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Prisioneros de la

pasión
Falsos rencores
Jayne Bauling

Prisioneros de la Pasión (1996)


En Harmex: Falsos Rencores (Bianca 02-94)
Título Original: Ransacked Herat (1993)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Bianca 787
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Luke Scout y María McFadden

Argumento:
María se quedó desolada cuando de manera cruel la despidieron de su
empleo… ¡todo a causa del arrogante Luke Scott, cuyas acusaciones la
dejaron aturdida y lastimada! Ahora, seis años después, él regresaba a su
vida y sus pretensiones eran mayores, la deseaba a ella. María estaba
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decidida a luchar contra la poderosa química que existía entre ellos… pero
¿durante cuánto tiempo podría resistírsele?

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Capítulo 1
—¿Puedes creerlo, María? ¡Los dos juntos de nuevo!
María McFadden miró con sus chispeantes ojos, al rubio Florian Jones.
—Quizá no estés tan entusiasmado la semana siguiente —le advirtió ella,
riendo.
—Formábamos una buena pareja —replicó él.
El estremecimiento de intranquilidad que invadió a María fue inesperado.
Vaciló antes de responder, examinando el mensaje que sus sentidos le transmitían y
lo descartó. De algún modo las palabras de Florian la hicieron evocar la primera vez
que trabajaron juntos, hacía muchos años, y la sensación de una sombra cayendo
sobre ella, llegó del pasado.
Volvió a sonreír, pero aguardó unos segundos más, asegurándose de que el
fantasma se hubiera esfumado. Se encontraba en Taiwan. Su presente y su previsible
futuro estaban allí, y parecían promisorios.
Taipei se veía hermosa desde el balcón en que se encontraban ella y Florian. De
noche, la ciudad parecía un brillante globo desde el cual el estruendo del tránsito se
elevaban para competir con el ruido de la fiesta que se celebraba en el amplio salón.
—Pero esta vez seré tu jefe. El empleo quizá tenga diferentes nombres en
distintas partes del mundo, pero en esencia eso es lo que seré desde el lunes, aunque
ganes más que yo —dijo María, y Florian sonrió.
—En cierto sentido —admitió él con indiferencia.
—Oh, tú eres la estrella —reconoció María con burla—. Pero no esta noche, mi
amigo.
—No, esta noche es tuya —convino Florian amablemente.
—Y como la fiesta es para mí, regresemos a ella —propuso María, alegre—. Qué
amable fue Giles al pensar en ello.
—El verdadero jefe, si recuerdas que la radio comercial tiene que ver con el
dinero —enfatizó Florian—. Y la amabilidad no está muy relacionada con ello, mi
amor. Eres una mujer importante, ahora que nos estamos volviendo tan
competitivos. Alguien me contó que incluso el gran jefe pensaba venir esta noche…
tal vez para inspeccionar tu cuerpo y alma, ahora que es el dueño.
—Estás exagerando, como de costumbre. Nunca me comprometí a eso cuando
firmé el contrato.
—Sin embargo, estamos hablando de "propiedad" —insistió Florian mientras se
volvían hacia la puerta abierta—. Es el dueño de nosotros, de los estudios desde los
cuales transmitimos y del edificio donde están, aunque ya debe de haber recuperado
varias veces la inversión original. Tienes que reconocérselo. Apenas tiene treinta y
cuatro años y ha hecho lo mismo en todo el Lejano Oriente, adquiriendo por lo
general estaciones de radio pertenecientes a aficionados o estaciones pirata como

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ésta, que una vez lo fue, y contratando a gente como yo, que obtengo patrocinio
comercial porque éste atrae público. Sus otros intereses también están orientados al
sonido, pues posee estudios de grabación en toda la región, por ejemplo. Dinero,
cariño. Supongo que podríamos llamarlo empresario del sonido.
—De eso se trata la radio: del sonido.
María se detuvo en la puerta y recorrió con la mirada a sus nuevos compañeros
y socios, una parte de ellos era gente de la región, pero sobre todo, eran hombres y
mujeres de todo el mundo de habla inglesa, pues la gente de la radio tiende a
trasladarse cada determinado lapso. El empleo en Taipei era inusual en cuanto a que
sería una nueva experiencia trabajar en un país donde el inglés no era el idioma
oficial, pero la presencia de una vasta población de occidentales; sobre todo
estadounidenses, aseguraba una gran cantidad de radioescuchas, incluso con la
competencia de otras estaciones que también transmitían en idioma inglés.
María, desde su infancia amaba la radio con pasión y la fe en su poder
sobrevivió a través de todos los años en que la televisión amenazaba convertirla en
obsoleta.
—Aquí está él —dijo Florian detrás de ella.
Cuando lo vio, su corazón dejó de latir, y al hacerlo de nuevo la oscuridad
regresó. Luego pudo dar el paso mental que la llevó a entrar a la luz otra vez.
Se sintió furiosa.
Alguna vez él tuvo el poder de perturbarla, pero ya no. Ahora sólo quedaba el
odio.
El grado de su furia la desconcertó, pues habían pasado muchos años desde la
última vez que se sintió así.
—¡Es Luke Scott, Florian! —exclamó.
—Claro, ¿no lo dijo Giles? —preguntó Florian, sorprendido.
María apretó los labios. ¿Pensaba Florian que ella estaría allí si se hubiera
mencionado el nombre de Luke en los casi seis meses de correspondencia entre ella y
Giles? Quizá sí lo pensaba. Florian era famoso por muchas cosas, pero no por su
sensibilidad.
—No, tampoco tú —dijo tensa—. Florian, ¿no lo recuerdas? ¡Ese… ese hombre
me despidió del primer trabajo que tuve, aquél que organizaste para mí en Sudáfrica
cuando salí del colegio!
—¡Caramba! No había pensado en esa estación durante años —dijo Florian
riendo y encogiéndose de hombros—. Hay tantos despidos en la radio que ya no
parece importante.
—Fue importante para mí en ese momento —dijo María, irritada.
—¡Oh, vamos! —comenzó a protestar.
—¿No recuerdas cómo lo hizo? Fue después de aquel trabajo de fin de semana
en Zimbabwe… aunque me parece recordar que después de eso pediste dos semanas
de descanso, así que quizá nunca lo supiste. No fue el procedimiento acostumbrado

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de reorganización, ¡créeme! Cuando llegué al trabajo ese lunes, me entregaron un


cheque y mis pertenencias personales; los empleados de seguridad me acompañaron
a la puerta. Me llevó una semana recuperarme. Para cuando regresaste del permiso,
me fui de Johannesburgo porque allí ya no había empleos para mí. El tema nunca
surgió cuando nuestros caminos se cruzaron en Sidney, hace tres años, ¿no? ¡Oh,
Dios, Florian! Y mi padre…
—Bueno, como dices, un proceso de reorganización estaba en marcha. Hubo
montones de reducciones —le recordó Florian con indiferencia—. Recordarás que
Luke Scolt llevaba con nosotros seis meses como un favor que le hacía al director
general de la estación, quien era amigo suyo, pues la cantidad de oyentes estaba
disminuyendo y perdíamos publicidad. Él tenía carte blanche con tal de que reactivara
a nuestra empresa… por fortuna sabía que yo era el trabajador más útil de la
estación. Tú eras apenas una jovencita que esperaba obtener experiencia.
—Necesitaba el empleo. Estaba costeando mi carrera.
—¿Importa eso ahora? Tuviste éxito en la radio sin eso —señaló Florian sin
preocupación.
María movió la cabeza con enfado, consciente de lo inútil que era tratar de
explicar el dilema que enfrentó durante todos esos años con un hombre cuyo
egocentrismo le impedía elegir entre sus propios intereses y los de alguien más.
Miró fijo al hombre alto, que se encontraba al otro lado del salón vestido de
manera informal. Notó que era poco lo que había cambiado en seis años. Aún
mostraba esa seguridad en sí mismo que ella recordaba, su expresión todavía era de
arrogancia y al parecer seguía teniendo éxito.
Luke estaba hablando con una rubia alta, pero de pronto volvió un poco la
cabeza y miró a María. Esta se dijo que no era posible que él recordara a una
jovencita de diecinueve años a la que despidió de su primer empleo.
Sin embargo, Luke Scott sí se acordó de ella.
—Creo que él venía de Hong Kong aquella vez, ¿verdad? Pero es inglés, ¿no? —
le comentó María a Florian, como si pudiera cambiar la verdad descubriendo un
error.
—Hong Kong es donde él mantiene su base. Ya te dije que tiene negocios en
toda esta parte del mundo. Sospecho que Cavell Fielding está relacionada con su
presencia aquí, pues él está prestándonos los talentos de ella para el lanzamiento de
nuestra nueva imagen… o nuestro nuevo sonido, debería decir. La rubia, es su jefa
de enlace con los medios. Bueno, ése es su puesto oficial. Extraoficialmente…
—¡Ah, María! —exclamó Giles Estwick, al aparecer a su lado; el inglés que
manejaba los asuntos financieros y las transacciones comerciales de la estación—. Iba
a darles algunos minutos más aquí fuera, pero si ya hablaron de los viejos tiempos,
pueden venir a charlar con Luke Scott.
—Tengo que buscar a Nicky —declaró Florian y se fue.
María echó los hombros hacia atrás y atravesó el salón con su anfitrión a su
lado. En la fiesta había, mujeres que eran mucho más hermosas que ella, como la
rubia que se encontraba junto a Luke Scott y Nicky Kai, la exmodelo taiwanesa de

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fama mundial, pero el lánguido movimiento de las caderas de María y sus piernas
largas y esbeltas llamaban la atención; así como su aspecto poco común: una
combinación fascinante de piel aceitunada, cabello rubio y ojos que iban del cobre al
ámbar, dependiendo del estado de ánimo de la chica.
Se dio cuenta de que Luke Scott la observaba. Tenía ojos negros; irónicos como
su sonrisa cuando Giles hizo las presentaciones, en las que incluyó a Cavell Fielding.
María respondió con gesto irritado.
—Ya nos conocemos, ¿verdad, Señor Scott? —señaló con agresividad.
—Por supuesto —respondió él, cortés y un poco burlón—. Aunque no recuerdo
que habláramos.
María rió. Era un sonido claro. Sin embargo, tuvo que hacer un esfuerzo de
voluntad para levantar la mano y estrechar la que él le extendía, experimentando
cierto resentimiento ante el contacto.
La aversión que experimentó al darle la mano al enemigo, fue tan intensa que se
sintió mareada durante algunos segundos.
—Le tenía mucho miedo en aquellos días —confesó ella.
Hacía seis años, María se quedaba muda ante la presencia de Luke y
aterrorizada por la fuerza de su reacción. El miedo que sentía se manifestaba
físicamente, impidiéndole respirar, poniendo sus músculos en tensión y haciendo
que sus nervios saltaran cada vez que él hablaba con alguien. Era como si Luke
hubiera llegado de otro mundo, un mundo extraño que superaba la experiencia y la
comprensión de ella. Era un hombre atractivo que la hacía pensar en diamantes, pues
su personalidad se semejaba a las aristas filosas de un diamante.
—Eso fue en Sudáfrica hace más o menos… ¿cuántos…? seis años —les
preguntó Luke a Giles y Cavell—. Era tu primer trabajo, ¿verdad, María?
—No duró mucho —dijo ella en tono burlón—. Sí. Florian Jones lo había
organizado para mí.
—Y desde entonces ustedes dos se han reunido, en Australia una vez, y ahora
de nuevo, en Taiwan por supuesto.
María se dio cuenta del desprecio que había en las palabras de Luke.
—Yo le conseguí el trabajo en Sydney —comentó ella con delicado énfasis.
—Y después de Sydney, ella ha estado en Wellington, adquiriendo experiencia
como directora de programas —intervino Giles.
—Así que lo de Taipei ni siquiera es un ascenso… —expresó Luke esbozando
una sonrisa, todavía burlándose.
—Sólo un cambio —afirmó María alegremente, odiándolo… odiándolo.
—¿Y un desafío? Cavell está coordinando nuestra campaña con los medios, así
que querrá discutirlo contigo —la sonrisa que le dirigió a Cavell era totalmente
distinta de la que María acababa de recibir—. Pero ahora, si no te importa, Giles, me
parece que Cavell debe hablar con Penny Seu Chen con el fin de ajustar el programa

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de María para los próximos días, pues dudo que haya tenido tiempo de
familiarizarse con él. Penny está aquí, ¿verdad?
María miró a Luke y éste la miró a ella.
¡Oh, Dios!, ¿por qué Luke aún le parecía perturbador, después de todo lo que le
hizo?
Los ojos de color negro parecían sombríos, pero para María no pasó
desapercibido el brillo que había en sus profundidades cuando Luke la miró de la
cabeza a los pies.
—¿Y qué piensas hacer con Nicky Kai? —preguntó él con voz muy suave.
—Hace años que dejé de preocuparme por las mujeres de Florian —respondió
María automáticamente—. No porque considere que allí puede haber un problema,
Señor Scott…
—Entonces quizá deberías empezar de nuevo —la interrumpió bruscamente—.
Nicky afinó sus habilidades para la lucha en el negocio más difícil del mundo:
modelar en París y Nueva York. Todavía no está lista para irse.
Eso distrajo a María del ataque que pensaba lanzar.
—No vine a robarme a la modelo de Florian.
Él encogió los hombros, con indiferencia, pero el desprecio acechó en los ojos de
ella.
—Entonces quizá, no te importe compartir a Florian, como lo compartiste
aquella vez con la joven sudafricana que tenía un embarazo riesgoso. Cuando yo
estaba allí tratando de darle un poco de vida a aquella estación de Johannesburgo,
hace seis años.
Aturdida, María respiró hondo. Luego endureció su expresión.
—¿Es por eso que perdí el empleo?
—Te quedaste sin empleo porque la estación estaba perdiendo dinero y tú eras
personal excedente —respondió Luke con crueldad—. No existía disciplina y se
habían creado demasiados puestos para algunos amigos y amantes. Contigo se
estaba perdiendo dinero.
Ella rió con escepticismo.
—Y supongo que va a decirme que la manera en que me despidió era el
procedimiento normal…
—Las situaciones desesperadas requieren de remedios desesperados. Pero, ¿por
qué eso aún es importante? Separarte de Jones aquella vez no parece haber acabado
con su aventura…
—El empleo era la aventura —le recordó María.
—Sospecho que esa emoción está oscureciendo tus recuerdos de aquella época
—contestó Luke, mordaz—. Jones formaba parte de la aventura. Dondequiera que él
estaba, allí estabas tú, perdiendo el tiempo aun cuando no estuvieras de servicio…
—¡Estaba estudiando radio! —lo interrumpió María, furiosa.

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—Incluso, lo acompañaste a aquel concierto en Harare, en el que él era uno de


los presentadores —le recordó Luke.
María tembló de rabia.
—Así que de eso se trataba, ¿verdad? Nada tuvo que ver con el hecho de si era
necesaria o no. Juzgó mi moralidad y decidió castigarme por algo acerca de lo cual
apenas tenía una idea remota. Me gustaría saber desde qué clase de posición, usted
se atribuyó el derecho de hacerlo, Señor Scott. ¿Ha llevado usted una vida muy pura?
—irritada, miró hacia donde se encontraba Cavell Fielding.
Él hizo una mueca de hastío.
—Quizá no tan pura, pero al menos me he mantenido lejos de los triángulos —
replicó categórico.
—¡Qué suerte! —exclamó burlona.
—La suerte nada tiene que ver en esto —la contradijo, arrogante—. Sólo el buen
juicio.
—¡No vi muchas pruebas de ello cuando se ocupó de mí!
—No, no te juzgué mal, María. No existía ninguna posibilidad de que lo hiciera,
por la manera en que estabas haciendo alarde de tu relación con Jones… y no has
aprendido nada desde entonces —declaró Luke con desprecio—. Supe que se
reunieron de nuevo en Sydney hace algunos años y aquí están por tercera vez. No
pensé que fueras tan tonta, pero tuve la suficiente curiosidad para condescender
cuando Jones sacó a colación tu nombre, junto al de Giles Estwick, cuando
comenzamos a buscar un nuevo director de programas, hace seis meses.
—Debió ser una sorpresa para usted cuando acepté el puesto —sugirió María,
irritada—. ¿Qué va a hacer ahora? El contrato que firmé obliga a la estación, tanto
como a mí. Supongo que usted no se encontraba cerca y se enteró demasiado tarde
de lo que había ocurrido.
—Pero sí yo quería que sucediera —expresó riendo—. Tengo planes para usted,
señorita María McFadden. ¿No lo sabe todavía?
Ella no quería entenderlo, pero miró fijamente los labios de él, y de mala gana,
quedó fascinada por su sensualidad, como había ocurrido seis años antes cuando él
llegó de Hong Kong.
—¿Qué desea? —preguntó María.
En lugar de responder, él le dirigió una mirada irónica.
—No eres nada reservada ahora, ¿verdad?
Ella le ofreció una sonrisa violenta.
—¿Recordar el miedo que me provocaba, lo emociona? ¿Era una afirmación de
su poder? Yo tenía diecinueve años… por supuesto, usted me asustaba. Nunca
conocí a nadie como usted. Y el hecho de que recientemente había llorado usted la
muerte de su padre, incrementó el misterio, pues yo era lo bastante joven para que la
tragedia me pareciera algo romántico.

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Durante algún tiempo María creyó inocentemente que la muerte reciente del
padre de Luke era la causa de la ira que percibió en él, hasta que poco a poco se dio
cuenta de que se trataba de algo personal contra ella, pues sus relaciones con la
mayoría de los empleados de la estación eran perfectas.
—No lloraba su muerte —afirmó Luke con desagrado—. Él falleció y yo seguí
con mi vida.
—Ah, sí, me di cuenta de que usted no era como los demás, seres humanos
comunes que somos lo suficientemente infortunados para que nos aflijan
sentimientos como el dolor y la culpa —declaró ella con amargura y resentimiento,
evocando los años que le llevó convencerse de que la culpa que sintió después de la
muerte de su propio padre, era una actitud autodestructiva—. Pero yo era inocente
en aquellos días. Entonces usted llegó para salvar a nuestra patética estación de
radio, así que lo primero que hizo fue anunciar aquel concierto en Harare, y en pleno
boicot cultural, pues había dejado muy en claro nuestro carácter independiente. En
realidad estábamos presentándolo bajo el patrocinio de aquella empresa de refrescos
y nuestros tres mejores animadores serían los presentadores.
—Entonces te uniste al equipo para divertirte…
—Porque Florian no pudo llevar a su esposa; siempre estaba enferma, siempre.
—Tengo entendido que aún está casado con ella, ¿cierto?
—Sí.
Luke hizo una mueca burlona.
—No te preocupó hace seis años, ¿por qué habría de preocuparte ahora? A
Nicky Kai no le importa.
María, furiosa echó la cabeza hacia atrás.
—Lo cree, ¿verdad? Piensa que tenía una aventura con Florian y que quiero
reunirme con él ahora.
—Sin olvidar su reunión en Sydney —Luke encogió los hombros—. ¿Por qué
no, si forman una pareja tan buena? Sé que estaban congratulándose por ello.
A María le llevó un momento entender a qué se refería Luke, al recordar las
palabras que pronunció Florian en el balcón.
—¡Estuvo escuchando indiscretamente! —lo acusó con mordacidad.
Había algo de crueldad en la sonrisa de él.
—No te preocupes… no me enteré de ningún otro recuerdo íntimo.
—Entonces, ¿por qué sacar a colación el tema ahora? —contraatacó María—. No
tiene escrúpulos en cuanto a nuestra supuesta aventura, pues de no ser así no
estaríamos trabajando para usted, así que sólo puedo suponer que está realizando
este ataque personal por puro gusto, porque una vez se divirtió desaprobándome…
despreciándome…
Los ojos de Luke brillaron.

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—Tú y Florian Jones están trabajando aquí porque los dos son buenos en su
profesión…
—Gracias —dijo ella con aspereza—. Da la casualidad de que a eso se refería
Florian cuando usted nos oyó por casualidad, Señor Scott: a nuestra relación
profesional. Así que, si no le importa, mantengamos esta conversación en un nivel
profesional, por favor.
—¿Cuando lo que existe entre nosotros es tan personal?
El tono de Luke era desafiante. El corazón de María dio un salto.
—No existe nada personal entre nosotros.
—Tienes una deuda conmigo, María —añadió Luke.
—¡No le debo nada! —replicó furiosa—. Todo lo contrario. Es usted quien tiene
una deuda conmigo, Señor Scott, sólo que nada puede compensar lo que me robó
hace seis años.
—No te robé nada, y si perdiste algo, de cualquier forma no tenías ningún
derecho a ello —afirmó sin ningún remordimiento—. primero dime qué es lo que te
debo, María. Me interesa saberlo.
—Usted no tiene nada que yo quiera.
—Que tú quieras.
—Aparte de este trabajo —añadió María, desafiante, deseando que él intentara
despojarla del empleo para tener algo verdadero e inmediato por lo cual luchar
contra él.
—Esta vez no voy a dejarte escapar tan fácilmente… que fue lo que hice cuando
te mandé despedir de aquel otro trabajo —afirmó él.
—¡Qué va!
—Pude destruirte hace seis años —agregó Luke.
—¿Y no hizo todo lo posible? —preguntó ella con amargura—. Mi trabajo…
—No estoy hablando de tu despido, tampoco del hecho que de eso te obligó a
separarte de Jones, y me parece que lo sabes. Hablo de lo que sucedía entre nosotros.
Como te digo, pude destruirte o así pensaba en ese momento, pero resultó mucho
más difícil de lo que me imaginé… no eras vulnerable ni estabas confundida. Esta
vez no tengo que contenerme; no tengo que ser compasivo. Sé lo que eres y de lo que
eres capaz. Me di cuenta de que no requerías ni merecías consideración. Tampoco
ahora. Pero no te saldrás con la tuya. No eres tonta, ni tampoco inocente, María.
Sabías de qué se trataba hace seis años… sabías lo que sucedía.
María no podía mover la cabeza, ni siquiera bajar la vista. De pronto se
encontró con que tenía diecinueve años y la ahogaba la intensidad de su reacción
ante ese hombre, sin poder respirar o moverse y llena de miedo por la convicción de
que Luke invadía su "yo", decidido a destruir y robar. Cada vez que él miraba hacia
donde ella estaba, experimentaba esa espantosa compulsión, el deseo de dejarlo que
la mirara, que la absorbiera hasta que ella dejara de existir como una entidad
individual. María era una muchacha sociable, segura de sí misma, que interactuaba

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alegremente con todas las personas de cualquier edad, pero quedaba reducida al
silencio en presencia de Luke Scott. De esa manera tan profunda la perturbaba.
Una treta del tiempo. Ahora María tenía veinticinco años, sus hormonas estaban
bajo control, su identidad segura, su espíritu le pertenecía. Le sonrió a Luke.
—Sí, sé lo que sucedía. Usted era una figura romántica que llegó para mejorar
nuestra suerte. El asombro que yo sentía fue quizá la primera fase de la veneración,
lo que algunas personas llaman enamoramiento. ¡Oh, era algo desagradable! —hizo
un gesto de burla—. Y confuso, pues nunca llegué a la etapa de identificar lo que me
afligía. Quizá le debo algo, después de todo. Si no me hubiera hecho odiarlo, tal vez
habría continuado durante meses.
—¡Ah, el odio! Mucho más agradable.
—Y perdura —María lo miró a los ojos con fiereza—… Todavía lo odio, señor
Scott.
—Entonces llámame Luke, ya que ese sentimiento implica cierta intimidad. Es
algo muy personal —bromeó—. Y tú insistes en que no hay nada personal entre
nosotros.
—¡Sin duda usted también me odiaba! —exclamó, lo bastante enfadada para
mostrar su resentimiento, pasado y presente—. De acuerdo, su afirmación de que yo
sobraba en la empresa, tal vez sea cierta, pero ¿por qué no me despidieron de manera
normal? No pertenecía a ningún sindicato, no sabía nada de mis derechos… pero
usted convirtió mi despido en un castigo.
—Debiste pensar que merecías un castigo, pues la idea se te ocurrió a ti.
—Por la manera en que se me despidió tenía que ocurrírseme —afirmó María
—. Sólo que no sabía por qué se me castigaba.
—¿Por qué no sentías ninguna culpa por lo que hacías?
—¿Mi supuesta aventura con Florian? De cualquier manera, usted no tenía
ningún derecho de apoyarse en algo de mi vida personal para despedirme.
—De todas formas ibas a perder el empleo.
—¿Lo admite, entonces? ¿Fue algo personal?
—Hemos aceptado que lo que existe entre nosotros es personal, ¿no?
—Sólo en el sentido más negativo, y sólo en aquel momento, no ahora —dijo
María, desafiante.
Luke rio, divertido, pero cierta dureza se ocultaba detrás del brillo de sus ojos.
—Ahora más que nunca. Como digo, me debes algo, y si estás decidida a
continuar fingiendo que no lo sabes, estaré encantado de explicarte algún día, de qué
se trata. Estamos llamando mucho la atención. En realidad —hizo una mueca—… en
realidad, si no utilizamos nuestra relación profesional como máscara, que no me
importaría que me vieran contigo. Es una lástima que no vivamos en la época en que
un hombre podía tener a su esposa y saber que ella estaría esperándolo siempre que
él tuviera el deseo de verla, y sin embargo, nunca se le veía con ella en público.

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Inmóvil, respirando apenas, María no habló durante varios segundos. Luego,


apretando los labios, dijo:
—No soy su esposa.
—No, pero vas a serlo.
Ahora, María guardó silencio durante más tiempo. Lo sabía, ¿no? Ah, sí, había
reconocido la sexualidad de Luke… y trató de no prestarle atención, pero era
imposible seguir fingiendo que no existía ahora que él se refería a eso abiertamente.
"¡Nunca!", pensó.
Odiaba a Luke Scott, así que…
María reprimió la sensación de pánico que experimentó.
La manera en que la miraba…
—Pero si soy tan mala y barata… —comenzó ella, burlándose.
—Barata —admitió él, implacable, y sonrió cuando María se volvió hacia donde
se encontraba Florian bailando con la encantadora y exótica Nicky Kai—. No, Jones
no te rescatará, aun suponiendo que Nicky quisiera compartirlo.
En un mejor momento, María quizá se habría reído al imaginarse a Florian
preocupado por rescatar a alguien.
—No necesito que me rescaten —dijo ella, levantando la barbilla.
—Ven, déjame presentarte a los demás —la invitó Luke, sonriente.
Luke le presentó a las personas con quienes trabajaría. María se esforzó por
olvidar sus amenazas y minimizar su propia reacción hacia él. Todo lo que le
quedaba era el odio. Luke Scott no significaba nada. No podía hacerle nada si ella no
se lo permitía.
Pero seguía perturbándola. Sin embargo, agradeció que Luke la despreciara
tanto como para no desear que lo vieran tocándola en público.
María lo miró, casi expectante, pero el efecto de aquella virilidad y arrogancia
no disminuyó. María apretó los puños. Luke era una combinación de delicadeza y
fuerza.
Era un momento peligroso. La fascinación borraba el resentimiento. Pero de
pronto, cuando Luke volvió a mirarla, el desprecio que María percibió en los ojos de
él restableció su odio.

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Capítulo 2
—¿Podemos llevarte en el auto?
María le dirigió a Luke Scott una mirada hostil, cuando él y Cavell Fielding
aparecieron en el momento en que ella, con Florian y Nicky a cada lado, se despedía
de Giles y Úrsula Estwick.
—Me voy a casa con Florian y Nicky, gracias —respondió.
La ira la embargó en respuesta a la mirada de desprecio que él le lanzó.
—Logramos conseguirle un apartamento sólo un piso abajo del que ocupamos
Nicky y yo —comentó Florian alegremente—. Bueno, en realidad lo logró Nicky con
su influencia, tengo que admitirlo.
—Parece un arreglo conveniente —comentó Luke con cortesía, pero María lo
vio torcer el labio con sarcasmo, como si acabara de confirmar todo lo que pensaba
de ella.
¿Qué creía que iban a hacer? ¿Lanzar al aire una moneda para decidir en qué
piso pasaría la noche Florian?
—Es un sitio agradable —afirmó ella con ligereza, ofreciendo una sonrisa
desafiante.
—Desde luego —asintió Luke con voz cansina.
Cavell le dirigió a María una mirada gélida y un furioso resentimiento se
apoderó de ella, pues Luke no podía hablarle ahora como lo hizo antes, cuando
afirmó que pensaba convertirla en su esposa.
—Hasta mañana, entonces, Cavell —se despidió María, confirmando el arreglo
al que habían llegado esa noche. Hizo caso omiso de Luke, pero todavía era
consciente de su atención cuando le dio de nuevo las gracias a los Estwick para luego
salir con Florian y Nicky.
—Aún no le simpatizas a Luke Scott, Flo —comentó Nicky, divertida, durante
el trayecto en taxi.
—Les simpatizo a las mujeres —respondió Florian, satisfecho de sí mismo,
mientras el conductor salía de un embotellamiento de tránsito—. Los demás hombres
toman a mal eso.
María movió la cabeza y sonrió, un poco escéptica.
—¿No te parece que su antipatía tal vez se deba a algo más personal que eso? —
preguntó con indiferencia.
—Aunque es hermosa, no me gustan las mujeres como Cavell Fielding —afirmó
Florian, riendo; la vanidad le impidió comprender las palabras de María—. ¡Aunque
supongo que Luke podría sospechar que le gusto a ella! Sin embargo, tengo que
decirlo, sea lo que sea, él nunca le ha dado importancia al asunto. Hace caso omiso de
mí cuando puede y yo coopero evitando encontrarme con él, pues me gusta el

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trabajo. Nunca ha dejado que su antipatía influya en su juicio profesional de ninguna


manera.
Era una lástima que Luke no hubiera decidido hacer caso omiso de ella
también, pensó María con ironía.
Tal como estaban las cosas, lo más que podía esperar era que Luke regresara
rápidamente a Hong Kong, pero por ahora tendría que soportar cierto contacto con
él, como se lo advirtió en la fiesta antes de que se fuera con Cavell Fielding y Penny
Seu Chen.
—Me propongo permanecer aquí durante las próximas semanas mientras
lanzamos esta nueva imagen —le había comentado Luke—. Desde luego no hemos
aprobado cambios de personal, así que tú eres el gancho donde colgaremos la idea,
es decir, una nueva directora de programación, cuya imagen será la misma de la
emisora: joven, inteligente, sofisticada y comprometida con la música. Taiwan es uno
de los países más occidentalizados de esta región. Nuestras últimas encuestas han
mostrado que ahora estamos atrayendo a un gran número de radioescuchas locales,
así que queremos deshacernos de la opinión de que existimos sólo en beneficio de los
no nacionales. Giles Estwick lo habrá discutido contigo y tú tendrás tus propias
ideas. Cavell querrá saber cuáles son, así como algunos detalles biográficos tuyos
para los comunicados de prensa, pues ella manejará la publicidad para nosotros. Es
de lo mejor que hay, así que consúltala si encuentras algo de lo que no estés segura
en ese aspecto.
—Pero, ¿sólo en ese aspecto? —le preguntó María con burla.
La sonrisa de Luke también fue sarcástica.
—Desde luego ya nos entendemos perfectamente.
—Yo lo entiendo a usted —lo corrigió ella—. Los canallas no son raros.
—Sin embargo, muy inteligentes —replicó Luke, con hostilidad.
—Todas las reglas tienen excepciones —comentó ella, irritada.

Al día siguiente, María llegó a la conclusión de que podría trabajar con Cavell.
Esta fue a buscarla esa mañana con un fotógrafo independiente chino, y la llevó a
visitar algunos de los lugares de interés más famosos de Taipei, como el monumento
a Chiang Kaichek, un Templo Budista y el Grand Hotel de magnífica arquitectura
china. Sólo se detuvieron el tiempo necesario en cada lugar, para que el joven tomara
las fotos que servirían para presentar a María ante el público de Taipei; antes de
acompañarla de regreso al apartamento y aprobar la ropa que la chica pensaba
ponerse para asistir a la cena que la estación de radio ofrecería a los demás medios
locales esa noche.
—Nos veremos esta noche —dijo Cavell, preparándose para irse.
—¿Todo el mundo irá? —preguntó María.
—Excepto los que estén de servicio.

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—¿Y el Señor Scott?


—Por supuesto que sí. Él ha tomado un interés personal en esto.
Personal. La palabra perturbó a María durante un rato.
Esa noche, estaba observando su imagen pública, cuando sonó el timbre. Fue a
abrir la puerta pensando que se trataba de Nicky Kai, quien esa tarde había
telefoneado para proponerle que los tres volvieran a compartir un taxi esa noche.
Sorprendida, miró con expresión interrogante a Luke Scott, quien vestía
informal pero elegante.
—¿Estás lista? —preguntó él, absteniéndose de cualquier saludo convencional.
—¿Qué desea? —preguntó María con descortesía, todavía sin recuperarse del
todo de la sorpresa de verlo inesperadamente.
Luke no respondió de inmediato, pero la expresión de su mirada fue elocuente
cuando se fijó en la diminuta falda que hacía lucir las esbeltas piernas de ella.
—¿De veras quieres que hablemos de eso ahora? —preguntó Luke en voz baja y
desafiante. Su mirada irónica volvió brevemente al rostro femenino y a los brillantes
mechones que caían sobre el cuello de María. Luego se volvió hacia su reloj—. Me
parece que no tenemos tiempo.
—¿Por qué vino? —volvió a preguntar María, reprimiendo reacciones más
intensas que la ira.
—Quise asegurarme de que irás a la cena esta noche.
—Cavell nunca dijo nada al respecto —protestó María, apretando los labios.
—Cavell no lo sabe.
María ya lo suponía. Sonrió mientras se daba cuenta otra vez de la arrogancia
de Luke. Él no sólo creía que ella, gustosa, aceptaría compartirlo con Cavell, sino que
ésta pensaba que Cavell no se enteraría de lo que pasaba.
—Entonces olvídelo. Ya hice arreglos para ir con Nicky y Florian.
—Cancélalos. ¡Oh, Dios!, ¿de verdad crees que Nicky quiere que los
acompañes?
—¿Quiere Cavell?
—Cavell no tiene nada que ver en esto. Hazte a la idea, María. Voy a
acompañarte a la mayoría de las fiestas a las que necesitarás asistir en tu calidad de
profesional durante las próximas semanas.
—Eso no estaba en mi contrato; tampoco se mencionaba en el programa que
Giles y Cavell esbozaron para mí. En realidad, podría jurar que la persona encargada
de cuidar mi imagen no quiere que nadie me acompañe.
—Sin embargo, así será, tendrás compañía.
—¿Usted? —preguntó María, burlándose.
—¿Quién más? A menos que hayas actuado con rapidez, Nicky Kai aún tiene la
atención de Jones y aunque algunos de los demás animadores quizá dieron anoche

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muestras de convertirse en jugadores de reserva, tendrán que esperar su turno. Y


quizá debería recordarte que el contrato que acabas de mencionar te compromete
tanto a ti como a nosotros, a menos que estés dispuesta a enfrentar interminables
pleitos legales en un esfuerzo por librarte de él.
—¿Por qué hace esto? —preguntó María furiosa, pero logró dominarse—. ¿Y
cuál va a ser la reacción de Cavell Fielding cuando se entere de estos… planes que
usted tiene para acompañarme?
—Parecías haberlo entendido con bastante claridad anoche; entonces, ¿por qué
no ahora? No permitiré que Cavell se inmiscuya en nuestros asuntos personales.
Lo dijo como una advertencia, pero la amenaza era inequívoca.
—¡Nuestros asuntos personales! —exclamó María, dirigiéndole a Luke una
mirada iracunda mientras su mente se resistía a la idea de que existiera algo personal
entre ellos.
Luke se encogió los hombros.
—¿De qué otra manera debería expresarlo? Puedo ser mucho más grosero si
quieres.
—¡Por supuesto que puede serlo! —exclamó María, irritada—. Dígame por qué
hace esto, ¡maldición!
—¿Por qué? —repitió, fijando la vista en los labios de ella—. Porque llegar
contigo me facilita irme contigo… para llevarte a casa, María.
Todo lo que esa frase implicaba… No necesitaba ser más explícito. María echó
la cabeza hacia atrás.
—¡Preferiría morir!
Luke se echó a reír, realmente divertido.
—¡Qué dramático!
—Pero cierto —insistió María, echando chispas por los ojos.
—Y apasionado. ¿Haces el amor con la misma pasión que odias?
—¿El amor? —preguntó María con burla, y vio que él torcía los labios,
aceptando sus palabras.
—Tienes razón… es una frase inapropiada —reconoció él mientras miraba
nuevamente su reloj—. Son las limitaciones de nuestro lenguaje… Llama a Jones y
dile que yo te llevaré a la cena.
—¿Por qué llegar conmigo le facilitará irse conmigo? —repitió las palabras de
Luke—. Parecerá que está cumpliendo con algo más que una obligación profesional.
Entonces, si no quiere que alguien piense que me acompaña por razones personales,
¿por qué tomarse la molestia?
—Sabes por qué —afirmó Luke, con aspereza.
Pero ella no sabía en realidad. Ah, sí, reconocía la conciencia sexual que era una
parte integral de la actitud de él hacia ella, lo cual la inquietaba, pero no podía hablar
en serio si la despreciaba tanto. Sólo trataba de intimidarla, pero María nunca le daría

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la satisfacción de permitirle tener éxito. Seis años atrás, la manera en que la


impresionaba y la hacía sentirse amenazada sin duda resultaba evidente para él,
cuando su simple presencia, una mirada hacia donde ella estaba, el sonido de su voz,
bastaban para turbarla. Pero ahora María replicaba… y por alguna razón Luke estaba
decidido a castigarla, humillándola y despreciándola.
Pero nunca la tocaría, decidió la chica, mirando al arrogante Luke. La fuerza de
carácter y una actitud decidida estaban implícitas en la dureza de ese atractivo
rostro. Su labio inferior era perturbadoramente sensual. Sin embargo, Luke no se
atrevería a tocarla, porque si lo hacía, también se despreciaría a sí mismo.
No tenía por qué sentirse inquieta en presencia de él. Todo lo que tenía que
hacer, era volverse insensible para sobrevivir las siguientes semanas hasta que él
regresara a Hong Kong y ella pudiera enfrascarse en el nuevo trabajo, sin que la
distrajera.
Convencida a medias, encogió los hombros y se volvió para retirarse del
vestíbulo del apartamento y, consciente de que Luke la seguía, entró en el lujoso
salón.
Con una mano en el teléfono, María se detuvo para leer el número de Florian y
Nicky y le lanzó a Luke una mirada desafiante.
—¿No tiene miedo de que lo denuncie? —preguntó ella, burlándose—. ¿Con
Florian y Nicky, por ejemplo? ¿Suponga que les digo que quiere usted acompañarme
esta noche por razones personales?
Luke encogió los hombros, impasible.
—Quizá no haya mucha necesidad de discreción. Después de todo, eres una
mujer hermosa, inteligente y de éxito… y desconocida aquí. Aparte de mí, tal vez
sólo Florian Jones sabe lo que eres realmente, y en todo caso a él la realidad no le
parece en absoluto desagradable.
María echaba chispas por los ojos.
—Ah, sí, Florian sabe lo que soy, Señor Scott. Usted no.
—Haz la llamada —la apremió él con impaciencia, señalando el teléfono. Así lo
hizo ella, y habló en voz baja después de que Florian contestó.
—¿Flo? ¿Te dijo Nicky lo que dispusimos? Sí, sólo que no necesitan venir a
buscarme, después de todo. El Señor Scott está aquí, así que iré con él. Nos veremos
después… ¿Satisfecho? —añadió dulcemente al colgar y descubrió que Luke aún la
observaba.
—La ingenuidad de Nicky me sorprende un poco —comentó Luke—. Pero
quizá tenga que saber en lo que se está metiendo al utilizar su nombre para que
pudieras instalarte aquí, permitiéndote que compartas su automóvil… Supongo que
no sabe a qué lleva eso si Jones ha olvidado mencionar la naturaleza exacta de la
relación que existía entre ustedes.
—No sé por qué se sorprende tanto, cuando parece esperar que otras personas
sean lo bastante ingenuas para no darse cuenta de lo que trata de hacer —estalló
María, pensando sobre todo en Cavell—. Pero en realidad Nicky no es ingenua, pues
ella conoce muy bien la naturaleza de mi relación con Flo. Sencillamente trata de que

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me sienta a gusto y entre amigos. Ella sabe lo que es ser una recién llegada a una
ciudad extranjera.
—Y porque cree que tu relación con su enamorado pertenece al pasado. Porque
no es así, ¿verdad? No pueden separarse. Durante años se han seguido por el
mundo, pero ella te rechazará cuando descubra que la aventura de ustedes es algo
que renuevan periódicamente.
—¿Entre todas nuestras demás aventuras, supongo? ¿De dónde saca esas ideas?
—preguntó María, mofándose—. Aparte de cualquier otra cosa, estamos en los
nerviosos noventa, por si no se ha dado cuenta, no en los sesenta ni setenta, donde
nadie lo piensa dos veces antes de tener distintas parejas al mismo tiempo.
—Oh, conozco muy bien a personas como tú y Jones que se aseguran —expresó
con tanto desprecio y sarcasmo que la dejó muda un momento—. ¿Nos vamos?
—Sí —accedió mordaz—. Si no nos apresuramos es probable que encontremos
a Florian y Nicky en el ascensor, y en este momento creo que no podría resignarme a
callar las cosas que acabas de decir.
Ella todavía bufaba de cólera cuando subieron al lujoso automóvil alquilado
por Luke.
—¿No te habló Estwick de la cláusula referente a un vehículo en tu contrato? —
le preguntó Luke.
—Sí, pero le dije que lo pensaría un tiempo antes de tomar una decisión. Parece
que los taxis abundan y los precios son muy razonables.
—Abundan, pero con las motocicletas contribuyen al problema del tránsito, el
cual es, tal vez, uno de los peores en el mundo, y desde luego uno de los principales
de Taiwan, además de un sistema educativo demasiado competitivo y el aislamiento
político.
—Nunca había visto tantas motocicletas —confesó María—. Antes de aceptar
este trabajo, averigüé los problemas, pero las ventajas parecían contrarrestarlos, lo
cual sucede, por lo general, en cualquier parte.
—Además de la limpieza y los bajos índices de desempleo y criminalidad —
agregó Luke.
—Esas fueron algunas de las cosas que me atrajeron.
—Pero la verdadera atracción era Jones, tal vez.
María respiró profundamente.
—¿Por qué tiene que haber un hombre? —preguntó.
—Siempre hay un hombre junto a mujeres como tú.
—¿De eso se trata todo esto? Casi podría creer qué es usted uno de esos solteros
a quienes les escandaliza la simple idea de cualquier clase de relación, aun cuando
sea entre otras personas.
Luke se echó a reír.

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—No, María, no soy soltero, pero quizás sea más juicioso que tú. Además
siempre he evitado los triángulos.
—¡Su hipocresía es increíble! Si ése es el credo que aplica a sus relaciones, ¿por
qué hace esto?
—¿Por qué no? Tú y yo somos libres.
—¡Oh, por supuesto, un papel, un anillo y una bendición hacen la diferencia!
Entonces, ¿por qué Nicky Kai no recibe una parte de toda esta condena moral, puesto
que usted sabe que Florian aún está casado legalmente?
—El matrimonio quizá exista legalmente, pero no en realidad. Hace años que él
no regresa a Sudáfrica. Pero era más real cuando te relacionaste con él por primera
vez, ¿verdad? Su joven esposa estaba embarazada. Quizás tú fuiste la causa de su
separación. ¿Por qué no hubo divorcio?
—Rachel y su familia no creían en el divorcio —respondió María, irritada—.
Eso le conviene a Florian porque así tiene un pretexto válido cuando las mujeres con
las que se compromete empiezan a hablar de matrimonio.
—Lo conoces muy bien, ¿no? —declaró él, dirigiéndole a María una mirada
contemplativa—. ¿Te conviene también a ti?
—A mí no me importa que sea de un modo o de otro. Está equivocado
conmigo, Señor Scott. Podría decirle cómo y por qué, pero no voy a hacerlo, pues no
me interesa lo que usted crea. Sus ideas y opiniones me resultan indiferentes.
No lo había pensado bien antes, pero ahora comprendía todo. No le daría
explicaciones a Luke Scott, porque hacerlo significaría que tenía interés en él. Eso la
haría vulnerable.
—¿Acaso no se te ocurre nada plausible, o sencillamente no puedes dejar de
inventar pretextos para justificar lo que eres? —preguntó Luke—. Si se trata de esto
último, casi podría admirarte.
—Casi, pero no del todo —se burló—. ¡Porque aún cree que sigo persiguiendo a
Florian Jones por el mundo! ¿Por qué soy peor que Nicky? Como usted aceptó, el
matrimonio de Florian sólo existe en el papel y Nicky no es su esposa.
—No eres peor, sino débil —la acusó con insolencia—. Nunca he podido
respetar a la gente que retrocede. Retroceder, volver a empezar, es siempre la opción
fácil o un paso negativo en sí mismo. Es debilidad… Entonces Florian Jones es una de
tus grandes debilidades, supongo, puesto que es evidente que no has aprendido
nada después de tantos años de que te enredaste con él. ¿O es que tus demás
relaciones resultan poco satisfactorias y por eso vuelves con él?
—¿Mis otras cien relaciones, Señor Scott? —ironizó.
En realidad, sólo había tenido una relación seria, y había sido con un actor de
Wellington que leía boletines informativos. Los dos quedaron desilusionados de la
relación, pero María aprendió la lección después de esa triste experiencia. Ella creía
en el amor, pero fue demasiado impaciente. Pensaba encontrarlo algún día.
—¿Cien? ¿Cómo has tenido tiempo para lograr tal éxito en tu carrera? ¿Cuántos
en realidad?

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—Uno —admitió María, despreciándose a sí misma por confiar demasiado—.


No resultó.
—¿Por qué no? No, no me lo digas. El tipo no estuvo a la altura de Jones y la
aventura careció del atractivo romántico de tener que seguir a un hombre alrededor
del mundo…
—Mi relación con Florian nada tiene de romántico —afirmó María con
brusquedad.
—¿No fue un gesto romántico aceptar este trabajo? —inquirió Luke mientras se
estacionaba frente a uno de los restaurantes más famosos de Taipei—. ¿Y no fue él
muy romántico cuando te propuso para este trabajo? ¿Quién de ustedes es el
responsable de los largos periodos de separación o así lo exigieron sus carreras?
—Estoy segura de que usted conoce la respuesta a esa pregunta y a todas las
demás, Señor Scott —respondió María con tranquilidad, desconcertada por la
necesidad de ocultar un arranque inesperado de amarga frustración.
—No, sólo hice una suposición —replicó él con frialdad.
—Como sus suposiciones se convierten al instante en convicciones… —encogió
los hombros, sin tomarse la molestia de completar la frase. Bajaron del coche y un
portero uniformado los llevó hasta el vestíbulo del edificio donde se encontraba el
restaurante y luego entraron en el ascensor.
—Sólo una cosa más antes de que formemos parte de la multitud, María —
expresó Luke en el momento en que la puerta se cerraba.
—¿Qué cosa?
María estaba luchando contra la inesperada reacción física de encontrarse a
solas con él en un espacio tan pequeño.
El pánico se apoderó de ella; se sintió amenazada por la presencia de Luke y tan
insegura de sí misma como solía ocurrirle años atrás.
—Quiero que dejes de llamarme "Señor Scott" —le aconsejó—. Me llamo Luke.
María respiró profundamente y logró sonreír.
—Oh, pero la gente podría pensar que existe algo personal entre nosotros si
hacemos eso —espetó con burla.
—Ya te dije que hice demasiado énfasis en la necesidad de discreción. Inténtalo
y no me digas que preferirías morir.
—Quizá —replicó María.
—¡Inténtalo! —insistió Luke y ella se puso rígida.
—¿Por qué? ¿Porque sabe lo mucho que me disgustará hacerlo?
—¿Sí?
María lo vio levantar una mano hacia ella.
El extraño y breve éxtasis que ella experimentó fue completo. Se le cortó la
respiración y su sangre dejó de circular; su mente quedó vacía, sus músculos se
paralizaron e incluso su corazón dejó de latir un momento.

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Pero pronto todo terminó.


—¡No me toque! —dijo, tensa, moviendo apenas los labios.
—Entonces llámame por mi nombre.
Luke deslizó los dedos por el brazo femenino. Ella apretó los dientes.
—¡Esto es hostigamiento!
—Lo sería si no tuvieras una deuda conmigo —señaló él con indiferencia.
—Luke, ¡maldición!
María se dio por vencida con furia.
—Sigue practicando —sugirió Luke con sarcasmo y apartó la mano en el
momento en que el ascensor se detenía.
María no necesitaba mirarlo a la cara cuando salieron del ascensor. La sutil
satisfacción de él parecía impregnar el espacio que los rodeaba. Ella podía sentirlo.
—¿Has vuelto a quedarte muda? —preguntó Luke con burla cuando Cavell
Fielding apareció en la entrada del restaurante y se mostró un poco sorprendida al
verlos juntos—. La ninfa silenciosa que eras hace seis años, me hechizaba, pero la
actual mujer, tan poco reservada, resulta mucho más interesante.
La intensidad de su respuesta a Luke, un momento antes, la hizo aborrecerse.
Pero también sintió miedo porque de pronto pareció que el odio no era ya suficiente
para defenderse de la amenaza que ese hombre representaba; sin embargo, era la
única respuesta que podía dar.
A propósito evocó lo sucedido seis años atrás, sobre todo el dilema en que
estuvo entonces, el doloroso conflicto entre su obstinada decisión de continuar su
carrera interrumpida en la radio, cuando no había trabajo en Johannesburgo; pero sí
posibilidades en Durban, y su renuencia a dejar a sus padres solos, cuando un
avanzado enfisema estaba acabando cruelmente la vida de su padre.
El odio bastaba para responder al extraño poder que Luke Scott ejercía sobre
ella. Pero ahora la asaltó una nueva sospecha: la idea de que el odio tenía su génesis
en algo más complejo que las realidades que ella traía en su memoria.
"¡Hace seis años!" Las palabras de Luke y su posible implicación penetraron
tardíamente en su cerebro mientras le presentaban al jefe de redactores de
espectáculos de un diario local, pero las rechazó. Ella no creía que lo había hechizado
cuando fue jovencita. De ser cierto, él habría hecho algo al respecto. Era de esa clase
de hombres.
Sí, había algo sexual entre ellos, ahora; pero cualquier interés que él hubiera
tenido seis años atrás habría estado relacionado con el temor que le inspiraba a
María, el cual era tan intenso que la reducía al silencio cada vez que se acercaba a
ella.
María deseó que la cena saliera bien y que aquellos para quienes la recepción
significaba mucho, quedaran satisfechos. Luke la presentaba con las demás personas
y la animaba a hablar de sus ideas para el futuro. Se mostraba cortés y sólo expresaba

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su aprobación, de modo que nadie habría adivinado el desprecio que sentía por ella;
sus elegantes modales, tampoco revelaban nada personal.
Ella no se había recuperado aún del trauma por los momentos que pasaron en
el ascensor, pero quizá no importaba. Nadie podría darse cuenta.
—Lo haces muy bien —le comentó Luke con aire congraciador más tarde.
—Preferiría hacerlo sola —respondió María con enfado, aprovechándose del
hecho de que nadie estaba lo bastante cerca para oírlos.
—Lo lamento —dijo él con evidente hipocresía.
—¿Por qué no vas a hablar con Cavell? —le propuso ella, cáustica.
—Está trabajando —respondió Luke y María se dio cuenta de que era cierto,
pues vio a Cavell conversando con un reportero de televisión.
—Yo también —le recordó ella con mordacidad.
—Todos estamos trabajando —expresó sonriente.
La mirada que María le dirigió fue hostil. Eso era lo que él esperaba que la gente
pensara. Sólo ella sabía que Luke se encontraba allí, a su lado, por razones
personales.

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Capítulo 3
—¿De quién fue la idea de que debías vivir aquí? —preguntó Luke cuando él y
María salieron del ascensor, al regresar al apartamento de ella.
—Oh, obviamente tiene que ser algo que Florian y yo decidimos, ¿verdad? —
replicó María con sarcasmo—. Por supuesto, por ser la clase de gente que somos, no
sentimos ningún remordimiento de utilizar a Nicky, dejando que ella engatusara al
agente de arrendamiento… ¿Por qué no le advertiste acerca de mí, por cierto?
María estaba preocupada. Luke la había llevado a casa, como era su intención,
pero ella aún trataba de decidir cómo manejar la situación si él deseaba entrar con
ella cuando llegaran al apartamento… sabía que él querría hacerlo.
—Oh, no voy a preocuparme por Nicky —dijo Luke, rechazando el desafío—.
Ella es dura de pelar y sabe cómo cuidarse y cuidar sus intereses. En realidad,
ustedes dos tienen mucho en común. Las dos siguieron carreras internacionales, las
dos están comprometidas con el mismo hombre… ¿No han comparado notas
todavía? Y sospecho que las dos son de carácter fuerte, así que las cosas podrían
ponerse interesantes cuando Nicky se dé cuenta de que estás decidida a robarle a su
hombre.
—¡No estoy decidida a robarle a su hombre! —exclamó María, irritada y
aminoró el paso, como si no quisiera enfrentar el momento peligroso.
¿Por qué sentía esa aprensión? Antes había rechazado a otros hombres, sin
sufrir toda esa angustia.
—¿Piensas compartirlo? —preguntó Luke, irónico—. ¿Así como hiciste con su
esposa? ¿Eras igual de amistosa con ella?
—Rachel era una de mis mejores amigas del colegio. En realidad yo se la
presenté a Florian.
Luke la miró con expresión burlona.
—De lo cual siempre te has arrepentido.
—¡Sí! —respondió María con vehemencia, sin dejar de pensar en Rachel, para
quien el matrimonio resultó una trampa.
—¿Por qué, si la existencia de ella nunca los detuvo?
—Mi aventura con Florian, puesto que así lo crees, nada tiene que ver contigo,
pero ¿por qué no te detiene a ti?
—Ah, ¿una regla para ti y otra para todos los demás?
Habían llegado hasta la puerta del apartamento, así que era imposible aplazar
el momento.
Le ofreció a Luke una sonrisa elocuente y dijo con decisión:
—Buenas noches.
—Todavía no, María —la miró con ojos brillantes y divertidos.

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—Ya, Luke —replicó ella, resuelta a no revelar la aprensión que sentía.


—¿Por qué?
—Entretener al propietario no forma parte del trabajo.
—¿Aunque sea del trabajo lo que quiero discutir contigo?
—Pero no lo es, ¿verdad?
—No, como siempre, esto es personal —respondió él, riendo.
—Entonces buenas noches, de nuevo —declaró con tranquilidad mientras metía
la llave en la cerradura.
—¿Por qué? —preguntó una vez más.
María respiró hondo y sonrió.
—Porque aunque mis sentimientos fueran mucho más afectuosos que el odio,
casi no te conozco.
—Tu odio no es tal —la contradijo—. Es pasión.
—Entonces, ¡es la única clase de pasión que nunca sentiré por ti!
Fue demasiado agresiva, se percató. Algo brillaba en los ojos de Luke; era la
respuesta instintiva a la clase de rechazo que los hombres siempre interpretan como
desafío.
De pronto, Luke la desconcertó al reírse de nuevo. Sin embargo, lo hizo con una
ironía que a ella le pareció insoportable.
—¿Es que el momento merece tanto dramatismo? ¿Qué te imaginas que pienso
hacer? ¿Seducirte esta noche? Como tú dices, casi no nos conocemos —hizo una
pausa, permitiéndole a ella entender lo que decía—: Después de esperar seis años,
quizá pueda esperar un poco más. Es casi una costumbre.
Las palabras de Luke la sorprendieron, de manera que, distraída, permitió que
él la hiciera a un lado con delicadeza y le diera vuelta a la llave. Se encontraban ya
dentro del apartamento y Luke cerró la puerta antes de que María pudiera hablar.
—¿Seis años? ¡No te creo! No has estado esperando seis años, Luke —protestó
la joven, casi indignada—. ¡No es posible!
—Increíble, ¿verdad? —dijo él con seriedad cuando se volvió hacia ella—. Sin
embargo, es cierto. Esa es la deuda que tienes conmigo, María. Seis años… seis años
durante los cuales no he logrado olvidarte.
—¡No es cierto!
Llena de pánico, María quería que no fuera cierto, porque así él se convertía en
una amenaza mil veces mayor.
—¿Por qué eres tan incrédula? Debes de estar acostumbrada a la manera en que
los hombres reaccionan contigo. Sin duda no existe ningún hombre que te vea y no
quiera llevarte a la cama, aunque quizá algunos puedan resistir la tentación de
intentarlo una vez que descubren lo que eres —torció los labios—. ¿Es por eso que
eres tan escéptica, María? ¿Porque no fingí, porque no te busqué de nuevo? Me
habría despreciado. De todas maneras me desprecio, obsesionado por cosas tan

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superficiales como la manera en que te mueves, como una combinación de color y


forma, como una sonrisa asimétrica, como los atributos fortuitos de alguien que se
subestima tanto que pierde el tiempo con un hombre tan carente de valor como
Florian Jones y hace caso omiso de que él está casado y de que tiene otras aventuras.
No, no iba a buscar a alguien como tú.
—Entonces, ¿qué haces aquí, ahora? —preguntó María, furiosa, humillada con
tanto insulto.
La expresión de Luke era de aversión.
—Cuando Estwick me comentó que Jones te había mencionado como una
posible candidata para este trabajo, y tu experiencia previa confirmaba que estabas
ampliamente capacitada para hacerlo, pensé, ¡qué demonios!; el destino estaba
ofreciéndome la oportunidad de olvidarte al fin. Merecía la pena si así terminaba con
irritaciones tan inconvenientes como imaginar que te veía cuando me encontraba con
otras mujeres… Así que aquí estamos y eso es lo que hago aquí.
—Así que… ¿es de exorcismo de lo que estás hablando? Necesitas mi
cooperación, ¿verdad?
María se sentía intranquila. Ahora le creía a Luke, sencillamente porque sabía
que un hombre como él no inventaría algo así. Sin embargo, él quería castigarla por
algo que ella desconocía.
—Ah, sí —convino él—. ¿Qué crees que soy? Obviamente necesito tu
cooperación… tu consentimiento.
—No voy a dártelo —advirtió ella, echando la cabeza hacia atrás, orgullosa.
—No, parece evidente que no va a suceder esta noche a menos que tu estado de
ánimo sufra un cambio drástico —esbozó una breve sonrisa—. Ya ni siquiera estoy
seguro de que una vez sea suficiente. Creía que así sería, pero… ¡Oh, Dios! ¡Hasta
anoche confiaba en que podría mirarte y no sentir nada! Pero tu belleza todavía me
atrae. Tus aventuras con Jones no han destruido esa atracción. Más bien me pareces
más interesante ahora como mujer que antes como jovencita. Eres más inteligente…
Necesitamos semanas, o incluso meses.
—¿Necesitamos? ¿Es que no me escuchaste? —preguntó con voz temblorosa—.
¿En serio crees que te dejaría tocarme, cuando todo lo que siento por ti es aversión?
¿Cuando me hablas así? ¿Cuando te odio?
—Muy apasionadamente, como ya reconocimos, lo cual añade cierto sabor a lo
otro que existe entre nosotros. Odio y deseo. Pasión más pasión. Podría ser una
mezcla explosiva.
—¿Deseo? —inquirió con mofa—. ¡Por mi parte no!
—No, eso también es mutuo. Así era hace seis años. Eras un manojo de nervios
cada vez que me acercaba a ti porque no podías arreglártelas con tus sentimientos; te
asustaban. Quizá ni siquiera los habías identificado bien… Pero no han cambiado. Lo
sospeché anoche y tú me lo confirmaste, cuando te toqué en el ascensor, cuando
íbamos al restaurante… Al igual que yo, has estado esperando todos estos años, lo
supieras o no.
Ahora Luke estaba más cerca de ella. María dio un paso atrás.

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—¡Yo no confirmé nada! ¿Acaso me eché en tus brazos? ¿Te rogué que me
hicieras el amor?
—Lo harás —afirmó Luke con arrogancia mientras alargaba el brazo para
tocarla.
—Estuviste de acuerdo en que era necesario mi consentimiento —le recordó
María; de pronto la agitación que experimentó la dejó sin aliento.
—Necesito tu consentimiento para que nos convirtamos en amantes —la tomó
de las caderas—. Pero no voy a pedirte permiso para tocarte. Te lo advertí, ¿no? Esta
vez no tengo que tomarte en cuenta… Esa maldita consideración resultó un
purgatorio hace seis años, y a final de cuentas era innecesario. Por eso tienes una
deuda conmigo.
—¿Qué consideración tuviste conmigo? —preguntó con amargura.
—Te dejé en paz, ¿no? Pero ahora no tengo que hacerlo. De todas maneras, no
puedo.
Luke la sujetó con más fuerza. Cuando ella levantó la vista y lo miró a la cara,
María sintió un vivo deseo de seguir luchando contra él.
Luke, que todavía la tomaba por las caderas, la atrajo hacia sí de pronto. Era
como si no estuvieran vestidos, pues el calor que fluía entre ellos creaba un fuego
líquido que los quemaba.
Era demasiado, demasiado pronto. Se puso pálida y se estremeció. Con
desesperación, hundió los dedos en la tela de las mangas del saco de Luke para no
caerse.
Nunca había experimentado algo así, una dominación total e instantánea de los
sentidos. Se sintió perdida e impotente cuando lo vio inclinar la cabeza y acercar al
rostro.
—No —dijo ella en voz baja, aferrándose al último vestigio de identidad que le
quedaba; orgullo quizá, o simple instinto de conservación.
—Debo hacerlo —replicó Luke con aspereza; sus labios casi tocaban los de ella.
Entonces se tocaron. Luke deslizó las manos de las caderas hasta la cintura.
Luego, quemantes; los dedos de Luke se deslizaron por la espalda femenina y
después hasta los hombros.
No había nada tierno o exploratorio en los besos de Luke, sólo una pasión
incandescente y una simultánea afirmación de su dominio. Le dio a ella esta primera
muestra de sí mismo con la absoluta confianza de que ella lo aceptaría.
Al tocarla, Luke la poseía.
—Aunque sólo el paraíso, o más bien el infierno, sabe por qué debo hacerlo —
murmuró él—. ¿Por qué debo desear a alguien como tú, cuyos miserables sueños de
pasión no pueden incluir algo más que las atenciones mezquinas de un hombre como
Jones? Siento repugnancia de mí mismo.

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Mientras pronunciaba las corrosivas palabras, Luke la empujaba contra una


cómoda mientras con una mano se las arreglaba con las complejidades de la blusa de
María.
De alguna manera ella sintió el desprecio y reaccionó:
—¡Te odio! —exclamó con voz ronca.
—Sí, lo sé.
Luke apartó los labios de los de ella y los acercó a un seno descubierto, para
chuparlo durante varios dolorosos segundos. La deseaba y la despreciaba.
Él pasó la lengua por el pezón y luego levantó la cabeza.
—Me degrado contigo, como tú te degradas con Jones —dijo, rechinando los
dientes.
—¡Ni lo sueñes! —exclamó luchando contra Luke—. ¡Fuera de aquí!
Al darse cuenta de que María hablaba en serio, Luke la soltó de inmediato. Pero
antes de retroceder miró por un momento los senos.
—De acuerdo. Pero te deseo, María. Recuerda que tengo que conjurar un
fantasma.
—Quieres castigarme —lo corrigió; su voz apenas fue algo más que un susurro.
—También eso, tal vez. Sólo que no puedo, ¿verdad? Porque tú también me
deseas. Juntos, tenemos algo que puede derribar barreras, ir más allá de los límites
que debes de haber aceptado en tu aventura con Jones, pues sospecho que él sólo es
capaz de la clase más reducida de pasión.
—¡No tienes la más mínima idea de mi relación con Florian!
María no le daría explicaciones.
—Sé que al pensar que él es digno de ti, tú te vuelves digna de él —expresó
Luke con total desprecio.
—Lo cual a ti te hace igualmente indigno —contraatacó María.
—Ah, sí. Si conociera otra manera de llevar a cabo este exorcismo, como tú lo
llamaste apropiadamente, ¿crees que te tocaría?
—¡Fuera!
El desprecio que él le mostraba se volvió insoportable.
—Tenemos que ir mañana por la noche al teatro Hoover —le recordó Luke—.
Te haré saber a qué hora pasaré por ti. Buenas noches.
Cuando él se fue, María se dejó caer de rodillas sobre uno de los tapetes del
vestíbulo y se ocultó el rostro con las manos, pero no para llorar.
Ahora sabía, al fin y con absoluta claridad, por qué siempre había reaccionado
con tanta intensidad ante Luke Scott. Debió percibir, inconscientemente el potente
efecto que él podía ejercer sobre ella.
Luke había devastado sus sentidos, pero también su amor propio, su voluntad
de independencia, e incluso su ira y su odio, mientras estuvo tocándola.

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Tenía que asegurarse de que no volviera a tocarla.


Pero, ¿cómo?
El calor de la humillación ascendió a la superficie de su piel y ella tomó
conciencia de dónde se encontraba y qué hacía, arrodillada allí con el pecho aún
desnudo y en actitud de desesperación y derrota.
Furiosa, se levantó y fue a su dormitorio, luego se dirigió al cuarto de baño para
prepararse para dormir. Pasaba de la medianoche, así que era el comienzo del
domingo, y los domingos en Taiwan no se parecían mucho a los domingos en los
países que conocía hasta entonces. Oficialmente no empezaba a trabajar sino hasta el
lunes, y pensaba comenzar con una reunión con todos los empleados disponibles de
la emisora, pero entre ella, Cavell y Penny Seu Chen habían logrado llenar la mayor
parte del domingo con sus planes.
Encendió el radio del dormitorio y sintonizó su nueva estación. El disc-jockey
ponía cintas de jazz y fusión y tomaba algunas llamadas de oyentes trasnochadores.
Pero por una vez en su vida ni siquiera su amada radio podía distraerla. Luke
Scott pronto regresó a sus pensamientos, así que pasó un largo rato antes de poder
dormiste. Había apagado el sistema de aire acondicionado del apartamento y
durante un momento trató de convencerse de que era la humedad inacostumbrada lo
que la ponía tan inquieta, pero en realidad no lo creía. Por la mañana, los ojos que la
miraban desde el espejo del cuarto de baño tenían un aspecto sombrío.

Luke le llamó temprano para decirle, concisamente, a qué hora iría a buscarla
esa noche, y aunque María respondió con resentimiento, no hizo objeciones, pues los
empleados de la emisora de radio habían recibido entradas de cortesía para asistir a
la primera presentación, en Taiwan, de un famoso cantante estadounidense.
Acababa de terminar de vestirse cuando Florian y Nicky llegaron para
mostrarle algunas fotos de Joni Jones, la hija de Florian.
—Estás hermosísima, María —comentó Nicky, magnánima, también ya vestida
para el concierto, aunque Florian aún tenía que cambiarse de ropa.
María miró el conjunto de color esmeralda que Nicky llevaba puesto y sonrió.
—Tú también, ¡así que me alegro de no ser la única! No sabía si lucir esta ropa,
pero Cavell me dijo que no causaría escándalo.
—Sólo sensación.
—Eso es lo que busca ella.
—Joni es una muchacha linda, ¿verdad? —declaró Florian, mirando con
indiferencia la ropa de María antes de exclamar—: ¡Oigan, tengo una idea! ¿Tienes tu
cámara aquí, María? Tómame una foto para ella. Tú también puedes aparecer, Nicky.
—¿No es magnánimo, Nicky? —bromeó María, irritada por la orden
determinante—. ¡Dejarte que compartas la primera plana de la actualidad! No seas
niño, Florian.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—¡Oh, vamos, María! Saca tu cámara. No me tardaré nada.


—Y contendrás la respiración hasta asfixiarte, si no lo hago, ¿verdad?
Nicky Kai rió en respuesta a la mirada de arrepentimiento que María le dirigió.
—No, estará molestando hasta que te rindas de hastío y quizá nos haga llegar
tarde al teatro.
—Ya recuerdo —dijo María con emoción, y miró con hastío a Florian mientras
ella salía de la habitación.
—En el sofá —sugirió Florian, cuando María regresó con su cámara nueva.
—Tengo que informarle a Rachel de mi nueva dirección —se dijo María
mientras Florian se preparaba.
—Luego puedes enviarle la foto con tu carta cuando le escribas —expresó
Florian en el momento en que sonaba el timbre de la puerta.
María se puso rígida.
—Ese debe ser Luke Scott… Me acompañará otra vez.
—Nicky y yo no te quitaremos el tiempo. No te preocupes —le aseguró Florian
a María—. Por lo general somos bastante civilizados cuando las circunstancias hacen
inevitable un encuentro. Ve y hazlo pasar, Nicky, mientras María toma rápidamente
algunas fotos.
Con manos temblorosas, María tomó las fotografías, las cuales saldrían
borrosas. Dejó la cámara de prisa, cuando Nicky entró en la sala con Luke.
Este saludó a Florian con frialdad; sin embargo, le dirigió una mirada ardiente a
María mientras murmuraba algo imposible de entender.
—Estábamos tomándonos fotos para mi hija —explicó Florian
despreocupadamente mientras se ponía de pie, señalando las fotografías de Joni que
se encontraban sobre la mesita de café—. Es ahijada de María. A propósito, usted
podría echarnos una mano, si a María no le importa prestarle su querida cámara.
Papá y las dos mujeres de su vida. Vengan aquí, muchachas.
María era la que se encontraba más cerca de Florian, así que éste la rodeó con
un brazo y alargó el otro hacia Nicky.
—No ha sido la más brillante de tus ideas, Flo —aventuró María a decir
agriamente y se apartó de él evitando la mirada de Luke.
—Es de las peores —añadió Nicky con calma—. No está bien.
—No me importa —dijo Luke con indiferencia.
—¡Oh, las dos están preocupadas por la cantidad de piel que mostrarán, como
si a Joni le importara! —exclamó Florian alegremente.
—A Rachel y a sus padres si podría importarles —replicó María. Florian hizo
una mueca pesarosa.
—De todas maneras, deberíamos regresar arriba, pues aún tienes que cambiarte
de ropa —indicó Nicky—. Como de costumbre, tal vez lleguemos tarde.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—Como siempre llegaba a tiempo a mi programa de desayuno, considero que


tengo derecho a llegar tarde a todo lo demás —dijo Florian, adoptando ahora su voz
de superestrella consentida; María no pudo evitar sonreír con burla.
—Sí, me reí mucho cuando me enteré de que estabas haciendo un programa
matutino. En Sydney, según recuerdo, nunca te levantabas antes del mediodía.
Una mirada a Luke obviamente hizo que Florian cambiara de opinión en cuanto
a la pulla que iba a decir.
—Soy un hombre que ha cambiado —afirmó—. Nos vamos. Nos veremos con
todo el equipo, ¿no? No te olvides de mandar a revelar esas fotos y enviarlas, María,
mi amor.
Cuando se fueron, María volteó hacia Luke, pero por fortuna él estaba mirando,
con expresión inescrutable, las fotos que Florian había dejado.
Tomaba conciencia de él, lo cual la debilitaba. Se sentía enferma y los nervios
formaban un nudo en su estómago. Existía una verdadera amenaza, pues respondía
a él físicamente. Resultaba vergonzoso ser tan consciente de la presencia de un
hombre que la despreciaba y a quien ella odiaba.
Se estremeció un poco.
Casi saltó cuando Luke levantó la vista de pronto y la miró. Su sonrisa era como
una navaja, brillante y mortal.
—El arreglo está mejor de lo que pensé, con todos esos detalles domésticos. Y tú
eres en realidad madrina de la niña. ¿De quién fue la idea?
—De Rachel —respondió María en tono tranquilo, pero sarcástico; aunque
todavía temblaba—. Ya me imaginaba que interpretarías tan sórdidamente todo esto.
—¿Aceptas que es sórdido? Me pregunto qué pensará la niña, de todo esto,
cuando crezca. "Papá y las dos mujeres de su vida" —repitió las palabras de Florian.
—¡Oh, por amor de Dios! —exclamó ella—. Florian habla así cuando está alegre.
Es esa ligereza lo que les gusta a los oyentes.
—¿Excusas de pronto? ¿Explicaciones? —inquirió Luke con ironía—. Ayer no
importaba lo que pensara.
—No importa ahora. Por eso no voy a darte ninguna explicación más —afirmó
ella glacialmente.
—Entonces, si estás lista, vámonos, pues supongo que no me ofrecerás una
bebida antes de salir.
—Estoy lista.
—Sí.
Los ojos negros recorrieron el conjunto de María que la hizo dudar, pero que
era modesto en comparación con el de Nicky Kai.
—Cavell Fielding lo aprobó —comentó María y le disgustó su obvia actitud
defensiva.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—Oh, es perfecto para lo que se requiere —reconoció Luke con sarcasmo—.


Aunque perturbador.
La manera en que siguió mirándola hizo que María sintiera la piel caliente.
—Quiero dejar absolutamente clara una cosa, Luke.
—¿Sí?
—No soy sacerdote.
Él alzó las cejas.
—Nunca dije eso.
—No hago exorcismos.
Luke se mostró divertido un momento, pero luego apareció un destello
despiadado en sus ojos.
—¿Por qué no? ¿Cuál es la diferencia? Pasión como exorcismo o pasión como
liberación y renovación de energía, lo cual es tal vez todo lo que el supuesto acto de
amor significa para tu amante de arriba, si sus parejas son tan intercambiables… —
encogió los hombros—. Sabes que no puedo prometerte lo que quieres, María, sobre
todo ahora. Desde que llegaste, pero particularmente desde anoche, la obsesión se
convirtió en posesión, el fantasma en un demonio.
—¡Oh, muy dramático y bíblico! ¿Se supone que debo sentirme intimidada o
sólo impresionada? —replicó María con mordacidad—. Crees realmente que vas a…
ganar esto, ¿verdad?
—Sí. Si antes tenía dudas, tú terminaste con ellas. La lujuria puede ser una
compulsión fuerte, ¿verdad? Sé muy bien que eso puede pesar más que todo lo
demás… como la aversión que siento por ti y la manera en que me desprecio, por
ejemplo.
—¡Pero no el odio, Luke! —exclamó María; su voz tembló con la fuerza de la
rabia y el resentimiento que le provocaba su arrogancia—. Ni siquiera sabes todo lo
que me hiciste hace seis años. No sólo se trataba del trabajo, ni de tener que dejar el
curso de comunicaciones…
—Sino separarte de Jones —agregó él con sarcasmo.
Ella lo miró fijo. Estaba pálida, furiosa.
—¿Estuviste al lado de tu padre cuando murió? —preguntó María.
—Sí.
—¡Yo no estuve al lado del mío! ¡Eso fue lo que me hiciste! Me quitaste la
posibilidad de estar junto a él, y junto a mi madre, pues en ese tiempo no había
empleos en la radio en Johannesburgo, así que tuve que irme a Durban. Por eso te
odio, Luke. Eso es lo que nunca te perdonaré.
Él endureció su expresión.
—En realidad no me interesa mucho el aspecto emotivo de la vida familiar,
María —declaró con brutalidad y dirigió la mirada hacia su reloj—. ¿Nos vamos?

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Capítulo 4
—¿Que hiciste hoy? —le preguntó Luke a María.
—Un par de entrevistas por la mañana; después me reuní con Penny Seu Chen,
quien me guió por nuestro edificio, por los estudios y las oficinas para mostrármelos
y volvimos a arreglar algunas cosas. Comienzo a trabajar, como es debido, mañana.
Cuando salieron del teatro, Luke le preguntó si quería ir a comer a algún lado,
pero, ella quiso irse a casa, donde podría encontrar algo en el frigorífico.
Trabajar al día siguiente…
La aprensión que sentía le paralizaba el cerebro, atontándola.
Allí se encontraban, una vez más, haciendo el mismo recorrido entre el ascensor
y la puerta del apartamento de ella, una caminata demasiado corta para resolver
dilemas o llegar a decisiones. María pensaba que estaba tensa la noche anterior, pero
ahora no sabía lo que Luke podía hacerle.
La tensión era un tormento sutil. Se sentía como si estuviera en una pesadilla.
María había pasado la tarde resentida después de que él; insensible, no quiso
hablar de la muerte del padre de ella, pero ahora las frases bíblicas que Luke empleó
antes, resonaban en su cerebro y aumentaba su agitación. A Luke le gustaba que ella
fuera indecisa y aprensiva, pues así él reforzaba su poder y esto formaba parte del
castigo.
Llegaron hasta la puerta y María volvió la vista hacia Luke y dijo lo que era
necesario decir:
—No.
La sombra de Luke cayó sobre ella y un traicionero parpadeo de anticipación
agitó sus sentidos. Era casi como si Luke estuviera tocándola ya… pero sólo era su
sombra.
Pasaron segundos antes de que él respondiera. Entonces una sonrisa irónica
iluminó su cara.
—Sí, estoy empezando a aceptar que piensas luchar. Pero yo debí actuar hace
seis años; debí tomarte entonces, cuando eras vulnerable en tu confusión, como
suponía, enredada con un hombre recién casado, presuntamente por primera vez, y
sin saber qué era lo que sentías por mí, porque estaba seguro de que Jones era todo lo
que querías. Tal como resultaron las cosas, no eras tan vulnerable, pero entonces la
confusión era real porque todo era completamente nuevo para ti, así que pude
tenerte entonces.
María permaneció allí, odiándolo, pero no por algo que Luke le hubiera hecho
en el pasado. No era un momento para recordar un empleo perdido y unos padres
que se dejaron en casa. Lo que María odiaba era la burla de Luke cuando reconocía el
poder que ejercía sobre ella, entonces y ahora, aunque en realidad Luke fue
considerado y clemente al dejarla en paz seis años atrás. No habría podido hacer
frente a la situación entonces. No estaba segura si podría hacerlo ahora.

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—Vete —lo apresuró ella.


—Sí, me iré, porque mañana es tu primer día en un trabajo nuevo y porque yo
puedo esperar, ahora que estoy seguro de ti. Pero, mientras tanto, puedes informarle
a Jones que él tendrá que esperar. Yo no comparto, María, así que va a tener que
posponer la reanudación de su aventura hasta que yo haya acabado contigo.
—¡No tengo que escuchar esto! —herida por sus insolentes palabras, María
metió la llave en la cerradura con dedos violentos y temblorosos—. Hasta que hayas
acabado conmigo…
—Por desgracia no puedo decirte cuánto tiempo tardará —dijo Luke con burla
mientras María abría de un empujón la puerta—. Pero te prometo que no tardará ni
un momento más de lo necesario.
—¡Necesario para ti! Mis necesidades y mis deseos no entran en esto.
Él hizo una mueca.
—¿Tus necesidades? Tuviste toda la consideración que pude darte, mucho más
de lo que te merecías, hace seis años. Era un masoquista entonces. Pero no ahora. Tus
necesidades son mis necesidades, a menos que pienses que las tuyas durarán más
que las mías.
—La única necesidad que tengo en lo que a ti se refiere es que me dejes en paz,
Luke… —se paralizó un momento cuando él levantó una mano y le pasó los dedos
por entre el cabello—. Me mentiste. ¡No me toques!
—No, no te mentí, María.
Pero cuando ella retrocedió dos pasos, Luke la siguió hasta el vestíbulo del
apartamento débilmente iluminado por la lámpara que ella había dejado encendida.
—Dijiste…
La voz de María se apagó mientras Luke deslizaba la punta de un dedo por sus
labios. Pero cuando él inclinó la cabeza, Luke hizo caso omiso de la boca femenina y
depositó sus labios en el seno derecho de María, cubierto por la gasa. Un beso
exigente que envió un disparo de sensaciones eróticas al centro de su femineidad.
Cuando el calor húmedo de los labios que acariciaban el seno atravesó la
delicada tela de la blusa, María tuvo que reprimir un quejido. El pezón se había
hinchado contra los labios de Luke. María se sintió doblemente degradada, por los
besos de él y por su propia respuesta.
Él había comenzado, pero ahora ella era una participante activa, ofreciendo
voluptuosamente su pecho al sensual ataque de los labios de Luke. Movimientos
espasmódicos agitaron todo su cuerpo mientras se estrechaba contra él.
María empezó a sudar en una explosión de calor. Ya no pudo contenerse y echó
la cabeza hacia atrás.
Fue entonces cuando Luke decidió poner un fin. Levantó la cabeza y examinó el
tenso rostro de María.

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—No te mentí —repitió, apretando los labios. La soltó de la cintura y retrocedió


—. Ya me voy. No voy a volver a tocarte esta noche, porque la próxima vez que lo
haga, continuaré tocándote. Lo sabes, ¿verdad?
Ahora que Luke la miraba así, cuando una combinación de deseo y aversión
endurecía los rasgos de su rostro y sus labios tenían un aspecto más sensual, María
no tuvo problemas para creerle. La amenaza era real, más potente que nunca.
—¡Fuera de aquí! —ordenó ella con voz ronca.
—Nos veremos después —le advirtió Luke despreocupadamente y sonriendo.
Luego se fue.
María cerró con llave la puerta y se quedó de pie, tratando de dominar su
respiración y controlando sus acelerados pensamientos. Bajó la vista y la fijó en su
pecho. Sintió calor en la piel cuando vio el círculo transparente y húmedo que
dejaron los labios de Luke. La delgada tela de la blusa revelaba el pezón erecto.
¡Maldito!
La ira la obsesionó, pero luego, María se regañó, desconcertada y sintiendo
vergüenza. ¿Cómo pudo hacerlo? Por amor propio debió mostrarse indiferente hacia
Luke.
La mujer en que parecía haberse convertido, durante el curso de un fin de
semana, no se parecía nada a la imagen mental que siempre había tenido de sí
misma. No era frígida, pero tampoco era esclava de las tentaciones carnales, pues
siempre le había dado más importancia a la estimulación mental y emocional que a la
física.

Durante los dos días siguientes descubrió que tenía que ser cuidadosa para no
pensar en Luke Scott. Sin embargo, era muy difícil olvidarlo una vez que entraba en
sus pensamientos.
Cuando volvió a verlo, el miércoles, María esperaba que así sucediera en vista
de los sucesos de la tarde anterior…
—Sí —le confirmó Luke con mofa cuando entró en la oficina de María después
de que Penny Seu Chen anunció su presencia—. ¿No le advertiste a Jones que tendría
que esperar un tiempo?
Como María ya esperaba algo así, pudo enfrentar la situación con cierto grado
de control.
—¿No vas a olvidarte de eso, Luke? Te divertiste durante el fin de semana a mi
costa. Eso debió ser suficiente.
Sin embargo, sabía que Luke Scott no había terminado con ella.
—¿Cómo aplacaron a Nicky Kai? —preguntó ignorando a María.
—Nicky iba a asistir a una especie de banquete oficial. Tengo entendido que eso
ocurre frecuentemente: la belleza de Taiwan puesta en escena para impresionar a los
estadistas visitantes. Por lo general, a Florian no lo invitan, y cuando lo hacen, no va.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Cuida su imagen "antisistema". Anoche tenía que escoger entre una noche tranquila
en casa y un concierto al aire libre. Me invitó y yo acepté. Con el conocimiento y
consentimiento de Nicky. ¿Satisfecho?
María sonrió con frivolidad, desafiante. Luke Scott no merecía ninguna
explicación. No tenía ningún derecho a ello.
Pero sabía que el encuentro iba a producirse puesto que ella y Florian habían
atraído la atención de los fotógrafos encargados de informar sobre el concierto, que
había tenido lugar en uno de los principales estadios de Taipei, la noche anterior.
—Los excesos juveniles, ¿verdad? —sugirió Luke con sarcasmo, acercándose al
escritorio de María. Ella se había puesto de pie cuando Penny le dijo que Luke se
encontraba allí—. Pero quizá fue un momento nostálgico para los dos, ¿no? ¿Te llevó
a aquel concierto en Zimbabwe y a todos los demás?
María respiró hondo y luego expulsó el aire poco a poco.
—La nostalgia nada tiene que ver en esto —afirmó ella.
—No, quizá no, puesto que eso suele ser una respuesta a las cosas perdidas, o
terminadas, y tú todavía tienes a Jones —admitió Luke.
—Como amigo y colega.
Luke no se tomó la molestia de ocultar su incredulidad.
—Entonces, si no es nostalgia, ¿qué significó para ti?
—Significara lo que significara, eres la última persona con quien compartiría
mis pensamientos y sentimientos —dijo María, enfurecida por el escepticismo que
advirtió en los ojos de Luke.
—Entonces comparte la información. ¿Desde cuándo lo conoces?
—Desde que era adolescente…
¡Oh, Dios!, ¿por qué le daba explicaciones a Luke, como si tuviera derecho a
saberlo? No lo tenía.
—Cuando descubrieron que tenían cosas en común… ¿Qué cosas,
precisamente?
—Nuestro interés en la radio y el hecho de que tanto su familia como la mía
eran inmigrantes recientes en Sudáfrica… ¡eso es todo!
Se despreció a sí misma por ponerse tan a la defensiva, pero quizá si Luke
entendía, la dejaría en paz. Sin embargo, María vio que su explicación no hizo que se
suavizara la expresión de él.
—¿De verdad merece él la pena, María? Supongo que sí, pues de lo contrario no
estarías aquí.
El momento de debilidad había pasado, así que María levantó la barbilla.
—Estoy aquí porque quería este trabajo —respondió. Incluso eso era una
especie de explicación, comprendió tardíamente—. Y me gustaría ponerme a trabajar
ahora, si no te importa.

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Luke la miró en silencio durante varios segundos, después hizo un ademán


agitado.
—¿Y cómo va eso? —preguntó, aún hostil.
—Estoy satisfecha con el trabajo —respondió María con cautela.
—¿Y crees que la gente de aquí esté satisfecha contigo?
—Me parece que sí. Aunque no soy tanto yo sino mis ideas las que tienen que
satisfacerlos, pues una falta de apoyo obstaculizaría o incluso impediría su puesta en
práctica… pero aquéllos con los que las he sometido a discusión han puesto menos
resistencia de lo que esperaba.
—¿Por qué habrías de esperar resistencia si tus ideas son buenas?
Ahora Luke mostraba interés en ella como una persona con opiniones y
actitudes profesionales propias, y no como un cuerpo femenino el cual deseaba
poseer. María respondió con alivio:
—Porque cualquier cambio, aunque positivo, requiere de ajustes, y la mayoría
de la gente se siente más cómoda con lo conocido.
—Y los tuyos serán cambios positivos —la alabó, pensativo—. Sobre todo me
gusta la idea de que estés disponible durante una hora una vez por semana, de modo
que los oyentes puedan llamar y participar con sus críticas, quejas y sugerencias.
—Y un poco de alabanzas muy de vez en cuando, deseo; aunque he aprendido
a no esperarlas —rió con más naturalidad que antes—. Comencé un programa
similar en Wellington, pero entonces lo hacía a la misma hora y el mismo día cada
semana. Aquí quiero variar las horas de trabajo para poder tener una verdadera
muestra representativa de nuestros oyentes.
—Sí. Planeas programar cada hora al menos un tema musical que esté causando
verdadera excitación en la localidad —continuó Luke.
—Con tal que satisfaga los requisitos de toda la música que difundimos y que
esté de acuerdo con el gusto del público, aunque es inevitable que las opiniones
variarán, considerando sobre todo que no somos una emisora con programas
especializados.
Luke observaba las expresiones que aparecían en el rostro de María mientras
ésta hablaba: decisión, entusiasmo y simple placer por los desafíos que le presentaba
su trabajo.
—Te encanta la radio, ¿verdad? —preguntó él.
—Sí.
—La radio es un medio de comunicación anticuado —sonrió.
—Pero nunca será obsoleto —dijo María con firmeza.
—Yo no estaría comprometido con tantas emisoras si no pensara así. ¿Cuánta
gente se ha referido a la radio como el teatro o la televisión de la mente? Yo mismo
soy un oyente de toda clase de estaciones de radio. Me estimula la necesidad de
utilizar la imaginación.

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—Llega a más gente que los demás medios de comunicación —afirmó María—.
En países donde existen grandes poblaciones rurales que todavía viven en
condiciones del Tercer Mundo, la radio suele ser una de las posesiones más
preciadas.
—Y muchas veces el único vínculo con los sucesos del mundo —agregó Luke,
mirando su reloj—. Sin embargo, nunca has querido estar detrás de un micrófono,
¿verdad? Podrías hacerlo. Tienes buena voz; fascinante, cuando no estás furiosa
luchando contra lo inevitable.
—Nada es inevitable. No, prefiero… trabajar en la radio —replicó María,
haciendo gestos expresivos—. Administración, producción… incluso asistiendo a los
ingenieros de estudio.
Luke le dirigió una mirada contemplativa.
—¿Vamos a comer? —la invitó.
María miró su propio reloj y luego a Luke. El gusto desapareció de su rostro.
Luke no la invitaba porque quisiera hablar de la emisora o extender la charla que
acababan de compartir. Esa perturbadora conciencia sexual caracterizó una vez más
su expresión y ella sintió que respondía.
—Voy a salir con uno de los locutores —se disculpó—. Va a mostrarme ese
museo del que me ha platicado.
—No se trata de Jones esta vez, ¿verdad? —de nuevo Luke hablaba con ironía
—. Sí, Cavell me dijo que estás recibiendo varias invitaciones.
—¿Me espías? —preguntó ella, burlándose, recordando que Cavell estaba con
ella cuando otro disc-jockey le había llamado para invitarla a un mercado que sólo
trabajaba de noche.
—Estás aprovechándote de ellos, María.
—¿Me culpas? —había algo cruel en su sonrisa.
—¿A qué le tienes miedo?
María vaciló. Su amor propio se revelaba. No iba a darle a Luke la satisfacción
de aceptar que tenía miedo…
Pero sí tenía miedo; de su propia y absurda reacción hacia él.
—A ti no, en cualquier caso. Además, el miedo no necesariamente tiene que ver
con todo esto —mintió.
Luke rió.
—Pareces aterrorizada en este momento. ¡Por Dios, mujer!, ¿qué te imaginas
que voy a hacer? ¿Perseguirte alrededor del escritorio?
Era lo que él haría si se daba cuenta de que la preocupaba, pensó María.
—Gritaría para pedirle auxilio a Penny, si lo hicieras —afirmó.
—Yo no juego esos juegos… pero debo decirte, ahora mismo, que haré que te
arrepientas si alguna vez tratas de meter a alguien más en esto —le advirtió con voz
suave—. Pero para contestar tu pregunta, ¿por qué habría de culparte? No es a mí a

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quien estás intentando utilizar, pero los demás bien podrían culparte cuando se den
cuenta de lo que has estado haciendo.
—¿No sería mejor, entonces, que les advirtieras de mí? —se burló con
amargura.
—¿Para qué? Son adultos con experiencia, no jovencitos inocentes —expresó
Luke, despreciativo—. Supuestamente se sienten atraídos hacia ti, así que las
advertencias las debes hacer tú. Sólo hay una que parece pertinente en estas
circunstancias: ¿ya les dijiste a todos que tendrán que esperar su turno?
—¡Oh, de acuerdo! Todos esos hombres esperan formados para… ¡para
tenerme! —exclamó María, echando chispas por los ojos—. Estoy empezando a
lamentar la existencia de este escritorio entre nosotros, Luke.
—Entonces ven a darme una paliza, María —la invitó él, alargando una mano.
Pero ella recuperó la cautela para responder de manera directa a sus burlas.
Sabía cómo terminaría cualquier contacto entre ellos, por muy agresivo que fuera.
—Si los demás hombres se sienten atraídos hacia mí, es porque ven más de mí.
No se limitan a un sólo aspecto, como tú lo haces, Luke —alzó la barbilla
impetuosamente, en un gesto de orgullo inconsciente, casi de arrogancia, mientras el
desdén endurecía su expresión—. Pero entonces quizá tú estás limitado, y no hay
nada que puedas hacer al respecto.
La expresión de Luke reveló una rabia violenta. Él dio un paso para acercarse a
María, pero recuperó el control de sí mismo.
—Ellos no saben todavía lo que eres. Sin embargo, me parece que sólo te sirven
como una especie de escudo. Pero, ¿qué me dices de Florian Jones, María? ¿Qué
haces por él?
Sorprendida, María descubrió que sus insultos no sólo le provocaban ira,
también tenían el poder de afligirla.
—Más de lo que haría por alguien tan unidimensional como tú. En realidad es
una versión clásica de la vieja historia, ¿verdad? ¡Sólo estás interesado en una cosa!
Él sonrió.
—¿Qué más hay? Aunque quizá más bien debería preguntar ¿qué puedo hacer
por ti?
—¡Absolutamente nada!
—También eres mentirosa —comentó Luke, cáustico—. Los dos sabemos lo que
podemos hacer el uno por el otro, así que ¿para qué toda esa resistencia desesperada,
cuando es evidente que está destrozando tus nervios? ¿Siempre llevas la contraria?
Esta vez ningún altruismo absurdo, sin sentido, me frena. Y tú, desde hace mucho
tiempo, debiste descartar cualquier idealismo que te hiciera creer que tenías que serle
fiel a Jones, puesto que afirmas haber tenido al menos otra relación, además de la que
tienes con él. Somos libres de dar rienda suelta a lo que existe entre nosotros,
entonces, ¿por qué no aceptar lo inevitable?
María bajó la cabeza un momento. ¿Era inevitable?

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Luego volvió a mirar a Luke. Ahora el dolor formaba parte de su respuesta


hacia él. Era un dolor incesante, sin respiro.
—¿Por qué…? —repitió ella apasionadamente—. ¿En serio necesitas
preguntarlo, Luke? Cuando me hablas así, dando a entender que soy… ¿Y por qué
no decirlo? Hay muchas palabras anticuadas que se me ocurren, algunas de ellas
aparecen en la Biblia.
—No necesariamente se aplican a ti, sino sólo muy vagamente. Pero, ¿qué es lo
que tomas a mal, María? ¿El hecho de que me doy cuenta de lo que eres? No puedo
fingir. ¿Qué quieres? ¿Que te corteje? ¿Crees que lo mereces?
—¡No quiero nada de ti, Luke!
Él empezó a acercársele. María también se movió pero para apartarse.
—¿Adónde crees que vas? —preguntó Luke, alargando una mano para
detenerla.
—Abriré la puerta para que puedas irte —expresó.
Luke la atrapó y la abrazó por la espalda y la atrajo hacia sí. La respuesta que
María temió empezaba ya a debilitarla, pues el calor de él la envolvía.
—Me iré cuando esté listo. Lucha si crees que tienes que hacerlo, María, pero no
mientas así. Ni siquiera te engañas a ti misma, ¿verdad? Me deseas.
—No…
Luke había inclinado la cabeza y le hablaba al oído, sin dejar de sujetarla por la
cintura. El cautiverio era un tormento. María suspiró, estremeciéndose.
—¿No?
La fascinación la mantenía inmóvil y callada mientras observaba la mano de
Luke que se deslizaba por su cuerpo. Luego cerró los ojos con dolor, resistiéndose,
como si al no ver la mano pudiera evitar lo que era obvio que sucedería.
Después de una dolorosa pausa, Luke empezó a acariciarla íntimamente. Ella se
estremeció con violencia y luego se puso rígida.
—¡Sexo!
María se apartó y se volvió para mirarlo a la cara.
—¿Qué otra cosa? —contraatacó Luke, de pronto con expresión ceñuda y no
triunfante.
—¿Y tú esperas que ceda a algún deseo biológico? ¿Crees que no tengo amor
propio?
—¿Amor propio? —esbozando una sonrisa burlona, caminó hacia la puerta—.
Todos lo tenemos en algún grado, pero en nuestro caso es difícilmente necesario
como moderación. ¡Por Dios!, ¿crees que me acercaría a ti, hablaría contigo sobre eso,
te tocaría, si no supiera con seguridad que me deseas tanto como yo te deseo?
María guardó silencio. Luke sabía lo que le hacía. Incluso lo supo seis años
atrás, antes que ella.
—Quieres castigarme —afirmó inexpresiva.

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—Mencionaste el castigo antes, así que quizá piensas que lo mereces —pareció
inquieto—. Eso no es lo que quiero, María, y aunque así fuera, ¿qué crees que soy? Te
deseo y creo que tienes una deuda conmigo, pero desearte no me ha hecho perder el
equilibrio, como piensas. Que pierdas el tiempo con un hombre como Jones no es un
delito, y yo no tengo derecho a castigarte por ello.
—Sin embargo, lo haces con palabras, o tratas de hacerlo. Las referencias
constantes a… a lo que crees que soy… —hizo una pausa y luego dijo lo único que él
necesitaba oír—: No me acostaré con un hombre que no me respeta.
—Un hombre a quien odias, no lo olvides —recordó él con burla.
—¡Sí! —exclamó, echando chispas—. ¿Crees que podría olvidarlo? ¡Nunca lo
olvidaré, Luke!
—Ni lo perdonarás. ¿Sabías que tu padre estaba muriendo cuando te fuiste de
Johannesburgo?
—¡Sí, maldito! —angustiada, María recordó el dilema en que estuvo, pero Luke
no pareció compungido.
—No te hice eso, María, como afirmaste la otra noche. Pudiste elegir quedarte
en Johannesburgo.
—Pero no en la radio —afirmó resentida y bajó la vista un momento, al sentirse
culpable.
—Sólo habría sido una interrupción temporal en tu carrera —señaló él sin
piedad.
—¡Oh, Dios! ¿Crees que no lo sé…?
Hacía años se las había arreglado con ese sentimiento de culpa, pero ahí estaba
él, reviviéndolo con su lógica implacable. Necesitaba recordar que él mismo había
sido responsable de que ella se hubiera visto frente a esa terrible elección.
Luke se acercó a la puerta.
—Hasta el viernes por la noche. Cavell me dijo que te invitaron a la ceremonia
de premiación y que le pidió a los organizadores que nos sentaran juntos. Iré a
buscarte.
—¿Qué más te dijo Cavell? —preguntó María, odiándolo—. ¿Sabe ella lo que
sucede…? ¿Por qué haces esto?
—El aspecto personal de esto nada tiene que ver con Cavell. Hasta luego.
Luke permaneció allí, unos segundos más, sin dejar de mirarla a los ojos. María
se preguntó cómo sería su suerte si alguna vez fuera lo suficientemente débil para
sucumbir ante la peligrosa atracción que Luke ejercía sobre ella.
Él exigiría y tomaría… todo.
Se estremeció. La expresión de Luke era de satisfacción cuando abrió la puerta y
se fue.
—Es muy apuesto, ¿no? —comentó Penny en voz baja, cuando entró en la
oficina de María, un minuto después.

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Penny tenía diecinueve años, la edad que María tenía cuando sintió por primera
vez la fuerza de la atracción de Luke. María miró con envidia e ironía a la joven,
deseando que ella hubiera reaccionado con tal despreocupación, con ese asombro y
admiración tan impersonales.
—Me parece que es peligroso —dijo María con frialdad.

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Capítulo 5
Un nuevo dilema había comenzado a atormentar a María. Si le decía a Luke la
verdad, si lo obligaba de algún modo a aceptar que ella nunca se había enredado con
Florian como él imaginaba, quizá pudiera evitar que siguiera persiguiéndola.
Lo sabía, pero el orgullo le impedía siquiera intentarlo… Sin embargo, quizá
tendría que hacerlo. Estaba permitiendo que Luke y sus opiniones le importaban,
pero ¿no debía importarle también su propia tranquilidad de espíritu?
Ya no sabía si podía permitirse pensar sólo en un aspecto particular de su amor
propio cuando había otras áreas mucho más vulnerables, susceptibles de sufrir un
daño terrible.
Hacer que Luke la escuchara… ¿Podría lograrlo? ¿Debería hacerlo?
Aún no lo sabía el viernes por la noche, cuando estaba sentada junto a Luke
compartiendo la mesa con Giles, Úrsula Estwick y una famosa actriz local, casada
con un político un poco menos famoso. Estaban en uno de los hoteles de lujo de
Taipei, en el amplio salón del segundo piso donde tenía lugar la ceremonia de
premiación, la cual estaba siendo televisada.
—Ningún baile se ha celebrado aquí —le comentó Luke a María, lacónico—. Se
ha utilizado sobre todo para convenciones y de vez en vez para ceremonias como
ésta.
En público él se mostraba cortés, de manera que nadie podría adivinar que la
presencia de ambos allí, juntos, no estaba dictada por consideraciones profesionales.
—Las ceremonias de premiación parecen tener más o menos el mismo formato
en todo el mundo —comentó María, manifestando cierta desilusión—. Sucesivas
parejas de celebridades, uno de los dos para abrir el sobre y leer en voz alta el
nombre del ganador, y el otro para entregar el premio; el público presente y el que
está en casa se divierten con los discursos de aceptación.
—Sin embargo, observarás que gran parte del entretenimiento se ajusta a los
gustos tradicionales chinos —expresó Luke, sonriente.
—Magos y acróbatas… ellos le dan variedad al espectáculo —reconoció María,
sonriendo también—. Me encanta la danza del dragón.
—Pero las personas, al igual que sus ceremonias, son esencialmente las mismas
en el mundo entero, ¿verdad, María?
La manera en la que la miraba, así como sus palabras y su tono de voz, la
impresionaron; así que se volvió hacia él, vacilante, insegura de lo que él decía o
preguntaba.
—Sólo personas —convino, áspera—. Seres humanos… ¡la mayoría de nosotros!
—¿Tienes dudas acerca de mí?

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—No, en realidad no —se burló—. Eres humano, aunque no estoy segura de si


lo sabes. Los seres humanos cometen errores, pero a ti nunca se te ocurre que puedes
estar equivocado, ¿verdad?
—¿Acerca de ti? Me parece que no. Además tú también eres humana, con todas
las contradicciones que eso implica… me odias al mismo tiempo que me deseas, por
ejemplo.
—No hablaba de eso —protestó María, recordando que debía mantener la voz
baja—. Pero ya que sacaste a colación el tema, ¿qué me dices de ti? Me desprecias…
entonces, ¿no te degradas al tener que ver algo conmigo? Pero quizá se trate de una
rareza de tu personalidad… tal vez encuentras placer despreciando a las mujeres con
las que te enredas!
La expresión de Luke se endureció.
—Estás equivocada, María. Todas mis relaciones anteriores han sido con
mujeres que me han gustado y a quienes he respetado.
—¿Todas? No fueron relaciones con mucho éxito entonces.
—Pero fueron relaciones —afirmó Luke con arrogancia—. Las disfruté mientras
duraron y terminaron de mutuo acuerdo, cuando llegó el momento de separarse, por
lo general porque tanto ellas como yo sabíamos desde el principio que no se trataba
de una aventura de toda la vida.
—¿Te refieres al matrimonio?
—Muchos matrimonios que he visto no han resultado ser aventuras de toda la
vida y aquellos que sí duran, muchas veces terminan causando más infelicidad que
la separación o el divorcio.
María lo miró con curiosidad, deprimida por su escepticismo.
—Y sin embargo debes seguir creyendo en el matrimonio, pues de lo contrario
no te repugnaría tanto la manera en que se supone que estoy enredada con Florian.
Luke torció los labios.
—Oh, muchos matrimonios comienzan con posibilidades tanto de éxito como
de fracaso, supongo, si no fuera por influencias externas; pero hay muchas mujeres
como tú que toman lo que quieren sin pensar en nadie más y luego mantienen esa
relación por mera costumbre o por pereza emocional.
—¿Como la relación que mantengo con Florian? —preguntó María con
amargura.
—¿No es cierto?
—¡No!
María pudo ver que él no le creía, así que volvió la cabeza hacia otro lado.
Para María, y quizá incluso para Luke, la noche tuvo un significado cuando,
después de haber cumplido con su deber como locutor, Florian Jones fue llamado a
escena como ganador en la categoría de radio.

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—No está mal para una emisora pequeña —comentó María, ofreciendo su
radiante sonrisa hacia una cámara de televisión—. Y para el próximo año habremos
crecido; tendremos muchas nominaciones y ganadores. Esto significará también un
torrente de anuncios nuevos.
—Ya te identificas por completo con la emisora, ¿verdad? —comentó Luke
mientras María intercambiaba sonrisas y ademanes de victoria con los empleados
sentados a otras mesas. Se preguntó si Cavell Fielding ignoraba los verdaderos
motivos personales detrás de la conducta de Luke.
De regreso con los asistentes, Florian, alegre, abandonó la falsa modestia y
constantemente se detenía para recibir felicitaciones de todos lados, pero cuando
María quiso levantarse para felicitarlo, Luke la tomó de un brazo.
—No —dijo Luke, retirando la mano cuando ella, con expresión agitada se
volvió hacia él—. No te vendría mal distanciarte un poco de él.
En lugar de calmarse ahora que Luke ya no la tocaba, María lo miró y
comprendió que la advertencia era personal, disfrazada como un consejo profesional.
Luke pensaba que ella estaba eufórica por su amante.
—Quiero hablar contigo —le dijo a Luke, luego de tomar una decisión.
Luke volvió a inclinarse hacia ella.
—Quiero llevarte a casa —replicó él en voz baja.
—Si no vas a escucharme, me iré a casa en taxi —afirmó, decidida.
—Si se trata de algo personal, entonces este no es el momento ni el lugar
apropiados —declaró—. Espera hasta que esto termine. No tardará.
Diez minutos después estaban libres, de pie en de la fila para los ascensores.
María se daba cuenta de que Luke la observaba, aunque ella se negaba a mirarlo a los
ojos. La hacía sentirse como si estuviera desnuda.
El ascensor en que entraron estaba atestado, lo que los obligó a permanecer
muy juntos. El roce de la manga del saco de Luke contra su brazo desnudo le
dificultaba a María tratar de pensar qué iba a decirle antes de que aceptara subir en el
automóvil, con él.
¿La escucharía? ¿Le creería? No le prestó atención en ocasiones anteriores,
cuando le dijo que no existía nada entre ella y Florian. Entonces, ¿por qué esa noche
habría de ser distinto?
Al darse cuenta de que el ascensor subía en lugar de bajar, ella sintió un vuelco
en el corazón. Miró furtivamente a Luke, quien permanecía inmóvil y muy seguro de
sí mismo a su lado, sabiendo que ella no podría protestar o hacer preguntas delante
de la gente.
Algunas personas seguían con ellos cuando llegaron al piso que él quería.
—¿Adónde me trajiste? —preguntó María, hundiendo los tacones altos en la
alfombra.
—Mi suite se encuentra aquí —señaló el pasillo—. ¿No sabías? Siempre me
hospedo aquí cuando vengo a Taipei.

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—Olvídalo… ¡no voy a hablar contigo en tu suite! —exclamó ella, irritada,


disgustada por la manera en que se dejó guiar por él.
Luke encogió los hombros.
—Supongo que puedes decir lo que quieras aquí, sólo no voy a quedarme para
oírte.
—¡Espera! —ordenó ella, furiosa, mientras él comenzaba a alejarse, obligando a
María a seguirlo si quería que la escuchara.
—¿No estás exagerando un poco? —preguntó él con frialdad, mientras
continuaba caminando—. ¿Qué sospechas de mí, María? No voy a echarme encima
de ti y seducirte en cuanto cerremos la puerta. Tendrás la oportunidad de decirme o
preguntarme qué es lo que te molesta, y yo te escucharé.
Dominada por las bromas, María llegó hasta él en el momento en que Luke
abría la puerta. Todavía no confiaba del todo en Luke y el brillo que advirtió en sus
ojos le indicó que él lo sabía.
—Deliberadamente no me advertiste a dónde íbamos —acusó ella, resentida.
—No creía que nuestro destino importara con tal de que fuera un lugar privado
—contraatacó Luke mientras encendía la luz, pero María no le creyó.
La amplia sala de estar de la suite era tan lujosa como todo lo demás que ella
había visto en el hotel.
—Siéntate —la invitó Luke—. ¿Quieres beber algo?
María negó con la cabeza, todavía tratando de ordenar sus pensamientos.
Obstinada, permaneció de pie, mirándolo y tratando de no reaccionar ante él.
—Te dije que quería hablar —le recordó.
—Y negaste que fuera algo personal —dijo Luke, pensativo—. ¿Qué te
preocupa? Si se trata de la protección de la que tantas parejas no se atreven hablar
porque les parece poco romántico, puedes estar tranquila. El sexo seguro es la regla
número uno.
María perdió los estribos.
—Estás suponiendo muchas cosas, ¿no? Para empezar, que tendremos una
relación sexual. No será así, y eso es lo único que quiero decirte. No aceptaré que me
acompañes a todos esos eventos a los que tengo que asistir como parte de mi trabajo,
si sigues tratándome como lo has estado haciendo. La manera en que me hablas, el
desprecio… no lo merezco, Luke. Vine a Taipei porque quería este trabajo, no para
estar con Florian Jones. No estoy comprometida con ese hombre de ninguna manera
personal, así que es un insulto para mí imaginar que lo estoy. Tendría que ser
increíblemente tonta, o tan superficial como él. Aparte de él mismo, las únicas
personas que le interesan son sus oyentes. Su relación con la radio es la única clase de
amorío auténtico que ha conocido. Trabajamos bien juntos, lo respeto como
profesional que es, puedo reír de sus bromas e incluso aceptar que quizá su talento le
da derecho a vivir según un conjunto de normas que la mayoría de nosotros ni
siquiera reconocemos como tales… ¡pero eso es todo!

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—¿Lo tomo o lo dejo? —preguntó Luke con sarcasmo, observando un momento


el ascenso y el descenso de los senos antes de mirar a María a los ojos y continuar con
calma—: Sí, de acuerdo, puedo aceptar eso. No podrías decir esas cosas acerca de él
si no fuera cierto; además, ¿por qué habrías de tomarte la molestia?
—Gracias —enfatizó María.
Eso lo hizo esbozar una sonrisa burlona.
—Has desarrollado la inteligencia que esperaba de ti —comentó—, y supongo
que tendrás una excusa por lo que eras a los diecinueve. Es una edad en la que
sentimos, pero todavía no pensamos. Sin embargo, parece que no aprendiste nada de
ti ni de Jones, durante estos seis años, desde la última vez que te vi.
María titubeó un momento. Comprendió que sin duda él seguía creyendo que
hubo algo entre ella y Florian, seis años atrás. Sin embargo, no era importante,
decidió. El pasado era el pasado. Además ella no tenía ganas de explicar algo más
que lo absolutamente necesario para poner fin a las cada vez más insoportables
pullas de Luke.
—No me interesa Florian —expresó—. Eso es todo, de verdad… Si no te
importa, me gustaría irme a casa ahora.
—¿Para qué molestarse ahora que estamos aquí?
Su voz adquirió una suave sensualidad y la manera cálida en que la miraba la
alertó. María casi maldijo en voz alta.
—Luke, no vine aquí para negociar contigo mi cuerpo en tu cama, a cambio de
aceptar la verdad y poner fin a tus constantes comentarios acerca de mi supuesta
aventura con Florian. ¡Olvídalo!
Luke endureció la expresión de su rostro.
—¿De verdad crees que estaba pensando en algo por el estilo? ¿Por qué habría
de hacerlo? Me dijiste lo que querías decirme y yo lo acepto, pero ¿qué más se
supone que debía cambiar? Todavía nos deseamos.
—¡Lujuria! —exclamó María.
Luke se echó a reír.
—¿Por qué tantas personas usan esa palabra como si representara algo
asqueroso?
No, la lujuria no era algo asqueroso, pues muchas de las aventuras y
matrimonios de sus amigos estaban fundadas en el deseo mutuo y algunas relaciones
habían permanecido así, sin fracasar ni convertirse en algo más complejo. Pero para
ella eso nunca podría ser suficiente, incluso al principio. Suponía que era una
idealista.
Se dio cuenta de lo cerca, que de repente, estuvo Luke de ella y sintió pánico.
—¡No puedo! —protestó, sin aliento… ¡como una tonta!
Eso lo divirtió.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—Porque tengo que demostrártelo, ¿verdad? Que acepté lo que me dijiste —


una expresión casi de resentimiento apareció en su rostro—. ¿Y cuánto tiempo será
necesario para convencerte, María?
María sonrió con pesar. Si ella era una idealista, él era un cínico. Sencillamente
no se le había ocurrido que la resistencia de ella a que se convirtieran amantes, quizá
se debía al hecho de que no se amaban.
La sonrisa pareció detener a Luke. Después de un momento, él levantó la mano
y deslizó el dedo índice por los labios de la joven.
—Sencillamente no quiero que me toques —afirmó María con desesperación,
desconcertada por el repentino sonido ronco de su propia voz.
—Y cuando logre convencerte, ¿podré ver más esto? La sonrisa… Sin ello, sólo
serías otra mujer hermosa, fascinante. ¿Sabías que se te forma un hoyuelo? —ella se
tensó—. ¡Y crees que te debo una prueba, cuando todavía me debes tanto!
Luke le puso la mano en el hombro. María lo miró fijamente, inmovilizada por
la fascinación que él ejercía sobre ella.
—Luke… —ahora su voz se había convertido en un susurro.
Los brazos de Luke la envolvieron, de manera que ella no pudo continuar.
¿Prisionera o víctima? María no lo sabía. Sólo sabía que una parte de ella se
alegraba de lo que sucedía, sometida a un peligroso deseo de entregarse a Luke.
—No sé si pueda hacerlo —murmuró él; sus rasgos se endurecieron debido a
alguna emoción compleja—. El tiempo que llevará…
María cerró los ojos, como si así pudiera protegerse del arranque de los besos de
Luke.
La presión de sus labios sobre los de ella revelaba seguridad, demandando
acceso a la boca femenina, lo cual ella aceptó, impotente, atrapada una vez más en la
magia negra.
Los labios se comunicaron calor entre sí. María deslizó las manos por la nuca de
Luke y luego introdujo los dedos entre los cabellos negros mientras exigía un beso
más apasionado.
Su cuerpo se estremecía, se curvaba y se apretaba contra el de él. La intimidad
con la que se besaban tenía un carácter posesivo. Cuando terminaron, tuvieron que
volver a besarse, esta vez con una urgencia que los llevó peligrosamente más allá de
la mera sensualidad.
El deseo envolvió a María. Ahora no tenía ninguna identidad, pues las
sensaciones que experimentaba la habían despojado de reservas; como la
inteligencia, la emoción y la conciencia de la realidad.
Cuando Luke la llevó hasta uno de los sofás, ella obedeció
despreocupadamente, dejándolo que la acostara allí junto a él, mientras que el
instinto o la experiencia lo guiaba hacia la cremallera del vestido.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Ahora ella tuvo una breve visión del rostro de Luke en el momento en que él le
deslizaba los tirantes del vestido. Las pestañas negras le cubrían los ojos, pero su
rostro estaba tenso y atento.
De pronto, él volvió a bajar la cabeza, el roce compulsivo de sus labios contra el
cuello femenino parecía rasparle la piel a María. La respiración de ella se volvió más
agitada y la expectación casi la hizo gemir en voz alta mientras Luke movía la mano
hacia arriba hasta llegar a los senos.
Casi con violencia, María alzó el cuerpo e inclinó la cabeza al mismo tiempo,
sus labios febriles buscaban los de él; abrasadores. Luke jugueteó sin piedad con los
senos, como si tuviera el derecho de hacerlo. Quizá ella le había otorgado ese
derecho. Manos y dedos tan delicadamente posesivos, acariciando la piel de ella,
apretando con sensualidad; quedando luego sólo el índice y el pulgar para tirar con
suavidad de un endurecido pezón. María se estremeció convulsivamente. El pequeño
éxtasis era agradable y atormentador a la vez, pero al final cruelmente engañoso,
porque no llevaba a ninguna resolución o tranquilidad, sólo a un deseo más intenso.
La pasión la dominó, rechazando distracciones, pensamientos y emociones. No
tuvo conciencia de que, con la cooperación de Luke, le había quitado la corbata; ni
tampoco de que con dedos frenéticos había tirado de los botones de su camisa.
Al sentir su masculinidad, el deseo llegó a un punto tan exquisito que casi se
convirtió en dolor.
Luke acarició la esbelta curva de la cadera femenina, haciéndola moverse de
manera involuntaria.
De pronto, él se quedó inmóvil como una estatua, pero siguió abrazándola.
—¿Debo detenerme, María? ¿Todavía quieres que te demuestre que creo lo que
me dijiste esta noche? Dímelo ahora o no podré hacerlo.
Por un momento ella no pudo reaccionar, no pudo responderle. Estaba en los
brazos de Luke, sintiendo la agradable rasposidad del cabello de Luke contra una
mejilla caliente.
Los labios de María se movieron para rogar, pero ningún sonido emergió. La
joven vislumbró el brillo de satisfacción en los ojos de Luke.
Era esa mirada, casi triunfante, la que hizo surgir el resentimiento, lo que
restableció la cordura. Débilmente, María pudo reconocer la generosidad inherente
en la pregunta de Luke, pero entre las emociones que experimentaba en ese
momento no había sitio para el agradecimiento.
—Sí, detente por favor —le pidió ella con voz ronca.
Ahora un sentimiento de frustración ocupó el lugar de la satisfacción. María se
sintió alarmada al darse cuenta de que, después de todo, Luke no había estado
hablando por ser generoso. La pausa, la pregunta, fue sólo una formalidad, la
simbólica petición de permiso que los hombres utilizan para protegerse contra una
diversidad de posibles acusaciones futuras.
La renuencia con que Luke la soltó, resultó palpable. Su expresión era hostil.
Cuando María se levantó, se regocijó de haberlo sorprendido.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Luke no esperaba que ella aún tuviera suficiente fuerza de voluntad para
rechazarlo cuando hizo la pregunta vacía, ritual.
María también se rechazó a sí misma, dolorosamente consciente del deseo de su
propio cuerpo por lograr la satisfacción. Se colocó los tirantes del vestido sobre los
hombros y luego subió la cremallera.
Luke también se había puesto de pie y la miraba con ojos brillantes.
—No sé si pueda esperar todo el tiempo necesario… pero como pareces creer
que tú puedes… —dijo él con ironía, encogiéndose de hombros. Su ademán fue
extrañamente despreciativo, pero decidido al mismo tiempo.
—Puedo esperar para siempre —dijo María, irritada.
Tenía que ser cierto.
Luke sonrió, como si adivinara la desesperación detrás de las palabras.
—Pero no te tardes demasiado —le advirtió él.
—Has olvidado algo —María sintió rabia contra sí misma porque también ella
lo había olvidado por un momento; agregó con voz temblorosa—: Te odio.
—Tampoco mis sentimientos han cambiado mucho —replicó con indiferencia.
Si eso era cierto, en realidad Luke no había creído lo que le dijo esa noche. Sin
embargo, eso no cambiaba el hecho de que nunca iban a convertirse en amantes.
Pero en el estado en que se encontraban en ese momento, los dos excitados
físicamente; ella no confiaba en Luke, ni en sí misma, en caso de que ella prolongara
su presencia allí, en la intimidad tentadora de la suite.
—Me voy a casa —dijo, inexpresiva, y añadió—: Sola, en un taxi.
—Sí, esta vez me parece que podría estar dispuesto a aceptar eso —reconoció él
—. Según me siento en este momento, creo que llevarte a casa podría resultar
demasiado tentador… para los dos.
Volvió a hablar en ese tono de confianza total… sin fundamento. Perturbada,
María se apartó de él mientras Luke empezaba a abotonarse la camisa.
—No es necesario que bajes conmigo —le aconsejó ella mientras caminaba hacia
la puerta y oyó la risa de él a sus espaldas.
—La tentación siempre está allí, pero es la intimidad lo que la hace irresistible.
Fuera de esta suite, en un ascensor, a pesar de las connotaciones afrodisíacas que han
entrado en nuestra tecnología moderna, y entre las multitudes de abajo. Estarás
completamente segura, María.
Segura. Ella no sintió alivio. Tuvo la convicción de que nunca volvería a estar
segura en el sentido en que Luke había utilizado la palabra. Y era menos por él,
quien la amenazaba, que por la fuerza de sus propios sentimientos.

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Capítulo 6
María había terminado de abrir su equipaje y se preparaba para tomar una
ducha cuando sonó el timbre de la puerta.
Sonriente, se puso una bata que había comprado apenas tres días antes. Era de
seda con un dragón multicolor bordado en la espalda.
Supuso que se trataba de Nicky Kai, ansiosa por oírla cantar una vez más las
alabanzas a su querida isla. Quizá Nicky aceptaría quedarse y compartir la cena
ligera que María estaba planeando para ella, ese domingo.
Al ver a Luke Scott, vestido con jeans y camisa de cuello abierto, desapareció la
sonrisa de su rostro; pero fueron la expresión y la actitud de él, las dos abiertamente
hostiles, las que la hicieron estremecerse de aprensión.
—Regresaste —expresó aún sorprendida por su repentina llegada.
Luke no le prestó atención.
—¿Completamente sola?
—Como ves —recuperándose un poco, logró parecer desafiante.
—Por supuesto, mañana es lunes y Jones vuelve a trabajar en la radio, así que
quizá piensa que no puede desperdiciar energía contigo esta noche —dijo Luke,
subrayando el insulto al mirarla con insolencia, como si pudiera ver a través de la
bata que ella llevaba puesta—. ¿O estás esperándolo ahora? ¿Por eso sonreías? ¿No
fue suficiente un fin semana para los dos, María?
—¡Sólo fingiste creerme! —lo acusó furiosa.
No había visto a Luke desde que salieron juntos de la suite del hotel donde él se
hospedaba y la acompañó a tomar un taxi, la noche de la ceremonia de premiación;
más de una semana antes. A la mañana siguiente de eso, él le llamó para informarle
que estaría fuera de Taiwan algunos días, pues un problema que requería su atención
personal había surgido en el estudio de grabaciones que tenía en Singapur. Su
ausencia no le impidió a María pensar en él, pero quizá se permitió creer que
permanecería fuera por tiempo indefinido. De ahí su sorpresa al verlo ahora, así
como la sensación de pánico.
—Si te creí o no, ahora es irrelevante —dijo Luke, entrando en el vestíbulo
mientras ella aún trataba de adoptar un estado de ánimo más adecuado a las
exigencias de la situación—. Tampoco lo es si me decías las verdad o si mentías. Es
bastante probable que me dijeras la verdad, pues no se me ocurre ninguna buena
razón para que me hayas mentido… Pero ya no se trata de la verdad, ¿eh? No sé por
qué motivo, pero decidiste continuar tu relación con Jones… ¿o fue sólo una cana al
aire, de fin de semana, para recordar los viejos tiempos? Todo lo que Penny Seu Chen
pudo decirme cuando regresé, el viernes al anochecer, fue que tú y él habían volado a
Hualien, donde pasarían el fin de semana.
Seguramente Luke se había dirigido a Penny para que le diera esa información.
Los Estwick se encontraban en Hong Kong; a Giles se le pidió que visitara la oficina

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central de uno de los principales patrocinadores comerciales de la emisora, para


finalizar los detalles de un concurso que la estación de radio debía organizar para
ellos, y Cavell Fielding también había partido hacia la colonia de la Corona, unos
días antes, luego de decirle a María que su regreso dependía de las instrucciones de
Luke. Las dos mujeres habían ido a beber una copa de despedida; habían trabajado
bien juntas.
Lo insultante del ataque de Luke hizo que María levantara la barbilla.
—Desde luego no se te ocurriría pensar que nuestro fin de semana pudo ser
algo inocente. Como el hecho de que, en primer lugar, fue idea de Nicky, pues ella
quería llevarme al desfiladero de Taroko, que es muy famoso. Se suponía que iríamos
los tres.
—Sólo que, para conveniencia de ustedes dos, Nicky se quedó en Taipei.
Además de que Penny me lo aseguró, anoche vi a Nicky en la televisión,
participando en un programa de charlas que siempre se transmite en directo desde
un estudio que se encuentra a dos manzanas de nuestro propio edificio.
—Ese programa fue precisamente el motivo por el que Nicky nos mandó solos.
La invitación le llegó con muy poco tiempo de antelación, pero ella no quiso
rechazarla, aunque insistió en que Florian y yo debíamos seguir nuestros planes.
—Muy conveniente, como te dije —se burló Luke.
—No tengo que darte explicaciones, ¡sobre todo cuando acabas de decirme que
la verdad es irrelevante! —estalló María.
De pronto se apartó de él y entró en la sala, sin saber por qué lo hacía, pero
llevada por una necesidad de alejarse de ese hombre y de la severidad de sus
acusaciones, las cuales no deberían importarle a ella porque a él sí.
No pudo escapar. Luke la siguió.
—¿No pudiste esperar, María? —preguntó él, irónico—. Te dije que regresaría,
pero quizá me tardé demasiado tiempo en hacerlo. Era inevitable, por desgracia.
Supongo que te impacientaste, al quedarte sola. Supongo que Jones fue tu primer
amante. La diferencia entre tú y la mayoría de las demás mujeres es que no muchas
de ellas tienen la oportunidad de ceder a la nostalgia.
—En vista de la opinión que tienes de mí, no te sorprenderá saber que salí con
dos de los hombres que trabajan en la emisora esta semana —dijo María, furiosa—.
Pero quizá sí te sorprenderá escuchar que logré resistir la tentación de echar mano de
mi talento para destruir matrimonios y salí con un hombre divorciado y un soltero.
Luke hizo ocaso omiso del sarcasmo.
—Saliste con ellos, pero eso es todo, ¿verdad? En realidad ellos no cuentan. Es
Jones quien se interpone entre nosotros —hizo una pausa—. Entonces, ¿qué te
pareció el desfiladero de Taroko?
El repentino cambio de tema la desconcertó, pero luego sintió cierto alivio. Tal
vez él decidió que no merecía la pena despreciarla, aunque la expresión melancólica
de sus ojos negros le impidió sentirse satisfecha de sí misma.

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—Estupendo… espectacular —respondió distraídamente, recordando las


maravillas del desfiladero que corría entre montañas de puro mármol y a través de
treinta y ocho túneles.
—¿Verdad?
De pronto, Luke pareció igualmente distraído. María lo miró fijamente y
descubrió que estaba un poco ojeroso, fatigado.
Ella sintió que le apretaban el corazón.
—¿Resolviste el problema de Singapur? —preguntó, agitada.
Pero Luke pareció recuperarse casi al instante. La sonrisa burlona que le ofreció
la lastimó.
—¡Qué pregunta tan típica de una mujer casada! —exclamó, mofándose y
adoptando luego una expresión de dureza—. ¿Todavía me odias?
—¡Sí!
La ferviente confirmación tenía toda la intensidad apasionada de la emoción
que siempre le había provocado, pero durante un momento de pánico María no pudo
recordar por qué lo odiaba, y, cuando lo hizo, la extraña manera en que su mente
estaba funcionando la obligó a preguntarse por qué tenía que odiarlo. Todo sucedió
mucho tiempo atrás, y de todas maneras tuvo éxito profesional en la radio, a pesar de
que Luke hizo que la despidieran de su primer trabajo en Sudáfrica, por lo que tuvo
que abandonar sus estudios de comunicación. Como él mismo señaló, y como ella
misma siempre lo supo en el fondo; María optó por irse de Johannesburgo cuando su
padre agonizaba.
María aceptó que él tuvo bases para despedirla en aquel momento,
considerando el estado de las finanzas de aquella pequeña emisora de radio. Por
supuesto, la manera en que la había echado aún le daba motivos para sentir
aversión… pero ¿odio? ¿No era demasiado personal? ¿A menos que sintiera ese odio
porque cuando la despidieron ya no pudo seguir viendo a Luke Scolt?
¡Era imposible! María se puso rígida con la fuerza de la negativa. Luke
continuaba insultándola y faltándole al respeto. Podía odiarlo por eso.
¡Tenía que hacerlo!
—¿Se hospedaron tú y Jones en un hotel, en Hualien? —preguntó Luke,
apretando los labios.
Una vez más el brusco cambio de lema la desconcertó, pero luego echó chispas
por los ojos al suponer lo que implicaba la pregunta.
—Tuvimos habitaciones separadas, Luke —explicó ella, cáustica—. Reservadas
por Nicky, cuando aún pensaba que estaría con nosotros.
—Habitaciones separadas no significa nada —replicó con una sonrisa burlona
—. ¿Se convirtieron en amantes de nuevo?
—¡No! ¡No tenemos que hacer eso, Luke! —exclamó María—. No tengo por que
soportar esta clase de interrogatorio o dar explicaciones…

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

El ligero movimiento de Luke hacia ella la hizo guardar silencio. Lo miró con
aprensión, dándose cuenta de que la decisión aparecía en el rostro de él.
—Supongo que no importa si me dices la verdad o no, pero tal vez así sea. ¿Por
qué habrías de mentirme? —hizo una pausa; María notó que la decisión se convertía
en intención—. ¿Sabes lo que estás haciéndome, de pie aquí viéndote con esa bata y
preguntándome si llevas ropa debajo de ella? Ya no puedo esperarte, sobre todo
cuando pienso en el tiempo que podría llevar sacarte de otra relación si te doy
tiempo y tú lo utilizas para enredarte con Jones o cualquier otro… Ellos tendrán que
esperarte. Esta vez me toca a mí. Ya he esperado seis años, recuérdalo. Es por eso que
en realidad no estamos apresurándonos, por muy precipitado que podría parecer.
Luke estaba haciendo suposiciones intolerables acerca de ella. La rabia se
apoderó de María. Pensó golpearlo para desquitarse, pues los insultos eran
insoportables. Sin embargo, reconoció que había algo de verdad en las palabras
ofensivas.
El momento crucial de su relación no llegaba tan pronto, para ninguno de los
dos. Seis años…
—¡No me toques! —exclamó María con aspereza cuando Luke alargó la mano
hacia ella.
—¿Cómo puedo evitarlo? —replicó con rabia, poniéndole las manos sobre los
hombros e inmovilizándola—. Seis años y luego consumiéndome esta semana que
pasé en Singapur, lamentando los prejuicios que me impidieron hacerte el amor la
última vez que estuvimos juntos. ¡Oh, Dios! Me hice a la idea de que tenía que ser
civilizado y esperar hasta que obtuviera tu consentimiento… ¡pasé días
lamentándolo! Te advertí que no iba a poder tener en cuenta dudas, titubeos ni
escrúpulos que pudiera tener esta vez. Debí recordar eso.
—Otra cosa que olvidaste —dijo María, consciente de que tenía que continuar
resistiéndose—. Te odio, Luke.
—No lo he olvidado, y he llegado a lamentar que tú no lo hagas, y como los dos
sabemos que esto es inevitable, podría suceder ahora.
Luke le acarició los hombros con los dedos y su calor penetró la tela de la bata.
Ella sintió que se tambaleaba.
—No… —comenzó a decir con desesperación, pero no pudo continuar.
—Ah, sí, acepto que me odias —continuó Luke—. Pero eso no importa,
¿verdad? Todavía puedo seducirte.
La seguridad de su afirmación la encolerizó, pero entonces experimentó el dolor
de saber que era cierto. Luke podía seducirla. Ya estaba seduciéndola, y no había
nada que ella pudiera decir o hacer para aplacar el deseo que provocaba en ella.
Escuchó el tembloroso suspiro de Luke mientras apretaba el cuerpo de ella
contra el suyo. Impresionaba a Luke del mismo modo que él la impresionaba a ella.
Pensó con ironía en el destino que les hacía eso; uniéndolos y añadiendo ese
deseo ingobernable a las demás emociones que existían entre ellos: el odio y el
resentimiento de parte de ella; el desprecio, de parte de Luke.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Cuando sintió el calor sensual de los labios de Luke al tocar los suyos y
besarlos, María comprendió que la situación estaba ya fuera de control. Sus brazos ya
envolvían a Luke. Sus labios encontraban placer en los de él, al mismo tiempo que
una ola de sensaciones intensas se extendía por todo su cuerpo.
Habían hablado de exorcismo, en relación con el deseo de Luke por ella, pero
ahora María reconocía con amargura que sería mutuo; hacer el amor sería un
exorcismo para los dos.
Como justificación para ceder a las exigencias de la carne, resultaba patético, y
ella lo sabía, pero pensaba que no podría continuar luchando contra la pasión que
despertaban el uno en el otro. Deseaba a Luke. Su piel estaba ardiendo y dentro de
ella tenía lugar un incendio todavía más intolerable, un infierno que la consumía.
—¡Te deseo! —admitió María y abrió los ojos justo a tiempo para ver el
resplandor de triunfo en los de Luke al escucharla.
Lo odió, pero ya no se le resistió, así que lo aceptó en doloroso silencio.
—Siempre me has deseado —afirmó él con arrogancia.
—No lo sabía.
El calor de la humillación aumentó con esa confesión final, pero las llamas de la
pasión la envolvieron e hicieron que su cuerpo se moviera provocativamente contra
el de él.
La derrota… Y sin embargo no era realmente una derrota, comprendió María al
sentir la respuesta de Luke. Escuchó el febril murmullo de placer de él mientras sus
manos abrían la bata y encontraban la carne, cubierta sólo por unas pequeñas bragas
de seda.
Sin embargo, Luke aún parecía conservar un vestigio de control mientras ella se
estremecía cuando él tomaba los senos con las manos y bajaba la cabeza hacia ellos.
Volvió a oírlo murmurar intensamente, antes de que sus labios se apoderaran de un
pezón, exquisitamente sensible.
Ella creyó que caería al suelo, o que se desmayaría, de pie allí a merced de los
labios de Luke. Quizá él percibió algo, porque levantó la cabeza de inmediato.
—¿El dormitorio? —preguntó con urgencia.
Una vez allí, María dejó que la bata se deslizara por sus hombros antes de
quitarse rápidamente las bragas, mientras Luke se desvestía.
María lo llamó con voz débil, y él volvió a tomarla en sus brazos para hundirse
en la cama, con ella.
—Ah, María, seis años es mucho tiempo para esperar —murmuró Luke con una
débil sonrisa burlona mientras advertía la frenética respuesta de ella—. Y fueron seis
años para los dos, pero comprenderás que no puedo entender que hayas esperado,
cuando nada sabías; mientras que yo sí sabía qué era lo que me afligía durante esos
seis años.
—Por favor…

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María se dio cuenta de la necesidad de Luke de vengarse por haber esperado


tanto, pero ella no podía formar las palabras para protestar, pues sus labios y senos
estaban cautivados por la magia erótica de los labios y la lengua de él. Los dedos de
Luke le acariciaban el trasero. Ella jadeó de placer y el deseo la hizo avanzar hacia
algo urgente e innegable.
María cambió de posición instintivamente cuando sintió que la mano de Luke le
rodeaba la cadera, para luego deslizarse hacia los muslos, aceptando la invitación
implícita en el movimiento de ella. Un dedo resbaló por los secretos de su sexo y
llegó hasta donde la carne caliente palpitaba rítmicamente, esperando ya la entrada
de su masculinidad.
—¡Oh, Dios, Luke! ¡No sabes lo que estás haciéndome!
—¿No? ¿Y tienes tú idea de lo que me haces a mí, María? ¿Sabes lo que has
hecho durante seis años y sobre todo, lo que has estado haciéndome desde que
volvimos a encontrarnos?
Mientras hablaba, él retrocedió un poco, capturó la mano de María y la llevó
hasta la carne tumescente; que palpitaba llena de vida.
—¡Luke! —la voz de María se redujo a un susurro doloroso—. Te deseo tanto…
—¿Tanto como yo te deseo? —preguntó con voz áspera, casi acusadora—.
Nunca había deseado tanto a nadie… al punto de hacer caso omiso de todo lo que sé
de ti… Y ahora por fin sucede. Al fin, increíblemente, voy a saber lo que he estado
dejando pasar… ¡deseándolo! Toda tú. Dios…
Mientras ella movía los dedos, la pasión estalló. María nunca se imaginó que
dos personas pudieran generar verdaderas sensaciones entre ellos.
Nunca había conocido nada como el deseo que ahora la destrozaba. Supo que
era el mismo deseo que sacudía el rígido cuerpo de Luke.
El deslizamiento de los cuerpos bañados en sudor cesó cuando Luke se
estremeció un momento antes de arrodillarse encima de ella, contemplándola con
ojos brillantes. Con un sollozo ronco, María cayó de espaldas sobre las almohadas,
suplicándole a él que terminara el tormento, deseando sentirlo dentro de ella,
odiándolo por prolongar su sufrimiento.
Estremeciéndose con violencia, presa de una pasión intolerable, miró a Luke.
Parecía extraño y poderoso; daba y negaba, atormentándola mientras él se
deleitaba… A punto de convertirse en su amante y deseado como tal, aunque todavía
era un desconocido.
—¿Te duele esperar, mi querida María? —preguntó, desafiándola con aspereza
—. ¿Ser repudiada?
Durante un brevísimo momento, María se sintió humillada, pero entonces la
rabia se apoderó de ella. Experimentó además una dolorosa sensación de triunfo,
pues supo que Luke no podía rechazarla.
—¡Sí, maldito seas! —aceptó, centellándole los ojos.

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María alargó la mano hacia él, asiéndose a sus hombros. Luego deslizó los
dedos sobre la piel húmeda de Luke, mientras su cuerpo se arqueaba,
estremeciéndose.
—Todo este tiempo… —gimió Luke.
Entonces terminó la espera. María estaba húmeda y ansiosa mientras Luke se
movía dentro de ella. La exquisita fricción de sus cuerpos los llevó hasta un clímax
tan intenso, tan amplio, que a María le pareció que se expandía para incluir su mente,
su espíritu y sus emociones.
Nada fue omitido. Ningún aspecto de su ser dejó de participar en ese momento
milagroso de compartirlo todo. Entonces oyó a Luke pronunciar, jadeante, el nombre
de ella; comprendió que no lo odiaba y que nunca lo había odiado.
Resentimiento. Eso era lo que había sentido siempre, aceptó un poco después,
cuando estuvo en condiciones de entender el sorprendente descubrimiento que había
hecho. Siempre le guardó rencor a Luke. Siempre tuvo miedo de la manera en que la
hacía sentirse… porque sin duda desde el principio se dio cuenta del poder que
podía ejercer y que ejercía sobre ella; porque él mismo le impidió que siguiera
viéndolo cuando hizo que la despidieran de su primer empleo en Sudáfrica; porque
algo lo llevó a juzgarla mal y despreciarla, a no ver la verdad; porque siempre supo
que él podía romperle el corazón…
Como acababa de hacerlo. Saqueó su corazón, le robó todo lo que ella tenía para
dar.
Agotado, Luke aún tuvo la voluntad y la fuerza para apartarse de ella, de
manera que permanecieron acostados sin tocarse, el espacio entre ellos era
dolorosamente elocuente.
—Desgraciado —dijo María en voz baja, fijándose en las huellas que sus uñas
dejaron en la piel de él.
—¿No te gustó? —preguntó Luke con sarcasmo, sin siquiera volverse para
mirarla.
Ella se sentó en la cama y consideró la distancia que había entre el lecho y su
bata que estaba tirada sobre la alfombra. Suspirando, hizo caso omiso de los dictados
del orgullo y volvió a acostarse.
—Sabes que sí —reconoció y añadió categórica—: Me odio a mí misma.
—No te preocupes, pues pronto te repondrás y volverás a odiarme —dijo él con
indolencia, todavía dándole la espalda—. Siempre es más fácil odiar a los demás que
a nosotros mismos.
—¿Es por eso que me desprecias? —replicó, cáustica—. ¿Para no tener que
despreciarte a ti mismo?
Luke guardó silencio durante varios segundos, de modo que ella empezó a
sospechar que se había quedado dormido.
Entonces él dijo:
—¿Qué te hace pensar que no? Deja de hablar tanto, María. Sólo hubo sexo,
después de todo.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Para él. Ella también pensó que únicamente se trató de eso.


—Si me quedaran energías, te echaría de aquí —señaló, resentida.
—Si yo tuviera energías, me iría —contraatacó él.
—Tenías razón, ¡te odio otra vez!
—No hables, a menos que tengas algo nuevo que decirme.
María se calmó. Era una conversación extraña, soñolienta y hostil. Los dos
estaban agotados. Le dijo la verdad a Luke. Era posible odiar y amar al mismo
tiempo.
Se quedó dormida luego de resistir el deseo de acercarse a él y besarlo en el
hombro. Se preguntó cuál podría ser la reacción de Luke si ella sucumbía a la
tentación y hundía los dientes en su carne.

Cuando despertó, temprano el lunes por la mañana, descubrió que Luke se


había ido, pero pensó que regresaría.
Sin embargo, no volvió, ni al apartamento de ella ni a su oficina. No llegó ese
día, ni el siguiente. María reflexionó algunas frases burlonas.
Luke había saciado su deseo, exorcizado al demonio, al espectro.
El jueves, María comenzaba a creer que así había sucedido, cuando, tratando de
parecer despreocupada, le comentó a Giles Estwick que parecía que Luke no había
vuelto.
—Estuvo en Singapur la semana pasada, pero sé que regresó hace unos días —
comentó con inocencia—. ¿Volvió a irse?
—Está en Hong Kong —respondió Giles—. De hecho, Úrsula y yo aceptamos su
invitación para ir, con él y Cavell Fielding, el martes por la noche a Macao a cenar y
luego a uno de los casinos. Pasamos una horas muy agradables.
María mantuvo inexpresivo el rostro, pero sintió como si unos dedos
despiadados le destrozaran el corazón.
Era claro que Luke había logrado el exorcismo que buscaba al hacer el amor con
ella, de manera que ahora estaba libre para continuar su relación con Cavell Fielding,
sin ningún peligro de dañar su amor propio, pues respetaba a Cavell.
Mientras que ella… María apretó los labios, reprimiendo un gemido de
aversión hacia sí misma. Había sido necesaria para Luke, pero él la despreciaba, así
que desde luego se deshizo de ella en el momento en que ya no la necesitó. El único
encuentro sexual que tuvieron bastó para que se liberara.
Ella no fue tan afortunada. En lugar de aplacar el deseo para siempre, éste se
había intensificado. Nunca volvería a ser libre.
Luke, en cambio, se liberó a costa de ella. ¿O ella le entregó esa libertad?
Sintió una rabia violenta, pero tuvo que mantenerla oculta, porque Giles no
pareció darse cuenta de que algo pasaba.

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Cuando Giles se fue, ella aún no pudo dejarse llevar por la ira, pues Penny la
puso en contacto con uno de los disc-jockeys con quien había salido una vez y que le
llamaba para preguntarle si quería ir con él a un banquete al aire libre, esa noche.
—Me parece bien —respondió María, decidida, con mirada desafiante.
Sólo que no supo a quién iba dirigido ese desafío, si a Luke o a sí misma.
Supuso que a sí misma. Ahora que Luke ya no la deseaba, no le importaría nada de
lo que ella hiciera.
Se recriminó, ardía de vergüenza. ¿Cómo pudo hacer eso? ¿Cómo pudo
permitir que se aprovechara de ella un hombre que la despreciaba? Lo peor de todo
era que estuvo dispuesta a dejarlo que continuara aprovechándose de ella, en caso de
que él hubiera querido. Sobre todo, ¿cómo pudo permitirse amar a Luke Scott?

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Capítulo 7
Luke estuvo ausente durante dos semanas, tiempo durante el cual María se
convenció de que tenía pocas probabilidades de volver a verlo sin que ella lo buscara,
así que se quedó mirándolo con incredulidad durante varios segundos, cuando abrió
la puerta de su apartamento, luego de que sonó el timbre, un viernes por la tarde, y
lo encontró allí de pie.
Le tembló un poco la mano que había levantado, como si así pudiera contener
la furia; luego la dejó caer cuando advirtió la dureza del rostro masculino y la
exigencia manifiesta que brillaba en sus ojos.
—¿Una vez no fue suficiente para ti, Luke? —preguntó ella con mordacidad,
pero sintió un dolor en el corazón.
—No —respondió él—. Ni con mucho, María.
Luke entró en el vestíbulo y María retrocedió, temerosa de sus propios
sentimientos otra vez, aterrorizada de cualquier contacto físico entre ellos. Sabía lo
que sucedería.
La tentación era incluso más peligrosa e irresistible ahora que sabía que lo
amaba. Le bastaba verlo para que volviera a surgir el deseo.
—Bueno, pues fue suficiente para mí. Más que suficiente.
María mintió temerariamente, agitada y consciente de que estaba protestando
demasiado en su desesperación, pero sin poder evitarlo.
—Es extraño… tus labios lucen hermosos cuando mientes —comentó él con
sarcasmo y cerró la puerta.
Los ojos de Luke ardían cuando recorrieron el cuerpo femenino. Ella vestía
informal: pantalones cortos y una pequeña blusa de algodón, ropa que se puso al
regresar del trabajo, pues pensaba pasar un rato en el balcón antes de prepararse
para asistir a la fiesta de promoción de una compañía local grabadora de discos.
Luego Luke volvió la atención al rostro tenso de María. Sus miradas se
encontraron.
—¡Por Dios, Luke! ¡Déjame algo de amor propio! —exclamó ella de manera
involuntaria en respuesta a ese momento de reconocimiento—. ¡Déjame en paz!
—¡No puedo! —exclamó él, rechinando los dientes—. ¿Crees que no lastima
también mi amor propio, María? A mí tampoco me gusta esto, pero a los dos nos
tiene atrapados, ¿no? Quiera Dios que una vez hubiera sido suficiente. Pensé que
podría ser así… por eso regresé a Hong Kong: para no tener la tentación de verte y
empezar a creer que era suficiente. No quiero una aventura contigo… ¡no! Pero
nunca voy a encontrar la paz, nunca dejaré de arder, nunca podré interesarme en
nadie, sino hasta que esto que existe entre nosotros, siga su curso.
—¿No estás exagerando? ¿Qué me dices de Cavell Fielding? —preguntó María
con enfado, y Luke pareció sorprendido—. Giles me contó que él y Úrsula salieron
con ustedes dos. ¿Sabe ella que le fuiste infiel una vez y que estás dispuesto a serlo

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de nuevo… sólo que esta vez no voy a cooperar? ¿O esperas que no se entere para
poder volver con ella cuando te canses de mí? ¿No te has puesto a pensar en lo
hipócrita que has sido…?
—Cavell y yo nunca hemos sido amantes —la interrumpió Luke—. Sí, sé que
algunas personas podrían pensar que lo somos porque de vez en vez nos
acompañamos, tú deberías de saberlo… o quizá no, pues nunca has tenido
escrúpulos para ayudar a otro hombre a ser infiel desde hace seis años, lo cual me
lleva a pensar que este alarde de conciencia en relación con Cavell es sólo eso:
¡presunción! ¿Es que no tienes inhibiciones para robar, María? De hecho, fuiste la
primera mujer con quien he hecho el amor después de mucho tiempo y no he estado
interesado en nadie más desde que se te ofreció este trabajo y lo aceptaste. Te
esperaba… y después de aquella noche en la que estuve aquí contigo, traté de
convencerme de que había terminado, de que ya no te necesitaba. Pero no ha
terminado aún, ¿verdad? Te llevo en la sangre. Estas dos últimas semanas… ¿Han
sido también tan malas para ti, cariño?
Una extraña desesperación se apoderó por un momento de María en respuesta
a la negativa de él en el sentido de que tenía una aventura con Cavell. Habría sido
más fácil resistirse si Luke lo hubiera aceptado, aunque el creerlo no la detuvo para
entregarse a él una vez. Se sintió avergonzada.
Aún estaba asimilando las palabras de Luke cuando éste alargó la mano para
tocarla. Fue inevitable: toda resistencia desapareció en el momento en que la tocó.
—¡Sí! Estaba mintiendo… ¡Oh, Dios, Luke! Te deseo —confesó
apasionadamente, arqueando el cuerpo hacia él y repitiendo—: ¡Te deseo!
Esta vez Luke no la hizo esperar porque no pudo. Ni siquiera llegaron hasta el
dormitorio y uno de los tapetes que cubrían la alfombra del salón les sirvió de lecho;
María estaba parcialmente vestida y Luke por completo.
María sollozaba de deseo cuando sintió que él le separaba los muslos. Abrió la
boca, sorprendida, cuando Luke se introdujo en ella y luego las acometidas de él la
mecieron. La joven le acarició el pecho antes de hundir las uñas en el cuerpo
masculino, cuando penetró más en ella con una pasión que los hizo convulsionarse y
los llevó a un clímax de sensaciones sorprendentes.
—¡Oh, Dios, María! —exclamó Luke cuando ella se dejó caer.
Agotado, Luke realizó una última acometida involuntaria y luego se apartó de
ella; se puso de pie, dándole la espalda.
María lo miró en silencio un momento, y cuando pudo volver a respirar y tuvo
fuerzas, se levantó.
—¿Es tan poca la consideración que me tienes? —preguntó con amargura—.
Sexo sin protección, puesto que ni siquiera sabes si yo estoy utilizando algo…
—Es mucho lo que te deseo —dijo Luke en tono igualmente amargo, dándole
todavía la espalda.
Sin decir más, María salió de la habitación.

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Haciendo esfuerzos por no llorar, tomó una ducha y se puso una bata de color
esmeralda antes de volver al salón. Luke se encontraba en el balcón, pero no se
volvió hacia ella.
Esa era la verdadera derrota, comprendió. Una vez podría disculparse, pero dos
veces… y todas las ocasiones que faltaban… Se sintió avergonzada. Había cambiado
amor propio por placer. Pero lo amaba… aunque él ni siquiera merecía que lo
amaran. La idea la enfureció.
—Tengo que salir esta tarde —informó María.
Luke se volvió y la miró a la cara. Su expresión era indescifrable.
—Cancélalo, sea lo que sea —le aconsejó él.
—Está relacionado con el trabajo.
—¿Importante?
—Oh, supongo que si estás ofreciéndome el puesto de esposa en Hong Kong,
cualquier cosa que tenga que ver con mi carrera aquí, puede sacrificarse fácilmente
—bromeó.
—¡No seas ridícula!
—No, no pensaba que lo hicieras.
—¿De qué se trata? —preguntó Luke.
—Dos de los disc-jockeys y yo hemos sido invitados a una fiesta que ofrece una
de las compañías de música locales. Se están ganando nuestra amistad ahora que
estamos difundiendo música de aquí y quieren presentarnos a sus artistas.
—¿Es Jones uno de los jockeys?
—No, son dos locutores que hablan mandarín. Mi asistente Penny también irá.
¿Quieres acompañarme?
—No, pero si me das tus llaves puedo esperarte aquí para cuando regreses.
Tengo que recoger mis efectos personales y pagar la cuenta en el hotel… Supongo
que ya te diste cuenta de que pienso quedarme aquí durante el fin de semana,
¿verdad? Me quedaría más tiempo, pero tengo que volver a Hong Kong el lunes,
¿Regresarás tarde?
—No.
Así iba a ser desde ese momento en adelante, pensó María al ir a buscar las
llaves. Ahora que Luke la tenía, ahora que sabía que ella era incapaz de resistírsele,
ya no tenía él ninguna necesidad de que lo vieran con ella. La suya iba a ser una
aventura secreta.
—¿Qué pasa? —preguntó Luke que la había seguido hasta el salón.
—Nada —respondió ella, sacando otro juego de llaves de una vasija de
cerámica—. Pero me gustaría hablar contigo cuando vuelva. Se me hace tarde.
Él sonrió, pero volvió a ponerse serio casi de inmediato.
—Entonces te dejaré para que te prepares. Pero hay una cosa que es necesario
decir ahora. Si no estás usando algún anticonceptivo, será mejor que procures

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hacerlo, en condiciones normales estaría de acuerdo con que fuera una


responsabilidad solidaria, pues parece que me falta control cuando se trata de ti…
Maldición, María.
Pronunció las dos últimas palabras en voz baja y la miró como si la odiara.
—Maldición, Luke. Sé cómo te sientes —replicó ella con ironía.
Había cosas que era necesario decir y preguntar, cosas que necesitaban
entender, pero ella no deseaba arriesgar ahora una discusión tan potencialmente
traumática, cuando faltaba poco tiempo para que saliera.

Durante las horas siguientes pensó que estaba logrando tranquilizarse, pero su
aparente calma resultó frágil y se hizo pedazos cuando regresó a casa y encontró a
Luke cómodamente instalado en el sofá, con un periódico en la mano y escuchando
música instrumental erótica a bajo volumen.
Lo que implicaba su presencia y el hecho de verlo le calentaron la piel e hicieron
que su corazón latiera estruendosamente al pensar en la noche que les esperaba.
—¿Comiste? —le preguntó él, levantándose.
—Sí —respondió—. ¿Y tú?
—Sí, en el hotel. Ven a sentarte —la invitó, indicándole el elegante sofá que
había estado ocupando.
María titubeó, consciente de lo estúpido de resistirse ahora que su relación era
un irreversible fait accompli, pero perturbada por la manera en que la miraba.
—Tengo que preguntarte algunas cosas —le advirtió María, al sentarse.
—¿Sí?
—¿Somos…? ¿Es esto una aventura? —preguntó con torpeza, insegura.
—No sé de qué otra manera podríamos llamarlo —respondió Luke con mofa—.
¿Lo sabes tú?
—Oh, se me ocurren varias cosas —comentó con hostilidad, en voz baja.
La impaciencia hizo que el rostro de Luke se crispara.
—Si vas a empezar a luchar contra esto otra vez, negando…
—No voy a luchar contra nada —lo interrumpió María con amargura—. No
puedo, ¿verdad? Utilizaste la palabra apropiada antes: atrapados. No, sólo busco
respuestas. Quiero saber exactamente cuál es mi situación. Por ejemplo, ¿cuánto
tiempo va a durar esto, Luke?
Él encogió los hombros, irritado. Era evidente cierto resentimiento en su
actitud.
—¿Cómo demonios voy a saberlo? El tiempo que nos lleve cansarnos uno del
otro, supongo.
—¿Y qué pasa si le lleva más tiempo a uno que al otro?

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Resultó claro que el desafío no le interesó a Luke, quien permaneció callado


varios segundos, reflexionando.
—¿De verdad crees que sea probable? —contraatacó al fin—. Hacemos una
pareja tan perfecta. Comenzó al mismo tiempo para los dos, ¿no? En el momento en
que nos vimos… hace seis años.
María se dio cuenta de la evasiva, pero no tuvo ganas de ponerla en duda. De
todas maneras conocía la respuesta. Para ella eso duraría toda una vida, pues lo
amaba, pero Luke se cansaría de ella.
—Siguiente cuestión —continuó con pesar—. ¿Qué tan a menudo es probable
que te vea?
La mirada que él le dirigió era de enfado; pareció inquieto.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Si voy a tener que organizar mi vida en torno a las visitas rápidas que me
hagas, necesitaré tener alguna idea.
Luke suspiró.
—De acuerdo, entonces. Los fines de semana, cuando pueda escaparme,
supongo. No puedo ser más preciso que eso.
María inclinó la cabeza. Una sonrisa burlona curvó sus labios mientras pensaba
en el papel que iba a desempeñar en la vida de Luke. Su amor propio protestó, pero
triunfaron el amor y el deseo.
—¡Qué cómodo será vivir y trabajar en países distintos! —bromeó con
mordacidad—. Esto ha resultado perfecto, ¿verdad? Tal como lo deseaste alguna vez,
cuando lamentabas los viejos tiempos en que un hombre podía tener oculta a su
amante y sabía que ella estaría allí esperándolo siempre que sintiera el deseo y
dispusiera del tiempo necesario para verla. Por supuesto, en aquellos días por lo
general la amante era mantenida por su enamorado, quien la instalaba en un cómodo
nidito de amor, liquidaba sus cuentas sin hacer preguntas… Aunque supongo que
podríamos decir que tú estás manteniéndome, puesto que me das empleo; pero, a
diferencia de los sinvergüenzas de aquellos tiempos, ¡quizá descubras de vez en vez
que ocupas un segundo lugar en las exigencias de trabajo de tu amante!
María no se había dado cuenta de lo encolerizada que estaba sino hasta que
empezó a hablar; de modo que para cuando terminó de hacerlo, su voz había
adquirido un tinte mordaz. ¡Luke no tenía ningún derecho de estar avergonzado de
ella!
—¿Puedo recordarte que muchas veces tu tendrás que ocupar un segundo lugar
en las exigencias de mi trabajo? —inquirió Luke; su tono de voz era suave pero
devastador—. No, vamos a ser amantes modernos, María, y nuestras respectivas
carreras serán el motivo fundamental de algunas noches solitarias. Pero si el arreglo
no te conviene, tendré que pensar en otra cosa.
Luke hacía la arrogante suposición de que ella se quejaba de todas las veces que
la separación lo privaría de él. Habría noches solitarias porque ésa era la única
manera en que Luke quería asociarse con ella: en la cama. Ella sólo iba a ser su pareja
secreta.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—Oh, claro que me conviene, Luke —expresó, sonriente—. ¿Lo ves? Estoy
avergonzada de todo esto tanto como tú.
Sólo que él se metería en un lío si llegaba a saberse que estaba enredado con
alguien como ella; mientras que María se sentía avergonzada de sí misma.
El rostro de Luke se ensombreció.
—Me parece que nos entendemos perfectamente, entonces.
—Espero que sí —declaró ella; aún sentía el deseo de golpearlo, la necesidad de
lastimarlo para desquitarse del dolor que le producía con su evidente desprecio—.
Estoy tan preocupada como tú, por mantener oculto este vergonzoso secreto. No
quiero que mis amigos y colegas se enteren de ello.
No era cierto. Le daba lo mismo, pero la mirada malhumorada que Luke le
dirigió la compensó un poco por todos sus insultos que había soportado.
—Como desees, aunque no creo que a Jones le importe descubrirlo. Dudo que
la exclusividad en una relación sea algo que él aprecie —bromeó Luke con hostilidad
—. ¿O es que aquí se aplica la famosa moral doble? Él puede darse gusto con
cualquier otra mujer que lo atraiga, pero tú debes seguir siendo de su uso exclusivo,
manteniéndote disponible para cuando él quiera renovar la relación?
—De la misma manera que tú esperas ahora, que yo sea para tu uso exclusivo
—expresó María en tono irónico, cansada de oír hablar de su supuesta aventura con
Florian—. Por última vez, no me he enredado con Jones y no quiero hacerlo.
—Déjalo así, entonces —le aconsejó Luke—. Siquiera hasta que termine esto. No
me gusta compartir.
Mientras hablaba, Luke alargó el brazo hacia una mano de María y la hizo abrir
el puño tenso. La desesperación la invadió. ¿Para qué servía luchar contra él con
palabras, si ella era totalmente incapaz de hacerlo físicamente?
Cuando Luke se llevó la mano a los labios, la respuesta de María ya se
reanimaba, temblorosa, en el centro de su femineidad.
Impotente, vio que las pupilas de Luke se dilataban cuando la conciencia
resplandeció. Los ojos de María se ensombrecieron cuando un suspiro escapó de sus
labios.
—Pero nunca olvides que te odio, Luke —le recordó ella con voz débil y tensa,
aplazando la completa rendición sensual algunos desesperados segundos.
Pero el odio sólo era la otra cara del amor.
Luke alzó la vista de la mano de ella y le ofreció una sonrisa dura.
—Sin embargo, parece que no importa, ¿verdad?
Fue un comentario tan despreciativo que María dio un paso atrás, pero sólo
momentáneamente, pues la llama del deseo ya ardía vivamente para ser ignorada.
Más tarde, esa noche, cuando ya habían satisfecho su mutua pasión, sólo para
encontrarse sometidos de nuevo a su esclavitud, la angustia atormentaba a María.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Luke tenía que amarla. Tanta pasión tenía que ser el resultado de algo mayor
que la lujuria, sobre lodo cuando se trataba de un hombre como Luke Scott. Los
hombres civilizados y dotados de inteligencia, como él, por lo general podían
dominar su lascivia e incluso rechazarla cuando era una respuesta a una mujer a la
que despreciaban, pero no siempre podían controlar sus emociones.
Y sin embargo, aunque la despreciaba, Luke no podía resistírsele del mismo
modo que María no podía resistírsele a él… pero ella sólo tenía el amor para justificar
su debilidad.
Luke no la amaba. Fue casi insoportable el dolor que sintió cuando él se apartó
de ella en la cama.
Ahora volvía a tocarla, pero sólo porque el deseo se había reavivado. Se sintió
impotente al experimentar una vez más una excitación frenética cuando la lengua de
él llenó su propia boca y cuando con un dedo Luke trazó sensuales círculos alrededor
de su ombligo.
¿Cuánto tiempo podría ella soportar? Cuando deslizaba una mano, amorosa,
por el brazo musculoso de Luke, María se detuvo en el momento en que el miedo al
futuro se apoderó de ella y sus dedos se hundieron con violencia en la carne de su
amante.
Luke apartó los labios de los de ella.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Ella no podía ver claramente su rostro, en la penumbra, sólo el brillo de sus
ojos.
—Me preguntaba cuánto tiempo voy a disfrutar siendo una esclava del sexo —
comentó ella con amargura y jadeó un poco cuando la mano de Luke resbaló hacia
abajo, por el estómago.
—Se trata de los dos, cariño —repuso él, con mofa—. ¿Puedes dudarlo? Esto
nos tiene aprisionados a los dos; a mí tanto como a ti.
—Prisioneros de la pasión —expresó María, divertida y mordaz.
La mano de Luke continuó avanzando y la punta de su dedo encontró el punto
de sensibilidad, el cual era totalmente vulnerable a su habilidad. María gimió cuando
la pasión erótica se apoderó de ella.
—Dime que no estás disfrutando esto, María.
—Ya sabes que sí. ¡Maldición, Luke!
Luego ella volvió a ofrecerle los labios para que él pudiera sofocar las
exclamaciones de placer que brotaban de su garganta. Un momento después se
apretaba contra él, rogándole con voz ronca que la poseyera, hasta que Luke se
hundió en ella con un áspero gemido.
El viaje frenético terminó y el éxtasis fue sólo un recuerdo que iba borrándose.
De los labios hinchados de María ya no emergía el nombre de Luke una y otra vez,
entonces él volvió a romperle el corazón a María al apartarse de ella.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Así que su aventura amorosa había empezado, su aventura por horas, como
María la llamaba, primero sólo para sí misma y luego en voz alta en presencia de
Luke, cuando descubrió que podía hacerlo fruncir el ceño. Se aborrecía a sí misma
por tales frivolidades, pero se sentía tan impotente y sin ningún control sobre su
relación que el amor propio o todo lo que quedaba de éste le exigía molestarlo así,
aunque sabía que no tenía esperanzas de lograrlo.
La suya no era una aventura de amor. Aunque lo amaba, María se negaba a
demostrarle amor, pues sabía que Luke rechazaría cualquier intento que ella hiciera.
Él ya había conseguido la victoria, la cual era completa e innegable. No merecía nada
más de ella.
La visitaba los viernes al anochecer y se iba en las primeras horas de la mañana
del lunes. Las noches que pasaban juntos resultaban apasionadas.
—Nuestras orgías —las llamó María una vez—… son las noches del viernes
porque no hemos estado juntos durante cuatro noches y los domingos porque
sabemos que nos esperan otros cuatro días en que estaremos uno sin el otro… ¿por
qué los sábados?
—Porque así somos nosotros —respondió él, insinuando una sonrisa—. ¿Crees
que sería distinto si tuviéramos la oportunidad de estar juntos todas las noches?
—No lo sé —dijo ella y luego de una pausa, preguntó—: ¿Y tú?
A Luke le llevó algunos momentos admitirlo.
—Yo tampoco lo sé.
—¿Dónde vives en Hong Kong?
Era tarde el domingo por la mañana y ambos se encontraban todavía en la
cama. El radio estaba encendido, pero con el volumen bajo. La mirada que Luke le
dirigió a María resultó suspicaz.
—Tengo una casa cerca de la bahía Repulse Bay —dijo él, reacio.
—¿Y tu madre? —la sorpresa de Luke la hizo callar un momento—. ¡Acabo de
pensar en eso! No sé si tienes más familiares. ¿Hermanos y hermanas?
—¿Qué es esto?
María se sentó, furiosa.
—Sólo quiero conocerte, Luke —replicó, irritada.
—Ya sabes todo lo que necesitas saber —contraatacó él.
—¡Perdón, lo había olvidado! Sólo hay una parte de tu vida que quieres
compartir conmigo —lo acusó cáusticamente, levantándose de la cama y tomó su
bata—. Pero no podemos pasar todo el tiempo que estamos juntos haciendo el amor,
¿verdad? Das la impresión de ser un superhombre, pero en realidad no lo eres;
tampoco yo soy una supermujer. Entonces, ¿qué propones que hagamos cuando no
estamos haciendo el amor o dormidos? ¿Permanecer sentados en silencio como
desconocidos?
—Oh, por Dios, ¿no estás exagerando? Pero quizás yo lo estaba haciendo —dijo
Luke, sorprendiéndola—. Regresa a la cama.

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Pero María no estaba dispuesta a perdonarlo.


—Voy a tomar una ducha. ¿Qué quieres para desayunar? ¿O podemos salir?
Hizo la sugerencia con despreocupación, pero impulsada por un ánimo de
verdadero masoquismo. Sabía exactamente cuál sería la respuesta de Luke.
—No, desayunaremos aquí. Sin embargo, iré por él.
María se detuvo en la puerta del cuarto de baño. Sus ojos se ensombrecieron
cuando se volvió para mirar a Luke. Era su amante… y se avergonzaba de ello. Sólo
de vez en vez iban a comer a un restaurante cercano, de modo que mandaban a
comprar comida cuando no tenían ganas de cocinar. Además Luke ya no la
acompañaba cuando ella tenía que ir a algún sitio por motivos de trabajo los fines de
semana, sino que se ocupaba de sus propios asuntos o se quedaba en el apartamento
mientras ella estaba fuera.
—¿No tienes miedo de que trate de chantajearte cuando esto termine? —
preguntó María con dulzura.
—Tal vez nunca termine.
Al parecer relajado y con las manos entrelazadas en la nuca, Luke hablaba con
indolencia, pero miraba con atención el tenso rostro de María.
—¿O de que venda mi artículo a algún diario de Hong Kong? —María siguió
mofándose—. Eres famoso en todo el Lejano Oriente, así que un artículo acerca de
cómo tienes una concubina en Tapei merece mucho la pena.
—Sólo que tú nunca te expondrías así —afirmó Luke con dureza—. Estás
demasiado avergonzada de tu propia contribución a nuestra aventura.
—Afortunadamente para ti —estuvo de acuerdo.
—¿De qué se trata todo esto, María? —continuó Luke, ahora con insolencia—.
Eres tú quien considera nuestra aventura según todos esos términos anacrónicos.
Concubina… ¡Dios mío! ¿Cuál es el problema? Toda esta charla vacía acerca de
chantajear y vender tu artículo cuando esto termine… ¿Estás hablando con rodeos?
Quizás estoy interpretando de manera incorrecta mi papel. ¿Se supone que debo
inundarte de regalos ahora?
—¡No, maldición Luke! —exclamó ella, furiosa.
Entró en el cuarto de baño, dando un portazo. Lloró un poco y se enfadó
consigo misma por hacerlo. Sus lágrimas se mezclaron con el agua de la regadera.
No eran las palabras de Luke lo que la lastimaba, sino la intención que había
detrás de ellas. Sin duda Luke no creía en serio que ella quisiera obtener algún
beneficio poniendo al descubierto su relación. Su propósito sólo había sido lastimarla
y humillarla.
Se lavó la cara por segunda vez después de salir de la ducha y luego abandonó
el cuarto de baño, segura de que no habían quedado vestigios de su llanto. Luke
había salido del dormitorio. María lo encontró en el balcón, desayunando.
Desde un punto de vista doméstico, a María le pareció que era fácil vivir con él,
pues se mostraba tolerante con los retrasos y dispuesto a tomar parte en la

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preparación de la comida y algunas otras tareas sin hacer comentarios ni esperar


elogios ni palabras de agradecimiento.
María lo miró con amor, aunque también con dolor.
Para contrarrestar ese sentimiento, dijo con mordacidad.
—Entonces, ¿en dónde está mi collar de diamantes?
Él le ofreció una sonrisa irónica.
—Sabes muy bien que sólo estaba fanfarroneando. No eres materialista.
—No hay problema… —respondió María y se sentó.
Luke se sirvió café y la miró con cautela.
—¿Qué quieres hacer hoy?
—No lo sé. Holgazanear… Todavía no he tenido tiempo para dar un buen
paseo por allí —señaló el terreno que se extendía a sus pies.
—Entonces vamos.
—Nadie que conozcamos podría vernos —expresó María, burlándose,
fingiendo olvidar que el balcón del apartamento de Florian y Nicky, un piso arriba,
tenía la misma vista.
María contempló el paisaje. Eran los últimos días de agosto y seguía haciendo
mucho calor en Taipei, una ciudad situada entre montañas.
Más tarde, cuando paseaban por senderos bien cuidados y sobre hermosos
puentes de piedra orientales, Luke pareció más relajado, así que María volvió a tocar
el tema que provocó el conflicto anterior.
—¿Eres hijo único? —preguntó.
De inmediato él volvió a mostrarse cauteloso.
—Sí.
—¿Y creciste en Hong Kong? —insistió ella, negándose a desanimarse.
—Sí. María…
—¿Por qué te pones tan a la defensiva y no quieres hablar de esa faceta de tu
vida? —lo interrumpió, sintiendo un deseo perverso de atormentarlo—. ¿Es tu
familia? o ¿sólo tratas de protegerlos? No puedo hacerles daño… ¡como cuando tú le
hiciste daño a mi familia, cuando sólo te proponías perjudicarme a mí! No quieres
hablar cuando menciono a tu padre y su agonía… ¡oh, Dios!, ¿le sucedió algo terrible,
Luke?
—Nada —respondió él, pero luego algo pareció romperse; Luke pareció echar
chispas por los ojos—. Además de morir, nada más terrible que una mujer de las de
tu clase clavara sus garras en él y luego se negara a dejarlo libre.
—Tu… no. ¿Tuvo una aventura?
—Sólo esa, pero estuvo reanudándola periódicamente durante años porque la
ramera era irresistible, y ella lo sabía.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Eso explicaba la reacción de Luke ante la supuesta aventura de ella con Florian.
Con el corazón oprimido, María lo miró de soslayo.
—¿Y tú y tu madre lo sabían? —preguntó.
—No, por alguna razón yo no lo sabía. Cuando era más joven, tal vez debido a
esa renuencia general a creer que los padres de uno puedan llevar distintas vidas
sexuales, y después, cuando crecí, porque casi no los veía. Oh, sabía que el suyo no
era un matrimonio totalmente feliz, que había peleas, pero no se me ocurrió que la
causa estuviera fuera del matrimonio. Fue hasta después de que ingresó en el
hospital que yo comencé a pasar mucho tiempo con él, pues sabíamos que su
enfermedad seguiría un curso rápido. Me lo contó entonces, no sé por qué, pero el
dolor y los medicamentos tienen mucho que ver con ese deseo por confesarse, que
parece apoderarse de los moribundos. Nunca se lo mencioné a mi madre. Me parece
que ella ha sufrido bastantes humillaciones, de modo que no tiene que soportar el
hecho de saber que su hijo está enterado de ello. De todas maneras, se fue a vivir a
Inglaterra poco después de que él murió.
María se dio cuenta de que algo se suavizaba, fatalmente, dentro de ella y supo
que estaba en peligro de perdonarlo… de perdonarle todo. Los hechos le permitían
comprender mejor el desprecio que Luke había sentido por ella. Después de recibir
aquel golpe, él encontraba a otra mujer que al parecer destruía otro matrimonio,
quizá porque esperaba un poco que ella lo hiciera así en esa etapa y veía a todas las
mujeres con desilusión y suspicacia. Sólo podía haber reaccionado con aversión.
—¿No tienes una opinión parcial de ello? —aventuró María—. Pudo haber
faltas en el matrimonio de las que no estabas enterado, que lo hicieron…
—¿A quién estás tratando de disculpar en realidad, María? —la interrumpió él
con desprecio—. ¿A mi padre o a los esposos infieles en general… o a Florian Jones?
Al menos mi padre intentó escapar de la trampa, pero dudo que Jones haya luchado,
ni siquiera con su conciencia. Ah, sí, tal vez hubo faltas o fallas en el matrimonio,
como en muchos matrimonios. La persona para quien no hay excusa es…
—Yo, porque a tus ojos, la amante de tu padre y yo somos iguales —dijo María
con mordacidad.
—De la misma clase.
—¡Entonces déjame justificar su conducta! —exclamó, furiosa—. Quizá ella
amaba a tu padre.
—Tú deberías saberlo —admitió él con ironía.
—Debí suponer que tenías prejuicios personales —se burló ella.
—Y yo debí suponer que enfocabas la cuestión sólo desde un punto de vista —
replicó él ásperamente—. Así que basta ya, María.
—¿De modo que puedes continuar manteniendo tus prejuicios?
—Dije que basta, María —repitió Luke, controlando apenas la ira—.
Considerando tu actitud, supongo que fuiste hija de un matrimonio feliz, ¿verdad?
—¡Yo no tuve la oportunidad de escuchar confesiones de última hora! Además,
y quizá no te guste oírlo, ¡tenemos algo en común, Luke! —se burló—. Yo también

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soy hija única, y mi madre, quien es muy inglesa, también regresó a casa después de
que mi padre murió en Sudáfrica.
—¿Qué sucedió?
—Estaba enfermo de enfisema.
Ahora Luke la miraba especulativamente.
—Y tú no estabas allí.
—No estaba allí —repitió María, confirmando las palabras de Luke, pero
descubrió que tenía que reprimir el resentimiento ahora, pues necesitaba recordar, y
recordarle a Luke, todas las demás cosas que también perdió—. También tuve que
dejar mis estudios de comunicación, que pagaba con mi trabajo en Johannesburgo,
porque el salario en Durban era muy bajo y mis padres no podían ayudarme, puesto
que debían hacer frente a los gastos médicos de mi padre, ya que él nunca previó el
futuro. Era una de esas personas que sólo se preocupan por el momento.
—Y, por supuesto, me odias por todo eso —aceptó Luke de modo imparcial.
—Te odiaba. Estaba equivocada —de pronto soltó lo último que le quedaba de
engaño de sí misma, pero, temiendo preguntas que no podría contestar sin poner al
descubierto su vulnerabilidad, continuó de prisa—: Para empezar, me sentía
culpable, pero finalmente lo acepté. Además mis padres me habían animado para
que siguiera trabajando en la radio aun cuando tuviera que alejarme de ellos y
supieran lo que le sucedía a mi papá.
Luke no insistió, pero su expresión era un poco ceñuda mientras continuaban
caminando en silencio.
El odio que María sentía por él, si es que siquiera era eso, resultó ser tan
intensamente personal como su amor, admitió María. Había nacido de un
reconocimiento instintivo del daño que él podía hacerle a su independencia
emocional y, paradójicamente, exacerbado por la manera en que Luke le impidió que
siguiera viéndolo al despedirla de ese empleo. Finalmente, él le mostró un manifiesto
desprecio cuando volvieron a encontrarse…
Se sintió deprimida. Las relaciones eran difíciles. ¿Cómo podría sobrevivir
cuando el amor se daba sólo de un lado? El fin era inevitable.
¡Pero todavía no, por favor!

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Capítulo 8
—No sé cuánto más podremos mantener en secreto esta relación —dijo Luke
con sarcasmo un viernes por la noche, cuando había saciado el deseo que aumentaba
durante sus separaciones—. Jones y Nicky Kai salían del edificio cuando llegué esta
tarde, y como Jones pensó que había ido a verlo a él le expliqué que tú eras el objeto
de mi presencia.
—El objeto sexual —corrigió María sarcásticamente—. Me parece que no
necesitas preocuparte, Luke. Florian tiene muy poca imaginación para sacar alguna
conclusión. Tal vez sólo supuso que venías a verme por cuestiones de trabajo.
—Podrías mentirle si por casualidad te pregunta al respecto —le sugirió Luke
con aspereza.
María se puso rígida junto a él, en la oscuridad, asimilando la amarga verdad.
Luke aún se avergonzaba de desearla, tanto que no podía soportar la idea de que
alguien, incluso alguien como Florian, por quien no sentía ningún respeto, se
enterara de la aventura que tenía con ella.
—Ya te dije que no lo hará. Es demasiado egocéntrico —insistió María con
irritación—. El mundo gira alrededor de Florian, de manera que cualquier cosa que
no le concierne no le interesa. Las únicas personas que le preocupan realmente son
sus oyentes…
—¿Es necesario que lo tengamos aquí con nosotros, en la cama? —la
interrumpió Luke.
—Tú abordaste el tema —se defendió María con enfado.
—Yo dije que me había encontrado con él —replicó con impaciencia—. Pero lo
último que deseo es hacer un análisis profundo de la personalidad de ese tipo en
estas circunstancias.
—¿En qué circunstancias? —lo desafió.
—En este momento estás en la cama conmigo, María, no con Florian Jones —le
recordó él.
Furiosa, María se levantó.
—¡Ojalá no lo estuviera!
—Dime que me vaya, entonces.
Luke estaba acostado boca arriba, un poco apartado de María, como de
costumbre, pero mientras hablaba se puso de costado y alargó una mano, para
colocarla sobre uno de los esbeltos muslos de ella. Humillada, María sintió que al
instante sus pezones se ponían turgentes y volvió a experimentar esa sensación de
calor y debilidad.
—Sabes que no puedo, maldito —reconoció, horrorizada por su propia
vulnerabilidad, cuando Luke la tomó en sus brazos—. ¡Y no me gusta nada! No me

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gusta la manera en que controlas todo esto… ¡y ahora incluso exiges control sobre los
temas de los que hablamos!
—Podemos hablar de cualquier cosa que quieras —dijo Luke, descartando la
protesta con indiferencia. Luego deslizó una mano sobre la cadera femenina con
ademán posesivo—. Sólo está prohibido hablar de Jones. No lo quiero aquí en la
cama con nosotros.
Después, cuando estaban acostados y separados una vez más, María pensó en
la actitud de Luke, así como en la manera en que acababa de hacerle el amor. Se
había mostrado ferozmente posesivo, sacudido por un deseo apasionado y, sin
embargo, conservando suficiente control para sostener su dominio, aplazando la
satisfacción de ella, esperando hasta que María casi lloraba de deseo.
Estaba celoso de Florian, lo cual consolaba o animaba poco a María. Aquello
significaba que todavía no estaba dispuesto a poner fin a su aventura.
Sólo eran celos sexuales los que sentía, después de todo, porque se había
convencido de que ella y Florian habían sido amantes y que tal vez volverían a serlo
cuando eso terminara. Era un fenómeno bastante común, un instinto atávico que
tenía poco que ver con las emociones verdaderas.
Sin embargo, despertaba en ella una inmensa ternura hacia Luke porque eso
hacía muy humano a este hombre que alguna vez tuvo tanto miedo y cuyo poder
sobre ella aún la desconcertaba cuando reflexionaba en las realidades de su relación.
Era inevitable. Luke estaba acostado volviéndole la espalda; inmóvil, la silueta
de su cuerpo apenas se distinguía en la oscuridad del dormitorio. Suspirando, María
sacó una mano; la sábana cubría a Luke hasta la cintura, de manera que ella lo tocó
en la espalda que estaba tibia y todavía un poco húmeda.
Pensaba que estaba dormido, pero no era así. Lo sintió tenso cuando lo tocó
ligeramente con los dedos. Sin embargo, él no se apartó ni dijo nada.
No obstante, después de medio minuto, la ternura que aún la envolvía la obligó
a acercarse a él. Lo tocó apenas con los labios, y luego lo besó cuando una oleada de
amor la invadió.
Luke se puso rígido.
—Basta ya, María —ordenó él después de unos segundos durante los cuales
pareció contener la respiración.
Ella retrocedió después del evidente rechazo. Retiró de inmediato la mano y los
labios y se acostó boca arriba. Las lágrimas le escocieron los ojos, enfureciéndola
todavía más. Tardó un momento en dominarse.
—Es lo mismo de nuevo, ¿verdad? Debes tener el mando de todo lo que sucede
entre nosotros —lo acusó, desafiante—. Yo también tengo algunos derechos, Luke.
Puedo tocarte si quiero.
—No…
—Tú me tocas cuando tienes ganas.
—Sólo cuando quiero hacerte el amor. Pero no es eso lo que tienes ahora en
mente, ¿verdad?

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—Deseaba estar cerca de ti —afirmó María, temblorosa.


—¡No puedo! —exclamó él, rechinando los dientes.
—¿No…?
—No. Pides demasiado. ¡No!
María se dio por vencida y mientras, se preguntó con ironía, ¿cuántas veces
sería posible que el mismo corazón se rompiera antes de que no quedara nada de él?
Al menos cuando eso sucediera, dejaría de sentir tan intenso el dolor por el
rechazo… Dejaría de pensar en el hecho de que le causaba tanta aversión a Luke que
éste no quería tener nada que ver con ella como no fuera sexualmente, lo cual hacía
contra su voluntad y perjudicando su amor propio.
No quería estar cerca… de ella.
Amor propio. Orgullo. Eran cosas que los dos habían sacrificado en aras de esa
relación, la cual estaba resultando destructiva para ambos.
Quizá era el propio orgullo de María, que volvía a despertar después de varias
semanas, lo que la impulsaba a desafiar la aversión de Luke, aunque sólo después de
que se aseguró de que estaba dormido, volvió a acercarse a él y le puso un brazo
sobre el costado.
Por supuesto, Luke la rechazó cuando despertó, a la mañana siguiente. María,
se dio cuenta de inmediato de lo que sucedía y le ofreció una sonrisa soñolienta,
satisfecha de notar cierta preocupación en los ojos de él mientras la miraba con
suspicacia.
—Sí, toda la noche —afirmó ella, provocándolo.
María descubrió que a ella misma no le importaba. Amaba a Luke, pero no le
importaba si lo había hecho enfadar. Se lo merecía. Había controlado su relación
durante demasiado tiempo, imponiendo sus condiciones. Desde ese momento en
adelante, lo tocaría de la manera en que quisiera, incluso cuando ninguno de los dos
estuviera excitado, pues seguiría amándolo… mientras durara su aventura.
Por primera vez, en lugar de preguntarse con aprensión cuándo se cansaría
Luke de ella, la joven empezó a creer que sería ella misma quien terminaría su
aventura. Le dolería hacerlo, estar sin él… pero se vería obligada a ello si la relación
duraba demasiado. De lo contrario, Luke la destruiría emocionalmente porque no le
quedaría nada a María cuando finalmente se cansara de ella.
Pero ¡todavía no!
Su cuerpo reaccionó al sentir el calor de él y Luke empezó a excitarse.
Por un momento, cuando él se inclinó sobre ella, María lo miró y, tal como
sucedió la noche anterior, sintió que una confusión de emociones inundaba su
corazón.
Levantó una mano y tocó la mejilla de Luke; luego la arrogante curva de su
nariz y la mandíbula sin afeitar.
Al reconocer la ternura inherente en las caricias, Luke pareció confundido un
momento. Luego su mirada se endureció.

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—Esperas demasiado de mí, María —señaló, tenso—. No… no puedo


responder a eso.
—Lo sé —asintió María y sonrió, dolorosamente consciente de que ella no
podría controlar lo que estaba a punto de suceder. Sin embargo, ella planeaba más de
lo mismo para después, pues quería vengarse.
Pero más tarde, esa mañana, Luke estaba en uno de esos relajados estados de
ánimo que a ella comenzaban a gustarle tanto. La ayudó a poner en el balcón algunas
macetas que María acababa de comprar, le hizo preguntas y rio cuando ella le habló
de sus antepasados… irlandeses, escoceses, ingleses, portugueses e italianos. Además
quedó intrigado cuando supo que ella hablaba portugués.
—Oh, nada tiene que ver con mi único antepasado portugués, me da vergüenza
decirlo —explicó ella—. Lo que pasa es que después de que nos fuimos a vivir a
Sudáfrica, me pareció sensato escoger el portugués como tercer idioma, pues los
países no angloparlantes que colindan con Sudáfrica son Mozambique y Angola.
—Por supuesto, Taiwan mantiene una relación con los portugueses que se
remonta al tiempo en que se llamaba Formosa. ¿Qué tanto lo dominas? Tengo
participación parcial, a punto de convertirse en única si las negociaciones continúan
como espero, en una pequeña emisora de radio en Macao que transmite en
portugués. Tal vez deberíamos utilizar tu talento allí.
María sabía que él no hablaba en serio.
—¿No está Macao un poco cerca de Hong Kong? Piensa en todas las posibles
molestias —se burló, mirándolo a los ojos—. De cualquier forma he pensado que
debería intentar algo un poco más serio que una estación de música comercial,
cuando vuelva a cambiar de empleo. Ahora tengo veinticinco años. La All India
Radio, AIR, en Delhi, siempre ha atraído a gente de radio de todo el mundo. No
habría ningún problema si me ofrecieran un puesto. Tengo dos pasaportes, al igual
que Florian.
No quiso mencionar el nombre de Florian así que contuvo el aliento, nerviosa,
pero esta vez Luke no reaccionó.
—Sólo recuerda que tu contrato te compromete con nosotros durante dos años
—expresó él con frialdad. María tragó en seco.
—Pero no contigo personalmente, Luke —le recordó, volviéndose y entró en la
sala.
Pasaron diez minutos antes de que él la siguiera y la encontró en la cocina,
escuchando las noticias de última hora en la radio, con la mirada vacía. Luke esperó
que transmitieran un anuncio del patrocinador para hablar:
—¿Qué pasa, María? —preguntó, tenso.
—No lo sé —respondió ella, moviendo las manos agriadamente, ocultando su
resentimiento y su ira.
Él guardó silencio un momento y los dos prestaron atención a la incongruencia
de una canción particularmente conmovedora que siguió al anuncio.
Entonces, acercándose a ella, Luke dijo de pronto:

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—Aún tenemos esto.


—No tengo ganas de ello —mintió María, retirando rápidamente la mano de
Luke de su cintura, antes de que la locura volviera a apoderarse de ella—. Quiero…
quiero salir a comer.
Era un desafío. Él frunció el ceño.
—Supongo que podríamos ir al Gran Hotel. Es poco probable que alguien de la
emisora esté allí en sábado a la hora de la comida… demasiado formal.
¡La posibilidad de que los demás se enteraran de su aventura realmente lo
obsesionaba! María levantó un puño para golpearlo, pero él pareció tan reacio que
ella abrió la mano, antes de que éste llegara al pecho, de manera que lo tocó
ligeramente, y luego le apartó de la frente un mechón.
Tal como ella esperó, Luke se apartó de inmediato de la delicadeza del gesto.
—Tendré que cambiarme de ropa —expresó María, categórica, echando una
ojeada a los pantalones cortos que llevaba puestos y se alejó.
¡Cómo deseaba que él pudiera amarla!
Pero no la amaba. En ocasiones María se preguntaba si alguna vez Luke
pensaba en ella después de que se iba de Taipei, los lunes por la mañana, y antes de
que regresara, los viernes por la tarde. Nunca se ponía en contacto con ella cuando
no se veían, de modo que tal vez era capaz de separar su vida profesional de su vida
sexual, lo cual ella no podía hacer. Rara vez María dejaba de pensar en Luke y las
noches que pasaba sola eran un tormento. La cama le parecía demasiado grande sin
la presencia de él; el apartamento, demasiado silencioso.
María sabía que su aventura tenía que terminar, y pronto. Si Luke no quería, no
podía marcharse; tendría que hacerlo ella. Aquello no podía continuar. Su mutua
dependencia estaba destruyendo a Luke tanto como a ella. Ningún hombre podía
seguir dándose gusto con algo que despreciaba y no perder algo vital para su
integridad.

Taiwan sufrió un fuerte sismo, temprano, el martes de la siguiente semana.


Sin embargo, de las comunidades situadas cerca del epicentro del temblor de
tierra empezaron a llegar informes de daños y un gran número de víctimas. Se supo
que los servicios de urgencia estaban llevando a la capital a muchas de las víctimas
más lastimadas. María tomó la decisión de sacrificar una cierta cantidad de ingresos
por publicidad y transformó la emisora de radio en un servicio temporal, como
estaban haciendo otras estaciones y canales de televisión, para informar acerca de la
situación, difundir avisos del gobierno y pedir a los oyentes que donaran sangre.
Al principio de la tarde, ella y Florian, con dos locutores más y varias figuras
públicas, fueron fotografiados durante el desempeño de su labor.
Al anochecer, cuando María regresó a su oficina, el corazón le dio un salto al
ver entrar a Luke.

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Entonces se obligó a hacer frente a la prosaica realidad. Supuso que el sismo era
la causa de la presencia de Luke, pues los vuelos a Taipei y de Taipei ya estaban
funcionando con normalidad, pero fuera cual fuera el asunto que lo hubiera llevado
allí, era poco probable que se tratara de algo personal.
—¿Estás bien? —preguntó él. María hizo el sorprendente descubrimiento de
que el simple sonido de la voz de Luke podía aún hacer que se le acelerara el pulso y
el corazón se le oprimiera con amor y deseo.
—Todos estamos bien, el edificio no sufrió daños y nosotros hemos podido
continuar transmitiendo sin interrupción —le aseguró ella, resentida, y luego le
informó de la decisión que había tomado.
—Supuse que harías algo por el estilo. Tendremos pérdidas —comentó con
escepticismo—. Esta clase de cosas pueden beneficiar a una emisora si se maneja
correctamente, lo cual así ha sido, pues tú nos has demostrado que eres flexible. Pero
¿y tú?
—¿Yo qué? —replicó María—. Me parece que puedo arreglármelas con
cualquier problema que surgiera, Señor Scott?
Él elevó las cejas con expresión burlona e interrogativa.
—¿Por qué la formalidad, señorita McFadden?
—No estamos en el apartamento —le recordó ella; la amarga mofa la hizo torcer
los labios—. Penny está entrando y saliendo; supongo que no queremos que se entere
de que somos algo más que dueño y directora de programación, ¿verdad?
La ira centelló en los ojos de Luke.
—Me parece muy poco probable que el uso de nuestros nombres de pila la lleve
a especular acerca de nosotros.
—Entonces, ¿por qué fuiste tan cuidadoso en cerrar la puerta cuando entraste?
—lo desafió María.
—Lo habría hecho de cualquier modo, quienquiera que fueses —repuso él; la
mofa destelló en sus ojos cuando prosiguió—. ¿Qué te preocupa, María? No voy a
correr el riesgo de descubrir las cartas haciéndote el amor ahora mismo. Ni siquiera
te he besado, ¿verdad?
No podía lastimarla con tan poco, reflexionó María, dándose cuenta de que
cada vez le resultaba más y más difícil hacer perdurar el odio como un contrapeso al
amor. Era como si el amor hubiera crecido demasiado últimamente, asimilando el
odio, y podía devorarla a ella también si no hacía algo al respecto, y pronto.
—Eso sería correr riesgos —convino ella ásperamente.
—Sobre lodo una vez que hemos empezado, nunca podremos limitarnos a
besarnos —dijo Luke con sarcasmo—. ¿A qué hora es probable que termines aquí?
Los ojos de María centellearon cuando comprendió qué era lo que Luke le
pedía.
—Tenemos una relación de fin de semana, Luke —le recordó ella con
mordacidad.

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—Necesariamente, pues sólo puedo venir los fines de semana.


—Mi vida me pertenece durante la semana.
María tuvo una necesidad urgente de intentar herirlo, sencillamente porque se
sentía lastimada, pero se dio cuenta con enfado de que quizá no podría lograrlo,
porque sin sentir amor nadie podría resultar herido. En el mejor de los casos, el
rechazo de ella sólo podía desanimarlo.
—¿Compartida con quién? —preguntó Luke con desprecio—. ¿Quién te
acompaña a casa las noches de entre semana, María? Jones está en el edificio,
¿verdad? ¿Es a él a quien estás esperando?
—No estoy esperando a nadie. Estoy trabajando aquí… para mis locutores e
ingenieros en una situación crítica, y quizá te sorprenda saber que Florian también
está trabajando —expresó furiosa, pero entonces logró reprimir la ira al recordar que,
mientras estuvieran allí y no en el apartamento, su relación era meramente
profesional—. Él mismo decidió participar en el equipo temporal de monitoreo.
Disfruta reanimar a la gente en esta clase de situaciones. Es una novedad y una
distracción.
—Parece que se hubiera aburrido antes —comentó Luke con ironía—. ¿Tener a
dos mujeres en su vida, no le proporciona suficientes emociones?
—Profesionalmente puede ser un poco inquieto —comenzó a decir María.
—Pero ¿personalmente está bien estimulado y satisfecho?
—Pregúntale a él o a Nicky Kai… yo no lo sé.
—¿Qué es esto? —Luke rodeó el escritorio hacia donde la joven estaba sentada.
A María se le encogió la cara cuando él alargó una mano y le apartó un brillante rizo
de la frente.
—¡No me toques! —protestó ella.
—¿Qué sucedió? —preguntó Luke, tocándole la sien.
María estaba sorprendida.
—No pude ver nada la última vez que me miré al espejo.
—Es una magulladura —dijo Luke, soltándole el pelo mientras María se
apartaba de él, a la defensiva.
—No es de gravedad. Me di un golpe contra el marco de una puerta cuando
comenzó el sismo y perdí el equilibrio.
—¿Ha sido tu primer terremoto?
—He experimentado temblores de tierra en otros lugares. Sin embargo, este fue
algo extraordinario.
Luke la contempló en silencio durante varios segundos.
—Vete a casa, María —dijo al fin.
—No puedo. Tengo que…

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—Como tu jefe, te ordeno que te vayas a casa —la cortó en seco—. Soy
perfectamente capaz de encargarme de la situación aquí en tu lugar. ¿Te duele la
cabeza?
—Un poco —admitió de mala gana, pero, empezaba apenas a sentir el dolor.
Sospechaba que la tensión causada por la presencia de Luke, al final de un día
extremadamente agotador era más la causa que el golpe.
—Toma un taxi —le ordenó Luke en tono perentorio—. Tranquilízate, María…
yo me quedaré aquí. Tengo poco control cuando se trata de ti, pero no soy tan animal
como para privarte de una noche tranquila cuando resulta tan obvio que la necesitas.
Sin embargo, Luke la privaría del simple consuelo de ser una presencia en el
apartamento, pensó ella.
—Por supuesto, nada de sexo… no existe ninguna razón para hacerlo, ¿verdad?
—lo desafió, cáustica.
—Exactamente —confirmó Luke con brutalidad.
—¿No te sientes avergonzado? —preguntó María con vehemencia… Con
masoquismo, comprendió.
—Sabes que sí.
—Yo también, Luke —admitió ella mientras se levantaba de la silla e hizo una
mueca de dolor al sentir una punzada en la cabeza.
La sonrisa de él resultó una farsa.
—No sé si continúe aquí mañana, pues el tráfico aéreo está funcionando con
normalidad y yo tengo que atender algunos asuntos urgentes en Hong Kong, pero de
todas maneras te veré el viernes.
—Si así lo deseas —asintió con amargura.
—Oh, me parece que tú también lo deseas, María —declaró Luke con
arrogancia—. Pero todavía no hemos terminado, ¿verdad?
No obstante tenían que hacerlo, pues de lo contrario, la relación los destruiría,
decidió María.
Miró a Luke con amor. Se lo diría el viernes; ese no era el momento ni el lugar,
se dijo, sintiéndose culpable de lo que hacía.
—El viernes —confirmó ella y salió de la oficina. Se detuvo para explicarle a
Penny que Luke la sustituiría.
Seguramente Luke dejó Taipei esa noche o temprano a la mañana siguiente,
pues María no lo vio por ninguna parte al otro día. El resto de la semana estuvo
ajetreada, pues el terremoto había provocado una acumulación de trabajo. Además
debía hacer algo con respecto a la inquietud que había empezado a notar en Florian
Jones.
Encontró a Florian saliendo del edificio de apartamentos cuando ella regresaba
del trabajo, el viernes por la tarde, luego de ir a comprar comestibles.

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—¡Flo! He querido hablar contigo, pero has estado saliendo muy de prisa
después de terminar tu programa, estos últimos dos días —le dijo ella cuando Florian
se detuvo para saludarla y preguntarle si había escuchado el espontáneo y genial
chiste que acerca del terremoto había contado esa mañana por la radio—. ¡Debes de
tener la conciencia sucia! No te preocupes, no se trata del chiste, aunque resultó un
poco morboso. Ya circula por toda la ciudad… lo escuché dos veces hoy. No, esto es
algo que quizá no te guste.
—Ve a dejar tus compras rápidamente y te esperaré en el primer puente —le
propuso él, señalando el parque al cual daba el edificio.
—No voy a trotar —le advirtió María, dirigiendo la vista a los pantaloncillos de
jogging y a la camiseta que llevaba puestos.
—Tampoco yo —replicó él, confirmando las sospechas de María—. Sólo pensé
que debería salir y llenar mis pulmones con un poco de gases de escape limpios.
Estoy un poco paliducho, ¿no te parece?
María observó su reloj. Era poco antes de la hora en que Luke solía llegar los
viernes, y hasta entonces ella le daba alguna excusa a Florian, pero su amor propio le
pedía que hiciera algo. No sabía lo que podría pasar si por una vez él no la
encontrara esperándolo, cuando llegara.
Además él tenía llaves del apartamento, de manera que podía entrar si volvía
cuando María estuviera fuera. Tendría que esperarla, después de haber llegado
desde Hong Kong, se consoló María, experimentando la vaga sensación de que
estaba haciendo trampa.

—¡Hawaii! —anunció María cuando se reunió con Florian, minutos después—.


Tres semanas en sustitución del locutor de un programa matutino en una estación
comercial de allí, mientras él se hace cargo de tu programa, aquí. La aerolínea que
conseguimos para que patrocine el intercambio está conforme con el trato de incluir a
Nicky y a la esposa o novia del otro locutor, y desde luego se espera que ustedes dos
aprovechen cualquier oportunidad para deshacerse en elogios por la radio del
maravilloso vuelo que tuvieron, de la regia atención que recibieron y todo lo demás.
Durante un tiempo trabajé con el director hawaiano y organizamos un plan similar
para dos de nuestros locutores, cuando estaba en la emisora de Wellington, el año
pasado.
A Florian se le iluminó el rostro y, entusiasmado, empezó a hacer preguntas.
Pero María sabía que el intercambio serviría para que la inquietud que él
experimentaba disminuyera durante un tiempo, aunque no desapareciera por
completo. María sospechaba que Luke sería lo bastante perspicaz para tentarlo con el
ofrecimiento de que eligiera entre todas las demás estaciones en el que él tenía
participación. Quizá no le simpatizaba Florian, pero sabía que era un locutor
demasiado bueno para perderlo.
—¡Eres admirable, María! —la elogió alegremente Florian un poco después,
luego de haber hablado de los reglamentos y requerimientos de Estados Unidos y
Taiwan acerca de tales programas de intercambio—. Siempre he querido ir a Hawai.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Me encantará y yo le encantaré al auditorio de allí. Sabía que estaba inspirado


cuando te propuse para este trabajo aquí; que resultaría recompensado de manera
increíble. ¿No te dije que formábamos una buena pareja?
Le dio unas palmadas en el hombro a María y realizó un jubiloso meneo de
caderas antes de saltar de manera grotesca y triunfal. A ella le dolía el hombro, pero
no pudo evitar reír de las payasadas de Florian.
Un engañoso alivio reemplazó a la diversión, a lo cual siguió una gran ola de
excitación pura cuando alzó la vista hacia el edificio de apartamentos. La figura
inmóvil de Luke llamó su atención al instante.
—Tengo que regresar —le dijo a Florian, quien no había levantado la vista.
María escuchó su propio tono apremiante. Hizo una mueca, cohibida. Aun
cuando Florian fuera un hombre observador, ahora estaba demasiado absorto en sus
asuntos para haberse dado cuenta de ello.
Él la miró distraídamente.
—Yo también, supongo —asintió—. Sí, ¡cuando Nicky se entere de esto! —
añadió, emocionado, asimilando tardíamente el hecho de que Nicky iba a compartir
la aventura; entonces miró con suspicacia a María—. ¿O ya se lo contaste?
—¿Y echarle a perder la fiesta así? —replicó María, sonriendo—. Sólo espero
que se sienta tan contenta como tú.
—Vamos, entonces —dijo Florian, ansioso y satisfecho.
Era característico de su ensimismamiento que no mostrara curiosidad por saber
a qué se debía la prisa de María por regresar a su apartamento, ni por sus planes para
la tarde y el fin de semana. Rara vez pensaba en la vida de los demás, sólo cuando
afectaba la suya; su mente estaba siempre ocupada con sus propias preocupaciones.
Del mismo modo en que sus propias preocupaciones absorbían la mente de
María: el deseo de ver a Luke, de estar en sus brazos de nuevo, la necesidad de
terminar su relación olvidada por el momento. A esa hora, todos los ascensores del
edificio estaban funcionando, atestados de inquilinos que regresaban a casa. El que
ella y Florian al fin tomaron se detenía en cada piso al subir, provocando una serie de
muecas de parte de un impaciente Florian y causando frustración en María.
Cuando al fin llegaron al piso de ella, María se despidió de él rutinariamente y
salió del ascensor experimentando una sensación de alivio. Corrió hacia su
apartamento.
Se encontraron en la sala. María vaciló y su sonrisa desapareció al ver la
expresión de Luke al mirarla de la cabeza a los pies con hostilidad.
—¿Completamente sola? ¿No lo trajiste contigo, entonces? —comentó Luke con
burla, haciendo caso omiso de la mano que ella extendió hacia él.
—¿A quién? —distraída, dejó caer la mano—. Luke… —Luego de ese
comportamiento extático que acabo de presenciar, pensé que le habías prometido
satisfacción instantánea como mínimo.
—¡Oh! ¿Florian? —adivinó María, mientras la frialdad penetraba lentamente en
su corazón.

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—¿Quién más, a menos que estés favoreciendo a más de dos de nosotros? —se
mofó él—. Pero no lo creo. Se trata de Jones, siempre Jones… Siempre es lo mismo,
¿verdad?
—¡Florian es un colega! —estalló, tratando de luchar contra la angustia que
sentía.
—Las horas de oficina no son suficientes, ¿verdad? —señaló Luke, torciendo los
labios—. Como te llevó mucho tiempo llegar hasta aquí, pensé que habías ido a su
apartamento, pero supongo que Nicky Kai se encuentra aún allí. Creí que lo traerías
aquí… ¿Qué sucedió? ¿Me viste en el balcón y decidiste aplazar su reunión? ¿O
viniste aquí para dar alguna excusa que te permita verlo? ¿Como alguna ceremonia a
la que tengas que asistir en tu calidad profesional? ¿Cuántas veces han sido
auténticos esos asuntos? Es una suerte para ti que yo haya insistido en no
acompañarte.
—¡Pero piensa en lo vergonzoso que sería eso, Luke! —se burló María—. La
gente pensaría que estás enredado conmigo.
Luke se tensó, pero en lugar de responder, continuó acusándola.
—Entonces, ¿cuál va a ser la excusa esta vez, cariño? ¡Vamos, déjame escuchar
lo que tienes que decir!
María lo miró y supo lo que tenía que hacer. Avergonzado de desearla,
avergonzado de haber iniciado esa aventura, Luke no parecía más feliz que ella.
—No voy a darte excusas, Luke, pero tengo algo que decirte —afirmó,
categórica—. Este tiene que ser el último fin de semana. Se acabó.

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Capítulo 9
Después de un momento, Luke rió, pero no parecía divertido. María vaciló.
—Al menos eres lo bastante sincera para querer terminar una aventura antes de
empezar otra… —expresó él de pronto, con los párpados entornados al mirar el
rostro tenso de la joven—. ¿O es que soy un tonto para creer, incluso, eso? ¿Ya
comenzó, María? ¿O, más bien, ha continuado? ¿Cuántas veces has visto a Jones
durante las semanas en que he tenido que dejarte sola aquí? Nunca te lo pregunté
antes y hasta ahora no había pensado en ello…
—¡Porque no tenías necesidad de hacerlo! —exclamó María—. Habrías sabido si
yo estaba enredada con otro hombre del mismo modo que yo habría sabido si tú
hacías el amor con otra mujer durante la semana.
—Sí, pensaba eso —aceptó Luke, todavía tenso y agresivo—. Pero ahora ya no
sé qué creer. Quizá te parece prudente terminar nuestra aventura ahora que te das
cuenta de que eres sospechosa, mientras que no parecía importarte cuando la
evidencia de tu pasión en la cama podía convencerme de que no había nadie más. Ya
te dije que no me gusta compartir.
—¡Estoy terminando nuestra aventura porque ya no puedo soportar más, Luke!
—exclamó furiosa—. No puedo soportar lo que está pasando con nosotros… con los
dos. Es algo terrible que nos está destruyendo como personas. Ya no nos gustamos…
—¡Toda esta repentina preocupación por el bienestar emocional de alguien a
quien odias!
—Y sobre todo estoy terminándola porque estoy cansada de que
constantemente me tildes de mentirosa —afirmó ella con énfasis, perdiendo los
estribos—. Ni siquiera me has preguntado por qué di un paseo con Flo esta tarde, por
ejemplo. No, como siempre, sólo hiciste suposiciones. Por si sirve de algo, sólo
aproveché la oportunidad para hablar con él acerca de un asunto que tiene que ver
con la radio cuando nos encontramos por casualidad. Giles Estwick consiguió que
una aerolínea patrocine uno de esos programas internacionales de intercambio, de
manera que es Flo el locutor a quien mandaremos a una estación de Hawaii durante
tres semanas. Por eso estaba tan emocionado.
—No quiero escuchar eso, María —declaró Luke con voz cansina—. Estoy
dispuesto a aceptar que la radio forma parte de la conversación siempre que ustedes
dos se encuentran. Quizá el hecho de tener eso en común es causa de lo que existe
entre ustedes. No sé cómo es Jones, pero tú pareces ponerte sentimental por
cualquier cosa que los una. Esas fotos del diario que recortaste, por ejemplo. ¿Una no
fue suficiente? ¡Allí están los dos, felicitándose cuando acababan de donar sangre
durante la emergencia del martes!
—No soy sentimental, ni tampoco me siento halagada de que mi foto aparezca
en un diario, pero a mi madre le gustan esa clase de cosas, así que voy a enviarle una
a ella, a Inglaterra —vaciló antes de continuar—. La otra es para Rachel la esposa de
Flo que vive en Sudáfrica, porque yo sabía que él no lo haría y pensé que a ella le

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

gustaría poder mostrarle a su pequeña hija una foto de su padre haciendo algo
responsable y cívico.
—¡Qué conmovedor! —exclamó Luke con desprecio—. Debe de ser una mujer
poco imaginativa o poco sensible si puede soportar mantenerse en contacto con una
fulana que empezó una aventura con su esposo ¡cuando ella estaba embarazada!
María lo miró con ira.
—Para ti todo es sexo, ¿verdad? Todo contacto que haya tenido con Florian
tuvo que estar relacionado con el sexo…
—No, María —la interrumpió Luke con ironía—. Sexo es lo que tienes conmigo,
mientras que apenas es un aspecto de tu compromiso emocional con Florian Jones.
Siempre he aceptado que estás enamorada de él, aun cuando conduces tu relación de
una manera que a la mayoría de la gente le parecería inexplicable.
—¿Qué es necesario para convencerte? No estoy enamorada de Florian, y nunca
lo he estado.
—¿Por qué sigues negándolo, María? ¿Has olvidado que sé que te metiste con él
hace seis años? Desde el principio lo supuse. ¿Recuerdas ese concierto en Zimbabwe?
No sentiste ninguna vergüenza, ¿verdad? Eso es a lo que volvemos siempre.
María guardó silencio, asimilando las palabras de Luke, un poco incrédula. Era
asombroso, pero ese fin de semana que pasó en Harare, hacía tantos años, le servía
de fundamento a Luke para creer que ella estaba enredada romántica y sexualmente
con Florian.
—¿Puedo explicarte eso? —pidió María con calma—. Nunca he estado
enamorada de él.
—Eso se explica por sí mismo, ¿no? —respondió Luke con escepticismo—. Su
esposa se encontraba en Johannesburgo, pero allí estabas tú, la otra mujer.
—¡No era una mujer entonces! —protestó María apasionadamente—. Era una
jovencita…
—Y nunca pasaste de allí, ¿verdad? ¡No! Ni siquiera soporto oírte decir su
nombre otra vez, sobre todo esa ridícula abreviatura que no dejas de utilizar. No
soporto escucharte.
—Entonces no tenemos más que decir —aceptó María torpemente. Se apartó de
él y luego se detuvo al advertir el movimiento que Luke hizo hacia ella.
—Yo diría que tenemos muchas cosas de que hablar, cariño —la contradijo
Luke—. Después de todo, acabas de anunciar el final de nuestra aventura.
—Eso no requiere discusión —dijo María con mordacidad.
—Quizá usé la palabra equivocada. Pero tu anuncio merece algo recíproco,
María. No lo acepto. Sí, acepto que existe ese vínculo especial entre tú y Jones. Te dije
que lo aceptaba. Pero nuestra aventura no terminará sino hasta que el deseo termine,
y, como te dije la otra noche, todavía no hemos acabado.
Luke estaba más cerca ahora. María lo miró con aprensión.
—No me toques, Luke —le advirtió en voz baja.

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—Aún me deseas —afirmó él con arrogancia.


—Si me tocas, me quitarás la posibilidad de elegir —expresó ella con dolor y
furiosa añadió—: ¡Maldición, tú lo sabes! Sabes que no puedo… no puedo controlar
lo que existe entre nosotros. Nunca he podido hacerlo. Siempre has sido el único.
—Si ésa es la única manera… si eso es todo lo que hay…
Luke encogió los hombros y María notó el brillo de temeridad en sus ojos.
Sabía lo que iba a pasar. Era tan vulnerable ante Luke que parte de ella ya
aceptaba que la derrota era inevitable; que sólo él podía dar por terminada su
aventura. Pero al mismo tiempo su amor propio exigía resistencia y rechazaba
someterse a la humillación de rendirse físicamente al hombre que la calificaba de
mentirosa y la acusaba de infidelidad… el hombre que la había lastimado mucho…
Con la idea extravagante e imprevista, de avergonzarlo, permaneció callada
cuando Luke la tomó en sus brazos y se mantuvo pasiva cuando la estrechó contra sí.
Luego los labios de él cubrieron los suyos, y la furiosa arremetida de su lengua la
llenó de pánico.
Finalmente trató de escapar de la devastadora posesión, moviendo la cabeza de
un lado a otro hasta que las manos de Luke la sujetaron.
Después de eso no había nada que ella pudiera hacer, salvo asimilar el impacto
del sensual ataque y dejarse seducir. Los labios de Luke le daban placer y sus manos
vagaban, insolentes, por su cuerpo, causando estragos.
Luke la humillaba. Sin embargo, la piel de ella ardía, un fuego conocido, la
apuñalaba y el cuerpo de María se movía contra el de él, primero espasmódicamente,
luego, de manera involuntaria, adoptando un ritmo ondulante, agitado, claramente
erótico.
—No, no hemos terminado todavía —afirmó Luke con aspereza, levantando la
cabeza al fin. Apareció en sus ojos un brillo de triunfo mientras ella gemía, tratando
de protestar.
Luke dejó de abrazarla, de modo que sus manos sólo la sujetaban de los brazos.
María se apoyó contra él, temblando violentamente, mientras que las piernas se le
doblaban.
—Luke… —dijo ella en voz apenas audible y suspiró con angustia y
desesperación, mientras admitía la derrota otra vez.
Luke continuó sujetándola de los brazos durante algunos segundos más,
mirándola a la cara. Luego la hizo sentarse en el sofá.
—Aún eres mía —dijo con arrogancia—. Ahora y mientras esto dure. Aunque
sólo sea así.
De pronto Luke se arrodilló delante de ella y volvió a tomarla en sus brazos.
Inclinó la cabeza para tomar por asalto los labios, hinchados y rojos.
La pasión los consumía. María gimió un poco cuando Luke acercó una mano a
un seno y luego le acarició las piernas. María se asió convulsivamente a los hombros
de él y cedió al dulce tormento cuando los largos dedos de Luke le acariciaron los
muslos.

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—¡Por favor! —gimió cuando Luke la besó en el cuello y se excitó al oír que él
abría la cremallera de sus pantalones.
Devorada por el deseo, María se movió instintivamente, anticipando el
movimiento de Luke hacia ella, pero éste nunca llegó.
—¡Dios, no! ¡Ah, no, María! —exclamó Luke; pareció encogerse, como si algo le
doliera—. Así no. No puedo…
Permaneció inmóvil, paralizado, durante algunos segundos. Luego, sin poderlo
creer, María volvió a oír el sonido de la cremallera.
—Luke…
De pronto él se apartó de María, ya sin tocarla aunque seguía arrodillado
delante de ella, con la cabeza inclinada.
Durante un momento de frustración María tuvo la impresión de que él lo hacía
a propósito para castigarla, o quizá para darle una lección. Entonces Luke levantó la
cabeza y ella pudo ver su rostro.
—¡No! —exclamó él, como si le hubieran arrancado la palabra, y lanzó a ella
una mirada furiosa—. Tienes razón, María. Este debe ser el último fin de semana.
—¡Sí! —estuvo de acuerdo ella.
Una sonrisa irónica vaciló en los labios de Luke.
—Supongo que tu alivio está justificado.
—No podría hacerlo —explicó ella, estremeciéndose—. Sabía… acabo de
comprender que tenías que ser tú el que terminara esto.
—Sí. Porque, como dijiste, estaba privándote de la posibilidad de elegir. No era
justo para ti. Oh, podría decirte que siempre he sabido que era injusto contigo,
usando el sexo para mantenerte cautiva.
—Me parece que ninguno de los dos ha tenido la posibilidad de elegir desde
hace tiempo —dijo ella; él negó con la cabeza, como si no quisiera creerlo.
—No es necesario enfatizarlo —replicó él con resentimiento—. ¿O crees que me
desprecio ya lo suficiente? Sólo sexo, eso era todo, y sin embargo allí estaba,
dispuesto a… ¡demonios!
La verdad nunca perdería su poder de lastimar, pero a María no le gustaba
desquitarse; consciente de que la misma verdad debía de lastimar a Luke
profundamente, aunque de manera distinta. Pasaría mucho tiempo antes de que él
dejara de despreciarse a sí mismo por haber sucumbido a una atracción puramente
física y ante una mujer a la que despreciaba.
—Los dos estábamos atrapados, lo dijiste una vez —le recordó María con
desasosiego—. Éramos prisioneros.
—Y ahora eres libre. Felicidades —dijo Luke, burlándose.
—Los dos lo somos —lo corrigió ella con amabilidad—. Además estoy
agradecida contigo porque, como te dije, tenías que ser tú quien se hiciera
responsable de eso. También te agradezco que no te hayas aprovechado de lo que

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existía entre nosotros hace seis años. Pudiste hacerlo… ahora lo sé, y también sé que
no habría sabido qué hacer entonces.
—Eso es lo que sospeché, pero tu maldito agradecimiento es lo último que
quiero, María. Tampoco deseo abandonarme a una autopsia… aunque supongo que
es una descripción apropiada si lo que hay entre nosotros está muerto ya.
—¿Completamente muerto? —preguntó María, consciente de que él seguía
deseándola, aun cuando la necesidad de respetarse de nuevo le dictó que pusiera fin
a su aventura amorosa—. ¿Podemos…? Todavía nos queda este fin de semana, ¿no,
Luke? El último fin de semana.
—¿No prefieres…? —se detuvo y la miró con cautela un momento y luego echó
a reír. Fue un sonido duro, hueco, acompañado de un encogimiento de hombros que
podría haber sido de aceptación o resignación—. Sí, aún tenemos este fin de semana.
Así que si eres lo bastante tonta como para ofrecer, yo no soy lo bastante tonto como
para negarme.
—Soy una tonta —convino ella, entristecida por la actitud de Luke.
Él todavía estaba arrodillado delante de ella. María alzó una mano y la puso con
la palma abierta sobre la mejilla de Luke y lo acarició.
Durante varios segundos Luke permaneció inmóvil, respirando apenas. Luego
apartó bruscamente la cabeza.
—No hagas eso —ordenó, tenso—. No puedo soportarlo cuando me tocas así.
Es una parodia… un simulacro.
La brutalidad del rechazo la hizo echarse atrás, pero María pudo aceptar la
aversión que él sintió. Cualquier manifestación de ternura entre los dos sería una
farsa y sólo serviría para enfatizar la ausencia de amor.
De pronto, ella se puso furiosa.
—¡Así, entonces! —exclamó acercándose a él, y sus labios buscaron febrilmente
los de Luke—. Por si acaso has olvidado lo que estábamos haciendo unos minutos
antes.
Los brazos de Luke la rodearon.
—No lo había olvidado.
—Hazme el amor —le pidió ella, todavía furiosa.
—¿Aquí, así? No —dijo él en voz baja, se puso de pie y ayudó a María a hacer lo
mismo—. Sería un error. El dormitorio.
Reconocer el control que él de pronto parecía haber encontrado, cuando ella
todavía no tenía ninguno convirtió la ira de María en rabia. Si Luke la hubiera
tomado allí, en el sofá, unos minutos antes, como casi lo hizo, su abandono a la
pasión entonces habría sido mutuo, pero ahora él volvía a ser la parte dominante de
lo que quedaba de su relación.
Resultaba irracional estar tan resentida ahora, cuando su aventura se acercaba a
su fin, pero estaba demasiado furiosa, porque él no la amaba, para pensar con
claridad.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

María quería poder odiarlo de nuevo. Buscaba motivos. Se mostró violenta


cuando hicieron el amor, un poco después. Impedida de expresar su amor por medio
de la ternura, optó por una pasión desmesurada que parecía contagiar a Luke. Él le
hizo el amor con desesperación.
—Espero no haberte lastimado —señaló María con cortesía después de que
Luke tomó una ducha y regresó al dormitorio. Él rió, verdaderamente divertido.
—Pensé que eso tratabas de hacer.
—Pues tú no te comportaste precisamente como un pacifista —replicó, evasiva
—. Voy a tener magulladuras mañana.
—Eso será todo lo que tendrás, cariño, así que considérate afortunada.
Los dos eran demasiado conscientes de que se trataba de su último fin de
semana; el conocimiento pesaba sobre ellos, provocando emociones complejas cada
vez que sus miradas se encontraban, hasta que finalmente empezaron a evitar
mirarse.
Hacían un gran esfuerzo, se dio cuenta María. Le pareció que Luke también era
consciente de ello. Se esforzaban por hacer que ese fin de semana resultara un final
digno de su aventura para tener un recuerdo que conservar.
No podían dejar de pensar en el hecho de que iban a separarse y ninguno de los
dos hizo el intento por evitar el tema en la conversación.
El sábado por la tarde, Luke dijo de repente:
—En cuanto a ese proyecto hawaiano, María, ¿piensas acompañar a Jones?
—¡No! No necesita que nadie le diga cómo ser un locutor talentoso. Siempre ha
trabajado sin un productor personal —accidentalmente lo miró a los ojos; de
inmediato una vez más fue consciente de lo que pensaba de ella—. Nicky irá con él.
Los ojos de María, que amenazaban con cambiar del ambarino al oro, cuando
ella y Luke estaban sentados cenando en el balcón, desafiaron a Luke para que
desarrollara el tema, pero al instante bajó la mirada.
Él no trató el asunto. En lugar de ello preguntó con afabilidad:
—Estás contenta con tu trabajo aquí, ¿verdad? ¿No tienes planes para tratar de
librarte de tu contrato?
—No, pero… —vacilante, se arriesgó a dirigirle a Luke una mirada obsesiva—.
¿Podrías… crees que podrías ausentarte de Taipei algún tiempo, Luke?
—Creo que voy a tener que hacerlo —respondió Luke con ironía y ella hizo una
mueca.
—Te lo agradecería —se dignó a decir inexpresivamente.
—Para que puedas empezar a fingir que nunca ocurrió —se burló él, un poco
agresivo—. Pero sí ocurrió, María.
—Ocurrió y ya terminó —reconoció.
—Y ninguno de los dos está tratando muy bien el asunto —añadió Luke.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—¿Por qué habría de querer recordar? Ayer eras tú quien no parecía querer
recordar… todo el desastre. Dijiste que no querías autopsias.
—Lo que quiero y lo que voy a tener son dos cosas muy distintas. ¿Estás
tratando de provocarme? Las peleas son para los amantes.
Pero ellos ya no lo eran. Luke se le anticipó. Ahora apenas la tocaba y cada vez
se mostraba menos comunicativo. La tristeza envolvió a María. Sabía que su
aventura amorosa tenía que terminar, pues de lo contrario los destruiría a ambos.
Pero ahora que estaba a punto de suceder la aterraba un futuro en el que no existiría
Luke, quien ya ni siquiera la haría infeliz.
La habían privado de él antes, hacía seis años, antes de que supiera que lo
amaba. Entonces María reaccionó con una rabia que interpretó como odio. Esta vez,
sabedora de lo que perdía e incapaz de odiar… ¿qué iba a ser de ella?
Para la tarde del sábado, estaba harta.
—Si no quieres hacer el amor ni tampoco hablar, ¿por qué no salimos? —sugirió
desafiante, mirándolo, con las manos en la cintura y la burla brillando en sus ojos—.
Después de todo, no puede importar si alguien que nos conoce nos ve juntos en esta
última etapa, Luke. Cualquier especulación pronto será olvidada o descartada
porque nunca nos volverán a ver juntos, ¿no? Si lo recuerdan, pensarán que estaban
imaginándose cosas, sacando conclusiones precipitadas.
Luke dio la impresión de que quería arrojarle algo a María.
—Eso te molesta, ¿verdad? —se burló.
—¿Me reprochas? —contraatacó María.
—No —admitió Luke, sorprendiéndola, pero entonces levantó un hombro—.
Entonces, ¿adónde quieres ir?
—A algún lugar público —se aventuró a decir—, donde podamos ver a
desconocidos que organizan sus vidas y sus asuntos con más éxito que nosotros.
—¿Y envidiarlos, o sencillamente recordar que puede hacerse? ¿Piensas que
somos unos fracasados, entonces?
—¿No lo somos? No simpatizamos mucho mutuamente. Eso, para mí, no
significa tener éxito —era un resumen amargo de su infeliz aventura, pero sintió
remordimiento, pues no era culpa de Luke que no pudiera amarla, aunque tampoco
tenía ningún derecho de despreciarla—. Hay un salón de té o café al aire libre
chino… no sé cómo lo llaman… no lejos de aquí. Podemos ir caminando.
—Como quieras.
Luke se mostraba tan indiferente que María estuvo a punto de decirle que lo
olvidara. Pero un deseo perverso de aprovecharse de que él hubiera consentido que
lo vieran con ella la hizo guardar silencio. Fue a quitarse los pantalones cortos y se
puso un vestido.
Salir no sirvió de nada. Una cortesía impersonal terrible se había apoderado de
los modales de Luke, lo cual le rompía de nuevo el corazón a María. Habría preferido
más de sus acusaciones desdeñosas que el aire ausente que ahora mostraba. Al

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

menos cuando la condenaba, él reaccionaba ante ella; ahora la trataba como si fuera
una desconocida.
Tenía ganas de llorar. Lo estaba perdiendo demasiado pronto… ¡demasiado
pronto!
Poco después, cuando regresaban al edificio de apartamentos, Luke le tocó el
codo ligeramente, sorprendiéndola, pues había estado evitando el contacto físico con
ella.
—Si no te importa, María, voy a hacer una llamada, cuando entremos, para
averiguar si puedo volar de regreso a Hong Kong… esta noche, preferentemente. Fue
un error para mí quedarme después de la noche del viernes. Debimos saber que no
podríamos prolongar esto una vez que estuvimos de acuerdo en que tenía que
terminar.
Al escucharlo, a María le pareció que la luz desaparecía del brillante atardecer.
—Sí, quizá tienes razón —convino con voz apagada.
No había nada más que ella pudiera decir, ni protesta que pudiera hacer. Sabía
que tenía que terminar. Así lo quiso ella.
Pero pensaba que aún les quedaba esa noche.
—¿Qué tanto he desordenado tu vida?
María rió un poco, con sarcasmo.
—Es un asunto que todavía tengo que estudiar —respondió evasivamente.
—Lo resolverás —le aseguró él, insensible, cuando entraban en el edificio. Ella
contuvo el deseo de golpearlo y decirle exactamente lo que le había hecho y seguía
haciéndole.
—¿Y tú? —preguntó María a su vez, de la manera más civilizada que pudo,
mientras él apretaba uno de los botones del ascensor.
—Viviré con ello —respondió Luke con expresión un poco ceñuda y esperó que
María entrara antes que él en uno de los ascensores.
—¡Oigan, esperen! —se oyó una voz familiar a sus espaldas.
Luke, automáticamente, puso un dedo en el botón que impedía que se cerrara la
puerta del ascensor y María se puso tensa. Luego la joven se volvió para ver a
Florian, quien corría hacia ellos en compañía de Nicky.
María miró a Luke con aprensión, aunque sabía que era lo bastante maduro
para dominar su aversión hacia Florian… con tal de que éste se abstuviera de ser
provocativo.
Otra posibilidad le vino a la cabeza. Si Florian y Nicky sacaban la conclusión
obvia de que ella y Luke sostenían una aventura amorosa ahora cuando,
irónicamente ya había terminado…
María se estremeció y al acercarse a Luke, para dejarle espacio a la otra pareja,
lo tocó ligeramente en la muñeca. No supo si el impulso de hacerlo surgió de un
deseo de buscar tranquilidad o de darla.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Luke la miró un poco sorprendido antes de saludar con urbanidad a Nicky y


Florian.
—¡Ojalá recordaras que no puedo correr, Flo! —exclamó Nicky, jadeante.
Dirigiéndoles a María y Luke una mirada de disculpa, se paró en una pierna para
examinar un elegante zapato de piel, cuando la puerta se cerraba—. Estoy segura de
que me estropeé un tacón.
Era claro que Florian conservaba el optimista estado de ánimo del viernes.
—Estas mujeres no pueden andar al mismo paso que uno, ¿verdad? —le
comentó alegremente a Luke antes de concentrase en sus propias preocupaciones—.
¿Ya se enteró del viaje que haré a Hawaii?
—María me contó algo —respondió Luke.
—Sí, ella…
Florian pareció sorprendido.
Nicky se dio cuenta de ello, de manera que se apresuró a hablar.
—Florian cree que necesita un vestuario completo para el viaje —dijo riendo—.
No dejo de decirle que la gente no puede verlo en la radio.
Pero era imposible distraer a Florian.
—Oh, oigan, ¡se me acaba de ocurrir! —exclamó dramáticamente, y les sonrió a
María y Luke—. Ustedes dos juntos aquí, en domingo… y la otra vez los vimos
llegar… ¡No me digan que tengo que felicitarlos! ¡Apuesto a que soy el primero en
saberlo! Ustedes dos son… ¿cómo es eso? ¡Una noticia! Me encanta esa palabra… una
noticia. Estoy en lo cierto, ¿no?
María estaba paralizada, esperando alguna especie de explosión o que Luke
negara que estaba comprometido con alguien como ella…
—Sí —sin expresión, la palabra fue dirigida a Florian. Instintivamente, María
tomó de una mano a Luke, todavía esperando algo más.
Luke la miró brevemente, pero en lugar de la furia que esperaba, su expresión
era compleja, interrogativa; sus dedos se relajaron y envolvieron la mano de ella.
Florian miraba a María, perplejo.
—Nunca he llegado a comprender esto de María y los hombres… la manera en
que los atrae —expresó con franqueza.
—Todo es atractivo y halagos, como de costumbre, Flo —comentó María con
sarcasmo.
—Sé que les gusta a algunos de los demás locutores de aquí, y lo mismo ocurrió
en Sydney —le informó Florian a Luke con crudeza, sin darse cuenta de las
reacciones que estaba provocando—. Oh, supongo que en realidad ella no es tan
mala, pero sinceramente no lo comprendo.
—Florian, ¿cómo puedes ser tan grosero? —lo regañó Nicky—. ¡Me avergüenzo
de ti!

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—Pero yo estoy fascinado, Nicky —afirmó Luke—. ¿De verdad es tan


extraordinario?
Florian pareció satisfecho.
—Soy extraordinario. Pero supongo que estoy prejuiciado desde la primera vez
que la vi, un encanto. Todavía tengo esa imagen de ti, María. Llevabas un sombrero
de paja y cola de caballo, y usabas ese espantoso uniforme escolar que te subías para
mostrar las piernas… Sólo Dios sabe por qué querías hacerlo ¡si estaban cubiertas de
magulladuras y los calcetines con polvo! —dejó de contemplar a María y le sonrió a
Luke, quien estaba atento—. ¿Se asombra? Atravesaba Johannesburgo en dos
autobuses y luego caminaba los últimos tres kilómetros para buscarme.
—Para saber cómo se hacía —lo corrigió María.
—Para saber cómo funcionaba —admitió Florian con indulgencia, pero aún
trataba de impresionar a Luke—. La escuela de segunda enseñanza a la que yo asistía
fue una de las primeras en tener una pequeña estación de radio, con noticias,
entrevistas y un poco de música. Habíamos atraído la atención de las verdaderas
emisoras de la ciudad. María estaba decidida a que su escuela no se quedara atrás.
Supongo que se podría decir que nos adoptamos uno al otro; ninguno de los dos
tenía hermanos. Desde entonces hemos estado juntos, de vez en vez, echándonos la
mano. Incluso ella me presentó a mi esposa, pero sabe que no nos hizo un favor ni a
Raquel ni a mí.
María hizo una mueca cuando Luke le apretó los dedos. Horrorizada, casi no se
atrevía a mirarlo, temerosa del desprecio que tendría que enfrentar, porque, por
supuesto, tomaría las palabras despreocupadas de Florian como una confirmación de
todo lo que creía de ella.
Cuando lo miró, quedó sorprendida. Luke aceptaba lo que había dicho el otro
hombre. Aceptaba que nunca hubiera existido nada romántico o sexual entre ella y
Florian.
Empezó a temblar de rabia cuando el ascensor llegó al piso en que se
encontraba el apartamento de ella. Luke le creía a Florian, quien le era antipático…
Pero nunca le creyó a ella.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Capítulo 10
María todavía se estremecía terriblemente cuando ella y Luke salieron del
ascensor. Apartó la mano de la de él, como si tuviera miedo de que pudiera
contaminarla, y con paso majestuoso se adelantó a él. No se animó a hablar sino
hasta que estuvieran dentro del apartamento:
—Finalmente lo crees, ¿verdad? —preguntó por encima del hombro antes de
entrar en el salón.
Luke la siguió.
—Quizá sea mejor que me digas lo que hacías un fin de semana con un hombre
casado —propuso él con calma.
—Traté de hacerlo el viernes por la noche —le recordó ella con mordacidad.
—Pensaba que sabía la respuesta entonces —dijo él, irritado—. Ahora me doy
cuenta de que no era así.
Florian Jones lo había convencido de que ella era inocente de todo aquello de lo
que la acusó. ¡Florian! Luke nunca le creyó a ella. María descubrió que en realidad
estaba celosa de Florian. Él lo hizo con facilidad, venciendo todas las sospechas de
Luke con unas cuantas frases desenfadadas.
—¡Está bien! —exclamó—. Aunque no debería ser necesario decírtelo y nunca
debiste haber creído lo que creíste… ¡Oh, Dios! A pesar de todo su ego y vanidad, ni
siquiera Florian se imaginó por un momento que estaba enamorada de él, si bien
tampoco él tiene la menor idea de lo egoísta e inmaduro que me parece fuera de un
estudio de radio. Como dijo él, yo le presenté a Rachel. Era una vieja amiga del
colegio, aunque nosotros habíamos salido del colegio en ese entonces. Procede de
una familia muy estricta. Se embarazó semanas después de haber conocido a Flo. Me
parece que Florian resistió la presión que el padre de ella ejerció sobre él y aceptó las
consecuencias por la perspectiva de la paternidad. Un nene era una novedad. Incluso
ahora, a su manera, está orgulloso de Joni. El nene que venía en camino era todo lo
que el matrimonio tenía. Me sentí culpable… como cuando no pude estar con mi
familia mientras mi padre moría… Me sentí lo bastante culpable para querer ayudar
a que el matrimonio tuviera éxito, pues yo los había presentado y no pensé
advertírselo a Rachel, sobre todo porque él no me parecía atractivo ni lo consideraba
el gran seductor. Sabía que si el matrimonio no resultaba, se convertiría en una
trampa de toda la vida para ella. Fui lo bastante ingenua para pensar que existía una
posibilidad remota. Supe que Rachel se sintió infeliz cuando Florian estuvo ausente
durante todo un fin de semana y ella se quedó sola porque estaba demasiado
enferma para acompañarlo. Oh, Rachel y yo fuimos ingenuas cuando decidimos que
yo debía ir con él. Si Florian hubiera conocido a alguien y hubiera querido ser infiel,
habría encontrado la oportunidad y yo no habría podido detenerlo. Después fue
infiel, pero no ese fin de semana. Así que todo lo que se logró entonces fue la
tranquilidad de espíritu de Rachel en una época en que no se sentía bien. Ella sabía y
sabe que yo nunca he estado interesada en Florian. Él también lo sabe. ¿Y tú, Luke?
—Necesitaba que me lo dijeran —reconoció él.

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—No preguntaste, no querías que te lo dijeran sino hasta que Florian te


convenció de que nunca ha habido nada entre nosotros. ¡Florian Jones, Luke! Ni
siquiera te simpatiza y le creíste, ¡pero a mí nunca me creíste! —María no pudo
contener el resentimiento—. ¡Desgraciado! ¡Eres un desgraciado!
—El hombre es demasiado egocéntrico para mentir por alguien más.
—¡Asombroso! —lo felicitó con burla—. Tienes toda la razón acerca de él. Casi
no lo conoces, pero ya sabes cómo es… y sin embargo nunca entendiste nada acerca
de mí, aunque hemos estado juntos, compartiendo una cama y ¡nuestros fines de
semana!
Un suspiro reacio hizo que Luke se estremeciera.
—Nada de excusas, María —admitió él, tenso, e hizo una pausa antes de ceder
al resentimiento—. Sólo te diré que tenías razón cuando una vez me acusaste de
tener prejuicios personales. Llegué a Sudáfrica todavía aturdido por lo que mi padre
me contó, esperando un poco encontrar matrimonios destruidos por personas ajenas
a la familia. Pero, maldición, nunca pude ver con claridad o pensar correctamente
cuando se trataba de ti… desde luego no pude hacerlo desde que llegaste a Taipei, ni
tampoco hace seis años. Me parece que quizá necesitaba pensar lo peor de ti, aunque
eso fuera desagradable para mí, como una especie de defensa, de manera que
pudiera despreciarte aun cuando eso significara despreciarme a mí mismo también.
Así podía sentir que estaba justificado quedarme con algo, no entregarme por
completo a tu poder… porque había muchos sentimientos envueltos. No podía
arriesgarme a creer en ti. No quería creer en ti.
—Y ahora, cuando ya terminó, Florian hizo que te dieras cuenta de que pudiste
creerme —dijo María con amargura, logrando sonreír—. Al menos no tendrás que
seguir sintiéndote avergonzado de mí, en retrospectiva, Luke, aunque ese aspecto del
asunto estropea nuestra aventura. Supongo que por eso parece no importarte que
Nicky y Florian se hayan enterado de lo nuestro.
—Esperaba que lo negaras cuando Jones lo adivinó —replicó Luke.
—¡Esperabas demasiado de mí, entonces! No tenías ningún derecho de sentirte
avergonzado de mí. Lo supe siempre, recuérdalo, aunque acabas de descubrirlo, así
que no veía por qué debía cumplir tu deseo de mantener en secreto nuestra aventura
amorosa —confesó María, desafiante—. Por lo que a mí se refiere, el mundo entero
pudo enterarse de ello.
—Nunca me sentí avergonzado de ti, María, y en cuanto a mantener en secreto
nuestra aventura, no me importaba si lo hacíamos así o no —afirmó Luke con
impaciencia—. Eso vino de tu parte…
—Entonces, ¿por qué nunca podíamos salir juntos a lugares donde podrían
vernos y reconocernos, después de que nos convertimos en amantes? —preguntó con
desdén—. Te ponía en un aprieto. No querías que la gente se enterara de lo nuestro…
—No, eras tú quien no quería, cariño —la interrumpió él—. Te avergonzaba
nuestra relación. ¿No te clasificaste una vez como esclava del sexo? Todos los fines
de semana había alguna referencia al peligro de que alguien se diera cuenta de lo que
pasaba entre nosotros, y también la noche del jueves pasado, cuando tuve que venir
para saber si estabas bien porque los primeros informes del temblor de tierra eran

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

terribles. Quizá te sorprenda saber que podía ver las cosas desde tu punto de vista.
No me habría gustado nada estar en tu posición; una atracción puramente física que
pesaba más que la antipatía, así que sencillamente cumplí tus deseos. Incluso hubo
ocasiones en las que te compadecía.
—¡Oh, vamos, Luke! —exclamó María—. Tomé la idea de ti, de tu actitud.
Incluso aquella primera noche, en la fiesta en casa de los Estwick, dijiste que
deseabas haber vivido en los días en que un hombre podía mantener oculta a su
amante.
—Después te dije que había estado exagerando —le recordó Luke—. Pero
admito que he dicho muchas cosas a propósito, con la esperanza de lastimarte o
humillarte, y esa fue una de esas cosas.
—Querías castigarme —expresó categórica.
—Estaba desilusionado por lo sucedido hace seis años —admitió Luke.
—Porque pensabas que tenía una aventura con Florian.
—Hasta lo de Zimbabwe, creía que podría resolver eso. Eras muy joven, en la
edad en que querías experimentar; un disc-jockey te parecía una figura interesante,
pero pensé se trataba de algo superficial y que terminaría pronto. No sabía qué tan
lejos habían llegado las cosas entre ustedes en esa etapa. Otra posibilidad, también
considerando tu juventud, era que te había seducido la idea de burlarte de los
convencionalismos enredándote con un hombre casado. No sabía si debía apartarte
de él, esperar que eso terminara o no hacer nada… esto último porque sabía que si tu
reacción hacia mí era puramente física, podía tenerte… pero quizá te perjudicaría
emocionalmente.
—O me destruirías —dijo ella con amargura. Al fin y al cabo, eso era lo que él
había hecho.
—Sí —una sombra apareció en el rostro de Luke—. Como te digo, era algo que
estaba manejando. Luego ustedes dos se fueron juntos a Zimbabwe. Para mí eso
significaba que tu compromiso con Jones era más profundo de lo que me imaginaba.
—Así que hiciste que me despidieran del trabajo —agregó ella.
—Nunca he estado orgulloso de la manera en que lo hice —dijo Luke
sencillamente—. Ha sido la única ocasión en que he perdido el dominio de mí
mismo… en que he perdido el juicio, supongo. Ese era el efecto que ejercías sobre mí.
Me sentía lastimado y devolvía los golpes. No habría soportado verte de nuevo. Me
decía que se debía a que me repugnabas, pero en realidad tenía miedo de lo que
pudiera hacer y decir. En parte era amor propio. No podía tolerar poner al
descubierto todo lo que sentía. Pero, y sé que esto no atenúa nada, quizás esto
compensa el egoísmo, aun cuando entonces todavía tenía miedo de sucumbir a la
tentación de hacer uso del poder que ejercía sobre ti, y el uso se habría convertido en
abuso.
—¿Y no ha sido abuso ahora, seis años después? —preguntó María con
resentimiento.
—Ah, sí, sé que sí, pero no espero que me perdones la vida, María —reconoció
Luke con sarcasmo—. Sin excusas, como ya te dije, y la única explicación que puedo

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

ofrecerte es que pensaba que amabas a Jones. Si hubiera sabido que no era así, habría
tratado de hacer las cosas de manera distinta… Sin embargo, ahora no importa. Se
terminó. Discúlpame, pero empezaré a llamar por teléfono para averiguar si puedo
volar para Hong Kong esta noche.
Luke se apartó de ella para buscar el teléfono. María se quedó inmóvil.
Finalmente empezó a juntar los fragmentos de la confesión. Armó una imagen
frustrante que no creía entender.
—¿Qué te hizo decidir de pronto que había terminado? —preguntó ella—. ¿La
noche del viernes, Luke?
Él volvió a mirarla. Su sonrisa era una caricatura.
—Si recuerdas bien, fuiste tú quien me dijo que había terminado y yo estaba…
persuadiéndote de que no era así. Entonces, de pronto, no pude soportarlo más…
saber que el único efecto que ejercía sobre ti era sexual, mientras que tú amabas a
Jones. Tu relación con él era emocional… Por supuesto, ahora lo sé, eso no es
pertinente, pero lo demás sí. No es… no era suficiente. Quiero… quería todo… Al
final, descubrí que no quería nada, aunque al principio pensé que podría quedar
satisfecho con algo.
—Luke…
—Además habías comenzado a ser amable. No podía soportarlo. Pero al mismo
tiempo sabía que yo estaba en peligro de ceder a ello… Maldición, ya te dije que no
espero que me perdones la vida, pero no tengo que hacer esto. No tengo que
quedarme aquí mostrando mi alma con el fin de que te sientas mejor. ¡Puedo irme!
Pasando de las palabras a la acción, Luke volvió a apartarse. María lo siguió y
se golpeó la espinilla con la mesita del café. Lo alcanzó cuando él había llegado al
teléfono.
—¡Luke, espera! Por favor… ayúdame. Necesito que me lo digas, que me
expliques…
—Lo lamento, me gustaría ayudarte, pero no puedo. Te recuperarás. Eres
bastante inteligente y tienes un carácter fuerte. Ahora yo necesito más ayuda que tú,
así que no puedo darme el lujo de pensar en tus necesidades.
Entonces ella lo tocó en el brazo desnudo, con dedos delicados.
—Luke… ¡Oh, no estoy segura! ¿Puedes…? ¿Podemos…?
Luke se tensó cuando María lo tocó. Después de algunos segundos, rechazó con
violencia la mano de ella.
—¡No hagas eso, María! No quiero tu amabilidad. ¿Cuántas veces tengo que
decirte que no lo soporto? ¡No puedo soportarlo cuando me tocas así!
María había estado sintiéndose más vulnerable que nunca, pero ahora había
perdido los estribos.
—¡No trato de ser amable cuando te toco así, maldito! ¡No mereces que sea
amable contigo!
—Entonces…

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—Trato de ser cariñosa. Tampoco mereces eso, maldito, pero no puedo


evitarlo… Oh, Luke, ¿qué pasa?
—¿Hablas en serio? —preguntó, tenso.
—Necesitas a Florian Jones para que te convenza también de esto, ¿verdad? —
preguntó, furiosa, burlándose.
—¿Cómo, María? —Luke hizo caso omiso de la burla—. ¿Cuando has tomado
tan a mal lo que existía entre nosotros… te sentías tan avergonzada de ello? Porque
eras tú quien quería mantenerlo en secreto. Dijiste que no deseabas que tus amigos ni
colegas se enteraran de lo nuestro.
—Dije eso para… para desquitarme de ti, porque creía que te sentías
avergonzado de ello —admitió ella, empezando a sentirse un poco culpable—. Fue
algo mezquino, lo sé. Todas las demás veces lo hice para acordarme de la realidad y
provocarte al mismo tiempo. Me avergonzaba de mí misma. Me odiaba por dejar que
controlaras mi vida cuando me despreciabas.
—También me odiabas —le recordó él con cautela.
Pero Luke alzó una mano y la introdujo entre el brillante y satinado cabello de
María; luego le acarició la mejilla. No acostumbrada a tal ternura de parte de un
hombre que sólo le había mostrado desprecio y deseo, María empezó a estremecerse,
mientras que la emoción le cerraba la garganta.
—Durante mucho tiempo pensé que te odiaba —confesó ella—. Traté de
encontrar toda clase de razones para hacerlo. La primera vez que hicimos el amor
empecé a creer que te odiaba, pero cuando… Al final supe que no te odiaba, sino que
te amaba. Entonces, durante algún tiempo, traté de amarte y odiarte al mismo
tiempo, pero no resultó. No podía. El amor era demasiado… Hace tiempo que no
puedo convencerme de que te odio, Luke.
—¡Oh, Dios, María!
Ella levantó una mano y amorosamente cerró los dedos sobre la muñeca de él.
—Pero en realidad nunca fue odio —continuó, estremeciéndose—. Siempre me
dio miedo lo que sentía, creo que porque sabía, sin entender, que tú pudieras… que
pudieras poseerme, Luke. Me daba miedo eso, pero también siempre lo deseé,
porque cuando hiciste que me despidieran de ese trabajo… ¡Oh, odié eso! No me
gustó nada saber que ya no podría verte, pero pensé que era a ti a quien odiaba.
Encontré toda clase de motivos para ello, como no haber estado junto a mi padre
cuando murió. Nunca lo entendí sino hasta que vine a Taipei y nos encontramos de
nuevo, cuando empecé a comprender por qué siempre reaccionaba tan intensamente
contigo. Al principio creí que sólo era una dependencia puramente física que tanto
temía. Resultó todavía peor cuando me di cuenta de que era algo más que eso. Me
parece que siempre te he amado, Luke.
Él continuaba acariciándole la mejilla, mientras la miraba con expresión
sombría.
—Tienes razón, María, no merezco…

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—¡Luke! —exclamó estremeciéndose—. ¡Por favor! Necesito saberlo, necesito


que me digas si… todas las cosas que me has dicho, todo lo que has sentido y
deseado, ¿era sólo afán de posesión o…? ¡Dímelo por favor!
—¡Oh, Dios! ¿No estabas segura cuando tú…? —Luke no completó la pregunta;
la miró, contrito—. Entonces eres más valiente que yo, mi amor. Te amo, María.
Siempre te he amado, desde la primera vez que te vi en Sudáfrica y sin saber nada de
ti. Nunca dudé de lo que sentía, pero me sorprendí de que ese sentimiento no
hubiera desaparecido a lo largo de los años. Trataba de convencerme de que era una
especie de obsesión, un deseo perverso de la mujer a la que nunca podría tener… al
menos no de la manera en que te deseaba; amándome y deseándome.
Luke se mostró tan triste que conmovió a María.
—¡Oh, Luke…! —empezó a decir ella, pero no pudo continuar, pues la emoción
la ahogaba.
—¿Qué puedo decir, María? Creía que amabas a Jones… por eso te traté así. Sin
duda te diste cuenta de que le guardaba rencor.
—Pensaba que sólo eran celos sexuales —reconoció ella.
—No —confesó Luke—. Podrías haber tenido cientos de aventuras amorosas y
yo habría tratado de que te enamoraras de mí, pero la idea de que habías amado a
otro hombre y que aún lo amabas… ¡Oh, Dios!
Él guardó silencio, pero su rostro se ensombreció con el recuerdo de un dolor
muy personal.
—Si hubiera sabido por qué te importaba tanto, habría hecho un mayor
esfuerzo para que aceptaras la verdad —señaló ella—. Ojalá lo hubiera sabido, Luke.
—Y si yo hubiera sabido; incluso que eras libre de amarme si yo podía
convencerte de que lo hicieras, no habría sido tan… —Luke volvió a guardar silencio
durante algunos segundos—. Pero comencé esto sin ninguna esperanza de ganar lo
único que deseaba, por encima de todo lo demás, porque pensaba que ya había sido
entregado. Y lo que tomé en compensación sólo me llevó a desear más. Seguía
amándote más y más. ¡Dios! Cuando pienso que cada vez que rechazaba tu ternura,
era tu amor lo que rechazaba…
—Ya no importa, Luke. Podemos solucionarlo, ¿verdad?
—Sí —respondió él, sonriendo de pronto. Ella se quedó sin aliento.
—Nos amamos.
—Y ahora ¿qué?
—Tenemos el futuro.
—Sí.
Luke empezó a besarla en todo el rostro con una ternura que María nunca
imaginó posible. Durante un momento ella permaneció inmóvil y callada, respirando
apenas mientras gozaba la novedad de la ternura de Luke, pero luego su cuerpo
comenzó a moverse en respuesta al calor de los labios masculinos.
—Luke —dijo en voz baja, con ternura—. ¡Mi amor!

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

—No sé cuánto tiempo pueda continuar así —declaró, estremeciéndose—.


Quiero hacerte el amor y poder decirte que te amo, y oírte decir que me amas
mientras lo hacemos.
—Estaba pensando que me gustaría precisamente lo mismo —confesó ella,
ofreciéndole a Luke una sonrisa radiante—. Pero habrá otras veces…
Ya habría tiempo para la ternura. Y lo hubo después, en las secuelas de la
pasión, enriquecida con el conocimiento del amor, mientras permanecían acostados
tocándose mutuamente, disfrutando de la libertad de poder expresar sus
sentimientos de otra manera, con confianza, pero sin urgencia.
—Hay una cosa que me desilusiona —expresó María con picardía.
—¿Qué cosa?
—¡En el ascensor no saliste inmediata y galantemente en mi defensa y le diste
un puñetazo en la nariz a Florian cuando insistía en lo indeseable que soy!
Luke se echó a reír.
—Estaba demasiado atento a lo que me decía, pero, si insistes, lo haré la
próxima vez que lo vea, sólo que… Nunca pensé que llegaría el día en que sentiría
lástima por ese nombre, sin embargo, ya llegó. Si nunca se ha quedado sin aliento al
verte sonreír, o sentido que su corazón se sacude de amor al oír tu voz, entonces es
un pobre hombre y yo soy el hombre más rico del mundo. ¿María?
—¿Sí?
—Quiero algo más que fines de semana —dijo él, apartándole un mechón de la
cara.
—Yo también —explicó en voz baja, feliz.
—Quiero casarme contigo —continuó él.
—Comenzaba a pensar que quizá tendría que ser yo quien lo planteara.
—No, la siguiente pregunta es tuya.
—¿Una familia?
—Si quieres una, me encantaría, pero yo estaba pensando en consideraciones
más prácticas e inmediatas.
Luke se había puesto un poco tenso; María sonrió.
—Oh, Luke, una estación de radio es sólo una estación de radio, y hay muchas
por todo el mundo, y sólo hay un Luke Scott —dijo ella, riendo, y vio que él se
relajaba—. ¿No lo sabías, tonto? Por supuesto, está la cuestión de mi contrato actual,
pero estoy segura de que puedo sobornar al jefe para que me ayude a resolver ese
problema sin demasiado lío.
—Eso dependerá de lo que tengas que ofrecerle —respondió Luke.
—Te lo mostraré en un momento, mi amor… ¡como si no tuvieras ya una muy
buena idea! —exclamó María, riendo.
—Ya encontraremos una solución —prometió él.

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Jayne Bauling – Prisioneros de la pasión (Falsos rencores)

Sus miradas se encontraron. Luego Luke la besó en los labios con gran ternura.
Ella sabía que habría otros problemas prácticos sobre los cuales debían hablar
después, pero estaba segura de que ella y Luke los resolverían todos.
Juntos, no podían fallar.

Fin

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