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Hay quien a lo largo de su vida ha asistido a misa todos los domingos, e incluso todos los
días, “sin reconocer que lo que en ella ocurre tenía que tocar siempre su corazón“.
Que eso cambie es uno de los objetivos de Fernando Poyatos, quien ya en otras
ocasionesha compartido sus reflexiones espirituales con los lectores de ReL. Ha sido
catedrático en la Universidad de New Brunswick y durante muchos años agente laico de
Pastoral de la Salud en Canadá y en España. Además de su labor profesional sanitaria,
colabora en revistas como Phase, una de las más importantes en España en el ámbito
litúrgico, oDolentium Hominum, que edita el Pontificio Consejo para la Pastoral de la
Salud.
De su lectura es posible extraer algunos consejos muy prácticos, y que sólo dependen de
nosotros mismos, para extraer todo su fruto al misterio y milagro de la celebración
eucarística. Nos centramos en los destinados a los laicos, pero los hay también en“Quédate
con nosotros, Señor” para los sacerdotes.
Cambios de actitud exterior e interior que nos predisponen mejor (hagan lo que hagan
los demás, incluido el sacerdote) para que nuestro corazón sea tocado.
3. Santiguarnos con agua bendita. Si la hay, claro. En tal caso, usar este sacramental e
incluso compartirlo con quien viene detrás. No como gesto vacío, sino “pidiendo a nuestra
Trinidad que nos purifique y libere de todo lo que podamos traer que, no siendo de Dios,
pueda dañarnos y distraernos, para que nos disponga para nuestra cita con Él”.
4. Genuflexión ante Jesús Sacramentado. No sólo porque merece ese gesto de adoración,
sino porque nos prepara a la importancia de lo que va a suceder minutos después, pues así
“estamos reconociendo la permanente presencia eucarística de nuestro Salvador en el
tabernáculo de cualquier iglesia del mundo, el mismo Cristo que recibimos en la
Comunión”.
5. Juntarnos a los demás y situarnos cerca del altar. Es frecuente intentar colocarse en
un lugar alejado del resto de fieles, sobre todo si no se les conoce. Y a todos es familiar la
imagen de una ristra de bancos vacíos entre el altar y los primeros asistentes. “Es un deber
moral ante Cristo -que nos reúne en su casa para compartir su Sacrificio con nosotros sus
hermanos- precisamente ponernos cerca de quienes ya estén allí, y a partir de los primeros
bancos, alrededor del altar. Tengamos la fraterna cortesía cristiana de reconocer la presencia
de los hermanos a cuyo lado nos sentamos… y la delicadeza cristiana de no sentarnos sin
siquiera mirar a quien tenemos al lado”.
7. Un examen preparatorio. Para esto es preciso, lógicamente, haber llegado con unos
minutos de anticipación. Bastan algunas reflexiones: “¿Cuál es mi motivación?… ¿Traigo
conmigo cosas que me abruman o van a distraerme, sean buenas o malas?”. Y la más
importante: si no estamos en disposición de comulgar, “acercarme al confesionario antes de
empezar y quedarme tranquilo con la absolución que Dios me dará a través de su ministro”.
9. Escuchar atentamente la Palabra. Parece algo obvio, pero es donde las distracciones
son más frecuentes. Poyatos realza los porqués de una escucha particularmente
atenta: “Debemos desear que lo que el Señor tiene que decirnos a través de sus Escrituras
toque nuestro corazón y el de nuestros hermanos… Prestemos a la Palabra la reverente
atención que merece su proclamación, y no dejemos que nada ni nadie nos distraiga, que es
Dios quien nos está hablando”.
10. Repensar la homilía. Para muchos fieles, es una parte de la misa determinante de que
ésta guste o no guste. Pero más allá de eso, que no depende del laico, lo que el sacerdote
dice lo dice “con autoridad”, y por eso siempre es aconsejable, de forma inmediata (sobre
todo si se deja un breve silencio para ello), repasar brevemente lo que acabamos de oír, de
donde “podemos también sacar una aplicación para cada uno de nosotros”.
11. ¡Ojo con el ofertorio! La misa es un sacrificio, y por tanto la ofrenda es un momento
esencial. Pero por su ubicación entre la tensión de la homilía y el inminente momento
cumbre de la consagración, y porque es donde suele hacerse la colecta económica, “esos
minutos pueden convertirse indebidamente en una simple laguna o pausa en mitad de la
liturgia, como un breve descanso”. Hay que reaccionar para que no sea así, y asociarnos a
lo que el sacerdote hace en el altar.
12. ¿Cuánto dar? Aquí Poyatos cede la palabra a quien será (desde el próximo 4 de
septiembre) Santa Teresa de Calcuta: “Tenéis que dar hasta que os duela y luego continuar
dando hasta que deje de doleros”.
13. Arrodillarse (al menos) en la Consagración. “Por medio del sacerdote, ministro y
representante de Cristo, va a obrarse el milagro mayor que jamás pudo imaginar la
humanidad, el regalo para nosotros cuyo precio fue la muerte en la cruz de Dios Hijo, de
Jesucristo, por cada uno de los que estamos presentes: el pan y el vino van a transformarse
en su Cuerpo y Sangre, junto con su alma y divinidad, toda su persona. ¿Es que es posible
asistir a algo así en otra actitud que no sea de adoración?”.
14. Las siete peticiones del Padrenuestro. Es una oración tan habitual que podemos
convertirla en intrascendente. Sin embargo contiene elementos suficientes para que,
meditada convenientemente (y la misa es el momento perfecto para hacerlo), se convierta
en “un buen examen de conciencia”, y justo antes de comulgar.
15. Al dar la paz… Vivimos adecuadamente es rito “no solo deseándoles la paz de verdad,
sino rezando en ese momento por ellos mentalmente”.
16. “No soy digno”. Lo decimos antes de comulgar, ¡y es verdad! Por eso Poyatos recuerda
el “silencioso recogimiento” previo a ese momento, pues “el fruto que recibamos estará en
proporción directa a nuestra disponibilidad y preparación”. Y añade incluso que
ese instante es “el único en que debemos aislarnos de los hermanos y recogernos en
nosotros mismos”.
17. Un poquito más marca la diferencia. “Es bueno, si podemos, quedarse unos
momentos en la iglesia después de la Misa, mejor aún en la capilla del Santísimo, ante el
sagrario, es decir, con el Señor Jesús y con nosotros mismos. Y allí, con Él a solas, tratar de
ver qué ha hecho en nosotros esta celebración eucarística, si nos ha afectado en algo”.
“Quédate con nosotros, Señor Jesús” sienta así las bases para que la asistencia a misa
produzca los frutos y bienes para los que fue instituido el santo sacrificio del altar.
Y siempre teniendo en cuenta que esta obra no es un recetario, sino una completa
aproximación teológica y didáctica a todos los ritos de la misa, y un trabajo completado
en sus apéndices y esquemas con una nutrida información útil sobre denominación y
origen de los distintos objetos sagrados, vestiduras sagradas y libros sagrados, descripción y
LAS ANTIFONAS DE LA “O”
Las antífonas de la O son siete, y la Iglesia las canta con el Magnificat del
Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Son un
llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por
todos los pueblos antes de su venida, y, también son, una manifestación del
sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los
días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador.
Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un
magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez,
un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad,
tanto del Israel del A.T. como de la Iglesia del N.T.
Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del
Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un
Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión cada vez más profunda de su
misterio. Y la súplica urgente: «ven»
O Emmanuel = Dios-con-nosotros.
Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después
de la «O», dan el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré
mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.
J. ALDAZABAL
ADVIENTO