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Proyecto didáctico de

Cívica y Ética

La escuela, factor protector


de las y los adolescentes

Instituto para la Atención y


Prevención de las Adicciones
Proyecto didáctico de Cívica y Ética
Nivel secundaria

{ I. Alcoholismo en jóvenes, la cuarta causa de mortalidad en


México

C
on base en investigaciones recientes, se detecta que el problema del
consumo de alcohol en la población mexicana va en aumento. Las
tendencias indican que la edad de inicio del consumo es cada vez más
temprana (Villatoro et al., 2001). Esto refleja que la edad en la que un sujeto
tiene su primer contacto con el alcohol, coincide con el inicio de la adolescen-
cia, edad conflictiva por sí misma.

El adolescente busca en el alcohol un medio de evitación, de escape, de


refugio o de aceptación social principalmente ante sus amigos y grupo de
pares. En esta etapa crítica, el individuo se encuentra en la búsqueda de su
propia identidad y tiende a rebelarse ante las figuras de autoridad. Todo esto
lo lleva a realizar conductas sin evaluar las consecuencias que se pueden
presentar en él mismo y en su entorno inmediato. Un ejemplo de estas
conductas es el consumo de alcohol. Se entiende como sólo un ejemplo,
porque el área de experimentación, a veces sin medir los riesgos que se
corren, abarca un gran espectro de conductas, como drogarse, involucrarse
en conductas sexuales sin protección, desafiar a las figuras de autoridad, etc.

Ahora bien, es importante recalcar que el consumo de alcohol no es homogé-


neo en toda la población mexicana, ya que existen diferencias dependiendo
de varios a aspectos como la edad o el sexo del consumidor. Es así que el
consumo de alcohol tiene características particulares en la población de
estudiantes del Distrito Federal. Las principales características de este consu-
mo nos indican que es bajo el índice de dependencia al alcohol en los adoles-
centes, debido a que en esta edad, se encuentran en los inicios del consumo.
Pero frecuentemente tienen problemas relacionados con su forma de beber;
por ejemplo, los accidentes, el uso combinado de alcohol y drogas, el aban-
dono de los estudios (Castro y Maya, 1987). Estos y otros problemas se

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derivan de los patrones de beber que se acostumbran entre los adolescentes,


que consisten principalmente en ingerir altas cantidades de alcohol, en even-
tos espaciados. Este patrón expone a los adolescentes a tener un mayor
riesgo de accidentes automovilísticos, traumatismos, arrestos, etc. (Berenzon,
Carreño, Medina Mora, Juárez y Villatoro, 1996).

Es importante detenerse a estudiar el fenómeno del consumo en los adoles-


centes, ya que conociendo las modificaciones en las tendencias, se podrá
tener una visión real y actualizada de la proporción del problema. Revisando
las investigaciones realizadas en el área, es claro el aumento en el consumo
de alcohol. En el año 1997, el consumo de alcohol alguna vez en la vida fue de
54% de los estudiantes de educación media y media superior del Distrito
Federal. Ya en el 2000, el consumo se incrementó al 61.4% de los adolescen-
tes, dato que es muy elevado considerando que la venta de bebidas alcohóli-
cas está prohibida a menores de edad (Villatoro et al., 2001). Además, es
importante destacar que se detectan diferencias de consumo entre géneros.
El sexo masculino es el que presenta mayores índices de consumo de alcohol;
sin embargo, en los últimos años las mujeres han ido aumentando gradual-
mente su consumo (Martínez, 2002; Villatoro et al., 2001). Este incremento
indica lo dinámico del problema de consumo de alcohol, por lo que es necesa-
rio realizar evaluaciones continuamente, ya que dicho fenómeno se encuentra
en constante cambio y evolución. Con respecto a las mujeres, se puede decir
que se han vuelto más vulnerables ante la ingesta de alcohol, lo que refleja
carencias en la prevención. Además, se puede inferir que ahora los factores
de riesgo también están afectando la capacidad de abstención o moderación
en el sexo femenino, específicamente en las adolescentes.

Ante el incremento en el consumo de alcohol por parte de los adolescentes,


tanto hombres como mujeres, se considera importante realizar aportaciones
para poder combatir el problema, ya sea por medio de la prevención o el
tratamiento y la rehabilitación. Sea cualquiera de estas la estrategia utilizada,
es necesario tener un visión clara de los factores sobre los que hay que incidir.

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Natera y Nava (1993) reportan que el problema del consumo de alcohol es


multicausal; en donde los factores medioambientales, la familia y el propio
individuo contribuyen a su aparición. De tal modo que los factores de riesgo
pueden presentarse en la escuela, los amigos, el entorno familiar o en la
misma personalidad del sujeto. Lo mismo ocurre con los factores de protec-
ción, que estando presentes, van a disminuir la probabilidad de que se dé el
consumo o el abuso de bebidas alcohólicas.

Cabe mencionar que los estudios acerca de las adicciones han detectado
diversos factores asociados al consumo de alcohol en los adolescentes. Entre
estos factores se mencionan los individuales (autoestima, la conducta desvia-
da, relaciones sociales inadecuadas); los familiares (violencia familiar, inseguri-
dad de los padres, prácticas ineficaces de la paternidad); la relación con el
grupo de amigos (la influencia de la interacción social, la pertenencia al grupo
y la presión de los amigos) y los relacionados con la comunidad (fácil acceso
a bebidas alcohólicas, aceptación social hacia el consumo, presión social,
angustia y estrés). También se ha reportado que la percepción de riesgo afecta
el consumo de alcohol, de manera que un mayor riesgo percibido incide en un
menor consumo de bebidas alcohólicas (Villa, Villatoro, Cerero, Medina-Mora
y Fleiz; 2001).

Otro factor significativo es la autoestima, que constituye un aspecto importan-


te de la personalidad, ya que representa la evaluación que el individuo tiene
de sí mismo y de su medio ambiente. Diversos estudios sobre salud mental
en adolescentes han demostrado que la autoestima es un factor que influye
sobre aspectos importantes de la vida tales como: la adaptación a situaciones
nuevas, niveles de ansiedad, rendimiento escolar, relaciones interpersonales,
consumo de drogas, etc. (Espinosa, 2000).

Alcántara, Reyes y Cruz (1999) postulan que uno de los atributos deseables
para la constitución de tareas individuales y sociales es una adecuada valora-
ción de sí mismo. Algunos de los conflictos de las personas se relacionan con

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la baja autoestima y en contraparte, una autovaloración adecuada permite al


sujeto conducirse de una manera gratificante con él mismo y con otros.

Aunado a los bajos niveles de autoestima, en la adolescencia se presenta una


baja percepción de riesgo, lo que se refleja en las conductas y actitudes. El
adolescente se percibe como inmune y realiza actos que ponen en riesgo su
salud o su vida. Esta baja percepción de riesgo es influida por el ambiente, en
especial por el grupo de amigos.

Así, el adolescente presenta una tendencia a realizar actos peligrosos (beber,


drogarse, delinquir) buscando aprobación de su grupo y sin importar los
riesgos. Medina-Mora, Villatoro, Cravioto y Fleiz (2002) reportan que el consu-
mo de alcohol se conoce como menos riesgoso que el consumir drogas entre
los adolescentes del país; siendo los adolescentes que continúan estudiando
y las mujeres quienes perciben más riesgo asociado al consumo de cualquier
droga.

º Efectos del alcohol en el organismo

Comúnmente, se suele considerar al alcohol como un estimulante, como una


bebida que despierta y activa a la persona, pero en realidad el alcohol es un
depresor del Sistema Nervioso Central (SNC). El alcohol llega al SNC a través
de la sangre y los efectos comienzan a manifestarse casi de inmediato, tanto
los subjetivos (la forma en que el bebedor siente que cambia su estado de
ánimo y su percepción de las cosas), como los objetivos (la conducta que
exhibe). Cabe mencionar que en pequeñas cantidades las bebidas con
alcohol parece que estimulan, porque inhiben funciones cerebrales que se
relacionan con el aprendizaje, el juicio y el control. Provoca desorganización e
interrupción en el pensamiento y en la actividad motriz. Esa desinhibición
inicial y la euforia que puede presentarse con pocas cantidades, han hecho
creer equivocadamente que las bebidas son estimulantes (CECA Q, 2002b).

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Cuanto más alcohol se beba en poco tiempo, mayor será su concentración en


la sangre; por lo tanto, el cerebro recibe más alcohol y se experimentan diver-
sos cambios que pueden conducir a la embriaguez o intoxicación. La cantidad
de alcohol que transporta la sangre se conoce como nivel o concentración de
alcohol en la sangre (CAS), que se mide como cantidad de miligramos de
etanol contenida en mililitros de sangre; esto puede hacerse con muestras de
aliento, de sangre o de orina. Existe una estrecha relación entre la CAS y los
cambios en las funciones del SNC, y por lo tanto, en la conducta (CECA Q,
2002b). El etanol altera fundamentalmente el sistema nervioso central (SNC) al
modificar la “fluidez” biometabólica de las membranas neuronales. Lo más
significativo es que las membranas modifican su permeabilidad en el sentido
de alterar la “fluidez” y transformarse en más “rígidas”, adquiriendo por lo
tanto una nueva permeabilidad.

Esta nueva situación que significa un cambio en la composición lipídica de la


membrana altera la actividad bioquímica neuronal y, en consecuencia, la
actividad de la sinapsis. Las membranas neuronales sometidas de forma
continua al consumo de alcohol no sólo son menos permeables, sino que
modifican su funcionalidad, incluso después de dejar este hábito no recuperan
su estado anterior (Martínez, 2002).

Es importante enfatizar que el consumo de alcohol acarrea consecuencias


adversas, en un amplio rango de áreas del individuo. Estas consecuencias van
desde físicas, familiares y sociales. Hasta llegar al punto de poder afirmar que
virtualmente ninguna parte del organismo está libre de los efectos del consu-
mo excesivo de alcohol. Solo por mencionar algunos de los efectos, está el
daño al hígado, concretamente el hígado graso, hepatitis alcohólica y cirrosis.
Ubicándonos en el tubo digestivo, se puede dar lugar a esofagitis y exacerba-
ción de úlceras pépticas ya existentes. Además, el riesgo de cáncer esofágico
aumenta, así como la frecuencia de gastritis atrófica crónica. Se ha encontra-
do que el consumo excesivo de alcohol es causa importante de pancreatitis
crónica y causa común de pancreatitis aguda.

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El consumo excesivo de alcohol se acompaña de deficiencias en la nutrición,


pudiendo presentarse también anemia, neuropatía y depresión de las funcio-
nes celulares y hormonales. El alcohol tiene efecto metabólico profundo sobre
el metabolismo de carbohidratos, lípidos y proteínas. El consumo crónico de
alcohol puede afectar el músculo cardiaco, ocasionar además arritmias
cardiacas y se asocia a hipertensión. El alcohol afecta el sistema inmunitario y
endocrino; puede producir complicaciones neurológicas que incluyen deme
cia, convulsiones, alucinaciones y neuropatía periférica (Kershenobich y
Vargas, 1994).

Otro efecto identificado por el abuso en el consumo es el aumento de la


presión sanguínea. El efecto del aumento en la presión sanguínea es el incre-
mento de riesgos por hemorragias cerebrales y subaracnoideas, los llamados
“accidentes cerebro vasculares”. Las mujeres sufren el riesgo específico de
cáncer de mama, son también más susceptibles al desarrollo de cirrosis hep
tica y tienen un mayor riesgo de enfermedad vascular (Peña –Corona, Feria y
Medina, 2000).

Es importante mencionar que el alcohol es considerado como una droga legal,


o sea que es permitida por las leyes (pero desde los 18 años), por lo que su
uso no amerita un castigo. Su consumo es aceptado en lugares públicos,
como bares, discotecas, restaurantes, reuniones sociales, por lo cual se ha
llegado a asociar con la falsa idea de que “si su uso está permitido y es socia
mente aceptado, entonces no hace daño”.

El consumo de esta droga es promovido en los medios de comunicación


asociándolo con valores deseables como el poder, el dinero, la juventud, la
elegancia, etc. (Medina-Mora, Natera y Borges, 2002).

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º El adolescente consumidor

Al estudiar el consumo de alcohol en los adolescentes, hay que tomar en


cuenta la cantidad, la frecuencia, el peso corporal, el tiempo que bebe cada
vez que lo hace, la experiencia del usuario, el patrón de consumo a lo largo del
tiempo, la definición del rol del bebedor por el propio bebedor y por los
demás, y la definición del acto de beber por el bebedor y por los demás.

Son muy pocos los adolescentes que realmente pueden presentar un síndro-
me de dependencia del alcohol. El problema del alcoholismo entre los adoles-
centes no es grave debido, entre otras cosas, a la edad en que se encuentran.
Sin embargo, sí tienen problemas relacionados con el consumo de alcohol,
que resultan importantes para la salud pública; por ejemplo, los accidentes, el
uso combinado de alcohol y las drogas, el abandono de los estudios y, en
general, el uso tóxico que los bebedores jóvenes hacen del alcohol y que tiene
implicaciones importantes para su desarrollo.

Los problemas más frecuentes a los que se enfrenta el adolescente que bebe
son:

• Intoxicación
• Accidentes ocurridos como consecuencia de la intoxicación
• Uso combinado del alcohol y drogas

Las complicaciones médicas y de salud son muy poco frecuentes debido a


que a esa edad es difícil que el adolescente desarrolle un síndrome de depe-
dencia al alcohol (Castro y Maya, 1987). Al estudiar el consumo de alcohol en
los adolescentes, hay que tomar en cuenta la cantidad, la frecuencia, el peso
corporal, el tiempo que bebe cada vez que lo hace, la experiencia del usuario,

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el patrón de consumo a lo largo del tiempo, la definición del rol del bebedor
por el propio bebedor y por los demás, y la definición del acto de beber por el
bebedor y por los demás.

En México, el alcohol está más o menos integrado a la cultura, y el inicio del


consumo se presenta a edades tempranas independientemente de que esté
legalmente prohibida la venta antes de los 18 años. Al enmarcar el problema
con datos de diversos estudios, se ve más claramente la importancia del
mismo, ya que en la actualidad 1 de cada 5 adolescentes del Distrito Federal,
consumen por ocasión 5 o más copas por lo menos una vez en el último mes.
Es común que los adolescentes ingieran grandes cantidades de alcohol los
fines de semana en fiestas, discotecas o bares; lo que los expone a tener un
mayor riesgo de accidentes automovilísticos, traumatismos, problemas con la
policía, etc. (Villa et al., 2001).

http://www.uade.inpsiquiatria.edu.mx/tesis/tesis_jessica.pdf

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{ II. Desarrollo cerebral y asunción de riesgos durante la


adolescencia

Alfredo OLIVA DELGADO


Universidad de Sevilla

La reciente utilización de técnicas de resonancia magnética ha proporcionado


una información muy interesante acerca de los cambios que tienen lugar en el
cerebro durante los años de la adolescencia. Estos cambios afectan funda-
mentalmente a la corteza prefrontal, estructura fundamental en muchos
procesos cognitivos y que experimenta un importante desarrollo a partir de la
pubertad que no culmina hasta los primeros años de la adultez temprana.
Otros cambios afectan al circuito mesolímbico, relacionado con la motivación
y la búsqueda de recompensas, que va a verse influido por las alteraciones
hormonales asociadas a la pubertad. Como consecuencia de esas modifica-
ciones, durante los primeros años de la adolescencia se produce un cierto
desequilibrio entre ambos circuitos cerebrales, el cognitivo y el motivacional,
que puede generar cierta vulnerabilidad y justificar el aumento de la impulsiv-
dad y las conductas de asunción de riesgos durante la adolescencia.

º La maduración del cerebro

La idea de que el cerebro continúa desarrollándose después de la infancia es


relativamente nueva. Los estudios realizados con animales, primero, y con
humanos, más tarde, habían revelado los importantes cambios que tenían
lugar en el cerebro infantil en los primeros meses de vida y que justificaban su
enorme plasticidad (Hubel y Wiesel, 1962; Kuhl, Williams, Lacerda, Stevens y
Lindblon 1992). Así, a pesar de que el número de neuronas no experimenta
cambios importantes, desde el mismo momento del nacimiento comienzan a
establecerse nuevas conexiones entre neuronas. Se trata de un proceso de

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arborización o sinaptogénesis que va a crear un número excesivo de conexio-


nes, de tal forma que a los pocos meses este número será muy superior al de
las existentes en el cerebro adulto. Este periodo temprano de proliferación
sináptica, de varios meses de duración, es seguido por otro que se prolonga
hasta el final de la infancia y en el que se eliminan aquellas conexiones que no
se usan, quedando reducido el número de sinapsis a los niveles propios de la
adultez.

La supresión de conexiones inactivas se complementa con la mielinización o


fortalecimiento de las sinapsis que se mantienen y utilizan, mediante el
recubrimiento del axón neuronal con una sustancia blanca aislante -mielina-
que incrementa la velocidad y la eficacia en la transmisión de los impulsos
eléctricos de una neurona a otra (Blakemore y Choudhury, 2006). Todo este
proceso no es independiente del contexto, y se verá influido por las experien-
cias vividas por el sujeto, lo que refleja la enorme plasticidad del cerebro
humano para adaptarse a las circunstancias ambientales existentes en un
determinado momento.

Hasta hace bien poco se pensaba que los cambios arriba descritos tenían
lugar durante la primera década de la vida, de forma que la arquitectura
cerebral estaba definida al llegar la pubertad. Sin embargo, hoy día en nume-
rosos trabajos científicos se indica que si bien esto es cierto para muchas
zonas cerebrales, otras continúan desarrollándose durante la adolescencia.
Los primeros estudios llevados a cabo con cerebros postmorten indicaron que
la corteza prefrontal experimentaba cambios importantes tras la pubertad, ya
que existían importantes diferencias en esta zona entre los cerebros de niños,
adolescentes y personas adultas (Huttenlocher, 1979). Más recientemente, la
utilización de técnicas de resonancia magnética ha apoyado los resultados de
los estudios postmortem, indicando un desarrollo o maduración tardía de
algunas zonas cerebrales, fundamentalmente de la corteza prefrontal, que no
culmina hasta la adultez temprana (Giedd et al., 1999).

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Estos estudios encuentran que en la zona prefrontal la sustancia gris aumenta


hasta los 11 años en las chicas y los 12 en los chicos para disminuir después,
lo que sin duda está reflejando el establecimiento de nuevas sinapsis en esa
zona en la etapa inmediatamente anterior a la pubertad y su posterior recorte,
en una secuencia que va desde la corteza occipital hasta la frontal (Gogtay et
al., 2004) y que afecta principalmente a conexiones de tipo excitatorio (Spear,
2007b). Junto a este proceso de poda, el aumento lineal de la sustancia
blanca a lo largo de la adolescencia indica la mielinización progresiva de las
conexiones neuronales, tanto en la corteza frontal como en las vías que la
unen a otras zonas cerebrales. Todos estos cambios en el córtex prefrontal
conllevan una activación menos difusa y más eficiente en esta zona durante la
realización de tareas cognitivas (Durston et al., 2006). Por lo tanto, las zonas
cerebrales más modernas desde el punto de vista filogenético, como la corte-
za prefrontal, son también las últimas en completar su desarrollo ontogenéti-
co, que no concluye hasta la tercera década de la vida. En cambio, aquellas
que soportan funciones más básicas, como las motoras o sensoriales, madu-
ran en los primeros años de la infancia (Gogtay et al., 2004).

Si tenemos en cuenta el importante papel que la corteza prefrontal tiene como


soporte de la función ejecutiva y de la autorregulación de la conducta (Spear,
2000; Rubia, 2004; Weinberger, Elvevag y Giedd, 2005), es razonable pensar
en una relación causal entre estos procesos de desarrollo cerebral y muchos
de los comportamientos propios de la adolescencia, como las conductas de
asunción de riesgos y de búsqueda de sensaciones.

Por otra parte, resulta evidente el valor adaptativo que tiene el hecho de que
durante la adolescencia se produzca un recorte acusado de conexiones
neuronales y que la plasticidad cerebral sea importante durante estos años.
Esto implica un modelado casi definitivo del cerebro para adaptarlo a las
circunstancias ambientales presentes en esta etapa, que pueden diferir de las
de la infancia y ser más parecidas a aquellas que van a acompañar al sujeto a
lo largo de la vida adulta (Spear, 2007b).

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Junto a la maduración del lóbulo prefrontal hay que resaltar otro fenómeno al
que se ha prestado menos atención pero que reviste también una gran impor-
tancia, se trata de la progresiva mejora en la conexión entre este lóbulo,
concretamente la corteza orbito-frontal, y algunas estructuras límbicas como
la amígdala, el hipocampo y el núcleo caudado.

Aunque la arquitectura neuronal de estas estructuras límbicas está bastante


avanzada en la infancia temprana, no puede decirse lo mismo de su conexión
con el área prefrontal, que irá madurando a lo largo de la segunda etapa de la
vida, y supondrá un importante avance en el control cognitivo e inhibición de
las emociones y la conducta (Goldberg, 2001). Esto va a implicar que muchas
de las repuestas emocionales automáticas, dependientes de estas regiones,
pasarán a estar más controladas por la corteza prefrontal, lo que contribuirá a
una disminución de la impulsividad propia de la adolescencia temprana
(Weinberger, et al., 2005). Además, es importante señalar que en la medida en
que se vaya produciendo esta integración entre diferentes estructuras
cerebrales, las respuestas del adolescente ante distintas situaciones o estímu-
los estarán basadas en el trabajo conjunto de diversas áreas. Si a principios
de la adolescencia la autorregulación conductual dependía de forma exclusiva
de un inmaduro córtex prefrontal, a finales de esta etapa, y en la adultez, la
responsabilidad del control estará repartida entre varias áreas cerebrales, lo
que la hace más eficaz (Luna et al., 2001).

En el adolescente, la desconexión entre estas áreas cerebrales se manifiesta


en respuestas más disociadas. Así, en bastantes ocasiones en que sería
conveniente una respuesta racional, chicos y chicas pueden actuar de forma
muy impulsiva y emocional, siguiendo los dictados las estructuras subcortica-
les y con una escasa intervención de la corteza prefrontal (Eshel, Nelson, Blair,
Pine y Ernst, 2007). Sin embargo, en situaciones de mucho riesgo en que una
respuesta visceral inmediata de evitación o huida sería más eficaz, se demo-
ran prolongadamente en razonamientos prolijos que impiden una rápida
actuación. Al menos eso puede deducirse de los tiempos de reacción más

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prolongados y de la mayor activación prefrontal que exhiben los adolescentes,


en comparación con los más cortos de los adultos, ante dilemas que presen-
tan situaciones de mucho peligro, como nadar entre tiburones (Baird y Fugel-
sang, 2004).

º La corteza prefrontal y la regulación de la conducta adolescente

Los estudios realizados con animales, el análisis de los síntomas que resultan
de las lesiones en la corteza prefrontal sufridas por humanos y la utilización de
técnicas de resonancia magnética nos han permitido conocer con cierto
detalle cuáles son sus funciones.

Antonio Damasio (1994) expone en su obra El error de Descartes las faculta-


des mentales que dependen del lóbulo frontal, entre las que destaca la capaci-
dad para controlar los impulsos instintivos, la toma de decisiones, la planifica-
ción y anticipación del futuro, el control atencional, la capacidad para realizar
varias tareas a la vez, la organización temporal de la conducta, el sentido de la
responsabilidad hacia sí mismo y los demás o la capacidad empática. Ante
estas facultades, no es sorprendente que Damasio considere al lóbulo
prefrontal como la sede de la moralidad, o que el neuropsicólogo ruso Luria
(1966) se refiere a él como “el órgano de la civilización”.

El término de función ejecutiva hace referencia a muchas de las capacidades


que nos permiten controlar y coordinar nuestros pensamientos y conductas y
que experimentan un claro avance en la segunda década de la vida. En los
adolescentes, la inmadurez del lóbulo frontal les hace más vulnerables a fallos
en el proceso cognitivo de planificación y formulación de estrategias, que
requiere de una memoria de trabajo que no está completamente desarrollada
en la adolescencia (Swanson, 1999). También influirá en los errores de perse-
verancia, que son frecuentes en los adolescentes que realizan tareas en las
que una regla aprendida debe ser modificada para ajustarla a las nuevas
circunstancias, o en la interrupción de la conducta una vez alcanzada la meta

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perseguida. Estas limitaciones pueden justificar la rigidez comportamental


que suelen mostrar muchos chicos y chicas, sobre todo en los primeros años
de la adolescencia. La capacidad para controlar e inhibir respuestas irrelevan-
tes o inadecuadas va a depender igualmente de funciones también relaciona-
das con la corteza prefrontal, como la atención sostenida, aún en proceso de
desarrollo durante la adolescencia (Klenberg, Korkman y Latí-Nuuttila, 2001;
León- Carrión, García-Orza y Pérez-Santamaría, 2004).

El papel que desempeña la corteza prefrontal, concretamente la ventromedial,


en la toma de decisiones, se ha puesto de manifiesto en los estudios con
pacientes que presentan lesiones en dicha zona, ya que estos sujetos tienen
dificultades para anticipar las consecuencias futuras, tanto positivas como
negativas, de su conducta y valorar los riesgos de una situación (Bechara,
Damasio y Damasio, 2000). Esa relación con la toma de decisiones destaca la
relevancia que la inmadurez prefrontal tiene para entender la mayor impulsivi-
dad e implicación de chicos y chicas adolescentes en conductas de riesgo
relacionadas con la sexualidad, el consumo de drogas o los comportamientos
antisociales.

Más allá de ese control de la función ejecutiva, algunos estudios recientes han
encontrado evidencia sobre la implicación de la corteza prefrontal en otras
capacidades relacionadas con la cognición social, tales como la autoconcien-
cia (Ochsner, 2004), la empatía, la adopción de perspectivas o la teoría de la
mente (Frith y Frith, 2003). Así, estas funciones también van a experimentar un
claro avance durante la adolescencia, lo que va a favorecer en chicos y chicas
un comportamiento interpersonal cada vez más avanzado.

Si la corteza prefrontal dista mucho de haber madurado por completo al inicio


de la adolescencia, es de esperar que, tal como hemos comentado, las facul-
tades que dependen de ella presenten algunas limitaciones en ese momento,
pero que vayan mejorando con el avance de la adolescencia. En este sentido,
tal como habían descrito Inhelder y Piaget (1955), la competencia cognitiva

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del adolescente experimenta un desarrollo importante durante los años de la


adolescencia temprana y media, y muchas de las habilidades arriba mencio-
nadas habrán alcanzado en la adolescencia media un buen nivel de desarrollo.
Ciertamente, las habilidades de razonamiento lógico de los chicos y chicas de
15 años son comparables a las de los adultos, y en la mayoría de estudios se
han observado pocos cambios a partir de esa edad, especialmente en la
percepción de los riesgos derivados de algunas conductas o en la evaluación
de los costes y beneficios de algunas actividades (Steinberg, 2005).

Sin embargo, a pesar de los avances en competencia cognitiva y en la toma


de decisiones detectados en la mayoría de estudios, los chicos y chicas que
atraviesan la adolescencia media y tardía mantienen su preferencia por la
búsqueda de nuevas sensaciones y continúan implicándose en muchas
conductas de riesgo (Reyna y Farley, 2006). Esta aparente paradoja puede
estar relacionada con el enfoque metodológico que se suele emplear para el
estudio de la toma de decisiones en situaciones de riesgo, que tiene poca
semejanza con lo que ocurre en la vida real y, por ello, una escasa validez
ecológica.

Como ha señalado Steinberg (2004), los psicólogos estudiamos las conductas


de riesgo en situaciones de laboratorio en las que se presentan a los adoles-
centes algunos dilemas o situaciones hipotéticas, y se les pregunta sobre el
riesgo que conllevan y por cuál sería su comportamiento más probable en
estos escenarios. Es evidente que en el mundo real las situaciones no son
hipotéticas, y es más fácil, por ejemplo, parar para colocarse un preservativo
en una situación ficticia que en la real. Además, hay que destacar que estas
situaciones de laboratorio están diseñadas para minimizar la influencia de las
emociones en la toma de decisión, y, en todo caso, la emoción dominante
sería la ansiedad, por su similitud con una situación de examen. En cambio, en
la vida real es más probable que el adolescente se encuentre en una situación
de mayor activación emocional o euforia. Si la euforia puede impulsar al
adolescente a asumir riesgos mayores, no puede decirse lo mismo de la
ansiedad que tiende a provocar el efecto contrario.

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{ III. Posibles acciones desde un enfoque del desarrollo


positivo de las y los adolescentes

En los últimos años ha surgido un nuevo modelo centrado en el desarrollo


positivo y en la competencia durante la adolescencia. De acuerdo con este
enfoque, una adolescencia saludable y ajustada y una adecuada transición a
la adultez requieren de algo más que la evitación de algunos comportamientos
como la violencia, el consumo de drogas o las prácticas sexuales de riesgo.

Este modelo adopta una perspectiva centrada en el bienestar, pone un énfasis


especial en la existencia de condiciones saludables y expande el concepto de
salud para incluir las habilidades, conductas y competencias necesarias para
tener éxito en la vida social, académica y profesional.

El objetivo es construir un modelo de desarrollo positivo adolescente, es decir,


un modelo de las competencias y características individuales que pueden
considerarse más importantes de cara a definir a un chico o chica competente
y con un buen ajuste.

Este enfoque emplea un nuevo vocabulario, con conceptos como desarrollo


adolescente positivo, bienestar psicológico, participación cívica, florecimien-
to, iniciativa personal o recursos o activos para el desarrollo. Estos conceptos
comparten la idea de que toda persona durante su adolescencia tiene el
potencial para un desarrollo exitoso y saludable.

Características del modelo del desarrollo positivo adolescente.

• Este enfoque considera a jóvenes y adolescentes como recursos a


desarrollar más que como problemas a solucionar.

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• Enfatiza las potencialidades más que las supuestas carencias de los y


las adolescentes, incluso de los más desfavorecidos y vulnerables.
• Parte de una visión de los jóvenes como personas deseosas de explo-
rar el mundo, que van ganando en competencias y que adquieren la
capacidad para hacer su contribución al mundo en el que viven.
• Persigue el objetivo de comprender, educar e implicar a la juventud en
actividades productivas y significativas, en lugar de ocuparse de corre-
gir, curar o tratar sus conductas problema.
• Considera que la ausencia de problemas no garantiza un desarrollo
saludable y una preparación para la adultez.
• El desarrollo de las competencias personales es un factor de protec-
ción que hace a chicos y chicas más resistentes y previene el surgi-
miento de problemas de ajuste psicológico y comportamental.

En este sentido, y teniendo en cuenta el aumento de las conductas explorato-


rias y de búsqueda de sensaciones que tiene lugar durante la adolescencia, es
importante proporcionar a chicos y chicas actividades estimulantes carentes
de las consecuencias negativas de conductas como el consumo de drogas.
Por ejemplo, hay una importante evidencia que indica que la actividad física y
deportiva incrementa la liberación de dopamina, y que la participación en este
tipo de actividades contribuye a reducir el consumo de sustancias, lo que
sugiere que el deporte puede proporcionar algunos de los efectos neurobiol
gicos que se derivan de la implicación en conductas de asunción de riesgos
(Romer y Hennessy, 2007).

Finalmente, queremos terminar haciendo referencia a un aspecto que puede


resultar preocupante, como es la posibilidad de que estos datos neuropsicoló-
gicos contribuyan a incrementar la imagen del adolescente como un sujeto
inmaduro e incompetente para tomar decisiones de forma autónoma y sirvan

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Toma de decisiones /Tabaco y alcohol


Proyecto didáctico de Cívica y Ética
Nivel secundaria

para justificar la limitación de algunas libertades individuales. Como hemos


tenido ocasión de detallar, a partir de los 15 ó 16 años las capacidades cogni-
tivas de chicos y chicas se diferencian muy poco de las de los adultos, y en
situaciones de calma y baja activación socio-emocional sus decisiones suelen
ser tan sensatas y racionales como las de personas de más edad. Tener en
cuenta esa competencia cognitiva supondría la concesión de algunos
derechos individuales, como la posibilidad de votar a partir de esa edad o
permitir una mayor influencia en la toma de decisiones en los contextos
familiar, escolar y comunitario. Los riesgos derivados de esas concesiones
serían insignificantes y, por el contrario, podrían representar medidas de empo-
deramiento muy positivas para favorecer el desarrollo de la capacidad para
tomar decisiones y para el aprendizaje en la asunción de responsabilidades.

http://personal.us.es/oliva/DES_POS_ACTIVOS_PROMUEVEN.pdf

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Toma de decisiones /Tabaco y alcohol


La escuela, factor protector
de las y los adolescentes

Proyecto didáctico de Cívica y Ética


Nivel secundaria

Toma de decisiones /Tabaco y alcohol


La escuela, factor protector
de las y los adolescentes

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