuntamente por primera vez, y
sin saber qué era lo que sentías por mí, porque estaba seguro de que Jones era todo lo
que querías. Tal como resultaron las cosas, no eras tan vulnerable, pero entonces la
confusión era real porque todo era completamente nuevo para ti, así que pude
tenerte entonces.
María permaneció allí, odiándolo, pero no por algo que Luke le hubiera hecho
en el pasado. No era un momento para recordar un empleo perdido y unos padres
que se dejaron en casa. Lo que María odiaba era la burla de Luke cuando reconocía el
poder que ejercía sobre ella, entonces y ahora, aunque en realidad Luke fue
considerado y clemente al dejarla en paz seis años atrás. No habría podido hacer
frente a la situación entonces. No estaba segura si podría hacerlo ahora.
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Durante los dos días siguientes descubrió que tenía que ser cuidadosa para no
pensar en Luke Scott. Sin embargo, era muy difícil olvidarlo una vez que entraba en
sus pensamientos.
Cuando volvió a verlo, el miércoles, María esperaba que así sucediera en vista
de los sucesos de la tarde anterior…
—Sí —le confirmó Luke con mofa cuando entró en la oficina de María después
de que Penny Seu Chen anunció su presencia—. ¿No le advertiste a Jones que tendría
que esperar un tiempo?
Como María ya esperaba algo así, pudo enfrentar la situación con cierto grado
de control.
—¿No vas a olvidarte de eso, Luke? Te divertiste durante el fin de semana a mi
costa. Eso debió ser suficiente.
Sin embargo, sabía que Luke Scott no había terminado con ella.
—¿Cómo aplacaron a Nicky Kai? —preguntó ignorando a María.
—Nicky iba a asistir a una especie de banquete oficial. Tengo entendido que eso
ocurre frecuentemente: la belleza de Taiwan puesta en escena para impresionar a los
estadistas visitantes. Por lo general, a Florian no lo invitan, y cuando lo hacen, no va.
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Cuida su imagen "antisistema". Anoche tenía que escoger entre una noche tranquila
en casa y un concierto al aire libre. Me invitó y yo acepté. Con el conocimiento y
consentimiento de Nicky. ¿Satisfecho?
María sonrió con frivolidad, desafiante. Luke Scott no merecía ninguna
explicación. No tenía ningún derecho a ello.
Pero sabía que el encuentro iba a producirse puesto que ella y Florian habían
atraído la atención de los fotógrafos encargados de informar sobre el concierto, que
había tenido lugar en uno de los principales estadios de Taipei, la noche anterior.
—Los excesos juveniles, ¿verdad? —sugirió Luke con sarcasmo, acercándose al
escritorio de María. Ella se había puesto de pie cuando Penny le dijo que Luke se
encontraba allí—. Pero quizá fue un momento nostálgico para los dos, ¿no? ¿Te llevó
a aquel concierto en Zimbabwe y a todos los demás?
María respiró hondo y luego expulsó el aire poco a poco.
—La nostalgia nada tiene que ver en esto —afirmó ella.
—No, quizá no, puesto que eso suele ser una respuesta a las cosas perdidas, o
terminadas, y tú todavía tienes a Jones —admitió Luke.
—Como amigo y colega.
Luke no se tomó la molestia de ocultar su incredulidad.
—Entonces, si no es nostalgia, ¿qué significó para ti?
—Significara lo que significara, eres la última persona con quien compartiría
mis pensamientos y sentimientos —dijo María, enfurecida por el escepticismo que
advirtió en los ojos de Luke.
—Entonces comparte la información. ¿Desde cuándo lo conoces?
—Desde que era adolescente…
¡Oh, Dios!, ¿por qué le daba explicaciones a Luke, como si tuviera derecho a
saberlo? No lo tenía.
—Cuando descubrieron que tenían cosas en común… ¿Qué cosas,
precisamente?
—Nuestro interés en la radio y el hecho de que tanto su familia como la mía
eran inmigrantes recientes en Sudáfrica… ¡eso es todo!
Se despreció a sí misma por ponerse tan a la defensiva, pero quizá si Luke
entendía, la dejaría en paz. Sin embargo, María vio que su explicación no hizo que se
suavizara la expresión de él.
—¿De verdad merece él la pena, María? Supongo que sí, pues de lo contrario no
estarías aquí.
El momento de debilidad había pasado, así que María levantó la barbilla.
—Estoy aquí porque quería este trabajo —respondió. Incluso eso era una
especie de explicación, comprendió tardíamente—. Y me gustaría ponerme a trabajar
ahora, si no te importa.
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—Llega a más gente que los demás medios de comunicación —afirmó María—.
En países donde existen grandes poblaciones rurales que todavía viven en
condiciones del Tercer Mundo, la radio suele ser una de las posesiones más
preciadas.
—Y muchas veces el único vínculo con los sucesos del mundo —agregó Luke,
mirando su reloj—. Sin embargo, nunca has querido estar detrás de un micrófono,
¿verdad? Podrías hacerlo. Tienes buena voz; fascinante, cuando no estás furiosa
luchando contra lo inevitable.
—Nada es inevitable. No, prefiero… trabajar en la radio —replicó María,
haciendo gestos expresivos—. Administración, producción… incluso asistiendo a los
ingenieros de estudio.
Luke le dirigió una mirada contemplativa.
—¿Vamos a comer? —la invitó.
María miró su propio reloj y luego a Luke. El gusto desapareció de su rostro.
Luke no la invitaba porque quisiera hablar de la emisora o extender la charla que
acababan de compartir. Esa perturbadora conciencia sexual caracterizó una vez más
su expresión y ella sintió que respondía.
—Voy a salir con uno de los locutores —se disculpó—. Va a mostrarme ese
museo del que me ha platicado.
—No se trata de Jones esta vez, ¿verdad? —de nuevo Luke hablaba con ironía
—. Sí, Cavell me dijo que estás recibiendo varias invitaciones.
—¿Me espías? —preguntó ella, burlándose, recordando que Cavell estaba con
ella cuando otro disc-jockey le había llamado para invitarla a un mercado que sólo
trabajaba de noche.
—Estás aprovechándote de ellos, María.
—¿Me culpas? —había algo cruel en su sonrisa.
—¿A qué le tienes miedo?
María vaciló. Su amor propio se revelaba. No iba a darle a Luke la satisfacción
de aceptar que tenía miedo…
Pero sí tenía miedo; de su propia y absurda reacción hacia él.
—A ti no, en cualquier caso. Además, el miedo no necesariamente tiene que ver
con todo esto —mintió.
Luke rió.
—Pareces aterrorizada en este momento. ¡Por Dios, mujer!, ¿qué te imaginas
que voy a hacer? ¿Perseguirte alrededor del escritorio?
Era lo que él haría si se daba cuenta de que la preocupaba, pensó María.
—Gritaría para pedirle auxilio a Penny, si lo hicieras —afirmó.
—Yo no juego esos juegos… pero debo decirte, ahora mismo, que haré que te
arrepientas si alguna vez tratas de meter a alguien más en esto —le advirtió con voz
suave—. Pero para contestar tu pregunta, ¿por qué habría de culparte? No es a mí a
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quien estás intentando utilizar, pero los demás bien podrían culparte cuando se den
cuenta de lo que has estado haciendo.
—¿No sería mejor, entonces, que les advirtieras de mí? —se burló con
amargura.
—¿Para qué? Son adultos con experiencia, no jovencitos inocentes —expresó
Luke, despreciativo—. Supuestamente se sienten atraídos hacia ti, así que las
advertencias las debes hacer tú. Sólo hay una que parece pertinente en estas
circunstancias: ¿ya les dijiste a todos que tendrán que esperar su turno?
—¡Oh, de acuerdo! Todos esos hombres esperan formados para… ¡para
tenerme! —exclamó María, echando chispas por los ojos—. Estoy empezando a
lamentar la existencia de este escritorio entre nosotros, Luke.
—Entonces ven a darme una paliza, María —la invitó él, alargando una mano.
Pero ella recuperó la cautela para responder de manera directa a sus burlas.
Sabía cómo terminaría cualquier contacto entre ellos, por muy agresivo que fuera.
—Si los demás hombres se sienten atraídos hacia mí, es porque ven más de mí.
No se limitan a un sólo aspecto, como tú lo haces, Luke —alzó la barbilla
impetuosamente, en un gesto de orgullo inconsciente, casi de arrogancia, mientras el
desdén endurecía su expresión—. Pero entonces quizá tú estás limitado, y no hay
nada que puedas hacer al respecto.
La expresión de Luke reveló una rabia violenta. Él dio un paso para acercarse a
María, pero recuperó el control de sí mismo.
—Ellos no saben todavía lo que eres. Sin embargo, me parece que sólo te sirven
como una especie de escudo. Pero, ¿qué me dices de Florian Jones, María? ¿Qué
haces por él?
Sorprendida, María descubrió que sus insultos no sólo le provocaban ira,
también tenían el poder de afligirla.
—Más de lo que haría por alguien tan unidimensional como tú. En realidad es
una versión clásica de la vieja historia, ¿verdad? ¡Sólo estás interesado en una cosa!
Él sonrió.
—¿Qué más hay? Aunque quizá más bien debería preguntar ¿qué puedo hacer
por ti?
—¡Absolutamente nada!
—También eres mentirosa —comentó Luke, cáustico—. Los dos sabemos lo que
podemos hacer el uno por el otro, así que ¿para qué toda esa resistencia desesperada,
cuando es evidente que está destrozando tus nervios? ¿Siempre llevas la contraria?
Esta vez ningún altruismo absurdo, sin sentido, me frena. Y tú, desde hace mucho
tiempo, debiste descartar cualquier idealismo que te hiciera creer que tenías que serle
fiel a Jones, puesto que afirmas haber tenido al menos otra relación, además de la que
tienes con él. Somos libres de dar rienda suelta a lo que existe entre nosotros,
entonces, ¿por qué no aceptar lo inevitable?
María bajó la cabeza un momento. ¿Era inevitable?
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—Mencionaste el castigo antes, así que quizá piensas que lo mereces —pareció
inquieto—. Eso no es lo que quiero, María, y aunque así fuera, ¿qué crees que soy? Te
deseo y creo que tienes una deuda conmigo, pero desearte no me ha hecho perder el
equilibrio, como piensas. Que pierdas el tiempo con un hombre como Jones no es un
delito, y yo no tengo derecho a castigarte por ello.
—Sin embargo, lo haces con palabras, o tratas de hacerlo. Las referencias
constantes a… a lo que crees que soy… —hizo una pausa y luego dijo lo único que él
necesitaba oír—: No me acostaré con un hombre que no me respeta.
—Un hombre a quien odias, no lo olvides —recordó él con burla.
—¡Sí! —exclamó, echando chispas—. ¿Crees que podría olvidarlo? ¡Nunca lo
olvidaré, Luke!
—Ni lo perdonarás. ¿Sabías que tu padre estaba muriendo cuando te fuiste de
Johannesburgo?
—¡Sí, maldito! —angustiada, María recordó el dilema en que estuvo, pero Luke
no pareció compungido.
—No te hice eso, María, como afirmaste la otra noche. Pudiste elegir quedarte
en Johannesburgo.
—Pero no en la radio —afirmó resentida y bajó la vista un momento, al sentirse
culpable.
—Sólo habría sido una interrupción temporal en tu carrera —señaló él sin
piedad.
—¡Oh, Dios! ¿Crees que no lo sé…?
Hacía años se las había arreglado con ese sentimiento de culpa, pero ahí estaba
él, reviviéndolo con su lógica implacable. Necesitaba recordar que él mismo había
sido responsable de que ella se hubiera visto frente a esa terrible elección.
Luke se acercó a la puerta.
—Hasta el viernes por la noche. Cavell me dijo que te invitaron a la ceremonia
de premiación y que le pidió a los organizadores que nos sentaran juntos. Iré a
buscarte.
—¿Qué más te dijo Cavell? —preguntó María, odiándolo—. ¿Sabe ella lo que
sucede…? ¿Por qué haces esto?
—El aspecto personal de esto nada tiene que ver con Cavell. Hasta luego.
Luke permaneció allí, unos segundos más, sin dejar de mirarla a los ojos. María
se preguntó cómo sería su suerte si alguna vez fuera lo suficientemente débil para
sucumbir ante la peligrosa atracción que Luke ejercía sobre ella.
Él exigiría y tomaría… todo.
Se estremeció. La expresión de Luke era de satisfacción cuando abrió la puerta y
se fue.
—Es muy apuesto, ¿no? —comentó Penny en voz baja, cuando entró en la
oficina de María, un minuto después.
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Penny tenía diecinueve años, la edad que María tenía cuando sintió por primera
vez la fuerza de la atracción de Luke. María miró con envidia e ironía a la joven,
deseando que ella hubiera reaccionado con tal despreocupación, con ese asombro y
admiración tan impersonales.
—Me parece que es peligroso —dijo María con frialdad.
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Capítulo 5
Un nuevo dilema había comenzado a atormentar a María. Si le decía a Luke la
verdad, si lo obligaba de algún modo a aceptar que ella nunca se había enredado con
Florian como él imaginaba, quizá pudiera evitar que siguiera persiguiéndola.
Lo sabía, pero el orgullo le impedía siquiera intentarlo… Sin embargo, quizá
tendría que hacerlo. Estaba permitiendo que Luke y sus opiniones le importaban,
pero ¿no debía importarle también su propia tranquilidad de espíritu?
Ya no sabía si podía permitirse pensar sólo en un aspecto particular de su amor
propio cuando había otras áreas mucho más vulnerables, susceptibles de sufrir un
daño terrible.
Hacer que Luke la escuchara… ¿Podría lograrlo? ¿Debería hacerlo?
Aún no lo sabía el viernes por la noche, cuando estaba sentada junto a Luke
compartiendo la mesa con Giles, Úrsula Estwick y una famosa actriz local, casada
con un político un poco menos famoso. Estaban en uno de los hoteles de lujo de
Taipei, en el amplio salón del segundo piso donde tenía lugar la ceremonia de
premiación, la cual estaba siendo televisada.
—Ningún baile se ha celebrado aquí —le comentó Luke a María, lacónico—. Se
ha utilizado sobre todo para convenciones y de vez en vez para ceremonias como
ésta.
En público él se mostraba cortés, de manera que nadie podría adivinar que la
presencia de ambos allí, juntos, no estaba dictada por consideraciones profesionales.
—Las ceremonias de premiación parecen tener más o menos el mismo formato
en todo el mundo —comentó María, manifestando cierta desilusión—. Sucesivas
parejas de celebridades, uno de los dos para abrir el sobre y leer en voz alta el
nombre del ganador, y el otro para entregar el premio; el público presente y el que
está en casa se divierten con los discursos de aceptación.
—Sin embargo, observarás que gran parte del entretenimiento se ajusta a los
gustos tradicionales chinos —expresó Luke, sonriente.
—Magos y acróbatas… ellos le dan variedad al espectáculo —reconoció María,
sonriendo también—. Me encanta la danza del dragón.
—Pero las personas, al igual que sus ceremonias, son esencialmente las mismas
en el mundo entero, ¿verdad, María?
La manera en la que la miraba, así como sus palabras y su tono de voz, la
impresionaron; así que se volvió hacia él, vacilante, insegura de lo que él decía o
preguntaba.
—Sólo personas —convino, áspera—. Seres humanos… ¡la mayoría de nosotros!
—¿Tienes dudas acerca de mí?
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—No está mal para una emisora pequeña —comentó María, ofreciendo su
radiante sonrisa hacia una cámara de televisión—. Y para el próximo año habremos
crecido; tendremos muchas nominaciones y ganadores. Esto significará también un
torrente de anuncios nuevos.
—Ya te identificas por completo con la emisora, ¿verdad? —comentó Luke
mientras María intercambiaba sonrisas y ademanes de victoria con los empleados
sentados a otras mesas. Se preguntó si Cavell Fielding ignoraba los verdaderos
motivos personales detrás de la conducta de Luke.
De regreso con los asistentes, Florian, alegre, abandonó la falsa modestia y
constantemente se detenía para recibir felicitaciones de todos lados, pero cuando
María quiso levantarse para felicitarlo, Luke la tomó de un brazo.
—No —dijo Luke, retirando la mano cuando ella, con expresión agitada se
volvió hacia él—. No te vendría mal distanciarte un poco de él.
En lugar de calmarse ahora que Luke ya no la tocaba, María lo miró y
comprendió que la advertencia era personal, disfrazada como un consejo profesional.
Luke pensaba que ella estaba eufórica por su amante.
—Quiero hablar contigo —le dijo a Luke, luego de tomar una decisión.
Luke volvió a inclinarse hacia ella.
—Quiero llevarte a casa —replicó él en voz baja.
—Si no vas a escucharme, me iré a casa en taxi —afirmó, decidida.
—Si se trata de algo personal, entonces este no es el momento ni el lugar
apropiados —declaró—. Espera hasta que esto termine. No tardará.
Diez minutos después estaban libres, de pie en de la fila para los ascensores.
María se daba cuenta de que Luke la observaba, aunque ella se negaba a mirarlo a los
ojos. La hacía sentirse como si estuviera desnuda.
El ascensor en que entraron estaba atestado, lo que los obligó a permanecer
muy juntos. El roce de la manga del saco de Luke contra su brazo desnudo le
dificultaba a María tratar de pensar qué iba a decirle antes de que aceptara subir en el
automóvil, con él.
¿La escucharía? ¿Le creería? No le prestó atención en ocasiones anteriores,
cuando le dijo que no existía nada entre ella y Florian. Entonces, ¿por qué esa noche
habría de ser distinto?
Al darse cuenta de que el ascensor subía en lugar de bajar, ella sintió un vuelco
en el corazón. Miró furtivamente a Luke, quien permanecía inmóvil y muy seguro de
sí mismo a su lado, sabiendo que ella no podría protestar o hacer preguntas delante
de la gente.
Algunas personas seguían con ellos cuando llegaron al piso que él quería.
—¿Adónde me trajiste? —preguntó María, hundiendo los tacones altos en la
alfombra.
—Mi suite se encuentra aquí —señaló el pasillo—. ¿No sabías? Siempre me
hospedo aquí cuando vengo a Taipei.
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Ahora ella tuvo una breve visión del rostro de Luke en el momento en que él le
deslizaba los tirantes del vestido. Las pestañas negras le cubrían los ojos, pero su
rostro estaba tenso y atento.
De pronto, él volvió a bajar la cabeza, el roce compulsivo de sus labios contra el
cuello femenino parecía rasparle la piel a María. La respiración de ella se volvió más
agitada y la expectación casi la hizo gemir en voz alta mientras Luke movía la mano
hacia arriba hasta llegar a los senos.
Casi con violencia, María alzó el cuerpo e inclinó la cabeza al mismo tiempo,
sus labios febriles buscaban los de él; abrasadores. Luke jugueteó sin piedad con los
senos, como si tuviera el derecho de hacerlo. Quizá ella le había otorgado ese
derecho. Manos y dedos tan delicadamente posesivos, acariciando la piel de ella,
apretando con sensualidad; quedando luego sólo el índice y el pulgar para tirar con
suavidad de un endurecido pezón. María se estremeció convulsivamente. El pequeño
éxtasis era agradable y atormentador a la vez, pero al final cruelmente engañoso,
porque no llevaba a ninguna resolución o tranquilidad, sólo a un deseo más intenso.
La pasión la dominó, rechazando distracciones, pensamientos y emociones. No
tuvo conciencia de que, con la cooperación de Luke, le había quitado la corbata; ni
tampoco de que con dedos frenéticos había tirado de los botones de su camisa.
Al sentir su masculinidad, el deseo llegó a un punto tan exquisito que casi se
convirtió en dolor.
Luke acarició la esbelta curva de la cadera femenina, haciéndola moverse de
manera involuntaria.
De pronto, él se quedó inmóvil como una estatua, pero siguió abrazándola.
—¿Debo detenerme, María? ¿Todavía quieres que te demuestre que creo lo que
me dijiste esta noche? Dímelo ahora o no podré hacerlo.
Por un momento ella no pudo reaccionar, no pudo responderle. Estaba en los
brazos de Luke, sintiendo la agradable rasposidad del cabello de Luke contra una
mejilla caliente.
Los labios de María se movieron para rogar, pero ningún sonido emergió. La
joven vislumbró el brillo de satisfacción en los ojos de Luke.
Era esa mirada, casi triunfante, la que hizo surgir el resentimiento, lo que
restableció la cordura. Débilmente, María pudo reconocer la generosidad inherente
en la pregunta de Luke, pero entre las emociones que experimentaba en ese
momento no había sitio para el agradecimiento.
—Sí, detente por favor —le pidió ella con voz ronca.
Ahora un sentimiento de frustración ocupó el lugar de la satisfacción. María se
sintió alarmada al darse cuenta de que, después de todo, Luke no había estado
hablando por ser generoso. La pausa, la pregunta, fue sólo una formalidad, la
simbólica petición de permiso que los hombres utilizan para protegerse contra una
diversidad de posibles acusaciones futuras.
La renuencia con que Luke la soltó, resultó palpable. Su expresión era hostil.
Cuando María se levantó, se regocijó de haberlo sorprendido.
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Luke no esperaba que ella aún tuviera suficiente fuerza de voluntad para
rechazarlo cuando hizo la pregunta vacía, ritual.
María también se rechazó a sí misma, dolorosamente consciente del deseo de su
propio cuerpo por lograr la satisfacción. Se colocó los tirantes del vestido sobre los
hombros y luego subió la cremallera.
Luke también se había puesto de pie y la miraba con ojos brillantes.
—No sé si pueda esperar todo el tiempo necesario… pero como pareces creer
que tú puedes… —dijo él con ironía, encogiéndose de hombros. Su ademán fue
extrañamente despreciativo, pero decidido al mismo tiempo.
—Puedo esperar para siempre —dijo María, irritada.
Tenía que ser cierto.
Luke sonrió, como si adivinara la desesperación detrás de las palabras.
—Pero no te tardes demasiado —le advirtió él.
—Has olvidado algo —María sintió rabia contra sí misma porque también ella
lo había olvidado por un momento; agregó con voz temblorosa—: Te odio.
—Tampoco mis sentimientos han cambiado mucho —replicó con indiferencia.
Si eso era cierto, en realidad Luke no había creído lo que le dijo esa noche. Sin
embargo, eso no cambiaba el hecho de que nunca iban a convertirse en amantes.
Pero en el estado en que se encontraban en ese momento, los dos excitados
físicamente; ella no confiaba en Luke, ni en sí misma, en caso de que ella prolongara
su presencia allí, en la intimidad tentadora de la suite.
—Me voy a casa —dijo, inexpresiva, y añadió—: Sola, en un taxi.
—Sí, esta vez me parece que podría estar dispuesto a aceptar eso —reconoció él
—. Según me siento en este momento, creo que llevarte a casa podría resultar
demasiado tentador… para los dos.
Volvió a hablar en ese tono de confianza total… sin fundamento. Perturbada,
María se apartó de él mientras Luke empezaba a abotonarse la camisa.
—No es necesario que bajes conmigo —le aconsejó ella mientras caminaba hacia
la puerta y oyó la risa de él a sus espaldas.
—La tentación siempre está allí, pero es la intimidad lo que la hace irresistible.
Fuera de esta suite, en un ascensor, a pesar de las connotaciones afrodisíacas que han
entrado en nuestra tecnología moderna, y entre las multitudes de abajo. Estarás
completamente segura, María.
Segura. Ella no sintió alivio. Tuvo la convicción de que nunca volvería a estar
segura en el sentido en que Luke había utilizado la palabra. Y era menos por él,
quien la amenazaba, que por la fuerza de sus propios sentimientos.
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Capítulo 6
María había terminado de abrir su equipaje y se preparaba para tomar una
ducha cuando sonó el timbre de la puerta.
Sonriente, se puso una bata que había comprado apenas tres días antes. Era de
seda con un dragón multicolor bordado en la espalda.
Supuso que se trataba de Nicky Kai, ansiosa por oírla cantar una vez más las
alabanzas a su querida isla. Quizá Nicky aceptaría quedarse y compartir la cena
ligera que María estaba planeando para ella, ese domingo.
Al ver a Luke Scott, vestido con jeans y camisa de cuello abierto, desapareció la
sonrisa de su rostro; pero fueron la expresión y la actitud de él, las dos abiertamente
hostiles, las que la hicieron estremecerse de aprensión.
—Regresaste —expresó aún sorprendida por su repentina llegada.
Luke no le prestó atención.
—¿Completamente sola?
—Como ves —recuperándose un poco, logró parecer desafiante.
—Por supuesto, mañana es lunes y Jones vuelve a trabajar en la radio, así que
quizá piensa que no puede desperdiciar energía contigo esta noche —dijo Luke,
subrayando el insulto al mirarla con insolencia, como si pudiera ver a través de la
bata que ella llevaba puesta—. ¿O estás esperándolo ahora? ¿Por eso sonreías? ¿No
fue suficiente un fin semana para los dos, María?
—¡Sólo fingiste creerme! —lo acusó furiosa.
No había visto a Luke desde que salieron juntos de la suite del hotel donde él se
hospedaba y la acompañó a tomar un taxi, la noche de la ceremonia de premiación;
más de una semana antes. A la mañana siguiente de eso, él le llamó para informarle
que estaría fuera de Taiwan algunos días, pues un problema que requería su atención
personal había surgido en el estudio de grabaciones que tenía en Singapur. Su
ausencia no le impidió a María pensar en él, pero quizá se permitió creer que
permanecería fuera por tiempo indefinido. De ahí su sorpresa al verlo ahora, así
como la sensación de pánico.
—Si te creí o no, ahora es irrelevante —dijo Luke, entrando en el vestíbulo
mientras ella aún trataba de adoptar un estado de ánimo más adecuado a las
exigencias de la situación—. Tampoco lo es si me decías las verdad o si mentías. Es
bastante probable que me dijeras la verdad, pues no se me ocurre ninguna buena
razón para que me hayas mentido… Pero ya no se trata de la verdad, ¿eh? No sé por
qué motivo, pero decidiste continuar tu relación con Jones… ¿o fue sólo una cana al
aire, de fin de semana, para recordar los viejos tiempos? Todo lo que Penny Seu Chen
pudo decirme cuando regresé, el viernes al anochecer, fue que tú y él habían volado a
Hualien, donde pasarían el fin de semana.
Seguramente Luke se había dirigido a Penny para que le diera esa información.
Los Estwick se encontraban en Hong Kong; a Giles se le pidió que visitara la oficina
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El ligero movimiento de Luke hacia ella la hizo guardar silencio. Lo miró con
aprensión, dándose cuenta de que la decisión aparecía en el rostro de él.
—Supongo que no importa si me dices la verdad o no, pero tal vez así sea. ¿Por
qué habrías de mentirme? —hizo una pausa; María notó que la decisión se convertía
en intención—. ¿Sabes lo que estás haciéndome, de pie aquí viéndote con esa bata y
preguntándome si llevas ropa debajo de ella? Ya no puedo esperarte, sobre todo
cuando pienso en el tiempo que podría llevar sacarte de otra relación si te doy
tiempo y tú lo utilizas para enredarte con Jones o cualquier otro… Ellos tendrán que
esperarte. Esta vez me toca a mí. Ya he esperado seis años, recuérdalo. Es por eso que
en realidad no estamos apresurándonos, por muy precipitado que podría parecer.
Luke estaba haciendo suposiciones intolerables acerca de ella. La rabia se
apoderó de María. Pensó golpearlo para desquitarse, pues los insultos eran
insoportables. Sin embargo, reconoció que había algo de verdad en las palabras
ofensivas.
El momento crucial de su relación no llegaba tan pronto, para ninguno de los
dos. Seis años…
—¡No me toques! —exclamó María con aspereza cuando Luke alargó la mano
hacia ella.
—¿Cómo puedo evitarlo? —replicó con rabia, poniéndole las manos sobre los
hombros e inmovilizándola—. Seis años y luego consumiéndome esta semana que
pasé en Singapur, lamentando los prejuicios que me impidieron hacerte el amor la
última vez que estuvimos juntos. ¡Oh, Dios! Me hice a la idea de que tenía que ser
civilizado y esperar hasta que obtuviera tu consentimiento… ¡pasé días
lamentándolo! Te advertí que no iba a poder tener en cuenta dudas, titubeos ni
escrúpulos que pudiera tener esta vez. Debí recordar eso.
—Otra cosa que olvidaste —dijo María, consciente de que tenía que continuar
resistiéndose—. Te odio, Luke.
—No lo he olvidado, y he llegado a lamentar que tú no lo hagas, y como los dos
sabemos que esto es inevitable, podría suceder ahora.
Luke le acarició los hombros con los dedos y su calor penetró la tela de la bata.
Ella sintió que se tambaleaba.
—No… —comenzó a decir con desesperación, pero no pudo continuar.
—Ah, sí, acepto que me odias —continuó Luke—. Pero eso no importa,
¿verdad? Todavía puedo seducirte.
La seguridad de su afirmación la encolerizó, pero entonces experimentó el dolor
de saber que era cierto. Luke podía seducirla. Ya estaba seduciéndola, y no había
nada que ella pudiera decir o hacer para aplacar el deseo que provocaba en ella.
Escuchó el tembloroso suspiro de Luke mientras apretaba el cuerpo de ella
contra el suyo. Impresionaba a Luke del mismo modo que él la impresionaba a ella.
Pensó con ironía en el destino que les hacía eso; uniéndolos y añadiendo ese
deseo ingobernable a las demás emociones que existían entre ellos: el odio y el
resentimiento de parte de ella; el desprecio, de parte de Luke.
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Cuando sintió el calor sensual de los labios de Luke al tocar los suyos y
besarlos, María comprendió que la situación estaba ya fuera de control. Sus brazos ya
envolvían a Luke. Sus labios encontraban placer en los de él, al mismo tiempo que
una ola de sensaciones intensas se extendía por todo su cuerpo.
Habían hablado de exorcismo, en relación con el deseo de Luke por ella, pero
ahora María reconocía con amargura que sería mutuo; hacer el amor sería un
exorcismo para los dos.
Como justificación para ceder a las exigencias de la carne, resultaba patético, y
ella lo sabía, pero pensaba que no podría continuar luchando contra la pasión que
despertaban el uno en el otro. Deseaba a Luke. Su piel estaba ardiendo y dentro de
ella tenía lugar un incendio todavía más intolerable, un infierno que la consumía.
—¡Te deseo! —admitió María y abrió los ojos justo a tiempo para ver el
resplandor de triunfo en los de Luke al escucharla.
Lo odió, pero ya no se le resistió, así que lo aceptó en doloroso silencio.
—Siempre me has deseado —afirmó él con arrogancia.
—No lo sabía.
El calor de la humillación aumentó con esa confesión final, pero las llamas de la
pasión la envolvieron e hicieron que su cuerpo se moviera provocativamente contra
el de él.
La derrota… Y sin embargo no era realmente una derrota, comprendió María al
sentir la respuesta de Luke. Escuchó el febril murmullo de placer de él mientras sus
manos abrían la bata y encontraban la carne, cubierta sólo por unas pequeñas bragas
de seda.
Sin embargo, Luke aún parecía conservar un vestigio de control mientras ella se
estremecía cuando él tomaba los senos con las manos y bajaba la cabeza hacia ellos.
Volvió a oírlo murmurar intensamente, antes de que sus labios se apoderaran de un
pezón, exquisitamente sensible.
Ella creyó que caería al suelo, o que se desmayaría, de pie allí a merced de los
labios de Luke. Quizá él percibió algo, porque levantó la cabeza de inmediato.
—¿El dormitorio? —preguntó con urgencia.
Una vez allí, María dejó que la bata se deslizara por sus hombros antes de
quitarse rápidamente las bragas, mientras Luke se desvestía.
María lo llamó con voz débil, y él volvió a tomarla en sus brazos para hundirse
en la cama, con ella.
—Ah, María, seis años es mucho tiempo para esperar —murmuró Luke con una
débil sonrisa burlona mientras advertía la frenética respuesta de ella—. Y fueron seis
años para los dos, pero comprenderás que no puedo entender que hayas esperado,
cuando nada sabías; mientras que yo sí sabía qué era lo que me afligía durante esos
seis años.
—Por favor…
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María alargó la mano hacia él, asiéndose a sus hombros. Luego deslizó los
dedos sobre la piel húmeda de Luke, mientras su cuerpo se arqueaba,
estremeciéndose.
—Todo este tiempo… —gimió Luke.
Entonces terminó la espera. María estaba húmeda y ansiosa mientras Luke se
movía dentro de ella. La exquisita fricción de sus cuerpos los llevó hasta un clímax
tan intenso, tan amplio, que a María le pareció que se expandía para incluir su mente,
su espíritu y sus emociones.
Nada fue omitido. Ningún aspecto de su ser dejó de participar en ese momento
milagroso de compartirlo todo. Entonces oyó a Luke pronunciar, jadeante, el nombre
de ella; comprendió que no lo odiaba y que nunca lo había odiado.
Resentimiento. Eso era lo que había sentido siempre, aceptó un poco después,
cuando estuvo en condiciones de entender el sorprendente descubrimiento que había
hecho. Siempre le guardó rencor a Luke. Siempre tuvo miedo de la manera en que la
hacía sentirse… porque sin duda desde el principio se dio cuenta del poder que
podía ejercer y que ejercía sobre ella; porque él mismo le impidió que siguiera
viéndolo cuando hizo que la despidieran de su primer empleo en Sudáfrica; porque
algo lo llevó a juzgarla mal y despreciarla, a no ver la verdad; porque siempre supo
que él podía romperle el corazón…
Como acababa de hacerlo. Saqueó su corazón, le robó todo lo que ella tenía para
dar.
Agotado, Luke aún tuvo la voluntad y la fuerza para apartarse de ella, de
manera que permanecieron acostados sin tocarse, el espacio entre ellos era
dolorosamente elocuente.
—Desgraciado —dijo María en voz baja, fijándose en las huellas que sus uñas
dejaron en la piel de él.
—¿No te gustó? —preguntó Luke con sarcasmo, sin siquiera volverse para
mirarla.
Ella se sentó en la cama y consideró la distancia que había entre el lecho y su
bata que estaba tirada sobre la alfombra. Suspirando, hizo caso omiso de los dictados
del orgullo y volvió a acostarse.
—Sabes que sí —reconoció y añadió categórica—: Me odio a mí misma.
—No te preocupes, pues pronto te repondrás y volverás a odiarme —dijo él con
indolencia, todavía dándole la espalda—. Siempre es más fácil odiar a los demás que
a nosotros mismos.
—¿Es por eso que me desprecias? —replicó, cáustica—. ¿Para no tener que
despreciarte a ti mismo?
Luke guardó silencio durante varios segundos, de modo que ella empezó a
sospechar que se había quedado dormido.
Entonces él dijo:
—¿Qué te hace pensar que no? Deja de hablar tanto, María. Sólo hubo sexo,
después de todo.
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Cuando Giles se fue, ella aún no pudo dejarse llevar por la ira, pues Penny la
puso en contacto con uno de los disc-jockeys con quien había salido una vez y que le
llamaba para preguntarle si quería ir con él a un banquete al aire libre, esa noche.
—Me parece bien —respondió María, decidida, con mirada desafiante.
Sólo que no supo a quién iba dirigido ese desafío, si a Luke o a sí misma.
Supuso que a sí misma. Ahora que Luke ya no la deseaba, no le importaría nada de
lo que ella hiciera.
Se recriminó, ardía de vergüenza. ¿Cómo pudo hacer eso? ¿Cómo pudo
permitir que se aprovechara de ella un hombre que la despreciaba? Lo peor de todo
era que estuvo dispuesta a dejarlo que continuara aprovechándose de ella, en caso de
que él hubiera querido. Sobre todo, ¿cómo pudo permitirse amar a Luke Scott?
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Capítulo 7
Luke estuvo ausente durante dos semanas, tiempo durante el cual María se
convenció de que tenía pocas probabilidades de volver a verlo sin que ella lo buscara,
así que se quedó mirándolo con incredulidad durante varios segundos, cuando abrió
la puerta de su apartamento, luego de que sonó el timbre, un viernes por la tarde, y
lo encontró allí de pie.
Le tembló un poco la mano que había levantado, como si así pudiera contener
la furia; luego la dejó caer cuando advirtió la dureza del rostro masculino y la
exigencia manifiesta que brillaba en sus ojos.
—¿Una vez no fue suficiente para ti, Luke? —preguntó ella con mordacidad,
pero sintió un dolor en el corazón.
—No —respondió él—. Ni con mucho, María.
Luke entró en el vestíbulo y María retrocedió, temerosa de sus propios
sentimientos otra vez, aterrorizada de cualquier contacto físico entre ellos. Sabía lo
que sucedería.
La tentación era incluso más peligrosa e irresistible ahora que sabía que lo
amaba. Le bastaba verlo para que volviera a surgir el deseo.
—Bueno, pues fue suficiente para mí. Más que suficiente.
María mintió temerariamente, agitada y consciente de que estaba protestando
demasiado en su desesperación, pero sin poder evitarlo.
—Es extraño… tus labios lucen hermosos cuando mientes —comentó él con
sarcasmo y cerró la puerta.
Los ojos de Luke ardían cuando recorrieron el cuerpo femenino. Ella vestía
informal: pantalones cortos y una pequeña blusa de algodón, ropa que se puso al
regresar del trabajo, pues pensaba pasar un rato en el balcón antes de prepararse
para asistir a la fiesta de promoción de una compañía local grabadora de discos.
Luego Luke volvió la atención al rostro tenso de María. Sus miradas se
encontraron.
—¡Por Dios, Luke! ¡Déjame algo de amor propio! —exclamó ella de manera
involuntaria en respuesta a ese momento de reconocimiento—. ¡Déjame en paz!
—¡No puedo! —exclamó él, rechinando los dientes—. ¿Crees que no lastima
también mi amor propio, María? A mí tampoco me gusta esto, pero a los dos nos
tiene atrapados, ¿no? Quiera Dios que una vez hubiera sido suficiente. Pensé que
podría ser así… por eso regresé a Hong Kong: para no tener la tentación de verte y
empezar a creer que era suficiente. No quiero una aventura contigo… ¡no! Pero
nunca voy a encontrar la paz, nunca dejaré de arder, nunca podré interesarme en
nadie, sino hasta que esto que existe entre nosotros, siga su curso.
—¿No estás exagerando? ¿Qué me dices de Cavell Fielding? —preguntó María
con enfado, y Luke pareció sorprendido—. Giles me contó que él y Úrsula salieron
con ustedes dos. ¿Sabe ella que le fuiste infiel una vez y que estás dispuesto a serlo
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de nuevo… sólo que esta vez no voy a cooperar? ¿O esperas que no se entere para
poder volver con ella cuando te canses de mí? ¿No te has puesto a pensar en lo
hipócrita que has sido…?
—Cavell y yo nunca hemos sido amantes —la interrumpió Luke—. Sí, sé que
algunas personas podrían pensar que lo somos porque de vez en vez nos
acompañamos, tú deberías de saberlo… o quizá no, pues nunca has tenido
escrúpulos para ayudar a otro hombre a ser infiel desde hace seis años, lo cual me
lleva a pensar que este alarde de conciencia en relación con Cavell es sólo eso:
¡presunción! ¿Es que no tienes inhibiciones para robar, María? De hecho, fuiste la
primera mujer con quien he hecho el amor después de mucho tiempo y no he estado
interesado en nadie más desde que se te ofreció este trabajo y lo aceptaste. Te
esperaba… y después de aquella noche en la que estuve aquí contigo, traté de
convencerme de que había terminado, de que ya no te necesitaba. Pero no ha
terminado aún, ¿verdad? Te llevo en la sangre. Estas dos últimas semanas… ¿Han
sido también tan malas para ti, cariño?
Una extraña desesperación se apoderó por un momento de María en respuesta
a la negativa de él en el sentido de que tenía una aventura con Cavell. Habría sido
más fácil resistirse si Luke lo hubiera aceptado, aunque el creerlo no la detuvo para
entregarse a él una vez. Se sintió avergonzada.
Aún estaba asimilando las palabras de Luke cuando éste alargó la mano para
tocarla. Fue inevitable: toda resistencia desapareció en el momento en que la tocó.
—¡Sí! Estaba mintiendo… ¡Oh, Dios, Luke! Te deseo —confesó
apasionadamente, arqueando el cuerpo hacia él y repitiendo—: ¡Te deseo!
Esta vez Luke no la hizo esperar porque no pudo. Ni siquiera llegaron hasta el
dormitorio y uno de los tapetes que cubrían la alfombra del salón les sirvió de lecho;
María estaba parcialmente vestida y Luke por completo.
María sollozaba de deseo cuando sintió que él le separaba los muslos. Abrió la
boca, sorprendida, cuando Luke se introdujo en ella y luego las acometidas de él la
mecieron. La joven le acarició el pecho antes de hundir las uñas en el cuerpo
masculino, cuando penetró más en ella con una pasión que los hizo convulsionarse y
los llevó a un clímax de sensaciones sorprendentes.
—¡Oh, Dios, María! —exclamó Luke cuando ella se dejó caer.
Agotado, Luke realizó una última acometida involuntaria y luego se apartó de
ella; se puso de pie, dándole la espalda.
María lo miró en silencio un momento, y cuando pudo volver a respirar y tuvo
fuerzas, se levantó.
—¿Es tan poca la consideración que me tienes? —preguntó con amargura—.
Sexo sin protección, puesto que ni siquiera sabes si yo estoy utilizando algo…
—Es mucho lo que te deseo —dijo Luke en tono igualmente amargo, dándole
todavía la espalda.
Sin decir más, María salió de la habitación.
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Haciendo esfuerzos por no llorar, tomó una ducha y se puso una bata de color
esmeralda antes de volver al salón. Luke se encontraba en el balcón, pero no se
volvió hacia ella.
Esa era la verdadera derrota, comprendió. Una vez podría disculparse, pero dos
veces… y todas las ocasiones que faltaban… Se sintió avergonzada. Había cambiado
amor propio por placer. Pero lo amaba… aunque él ni siquiera merecía que lo
amaran. La idea la enfureció.
—Tengo que salir esta tarde —informó María.
Luke se volvió y la miró a la cara. Su expresión era indescifrable.
—Cancélalo, sea lo que sea —le aconsejó él.
—Está relacionado con el trabajo.
—¿Importante?
—Oh, supongo que si estás ofreciéndome el puesto de esposa en Hong Kong,
cualquier cosa que tenga que ver con mi carrera aquí, puede sacrificarse fácilmente
—bromeó.
—¡No seas ridícula!
—No, no pensaba que lo hicieras.
—¿De qué se trata? —preguntó Luke.
—Dos de los disc-jockeys y yo hemos sido invitados a una fiesta que ofrece una
de las compañías de música locales. Se están ganando nuestra amistad ahora que
estamos difundiendo música de aquí y quieren presentarnos a sus artistas.
—¿Es Jones uno de los jockeys?
—No, son dos locutores que hablan mandarín. Mi asistente Penny también irá.
¿Quieres acompañarme?
—No, pero si me das tus llaves puedo esperarte aquí para cuando regreses.
Tengo que recoger mis efectos personales y pagar la cuenta en el hotel… Supongo
que ya te diste cuenta de que pienso quedarme aquí durante el fin de semana,
¿verdad? Me quedaría más tiempo, pero tengo que volver a Hong Kong el lunes,
¿Regresarás tarde?
—No.
Así iba a ser desde ese momento en adelante, pensó María al ir a buscar las
llaves. Ahora que Luke la tenía, ahora que sabía que ella era incapaz de resistírsele,
ya no tenía él ninguna necesidad de que lo vieran con ella. La suya iba a ser una
aventura secreta.
—¿Qué pasa? —preguntó Luke que la había seguido hasta el salón.
—Nada —respondió ella, sacando otro juego de llaves de una vasija de
cerámica—. Pero me gustaría hablar contigo cuando vuelva. Se me hace tarde.
Él sonrió, pero volvió a ponerse serio casi de inmediato.
—Entonces te dejaré para que te prepares. Pero hay una cosa que es necesario
decir ahora. Si no estás usando algún anticonceptivo, será mejor que procures
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Durante las horas siguientes pensó que estaba logrando tranquilizarse, pero su
aparente calma resultó frágil y se hizo pedazos cuando regresó a casa y encontró a
Luke cómodamente instalado en el sofá, con un periódico en la mano y escuchando
música instrumental erótica a bajo volumen.
Lo que implicaba su presencia y el hecho de verlo le calentaron la piel e hicieron
que su corazón latiera estruendosamente al pensar en la noche que les esperaba.
—¿Comiste? —le preguntó él, levantándose.
—Sí —respondió—. ¿Y tú?
—Sí, en el hotel. Ven a sentarte —la invitó, indicándole el elegante sofá que
había estado ocupando.
María titubeó, consciente de lo estúpido de resistirse ahora que su relación era
un irreversible fait accompli, pero perturbada por la manera en que la miraba.
—Tengo que preguntarte algunas cosas —le advirtió María, al sentarse.
—¿Sí?
—¿Somos…? ¿Es esto una aventura? —preguntó con torpeza, insegura.
—No sé de qué otra manera podríamos llamarlo —respondió Luke con mofa—.
¿Lo sabes tú?
—Oh, se me ocurren varias cosas —comentó con hostilidad, en voz baja.
La impaciencia hizo que el rostro de Luke se crispara.
—Si vas a empezar a luchar contra esto otra vez, negando…
—No voy a luchar contra nada —lo interrumpió María con amargura—. No
puedo, ¿verdad? Utilizaste la palabra apropiada antes: atrapados. No, sólo busco
respuestas. Quiero saber exactamente cuál es mi situación. Por ejemplo, ¿cuánto
tiempo va a durar esto, Luke?
Él encogió los hombros, irritado. Era evidente cierto resentimiento en su
actitud.
—¿Cómo demonios voy a saberlo? El tiempo que nos lleve cansarnos uno del
otro, supongo.
—¿Y qué pasa si le lleva más tiempo a uno que al otro?
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—Oh, claro que me conviene, Luke —expresó, sonriente—. ¿Lo ves? Estoy
avergonzada de todo esto tanto como tú.
Sólo que él se metería en un lío si llegaba a saberse que estaba enredado con
alguien como ella; mientras que María se sentía avergonzada de sí misma.
El rostro de Luke se ensombreció.
—Me parece que nos entendemos perfectamente, entonces.
—Espero que sí —declaró ella; aún sentía el deseo de golpearlo, la necesidad de
lastimarlo para desquitarse del dolor que le producía con su evidente desprecio—.
Estoy tan preocupada como tú, por mantener oculto este vergonzoso secreto. No
quiero que mis amigos y colegas se enteren de ello.
No era cierto. Le daba lo mismo, pero la mirada malhumorada que Luke le
dirigió la compensó un poco por todos sus insultos que había soportado.
—Como desees, aunque no creo que a Jones le importe descubrirlo. Dudo que
la exclusividad en una relación sea algo que él aprecie —bromeó Luke con hostilidad
—. ¿O es que aquí se aplica la famosa moral doble? Él puede darse gusto con
cualquier otra mujer que lo atraiga, pero tú debes seguir siendo de su uso exclusivo,
manteniéndote disponible para cuando él quiera renovar la relación?
—De la misma manera que tú esperas ahora, que yo sea para tu uso exclusivo
—expresó María en tono irónico, cansada de oír hablar de su supuesta aventura con
Florian—. Por última vez, no me he enredado con Jones y no quiero hacerlo.
—Déjalo así, entonces —le aconsejó Luke—. Siquiera hasta que termine esto. No
me gusta compartir.
Mientras hablaba, Luke alargó el brazo hacia una mano de María y la hizo abrir
el puño tenso. La desesperación la invadió. ¿Para qué servía luchar contra él con
palabras, si ella era totalmente incapaz de hacerlo físicamente?
Cuando Luke se llevó la mano a los labios, la respuesta de María ya se
reanimaba, temblorosa, en el centro de su femineidad.
Impotente, vio que las pupilas de Luke se dilataban cuando la conciencia
resplandeció. Los ojos de María se ensombrecieron cuando un suspiro escapó de sus
labios.
—Pero nunca olvides que te odio, Luke —le recordó ella con voz débil y tensa,
aplazando la completa rendición sensual algunos desesperados segundos.
Pero el odio sólo era la otra cara del amor.
Luke alzó la vista de la mano de ella y le ofreció una sonrisa dura.
—Sin embargo, parece que no importa, ¿verdad?
Fue un comentario tan despreciativo que María dio un paso atrás, pero sólo
momentáneamente, pues la llama del deseo ya ardía vivamente para ser ignorada.
Más tarde, esa noche, cuando ya habían satisfecho su mutua pasión, sólo para
encontrarse sometidos de nuevo a su esclavitud, la angustia atormentaba a María.
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Luke tenía que amarla. Tanta pasión tenía que ser el resultado de algo mayor
que la lujuria, sobre lodo cuando se trataba de un hombre como Luke Scott. Los
hombres civilizados y dotados de inteligencia, como él, por lo general podían
dominar su lascivia e incluso rechazarla cuando era una respuesta a una mujer a la
que despreciaban, pero no siempre podían controlar sus emociones.
Y sin embargo, aunque la despreciaba, Luke no podía resistírsele del mismo
modo que María no podía resistírsele a él… pero ella sólo tenía el amor para justificar
su debilidad.
Luke no la amaba. Fue casi insoportable el dolor que sintió cuando él se apartó
de ella en la cama.
Ahora volvía a tocarla, pero sólo porque el deseo se había reavivado. Se sintió
impotente al experimentar una vez más una excitación frenética cuando la lengua de
él llenó su propia boca y cuando con un dedo Luke trazó sensuales círculos alrededor
de su ombligo.
¿Cuánto tiempo podría ella soportar? Cuando deslizaba una mano, amorosa,
por el brazo musculoso de Luke, María se detuvo en el momento en que el miedo al
futuro se apoderó de ella y sus dedos se hundieron con violencia en la carne de su
amante.
Luke apartó los labios de los de ella.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Ella no podía ver claramente su rostro, en la penumbra, sólo el brillo de sus
ojos.
—Me preguntaba cuánto tiempo voy a disfrutar siendo una esclava del sexo —
comentó ella con amargura y jadeó un poco cuando la mano de Luke resbaló hacia
abajo, por el estómago.
—Se trata de los dos, cariño —repuso él, con mofa—. ¿Puedes dudarlo? Esto
nos tiene aprisionados a los dos; a mí tanto como a ti.
—Prisioneros de la pasión —expresó María, divertida y mordaz.
La mano de Luke continuó avanzando y la punta de su dedo encontró el punto
de sensibilidad, el cual era totalmente vulnerable a su habilidad. María gimió cuando
la pasión erótica se apoderó de ella.
—Dime que no estás disfrutando esto, María.
—Ya sabes que sí. ¡Maldición, Luke!
Luego ella volvió a ofrecerle los labios para que él pudiera sofocar las
exclamaciones de placer que brotaban de su garganta. Un momento después se
apretaba contra él, rogándole con voz ronca que la poseyera, hasta que Luke se
hundió en ella con un áspero gemido.
El viaje frenético terminó y el éxtasis fue sólo un recuerdo que iba borrándose.
De los labios hinchados de María ya no emergía el nombre de Luke una y otra vez,
entonces él volvió a romperle el corazón a María al apartarse de ella.
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Así que su aventura amorosa había empezado, su aventura por horas, como
María la llamaba, primero sólo para sí misma y luego en voz alta en presencia de
Luke, cuando descubrió que podía hacerlo fruncir el ceño. Se aborrecía a sí misma
por tales frivolidades, pero se sentía tan impotente y sin ningún control sobre su
relación que el amor propio o todo lo que quedaba de éste le exigía molestarlo así,
aunque sabía que no tenía esperanzas de lograrlo.
La suya no era una aventura de amor. Aunque lo amaba, María se negaba a
demostrarle amor, pues sabía que Luke rechazaría cualquier intento que ella hiciera.
Él ya había conseguido la victoria, la cual era completa e innegable. No merecía nada
más de ella.
La visitaba los viernes al anochecer y se iba en las primeras horas de la mañana
del lunes. Las noches que pasaban juntos resultaban apasionadas.
—Nuestras orgías —las llamó María una vez—… son las noches del viernes
porque no hemos estado juntos durante cuatro noches y los domingos porque
sabemos que nos esperan otros cuatro días en que estaremos uno sin el otro… ¿por
qué los sábados?
—Porque así somos nosotros —respondió él, insinuando una sonrisa—. ¿Crees
que sería distinto si tuviéramos la oportunidad de estar juntos todas las noches?
—No lo sé —dijo ella y luego de una pausa, preguntó—: ¿Y tú?
A Luke le llevó algunos momentos admitirlo.
—Yo tampoco lo sé.
—¿Dónde vives en Hong Kong?
Era tarde el domingo por la mañana y ambos se encontraban todavía en la
cama. El radio estaba encendido, pero con el volumen bajo. La mirada que Luke le
dirigió a María resultó suspicaz.
—Tengo una casa cerca de la bahía Repulse Bay —dijo él, reacio.
—¿Y tu madre? —la sorpresa de Luke la hizo callar un momento—. ¡Acabo de
pensar en eso! No sé si tienes más familiares. ¿Hermanos y hermanas?
—¿Qué es esto?
María se sentó, furiosa.
—Sólo quiero conocerte, Luke —replicó, irritada.
—Ya sabes todo lo que necesitas saber —contraatacó él.
—¡Perdón, lo había olvidado! Sólo hay una parte de tu vida que quieres
compartir conmigo —lo acusó cáusticamente, levantándose de la cama y tomó su
bata—. Pero no podemos pasar todo el tiempo que estamos juntos haciendo el amor,
¿verdad? Das la impresión de ser un superhombre, pero en realidad no lo eres;
tampoco yo soy una supermujer. Entonces, ¿qué propones que hagamos cuando no
estamos haciendo el amor o dormidos? ¿Permanecer sentados en silencio como
desconocidos?
—Oh, por Dios, ¿no estás exagerando? Pero quizás yo lo estaba haciendo —dijo
Luke, sorprendiéndola—. Regresa a la cama.
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Eso explicaba la reacción de Luke ante la supuesta aventura de ella con Florian.
Con el corazón oprimido, María lo miró de soslayo.
—¿Y tú y tu madre lo sabían? —preguntó.
—No, por alguna razón yo no lo sabía. Cuando era más joven, tal vez debido a
esa renuencia general a creer que los padres de uno puedan llevar distintas vidas
sexuales, y después, cuando crecí, porque casi no los veía. Oh, sabía que el suyo no
era un matrimonio totalmente feliz, que había peleas, pero no se me ocurrió que la
causa estuviera fuera del matrimonio. Fue hasta después de que ingresó en el
hospital que yo comencé a pasar mucho tiempo con él, pues sabíamos que su
enfermedad seguiría un curso rápido. Me lo contó entonces, no sé por qué, pero el
dolor y los medicamentos tienen mucho que ver con ese deseo por confesarse, que
parece apoderarse de los moribundos. Nunca se lo mencioné a mi madre. Me parece
que ella ha sufrido bastantes humillaciones, de modo que no tiene que soportar el
hecho de saber que su hijo está enterado de ello. De todas maneras, se fue a vivir a
Inglaterra poco después de que él murió.
María se dio cuenta de que algo se suavizaba, fatalmente, dentro de ella y supo
que estaba en peligro de perdonarlo… de perdonarle todo. Los hechos le permitían
comprender mejor el desprecio que Luke había sentido por ella. Después de recibir
aquel golpe, él encontraba a otra mujer que al parecer destruía otro matrimonio,
quizá porque esperaba un poco que ella lo hiciera así en esa etapa y veía a todas las
mujeres con desilusión y suspicacia. Sólo podía haber reaccionado con aversión.
—¿No tienes una opinión parcial de ello? —aventuró María—. Pudo haber
faltas en el matrimonio de las que no estabas enterado, que lo hicieron…
—¿A quién estás tratando de disculpar en realidad, María? —la interrumpió él
con desprecio—. ¿A mi padre o a los esposos infieles en general… o a Florian Jones?
Al menos mi padre intentó escapar de la trampa, pero dudo que Jones haya luchado,
ni siquiera con su conciencia. Ah, sí, tal vez hubo faltas o fallas en el matrimonio,
como en muchos matrimonios. La persona para quien no hay excusa es…
—Yo, porque a tus ojos, la amante de tu padre y yo somos iguales —dijo María
con mordacidad.
—De la misma clase.
—¡Entonces déjame justificar su conducta! —exclamó, furiosa—. Quizá ella
amaba a tu padre.
—Tú deberías saberlo —admitió él con ironía.
—Debí suponer que tenías prejuicios personales —se burló ella.
—Y yo debí suponer que enfocabas la cuestión sólo desde un punto de vista —
replicó él ásperamente—. Así que basta ya, María.
—¿De modo que puedes continuar manteniendo tus prejuicios?
—Dije que basta, María —repitió Luke, controlando apenas la ira—.
Considerando tu actitud, supongo que fuiste hija de un matrimonio feliz, ¿verdad?
—¡Yo no tuve la oportunidad de escuchar confesiones de última hora! Además,
y quizá no te guste oírlo, ¡tenemos algo en común, Luke! —se burló—. Yo también
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soy hija única, y mi madre, quien es muy inglesa, también regresó a casa después de
que mi padre murió en Sudáfrica.
—¿Qué sucedió?
—Estaba enfermo de enfisema.
Ahora Luke la miraba especulativamente.
—Y tú no estabas allí.
—No estaba allí —repitió María, confirmando las palabras de Luke, pero
descubrió que tenía que reprimir el resentimiento ahora, pues necesitaba recordar, y
recordarle a Luke, todas las demás cosas que también perdió—. También tuve que
dejar mis estudios de comunicación, que pagaba con mi trabajo en Johannesburgo,
porque el salario en Durban era muy bajo y mis padres no podían ayudarme, puesto
que debían hacer frente a los gastos médicos de mi padre, ya que él nunca previó el
futuro. Era una de esas personas que sólo se preocupan por el momento.
—Y, por supuesto, me odias por todo eso —aceptó Luke de modo imparcial.
—Te odiaba. Estaba equivocada —de pronto soltó lo último que le quedaba de
engaño de sí misma, pero, temiendo preguntas que no podría contestar sin poner al
descubierto su vulnerabilidad, continuó de prisa—: Para empezar, me sentía
culpable, pero finalmente lo acepté. Además mis padres me habían animado para
que siguiera trabajando en la radio aun cuando tuviera que alejarme de ellos y
supieran lo que le sucedía a mi papá.
Luke no insistió, pero su expresión era un poco ceñuda mientras continuaban
caminando en silencio.
El odio que María sentía por él, si es que siquiera era eso, resultó ser tan
intensamente personal como su amor, admitió María. Había nacido de un
reconocimiento instintivo del daño que él podía hacerle a su independencia
emocional y, paradójicamente, exacerbado por la manera en que Luke le impidió que
siguiera viéndolo al despedirla de ese empleo. Finalmente, él le mostró un manifiesto
desprecio cuando volvieron a encontrarse…
Se sintió deprimida. Las relaciones eran difíciles. ¿Cómo podría sobrevivir
cuando el amor se daba sólo de un lado? El fin era inevitable.
¡Pero todavía no, por favor!
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Capítulo 8
—No sé cuánto más podremos mantener en secreto esta relación —dijo Luke
con sarcasmo un viernes por la noche, cuando había saciado el deseo que aumentaba
durante sus separaciones—. Jones y Nicky Kai salían del edificio cuando llegué esta
tarde, y como Jones pensó que había ido a verlo a él le expliqué que tú eras el objeto
de mi presencia.
—El objeto sexual —corrigió María sarcásticamente—. Me parece que no
necesitas preocuparte, Luke. Florian tiene muy poca imaginación para sacar alguna
conclusión. Tal vez sólo supuso que venías a verme por cuestiones de trabajo.
—Podrías mentirle si por casualidad te pregunta al respecto —le sugirió Luke
con aspereza.
María se puso rígida junto a él, en la oscuridad, asimilando la amarga verdad.
Luke aún se avergonzaba de desearla, tanto que no podía soportar la idea de que
alguien, incluso alguien como Florian, por quien no sentía ningún respeto, se
enterara de la aventura que tenía con ella.
—Ya te dije que no lo hará. Es demasiado egocéntrico —insistió María con
irritación—. El mundo gira alrededor de Florian, de manera que cualquier cosa que
no le concierne no le interesa. Las únicas personas que le preocupan realmente son
sus oyentes…
—¿Es necesario que lo tengamos aquí con nosotros, en la cama? —la
interrumpió Luke.
—Tú abordaste el tema —se defendió María con enfado.
—Yo dije que me había encontrado con él —replicó con impaciencia—. Pero lo
último que deseo es hacer un análisis profundo de la personalidad de ese tipo en
estas circunstancias.
—¿En qué circunstancias? —lo desafió.
—En este momento estás en la cama conmigo, María, no con Florian Jones —le
recordó él.
Furiosa, María se levantó.
—¡Ojalá no lo estuviera!
—Dime que me vaya, entonces.
Luke estaba acostado boca arriba, un poco apartado de María, como de
costumbre, pero mientras hablaba se puso de costado y alargó una mano, para
colocarla sobre uno de los esbeltos muslos de ella. Humillada, María sintió que al
instante sus pezones se ponían turgentes y volvió a experimentar esa sensación de
calor y debilidad.
—Sabes que no puedo, maldito —reconoció, horrorizada por su propia
vulnerabilidad, cuando Luke la tomó en sus brazos—. ¡Y no me gusta nada! No me
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gusta la manera en que controlas todo esto… ¡y ahora incluso exiges control sobre los
temas de los que hablamos!
—Podemos hablar de cualquier cosa que quieras —dijo Luke, descartando la
protesta con indiferencia. Luego deslizó una mano sobre la cadera femenina con
ademán posesivo—. Sólo está prohibido hablar de Jones. No lo quiero aquí en la
cama con nosotros.
Después, cuando estaban acostados y separados una vez más, María pensó en
la actitud de Luke, así como en la manera en que acababa de hacerle el amor. Se
había mostrado ferozmente posesivo, sacudido por un deseo apasionado y, sin
embargo, conservando suficiente control para sostener su dominio, aplazando la
satisfacción de ella, esperando hasta que María casi lloraba de deseo.
Estaba celoso de Florian, lo cual consolaba o animaba poco a María. Aquello
significaba que todavía no estaba dispuesto a poner fin a su aventura.
Sólo eran celos sexuales los que sentía, después de todo, porque se había
convencido de que ella y Florian habían sido amantes y que tal vez volverían a serlo
cuando eso terminara. Era un fenómeno bastante común, un instinto atávico que
tenía poco que ver con las emociones verdaderas.
Sin embargo, despertaba en ella una inmensa ternura hacia Luke porque eso
hacía muy humano a este hombre que alguna vez tuvo tanto miedo y cuyo poder
sobre ella aún la desconcertaba cuando reflexionaba en las realidades de su relación.
Era inevitable. Luke estaba acostado volviéndole la espalda; inmóvil, la silueta
de su cuerpo apenas se distinguía en la oscuridad del dormitorio. Suspirando, María
sacó una mano; la sábana cubría a Luke hasta la cintura, de manera que ella lo tocó
en la espalda que estaba tibia y todavía un poco húmeda.
Pensaba que estaba dormido, pero no era así. Lo sintió tenso cuando lo tocó
ligeramente con los dedos. Sin embargo, él no se apartó ni dijo nada.
No obstante, después de medio minuto, la ternura que aún la envolvía la obligó
a acercarse a él. Lo tocó apenas con los labios, y luego lo besó cuando una oleada de
amor la invadió.
Luke se puso rígido.
—Basta ya, María —ordenó él después de unos segundos durante los cuales
pareció contener la respiración.
Ella retrocedió después del evidente rechazo. Retiró de inmediato la mano y los
labios y se acostó boca arriba. Las lágrimas le escocieron los ojos, enfureciéndola
todavía más. Tardó un momento en dominarse.
—Es lo mismo de nuevo, ¿verdad? Debes tener el mando de todo lo que sucede
entre nosotros —lo acusó, desafiante—. Yo también tengo algunos derechos, Luke.
Puedo tocarte si quiero.
—No…
—Tú me tocas cuando tienes ganas.
—Sólo cuando quiero hacerte el amor. Pero no es eso lo que tienes ahora en
mente, ¿verdad?
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Entonces se obligó a hacer frente a la prosaica realidad. Supuso que el sismo era
la causa de la presencia de Luke, pues los vuelos a Taipei y de Taipei ya estaban
funcionando con normalidad, pero fuera cual fuera el asunto que lo hubiera llevado
allí, era poco probable que se tratara de algo personal.
—¿Estás bien? —preguntó él. María hizo el sorprendente descubrimiento de
que el simple sonido de la voz de Luke podía aún hacer que se le acelerara el pulso y
el corazón se le oprimiera con amor y deseo.
—Todos estamos bien, el edificio no sufrió daños y nosotros hemos podido
continuar transmitiendo sin interrupción —le aseguró ella, resentida, y luego le
informó de la decisión que había tomado.
—Supuse que harías algo por el estilo. Tendremos pérdidas —comentó con
escepticismo—. Esta clase de cosas pueden beneficiar a una emisora si se maneja
correctamente, lo cual así ha sido, pues tú nos has demostrado que eres flexible. Pero
¿y tú?
—¿Yo qué? —replicó María—. Me parece que puedo arreglármelas con
cualquier problema que surgiera, Señor Scott?
Él elevó las cejas con expresión burlona e interrogativa.
—¿Por qué la formalidad, señorita McFadden?
—No estamos en el apartamento —le recordó ella; la amarga mofa la hizo torcer
los labios—. Penny está entrando y saliendo; supongo que no queremos que se entere
de que somos algo más que dueño y directora de programación, ¿verdad?
La ira centelló en los ojos de Luke.
—Me parece muy poco probable que el uso de nuestros nombres de pila la lleve
a especular acerca de nosotros.
—Entonces, ¿por qué fuiste tan cuidadoso en cerrar la puerta cuando entraste?
—lo desafió María.
—Lo habría hecho de cualquier modo, quienquiera que fueses —repuso él; la
mofa destelló en sus ojos cuando prosiguió—. ¿Qué te preocupa, María? No voy a
correr el riesgo de descubrir las cartas haciéndote el amor ahora mismo. Ni siquiera
te he besado, ¿verdad?
No podía lastimarla con tan poco, reflexionó María, dándose cuenta de que
cada vez le resultaba más y más difícil hacer perdurar el odio como un contrapeso al
amor. Era como si el amor hubiera crecido demasiado últimamente, asimilando el
odio, y podía devorarla a ella también si no hacía algo al respecto, y pronto.
—Eso sería correr riesgos —convino ella ásperamente.
—Sobre lodo una vez que hemos empezado, nunca podremos limitarnos a
besarnos —dijo Luke con sarcasmo—. ¿A qué hora es probable que termines aquí?
Los ojos de María centellearon cuando comprendió qué era lo que Luke le
pedía.
—Tenemos una relación de fin de semana, Luke —le recordó ella con
mordacidad.
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—Como tu jefe, te ordeno que te vayas a casa —la cortó en seco—. Soy
perfectamente capaz de encargarme de la situación aquí en tu lugar. ¿Te duele la
cabeza?
—Un poco —admitió de mala gana, pero, empezaba apenas a sentir el dolor.
Sospechaba que la tensión causada por la presencia de Luke, al final de un día
extremadamente agotador era más la causa que el golpe.
—Toma un taxi —le ordenó Luke en tono perentorio—. Tranquilízate, María…
yo me quedaré aquí. Tengo poco control cuando se trata de ti, pero no soy tan animal
como para privarte de una noche tranquila cuando resulta tan obvio que la necesitas.
Sin embargo, Luke la privaría del simple consuelo de ser una presencia en el
apartamento, pensó ella.
—Por supuesto, nada de sexo… no existe ninguna razón para hacerlo, ¿verdad?
—lo desafió, cáustica.
—Exactamente —confirmó Luke con brutalidad.
—¿No te sientes avergonzado? —preguntó María con vehemencia… Con
masoquismo, comprendió.
—Sabes que sí.
—Yo también, Luke —admitió ella mientras se levantaba de la silla e hizo una
mueca de dolor al sentir una punzada en la cabeza.
La sonrisa de él resultó una farsa.
—No sé si continúe aquí mañana, pues el tráfico aéreo está funcionando con
normalidad y yo tengo que atender algunos asuntos urgentes en Hong Kong, pero de
todas maneras te veré el viernes.
—Si así lo deseas —asintió con amargura.
—Oh, me parece que tú también lo deseas, María —declaró Luke con
arrogancia—. Pero todavía no hemos terminado, ¿verdad?
No obstante tenían que hacerlo, pues de lo contrario, la relación los destruiría,
decidió María.
Miró a Luke con amor. Se lo diría el viernes; ese no era el momento ni el lugar,
se dijo, sintiéndose culpable de lo que hacía.
—El viernes —confirmó ella y salió de la oficina. Se detuvo para explicarle a
Penny que Luke la sustituiría.
Seguramente Luke dejó Taipei esa noche o temprano a la mañana siguiente,
pues María no lo vio por ninguna parte al otro día. El resto de la semana estuvo
ajetreada, pues el terremoto había provocado una acumulación de trabajo. Además
debía hacer algo con respecto a la inquietud que había empezado a notar en Florian
Jones.
Encontró a Florian saliendo del edificio de apartamentos cuando ella regresaba
del trabajo, el viernes por la tarde, luego de ir a comprar comestibles.
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—¡Flo! He querido hablar contigo, pero has estado saliendo muy de prisa
después de terminar tu programa, estos últimos dos días —le dijo ella cuando Florian
se detuvo para saludarla y preguntarle si había escuchado el espontáneo y genial
chiste que acerca del terremoto había contado esa mañana por la radio—. ¡Debes de
tener la conciencia sucia! No te preocupes, no se trata del chiste, aunque resultó un
poco morboso. Ya circula por toda la ciudad… lo escuché dos veces hoy. No, esto es
algo que quizá no te guste.
—Ve a dejar tus compras rápidamente y te esperaré en el primer puente —le
propuso él, señalando el parque al cual daba el edificio.
—No voy a trotar —le advirtió María, dirigiendo la vista a los pantaloncillos de
jogging y a la camiseta que llevaba puestos.
—Tampoco yo —replicó él, confirmando las sospechas de María—. Sólo pensé
que debería salir y llenar mis pulmones con un poco de gases de escape limpios.
Estoy un poco paliducho, ¿no te parece?
María observó su reloj. Era poco antes de la hora en que Luke solía llegar los
viernes, y hasta entonces ella le daba alguna excusa a Florian, pero su amor propio le
pedía que hiciera algo. No sabía lo que podría pasar si por una vez él no la
encontrara esperándolo, cuando llegara.
Además él tenía llaves del apartamento, de manera que podía entrar si volvía
cuando María estuviera fuera. Tendría que esperarla, después de haber llegado
desde Hong Kong, se consoló María, experimentando la vaga sensación de que
estaba haciendo trampa.
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—¿Quién más, a menos que estés favoreciendo a más de dos de nosotros? —se
mofó él—. Pero no lo creo. Se trata de Jones, siempre Jones… Siempre es lo mismo,
¿verdad?
—¡Florian es un colega! —estalló, tratando de luchar contra la angustia que
sentía.
—Las horas de oficina no son suficientes, ¿verdad? —señaló Luke, torciendo los
labios—. Como te llevó mucho tiempo llegar hasta aquí, pensé que habías ido a su
apartamento, pero supongo que Nicky Kai se encuentra aún allí. Creí que lo traerías
aquí… ¿Qué sucedió? ¿Me viste en el balcón y decidiste aplazar su reunión? ¿O
viniste aquí para dar alguna excusa que te permita verlo? ¿Como alguna ceremonia a
la que tengas que asistir en tu calidad profesional? ¿Cuántas veces han sido
auténticos esos asuntos? Es una suerte para ti que yo haya insistido en no
acompañarte.
—¡Pero piensa en lo vergonzoso que sería eso, Luke! —se burló María—. La
gente pensaría que estás enredado conmigo.
Luke se tensó, pero en lugar de responder, continuó acusándola.
—Entonces, ¿cuál va a ser la excusa esta vez, cariño? ¡Vamos, déjame escuchar
lo que tienes que decir!
María lo miró y supo lo que tenía que hacer. Avergonzado de desearla,
avergonzado de haber iniciado esa aventura, Luke no parecía más feliz que ella.
—No voy a darte excusas, Luke, pero tengo algo que decirte —afirmó,
categórica—. Este tiene que ser el último fin de semana. Se acabó.
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Capítulo 9
Después de un momento, Luke rió, pero no parecía divertido. María vaciló.
—Al menos eres lo bastante sincera para querer terminar una aventura antes de
empezar otra… —expresó él de pronto, con los párpados entornados al mirar el
rostro tenso de la joven—. ¿O es que soy un tonto para creer, incluso, eso? ¿Ya
comenzó, María? ¿O, más bien, ha continuado? ¿Cuántas veces has visto a Jones
durante las semanas en que he tenido que dejarte sola aquí? Nunca te lo pregunté
antes y hasta ahora no había pensado en ello…
—¡Porque no tenías necesidad de hacerlo! —exclamó María—. Habrías sabido si
yo estaba enredada con otro hombre del mismo modo que yo habría sabido si tú
hacías el amor con otra mujer durante la semana.
—Sí, pensaba eso —aceptó Luke, todavía tenso y agresivo—. Pero ahora ya no
sé qué creer. Quizá te parece prudente terminar nuestra aventura ahora que te das
cuenta de que eres sospechosa, mientras que no parecía importarte cuando la
evidencia de tu pasión en la cama podía convencerme de que no había nadie más. Ya
te dije que no me gusta compartir.
—¡Estoy terminando nuestra aventura porque ya no puedo soportar más, Luke!
—exclamó furiosa—. No puedo soportar lo que está pasando con nosotros… con los
dos. Es algo terrible que nos está destruyendo como personas. Ya no nos gustamos…
—¡Toda esta repentina preocupación por el bienestar emocional de alguien a
quien odias!
—Y sobre todo estoy terminándola porque estoy cansada de que
constantemente me tildes de mentirosa —afirmó ella con énfasis, perdiendo los
estribos—. Ni siquiera me has preguntado por qué di un paseo con Flo esta tarde, por
ejemplo. No, como siempre, sólo hiciste suposiciones. Por si sirve de algo, sólo
aproveché la oportunidad para hablar con él acerca de un asunto que tiene que ver
con la radio cuando nos encontramos por casualidad. Giles Estwick consiguió que
una aerolínea patrocine uno de esos programas internacionales de intercambio, de
manera que es Flo el locutor a quien mandaremos a una estación de Hawaii durante
tres semanas. Por eso estaba tan emocionado.
—No quiero escuchar eso, María —declaró Luke con voz cansina—. Estoy
dispuesto a aceptar que la radio forma parte de la conversación siempre que ustedes
dos se encuentran. Quizá el hecho de tener eso en común es causa de lo que existe
entre ustedes. No sé cómo es Jones, pero tú pareces ponerte sentimental por
cualquier cosa que los una. Esas fotos del diario que recortaste, por ejemplo. ¿Una no
fue suficiente? ¡Allí están los dos, felicitándose cuando acababan de donar sangre
durante la emergencia del martes!
—No soy sentimental, ni tampoco me siento halagada de que mi foto aparezca
en un diario, pero a mi madre le gustan esa clase de cosas, así que voy a enviarle una
a ella, a Inglaterra —vaciló antes de continuar—. La otra es para Rachel la esposa de
Flo que vive en Sudáfrica, porque yo sabía que él no lo haría y pensé que a ella le
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gustaría poder mostrarle a su pequeña hija una foto de su padre haciendo algo
responsable y cívico.
—¡Qué conmovedor! —exclamó Luke con desprecio—. Debe de ser una mujer
poco imaginativa o poco sensible si puede soportar mantenerse en contacto con una
fulana que empezó una aventura con su esposo ¡cuando ella estaba embarazada!
María lo miró con ira.
—Para ti todo es sexo, ¿verdad? Todo contacto que haya tenido con Florian
tuvo que estar relacionado con el sexo…
—No, María —la interrumpió Luke con ironía—. Sexo es lo que tienes conmigo,
mientras que apenas es un aspecto de tu compromiso emocional con Florian Jones.
Siempre he aceptado que estás enamorada de él, aun cuando conduces tu relación de
una manera que a la mayoría de la gente le parecería inexplicable.
—¿Qué es necesario para convencerte? No estoy enamorada de Florian, y nunca
lo he estado.
—¿Por qué sigues negándolo, María? ¿Has olvidado que sé que te metiste con él
hace seis años? Desde el principio lo supuse. ¿Recuerdas ese concierto en Zimbabwe?
No sentiste ninguna vergüenza, ¿verdad? Eso es a lo que volvemos siempre.
María guardó silencio, asimilando las palabras de Luke, un poco incrédula. Era
asombroso, pero ese fin de semana que pasó en Harare, hacía tantos años, le servía
de fundamento a Luke para creer que ella estaba enredada romántica y sexualmente
con Florian.
—¿Puedo explicarte eso? —pidió María con calma—. Nunca he estado
enamorada de él.
—Eso se explica por sí mismo, ¿no? —respondió Luke con escepticismo—. Su
esposa se encontraba en Johannesburgo, pero allí estabas tú, la otra mujer.
—¡No era una mujer entonces! —protestó María apasionadamente—. Era una
jovencita…
—Y nunca pasaste de allí, ¿verdad? ¡No! Ni siquiera soporto oírte decir su
nombre otra vez, sobre todo esa ridícula abreviatura que no dejas de utilizar. No
soporto escucharte.
—Entonces no tenemos más que decir —aceptó María torpemente. Se apartó de
él y luego se detuvo al advertir el movimiento que Luke hizo hacia ella.
—Yo diría que tenemos muchas cosas de que hablar, cariño —la contradijo
Luke—. Después de todo, acabas de anunciar el final de nuestra aventura.
—Eso no requiere discusión —dijo María con mordacidad.
—Quizá usé la palabra equivocada. Pero tu anuncio merece algo recíproco,
María. No lo acepto. Sí, acepto que existe ese vínculo especial entre tú y Jones. Te dije
que lo aceptaba. Pero nuestra aventura no terminará sino hasta que el deseo termine,
y, como te dije la otra noche, todavía no hemos acabado.
Luke estaba más cerca ahora. María lo miró con aprensión.
—No me toques, Luke —le advirtió en voz baja.
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—¡Por favor! —gimió cuando Luke la besó en el cuello y se excitó al oír que él
abría la cremallera de sus pantalones.
Devorada por el deseo, María se movió instintivamente, anticipando el
movimiento de Luke hacia ella, pero éste nunca llegó.
—¡Dios, no! ¡Ah, no, María! —exclamó Luke; pareció encogerse, como si algo le
doliera—. Así no. No puedo…
Permaneció inmóvil, paralizado, durante algunos segundos. Luego, sin poderlo
creer, María volvió a oír el sonido de la cremallera.
—Luke…
De pronto él se apartó de María, ya sin tocarla aunque seguía arrodillado
delante de ella, con la cabeza inclinada.
Durante un momento de frustración María tuvo la impresión de que él lo hacía
a propósito para castigarla, o quizá para darle una lección. Entonces Luke levantó la
cabeza y ella pudo ver su rostro.
—¡No! —exclamó él, como si le hubieran arrancado la palabra, y lanzó a ella
una mirada furiosa—. Tienes razón, María. Este debe ser el último fin de semana.
—¡Sí! —estuvo de acuerdo ella.
Una sonrisa irónica vaciló en los labios de Luke.
—Supongo que tu alivio está justificado.
—No podría hacerlo —explicó ella, estremeciéndose—. Sabía… acabo de
comprender que tenías que ser tú el que terminara esto.
—Sí. Porque, como dijiste, estaba privándote de la posibilidad de elegir. No era
justo para ti. Oh, podría decirte que siempre he sabido que era injusto contigo,
usando el sexo para mantenerte cautiva.
—Me parece que ninguno de los dos ha tenido la posibilidad de elegir desde
hace tiempo —dijo ella; él negó con la cabeza, como si no quisiera creerlo.
—No es necesario enfatizarlo —replicó él con resentimiento—. ¿O crees que me
desprecio ya lo suficiente? Sólo sexo, eso era todo, y sin embargo allí estaba,
dispuesto a… ¡demonios!
La verdad nunca perdería su poder de lastimar, pero a María no le gustaba
desquitarse; consciente de que la misma verdad debía de lastimar a Luke
profundamente, aunque de manera distinta. Pasaría mucho tiempo antes de que él
dejara de despreciarse a sí mismo por haber sucumbido a una atracción puramente
física y ante una mujer a la que despreciaba.
—Los dos estábamos atrapados, lo dijiste una vez —le recordó María con
desasosiego—. Éramos prisioneros.
—Y ahora eres libre. Felicidades —dijo Luke, burlándose.
—Los dos lo somos —lo corrigió ella con amabilidad—. Además estoy
agradecida contigo porque, como te dije, tenías que ser tú quien se hiciera
responsable de eso. También te agradezco que no te hayas aprovechado de lo que
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existía entre nosotros hace seis años. Pudiste hacerlo… ahora lo sé, y también sé que
no habría sabido qué hacer entonces.
—Eso es lo que sospeché, pero tu maldito agradecimiento es lo último que
quiero, María. Tampoco deseo abandonarme a una autopsia… aunque supongo que
es una descripción apropiada si lo que hay entre nosotros está muerto ya.
—¿Completamente muerto? —preguntó María, consciente de que él seguía
deseándola, aun cuando la necesidad de respetarse de nuevo le dictó que pusiera fin
a su aventura amorosa—. ¿Podemos…? Todavía nos queda este fin de semana, ¿no,
Luke? El último fin de semana.
—¿No prefieres…? —se detuvo y la miró con cautela un momento y luego echó
a reír. Fue un sonido duro, hueco, acompañado de un encogimiento de hombros que
podría haber sido de aceptación o resignación—. Sí, aún tenemos este fin de semana.
Así que si eres lo bastante tonta como para ofrecer, yo no soy lo bastante tonto como
para negarme.
—Soy una tonta —convino ella, entristecida por la actitud de Luke.
Él todavía estaba arrodillado delante de ella. María alzó una mano y la puso con
la palma abierta sobre la mejilla de Luke y lo acarició.
Durante varios segundos Luke permaneció inmóvil, respirando apenas. Luego
apartó bruscamente la cabeza.
—No hagas eso —ordenó, tenso—. No puedo soportarlo cuando me tocas así.
Es una parodia… un simulacro.
La brutalidad del rechazo la hizo echarse atrás, pero María pudo aceptar la
aversión que él sintió. Cualquier manifestación de ternura entre los dos sería una
farsa y sólo serviría para enfatizar la ausencia de amor.
De pronto, ella se puso furiosa.
—¡Así, entonces! —exclamó acercándose a él, y sus labios buscaron febrilmente
los de Luke—. Por si acaso has olvidado lo que estábamos haciendo unos minutos
antes.
Los brazos de Luke la rodearon.
—No lo había olvidado.
—Hazme el amor —le pidió ella, todavía furiosa.
—¿Aquí, así? No —dijo él en voz baja, se puso de pie y ayudó a María a hacer lo
mismo—. Sería un error. El dormitorio.
Reconocer el control que él de pronto parecía haber encontrado, cuando ella
todavía no tenía ninguno convirtió la ira de María en rabia. Si Luke la hubiera
tomado allí, en el sofá, unos minutos antes, como casi lo hizo, su abandono a la
pasión entonces habría sido mutuo, pero ahora él volvía a ser la parte dominante de
lo que quedaba de su relación.
Resultaba irracional estar tan resentida ahora, cuando su aventura se acercaba a
su fin, pero estaba demasiado furiosa, porque él no la amaba, para pensar con
claridad.
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—¿Por qué habría de querer recordar? Ayer eras tú quien no parecía querer
recordar… todo el desastre. Dijiste que no querías autopsias.
—Lo que quiero y lo que voy a tener son dos cosas muy distintas. ¿Estás
tratando de provocarme? Las peleas son para los amantes.
Pero ellos ya no lo eran. Luke se le anticipó. Ahora apenas la tocaba y cada vez
se mostraba menos comunicativo. La tristeza envolvió a María. Sabía que su
aventura amorosa tenía que terminar, pues de lo contrario los destruiría a ambos.
Pero ahora que estaba a punto de suceder la aterraba un futuro en el que no existiría
Luke, quien ya ni siquiera la haría infeliz.
La habían privado de él antes, hacía seis años, antes de que supiera que lo
amaba. Entonces María reaccionó con una rabia que interpretó como odio. Esta vez,
sabedora de lo que perdía e incapaz de odiar… ¿qué iba a ser de ella?
Para la tarde del sábado, estaba harta.
—Si no quieres hacer el amor ni tampoco hablar, ¿por qué no salimos? —sugirió
desafiante, mirándolo, con las manos en la cintura y la burla brillando en sus ojos—.
Después de todo, no puede importar si alguien que nos conoce nos ve juntos en esta
última etapa, Luke. Cualquier especulación pronto será olvidada o descartada
porque nunca nos volverán a ver juntos, ¿no? Si lo recuerdan, pensarán que estaban
imaginándose cosas, sacando conclusiones precipitadas.
Luke dio la impresión de que quería arrojarle algo a María.
—Eso te molesta, ¿verdad? —se burló.
—¿Me reprochas? —contraatacó María.
—No —admitió Luke, sorprendiéndola, pero entonces levantó un hombro—.
Entonces, ¿adónde quieres ir?
—A algún lugar público —se aventuró a decir—, donde podamos ver a
desconocidos que organizan sus vidas y sus asuntos con más éxito que nosotros.
—¿Y envidiarlos, o sencillamente recordar que puede hacerse? ¿Piensas que
somos unos fracasados, entonces?
—¿No lo somos? No simpatizamos mucho mutuamente. Eso, para mí, no
significa tener éxito —era un resumen amargo de su infeliz aventura, pero sintió
remordimiento, pues no era culpa de Luke que no pudiera amarla, aunque tampoco
tenía ningún derecho de despreciarla—. Hay un salón de té o café al aire libre
chino… no sé cómo lo llaman… no lejos de aquí. Podemos ir caminando.
—Como quieras.
Luke se mostraba tan indiferente que María estuvo a punto de decirle que lo
olvidara. Pero un deseo perverso de aprovecharse de que él hubiera consentido que
lo vieran con ella la hizo guardar silencio. Fue a quitarse los pantalones cortos y se
puso un vestido.
Salir no sirvió de nada. Una cortesía impersonal terrible se había apoderado de
los modales de Luke, lo cual le rompía de nuevo el corazón a María. Habría preferido
más de sus acusaciones desdeñosas que el aire ausente que ahora mostraba. Al
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menos cuando la condenaba, él reaccionaba ante ella; ahora la trataba como si fuera
una desconocida.
Tenía ganas de llorar. Lo estaba perdiendo demasiado pronto… ¡demasiado
pronto!
Poco después, cuando regresaban al edificio de apartamentos, Luke le tocó el
codo ligeramente, sorprendiéndola, pues había estado evitando el contacto físico con
ella.
—Si no te importa, María, voy a hacer una llamada, cuando entremos, para
averiguar si puedo volar de regreso a Hong Kong… esta noche, preferentemente. Fue
un error para mí quedarme después de la noche del viernes. Debimos saber que no
podríamos prolongar esto una vez que estuvimos de acuerdo en que tenía que
terminar.
Al escucharlo, a María le pareció que la luz desaparecía del brillante atardecer.
—Sí, quizá tienes razón —convino con voz apagada.
No había nada más que ella pudiera decir, ni protesta que pudiera hacer. Sabía
que tenía que terminar. Así lo quiso ella.
Pero pensaba que aún les quedaba esa noche.
—¿Qué tanto he desordenado tu vida?
María rió un poco, con sarcasmo.
—Es un asunto que todavía tengo que estudiar —respondió evasivamente.
—Lo resolverás —le aseguró él, insensible, cuando entraban en el edificio. Ella
contuvo el deseo de golpearlo y decirle exactamente lo que le había hecho y seguía
haciéndole.
—¿Y tú? —preguntó María a su vez, de la manera más civilizada que pudo,
mientras él apretaba uno de los botones del ascensor.
—Viviré con ello —respondió Luke con expresión un poco ceñuda y esperó que
María entrara antes que él en uno de los ascensores.
—¡Oigan, esperen! —se oyó una voz familiar a sus espaldas.
Luke, automáticamente, puso un dedo en el botón que impedía que se cerrara la
puerta del ascensor y María se puso tensa. Luego la joven se volvió para ver a
Florian, quien corría hacia ellos en compañía de Nicky.
María miró a Luke con aprensión, aunque sabía que era lo bastante maduro
para dominar su aversión hacia Florian… con tal de que éste se abstuviera de ser
provocativo.
Otra posibilidad le vino a la cabeza. Si Florian y Nicky sacaban la conclusión
obvia de que ella y Luke sostenían una aventura amorosa ahora cuando,
irónicamente ya había terminado…
María se estremeció y al acercarse a Luke, para dejarle espacio a la otra pareja,
lo tocó ligeramente en la muñeca. No supo si el impulso de hacerlo surgió de un
deseo de buscar tranquilidad o de darla.
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Capítulo 10
María todavía se estremecía terriblemente cuando ella y Luke salieron del
ascensor. Apartó la mano de la de él, como si tuviera miedo de que pudiera
contaminarla, y con paso majestuoso se adelantó a él. No se animó a hablar sino
hasta que estuvieran dentro del apartamento:
—Finalmente lo crees, ¿verdad? —preguntó por encima del hombro antes de
entrar en el salón.
Luke la siguió.
—Quizá sea mejor que me digas lo que hacías un fin de semana con un hombre
casado —propuso él con calma.
—Traté de hacerlo el viernes por la noche —le recordó ella con mordacidad.
—Pensaba que sabía la respuesta entonces —dijo él, irritado—. Ahora me doy
cuenta de que no era así.
Florian Jones lo había convencido de que ella era inocente de todo aquello de lo
que la acusó. ¡Florian! Luke nunca le creyó a ella. María descubrió que en realidad
estaba celosa de Florian. Él lo hizo con facilidad, venciendo todas las sospechas de
Luke con unas cuantas frases desenfadadas.
—¡Está bien! —exclamó—. Aunque no debería ser necesario decírtelo y nunca
debiste haber creído lo que creíste… ¡Oh, Dios! A pesar de todo su ego y vanidad, ni
siquiera Florian se imaginó por un momento que estaba enamorada de él, si bien
tampoco él tiene la menor idea de lo egoísta e inmaduro que me parece fuera de un
estudio de radio. Como dijo él, yo le presenté a Rachel. Era una vieja amiga del
colegio, aunque nosotros habíamos salido del colegio en ese entonces. Procede de
una familia muy estricta. Se embarazó semanas después de haber conocido a Flo. Me
parece que Florian resistió la presión que el padre de ella ejerció sobre él y aceptó las
consecuencias por la perspectiva de la paternidad. Un nene era una novedad. Incluso
ahora, a su manera, está orgulloso de Joni. El nene que venía en camino era todo lo
que el matrimonio tenía. Me sentí culpable… como cuando no pude estar con mi
familia mientras mi padre moría… Me sentí lo bastante culpable para querer ayudar
a que el matrimonio tuviera éxito, pues yo los había presentado y no pensé
advertírselo a Rachel, sobre todo porque él no me parecía atractivo ni lo consideraba
el gran seductor. Sabía que si el matrimonio no resultaba, se convertiría en una
trampa de toda la vida para ella. Fui lo bastante ingenua para pensar que existía una
posibilidad remota. Supe que Rachel se sintió infeliz cuando Florian estuvo ausente
durante todo un fin de semana y ella se quedó sola porque estaba demasiado
enferma para acompañarlo. Oh, Rachel y yo fuimos ingenuas cuando decidimos que
yo debía ir con él. Si Florian hubiera conocido a alguien y hubiera querido ser infiel,
habría encontrado la oportunidad y yo no habría podido detenerlo. Después fue
infiel, pero no ese fin de semana. Así que todo lo que se logró entonces fue la
tranquilidad de espíritu de Rachel en una época en que no se sentía bien. Ella sabía y
sabe que yo nunca he estado interesada en Florian. Él también lo sabe. ¿Y tú, Luke?
—Necesitaba que me lo dijeran —reconoció él.
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terribles. Quizá te sorprenda saber que podía ver las cosas desde tu punto de vista.
No me habría gustado nada estar en tu posición; una atracción puramente física que
pesaba más que la antipatía, así que sencillamente cumplí tus deseos. Incluso hubo
ocasiones en las que te compadecía.
—¡Oh, vamos, Luke! —exclamó María—. Tomé la idea de ti, de tu actitud.
Incluso aquella primera noche, en la fiesta en casa de los Estwick, dijiste que
deseabas haber vivido en los días en que un hombre podía mantener oculta a su
amante.
—Después te dije que había estado exagerando —le recordó Luke—. Pero
admito que he dicho muchas cosas a propósito, con la esperanza de lastimarte o
humillarte, y esa fue una de esas cosas.
—Querías castigarme —expresó categórica.
—Estaba desilusionado por lo sucedido hace seis años —admitió Luke.
—Porque pensabas que tenía una aventura con Florian.
—Hasta lo de Zimbabwe, creía que podría resolver eso. Eras muy joven, en la
edad en que querías experimentar; un disc-jockey te parecía una figura interesante,
pero pensé se trataba de algo superficial y que terminaría pronto. No sabía qué tan
lejos habían llegado las cosas entre ustedes en esa etapa. Otra posibilidad, también
considerando tu juventud, era que te había seducido la idea de burlarte de los
convencionalismos enredándote con un hombre casado. No sabía si debía apartarte
de él, esperar que eso terminara o no hacer nada… esto último porque sabía que si tu
reacción hacia mí era puramente física, podía tenerte… pero quizá te perjudicaría
emocionalmente.
—O me destruirías —dijo ella con amargura. Al fin y al cabo, eso era lo que él
había hecho.
—Sí —una sombra apareció en el rostro de Luke—. Como te digo, era algo que
estaba manejando. Luego ustedes dos se fueron juntos a Zimbabwe. Para mí eso
significaba que tu compromiso con Jones era más profundo de lo que me imaginaba.
—Así que hiciste que me despidieran del trabajo —agregó ella.
—Nunca he estado orgulloso de la manera en que lo hice —dijo Luke
sencillamente—. Ha sido la única ocasión en que he perdido el dominio de mí
mismo… en que he perdido el juicio, supongo. Ese era el efecto que ejercías sobre mí.
Me sentía lastimado y devolvía los golpes. No habría soportado verte de nuevo. Me
decía que se debía a que me repugnabas, pero en realidad tenía miedo de lo que
pudiera hacer y decir. En parte era amor propio. No podía tolerar poner al
descubierto todo lo que sentía. Pero, y sé que esto no atenúa nada, quizás esto
compensa el egoísmo, aun cuando entonces todavía tenía miedo de sucumbir a la
tentación de hacer uso del poder que ejercía sobre ti, y el uso se habría convertido en
abuso.
—¿Y no ha sido abuso ahora, seis años después? —preguntó María con
resentimiento.
—Ah, sí, sé que sí, pero no espero que me perdones la vida, María —reconoció
Luke con sarcasmo—. Sin excusas, como ya te dije, y la única explicación que puedo
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ofrecerte es que pensaba que amabas a Jones. Si hubiera sabido que no era así, habría
tratado de hacer las cosas de manera distinta… Sin embargo, ahora no importa. Se
terminó. Discúlpame, pero empezaré a llamar por teléfono para averiguar si puedo
volar para Hong Kong esta noche.
Luke se apartó de ella para buscar el teléfono. María se quedó inmóvil.
Finalmente empezó a juntar los fragmentos de la confesión. Armó una imagen
frustrante que no creía entender.
—¿Qué te hizo decidir de pronto que había terminado? —preguntó ella—. ¿La
noche del viernes, Luke?
Él volvió a mirarla. Su sonrisa era una caricatura.
—Si recuerdas bien, fuiste tú quien me dijo que había terminado y yo estaba…
persuadiéndote de que no era así. Entonces, de pronto, no pude soportarlo más…
saber que el único efecto que ejercía sobre ti era sexual, mientras que tú amabas a
Jones. Tu relación con él era emocional… Por supuesto, ahora lo sé, eso no es
pertinente, pero lo demás sí. No es… no era suficiente. Quiero… quería todo… Al
final, descubrí que no quería nada, aunque al principio pensé que podría quedar
satisfecho con algo.
—Luke…
—Además habías comenzado a ser amable. No podía soportarlo. Pero al mismo
tiempo sabía que yo estaba en peligro de ceder a ello… Maldición, ya te dije que no
espero que me perdones la vida, pero no tengo que hacer esto. No tengo que
quedarme aquí mostrando mi alma con el fin de que te sientas mejor. ¡Puedo irme!
Pasando de las palabras a la acción, Luke volvió a apartarse. María lo siguió y
se golpeó la espinilla con la mesita del café. Lo alcanzó cuando él había llegado al
teléfono.
—¡Luke, espera! Por favor… ayúdame. Necesito que me lo digas, que me
expliques…
—Lo lamento, me gustaría ayudarte, pero no puedo. Te recuperarás. Eres
bastante inteligente y tienes un carácter fuerte. Ahora yo necesito más ayuda que tú,
así que no puedo darme el lujo de pensar en tus necesidades.
Entonces ella lo tocó en el brazo desnudo, con dedos delicados.
—Luke… ¡Oh, no estoy segura! ¿Puedes…? ¿Podemos…?
Luke se tensó cuando María lo tocó. Después de algunos segundos, rechazó con
violencia la mano de ella.
—¡No hagas eso, María! No quiero tu amabilidad. ¿Cuántas veces tengo que
decirte que no lo soporto? ¡No puedo soportarlo cuando me tocas así!
María había estado sintiéndose más vulnerable que nunca, pero ahora había
perdido los estribos.
—¡No trato de ser amable cuando te toco así, maldito! ¡No mereces que sea
amable contigo!
—Entonces…
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Sus miradas se encontraron. Luego Luke la besó en los labios con gran ternura.
Ella sabía que habría otros problemas prácticos sobre los cuales debían hablar
después, pero estaba segura de que ella y Luke los resolverían todos.
Juntos, no podían fallar.
Fin
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