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Las teorías

psicosociales de
la personalidad
Calvin S. Hall y
Gardner Lindzey

PdÁóósP'ú-cctctfia'
de la personalidad
CALVIN S. H A LL
GA RD N ER LIN D Z EY

LAS TEORIAS
PSICOSOCIALES DE
LA PERSONALIDAD
ADLER, FROMM, HORNEY
y SULLIVAN

editorial
PAIDOS
México — Buenos Aires — Barcelona
Título del original: Theories o f Personality

Publicado en inglés por John Wiley & Sons, Inc. New York

Traducción de: Heddy Barpal de Katz


y Alberto Conesa Pietscheck

la. Edición en M éxico: Octubre de 1984.

te )1957, 1970, by John Wiley & Sons, Inc.


© De todas las ediciones en castellano
Editorial Paidós, S .A .I.C .F .
Defensa 599; Buenos Aires
Ce) De esta edición,
Editorial Paidós Mexicana, S.A .
Guanajuato 202-A
06700 México, D .F.
Tel. 564-56-07

ISBN : 968-853-009-3

Reservados los derechos conforme a la ley


Impreso en México
INDICE

INTRODUCCION 7

ALFRED ADLER 11

1. CONCEPTOS PRINCIPALES 17
Finalismo ficcionalista 18
L a lucha por la superioridad 19
Sentimientos de inferioridad y compensación 21
Interés social 23
Estilo de vida 25
El sí mismo creador 27

2. CLASE Y METODOS D E INVESTIGACION 29


Orden de nacimiento y personalidad 29
Los primeros recuerdos 30
Experiencias infantiles 32

ERICH FROMM 35

KAREN HORNEY 45

HARRY STACK SULLIVAN 53

1. ESTRUCTURA D E LA PERSONALIDAD 59
Dinamismos 60
Personificaciones 63
Procesos cognitivos 65

2. DINAMICA D E LA PERSONALIDAD 67
Transformaciones de la energía 69
6 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

3. DESARROLLO D E LA PERSONALIDAD 71
Etapas del desarrollo 72
Factores determinantes del desarrollo 77

4. CLASE Y METODOS D E INVESTIGACION 79


L a entrevista 80
ESTADO ACTUAL Y EVALUACION 87

BIBLIOGRAFIA 95

BIBLIOGRAFIA EN CASTELLANO 99
INTRODUCCION

Las teorías psicoanalíticas de la personalidad for­


muladas por Freud y Jung se nutrieron del mismo
clima positivista que caracterizó el avance de la fí­
sica y la biología del siglo xix. Fundamentalmente,
el hombre era considerado un complejo sistema
energético que se mantiene a sí mismo por medio
de transacciones con el mundo exterior, cuyos fines
últimos son la supervivencia individual, la propa­
gación de la especie, y un continuo desarrollo evo­
lutivo. Los diversos procesos psicológicos que cons­
tituyen la personalidad sirven a tales fines y puesto
que, según la doctrina evolucionista, algunas per­
sonalidades están mejor adaptadas que otras para
realizarlo, el concepto de diversidad y la distinción
entre adaptación e inadaptación condicionó el pen­
samiento de los primeros psicoanalistas. También la
psicología académica, atraída hacia la órbita del
darvinismo, se interesó en la medición de las dife­
rencias individuales respecto de las aptitudes y en
el valor adaptativo o funcional de los procesos psi­
cológicos.
Al mismo tiempo, comenzaron a tomar cuerpo
otras tendencias intelectuales que discrepaban con
la concepción puramente biofísica del hombre: du­
rante los últimos años del siglo pasado, la sociolo­
gía y la antropología hicieron su primera aparición
como disciplinas independientes; la rapidez de su
desarrollo en el curso del presente siglo ha sido ex­
traordinaria. En tanto los sociólogos estudiaban al
8 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

hombre de una civilización avanzada y comproba­


ban que es el producto de su clase y su casta, de
las instituciones y costumbres, los antropólogos se
aventuraban hacia remotas áreas del mundo donde
obtuvieron la evidencia de que el ser humano es
casi infinitamente maleable. D e acuerdo con estas
nuevas ciencias sociales, el hombre es, fundamen­
talmente, el producto de la sociedad en que vive:
su personalidad es más social que biológica.
Gradualmente, esas incipientes doctrinas cultura­
les y sociales comenzaron a infiltrarse en la psicolo­
gía y en el psicoanálisis y a corroer los fundamentos
naturalistas y físicos de esas ciencias; muchos se­
guidores de Freud, disconformes con su miopía
respecto de los condicionamientos sociales de la
personalidad, se apartaron del psicoanálisis clásico
y comenzaron a rehacer la teoría psicoanalítica se­
gún las nuevas tendencias dictadas por el desarrollo
de las ciencias sociales: entre quienes dieron a la
teoría psicoanalítica la orientación, propia del siglo
xx, de la psicología social, se cuentan Alfred Adler,
Karen Horney, Erich Fromm y Harry Stack Sulli­
van, cuyas ideas trataremos en este volumen. Cabe
considerar al primero de los mencionados como la
figura patriarcal de la “nueva tendencia psicológico-
social”, puesto que ya en 1911 rompió con Freud a
raíz de su desacuerdo sobre el tema de la sexuali­
dad y procedió a desarrollar una teoría en la que
los conceptos de interés social y esfuerzo por la su­
peración constituyen los pilares más firmes. Más
tarde, Horney y Fromm tomaron parte en la disputa
contra la definida orientación instintivista del psi­
coanálisis e insistieron en la importancia de las va­
riables psicológico-sociales para la teoría de la
personalidad. Finalmente, Harry Stack Sullivan, con
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 9

su teoría de las relaciones interpersonales, consoli­


dó la posición de una teoría de la personalidad
basada sobre los procesos sociales. Aun cuando cada
una de las teorías posee sus propios postulados y
sus propios conceptos, existen entre ellas muchos
paralelos que han sido señalados por diversos auto­
res ( James, 1947; Ruth Munroe, 1955; H. L. Ans-
bacher y R. R. Ansbacher, 1956).
Nuestra elección de la figura de Harry Stack Su­
llivan como la principal de este volumen se funda,
ante todo, en la creencia de que él llevó sus ideas
al más elevado nivel de conceptualización y en que
su influencia fue, por consiguiente, muy grande.
Sin duda, Sullivan ha sido el teórico más indepen­
diente respecto de las doctrinas psicoanalíticas pre­
valecientes; si bien al comienzo utilizó el marco de
referencia freudiano, en su trabajo posterior, parti­
cularmente influido por la antropología y la psico­
logía social, desarrolló un sistema teórico que se
desviaba de manera notable del de Freud. Por su
parte, tanto Horney como Fromm mantuvieron sus
ideas dentro de los límites del psicoanálisis y Adler,
aun separado de la escuela freudiana, siguió durante
toda su vida bajo el influjo de su temprana asocia­
ción con Freud. Por lo general, Horney y Fromm
son estudiados como revisionistas o neo-freudianos
aunque Freud se opuso seriamente a esas denomina­
ciones; ninguno de ellos procuró desarrollar una
nueva teoría de la personalidad: más bien, se con­
sideraron a sí mismos como renovadores y reelabora-
dores de la vieja teoría. Mucho más innovador fue
Sullivan, pensador sumamente original que atrajo
a muchos y devotos discípulos y desarrolló lo que
a veces se califica como una nueva escuela de
psiquiatría.
ALFR ED ADLER

Alfred Adler, perteneciente a una familia de clase


media, nació en Viena en 1870 y murió en Aber-
deen, Escocia, durante una gira de conferencias en
1937. Obtuvo su título de médico en 1895 en la
universidad de Viena; tras especializarse en oftal­
mología, se dedicó, al cabo de un período de prác­
tica en medicina general, a la psiquiatría. Fue
miembro fundador de la Sociedad Psicoanalítica de
Viena y más tarde su presidente; pronto, sin embar­
go, comenzó a desarrollar ideas diferentes de las de
Freud y otros miembros de la sociedad, discrepan­
cias que llegaron a ser particularmente agudas y
a causa de las cuales se le solicitó que expusiera sus
puntos de vista ante la Sociedad, lo que hizo en
1911. Como consecuencia de las vehementes críticas
y acusaciones de los demás miembros, Adler renun­
ció a la presidencia de la Sociedad; pocos meses
después concluía su vinculación con el psicoanálisis
freudiano (Colby, 1951; Jones, 1955; H. L. y R. R.
Ansbacher, 1956, 1964).
Formó entonces su propio grupo, muy pronto co­
nocido como el de la “Psicología del individuo”,
que atrajo numerosos simpatizantes de todas partes
del mundo. Durante la Primera Guerra Mundial, Ad­
ler sirvió como médico en el ejército austríaco; fi­
nalizada la contienda, se interesó en la orientación
del niño y fundó las primeras clínicas de orientación
12 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

vinculadas con el sistema escolar vienes; asimismo,


inspiró el establecimiento de una escuela experimen­
tal en Viena destinada a aplicar sus teorías respecto
de la educación (Furtmüller, 1964).
En 1935, se radicó en los Estados Unidos donde
continuó su práctica psiquiátrica y se desempeñó
como profesor de psicología médica en la facultad
de medicina de Long Island. Escritor prolífico, en
el curso de su vida publicó cientos de artículos y
libros de los cuales T he practice and theory o f in­
dividual psychology (1927) [Práctica y teoría de
la psicología del individuo] es, probablemente, la
mejor introducción a su teoría de la personalidad;
en Psychologies of 1930 (1930) [En la edición
castellana: La psicología profunda] y en Inter­
national Journal of Individual Psychology (1935)
aparecen resúmenes más breves de sus conceptos.
Heinz y Rowena Ansbacher (1956, 1964) han pu­
blicado y comentado dos volúmenes que contienen
una amplia selección de las obras de Adler. Ellos
constituyen la mejor fuente de información sobre
la teoría del individuo. Además, se han publicado
dos extensas biografías sobre Adler (Bottome, 1939;
Orgler, 1963). Por otra parte, sus ideas se difun­
den en los e . u . a . por la Sociedad Norteamericana
de Psicología de Adler, con filiales en Nueva York,
Chicago y Los Angeles, y por medio de su revista
The American Journal of Individual Psychology.
En agudo contraste con el más importante su­
puesto de Freud, según el cual la conducta del
hombre es motivada por instintos congénitos, y con
el principal axioma de Jung, según el cual la con­
ducta es gobernada por arquetipos innatos, Adler
considera que el hombre es motivado, fundamen­
talmente, por las exigencias sociales; de acuerdo con
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 13

él, el hombre es, en esencia, un ser social: se rela­


ciona con otra gente, se compromete en actividades
sociales cooperativas, estima el bienestar social más
que el interés personal y adquiere un modo de vi­
da de orientación predominantemente social. Adler
no afirmó que el hombre llega a la socialización só­
lo porque está expuesto a los procesos sociales; el
interés social es innato, si bien el desarrollo de tipos
específicos de relación con la gente y con las insti­
tuciones sociales está determinado por la naturale­
za de la sociedad en la que el individuo nace. En
cierto sentido, pues, Adler sustenta un punto de
vista tan biológico como el de Freud y Jung: am­
bos suponen que una naturaleza que es inherente
al hombre conforma su personalidad. En tanto
Freud pone el énfasis sobre el sexo, Jung destaca
los patrones primordiales del pensamiento y Adler
acentúa los intereses sociales: tal insistencia en los
factores determinantes sociales de la conducta, inad­
vertidos o minimizados por Freud y Jung, constituye
probablemente la mayor contribución de Adler a la
teoría psicológica, el rasgo que atrajo la atención de
los psicólogos sobre la importancia de las variables
sociales, el que fomentó el desarrollo del campo de
la psicología social en el momento en que esta dis­
ciplina necesitaba apoyo y estímulo, especialmente
los provenientes de las filas del psicoanálisis.
La segunda contribución importante de Adler a
la teoría de la personalidad es su concepto del sí
mismo creador que, a diferencia del yo freudiano
que consiste en un grupo de procesos psicológicos
al servicio de los fines instintivos, constituye un
sistema subjetivo, altamente personalizado, que in­
terpreta las experiencias del organismo y les con­
fiere significado; más aún, busca experiencias que
14 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

contribuyan a la realización del estilo de vida pro­


pio del individuo y, cuando no las halla en el mun­
do, procura crearlas. Este concepto de un sí mismo
creador, nuevo para la teoría psicoanalítica, ayudó
a compensar el extremo “objetivismo” del psicoaná­
lisis clásico, que se basaba casi por entero en las
necesidades biológicas y los estímulos externos pa­
ra explicar la dinámica de la personalidad. Como
veremos en otros volúmenes, el concepto del sí mis­
mo ha desempeñado un importante papel en las re­
cientes formulaciones acerca de la personalidad, y
la contribución de Adler a la nueva tendencia de
reconocimiento del sí mismo como una de las cau­
sas principales de la conducta se considera suma­
mente significativa.
La tercera característica de la psicología de Adler
que la separa del psicoanálisis clásico es el énfasis
que pone en la unicidad de la personalidad: según
él, cada persona es una configuración única de mo­
tivos, rasgos, intereses y valores; cada acto ejecutado
por una persona lleva el sello de su propio y distin­
tivo estilo de vida. En este aspecto, Adler adhiere
a la posición de William James y Wilhelm Stern
quienes, se afirma, han sentado las bases de la psico­
logía personalista.
La teoría de la personalidad de Adler minimiza
el instinto sexual que, según las primeras teoriza­
ciones de Freud, desempeñaba un papel casi exclu­
sivo en la dinámica de la conducta. Adler agregó
otras interpretaciones al monólogo freudiano sobre
el sexo: el hombre es, fundamentalmente, un ser so­
cial, no sexual, motivado por los intereses sociales,
no por los sexuales; sus inferioridades no se limitan
al dominio de lo sexual sino que se extienden a to­
das las facetas de su ser, tanto físicas como psico­
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 15

lógicas; se esfuerza por desarrollar un estilo único


de vida en el que el impulso sexual desempeña un
papel secundario; de hecho, la forma en que el in­
dividuo satisface sus necesidades sexuales no deter­
mina su estilo de vida sino al revés. Tal destrona­
miento del sexo, luego del monótono pansexualis-
mo de Freud, fue bienvenido por muchos.
Por último, Adler hace de la conciencia el cen­
tro de la personalidad, lo cual lo convierte en un
pionero en el desarrollo de una psicología orienta­
da en el yo. El hombre es un ser consciente; habi­
tualmente tiene conciencia de las razones de su con­
ducta, de sus inferioridades y de los fines por los
cuales lucha; más aún, es un individuo consciente
de sí mismo, capaz de planear y orientar sus accio­
nes con pleno conocimiento de lo que significan
para su autorrealización. Esta es la antítesis total
de la teoría de Freud, quien generalmente habría
reducido la conciencia a la condición de algo casi
no existente, a pura espuma flotando en el gran
mar del inconsciente.
1. CONCEPTOS PRINCIPALES

Alfred Adler, al igual que otros teóricos de la per­


sonalidad inicialmente dedicados a la práctica de la
clínica médica y de la psiquiatría, dio comienzo a
sus teorizaciones en el campo de la psicología anor­
mal: formuló una teoría de la neurosis antes de
que la extensión de su campo teórico incluyera, en
1920, la personalidad normal. (H. L. y R. R. Ans-
bacher, 1956). La teoría de la personalidad de Ad­
ler es extremadamente económica: unos pocos con­
ceptos básicos sostienen toda la estructura teórica.
En consecuencia, el punto de vista adleriano puede
ser rápidamente esquematizado mediante unos cuan­
tos trazos generales: 1) el finalismo ficcionalista,
2) la lucha por la superioridad, 3) el sentimiento
de inferioridad y la compensación, 4) el interés so­
cial, 5) el estilo de vida y 6) el sí mismo creador.

FINALISM O FICCION ALISTA

Poco después de separarse del círculo que rodea­


ba a Freud, Adler fue influido por la filosofía de
Hans Vaihinger, cuyo libro The psychology of “as
i f (versión inglesa, 1925) [La psicología del “como
si”] data de 1911. Vaihinger presentaba la curiosa
e interesante opinión de que el hombre vive merced
a numerosas ideas puramente ficticias que no tie-
18 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

nen contraparte en la realidad; tales ficciones, por


ejemplo, “todos los seres humanos son creados igua­
les”, “la honestidad es la mejor política” y “el fin
justifica los medios”, permiten al hombre encarar
más eficazmente la realidad: son construcciones o
supuestos auxiliares, no hipótesis pasibles de prueba
y confirmación, y se puede prescindir de ellas cuan­
do su utilidad ha desaparecido.
Adler asumió esta doctrina filosófica del positi­
vismo idealista y la empleó según su propio enfo­
que. Se recordará que Freud subrayó insistentemen­
te los factores constitucionales y las experiencias in­
fantiles como determinantes de la personalidad; en
Vaihinger, Adler halló la refutación de tan rígido
determinismo histórico: la idea de que el hombre
está más motivado por sus expectativas respecto del
futuro que por sus experiencias del pasado. Tales
objetivos no existen en el futuro como parte de al­
gún designio teleológico —ni Vaihinger ni Adler
creen en la predestinación o en la fatalidad— ; más
bien existen subjetiva o mentalmente aquí y ahora
como esfuerzos o ideales que afectan la conducta
presente: por ejemplo, si una persona cree que hay
un paraíso para la gente virtuosa y un infierno para
los pecadores, esa ficción ejercerá una considerable
influencia sobre su conducta. Según Adler, tales fi­
nes ficticios son la causa subjetiva de los hechos psi­
cológicos.
Al igual que Jung, Adler identificó la teoría de
Freud con el principio de causalidad, y la suya con
el principio del finalismo.

La psicología del individuo insiste en la ab­


soluta necesidad del finalismo para comprender
cualquier fenómeno psicológico. Ello entrañó el
LAS TEO R IA S PSICOSOCIALES 19

abandono de principios explicativos del tipo de


las causas, fuerzas innatas, instintos, impulsos y
de otros conceptos semejantes. Las experiencias,
los traumatismos, los mecanismos de desarrollo
sexual no pueden servirnos de explicación. Lo que
cuenta es la perspectiva desde la cual ellos han
sido vividos, la particular manera individual de
percibirlos, que pone Loda la vida psíquica al ser­
vicio del objetivo final de vida (1930, pág. 400;
versión castellana, pág. 66 ).

Este fin último puede ser una. ficción, es decir,


un ideal irrealizable que sin embargo constituye el
más legítimo acicate del esfuerzo del hombre y la
explicación final de su conducta; Adler creía, asi­
mismo, que la persona normal está en condiciones,
cuando es necesario, de liberarse de la influencia de
tales ficciones y enfrentar la realidad, cosa que el
sujeto neurótico es incapaz de hacer.

LA LUCHA POR LA SUPERIO RIDAD

¿Cuál es el fin último por el que el hombre lucha


y que otorga coherencia y unidad a la personali­
dad? Hacia 1908, Adler llegó a la conclusión de que
la agresividad era más importante que la sexuali­
dad y, poco después, alrededor de 1910, reemplazó
el impulso agresivo por la “voluntad de poder”. Ad­
ler identificaba poder con masculinidad y debilidad
con femineidad: llegado a esta etapa de su pensa­
miento expuso la idea de la “protesta masculina”,
forma de sobrecompensación en la que caen tan­
to los hombres como las mujeres cuando se sienten
incompetentes e inferiores. Más tarde, sustituyó la
20 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

“voluntad de poder” por la ‘lucha por la superiori­


dad”, idea que a partir de entonces sostuvo firme­
mente. Así, sus ideas respecto del fin último del
hombre consideran tres estadios: ser agresivo, ser
poderoso y ser superior.
Adler aclara perfectamente que superioridad no
significa, en este caso, distinción social, liderazgo
o posición preeminente en la sociedad, sino algo
semejante al concepto del sí mismo de Jung o al
principio de autorrealización de Goldstein: es un
esfuerzo en pos de la perfecta consumación, el “gran
impulso ascendente”.

Entonces comencé a ver claramente en cada fe­


nómeno psíquico la intervención del afán de su­
perioridad. Este esfuerzo acompaña al crecimien­
to físico; es una necesidad inherente a la misma
vida. Está en la raíz de todo intento de dar so­
lución a sus problemas y se manifiesta en la ma­
nera de enfrentarlos. Todas nuestras funciones
psíquicas siguen su dirección y, adecuada o ina­
decuadamente, pugnan por el logro, la seguridad.
Este impulso del minus (negativo) al plus (po­
sitivo) es incesante. E l impulso de “abajo” hacia
“arriba” jamás cesa. Todas las premisas que fan­
tasean nuestros filósofos y psicólogos —“autopre-
servación”, “principio del placer”, “igualación”—
no son sino vagas aproximaciones, tentativas de
expresar ese gran impulso hacia arriba (1930,
pág. 398; versión castellana, pág. 63).

¿De dónde proviene el esfuerzo por la superiori­


dad o perfección? Según Adler es innato, constitu­
ye una parte de la vida; de hecho, es la vida misma.
Desde el nacimiento hasta la muerte la lucha por la
LAS TEORIAS PSICOSOCIALES 21

superioridad conduce al individuo desde un estado


de desarrollo al estado inmediato superior: se trata
de un principio dinámico “prepotente”; no existen
impulsos separados sino que cada uno recibe su
poder del esfuerzo por la consumación. Adler reco­
noce que la lucha por la superioridad puede mani­
festarse en mil formas diferentes y que cada per­
sona tiene su propio modo concreto de alcanzar o
intentar la perfección: mientras el neurótico, por
ejemplo, se esfuerza por lograr la autoestima, el po­
der y la autoexaltación — es decir, por fines egoís­
tas— , el individuo normal lucha por fines de carác­
ter principalmente social.
¿Cómo aparecen en el individuo las formas par­
ticulares del esfuerzo por la superioridad? Antes de
responder a esta pregunta, se ha de discutir el con­
cepto adleriano de sentimientos de inferioridad.

SEN TIM IEN TO S D E IN FERIO RID A D


Y COMPENSACION

Muy al comienzo de su carrera, cuando todavía se


interesaba en la medicina general, Adler expuso la
idea de inferioridad orgánica y sobrecompensación
(19 17); procuraba hallar una respuesta a la eterna
cuestión de por qué, cuando la gente sufre una en­
fermedad o una dolencia, éstas se localizan en una
determinada región del cuerpo: en tanto una per­
sona desarrolla una enfermedad cardíaca, otra pa­
dece una perturbación pulmonar y una tercera,
lumbago. Adler sugirió que la razón del asiento
de una dolencia particular en tal o cual región es
una inferioridad básica de ésta, sea por causa de
la herencia o de alguna anormalidad de índole evo­
22 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

lutiva, y señaló que a menudo la persona con un


órgano defectuoso procura compensar su deficien­
cia mediante el esfuerzo resultante de un intensivo
entrenamiento: el más famoso ejemplo de compen­
sación de la inferioridad orgánica es Demóstenes,
que tartamudeaba en su niñez y llegó a ser luego
uno de los mejores oradores del mundo; otro ejem­
plo, éste contemporáneo, es el de Theodore Roo-
sevelt que, débil y enfermizo en su juventud, logró,
mediante el ejercicio sistemático, convertirse en un
hombre físicamente robusto.
Poco después de haber publicado su monografía
sobre la inferioridad orgánica, Adler amplió el con­
cepto incluyendo en él a todo sentimiento de in­
ferioridad: tanto el que resulta de una incapacidad
psicológica o social subjetivamente experimentada
como el que se desprende de una auténtica debili­
dad o un impedimento corporal. Por entonces, Ad­
ler equiparaba inferioridad con falta de masculini-
dad o femineidad y denominaba “protesta mascu­
lina” a la compensación de esa inferioridad. Sin
embargo, luego subordinó sus opiniones al concepto
más general de que los sentimientos de inferioridad
nacen de los de imperfección en cualquier esfera
de la vida: por ejemplo, son sus sentimientos de in­
ferioridad los que motivan el esfuerzo del niño por
alcanzar un más alto nivel de desarrollo; una vez
alcanzado, comienza nuevamente a sentirse infe­
rior y reinicia el movimiento ascendente. Según afir­
ma Adler, los sentimientos de inferioridad no son
un signo de anormalidad sino la causa de todo pro­
greso en el destino del hombre. Naturalmente, los
sentimientos de inferioridad pueden ser exagerados
por condiciones especiales tales como la sobrepro-
tección o el rechazo del niño, en cuyo caso existe la
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 23

posibilidad de que sobrevengan ciertas manifesta­


ciones anormales, por ejemplo, el desarrollo de un
complejo de inferioridad o el de un complejo de
superioridad compensatorio. En circunstancias nor­
males, sin embargo, el sentimiento de inferioridad
o de imperfección es la gran fuerza impulsora de la
humanidad: el hombre es empujado por la necesi­
dad de superar su inferioridad y atraído por el de­
seo de ser superior.
Adler no fue un defensor del hedonismo; aun
cuando creía que los sentimientos de inferioridad
son dolorosos, no pensaba que el alivio de tales sen­
timientos deba ser necesariamente placentero; para
él la finalidad de la vida no es el placer sino la per­
fección.

IN TER ES SOCIAL

Durante los primeros años de su actividad teó­


rica, cuando proclamaba la naturaleza agresiva y
hambrienta de poder del hombre y la idea de la
protesta masculina como sobrecompensación de la
debilidad femenina, Adler fue severamente criti­
cado por acentuar los impulsos egoístas del hombre
e ignorar sus motivaciones sociales. La lucha por la
superioridad evocaba, en cierto modo, el grito de
guerra del superhombre nietzscheano, compañía
apropiada para la fórmula darwiniana de la super­
vivencia del más apto.
Adler, que fue un defensor de la justicia y de la
democracia sociales, amplió su concepción del hom­
bre hasta incluir el factor del interés social (1939)
que, si bien comprende asuntos tales como la coo­
peración, las relaciones interpersonales y sociales,
24 CALVIN S. H A L L Y GARDNEB L IN D Z E Y

la identificación con el grupo, la empatia, etcétera,


es mucho más amplio que todo esto: en esencia, el
interés social consiste en la colaboración del indi­
viduo con la sociedad, destinada a lograr la socie­
dad perfecta. “E l interés social es la auténtica e
ineludible compensación de todas las debilidades
naturales del individuo humano” (Adler, 1929b, pá­
gina 31).
El hombre está, desde el comienzo mismo de su
vida, inserto en un contexto social; la cooperación
se manifiesta ya en las relaciones entre el lactante
y la madre; a partir de ese momento, el individuo
se ve continuamente envuelto en una red de rela­
ciones interpersonales que configuran su persona­
lidad y proveen salidas concretas para su lucha por
la superiodidad. A su vez, la lucha por la superio­
ridad llega a ser socializada: el ideal de una socie­
dad perfecta toma el lugar de la ambición pura­
mente personal del beneficio egoísta; trabajando por
el bien común, el hombre compensa su debilidad
individual.
A criterio de Adler, el interés social es innato:
el hombre es una criatura social, no por hábito, sino
por naturaleza; esta predisposición, sin embargo,
como otras aptitudes naturales, no surge espontá­
neamente sino que alcanza su madurez mediante
la orientación y el entrenamiento. Adler creía en
los beneficios de la educación, razón por la cual
consagró gran parte de su tiempo a establecer clí­
nicas de orientación infantil, a mejorar las escuelas
y a educar al público respecto de los métodos apro­
piados para la crianza de los niños.
Resulta interesante seguir, en los escritos adle-
rianos, el cambio decisivo, aunque gradual, que ex­
perimenta su concepción del hombre, desde los pri­
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 25

meros años de su vida profesional, en el transcurso


de su asociación con Freud, hasta los últimos, cuan­
do alcanzó una reputación internacional. Según el
joven Adler, el hombre es impulsado por una vo­
luntad insaciable de poder y dominación destinada
a compensar un agudo y profundamente arraigado
sentimiento de inferioridad. Según el Adler madu­
ro, el hombre es motivado por un interés social in­
nato que lo induce a subordinar el beneficio pri­
vado al bienestar público. La imagen del hombre
perfecto que vive en una sociedad perfecta anula la
del hombre fuerte y agresivo que domina y explota
a la sociedad: el interés social reemplaza al interés
egoísta.

E ST IL O D E VIDA

He aquí el lema de la teoría J e la personalidad


de Adler, el tema recurrente de todas sus publica­
ciones (por ejemplo, 1929a, 1931) y el rasgo par­
ticularmente distintivo de su psicología. E l estilo de
vida es el principio sistemático según el cual fun­
ciona la personalidad individual, el todo que dirige
las partes, y constituye el principio ideográfico rector
de Adler; el que explica la unicidad de la persona:
cada individuo tiene su propio estilo de vida; nunca
dos individuos desarrollan el mismo.
¿Qué significa exactamente este concepto? Es di­
fícil responder a este interrogante ya que Adler ha
dicho muchas cosas al respecto, a veces diferentes
e incluso opuestas, según se observa en sus nume­
rosos trabajos. En consecuencia, resulta igualmente
difícil distinguirlo de otro de sus conceptos: el del
sí mismo creador. Aun cuando el objetivo de todo
26 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

individuo es uno, el de la superioridad, existen mu­


chos modos de luchar por alcanzarlo: en tanto uno
procura llegar a ser superior a través de su desa­
rrollo intelectual, otro consagra todos sus esfuerzos
a lograr la perfección muscular; el intelectual tiene
un estilo de vida, el atleta otro. E l intelectual lee,
estudia, piensa; su vida es más sedentaria y solita­
ria que la del hombre activo; dispone los detalles de
su existencia, sus hábitos domésticos, sus recreacio­
nes, su rutina cotidiana, las relaciones con su fami­
lia, sus amigos y conocidos, sus actividades sociales,
de acuerdo con su meta de superioridad intelectual
y cuanto haga lo hará con la mirada puesta en ese
fin último. La conducta del individuo deriva de su
estilo de vida; percibe, aprende y retiene aquello
que se ajusta a su estilo de vida e ignora lo demás.
El estilo de vida se constituye durante la infan­
cia, hacia los cuatro o cinco años de edad y a par­
tir de entonces las experiencias son asimiladas y uti­
lizadas de acuerdo con ese único estilo de vida; las
actitudes, los sentimientos y las percepciones pro­
pios de éste llegan a fijarse y mecanizarse en esa
primera etapa y, en consecuencia, resulta práctica­
mente imposible que el estilo de vida cambie más
tarde: aun cuando el individuo puede adquirir nue­
vas formas de expresar su estilo único de vida, ellas
no han de ser sino instancias concretas y particu­
lares del mismo estilo básico hallado en la niñez.
¿Qué es lo que determina el estilo de vida del
individuo? En gran medida, según los primeros tra­
bajos de Adler, las inferioridades específicas, reales o
imaginarias que ese individuo padece: el estilo de
vida constituye la compensación por una inferiori­
dad particular; si el niño es físicamente débil, por
ejemplo, su estilo de vida ha de tender a la reali­
LAS TEO R IA S PSICOSOCIALES 27

zación de cuanto pueda proporcionarle vigor físi­


co; si es torpe, se empeñará en lograr la superiori­
dad intelectual. Así el estilo de vida de Napoleón,
de conquistador, fue determinado por su pequeña
estatura física, el voraz deseo de Hitler de dominar
el mundo lo fue por su impotencia sexual. Esta ex­
plicación de la conducta humana, que atrajo la aten­
ción de la mayor parte de sus lectores y que fue
intensamente aplicada al análisis del carácter du­
rante las décadas de 1920 y 1930, no satisfizo al
mismo Adler por ser demasiado simple y mecani-
cista y, en busca de un principio más dinámico, ha­
lló el del sí mismo creador.

E L SI MISMO CREADOR

Este concepto constituye el logro capital de Ad­


ler como teórico de la personalidad: todos sus otros
conceptos fueron subordinados al del sí mismo crea­
dor en el momento de su descubrimiento: aquí es­
taba, por fin, el tan buscado móvil primero, la pie­
dra filosofal, el elixir de la vida, la causa primera
de todo lo humano. E l sí mismo creador, unitario
y estable, es el soberano en la estructura de la per­
sonalidad.
Como todas las causas primeras, el sí mismo crea­
dor es difícilmente descriptible: no podemos verlo,
aun cuando observamos sus efectos; es algo que in­
terviene entre los estímulos que actúan sobre el
individuo y las respuestas de ese individuo a tales
estímulos. En esencia, la doctrina del sí mismo crea­
dor sostiene que el hombre construye su propia per­
sonalidad a partir del material en bruto de la he­
rencia y la experiencia.
28 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

La herencia sólo le confiere ciertas aptitudes;


el ambiente sólo le brinda ciertas impresiones.
Tales aptitudes e impresiones y la forma en que
él las “experimenta” — es decir, su interpretación
de esas experiencias— son los ladrillos que em­
plea, según su propio modo “creador”, en la es­
tructuración de su actitud ante la vida. Y es pre­
cisamente su modo individual de usar esos la­
drillos, es decir, su actitud hacia la vida, lo que
determina su relación con el mundo exterior (Ad­
ler, 1935, pág. 5 ).

E l sí mismo creador es la levadura que actúa so­


bre los hechos del mundo y los transforma en per­
sonalidad subjetiva, dinámica, unificada, individual
y singularmente modelada; confiere significado a la
vida; crea tanto el fin como los medios para con­
seguir; es, en suma, el principio activo de la vida
humana, no muy distinto del antiguo concepto del
alma.
Podemos afirmar, en síntesis, que Adler elaboró
una teoría humanista de la personalidad, antítesis
de la concepción freudiana del hombre. Al atribuir
al hombre altruismo, humanitarismo, cooperatividad,
creatividad y unicidad, restauró el sentido de su
dignidad y su valor, que el psicoanálisis, en buena
medida, había destruido; en lugar del triste cuadro
materialista que horrorizaba y repugnaba a muchos
de los lectores de Freud, Adler ofreció un retrato
del hombre más satisfactorio, más promisorio y mu­
cho más halagador. Su concepción de la naturaleza
de la personalidad coincidió con la popular idea
según la cual el hombre puede ser el dueño y no la
víctima de su destino.
2. CLASE Y METODOS D E INVESTIGACION

Las observaciones empíricas de Adler tuvieron lu­


gar, en gran medida, dentro del ámbito terapéutico
y, en su mayoría, constituyeron reconstrucciones del
pasado según los recuerdos del paciente y aprecia­
ciones de la conducta presente basadas en su in­
formación verbal. El espacio de que disponemos no
permite sino la mención de unos pocos ejemplos de
las actividades investigadoras de Adler.

ORDEN D E NACIMIENTO Y
PERSONALIDAD

Fiel a su interés en los determinantes sociales de


la personalidad, Adler observó que existe, en gene­
ral, no poca diferencia entre las personalidades del
mayor, del intermedio y el menor de los hijos de
toda familia (.1931, págs. 144-154) que atribuyó al
carácter distintivo de las experiencias de cada niño
como miembro del grupo social.
El primer hijo es objeto de considerable atención
hasta el nacimiento del segundo; en ese momento es
repentinamente destronado de su favorecida posi­
ción y se ve obligado a compartir con el recién
llegado el afecto de sus padres. Esa experiencia
30 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

puede condicionarlo de diversos modos: odiará a


la gente, se protegerá de súbitos reveses, se sentirá
inseguro, etc. E l hijo mayor está, en general, pre­
dispuesto a interesarse por el pasado, tiempo en
que él constituía el centro de la atención. Según
observó Adler, a menudo los neuróticos, los crimi­
nales, los alcohólicos y los pervertidos son primo­
génitos. Si los padres encaran inteligentemente la
situación, preparando al niño para la aparición de
un rival, el primogénito estará en mejores condi­
ciones para llegar a ser una persona responsable y
protectora.
El segundo hijo o intermedio se caracteriza por
su ambición: constantemente trata de superar a su
hermano mayor y, aun cuando tiende a ser rebelde
y envidioso, en general está mejor adaptado que
sus hermanos, tanto mayor como menor.
E l último hijo es el mimado; después del primo­
génito, es el más predispuesto a convertirse en un
niño “problema” y en un adulto neurótico e ina­
daptado.
Si bien las primeras pruebas de Adler sobre la
teoría acerca del orden de nacimiento no fueron
suficientes para su confirmación (Jones, 1931), el
trabajo más elaborado de Schachter (1959) ha otor­
gado a las hipótesis adlerianas una impresionante
confirmación y ha abierto así el campo para una
abundante cantidad de investigaciones.

LOS PRIM ERO S REC U ERD O S

Adler consideró que la relación de los primeros


recuerdos que una persona es capaz de evocar cons­
tituyen una de las claves fundamentales para la
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 31

comprensión de su estilo básico de vida (1931).


Por ejemplo, una niña comenzó a relatar sus prime­
ros recuerdos diciendo: “Yo tenía tres años, y mi
p a d re.. . ” lo que indica que está más interesada en
su padre que en su madre. Continúa contando que
su padre llevó al hogar un par de caballitos para
ella y su hermana mayor, quien, sujetando las rien­
das, condujo sin tropiezos al que se le destinó,
en tanto que ella, arrojada de la montura por su
propio “pony”, cayó sobre el barro. Tal es el des­
tino del hijo menor: ocupar el segundo puesto en
la competencia con el hermano mayor que, en esta
niña, motiva el deseo de superar a la otra. Su estilo
de vida muestra el impulso ambicioso, la urgencia
de ser la primera, un profundo sentimiento de in­
seguridad y disgusto y una intensa sensación de
fracaso.
Durante el tratamiento de su problema — graves
ataques de ansiedad— un joven recordó la siguien­
te escena: “Cuando tenía aproximadamente cuatro
años, me sentaba junto a la ventana y observaba a
los obreros que edificaban una casa en la vereda de
enfrente, mientras mi madre tejía medias”. Este re­
cuerdo indica que el joven fue un niño mimado:
sus memorias incluyen una madre solícita. El hecho
de que mira a quienes trabajan sugiere que su es­
tilo de vida es más el de un espectador que el de
un participante. Esto se confirma con la ansiedad
que experimenta cada vez que procura definir su
vocación. Adler le sugirió que optara por una ocu­
pación que le permitiera aplicar su preferencia por
la contemplación y la observación. El paciente si­
guió su consejo y llegó a ser, con verdadero éxito,
negociante de objetos de arte.
32 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

Adler aplicó este método tanto con individuos


como con grupos y, según comprobó, constituía
una manera fácil y económica de estudiar la per­
sonalidad. Los recuerdos infantiles están siendo
ahora usados como técnica proyectiva (Mosak, 1958).

EXPERIEN C IA S IN FA N TILES

Adler se interesó muy particularmente en los ti­


pos de influencias tempranas que predisponen al
niño para adoptar un estilo de vida errado y des­
cubrió tres importantes factores: 1) niños con in­
ferioridades, 2) niños mimados y 3) niños descui­
dados. Los niños con enfermedades físicas o men­
tales soportan una pesada carga y son propensos a
sentirse incapacitados para encarar las tareas que
la vida les depara; se consideran fracasados y, en
efecto, a menudo lo son. No obstante, si sus padres
son comprensivos y los estimulan, pueden compen­
sar sus inferioridades y transformar su debilidad en
fortaleza: muchos hombres eminentes iniciaron sus
vidas con alguna deficiencia orgánica que luego
compensaron. Reiterada y vehementemente, Adler
se pronunció contra el riesgo de los mimos exce­
sivos, a su criterio el más grave daño que puede
aquejar a un niño: el niño mimado no desarrolla
sentimientos sociales; se convierte en déspota a la
espera de que la sociedad satisfaga sus deseos ego­
céntricos. Según Adler, esos niños constituyen la
clase potencialmente más peligrosa de la sociedad.
También las consecuencias del descuido son infor­
tunadas: el individuo maltratado durante su infan­
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 33

cia llega a ser, una vez adulto, un enemigo de la


sociedad; su estilo de vida está dominado por la
necesidad de venganza. Estas tres condiciones — en­
fermedad orgánica, mimos y rechazo— producen
erróneas concepciones del mundo y derivan en un
estilo patológico de vida.
ERICH FROMM

Nacido en el año 1900 en Francfort, Alemania,


Erich Fromm estudió psicología y sociología en las
universidades de Heidelberg, Francfort y Munich.
Tras haber obtenido, en 1922, su título de doctor
en filosofía en Heidelberg, recibió preparación psi-
coanalítica en Munich y en el famoso Instituto Psi-
coanalítico de Berlín. En 1933 viajó a e . u . a . para
desempeñarse como profesor del Instituto Psicoana-
lítico de Chicago, donde se hizo cargo de numero­
sas cátedras en diferentes universidades e institu­
tos; por entonces inició también la práctica privada
en la ciudad de Nueva York. Sus obras han sido
objeto de profunda atención no sólo por parte de
especialistas en los campos de la psicología, la so­
ciología, la filosofía y la religión, sino también del
público en general.
Fromm ha sido profundamente influido por los
trabajos de Karl Marx, en especial por una de sus
primeras obras, The econom ic and philosophical
manuscripts [Manuscritos económicos y filosóficos],
escrita en 1844. Este trabajo (en la traducción in­
glesa de T. B. Bottomore) fue incluido por Fromm
en Marx’s concept of man [Marx y su concepto del
hombre]. Fromm compara las ideas de Freud y
Marx en Beyond the chains of illusion (1962) [Más
allá de las cadenas de la ilusión], señalando las
contradicciones e intentando una síntesis; juzga a
36 CALVIN S. H A LL Y CARDNER L IN D Z E Y

Marx un pensador más profundo que Freud, y em­


plea el psicoanálisis para rellenar las lagunas mar-
xistas. Fromm escribió (1959) un importante análisis
muy crítico, y aun polémico, de la personalidad e
influencia de Freud y, a manera de contraste, un
elogio incondicional de Marx (1961). Pese a que
Fromm puede ser considerado personalmente como
un teórico marxista, él prefiere el título de huma­
nista dialéctico. Sus escritos están inspirados en sus
amplios conocimientos de historia, sociología, lite­
ratura y filosofía.
En esencia, el tema de la obra de Fromm es el
sentimiento de soledad y aislamiento que el hombre
experimenta a causa de la separación que ha lle­
gado a vivir respecto de la naturaleza y de los otros
hombres, condición ésta que no se observa en es­
pecie animal alguna; por el contrario, constituye el
aspecto distintivo de la situación humana. El niño,
por ejemplo, a medida que se libera de los víncu­
los primarios respecto de sus padres, se siente ais­
lado y desamparado; eventualmente, el esclavo
—que como tal pertenecía a alguien y, aunque no
era libre, experimentaba la sensación de estar re­
lacionado con el mundo y con sus semejantes—
conquista su libertad tan sólo para verse a la de­
riva en un mundo predominantemente ajeno.
Tal es la tesis que Fromm desarrolla en Escape
frorn freedom (1941) [El miedo a la libertad]: en
la medida en que el hombre ha conquistado cada
vez mayor libertad, a través de los siglos, se ha
sentido más solo, y la libertad, en consecuencia, ha
llegado a transformarse en una condición negativa
de la cual procura huir.
¿Cuál es la solución de este dilema? E l hombre
puede unirse a otros mediante el amor y el trabajo
LAS TEO R IA S PSICOSOCIALES 37

compartido, emplear su libertad para construir una


sociedad mejor o hallar su seguridad sometiéndose
a la autoridad y adaptándose a la sociedad, es de­
cir, estructurar un nuevo cautiverio. Escrito a la
sombra de la dictadura nazi, Escape from freedom
revela el tipo de atracción que esta forma de tota­
litarismo ejerce sobre ciertos individuos en virtud
del nuevo tipo de seguridad que les ofrece. No obs­
tante, según señala en obras posteriores (1947, 1955,
1964), sea cual fuere la forma de la sociedad que
el hombre modela — feudalismo, capitalismo, fas­
cismo, socialismo, comunismo— , siempre represen­
ta una tentativa de resolver la contradicción fun­
damental humana, es decir, el hecho de que siendo,
como es, parte de la naturaleza, está separado de
ella: su simultánea cualidad de ser humano y ani­
mal. En tanto animal, experimenta ciertas necesi­
dades fisiológicas que ha de satisfacer (pero, co­
mo ser humano posee conciencia de sí mismo, ra­
zón e imaginación). Entre las experiencias que son
típicamente humanas se cuentan los sentimientos
de ternura, de amor y de compasión: las actitudes
de interés, responsabilidad, identidad, integridad,
vulnerabilidad, trascendencia y libertad; y los va­
lores y las normas (1968). La unión de ambos as­
pectos, animal y humano, configura las condiciones
básicas de su existencia. “Necesariamente, la com ­
prensión de la psique del hom bre ha d e estar ba­
sada en el análisis d e aquellas necesidades que sur­
gen d e las condiciones d e su existencia” (1955, pá­
gina 25).
¿Cuáles son, entre las necesidades específicas del
hombre, las que surgen de las condiciones de su
existencia? Fromm señala la existencia de cinco ne­
cesidades de este tipo: de relación, de trascenden-
38 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

cia, de arraigo, de identidad y de un marco de


orientation. La necesidad de relacion (tambien 11a-
mada el marco de la dedication en Revolution of
hope (1968) [Revolution dc esperanza] surge del
hecho de que el hombre, al llegar a ser tal, se ha
visto excluido de la primitiva union del animal con
la naturaleza: “E l animal esta equipado por la
naturaleza para enfrentar las condiciones que real-
mente ha de hallar” (1955, pag. 23), en tanto que el
hombre, merced a su facultad de razonar e ima-
ginar, ha perdido tan intima interdependencia con
la naturaleza. En lugar de los lazos instintivos que
unen al animal con la naturaleza, el hombre ha
creado sus propias relaciones, las mas satisfactorias
de las cuales son, sin duda, las fundadas sobre el
amor constructivo, que invariablemente implica so-
licitud, responsabilidad, respeto y entendimiento
mutuos.
La necesidad de trascendencia del hombre esta
directamente relacionada con la de elevarse por so­
bre su naturaleza animal, la de transformarse en
una persona capaz de crear en lugar de subsistir
solo como simple criatura; si se contraria su anhelo
creador, el hombre llega a ser un destructor. Segun
senala Fromm, ello no implica que odio y amor
constituyan impulsos antiteticos: ambos son res-
puestas a la necesidad del hombre de trascender su
naturaleza animal; el animal no puede amar ni odiar
y el hombre si.
E l hombre necesita raices naturales, desea for­
mal- parte del mundo, sentir que pertenece a algo
o alguien: de nino, su vida depende totalmente de
su madre — relacion cuya persistencia mas alia de
la infancia sera considerada una morbosa fijacion— ;
ya adulto, halla sus mas satisfactorias y sanas raices
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 39

en el sentimiento de hermandad hacia los demas


hombres y mujeres. Sin embargo, el hombre desea
experimentar la sensation de su identidad personal,
ser un individuo singular y, cuando no lo logra
mediante su propio esfuerzo creador, puede al me-
nos obtener cierto sello distintivo mediante su iden­
tification con otro individuo o grupo: el esclavo se
identifica con su amo, el ciudadano con su pais, el
obrero con su gremio; en todos estos casos, el sen­
timiento de identidad surge del hecho de pertenecer
a algo o alguien, no del de ser alguien.
Por ultimo, el hombre necesita —y desarrolla—
una manera estable v coherente de percibir y com-
prender el mundo, un marco de referencia, que
puede ser fundamentalmente racional, o fundamen-
talmente irracional, o bien poseer elementos de
ambos aspectos.
Estas necesidades, esencialmente humanas y ob-
jetivas a juicio de Fromm, no existen en el animal
ni derivan de la observation de cuanto el hombre
manifiesta desear; tampoco son, ni ellas ni los es-
fuerzos en pos de su satisfaction, creados por la
sociedad; antes bien, han sido incorporados, a tra-
ves de la evolution, a la naturaleza humana. ^Cual
es, entonces, la relacion que existe entre la sociedad
y la existencia del hombre? Segun Fromm, “el orden
social en el que el hombre vive” determina las ma­
n ifestations especificas de estas necesidades, los
medios efectivos de que el se vale para concretar
sus potencialidades internas; su personalidad se de­
sarrolla en concordancia con las oportunidades que
le ofrece tal o cual sociedad particular. En una so­
ciedad capitalista, por ejemplo, el hombre puede
lograr la sensation de identidad personal por via
del enriquecimiento material o desarrollar un sen-
40 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

timiento de arraigo mediante la eonquista de una


solida position en una importante compania como
empleado necesario y digno de confianza. En sin-
tesis, la adaptation del individuo a la sociedad cons­
tituye una transaction entre sus necesidades inter-
nas y las exigencias externas; el hombre desarrolla
un caracter social en armonia con los requerimien-
tos de la sociedad.
Fromm ha identificado y descripto cinco tipos ca-
racteristicos de la sociedad actual: el receptivo, el
explotador, el acumulador, el comerciante y el pro-
ductivo. Considera que solo el ultimo de ellos esta
sano y expresa lo que Marx denomina “actividad
libre y consciente”. Posteriormente, Fromm (1964)
ha descripto un sexto par de tipos caracteristicos:
el necrofilo, que es atraido por la muerte, y el bid-
filo, amante de la vida. Fromm indica que lo que
puede parecer como un paralelo entre su formula­
tion y la de Freud sobre los instintos de la vida y
de la muerte, en realidad no lo es. Para Freud,
tanto los instintos de vida como los de muerte son
inherentes a la biologia humana, mientras que para
Fromm, la vida es la unica principal. La muerte es
secundaria y solo entra en escena cuando las fuer-
zas de la vida estan frustradas.
Desde el punto de vista del adecuado funciona-
miento de una sociedad determinada, es absoluta-
mente indispensable que el caracter del nino sea
modelado en coincidencia con las necesidades de
esta. Los padres y la escuela son los encargados de
lograr que el nino desee actuar tal como debe ha-
cerlo si un determinado sistema economico, politi­
co y social debe ser preservado. Dentro de un sis­
tema capitalista, por ejemplo, es preciso infundir
en la gente el deseo de ahorrar a fin de crear la dis-
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 41

ponibilidad de capital necesaria para una economía


en expansión; de igual modo, la sociedad que ha
desarrollado un sistema basado en el crédito debe
ocuparse de que sus miembros sientan la compul­
sión interna de pagar sin demora sus deudas. Fromm
ofrece varios ejemplos de los tipos de carácter que
se desarrollan en el ámbito de una sociedad capita­
lista democrática (1947).
Cuando la sociedad impone al hombre exigencias
contrarias a su naturaleza, lo doblega y lo frustra,
lo aliena respecto de su “situación humana” y le
niega la posibilidad de satisfacer plenamente las
condiciones básicas de su existencia. Así, tanto el
capitalismo como el comunismo, tienden a hacer de
él un autómata, un esclavo asalariado, una no-enti-
dad, y con frecuencia logran conducirlo a la locura,
a una conducta antisocial, a la autodestrucción;
cuando una sociedad ha fracasado en su misión de
satisfacer las necesidades esenciales del hombre,
Fromm no vacila en estigmatizarla y desahuciarla
(1 9 5 5 ).
Asimismo, Fromm señala la probabilidad de que
el cambio operado en uno de los aspectos importan­
tes de determinada sociedad —lo cual ocurre cuan­
do el feudalismo se transforma en capitalismo, por
ejemplo, o cuando el artesano individual es despla­
zado por el sistema gremial— desarticule el carác­
ter social de sus miembros. La antigua estructura
no se amolda a la nueva sociedad, lo que se suma
a la alienación y la desesperanza que el hombre,
despojado de sus lazos tradicionales, experimenta:
en tanto no esté en condiciones de echar nuevas
raíces y de desarrollar nuevas relaciones, se sentirá
perdido; en el transcurso de tales períodos de tran­
42 CALVIN S. H A LL Y GABDNEH L IN D Z E Y

sición, creerá ciegamente en cuantas panaceas le


ofrezcan protección contra la soledad.
El problema de las relaciones del hombre con la
sociedad es tratado a menudo por Fromm, a quien
interesa profundamente este tema. Al respecto está
totalmente convencido de la validez de las siguien­
tes proposiciones: 1) el hombre posee una natura­
leza esencial e innata; 2) el hombre crea la sociedad
con el propósito de alcanzar la plena realización
de esa naturaleza esencial; 3) ninguna de las socie­
dades hasta ahora creadas encara las necesidades
fundamentales de la existencia humana; 4 ) es po­
sible crear tal sociedad.
¿Qué tipo de sociedad propugna Fromm? Una
sociedad

. . . en cuyo ámbito el hombre se una amistosa­


mente al hombre; en la que consolide su arraigo
mediante vínculos fraternos y solid arios... una
sociedad que le ofrezca la posibilidad de trascen­
der su naturaleza a través de la creación, no de
la destrucción; en cuya esfera cada individuo ad­
quiera la noción de sí mismo sintiéndose regido
por sus propios poderes antes de por conformidad
alguna; en la cual, sin necesidad de que el hom­
bre distorsione la realidad ni rinda culto a ídolos,
exista un sistema de orientación y devoción
(1955, pág. 362).

Fromm aventura, incluso, un hombre para esta


sociedad perfecta: socialismo humanista comunita­
rio. En ella, todos los individuos dispondrán de
iguales oportunidades para llegar a ser cabalmente
humanos y no existirá soledad, ni aislamiento, ni
LAS TEO R IA S PSICOSOCIALES 43

desesperación; el hombre encontraría un nuevo ho­


gar, apto para la “situación humana”.
Esta sociedad realizaría el propósito de Marx de
transformar la alienación humana bajo un sistema
de propiedad privada en la oportunidad de auto-
rrealización de sí mismo como ser humano, social
y activo en la producción, bajo un régimen socia­
lista. Fromm ha difundido el esquema de la socie­
dad ideal, al detallar cómo puede ser humanizada
nuestra sociedad tecnológica actual (1968). Sus
puntos de vista han sido agudamente criticados por
Schaar (1961).
KAREN HORNEY

Karen Horney nació en Hamburgo, Alemania, el


16 de septiembre de 1885 y murió en Nueva York
el 4 de diciembre de 1952. Tras haber estudiado
medicina en la Universidad de Rerlín, trabajó en el
Instituto Psicoanalítico de esa misma ciudad, desde
1918 hasta 1932. Fue psicoanalizada por Karl Abra-
ham y Hans Sachs, dos de los más eminentes ana­
listas didácticos europeos de esa época. Invitada
por Franz Alexander, viajó en 1932 a los Estados
Unidos y, designada directora asociada del Institu­
to Psicoanalítico de Chicago, permaneció allí du­
rante dos años, al cabo de los cuales se trasladó a
Nueva York en 1934, donde se dedicó a la práctica
del psicoanálisis y, en el Instituto Psicoanalítico de
Nueva York, a la enseñanza. Disconforme con el
psicoanálisis ortodoxo, se unió a otros estudiosos
que sustentaban convicciones semejantes, con quie­
nes fundó la Asociación para el Progreso del Psicoa­
nálisis y el Instituto Norteamericano de Psicoaná­
lisis del que fue directora hasta su muerte.
Según Horney, sus ideas, lejos de constituir una
nueva vía de acceso hacia la comprensión de la
personalidad, coinciden con la estructura de la psi­
cología freudiana, de la cual pretende, sin embar­
go, eliminar las falacias manifiestas del pensamiento
de Freud —falacias cuyo origen se halla, a su jui-
46 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN Ü Z E Y

ció, en una orientación biológica y mecanicista— ,


para que el psicoanálisis esté en condiciones de
concretar todas sus potencialidades como ciencia
del hombre: “Mi convicción, en pocas palabras, es
que el psicoanálisis debe superar las limitaciones
propias de una psicología instintivista y genética”
(1939, pág. 8 ).
Horney objeta, especialmente, el concepto freu-
diano de envidia del pene y su presunta calidad de
factor determinante de la psicología femenina. Se­
gún se recordará, Freud afirmó que las actitudes y
los sentimientos peculiares de las mujeres y la ma­
yor profundidad de sus conflictos derivan del senti­
miento de inferioridad genital y de sus celos respecto
del hombre. A criterio de Horney, sin embargo, la
psicología femenina está basada en la falta de con­
fianza y en el excesivo énfasis puesto en la relación
amorosa, y no se relaciona sino en mínimo grado
con la anatomía de los órganos sexuales. En cuanto
al complejo de Edipo, considera que no se trata,
en modo alguno, de un conflicto sexual-agresivo en­
tre el niño y sus padres sino de una ansiedad
emanada de perturbaciones básicas — por ejemplo,
el rechazo, la sobreprotección y el castigo— de la
relación entre uno y otros. La agresividad no es,
como sostiene Freud, innata, sino un medio por el
cual el hombre intenta salvaguardar su seguridad;
el narcisismo no es, en realidad, el amor a sí mismo,
sino el envanecimiento y la sobreestimación de sí
mismo debido a sentimientos de inseguridad. Hor­
ney discrepa igualmente con otros conceptos freu-
dianos: la compulsión de repetición, el ello, el yo,
el superyó, la ansiedad y el masoquismo (1939). No
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 47

ignora, sin embargo, el aspecto positivo de la con­


tribución de Freud, cuyos conceptos teóricos fun­
damentales son, a su juicio, las doctrinas del deter-
minismo psíquico, de la motivación inconsciente y
de los motivos emocionales, no racionales.
E l concepto clave de Horney es el de la ansiedad
básica, que define como

.. .la sensación de aislamiento y desamparo que


el niño experimenta en un mundo potencialmente
hostil. Es muy amplia la gama de factores am­
bientales adversos que pueden producir tal inse­
guridad en el niño: ser directa o indirectamente
dominado, la indiferencia, una conducta ambigua,
la falta de respeto por sus necesidades indivi­
duales, la carencia de una verdadera orientación,
las arbitrariedades, la excesiva admiración o su
total ausencia, la carencia de un afecto digno de
confianza, la necesidad de tomar partido en los
conflictos de sus padres, la exigencia de excesiva
responsabilidad o la virtual ausencia de requeri­
mientos en ese sentido, la sobreprotección, el ais­
lamiento respecto de otros niños, la injusticia, la
discriminación, promesas incumplidas, una atmós­
fera hostil, y así de seguido (1945, pág. 41 ).

En general, todo lo que perturba la seguridad del


niño en relación con sus padres, produce ansiedad
básica.
El niño inseguro y ansioso despliega diversas es­
trategias destinadas a encarar sus sentimientos de
soledad y desamparo (1 9 3 7 ): puede tornarse hostil
y procurar vengarse de quienes lo han rechazado o
maltratado o volverse manifiestamente sumiso para
48 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

reconquistar el amor que siente perdido; puede,


asimismo, para compensar sus sentimientos de in­
ferioridad, concebir una imagen de sí mismo irreal
o idealizado (1950) o, en busca de amor, puede
intentar sobornos o amenazas o tener compasión de
sí mismo para obtener la simpatía de los demás.
Si no logra conquistar el amor de los otros inten­
tará, tal vez, adquirir poder sobre ellos: compensa­
rá así su sensación de desamparo, hallará una salida
para su hostilidad y estará facultado para explotar
a los demás; o llegará a ser resueltamente compe­
titivo y atribuirá la máxima importancia al triunfo
sobre otros, no al logro en sí; o bien volverá hacia
dentro su agresividad y llegará a menospreciarse.
Existe la posibilidad de que cualquiera de estos
recursos se transforme en un mecanismo más o
menos permanente de su personalidad; es decir,
que una estrategia particular puede asumir, dentro
de la dinámica de la personalidad, el carácter de
un impulso o una necesidad. Horney enumera diez
necesidades adquiribles como consecuencia de la
búsqueda de soluciones para el problema de las re­
laciones humanas perturbadas (1942) y, dado el
carácter no racional de tales soluciones, denomina
“neuróticas” a las necesidades en cuestión.

1. La necesidad neurótica de afecto y aprobación

Se caracteriza por un indiscriminado deseo de


complacer a los otros y de cumplimentar sus expec­
tativas; el individuo que la padece vive en pos de
la favorable opinión de los demás y es extremada­
mente sensible al menor signo de rechazo y hosti­
lidad.
LA S TEO R IA S PSICOSOCIALES 49

2. La necesidad neurótica de un compañero que se


haga cargo de la propia vida
El individuo que la padece es un parásito; so­
breestima el amor y teme exageradamente ser aban­
donado y vivir en soledad.

3. La necesidad neurótica de restringir la propia


vida dentro de límites estrechos
En este caso, el sujeto jamás exige nada, se
contenta con poco, prefiere pasar inadvertido y
atribuye valor, por sobre todo, a la modestia.

4. La necesidad neurótica de poder


Se manifiesta en el esfuerzo por conseguir el po­
der por el poder mismo, en una falta esencial de
respeto por los demás, en una indiscriminada glo­
rificación de la fuerza y un profundo desprecio por
la debilidad. Quienes temen ejercer abiertamente
el poder pueden tratar de controlar a los demás me­
diante la utilización de la superioridad en el orden
intelectual. La necesidad de creer en la omnipo­
tencia de la voluntad constituye otra variedad del
ansia de poder; los individuos que la experimentan
consideran que pueden conseguir cualquier cosa
mediante el simple ejercicio de su voluntad.

5. La necesidad neurótica de explotar a los demás


6. La necesidad neurótica de prestigio
La autoevaluación está determinada por el grado
de reconocimiento público de que el individuo es
objeto.
50 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

7. La necesidad neurótica de admiración personal


El individuo que padece esta necesidad tiene una
imagen agigantada de sí mismo, y pretende ser ad­
mirado de acuerdo con ella y no con lo que real­
mente es.

8. La ambición neurótica de logro personal


En este caso el individuo aspira a ser el mejor y
se impulsa a sí mismo, como resultado de su básica
inseguridad, a logros cada vez mayores.

9. La necesidad neurótica de autosuficiencia


e independencia
Frustrado en sus intentos de establecer relaciones
afectuosas y satisfactorias con los otros, el individuo
se aísla de ellos y rehúsa vincularse con nadie ni a
nada; se convierte en un lobo solitario.

10. La necesidad neurótica de perfección


y de inexpugnabilidad
Temeroso de cometer errores o de ser criticado,
el individuo que padece esta necesidad procura lle­
gar a ser invulnerable e infalible; así, costantemente
busca sus propias imperfecciones, con el propósito
de encubrirlas antes de que se hagan evidentes pa­
ra los demás.
Estas diez necesidades constituyen las fuentes de
los conflictos internos: la necesidad neurótica de
amor, por ejemplo, es insaciable: cuanto más tiene
el individuo, más quiere y, en consecuencia, jamás
LA S TEO R IA S PSICOSOCIALES 51

se sentirá satisfecho; tampoco la necesidad de in­


dependencia podrá ser plenamente satisfecha ya
que otra parte de la personalidad desea, al mismo
tiempo, amor y admiración. La búsqueda de la per­
fección es una causa perdida desde el principio;
ninguna de las necesidades mencionadas se adecúa
a la realidad.
En una publicación posterior (1945), Horney cla­
sificó las diez necesidades en tres grupos: 1) el im­
pulso hacia la gente, por ejemplo, la necesidad de
amor; 2) el alejamiento respecto de la gente, por
ejemplo, la necesidad de independencia, y 3) el im­
pulso en contra de la gente, por ejemplo, la nece­
sidad de poder. Cada uno de éstos representa una
orientación básica del individuo ante los otros y an­
te sí mismo; según Horney, las diversas orientacio­
nes constituyen las bases de los conflictos internos.
La diferencia esencial entre un conflicto normal y
uno neurótico es simple cuestión de grado . .la
disparidad entre los términos conflictivos es mu­
cho menor para el individuo normal que para el
neurótico” (1945, pág. 3 1 ); es decir que, si bien
todos los individuos padecen esos conflictos, algu­
nos fundamentalmente a causa de experiencias in­
fantiles de rechazo, negligencia, sobreprotección y
otros tipos no menos lamentables de trato parental,
revisten formas más graves.
Mientras que la persona normal puede resolver
tales conflictos integrando las tres orientaciones,
puesto que no son mutuamente excluyentes, la per­
sona neurótica debe valerse de soluciones irraciona­
les y artificiales: a causa de su gran ansiedad básica,
conscientemente reconoce sólo una de esas ten­
dencias y niega o reprime las otras dos, o bien, crea
una idealizada imagen de sí misma de la que, apa­
52 CALVIN S. H A LL Y CARDNER L IN D Z E Y

rentemente, han sido eliminadas las tendencias con­


tradictorias, lo que en realidad no ocurre. Poste­
riormente, en uno de sus libros, Horney expuso
mucho más extensa y detalladamente las infortuna­
das consecuencias del desarrollo de una concepción
irreal del sí mismo y del intento de vivir según esa
imagen idealizada: la búsqueda de gloria, ios sen­
timientos de autodesprecio, la mórbida dependencia
respecto de los demás y la autodegradación son
sólo algunos de los malsanos y destructivos resulta­
dos de la idealización del sí mismo. Existe aún una
tercera solución que el neurótico utiliza para aliviar
sus conflictos internos: su externalización. En efecto,
el neurótico afirma “no quiero explotar a los otros,
ellos quieren explotarme a mí”. Tal solución crea
conflictos entre el individuo y el mundo exterior.
Todos estos conflictos pueden ser evitados o re­
sueltos cuando el niño crece en un hogar en el que
hay seguridad, confianza, amor, respeto, tolerancia
y calidez. Es decir que Horney, a diferencia de
Freud y de Jung, no cree que el conflicto sea cons­
titutivo de la naturaleza humana, ni, por ende, que
sea inevitable. A su juicio, el conflicto surge de las
condiciones sociales: “La persona más propensa a
volverse neurótica es aquella que ha experimentado
intensamente las dificultades determinadas por la
cultura, en especial a través de sus vivencias infan­
tiles” (1937, pág. 290).
HARRY STACK SULLIVAN

A Harry Stack Sullivan se debe el nuevo enfoque


conocido como la teoría interpersonal d e la psiquia­
tría, cuyo principio fundamental, respecto de la
teoría de la personalidad, sostiene que la persona­
lidad es “la pauta relativamente persistente de si­
tuaciones interpersonales recurrentes que caracte­
rizan a una vida humana” (1935, pág. 111). La
personalidad es una entidad hipotética que no pue­
de ser aislada de las situaciones interpersonales, y
la conducta que tiene lugar en estas situaciones cons­
tituye, precisamente, cuanto es posible observar en
calidad de personalidad. En consecuencia, hablar
del individuo como objeto de estudio carece, según
Sullivan, de fundamento ya que no existe, ni puede
existir, al margen de sus relaciones con otros indi­
viduos: desde su nacimiento, el ser humano es par­
te de una situación interpersonal y durante toda su
vida sigue siendo integrante de un campo social;
aun el ermitaño que ha renunciado a la sociedad
lleva consigo, en la soledad, el recuerdo de antiguas
relaciones interpersonales que continúan influyendo
sobre sus actos y su pensamiento.
Si bien Sullivan no niega la importancia de la he­
rencia y la maduración en la formación y adapta­
ción del organismo, considera que las característi­
cas específicamente humanas son producto de la
interacción social y señala, además, que las experien­
54 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

cias interpersonales del individuo pueden alterar —y


en efecto lo hacen— su funcionamiento puramente
fisiológico, de modo tal que aun el organismo pier­
de su condición de entidad biológica para transfor­
marse en organismo social, con sus propias formas
socializadas de respiración, digestión, eliminación,
circulación, etcétera.
A criterio de Sullivan, la psiquiatría está íntima­
mente vinculada con la psicología social, y su
propia teoría de la personalidad revela una defini­
da preferencia por los conceptos y las variables psi-
cológico-sociales; al respecto, escribe:

En mi opinión, la ciencia general de la psiquia­


tría cubre, en gran medida, el mismo campo que
la psicología social porque la psiquiatría científi­
ca ha de ser definida como el estudio de las
relaciones interpersonales y ello requiere, en úl­
tima instancia, la aplicación del tipo de marco
conceptual denominado, en la actualidad, teoría
del campo. Desde tal punto de vista, la persona­
lidad es considerada hipotética, y sólo existe la
posibilidad de estudiar la pauta de los procesos
que caracterizan la interacción de las personali­
dades en situaciones particulares o campos recu­
rrentes que “incluyen” al observador (1950 pág.
92).

Harry Stack Sullivan nació el 21 de febrero de


1892 en una granja próxima a Norwich, Nueva York,
y murió el 14 de enero de 1939 en París en el
viaje de regreso a su país tras haber asistido, en
Amsterdam, a un encuentro de la Junta Ejecutiva
de la Federación Mundial de la Salud. Había ob­
tenido su título de médico en la Facultad de Medi-
LA S TEO R IA S PSICOSOCIALES 55

ciña y Cirugía de Chicago en 1917 y prestado servi­


cios en las fuerzas armadas durante la Primera
Guerra Mundial, al cabo de la cual fue médico de la
Junta Federal para la Educación Vocacional y del
Servicio de Salud Pública. En 1922 ingresó en el
Hospital de Saint Elizabeth, en Washington, D.C.,
donde recibió la influencia de William Alanson
White, una de las personalidades más destacadas
de la neuropsiquiatría norteamericana. Desde 1923
hasta 1930, fue miembro de la Escuela de Medicina
de la Universidad de Maryland y del Hospital
Sheppard y Enoch Pratt, en Towson, en el mismo
Estado, y condujo, precisamente durante ese perío­
do de su vida, las investigaciones sobre esquizofre­
nia que consolidaron su reputación como científico
en el campo de la medicina. Salió de Maryland para
abrir un consultorio en Park Avenue en Nueva York
con el propósito de estudiar los procesos obsesivos
en los pacientes de consultorio. Al mismo tiempo
comenzó su formación analítica con Clara Thomp­
son, discípula de Sandor Ferenczi. Esta experiencia
psicoanalítica no fue la primera de Sullivan, ya que
había tenido 75 horas de análisis cuando era estu­
diante de medicina. En 1933 fue electo presi­
dente de la Fundación William Alanson White,
cargo que desempeñó hasta 1943. En 1936 contri­
buyó a la creación de la Escuela de Psiquiatría de
Washington — instituto educativo de xa Funda­
ción— de la cual, además, llegó a ser director. En
1938 apareció la revista Psychiatry para promover
la teoría de las relaciones interpersonales, de la
que Sullivan fue director hasta su muerte. Su­
llivan actuó también como consultor del Selec-
tive Service System [Sistema Selectivo de Ser­
vicio]. Intervino, en 1948, en el Proyecto de Ten­
56 CALVIN S. H A L L Y GABDNER L IN D Z E Y

siones de la u n e s c o , creado por las Naciones Uni­


das con el objeto de estudiar las tensiones que
afectan la posibilidad de entendimiento en el plano
internacional y, también durante ese año, fue desig­
nado miembro de la comisión internacional prepara­
toria para el Congreso Internacional de la Salud
Mental. Sullivan fue tanto un científico dedicado a
la organización y dirección en su área, como un
eminente defensor de la psiquiatría, director de una
importante escuela para la capacitación de psiquia­
tras, notable terapeuta, teórico audaz e investigador
médico productivo. La brillante personalidad y la
originalidad del pensamiento de Sullivan atrajeron
a sus contemporáneos, muchos de los cuales llegaron
a ser sus discípulos, expositores, colegas y amigos.
Además de William Alanson White, las mayores
influencias sobre el desarrollo intelectual de Sulli-
van provienen de Freud, Adolph Meyer, el filósofo
social George Herbert Mead, los antropólogos cul­
turales Edward Sapir y Ruth Benedict y el sociólo­
go Leonard Cottrell. Sullivan se sintió particular­
mente cerca de Edward Sapir, uno de los primeros
que abogaron por una más estrecha relación de tra­
bajo entre la antropología, la sociología y el
psicoanálisis. Sullivan inició en 1929 la formulación
de su teoría de las relaciones interpersonales, que
consolidó hacia la mitad de la década de 1930.
En el transcurso de toda su vida publicó sólo un
libro que daba a conocer su teoría (1 9 4 7 ); sin em­
bargo, llevaba minuciosas anotaciones y, por otra
parte, muchas de sus conferencias destinadas a los
estudiantes de la Escuela de Psiquiatría de Was­
hington fueron grabadas.
Tanto esas notas y grabaciones como diversos
materiales inéditos fueron remitidos a la Fundación
LA S TEO R IA S PSICOSOCIALES 57

Psiquiátrica William Alanson White. Se han publi­


cado cinco libros basados en el material de Sulli­
van, los tres primeros con introducciones y comen­
tarios de Helen Swick Perry y Mary Gavell y los
otros sólo con notas de Helen S. Perry. T he in­
terpersonal theory of psychiatry (1953) [La teoría
interpersonal de la psiquiatría] fundamentalmente
consiste en una serie de conferencias dadas por
Sullivan durante el invierno de 1946-1947 y repre­
senta la exposición más completa de su teoría acer­
ca de las relaciones personales. The psychiatric
interview (1954) [La entrevista psiquiátrica] está
integrada por conferencias ofrecidas en 1943. Los
trabajos de Sullivan sobre la esquizofrenia, muchos
de los cuales se remontan al tiempo en que cola­
boraba con el hospital Sheppard y Enoch Pratt,
se reunieron y publicaron con el título Schizophre-
nia as a human process (1962) [La esquizofrenia
como un proceso humano]. E l último volumen que
ha aparecido es T he fusión of psychiatry and
social Science (1964) [La fusión de la psiquiatría
y de las ciencias sociales]. El primero y el último
volumen de esta serie de cinco obras de Sullivan
son los más adecuados para lograr una compren­
sión de su teoría sociopsicológica de la persona­
lidad.
Por su parte, el filósofo Patrick Mullahy, discípu­
lo de Sullivan, ha publicado varios libros que tratan
de la teoría de las relaciones interpersonales, uno
de los cuales, A study of interpersonal relations
(1949) [Estudio de las relaciones interpersonales 1,
contiene una serie de artículos redactados por
miembros de la Washington School y el Instituto
William Alanson W hite de Nueva York; todos ellos,
incluidos tres del propio Sullivan, fueron publica­
58 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

dos originalmente en Psychiatry. En otro de sus


libros, T he contributions of Harry Stack Sullivan
(1952) [Los aportes de H. S. Sullivan], Mullahy
reúne los trabajos de representantes de diversas
disciplinas, entre ellas psiquiatría, psicología y so­
ciología, que fueron presentados en el simposio rea­
lizado en memoria de Sullivan, y expone sucinta­
mente su teoría interpersonal [de Mullahy], inclu­
yendo además una completa bibliografía de los
escritos del extinto hasta 1951. También en Oedipus
-myth and complex (1948) [Edipo. Mito y comple­
jo] de Mullahy, hay un resumen similar de las con­
cepciones de Sullivan. La teoría interpersonal de
éste fue, asimismo, extensamente tratada por Do-
rothy Blitsten (1953).
1. ESTRU CTU RA D E LA PERSONALIDAD

Sullivan insiste permanentemente en que la perso­


nalidad es una entidad puramente hipotética, que
no puede ser observada ni estudiada al margen de
las situaciones interpersonales: la unidad de estu­
dio es la situación interpersonal, no la persona. La
organización de la personalidad consiste en aconte­
cimientos interpersonales antes que intrapsíquicos
y, por lo tanto, la personalidad sólo se manifiesta
cuando la persona actúa en relación con uno o más
individuos que, sin embargo, no necesariamente han
de estar presentes; de hecho, pueden ser figuras
ilusorias o inexistentes: una persona puede mante­
ner relaciones con un héroe popular como Paul
Bunyan, con un personaje ficticio como Anna Ka-
renina, o con sus antepasados o sus descendientes
aún no nacidos. El carácter de los procesos psicoló­
gicos de percibir, recordar, pensar, imaginar, al
igual que el de todos los restantes, es interpersonal;
aun los sueños nocturnos, puesto que habitualmente
reflejan las relaciones del que sueña con los demás,
son interpersonales.
Aun cuando Sullivan no asigna a la personalidad
sino un status hipotético, afirma que ella constituye
el centro dinámico de los diversos procesos que tie­
nen lugar en una serie de campos interpersonales.
Por otra parte, concede un status sustancial a algu­
nos de esos procesos mediante su identificación y
60 CALVIN S. H A LL Y GARDNER LIN D Z E Y

denominación y la conceptualización de varias de


sus propiedades; de ellos, los principales son: los
dinamismos, las personificaciones y los procesos
cognitivos.

DINAMISMOS

Un dinamismo es la menor de las unidades con­


ceptuales aplicables al estudio del individuo. Se lo
define como “la pauta relativamente duradera de
transformaciones de la energía, que se repite y ca­
racteriza al organismo viviente en tanto subsiste
como tal” (1953, pág. 103). Cualquier forma de
conducta, sea manifiesta y pública, como hablar, o
encubierta y privada, como pensar y fantasear,
constituye una transformación de la energía y, pues­
to que el dinamismo es una pauta de conducta que
persiste y se repite, es aproximadamente lo mismo
que un hábito. Según la sutil definición de Sullivan,
la pauta es “la envoltura de insignificantes diferen­
cias particulares” (1953, pág. 104); es decir, que la
pauta admite, sin sufrir modificación, el agregado
de un nuevo rasgo mientras éste no sea significati­
vamente diferente de los otros contenidos de la
envoltura, pues en tal caso transformará la pauta en
una nueva. Por ejemplo, dos manzanas de muy dis­
tinto aspecto han de ser, sin embargo, identificadas
como tales porque sus diferencias no son importan­
tes; una manzana y una banana, en cambio, difieren
en aspectos significativos y configuran, por lo tan­
to, dos pautas diferentes.
Los dinamismos específicamente humanos son
aquellos que caracterizan las relaciones interperso­
nales: por ejemplo, un individuo puede comportarse
de manera habitualmente hostil respecto de otra
LAS TEO R IA S PSICOSOCIALES 61

persona o grupo, lo que constituye la expresión de


un dinamismo de malevolencia; el hombre que tien­
de a establecer relaciones lascivas con las mujeres
despliega un dinamismo de sensualidad; el niño que
teme a los extraños presenta un dinamismo de mie­
do. Cualquier reacción habitual ante una o más
personas, sea en forma de sentimiento, de actitud,
o de acción manifiesta, constituye un dinamismo.
Aun cuando en todo ser humano se hallan los mis­
mos dinamismos básicos, su modo de expresión va­
ría según la situación y la experiencia del individuo.
Por lo general, todo dinamismo se vale de una
determinada zona corporal — por ejemplo, la nuca,
las manos, el ano, los genitales— por medio de la
cual interactúa con el ambiente. Cada zona posee
un aparato receptor sensible a los estímulos, un
aparato efector que ejecuta la acción y un aparato
conectador, ubicado en el sistema nervioso central,
denominado eductor, que conecta el mecanismo re­
ceptor con el efector. Así, la proximidad del pezón
a la boca del bebé estimula la membrana sensitiva
de sus labios, la cual descarga impulsos nerviosos
que, a su vez, actúan sobre los órganos motores de
la boca y provocan movimientos de succión.
La mayoría de los dinamismos sirven al propósito
de satisfacer las necesidades básicas del organismo;
hay uno, sin embargo, sumamente importante, que
se desarrolla como resultado de la ansiedad: es el
llamado dinamismo o sistema del sí mismo.

El sistema del sí mismo


La ansiedad es el producto de las relaciones in-
terpersonales y es originariamente transmitida pol­
la madre al niño; más tarde es provocada por las
62 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

amenazas a la propia seguridad. Para evitar o re­


ducir al mínimo la ansiedad real o potencial, el
individuo adopta diversos tipos de medidas protecto­
ras y controles supervisores de su conducta: apren­
de, por ejemplo, que puede evitar el castigo satis­
faciendo los deseos de sus padres. Estas medidas de
seguridad constituyen el sistema del sí mismo, que
sanciona ciertos tipos de conducta (sí mismo bue­
no) y prohíbe otras (sí mismo m alo).
En su carácter de guardián de la propia seguri­
dad, el sistema del sí mismo tiende a aislarse del
resto de la personalidad; excluye toda información
que no coincide con su organización presente y
frustra, en consecuencia, la posibilidad de un be­
neficio procedente de la experiencia. Puesto que el
sí mismo protege al sujeto de la ansiedad, es muy
estimado y defendido de toda crítica; a medida que
el sistema del sí mismo desarrolla su complejidad y
su independencia, impide al individuo la formula­
ción de juicios objetivos sobre su propia conducta
y al tiempo disimula las evidentes contradicciones
entre lo que es en realidad el individuo y lo que
su sistema del sí mismo manifiesta que es: en ge­
neral, cuanto más ansiedad experimenta una perso­
na, más se infatúa su sistema del sí mismo y más
se disocia del resto de la personalidad. Por consi­
guiente, aun cuando sirve al útil propósito de redu­
cir la ansiedad, el sistema del sí mismo interfiere
con la capacidad del individuo para la convivencia
constructiva.
Según Sullivan, el sistema del sí mismo es el pro­
ducto de los aspectos irracionales de la sociedad.
En otras palabras, el niño pequeño llega a sentir
ansiedad por causas que en una sociedad más ra­
LAS TEO R IA S PSICOSOCIALES 63

cional no existirían y, para manejar esa ansiedad, se


ve forzado a adoptar medidas que no son naturales
ni realistas. Si bien Sullivan reconoce que el desa­
rrollo del sistema del sí mismo es absolutamente ne­
cesario para evitar la ansiedad moderna y, tal vez,
en cualquier clase de sociedad que el hombre sea
capaz de construir, cree que este sistema tal como
hoy lo conocemos constituye el “principal obstácu­
lo para los cambios favorables de la personalidad”.
(1953, pág. 169). Quizá de un modo humorístico
escribió: “El sí mismo es el contenido de la con­
ciencia siempre que se esté completamente cómo­
do acerca del respeto de sí mismo, el prestigio de
que se goza entre los conciudadanos, y el respeto
y deferencia que le prestan” (1964, pág. 217).

PERSO NIFICA CION ES

La personificación es la imagen que un individuo


tiene de sí mismo o de otro. Es un complejo de
sentimientos, actitudes y concepciones desarrolla­
dos a partir de las experiencias de satisfacción de
las necesidades y de la ansiedad. El bebé, por ejem­
plo, desarrolla la personificación de la madre bue­
na al ser amamantado y acariciado por ella. Cual­
quier relación interpersonal que implique satisfac­
ción tenderá a estructurar una imagen favorable del
agente satisfactorio. La personificación de la madre
mala, en cambio, resulta de las experiencias del
bebé con ella que provocan ansiedad. Finalmente,
tales personificaciones de la madre, sumadas a cua­
lesquiera otras que se formen, la de una madre
seductora o sobreprotectora, por ejemplo, se fusio­
nan para constituir una personificación compleja.
64 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

Estas imágenes no son descripciones rigurosas


de los sujetos a quienes se refieren; aun cuando ini­
cialmente se forman para enfrentarse con la gente
en situaciones interpersonales bastante excepciona­
les, una vez formadas suelen persistir e influir en
nuestras actitudes hacia otras personas. Por ejem­
plo, es posible que un individuo que personifica a
su padre como un hombre mezquino y dictatorial
proyecte esa misma personificación sobre otros
hombres mayores, por ejemplo, maestros, policías,
patrones. En consecuencia, algo que en los primeros
años de vida actúa como función reductora de ten­
siones puede, posteriormente, interferir con las rela­
ciones interpersonales. Esas imágenes cargadas de
ansiedad distorsionan las concepciones del indivi­
duo acerca de gente por lo común significativa. Las
personificaciones del sí mismo, tales como el yo
bueno y el yo malo, siguen idéntico principio que
las de los otros: la personificación del yo bueno re­
sulta de las experiencias interpersonales que tienen
carácter de recompensas, mientras que la del yo ma­
lo deriva de las situaciones productoras de ansie­
dad. Como las de los otros, tales personificaciones
del sí mismo tienden a interponerse en el camino
de la autoevaluación objetiva.
Las personificaciones compartidas por grupos nu­
merosos de personas reciben la denominación de
estereotipos, que son concepciones validadas con-
sensualmente, es decir, ideas ampliamente acepta­
das y transmitidas de generación en generación por
los miembros de una determinada sociedad: el
del profesor distraído, el del artista informal y el del
obtuso hombre de negocios, constituyen ejemplos
de estereotipos comunes en nuestra cultura.
LA S TEO R IA S PSICOSOCIALES 65

PROCESOS COGNITIVOS

La contribución de Sullivan a la determinación


del lugar que 1?. cognición ocupa en la personalidad
es su clasificación de la experiencia, la cual, a su
criterio, ocurre según tres modalidades: prototáxica,
paratáxica y sintáxica. La experiencia prototáxica,
que “puede considerarse como la serie discreta de
estados momentáneos del organismo sensible”,
(1953, pág. 29) se asemeja a lo que James deno­
minó la “corriente de la conciencia”: las sensacio­
nes, las imágenes y los sentimientos que fluyen pol­
la mente y que no necesariamente se vinculan entre
sí ni poseen significado para quien los experimen­
ta. El modo prototáxico de experiencia, que se halla
en su forma más pura durante los primeros meses
de vida, es la precondición necesaria para la apari­
ción de los otros dos modos.
El modo paratáxico del pensar consiste en la per­
cepción de relaciones causales entre acontecimien­
tos que, aun cuando ocurren con relativa simulta­
neidad, no están lógicamente relacionados. En uno
de sus cuentos cortos, el eminente escritor checo
Franz Kafka pinta un interesante caso de pensar
paratáxico: cierto día, cuando uno de los animales
de una perrera estaba orinando, alguien tiró un hue­
so por encima del alto cerco que rodeaba el esta­
blecimiento; el perro pensó: “mi orina hizo apare­
cer el hueso” y, desde entonces, cada vez que
quería comer levantaba la pata. Sullivan cree que
gran parte de nuestro pensar no va más allá del
nivel paratáxico, razón por la cual vemos conexio-
66 CALVIN S. H A L L Y CARDNER L IN D Z E Y

nes causales entre experiencias totalmente desvin­


culadas las unas de las otras. Todas las supersticio­
nes, por ejemplo, constituyen ejemplos de pensa­
miento paratáxico.
El tercer y más alto modo del pensamiento es el
sintáxico. Consiste en una actividad simbólica con-
sensualmente validada, de índole sobre todo verbal.
Un símbolo consensualmente validado es aquel al
que un grupo de personas ha acordado otorgar un
significado estándar: las palabras y los números son
los mejores ejemplos de este tipo de símbolos. El
modo sintáxico establece el orden lógico de las ex­
periencias y capacita a las personas para comuni­
carse entre sí.
Además de formular así los modos de la experien­
cia Sullivan acentúa la importancia de la previsión
en el funcionamiento cognitivo: “E l hombre, la
persona, vive con su pasado, su presente y su futuro
inmediato, todos ellos, claramente pertinentes para
la explicación de su pensamiento y su acción” (1950,
pág. 84). La previsión depende de la propia me­
moria del pasado y de la interpretación del pre­
sente.
Los dinamismos, las personificaciones y los pro­
cesos cognitivos, aun cuando no agotan la lista de
los componentes de la personalidad, son los rasgos
estructurales fundamentales distintivos del sistema
de Sullivan.
2. DINAMICA D E LA PERSONALIDAD

Coincidente con muchos otros teóricos de la per­


sonalidad, Sullivan la concibe como un sistema de
energía cuya tarea esencial es la realización de ac­
tividades reductoras de tensión. A su criterio, puesto
que ambos términos, energía y tensión, son emplea­
dos aquí exactamente en el mismo sentido que se
les atribuye en física, ninguno de ellos requiere el
agregado del adjetivo “mental”.

Tensión
Sullivan parte de la concepción ya familiar del
organismo como un sistema de tensiones que, teóri­
camente, puede fluctuar entre dos límites: la relaja­
ción absoluta o euforia, según la denominación de
Sullivan, y la tensión absoluta, por ejemplo, el terror
extremo. Las fuentes principales de tensión son dos:
1) las necesidades del organismo, 2) la ansiedad.
Las necesidades están conectadas con las necesida­
des fisioquímicas de la vida — ciertas condiciones,
tales como la falta de alimento, de agua o de oxí­
geno, producen un desequilibrio en la economía del
organismo— , pueden tener carácter general — co­
mo el hambre— o estar más específicamente rela­
cionados con una región del cuerpo — como la ne­
cesidad de succión— ; se ajustan por sí mismas a un
orden jerárquico: las ubicadas más abajo en la es­
68 CALVIN S. H ALL Y GARDNER L IN D Z E Y

cala deben ser satisfechas previamente para que


puedan serlo las que ocupan los lugares más altos.
Uno de los resultados de la reducción de la necesi­
dad es una experiencia de satisfacción: “Toda
tensión puede ser considerada como una necesidad
de transformaciones energéticas particulares que
han de disiparla, fenómeno a menudo acompañado
por un cambio del estado ‘mental’, de la concien­
cia, al cual es aplicable el término general de satis-
facción” (1950, pág. 85). La consecuencia típica
de la prolongada insatisfacción de las necesidades es
un sentimiento de apatía que a su vez produce una
disminución general de las tensiones.
La ansiedad es la experiencia de tensión resultan­
te de amenazas reales o imaginarias a la propia
seguridad. Su intensidad varía de acuerdo con la
gravedad de la amenaza y la eficacia de los dispo­
sitivos de seguridad al alcance del sujeto: una gran
ansiedad reduce la eficiencia del individuo en lo
que atañe a la satisfacción de sus necesidades, per­
turba sus relaciones interpersonales y crea confusión
en su pensamiento. La ansiedad intensa es como
un golpe en la cabeza; en lugar de proporcionar in­
formación al individuo provoca su total confusión y
su amnesia; las formas menos graves de ansiedad
en cambio, pueden ser informativas. En efecto, Su­
llivan cree que, en la vida del hombre, la ansiedad
es la primera influencia altamente educativa. La an­
siedad es transmitida al lactante por la “figura ma­
terna”, que la expresa en sus miradas, en el tono
de su voz, en toda su conducta. Si bien Sullivan
admite ignorar cómo se efectúa dicha transmisión,
es muy probable que tenga lugar por mediación de
algún proceso de empatia cuya naturaleza es aún
desconocida. Como consecuencia de la ansiedad
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 69

transmitida por la madre, otros objetos del ámbito


inmediato llegan a estar cargados de ansiedad por
obra del modo paratáxico de asociación de las ex­
periencias contiguas: el pezón materno, por ejem­
plo, se convierte en un pezón malo que produce
reacciones de evitación en el bebé. Éste aprende a
apartarse de las actividades y los objetos que au­
mentan la ansiedad y tiende a dormirse cuando no
logra eludirla. Este dinamismo de desapego somno-
liento — según la denominación de Sullivan— cons­
tituye la contraparte de la apatía, que es el dina­
mismo provocado por las necesidades insatisfechas;
de hecho, la diferenciación objetiva de estos dos
dinamismos resulta imposible.
Según afirma Sullivan, una de las principales ta­
reas de la psicología es descubrir los aspectos de
las relaciones interpersonales, básicamente vulnera­
bles a la ansiedad antes que tratar los síntomas
provocados por ella.

TRANSFORMACIONES D E LA ENERGIA

La energía se transforma mediante la ejecución


de trabajo: toda acción explícita que incluya los
músculos estriados del cuerpo y, asimismo, toda ac­
tividad mental —percibir, recordar, pensar— ,
constituye un trabajo. El alivio de la tensión es la
finalidad de estas actividades que, explícitas o en­
cubiertas, están en gran medida condicionadas por
la sociedad en cuyo ámbito crece la persona. “In­
vestigando en su pasado, cualquiera puede descu­
brir que las pautas de tensión y las transformacio­
nes energéticas que constituyen su existencia son,
en una medida verdaderamente asombrosa, el
70 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

resultado de su educación para vivir en una so­


ciedad particular” (1950, pág. 83 ).
Sullivan no cree que los instintos sean fuentes
importantes de motivación humana ni acepta la
teoría freudiana de la libido. Un individuo aprende
a comportarse de determinada manera como resul­
tado de sus interacciones con los otros y no porque
posea imperativos innatos para ciertos tipos de
acción.
3. DESARROLLO D E LA PERSONALIDAD

Sullivan estableció minuciosamente la secuencia


de situaciones interpersonales a las que, al pasar de
la infancia a la edad adulta, está expuesta la persona,
y los modos en que aquéllas contribuyen a la forma­
ción de la personalidad. Más que cualquier otro teó­
rico, con la posible excepción de Freud, Sullivan
estudió la personalidad desde la perspectiva de de­
finidos estadios de desarrollo. Sin embargo, mientras
Freud señala que el desarrollo es, en gran medida,
el despliegue del instinto sexual, Sullivan sostiene
un enfoque más psicosocial del crecimiento de la
personalidad que reconozca en su verdadera dimen­
sión la singular contribución de las relaciones hu­
manas y si bien no descarta los factores biológicos
como condicionantes de tal desarrollo, los subordi­
na a los determinantes sociales del desarrollo
psicológico. Considera, sin embargo, que ocasional­
mente tales influencias sociales contrarían las nece­
sidades biológicas del individuo, con consecuencias
perjudiciales para su personalidad; sin titubeos,
admite los efectos deletéreos de ciertas influencias
de la sociedad. Al igual que otros teóricos de la
psicología social, Sullivan fue un severo e incisivo
crítico de la sociedad contemporánea.
72 CALVIN S. H A LL Y GARDNER LIN D Z E Y

ETAPAS D E L DESA RRO LLO

En el desarrollo de la personalidad, Sullivan dis­


tingue seis estadios anteriores al período final de
madurez que, típicos de las culturas de Europa oc­
cidental, pueden ser, sin embargo, diferentes en
otras sociedades: 1) infancia, 2) niñez, 3) época
juvenil, 4 ) preadolescencia, 5) adolescencia tempra­
na y 6) adolescencia tardía.
E l período de la infancia se extiende desde el
nacimiento hasta la aparición del habla articulada;
en su transcurso, la zona oral es la zona primaria
de interacción del bebé y su ambiente. Por una
parte, la lactancia le proporciona su primera expe­
riencia interpersonal; por la otra, el rasgo dominan­
te del ambiente, durante la infancia, es el objeto
que le suministra el alimento, sea el pezón materno
o la tetina del biberón. E l bebé desarrolla diversas
concepciones del pezón, según la naturaleza de sus
experiencias con éste: 1) el pezón bueno, la señal
del amamantamiento y de la proximidad de la sa­
tisfacción, 2) el pezón bueno aunque no grato
porque el bebé no tiene hambre, 3) el pezón malo
porque no da leche, la señal para el rechazo y la
siguiente búsqueda de otro pezón y 4) el pezón
malo de una madre ansiosa, señal para la evitación.
Otros aspectos característicos de los estadios in­
fantiles son: 1) la aparición de los dinamismos de
apatía y de desapego somnoliento, 2) la transición
del modo prototáxico de cognición al paratáxico, 3)
la organización de las personificaciones, como la de
madre mala, ansiosa, rechazadora, frustradora, y la
de madre buena, sosegada, aceptadora, satisfacien-
te, 4) la organización de la experiencia mediante el
LA S TEO RIA S PSICOSOCIALES 73

aprendizaje y la aparición de los rudimentos del


sistema del sí mismo, 5) la diferenciación de su pro­
pio cuerpo por el bebé, que aprende así a aliviar
sus tensiones independientemente de la figura ma­
terna, por ejemplo, succionándose el pulgar y 6)
el aprendizaje de los movimientos coordinados de
los ojos y mano, mano y boca, oído y voz.
La transición de la infancia a la niñez es posibili­
tada por el aprendizaje del habla y la organización
de la experiencia según el modo sintáxico. La niñez
se extiende desde la aparición del lenguaje articu­
lado hasta la de la necesidad de compañeros de jue­
go; el desarrollo del habla permite, entre otras co­
sas, la fusión de diferentes personificaciones, la de
la madre buena con la de la mala, por ejemplo, y la
integración del sistema del sí mismo en una estruc­
tura más coherente. El sistema del sí mismo co­
mienza a desarrollar la noción de sexo: el varoncito
se identifica con el rol masculino y la niña con el
rol femenino, según los prescribe la sociedad. Por
otra parte, el desarrollo de la capacidad simbólica
permite al niño jugar a ser adulto — Sullivan lla­
ma dramatizaciones a estos modos de actuar “co­
mo si”— e interesarse en diversas actividades, tan­
to explícitas como implícitas, útiles para evitar el
castigo y la ansiedad: Sullivan las llama preocupa­
ciones.
Uno de los acontecimientos dramáticos de la ni­
ñez es la transformación malévola, la sensación de
vivir entre enemigos que, si llega a adquirir sufi­
ciente intensidad, impide al niño responder posi­
tivamente a las manifestaciones de afecto de los
demás. La transformación malévola distorsiona las
relaciones interpersonales del niño y lo conduce a
aislarse. Por ejemplo, el niño puede decir: “hubo
74 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

una época en que todo era encantador, pero eso fue


antes de que yo tratara con la gente”. La transfor­
mación malévola puede también provocar una re­
gresión al período de la infancia.
La sublimación, que aparece durante la niñez, es
definida por Sullivan como “la sustitución involun­
taria de una pauta de conducta que tropieza con
la ansiedad o choca con el sistema del sí mismo,
por una pauta de actividad que, más aceptable des­
de el punto de vista de la sociedad, satisface par­
cialmente al sistema motivacional causante de la
perturbación” (1953, pág. 193). E l exceso de ten­
sión no descargado por la sublimación es empleado
en realizaciones simbólicas, por ejemplo, en sueños
nocturnos.
E l estadio juvenil abarca la mayor parte de los
años escolares; es el período de socialización en
el que el individuo adquiere experiencias de subor­
dinación social a las figuras de autoridad ajenas a
la familia, se toma competitivo y cooperativo, des­
cubre el significado del ostracismo, el desprecio y
el sentimiento de pertenencia a un grupo, aprende
? soslayar las circunstancias extemas que carecen
de interés para él, a supervisar su propia conducta
por medio de controles internos, a elaborar actitu­
des estereotipadas, a desarrollar nuevas y más efec­
tivas formas de sublimación, y a discernir con ma­
yor precisión entre fantasía y realidad.
La aparición de la noción de orientación en la
vida constituye uno de los acontecimientos impor­
tantes de este período.

E l individuo se orienta en la vida en la medida


en que ha formulado, o puede ser fácilmente in­
ducido a formular (o posee comprensión como
LAS TEO R IA S PSICOSOCIALES 75

para hacerlo) datos de diversos tipos, a saber: las


tendencias integradoras (necesidades) que ha­
bitualmente caracterizan las propias relaciones
interpersonales; las circunstancias apropiadas pa­
ra su satisfacción y la descarga relativamente li­
bre de ansiedad, y los fines más o menos remo­
tos por cuya aproximación se renunciará a las
oportunidades intercurrentes de la satisfacción o
de aumento del propio prestigio (1953, pág. 243).

E l período relativamente breve de la preadoles-


cencia se caracteriza por la necesidad de una re­
lación íntima con un par del mismo sexo, un cama-
rada en el que se puede confiar y con el que es
posible encarar y resolver, en colaboración, las ta­
reas y los problemas de la vida. Extremadamente
importante, este período señala el comienzo de au­
ténticas relaciones humanas: mientras en los esta­
dios anteriores la situación interpersonal se carac­
teriza por la dependencia del niño respecto de los
mayores, durante la preadolescencia se inicia el es­
tablecimiento de relaciones entre pares, en función
de igualdad, solidaridad y reciprocidad; sin un
amigo íntimo, el preadolescente llega a ser víctima
de una desesperada soledad.
E l problema central del período de la adoles­
cencia temprana es el desarrollo de una pauta de
actividad heterosexual. Los cambios fisiológicos de
la pubertad son experimentados por el joven como
sentimientos de concupiscencia; sobre la base de
tales sentimientos surge el dinamismo de concupis­
cencia, que comienza a afirmarse en la personali­
dad. Este dinamismo, que fundamentalmente im­
plica la zona genital incluye, sin embargo, la par­
ticipación de otras zonas de interacción, como la
76 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

boca y las manos. Entre la necesidad erótica y


la de intimidad hay una separación: mientras que la
primera tiene como objeto a un miembro del sexo
opuesto, la segunda permanece fijada sobre un in­
dividuo del propio sexo; en los casos en que no
se produce tal divorcio de sus necesidades, el joven
tiende hacia una orientación homosexual antes que
heterosexual. Muchos conflictos de la adolescencia
se originan, según señala Sullivan, en necesidades
opuestas, tales como la de gratificación sexual, la
de seguridad y la intimidad. La adolescencia tem­
prana persiste hasta que el individuo halla una pau­
ta de realización estable capaz de satisfacer sus im­
pulsos genitales.
“La adolescencia tardía se extiende desde la insti­
tución de una pauta preferencial de actividad geni­
tal hasta el establecimiento, por medio de innume­
rables pasos tanto educativos como eductivos, de
un repertorio de relaciones interpersonales totalmen­
te humano o maduro, según lo permitan las opor­
tunidades personales y culturales disponibles” (1953,
pág. 297). En otras palabras, la adolescencia tardía
constituye un período de iniciación más bien pro­
longado en cuanto atañe a los privilegios, los de­
beres, las satisfacciones y las responsabilidades de
la vida social y de la vida cívica; poco a poco se es­
tablecen plenamente las relaciones interpersonales
y, al mismo tiempo, se opera un incremento de la
experiencia en su forma sintáxica, que permite
la ampliación de los horizontes simbólicos; el sis­
tema del sí mismo adquiere estabilidad, el indivi­
duo aprende a sublimar las tensiones con mayor
eficacia e instituye más poderosas medidas de se­
guridad contra la ansiedad.
LA S TEO R IA S PSICOSOCIALES 77

Una vez ascendidos todos estos peldaños y al­


canzado el estadio final de la edad adulta, el in­
dividuo ha sido transformado, especialmente por
medio de sus relaciones interpersonales, de orga­
nismo animal en persona humana; no se trata de un
animal revestido de civilización y humanidad, sino
de un animal que ha sufrido modificaciones hasta
tal punto drásticas que ha dejado de serlo para con­
vertirse en ser humano o si se prefiere, en animal
humano.

FA CTO RES DETERM IN A N TES D E L


DESA RRO LLO

Aun cuando rechaza firmemente toda doctrina


rígida o precipitada del instinto, Sullivan reconoce
la importancia de la herencia en la provisión de
ciertas capacidades, en primer término, la de reci­
bir y la de elaborar experiencias. Asimismo, acepta
el principio según el cual el entrenamiento no pue­
de ser eficaz antes de que la maduración haya
afianzado la base estructural; así, el niño no estará
en condiciones de aprender a caminar hasta que
sus músculos y su estructura ósea, alcanzado cierto
nivel de crecimiento, lo sostengan en la posición
vertical. La herencia y la maduración proporcionan
el sustrato biológico para el desarrollo de la per­
sonalidad, es decir, las capacidades, las predisposi­
ciones y las inclinaciones, pero es la cultura la que,
actuando a través del sistema de relaciones inter­
personales, hace que se manifiesten las aptitudes y
los rendimientos reales (transformaciones de ener­
gía) mediante los cuales la persona logra reducir
la tensión y satisfacer sus necesidades.
78 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

La primera fuerza educativa es la de la ansie­


dad, que obliga al joven organismo a discriminar
entre tensión creciente y decreciente y a orientar
su actividad hacia esta última; la segunda, muy po­
derosa, es la de la tentativa exitosa. Existe una ten­
dencia, señalada por numerosos psicólogos, a fijar
el éxito en la actividad que ha conducido a la gra­
tificación; el éxito es equiparable con la obtención
de recompensas — la sonrisa de la madre o el elo­
gio del padre— y el fracaso, con los castigos, la
mirada prohibitiva de la madre o las palabras desa­
probadoras del padre. A criterio de Sullivan, tam­
bién la imitación y la inferencia —para la que adop­
ta la denominación propuesta por Charles Spear-
man: educción de las relaciones— constituyen tipos
de aprendizaje.
Sullivan no cree, sin embargo, que la persona­
lidad quede precozmente establecida: en cualquier
momento, si aparecen nuevas situaciones interper­
sonales, puede cambiar: el organismo humano es
extremadamente plástico y maleable; la regresión
es posible y, en efecto, se produce, aun en pleno
avance del aprendizaje y el desarrollo, cuando el
dolor, la ansiedad y el fracaso se vuelven intole­
rables.
4. CLASE Y METODOS D E INVESTIGACION

Al igual que otros psiquiatras, Harry Stack Su­


llivan adquirió su conocimiento empírico acerca de
la personalidad trabajando con pacientes que su­
frían desórdenes de diversos tipos, en especial, ca­
sos de esquizofrenia y obsesión. (Un relato breve
y acertado del empleo de Sullivan del material de
casos para formular ideas sobre la personalidad se
puede hallar en su artículo The data o f psychiatry,
1964, págs. 32-55 [Los datos de la psiquiatría]).
En los comienzos de su carrera, descubrió que el
método de libre asociación no resultaba convenien­
te para el tratamiento de esquizofrénicos, en quie­
nes suscitaba excesiva ansiedad; intentó entonces
otros métodos que, según comprobó, también ori­
ginaban ansiedad. Puesto que la ansiedad interfe­
ría el proceso de comunicación entre el paciente
y el terapeuta, Sullivan se dedicó al estudio de las
fuerzas que entorpecen o allanan tal comunicación.
Llegó así a la conclusión de que el psiquiatra no
es sólo un observador sino un participante suma­
mente importante en la situación interpersonal; el
terapeuta debe enfrentar sus propias aprensiones
respecto de su competencia profesional, por ejem­
plo, y sus propios problemas de orden personal. De
resultas de este hallazgo, Sullivan desarrolló su con­
cepto del terapeuta como observador participante.
80 CALVIN S. H A L L Y GARDNER L IN D Z E Y

La teoría de las relaciones interpersonales subra­


ya especialmente el método de la observación
participante y relega a un plano secundario los
datos obtenidos mediante el empleo de otros mé­
todos. A su vez, ello implica que la habilidad
es, en la entrevista psiquiátrica frente a frente,
de persona a persona, de capital importancia
(1950, pág. 122).

En otro lugar escribió: “La necesidad de llorar


existe para los observadores que son cada vez más
observantes de sus observaciones” (1964, pág. 27).

LA EN TREVISTA

Sullivan denomina entrevista psiquiátrica el tipo


particular de situación interpersonal, frente a fren­
te, que existe entre el paciente y el terapeuta, se
trate de una entrevista única o de una serie de en­
trevistas a lo largo de un período prolongado. Sulli­
van la define como “el sistema o la serie de sistemas
de procesos interpersonales que surgen de la ob­
servación participante y de los cuales el entrevis­
tador deriva ciertas conclusiones acerca del entre­
vistado” (1954, pág. 128). El modo de conducir la
entrevista y los medios por los que el terapeuta lle­
ga a conclusiones respecto del paciente constitu­
yen el tema del libro de Sullivan, The psychiatric
interview (1954).
Sullivan divide la entrevista en cuatro etapas:
1) la introducción formal, 2) el reconocimiento, 3)
el interrogatorio detallado y 4) la terminación.
Fundamentalmente, la entrevista es una comuni
cación verbal entre dos personas; no sólo lo que el
LA S TEO R IA S PSICOSOCIALES 81

sujeto dice, sino cómo lo dice —la entonación, la


mayor o menor rapidez con que habla, y toda otra
conducta expresiva— interesa al terapeuta, que en
ello halla la principal fuente de información; en
consecuencia, ha de estar atento a los más sutiles
cambios —disminución o aumento del volumen, por
ejemplo— ya que generalmente revelan datos esen­
ciales acerca de los problemas centrales del pacien­
te; por otra parte, el terapeuta ha de mantenerse
igualmente alerta a la mínima modificación en la
actitud del paciente hacia él.
Durante la introducción el psiquiatra debe adop­
tar una actitud de observación pasiva y, evitando
formular demasiadas preguntas, intentar la determi­
nación de las razones por las que el paciente ha
acudido a él y al menos parcialmente, la natura­
leza de sus problemas.
En lo referente al rol del terapeuta en la entre­
vista, Sullivan es muy explícito: el profesional no
debe olvidar que está ganando su sustento como
experto en el campo de las relaciones interperso­
nales, y que el paciente espera —con derecho—
aprender algo que ha de beneficiarlo; tal actitud,
que el paciente ha de sentir desde la primera entre­
vista, debe ser continuamente reforzada en el curso
del tratamiento. Unicamente así se obtendrá del
paciente la información a partir de la cual el te­
rapeuta puede llegar a conclusiones correctas sobre
las pautas de vida que provocan el problema. Es
obvio que el profesional no debe utilizar su cono­
cimiento para obtener satisfacciones personales ni
para acrecentar su propio prestigio a expensas del
paciente. El psiquiatra no es, por otra parte, un
amigo o un enemigo, un padre o un amante, un
patrón o un empleado, aun cuando el paciente, co­
82 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z EY

mo resultado de un distorsionado pensamiento pa-


ratáxieo le atribuya uno o más de esos roles: el
psiquiatra es un experto en relaciones interperso­
nales.
El propósito fundamental del período de recono­
cimiento consiste en descubrir quién es el paciente,
lo que el terapeuta logra mediante un interroga­
torio acerca de su pasado, su presente y su futuro;
la información así obtenida es incluida en el rubro
de datos personales o información biográfica. Su­
llivan no sustenta un tipo de interrogatorio rígida­
mente estructurado y sujeto a una lista estándar de
preguntas; insiste, en cambio, en que el psiquiatra
no ha de permitir que el paciente hable de temas
triviales o no pertinentes: es necesario hacerle com­
prender que la entrevista es un asunto serio y no
admite frivolidades. El terapeuta no ha de tomar
notas en el transcurso de las entrevistas ya que esta
práctica no sólo distrae al paciente sino que, ade­
más, tiende a inhibir el proceso de comunicación.
Según Sullivan, no es conveniente que las entre­
vistas se inicien con prescripciones formales del
tipo “diga todo cuanto se le ocurra”; durante el in­
terrogatorio, el terapeuta debe aprovechar los lap­
sos mnemónicos del paciente para enseñarle a aso­
ciar libremente, de modo que no sólo podrá hacerlo
sin el desasosiego natural ante este modo poco fa­
miliar de discurrir, sino que experimentará también
la utilidad de la técnica de libre asociación antes
de recibir explicación expresa alguna acerca del pro­
pósito de ésta.
Hacia el fin del período que incluye las dos pri­
meras etapas de la entrevista, el psiquiatra debe­
ría haber concebido ya diversas hipótesis respecto
de los problemas del paciente y de sus orígenes.
LAS TEO RIA S PSICOSOCIALES 83

Luego, en el transcurso del interrogatorio detalla-


do, intentara determinar, eseuehando y preguntan-
do, cual de sus hipotesis es la correcta. Si bien Su­
llivan sugiere cierto numero de areas que deberfan
ser investigadas — asuntos tales como el control de
esfmteres, la actitud hacia el cuerpo, los habitos
alimentarios, la ambition, las actividades sexuales,
etcetera, tampoco aqui propone ningun inventario
formal que deba ser seguido estrictamente.
En tanto la situation transcurra placidamente, no
sera facil que el profesional adquiera una clara no­
tion de las vicisitudes del entrevistado, de las cua­
les, la principal, es el impacto que sus propias
actitudes producen sobre la capacidad de comunica­
cion del paciente; cuando el proceso de comunica­
cion sufre deterioro, en cambio, el examinador esta
obligado a preguntarse: ‘VQue dije o hice que ha
provocado la ansiedad de este enfermo?” Entre
ambas partes existe, siempre, una considerable do-
sis de reciprocidad — Sullivan la denomina em o­
tion retiproca—; cada una refleja continuamente
los sentimientos de la otra. Al terapeuta incumbe el
reconocimiento y el control de sus propias actitudes,
si pretende obtener el maximo de comunicacion;
es decir que jamas deberia olvidar su rol de ob­
servador participante experto.
La serie de entrevistas concluye con un informe
final del terapeuta acerca de cuanto ha logrado es-
tablecer su prescription del curso que el paciente
debera seguir y una completa explication de los
probables efectos de tal prescription sobre su vida.
Si se leen los inteligentes comentarios de Sullivan
acerca de la entrevista resulta evidente que, a su
juicio, esta representa un enorme desafio para
84 CALVIN S. H A LL Y GARDNER LIN D Z E Y

la capacidad de exactitud del observador partici­


pante.
El tipo de entrevista sustentado por Sullivan pue­
de ser comparado por el lector con la gran variedad
de procedimientos examinados por los Maccoby
(1954) y por Cannell y Kahn (1968) y con las
técnicas de entrevista clínica presentadas en The
clinical interview (1955), compilado por Félix
Deutsch y William Murphy.
La más importante de las contribuciones de Su­
llivan a la investigación en psicopatología se halla
en una serie de artículos sobre la etiología, la di­
námica y el tratamiento de la esquizofrenia que,
en su mayor parte son estudios realizados durante
su estadía en el hospital Sheppard y Enoch Pratt
de Maryland y publicados en revistas psiquiátri­
cas entre los años 1924 y 1931 y revelan el gran
talento de Sullivan para tomar contacto con el psi-
cótico y comprender su mentalidad. Precisamente,
la empatia, que se cuenta entre los rasgos desco­
llantes de Sullivan, contribuyó no poco a su obten­
ción de excelentes resultados tanto en el estudio
como en el tratamiento de las víctimas de la es­
quizofrenia que, a su criterio, no constituyen casos
desesperados condenados a la reclusión en las más
aisladas dependencias de las instituciones psiquiá­
tricas: por el contrario, pueden ser tratados con
éxito si el psiquiatra está dispuesto a encararlos pa­
ciente, comprensiva y atentamente.
Mientras Sullivan estuvo en el hospital Shep­
pard y Enoch Pratt se fundó una sala especial para
pacientes. Consistía en una suite de dos habitacio­
nes y una sala de estar capaz para seis esquizofré­
nicos varones. Esta sala fue aislada del resto del
LA S TEORIAS PSICOSOCIALES 85

hospital; estaban a su cuidado seis auxiliares varo­


nes que eran elegidos y entrenados por el mismo
Sullivan, quien convirtió en rutina tener a un ayu­
dante consigo en la habitación mientras realizaba
sus entrevistas, porque halló que esto daba con­
fianza al paciente. No se permitía la entrada en la
sala a ninguna enfermera y, de hecho, a ninguna
mujer. Sullivan creía en la eficacia de mantener ca­
da unidad del hospital homogénea, es decir, com­
puesta por enfermos del mismo sexo, grupo de edad
y problema psiquiátrico.
Con el estímulo de Sullivan, otros psiquiatras y
científicos sociales prosiguieron la investigación vin­
culada con la teoría interpersonal; muchos de sus
estudios han sido publicados en la Revista Psychia­
try, fundada, en primer término, para la promoción
y difusión de las ideas de Sullivan. Hemos de men­
cionar, asimismo, tres libros recientemente publica­
dos que, en gran medida, deben su existencia a esas
ideas: en Communication, the social matrix of psy­
chiatry (1951) [Comunicación, el fundamento so­
cial de la psiquiatría], Ruesch y Rateson aplican los
conceptos de Sullivan a los problemas de las rela­
ciones humanas y a las interrelaciones entre cultura
y personalidad; en Principies of intensive psychothe-
rapy (1950) [Principios de psicoterapia intensiva],
obra cuya influencia es considerable, Frieda Fromm-
Reichmann elabora muchas de las ideas de Sulli­
van acerca del proceso terapéutico; en cuanto al
estudio de un hospital psiquiátrico, realizado por
Stanton y Schwartz (1954), describe muy clara­
mente los tipos de situaciones interpersonales que
existen en instituciones de esta índole y el efecto
que ellas producen tanto sobre los pacientes como
sobre el personal.
86 CALVIN S. H ALL Y CABDNER L IN D Z EY

E l papel de Sullivan como psiquiatra político se


puso también de manifiesto en algunas de sus ac­
tividades de investigación. Creía que se tiene que
“servir para poder estudiar”. Realizó investigacio­
nes con los negros del Sur de Estados Unidos jun­
tamente con Charles S. Johnson y con los negros
de Washington con E. Franklin Frazier (Sullivan,
1964). Su labor durante la guerra consistió en es­
tablecer: procedimientos para seleccionar reclutas,
técnicas para levantar la moral y métodos para de­
sarrollar un liderazgo eficiente. Como ya se ha in­
dicado, su preocupación mayor fue trabajar para
construir un mundo sin tensiones ni conflictos.
De la obra de los cuatro teóricos presentados en
este volumen, la teoría interpersonal de Sullivan ha
sido, probablemente, la que en mayor medida esti­
muló la investigación, entre otras razones porque
él empleó, para la exposición de su teoría, un len­
guaje más objetivo que contribuyó a salvar el
abismo entre la teoría y la observación. Sullivan
procuró que sus construcciones conceptuales man­
tuvieran estrecha vinculación con la observación
empírica, de modo tal que cada una de ellas parece
describir desde muy cerca la conducta de personas
reales. Pese a su carácter abstracto, el pensamiento
de Sullivan no llegó en ningún momento a serlo
tanto como para perder contacto con la conducta
concreta, casi podría decirse cotidiana, del indivi­
duo. La teoría interpersonal es un manantial de pro­
posiciones que invitan y estimulan la comprobación
empírica.
ESTADO ACTUAL Y EVALUACION

Las cuatro teorías presentadas en este volumen se


asemejan entre sí en tanto subrayan la influencia
de las variables sociales sobre la conformación de
la personalidad; de uno u otro modo, todas ellas
constituyen la reacción adversa a la posición ins-
tintivista del psicoanálisis freudiano, aun cuando
sus autores, sin excepción, reconocen la deuda con­
traída con el pensamiento generador de Freud; to­
dos ellos buscaron apoyo en su grandeza, a la que
sumaron la calidad de sus propios aportes: confi­
rieron a la personalidad dimensiones sociales equi­
valentes — si no superiores— en importancia a las
dimensiones biológicas asignadas por Freud y por
Jung y, aun más, sus teorías contribuyeron a la
introducción de la psicología en la esfera de las
ciencias sociales.
Pese a ocupar un terreno común, cada teoría des­
taca conjuntos de variables sociales en cierto modo
distintos. Erich Fromm concentra su atención en
la descripción de las formas en que la estructura y
la dinámica de una determinada sociedad moldean
a sus miembros de modo tal que el carácter social
de cada uno de ellos se adapta a los valores y las
necesidades comunes de esa sociedad. Por su par­
te, Karen Horney, aunque reconoce la influencia del
contexto social, se detiene particularmente en los
factores internos del grupo familiar que conforman
88 CALVIN S. H A LL Y GARDNER LIN D Z E Y

la personalidad. En este aspecto, la teoría interper­


sonal de Sullivan se asemeja más a la de Horney
que a la de Fromm; la importancia de las relacio­
nes humanas de la infancia, la niñez y la adoles­
cencia es decisiva, según criterio de Sullivan, quien
expone con singular y persuasiva elocuencia el ne­
xo entre la figura materna y el bebé. Por otro lado,
Alfred Adler analiza la sociedad en todos sus as­
pectos, en busca de los factores, que encuentra por
doquier, relevantes respecto de la personalidad.
Aun cuando las cuatro teorías son definidamente
contrarias a la doctrina freudiana de los instintos
y a la inmutabilidad de la naturaleza humana, nin­
guna de ellas asume la radical posición ambienta­
lista según la cual la creación de la personalidad
del individuo es obra exclusiva de las condiciones
de la sociedad en cuyo ámbito ha nacido; las cua­
tro, cada una a su modo, coinciden en creer que
existe algo así como una naturaleza humana que
el bebé lleva en sí al nacer, mucho más en forma
de predisposiciones o potencialidades bastante ge­
nerales que de necesidades y rasgos específicos.
Tales potencialidades generalizadas, “el interés so­
cial” de Adler y la “necesidad de trascendencia” de
Fromm, por ejemplo, son concretamente realizadas
por intermedio de los agentes educativos tanto for­
males como informales de la sociedad. Según estas
teorías, el individuo y la sociedad son, en condi­
ciones ideales, interdependientes: el individuo sirve
a la realización de los fines de la sociedad, que, a
su vez, lo ayuda a alcanzar sus propios objetivos. En
resumen, la posición adoptada por estos cuatro teó­
ricos no es exclusivamente social o sociocéntrica, ni
exclusivamente psicológica o psicocéntrica, sino de
auténtico carácter psicológico-soeial.
LA S TEO RIA S PSICOSOCIALES 89

Más aún, estas teorías no sólo sostienen que la


naturaleza humana es plástica y maleable sino que
también lo es la sociedad: si una determinada so­
ciedad no satisface las necesidades de la naturaleza
humana, puede ser modificada por el hombre; es
decir, que el hombre crea el tipo de sociedad que
considera más beneficioso para él. Por cierto, el de­
sarrollo de una sociedad implica la realización de
errores que, cristalizados en forma de costumbres e
instituciones sociales, pueden ser difícilmente sub-
sanables. Todos estos teóricos, sin embargo, se mos­
traron optimistas en cuanto a la posibilidad de cam­
bio: cada uno de ellos trató, a su manera, de in­
ducir cambios fundamentales en la estructura de la
sociedad. Adler abogó por la democracia social, lu­
chó por la obtención de mejores escuelas, creó los
primeros centros de orientación infantil, señaló in­
sistentemente la necesidad de modificar el trato de
los criminales y se pronunció, en muchas confe­
rencias, sobre los problemas sociales y sus solucio­
nes. Fromm y Horney trazaron, a través de sus
obras, el camino hacia una sociedad mejor; Fromm,
en particular, ha indicado algunas de las reformas
fundamentales necesarias para alcanzar una socie­
dad sana. E n el momento de su muerte, Sullivan
contribuía activamente al esfuerzo por mejorar la
sociedad mediante la cooperación internacional. Los
cuatro adquirieron, en el ejercicio de la psicotera­
pia, gran experiencia acerca de las contingencias de
un orden social imperfecto; en consecuencia, sus
opiniones surgen tanto del conocimiento directo
como de la experiencia práctica obtenidos en su ca­
rácter de críticos y reformadores.
Los cuatro teóricos sostienen, además, que la an­
siedad constituye un producto social: el hombre no
90 CALVIN S. H A LL Y GARDNER L IN D Z E Y

es un “animal ansioso” por naturaleza; llega a ser


ansioso en virtud de las condiciones en que vive
—el fantasma de la desocupación, la intolerancia
y la injusticia, la amenaza de la guerra, la hosti­
lidad parental— ; si eliminamos esas condiciones,
afirman, se agotarán las fuentes de las cuales ema­
na la ansiedad. Tampoco admiten que el hombre
sea destructivo por naturaleza como creía Freud:
consideran que puede tornarse destructivo cuando,
sus necesidades elementales son frustradas y aun en
tales circunstancias es posible que tome otros ca­
minos, el de la sumisión, por ejemplo, o el del re­
traimiento.
Excepto la de Sullivan, todas estas teorías sub­
rayan la idea de la singularidad del individuo así
como la del sí mismo creador. No obstante los es­
fuerzos de la sociedad por regir la vida de las per­
sonas, cada una de ellas procura conservar cierto
grado de individualidad creadora. En efecto, en
virtud de su intrínseco poder creador, el hombre
está en condiciones de introducir cambios en la
sociedad. En parte porque son diferentes entre sí,
los hombres crean diferentes clases de sociedades
en distintos puntos del globo, y en distintos mo­
mentos de la historia. El hombre es no sólo creador
sino autoconsciente: sabe qué quiere y consciente­
mente lucha por conseguirlo. Sin duda, la idea de
la motivación inconsciente no es muy apreciada por
los teóricos de la psicología social.
En general, las teorías desarrolladas por Adler,
Fromm, Horney y Sullivan, ampliaron la perspec­
tiva de la psicología freudiana al dar cabida a los
determinantes sociales de la personalidad. No obs­
tante, algunos críticos han menospreciado la origi­
nalidad de dichas teorías psicosociales sosteniendo
LA S TEO R IA S PSICOSOCIALES 91

que no han hecho sino elaborar un aspecto del psico­


análisis clásico, el correspondiente al yo y sus de­
fensas: Freud vio con claridad que los rasgos de la
personalidad suelen representar las habituales de­
fensas o estrategias de la persona ante las amena­
zas internas y externas a las que se ve expuesto el
yo; las necesidades, las tendencias, los estilos, las
orientaciones, las personificaciones, los dinamismos
y demás conceptos de las teorías expuestas en este
volumen integran la teoría freudiana con la deno­
minación de defensas del yo. En consecuencia, según
tales críticos, nada nuevo se ha agregado a la teoría
de Freud y mucho se ha tomado, en cambio, de ella.
Al reducir la personalidad al sistema del yo, el
teórico de la psicología social la ha separado de los
orígenes vitales de la conducta humana, cuyas fuen­
tes últimas se hallan en la evolución del hombre
como especie; al magnificar el carácter social de la
personalidad humana, han separado al hombre de
su rica herencia biológica.
A veces se afirma, acerca de la concepción del
hombre desarrollada por Adler, Fromm, y Karen
Horney (Sullivan es excluido de esta crítica), que
es demasiado color de rosa e idealista: en un mun­
do desgarrado por dos guerras y amenazado por
una tercera, para no mencionar las múltiples for­
mas de violencia e irracionalidad de que hace gala
el ser humano, el retrato de un hombre racional,
autoconsciente y socializado impresiona como sin­
gularmente impropio y falso. Se puede, por supues­
to, culpar a la sociedad y no al hombre por tan
deplorable estado de cosas y, aunque tal es la acti­
tud de estos teóricos, luego sostienen, al menos táci­
tamente, que ese hombre racional crea la clase de
órdenes sociales responsables de su irracionalidad
92 CALVIN S. H A LL Y GARDNER LIN D Z E Y

y su infelicidad. He aquí la gran paradoja de tales


teorías: si el hombre es de tal modo autoconscien-
te, racional, y social, ¿por qué ha desarrollado tan­
tos sistemas sociales imperfectos?
E l filósofo Isaac Franck (1966) ha señalado que
la idea de hombre presentada por Fromm y otros
psicólogos sociales y humanistas es el resultado de
sus preconcepciones normativas más que el produc­
to de la investigación: son moralistas y no científi­
cos. Franck insiste en que las inclinaciones y rasgos
humanos son neutrales desde el punto de vista ético
y, por lo tanto, no se pueden deducir prescripcio­
nes éticas de afirmaciones fácticas sobre la realidad
misma del hombre. No obstante, resultaría muy di­
fícil encontrar un teórico de la personalidad, desde
Freud hasta Fromm, que no emita, abierta o encu­
biertamente, juicios morales y éticos acerca de los
efectos dañinos del ambiente social sobre el hombre.
Y, en consecuencia, muchos de ellos exponen solu­
ciones. No es fácil que los observadores-participan­
tes permanezcan neutrales por más científicos que
puedan ser.
Otra crítica que, si bien menos devastadora, in­
fluye más en los psicólogos que en los psicoanalistas,
señala el fracaso de tales teorías psicosociales en
cuanto se refiere a la especificación de los medios
precisos mediante los cuales la sociedad moldea
a sus miembros. ¿Cómo adquiere una persona su
carácter social? ¿Cómo aprende a ser un miembro
de la sociedad? Esta evidente indiferencia por el
proceso de aprendizaje en teorías que tanto depen­
den de dicho concepto para la explicación de los
modos de formación de la personalidad es juzgada
por sus críticos como una gravísima omisión. ¿Es
suficiente la exposición a una circunstancia social
LA S TEO RIA S PSICOSOCIALE S 93

para que ella afecte a la personalidad? ¿Existe acaso


un modelo mecánico preestablecido del control de
la conducta socialmente aprobada, y otro igualmen­
te mecánico, del socialmente reprobado? ¿O tal vez
la persona reacciona con comprensión y prudencia
ante el medio social, seleccionando los aspectos que
supone producirán una mejor organización de la
personalidad, y rechazando los que siente incom­
patibles con su propia organización? Estas teorías
guardan absoluto silencio respecto de la mayor
parte de la naturaleza del proceso de aprendizaje,
no obstante el hecho de que el aprendizaje cons­
tituyó el tema central de la psicología norteameri­
cana durante muchos años.
Si bien estas teorías psicológico-sociales no han
estimulado la investigación en tan alto grado como
otras, han contribuido a crear un clima intelectual
apto para el florecimiento que, en efecto, ocurrió,
de la investigación psicológico-social: la psicología
social ya no es la hija adoptiva de la psicología sino
una importante y muy activa parte integrante de
esta ciencia. Adler, Fromm, Karen Horney y Sulli­
van no son responsables únicamente del auge de la
psicología social sino que han ejercido, además,
una considerable influencia: cada uno de ellos ha
contribuido en no pequeña medida a la pintura del
hombre como ser social; tal es su gran valor en el
ámbito contemporáneo.

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