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GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

Poeta español

Gustavo Adolfo Bécquer nació en el año 1836 en Sevilla. Era hijo de unos nobles
holandeses que eran pintores muy conocidos por los alrededores, aunque no
tenían mucho dinero.
A los cinco años murió su padre, y cuanto tenía once años murió su madre. Por
entonces estaba estudiando para ser marinero, pero luego se interesó por el arte
y la literatura.
Junto a sus tíos y su hermano empieza a profundizar en el arte y aprende a
pintar. Siguiendo el oficio familiar y utilizando todo lo que le habían enseñado
sobre el arte, intenta dedicarse a la pintura y fue escribiente en la Dirección de
Bienes Nacionales. Allí sus compañeros admiraban sus dibujos, pero cuando el
director le vio haciendo dibujos sobre las escenas de Shakespeare decidió
despedirle.
Abandona la pintura y decide viajar a Madrid para dedicarse a la literatura.
Intentó escribir una obra llamada “Historia de los templos de España”, pero fue
un fracaso, así que tuvo que dedicarse a ser periodista para poder conseguir
algo de dinero.
Escribe poemas y textos en periódicos de poca categoría, además de artículos
y noticias. Ya que no tenía un gran trabajo tampoco tenía un gran sueldo, y su
hermano, que sí consiguió ser un pintor famoso, le ayudaba mucho en los
tiempos donde el dinero no le daba para poder vivir.
El año 1861 se casó con Casta Esteban. Ella era la hija de un médico y aunque
se cree que nunca fueron felices, tuvieron tres hijos.
En el año 1864 consigue un cargo importante y muy bien pagado: censor oficial
de novelas. Ese trabajo le daba tiempo libre para dedicarse a escribir sus rimas
y leyendas, pero con la revolución que hubo en el año 1868 perdió su trabajo y
su esposa se divorció de él.
Después de eso se mudó a Toledo para vivir con su hermano Valeriano, donde
consiguió ser el director de la revista “La Ilustración de Madrid”.
En septiembre del año 1870 su hermano Valeriano muere, y pocos meses
después, en diciembre, Bécquer también muere a causa de una depresión.
Su obra

Su obra más famosa se llama “Rimas”, donde se juntaban todos los poemas que
Bécquer había escrito. Con tantas revoluciones y accidentes la obra original se
perdió y tuvo que rehacerla varias veces al cabo de los años. Sus “Leyendas”,
en cambio, son un conjunto de textos en prosa que Bécquer escribió durante su
corta vida.
Los críticos literarios de la época no le dieron mucha importancia, pero la fama
de Bécquer fue creciendo especialmente después de su muerte, cuando sus
amigos decidieron editar y publicar sus obras.
LUIS DE GÓNGORA

LUIS DE GÓNGORA y ARGOTE, nació en Córdoba el 11 de Julio de 1561. Fue un


sacerdote, poeta y dramaturgo del Siglo de Oro, máximo exponente de la corriente
literaria conocida como culteranismo o gongorismo, que más tarde imitarían otros
artistas.

Era hijo del juez de bienes confiscados por el Santo Oficio de Córdoba don
Francisco de Argote y de la noble dama Leonor de Góngora. Su desahogada
posición económica le permitió adquirir una cuidada educación, que le llevó a
estudiar en Granada y Salamanca, dónde se ordenó sacerdote en 1585 y fue
canónigo beneficiado de la catedral cordobesa. Ocupó el cargo de racionero en la
catedral y, según parece, no de la forma austera que correspondía a su rango.

Desde 1589 viajó en diversas comisiones de su cabildo por Navarra, y por Andalucía
y ambas Castillas (Madrid, Salamanca, Granada, Jaén, Cuenca, Toledo). Compone
entonces numerosos sonetos, romances y letrillas satíricas y líricas.

En 1609 regresa a Córdoba y empieza a intensificar la tensión estética y el


barroquismo de sus versos. Entre 1610 y 1611 escribe la “Oda a la toma de Larache”
y en 1613 el “Polifemo”, poema que parafrasea un pasaje mitológico de las
“Metamorfosis” de Ovidio, tema que ya había sido tratado por su coterráneo Luis
Carrillo y Sotomayor en su Fábula de Atis y Galatea. Ese mismo año divulga en la
Corte su más ambicioso poema, las incompletas “Soledades”.

Su figura se revistió de aun mayor prestigio, hasta el punto de que Felipe III le
nombró capellán real en 1617; para desempeñar tal cargo, vivió en la Corte hasta
1626.

Al año siguiente, 1627, perdida la memoria, marchó a Córdoba, donde murió de una
apoplejía en medio de una extrema pobreza. Velázquez lo retrató con frente amplia
y despejada, y por los pleitos, los documentos y las sátiras de su gran enemigo,
Francisco de Quevedo, se sabe que era jovial, sociable, hablador y amante del lujo
y de entretenimientos como los naipes y los toros, hasta tal punto que siempre se le
reprochó lo poco que dignificaba los hábitos sacerdotales.

Murió en la ciudad que le vio nacer el 23 de Mayo de 1627.


Se suele hacer de su obra una división tradicional:
a) Poemas menores: romances, letrillas décimas, canciones y sonetos.
b) Poemas mayores: La fábula de Polifemo y Galatea, Soledadoes y el Panegírico
dedicado al Duque de Lerma.
c) Teatro.

Su producción poética, como sucedía en la época no fue publicada hasta después


de su muerte, eso sí tuvo una amplia difusión a través de copias manuscritas y
contribuciones sueltas recogidas en diferentes colecciones.
Pocos poetas han suscitado una polémica tan encrespada y significativa. El
“Gongorismo” fue una auténtica piedra arrojada al lago de los círculos cortesanos.
Góngora creó una nueva forma lírica basada en la ornamentación de lo externo y el
hermetismo del contenido. Conceptos que acabaron por relegar su poesía hasta
que la revalorizaron los poetas de la llamada Generación del 27.
FRANCISCO DE QUEVEDO
(Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, España, 1645) Escritor español. Los
padres de Francisco de Quevedo desempeñaban altos cargos en la corte, por lo
que desde su infancia estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano.
Estudió en el colegio imperial de los jesuitas, y, posteriormente, en las
Universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, ciudad ésta donde adquirió su
fama de gran poeta y se hizo famosa su rivalidad con Góngora.

Siguiendo a la corte, en 1606 se instaló en Madrid, donde continuó los estudios de


teología e inició su relación con el duque de Osuna, a quien Francisco de Quevedo
dedicó sus traducciones de Anacreonte, autor hasta entonces nunca vertido al
español. En 1613 Quevedo acompañó al duque a Sicilia como secretario de Estado,
y participó como agente secreto en peligrosas intrigas diplomáticas entre las
repúblicas italianas.

De regreso en España, en 1616 recibió el hábito de caballero de la Orden de


Santiago. Acusado, parece que falsamente, de haber participado en la conjuración
de Venecia, sufrió una circunstancial caída en desgracia, a la par, y como
consecuencia, de la caída del duque de Osuna (1620); detenido, fue condenado a
la pena de destierro en su posesión de Torre de Juan Abad (Ciudad Real).

Sin embargo, pronto recobró la confianza real con la ascensión al poder del conde-
duque de Olivares, quien se convirtió en su protector y le distinguió con el título
honorífico de secretario real. Pese a ello, Quevedo volvió a poner en peligro su
estatus político al mantener su oposición a la elección de Santa Teresa como
patrona de España en favor de Santiago Apóstol, a pesar de las recomendaciones
del conde-duque de Olivares de que no se manifestara, lo cual le valió, en 1628, un
nuevo destierro, esta vez en el convento de San Marcos de León.

Pero no tardó en volver a la corte y continuar con su actividad política, con vistas a
la cual se casó, en 1634, con Esperanza de Mendoza, una viuda que era del agrado
de la esposa de Olivares y de quien se separó poco tiempo después. Problemas de
corrupción en el entorno del conde-duque provocaron que éste empezara a
desconfiar de Quevedo, y en 1639, bajo oscuras acusaciones, fue encarcelado en
el convento de San Marcos, donde permaneció, en una minúscula celda, hasta
1643. Cuando salió en libertad, ya con la salud muy quebrantada, se retiró
definitivamente a Torre de Juan Abad.

La obra de Francisco de Quevedo


Como literato, Quevedo cultivó todos los géneros literarios de su época. Se dedicó
a la poesía desde muy joven, y escribió sonetos satíricos y burlescos, a la vez que
graves poemas en los que expuso su pensamiento, típico del Barroco. Sus mejores
poemas muestran la desilusión y la melancolía frente al tiempo y la muerte, puntos
centrales de su reflexión poética y bajo la sombra de los cuales pensó el amor.

A la profundidad de las reflexiones y la complejidad conceptual de sus imágenes,


se une una expresión directa, a menudo coloquial, que imprime una gran
modernidad a la obra. Adoptó una convencida y agresiva postura de rechazo del
gongorismo, que le llevó a publicar agrios escritos en que satirizaba a su rival, como
la Aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día(1631). Su
obra poética, publicada póstumamente en dos volúmenes, tuvo un gran éxito ya en
vida del autor, especialmente sus letrillas y romances, divulgados entre el pueblo
por los juglares y que supuso su inclusión, como poeta anónimo, en la Segunda
parte del Romancero general (1605).
En prosa, la producción de Francisco de Quevedo es también variada y extensa, y
le reportó importantes éxitos. Escribió desde tratados políticos hasta obras ascéticas
y de carácter filosófico y moral; una de sus mejores obras es La cuna y la
sepultura (1634), un tratado moral de fuerte influencia estoica, a imitación
de Séneca.
Sobresalió con la novela picaresca Historia de la vida del Buscón, llamado don
Pablos, obra ingeniosa y de un humor corrosivo, impecable en el aspecto estilístico,
escrita durante su juventud y desde entonces publicada clandestinamente hasta su
edición definitiva. Más que su originalidad como pensador, destaca su total dominio
y virtuosismo en el uso de la lengua castellana, en todos sus registros, campo en el
que sería difícil encontrarle un competidor.
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

(Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, 1651 -
Ciudad de México, id., 1695) Escritora mexicana, la mayor figura de las letras
hispanoamericanas del siglo XVII. La influencia del barroco español, visible en su
producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda originalidad de su
obra. Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los
convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer
manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.

Biografía
Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su
primera loa. En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana. Admirada por
su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa
del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de Mancera,
brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición, su viva inteligencia y
su habilidad versificadora.

Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas


descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo
abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la
Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación
religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio
para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola... no tener ocupación
alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad
que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió.

Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de


Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora
(cuya obra introdujo en el virreinato), y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de
la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa
de Paredes, con quien le unió una profunda amistad. En su celda también llevó a
cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras
musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la
poesía y el teatro (en los que se aprecia, respectivamente, la influencia de Luis de
Góngora y Calderón de la Barca), hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales.
Perdida gran parte de esta obra, entre los escritos en prosa que se han conservado
cabe señalar la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. El obispo de Puebla, Manuel
Fernández de la Cruz, había publicado en 1690 una obra de Sor Juana Inés,
la Carta athenagórica, en la que la religiosa hacía una dura crítica al «sermón del
Mandato» del jesuita portugués António Vieira sobre las «finezas de Cristo». Pero
el obispo había añadido a la obra una «Carta de Sor Filotea de la Cruz», es decir,
un texto escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, aun reconociendo el
talento de Sor Juana Inés, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica,
más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica,
ejercicio reservado a los hombres.
En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla), Sor Juana
Inés de la Cruz da cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres al
aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy provechoso».
La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes
datos biográficos, a través de los cuales podemos concretar muchos rasgos
psicológicos de la ilustre religiosa. Pero, a pesar de la contundencia de su réplica,
la crítica del obispo de Puebla la afectó profundamente; tanto que, poco después,
Sor Juana Inés de la Cruz vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo
obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa.
FRIEDRICH HÖLDERLIN
(Lauffen am Neckar, Alemania, 1770 - Tubinga, id., 1843) Poeta alemán. Al morir
su padre, administrador del seminario protestante de Lauffen, cuando él tenía dos
años, su madre casó en segundas nupcias con Johann Christoph Gock, consejero
municipal de Nürtingen, donde Hölderlin se crió junto con su hermana y su
hermanastro. En 1784 ingresó en un colegio preparatorio para el seminario, en
Denkendorf, y en 1788 entró como becario en el seminario de Tubinga, donde a
partir de 1791 trabó amistad con Hegel y Friedrich Schelling.

Muy influido por Platón y por la mitología y cultura helénicas, se apartó


sensiblemente de la fe protestante. En 1793 salió del seminario provisto de la
licencia que le permitía ejercer el ministerio evangélico, pero decidió no dedicarse a
su carrera, sino emplearse como preceptor. Friedrich Schiller le proporcionó una
plaza para ocuparse del hijo de Charlotte von Kalb, en Waltershausen, aunque
pronto abandonó su puesto, dada la limitada influencia que ejercía sobre su alumno,
y se instaló en Jena, uno de los principales centros intelectuales del país. Asistió a
clases impartidas por Johann Gottlieb Fichte, y Schiller le publicó un fragmento
del Hiperión en su revista Thalia.

Falto de recursos, volvió a Nürtingen en 1795, antes de ser introducido en casa del
banquero Gontard, en Frankfurt, siempre como preceptor. Susette, la esposa de
Gontard, mujer al parecer de gran belleza y sensibilidad, habría de convertirse en
su gran amor; tanto en sus poemas como en el Hiperión se referiría a ella con el
nombre de «Diotima». Su amor fue correspondido, y el poeta describió su relación
en una carta como «una eterna, feliz y sagrada amistad».
A pesar de su trabajo y de los viajes que debió efectuar con la familia Gontard a
causa de la guerra, fue una época de intensa actividad literaria, y en 1799 finalizó
su novela epistolar Hiperión. En septiembre de 1798 tuvo que abandonar la casa de
los Gontard, después de vivir una penosa escena con el marido de Susette. Se
entrevistó varias veces en secreto con ella, hasta que se trasladó a Homburg por
consejo de su amigo Isaak von Sinclair.
Emprendió entonces su tragedia La muerte de Empédocles e intentó lanzar una
revista intelectual y literaria, que fracasó. En 1800 fue invitado a Stuttgart, donde
tuvo tiempo para dedicarse a la poesía y traducir a Píndaro, que ejercería una gran
influencia sobre sus himnos. A finales del año aceptó otro puesto como preceptor
en Hauptwil, Suiza; se ignora por qué razones abandonó su trabajo, en abril de
1801, y volvió con su madre, a Nütingen. Hasta enero de 1802, cuando obtuvo un
cargo en casa del cónsul de Hamburgo en Burdeos, trabajó ininterrumpidamente en
su obra poética.
Al aparecer los primeros síntomas de su enfermedad mental, abandonó una vez
más su puesto en abril. Sinclair le comunicó por carta la muerte de Susette Gontard,
el 22 de junio de 1803, en Frankfurt. Tras un período de gran violencia, su trastorno
mental pareció remitir. Sinclair lo llevó de viaje a Ratisbona y Ulm y, a la vuelta,
escribió El único y Patmos, dos de sus obras maestras. Por influencia de su amigo
obtuvo la plaza de bibliotecario de la corte, en el palacio del landgrave de Homburg.
Como sus crisis mentales se hicieran cada vez más frecuentes, en 1806 fue
internado en una clínica de Tubinga, sin que se produjera mejoría en su estado. Un
ebanista de la misma ciudad, entusiasmado por la lectura del Hiperión, lo acogió en
su casa en 1807. Allí permaneció hasta su muerte, en unas condiciones de locura
pacífica que se prolongaron durante treinta y seis años.
La obra de Hölderlin tiene en su eje central el intento de hallar el sentido y esencia
de la lírica en los momentos históricos convulsos que le tocó vivir. Los
juveniles Himnos (1793), en los que canta a la belleza, la libertad y el genio de la
adolescencia, sufren aún la influencia de Schiller y ensalzan los "ideales de la
humanidad". Las Elegías (1793), sobre todo "Grecia" y El destino", son ya un
lamento por lo desaparecido e incluyen una propuesta fundamental en Hölderlin: el
impulso hacia un nuevo helenismo. Hiperión (1797-1799) es un texto a mitad de
camino entre la novela epistolar y la llamada "de iniciación", que comparte también
las características confesionales de un diario íntimo y anticipa múltiples aspectos de
la sensibilidad romántica.
WILLIAM BLAKE
(1757/11/28 - 1827/08/12)

Nació el 28 de noviembre de 1757 en Londres.


Fue el tercero de los siete hijos de Blake, James, un calcetero. Asistió a la escuela
hasta los diez años siendo educado en su casa por su madre Catalina Wright.
Se matriculó en una escuela de grabado y con 14 años, trabaja como aprendiz del
grabador James Basire.
Posteriormente estudió en la Royal Academy, pero se rebeló contra las doctrinas
estéticas de su director, sir Joshua Reynolds, defensor del neoclasicismo.

En 1784 abrió una imprenta y aunque fracasó, al cabo de unos años, continuó
ganándose la vida como grabador e ilustrador. Se inició en la escritura con tan
sólo 12 años, su primera obra impresa fue, Esbozos poéticos (1873). Sus poemas
más populares fueron los que se incluían en Canción de inocencia (1789). En
1794 publicó Canciones de experiencia, donde utiliza el mismo estilo lírico.

Considerado prerromántico, su obra gráfica desafiaba las convenciones artísticas


del siglo XVIII. Resulta evidente la influencia de Miguel Ángel en la potencia del
escorzo y en la exagerada musculatura de algunas de sus figuras, sobre todo en
una muy conocida, la llamada El anciano de los días, que conforma el frontispicio
de su poema Europa, una profecía (1794).

Gran parte de su pintura estuvo dedicada a temas religiosos: ilustraciones para la


obra de John Milton, para El viaje del peregrino de John Bunyan, y para
la Biblia, además de las 21 ilustraciones que realizó para el Libro de Job. Entre
sus ilustraciones de temas paganos se encuentran las que llevó a cabo para la
edición de los poemas de Thomas Gray y las 537 acuarelas para Ideas
nocturnas de Edward Young.

En 1800 se trasladó a la ciudad costera de Felpham, donde vivió y trabajó durante


tres años, bajo el patrocinio de William Hayley. En sus obras de madurez aparecen
las grandes épicas visionarias escritas y decoradas entre 1804 y
1820. Milton (1804-1808), Vala o Los cuatro Zoas (es decir, aspectos del alma
humana, 1797; reescrito después de 1800) y Jerusalén(1804-1820).

Además escribió otras obras, como Una isla en la luna (1784), una colección de
cartas y un cuaderno de notas con apuntes y algunos poemas breves que escribió
entre 1793 y 1818, al que se denominó el Manuscrito Rossetti, pues lo adquirió en
1847 el poeta, también inglés, Dante Rossetti. William Blake falleció en Londres,
el 12 de agosto de 1827.
RAFAEL ALBERTI

(Puerto de Santa María, 1902 - 1999) Poeta español, miembro de la Generación del
27. Sus padres pertenecían a familias de origen italiano asentadas en la región y
dedicadas al negocio vinícola. Las frecuentes ausencias del padre por razones de
trabajo le permitieron crecer libre de toda tutela, correteando por las dunas y las
salinas a orillas del mar en compañía de su fiel perra Centella.

Aquella infancia despreocupada, abierta al sol y a la luz, comenzó a ensombrecerse


cuando hubo de ingresar en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto, dirigido por
los jesuitas de una forma estrictamente tradicional. Alberti se asfixiaba en las aulas
de aquel establecimiento donde la enseñanza no era algo vivo y estimulante sino
un conjunto de rígidas y monótonas normas a las que había que someterse. Se
interesaba por la historia y el dibujo, pero parecía totalmente negado para las demás
materias y era incapaz de soportar la disciplina del centro.

A las faltas de asistencia siguieron las reprimendas por parte de los profesores y de
su propia familia. Quien muchos años después recibiría el Premio Cervantes de
Literatura no acabó el cuarto año de bachillerato y en 1916 fue expulsado por mala
conducta. En 1917 la familia Alberti se trasladó a Madrid, donde el padre veía la
posibilidad de acrecentar sus negocios. Rafael había decidido seguir su vocación
de pintor, y el descubrimiento del Museo del Prado fue para él decisivo. Los dibujos
que hace en esta época el adolescente Alberti demuestran ya su talento para captar
la estética del vanguardismo más avanzado, hasta el punto de que no tardará en
conseguir que algunas de sus obras sean expuestas, primero en el Salón de Otoño
y luego en el Ateneo de Madrid.

No obstante, cuando la carrera del nuevo artista empieza a despuntar, un


acontecimiento triste le abrirá las puertas de otra forma de creación. Una noche de
1920, ante el cadáver de su padre, Alberti escribió sus primeros versos. El poeta
había despertado y ya nada detendría el torrente de su voz. Una afección pulmonar
le llevó a guardar obligado reposo en un pequeño hotel de la sierra de Guadarrama.
Allí, entre los pinos y los límpidos montes, comenzará a trabajar en lo que luego
será su primer libro, Marinero en tierra, muy influido por los cancioneros musicales
españoles de los siglos XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan
más que la pintura, y en adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica
vocación, aunque muchos años después, ya en el exilio, dedicaría algunos de sus
poemarios a la pintura y a Picasso.
Al descubrimiento de la poesía sigue el encuentro con los poetas. De regreso a
Madrid se rodeará de sus nuevos amigos de la Residencia de Estudiantes. Conoce
a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo
Diego, Miguel Hernández y otros jóvenes autores que van a constituir el más
brillante grupo poético del siglo. Cuando en 1925 su Marinero en tierra reciba el
Premio Nacional de Literatura, el que algunos conocidos llamaban "delgado
pintorcillo medio tuberculoso que distrae sus horas haciendo versos" se convierte
en una figura descollante de la lírica.
De aquel grupo de poetas hechizados por el surrealismo, que escribían entre risas
juveniles versos intencionadamente disparatados o sublimes, surgió en 1927 la idea
de rendir homenaje, con ocasión del tricentenario de su muerte, al maestro del
barroco español Luis de Góngora, olvidado por la cultura oficial. Con el entusiasmo
que les caracterizaba organizaron un sinfín de actos que culminaron en el Ateneo
de Sevilla, donde Salinas, Lorca y el propio Alberti, entre otros, recitaron sus
poemas en honor del insigne cordobés. Aquella hermosa iniciativa reforzó sus lazos
de amistad y supuso la definitiva consolidación de la llamada Generación del 27,
protagonista de la segunda edad de oro de la poesía española.
LUIS CERNUDA
(Sevilla, 1904 - Ciudad de México, 1963) Poeta español, una de las figuras
fundamentales de la Generación del 27. Su obra se inscribe dentro de una corriente
que muchos han calificado de neorromántica, pues la sensibilidad, melancolía y
dolor que destila su poesía se halla siempre dentro de unos límites de serena
contención, a la manera de Gustavo Adolfo Bécquer, pero con características
matizadas por una aguda actitud de la mente, rasgo esencial de la generación a la
que perteneció.

Estudió derecho en su ciudad natal bajo la dirección de Pedro Salinas, de quien fue
discípulo y quien orientó, asimismo, sus primeros pasos de poeta. De su inicial
inclinación a la soledad y al nihilismo evolucionó hacia una actitud de íntima y
acogedora espiritualidad. Así, los poemas "Atardecer en la catedral" y "La visita de
Dios" señalan, según José María Valverde, "el término de la evolución de un
ambiente español, desde un ideario exquisito y minoritario hasta una emoción a la
vez religiosa y socialmente humana".
En diferentes momentos de su vida dio clases de español en la universidad de
Toulouse, en Inglaterra y en Estados Unidos. Sus primeras obras marcan un
itinerario que desembocó en una estrecha afinidad con los poetas surrealistas. Esta
etapa, que dio comienzo con Perfil del aire (1927) y Égloga, elegía, oda (1928),
logra su mayor expresión y madurez en Un río, un amor (1929) y Los placeres
prohibidos (1931), libros en los que ya se muestra, en todo su esplendor, un
Cernuda enamorado y rebelde, orgulloso de su diferencia.
En sus volúmenes siguientes arraigó con originalidad y dominio la tradición
romántica europea: Donde habite el olvido (1934), Invocaciones (1935). Los títulos
que aparecieron a partir de este momento, más los ya publicados, fueron
engrosando su obra poética completa bajo el sugestivo rótulo de La realidad y el
deseo (1936); en 1964 se publicó póstumamente la edición número cuarenta.
Cernuda, que tras la contienda civil española conoció el exilio del que jamás volvió,
emprendió, bajo la influencia directa de la poesía anglosajona, un período en el que
su obra poética se hace autobiografía y reflexión. Residente en Gran Bretaña,
Estados Unidos y, por último, México, publicó sucesivamente, entre otros libros, Las
nubes (1940), Como quien espera el alba (1947), Vivir sin estar
viviendo(1949), Con las horas contadas (1956) y Desolación de la Quimera (1962).
La obra del autor ha sido objeto de numerosos estudios en muchos países. Tal vez
quien más y mejor se haya aproximado a su sentido más genuino y profundo sea el
mexicano Octavio Paz, que en un breve ensayo dedicado a su figura escribe sobre
el sentido de la palabra deseo en los trabajos del poeta: "Con cierta pereza se tiende
a ver en los poemas de Cernuda meras variaciones de un viejo lugar común: la
realidad acaba por destruir al deseo, nuestra vida es una continua oscilación entre
privación y saciedad. A mí me parece que, además, dicen otra cosa, más cierta y
terrible: si el deseo es real, la realidad es irreal. El deseo vuelve real lo imaginario,
irreal la realidad".
Pero además de poeta, Cernuda fue también un excelente prosista. Toda su obra,
recopilada tras su muerte por los estudiosos Derek Harris y Luis Maristany, se puede
encontrar en el volumen Prosa completa (1975), en el que, entre otros títulos,
aparecen Variaciones sobre tema mexicano (1952), Ocnos (1942) y Estudios sobre
poesía española contemporánea (1953).
Gustavo Adolfo Bécquer
Amor eterno

Podrá nublarse el sol eternamente;


Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.
Poema de Góngora.
A cierta dama que se dejaba vencer
Mientras Corinto, en lágrimas deshecho,
La sangre de su pecho vierte en vano,
Vende Lice a un decrépito indïano
Por cient escudos la mitad del lecho.

¿Quién, pues, se maravilla deste hecho,


Sabiendo que halla ya paso más llano,
La bolsa abierta, el rico pelicano,
Que el pelícano pobre, abierto el pecho?

Interés, ojos de oro como gato,


Y gato de doblones, no Amor ciego,
Que leña y plumas gasta, cient arpones

Le flechó de la aljaba de un talego.


¿Qué Tremecén no desmantela un trato,
Arrimándole al trato cient cañones?
Poema de Quevedo.
A un hombre de gran nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
Érase una nariz superlativa,
Érase una alquitara medio viva,
Érase un peje espada mal barbado;

Era un reloj de sol mal encarado.


Érase un elefante boca arriba,
Érase una nariz sayón y escriba,
Un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,


Érase una pirámide de Egito,
Los doce tribus de narices era;

Érase un naricísimo infinito,


Frisón archinariz, caratulera,
Sabañón garrafal morado y frito.

A una dama bizca y hermosa


Si a una parte miraran solamente
vuestros ojos, ¿cuál parte no abrasaran?
Y si a diversas partes no miraran,
se helaran el ocaso o el Oriente.

El mirar zambo y zurdo es delincuente;


vuestras luces izquierdas lo declaran,
pues con mira engañosa nos disparan
facinorosa luz, dulce y ardiente.

Lo que no miran ven, y son despojos


suyos cuantos los ven, y su conquista
da a l’alma tantos premios como enojos.

¿Qué ley, pues, mover pudo al mal jurista


a que, siendo monarcas los dos ojos,
los llamase vizcondes de la vista?
POEMA DE SOR JUANA
En que da moral censura a una rosa
Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida
de tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!
Poema de Friedrich Hölderlin:

La despedida

¿Queríamos separarnos? ¿Era lo justo y lo sabio?


¿Por qué nos asustaría la decisión como si fuéramos
a cometer un crimen?
¡Ah! poco nos conocemos,
pues un dios manda en nosotros.

¿Traicionar a ese dios? ¿Al que primero nos infundió


el sentido y nos infundió la vida, al animador,
al genio tutelar de nuestro amor?
Eso, eso yo no lo hubiera permitido.

Pero el mundo se inventa otra carencia,


otro deber de honor, otro derecho, y la costumbre
nos va gastando el alma
día tras día disimuladamente.

Bien sabía yo que como el miedo monstruoso y arraigado


separa a los dioses y a los hombres,
el corazón de los amantes, para expiarlo,
debe ofrendar su sangre y perecer.

¡Déjame callar! Y desde ahora, nunca me obligues a


contemplar
este suplicio, así podré marchar en paz
hacia la soledad,
¡y que este adiós aún nos penenezca!

Ofréceme tú misma el cáliz, beba yo tanto


del sagrado filtro, tanto contigo de la poción letea,
que lo olvidemos todo
amor y odio!
Poemas de William Blake.

A la estrella nocturna
¡Tú, ángel rubio de la noche,
ahora, mientras el sol descansa en las montañas, enciende
tu brillante tea de amor! ¡Ponte la radiante corona
y sonríe a nuestro lecho nocturno!
Sonríe a nuestros amores y, mientras corres los
azules cortinajes del cielo, siembra tu rocío plateado
sobre todas las flores que cierran sus dulces ojos
al oportuno sueño. Que tu viento occidental duerma en
el lago. Di el silencio con el fulgor de tus ojos
y lava el polvo con plata. Presto, prestísimo,
te retiras; y entonces ladra, rabioso, por doquier el lobo
y el león echa fuego por los ojos en la oscura selva.
La lana de nuestras majadas se cubre con
tu sacro rocío; protégelas con tu favor.
Poemas de Rafael Alberti.

A galopar
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.

Galopa, jinete del pueblo


caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;


que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Poemas de Luis Cernuda.
Deseo
Por el campo tranquilo de septiembre,
del álamo amarillo alguna hoja,
como una estrella rota,
girando al suelo viene.

Si así el alma inconsciente,


Señor de las estrellas y las hojas,
fuese, encendida sombra,
de la vida a la muerte.

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