El 14 de julio de 1789 es una fecha muy importante para la humanidad; ese
día en Paris se producía un estallido social como consecuencia de la acumulación de los cambios cuantitativos en la base económica de la sociedad feudal de aquella hora, estallido social que liquida la forma política del mismo: la monarquía absolutista, se daba ya el salto definitivo hacia otro modo de producción y hacía otra sociedad: empezaba, oficialmente, la existencia del capitalismo.
Ese estallido ha pasado a la historia como “Revolución Francesa” y es el
más conocido evento del salto de la sociedad feudal a la sociedad capitalista; la burguesía, tras largos años de “evolución”, nacía como clase social y junto a las masas derroca al monarca, símbolo inequívoco de las viejas y vencidas relaciones de producción feudales, para abrir un inmenso debate sobre la estructuración de una nueva sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción, que convertiría a la fuerza de trabajo en mercancía lo que a su vez engendró al sujeto revolucionario que habrá de liquidar a las ahora caducas relaciones de producción capitalistas: la clase obrera.
Las formas capitalistas de producción venían dándose en la práctica
concreta desde muchas décadas atrás, el proceso de formación de la nueva clase que habría de tomar el poder, la burguesía, así lo demuestra; es por esto que aducir al capitalismo “modernidad”, cuando estas relaciones de producción llevan más de 300 años, es al menos un desconocimiento total del asunto. El capitalismo es en términos temporales un modelo muy viejo y atrasado y en términos del desarrollo de la humanidad y de sus fuerzas productivas es un modelo caduco.
Sin embargo en 1.789, cuando aquella revolución demostraba que el
capitalismo era una realidad tangible y madura de la base económica que por lo tanto necesitaba su modelo político, la clase burguesa jugó un papel revolucionario y las masas, como siempre, un papel heroico que pusieron en la discusión del día temas trascendentales que el capitalismo, por sus propias contradicciones, no podría satisfacer: libertad, igualdad y fraternidad. El capitalismo, al igual que sus antecesores el esclavismo y el feudalismo, continua siendo un modo de producción basado en la propiedad privada y en la explotación del hombre por el hombre, muy pronto las masas aprendieron que el cambio de modelo no servía a su liberación definitiva y aquellas consignas que iluminaron al mundo se apagaron; 82 años después se produce en Paris otro hecho histórico dónde la naciente clase obrera demostró su combatividad y la burguesía su verdadera esencia reaccionaria y genocida, me refiero a la Comuna de Paris.
La revolución burguesa fue a su debido tiempo una revolución social
importante porque era expresión del salto hacia un modo de producción superior en términos de las fuerzas productivas. La aristocracia del Antiguo Régimen fue destruida en sus privilegios y en su preponderancia; la feudalidad fue abolida. Al hacer tabla rasa de todos los restos de feudalismo, al liberar a los campesinos de los derechos señoriales y de los diezmos eclesiásticos, y en cierta medida también de las obligaciones comunitarias, al acabar con los monopolios corporativos y al unificar el mercado nacional, la Revolución Francesa marcó una etapa decisiva en la transición del feudalismo al capitalismo. Su ala activa no fue tanto la burguesía comerciante (en la medida en que seguía siendo únicamente comerciante e intermediaria se avenía con la vieja sociedad: de 1789 a 1793 generalmente tendió al pacto) como la masa de pequeños productores directos, cuyos sobre trabajo y sobre producto eran acaparados por la aristocracia feudal apoyándose en el aparato jurídico y los medios de presión del estado del Antiguo Régimen. La revuelta de los pequeños productores, campesinos y artesanos, asestó los golpes más eficaces a la vieja sociedad.
No es que esa victoria sobre la feudalidad haya significado la aparición
simultánea de nuevas relaciones sociales. El paso al capitalismo no es un proceso sencillo por el cual los elementos capitalistas se desarrollan en el seno de la vieja sociedad hasta el momento en que son lo bastante fuertes como para romper sus marcos. Todavía hará falta mucho tiempo para que el capitalismo se afirme definitivamente en Francia; sus progresos fueron lentos durante el período revolucionario, las dimensiones de las empresas siempre fueron reducidas y el capital comercial preponderante. Pero la ruina de la propiedad terrateniente feudal y del sistema corporativo y reglamentario liberó a los pequeños y medianos productores directos; aceleró el proceso de diferenciación de clases tanto en la comunidad rural como en el artesanado urbano, y la polarización social entre capital y trabajo asalariado. Así acabó garantizándose la autonomía del modo de producción capitalista tanto en el campo de la agricultura como en el de la industria, y se abrió sin compromiso la vía a las relaciones burguesas de producción y de circulación: transformación revolucionaria por excelencia.
Mientras se operaba la diferenciación de la economía de los pequeños y
medianos productores y la disociación del campesinado y el artesano se modificaba el equilibrio interno de la burguesía. La preponderancia tradicional en sus filas de la fortuna adquirida era sustituida por la de los hombres de negocios y por los jefes de empresa. La especulación, el equipamiento, el armamento y el avituallamiento de los ejércitos, la explotación de los países conquistados les proporcionaban nuevas oportunidades para multiplicar sus beneficios: la libertad económica abría el paso a la concentración de las empresas. Abandonando pronto la especulación, esos hombres de negocios, que sentían el gusto del riesgo y el espíritu de iniciativa, invirtieron sus capitales en la producción, contribuyendo ellos también por su parte al desarrollo del capitalismo industrial.
Cambiando completamente las estructuras económicas y sociales, la
Revolución Francesa rompía al mismo tiempo el armazón estatal del Antiguo Régimen, barriendo los vestigios de las antiguas autonomías, acabando con los privilegios locales y los particularismos provinciales. Así hizo posible, del Directorio al Imperio, la implantación de un estado moderno que respondía a los intereses y a las exigencias de la burguesía. Los principios sobre los que la burguesía constituyente construyó su obra aspiraban a basarse en la razón universal. La declaración les dio una expresión clamorosa. Desde ese momento las “reclamaciones de los ciudadanos, basadas en principios sencillos e indiscutibles”, únicamente podían dirigirse “hacia el mantenimiento de la Constitución y hacia la felicidad de todos”: una fe optimista en la omnipotencia de la razón, muy de acuerdo con el espíritu del Siglo de las Luces, pero que no pudo resistir a la presión de los intereses de clase. “La igualdad no es más que un vano fantasma —replicó el fanático Jacques Roux el 25 de junio de 1793— cuando el rico, a través del monopolio, ejerce el derecho sobre la vida y la muerte de su semejante.” Así se inicia, en la primavera de 1793, el drama en que acabó por venirse abajo, ante las exigencias de la revolución burguesa, la República popular que querían confusamente los sans- culottes. Se marcha así por adelantado el antagonismo irreductible entre las aspiraciones de un grupo social y el estado objetivo de las necesidades históricas.
Desde este doble punto de vista, la Revolución Francesa estuvo “lejos de
constituir un mito como se ha pretendido”. Sin duda, la feudalidad, en el sentido medieval de la palabra, ya no respondía a nada en 1789: pero para los contemporáneos, tanto campesinos como burgueses, ese término abstracto encerraba una realidad que conocían muy bien (derechos feudales, autoridad señorial) y que finalmente había sido barrida. Porque aunque las Asambleas revolucionarias hayan estado pobladas en su mayor parte por hombres de profesión liberal y funcionarios públicos y no por jefes de empresa, financieros o manufactureros.
No se puede argumentar en contra de la importancia de la Revolución
Francesa en la implantación del orden capitalista; al margen de que estos últimos estuvieran representados por una pequeña minoría muy activa, el margen de la importancia de los grupos de presión (diputados del comercio, el club Massiac defensor de los intereses coloniales), el hecho esencial es que el viejo sistema económico y social fue destruido y que la Revolución Francesa proclamó sin ninguna restricción la libertad de empresa y de beneficios, despejando así el camino hacia el capitalismo.
La Revolución Francesa es “un bloque”: antifeudal y burguesa a través de
sus diversas peripecias. Este arraigo de la Revolución en la realidad social francesa, esta continuidad y esta unidad, así como su necesidad, han sido subrayados por Tocqueville con su acostumbrada lucidez. “Lo que la Revolución no ha sido en modo alguno es un acontecimiento fortuito. Ha tomado, es cierto, el mundo de improviso, y sin embargo no era más que el complemento del trabajo más largo, el término repentino y violento de una obra en la que habían trabajado diez generaciones de hombres.” La historia del siglo XIX demuestra que esto no fue un mito. Referencias Consultadas
Carlos Marx (2018). La llamada acumulación originaria. Caracas, Venezuela.
Editorial el Perro y la Rana. Inmanuel Wallerstein (1988). El capitalismo histórico. México. Editorial Siglo XXI. Agustín Cueva (2004). El desarrollo del capitalismo en América Latina. Mexico. Editorial Siglo XXI, Decima novena edición.