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OBESIDAD INFANTIL
2ª Edición actualizada
ISAAC AMIGO VÁZQUEZ
Universidad de Oviedo
ISSN 1989-3906
Contenido
FICHA 1 ........................................................................................................... 20
Caso de un niño con un estilo de vida obesogénico
FICHA 2 ................................................................................................................................. 23
Estilo de vida de un niño con normopeso
Consejo General de la Psicología de España
Documento base.
Obesidad infantil
ÍNDICE
1. Evaluación del sobrepeso y la obesidad en la infancia
1.1. El índice de masa corporal (IMC) en la infancia
1.2. El gasto energético en la infancia
2. Causas de la obesidad infantil
2.1 El número de horas delante del televisor
2.2 Un número de horas de sueño insuficiente
2.3. Saltarse el desayuno
2.4. La falta de actividad física
2.5. Abusar de las chucherías y comer solo
2.6. Comer para aliviar el aburrimiento y el malestar emocional
2.7. Las dietas hipocalóricas
3. Una alimentación adecuada
4. ¿Cómo se pueden enseñar buenos hábitos?
4.1. Establecimiento de normas
4.2. Servir de modelo dando ejemplo
4.3. El uso del refuerzo y el castigo
4.4. La regularidad y las excepciones
4.5. La actitud de los padres en la aplicación de las normas
5. Referencias
El sobrepeso y la obesidad infantil constituyen un problema en el mundo desarrollado y en los países emergentes,
con importantes implicaciones sociales, psicológicas y sanitarias. Su crecimiento ha sido vertiginoso a lo largo de las
tres últimas décadas y por ello su prevalencia ha alcanzado una altura inesperada. En España, las cifras de sobrepeso,
según los distintos estudios pueden oscilar entre el 30% y el 44%. (Busto, Amigo, Pena et al., 2013; Cerillo Fernán-
dez-Pachón , Ortega, et al., 2012) La razón de esta discrepancia habría que buscarla en el sistema de medida utiliza-
do. Cuando se opta por el baremo internacional propuesto por Cole, Bellizzi, Flegal et al. (2000), las cifras son más
altas pero cuando se toma como referencia de sobrepeso y obesidad los percentiles 85 y 95 de los baremos naciona-
les, como los de la Fundación Orbegozo, entonces los porcentajes de prevalencia tiende a disminuir. El uso de la me-
dida utilizada por Cole se justifica en que es una referencia internacional utilizada en muchos estudios
epidemiológicos y facilita las comparaciones directas de las tendencias en obesidad infantil a través del mundo.
En cualquier caso, las consecuencias negativas de esta situación se harán más evidentes dentro de unas décadas,
cuando en torno a un 70% de los niños que hoy tienen algún grado de sobrepeso lleguen a ser adultos obesos.
Esta rápida evolución del sobrepeso descarta la posibilidad de cualquier explicación en términos genéticos y subraya
la importancia de las condiciones actuales de vida como determinantes del problema. Entre las consecuencias para la
salud de la obesidad infantil destacar los sorprendentes casos de diabetes tipo II no insulino-dependiente, trastorno
que hasta la fecha había sido extremadamente raro en la infancia (Casavalle, Lifshitz, Romano et al., 2014). Así mis-
mo, los problemas del colesterol elevado ya no son exclusivos de las edades adultas. Por su parte, las consecuencias
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psicológicas de la obesidad en la infancia, nada tienen que ver con la imagen del gordito feliz. Por el contrario, los ni-
ños, y sobretodo las niñas, con sobrepeso suelen mostrar, insatisfacción corporal, afectación de su autoestima y son,
en algunos casos, las candidatas ideales a comportamientos alimentarios inadecuados como el ayuno o el atracón. No
se debe olvidar que el estereotipo de la obesidad en nuestra cultura es el de falta de éxito, de popularidad, de atracti-
vo, de incapacidad para controlarse durante la ingesta y de pereza.
Generalmente, cuando se plantean las causas de la obesidad infantil se pone el énfasis en un elemento: la alimenta-
ción. Sin embargo, siendo este factor un elemento importantísimo, no se deberían obviar otros hábitos no estrictamen-
te alimentarios que configuran lo que se podría denominar estilo de vida obesógenico de la infancia y que, a la
postre, es el determinante de la actual epidemia de sobrepeso. A continuación, se repasarán dichos hábitos y las inte-
racciones que se dan entre ellos, puesto que se ha observado que algunos de esos hábitos sólo llevan al sobrepeso si
dan en conjunción con otros. Además, también se destacarán algunas normas básicas para corregirlos. No obstante,
en primer lugar será necesario abordar la evaluación del sobrepeso infantil.
En los adultos, existe un amplio consenso respecto a su utilidad del IMC para valorar su impacto sobre la salud (véa-
se tabla 1), a pesar de algunas matizaciones que no son necesarios plantear en este contexto (Amigo, Fernández y Pé-
rez Álvarez, 2009).
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mayor frecuencia el desayuno (Vereecken, Todd, 13 45,8 157 1648 1992 2281 2762
14 49,4 160 1718 2036 2334 2831
Roberts et al., 2006; Amigo et al. 2016). Por otro la-
15 52,0 162 1731 2057 2362 2870
do, son estos niños precisamente los que menos se 16 53,9 163 1729 2059 2368 2883
comprometen en una actividad física cotidiana (Ko- 17 55,1 163 1710 2042 2353 2871
ezuka, Koo, Allison, et al., 2006). 18 56,2 163 1690 2024 2336 2858
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Pero es que además de lo expuesto, no se debe olvidar que comer y sentarse delante de la tele son conductas que
tienden a fortalecerse mutuamente. Si el niño se acostumbra a comer delante de la televisión, el hecho de estar delan-
te de ella llega a ser agradable, incluso, en los momentos en que el programa es aburrido o carente de interés, porque
en esos momentos disfruta de los alimentos. Parece que la relación entre consumo de televisión y sobrepeso mantiene
una relación dosis respuesta y que disponer de TV en la habitación predice el sobrepeso infantil (Cameron, van Stra-
len, Brug, et al. 2013).
Recomendaciones
Por todo ello, se debe enseñar a los niños a comer en un lugar sin grandes distracciones y, obviamente, sin televisor.
La comida ha de ser una actividad cotidiana y regular en la que aprendan a discriminar claramente estos dos elemen-
tos, y eso pasa casi necesariamente por el hecho de que alimentarse sea un acto que tenga valor por sí mismo y que
se realice en un lugar específico en el que no haya televisor o esté permanezca apagado. Aprovechar para charlar con
ellos sobre lo acontecido a lo largo del día puede ser una buena alternativa que facilite el control estímulos. Cuando
se adquiere este hábito se ha ganado mucho, porque el niño habrá aprendido a discriminar ambas actividades, de for-
ma que ver la tele no le provocará con tanta probabilidad ganas de comer ni comer será la ocasión para sentarse de-
lante de la tele.
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das para su edad. El cambio en relación al sueño es tan importante que en algunos estados de Norteamérica las es-
cuelas han retrasado el inicio de las clases para paliar la falta de sueño de muchos de sus alumnos.
Recomendaciones
Por todo ello, una norma frecuentemente ignorada que ayuda a mantenerse dentro de un peso normal es conseguir
un hábito de sueño suficiente que pasa, inexcusablemente, por la regularidad a la hora de meterse en la cama y apa-
gar la luz. La hora de acostarse debe garantizar que el niño duerma en torno a unas diez horas en función de su edad.
Para ello, puede ser de gran utilidad establecer una rutina ligada a un estímulo temporal horario, que se establecerá
en función de la hora que tiene que levantarse el niño. No es adecuado permitir que sea el final del programa de tele-
visión que está viendo o el uso de Internet el que marque la hora de dormir. En este sentido, sería bueno que el televi-
sor e, incluso, el ordenador se instalasen en un lugar común de la casa. Por supuesto el móvil debería quedar fuera de
la habitación a la hora de dormir.
Recomendaciones
Por todo ello habrá de tenerse en cuenta que saltarse cualquier comida, lejos de ayudar a controlar el peso como
pudiera parecer, suele terminar asociándose a un incremento del mismo. Esto es especialmente cierto si nos referimos
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al desayuno. Establecer este hábito requiere llevar una vida ordenada en otros aspectos. Los niños tendrán que levan-
tarse con el tiempo suficiente para prepararse para ir al colegio y tener diez o quince minutos para desayunar. Esto
significa que si hay que despertarse algo más temprano, también deberían irse a dormir un poco antes.
FIGURA 1 Recomendaciones
PIRÁMIDE DE ACTIVIDAD FÍSICA. TOMADA DE PIRAMIDE.GIF Por todo ello, con vistas a mantener la motivación
en los programas de actividad física dentro de la es-
cuela, sería muy importante que los niños no fue-
sen valorados exclusivamente en función de su
posición en la clase o por su marca respecto a
otros. Esto, como se ha expuesto, suele llevar a que
aquéllos que están situados en las últimas posicio-
nes traten de evitar este tipo de actividad. Frente a
esto, los niños deberían ser valorados también en
función de su progresión individual y obtener reco-
nocimiento cuando mejoran su rendimiento perso-
nal en una u otra actividad al margen de cuál haya
sido el rendimiento de los demás, tal y como desde
la Teoría de Orientación de Metas recogen Duda
(1992) y García-Mas y Gimeno (2008).
En la figura 1 se recogen dentro de la pirámide de
la actividad física las actividades diarias y semana-
les recomendadas para los niños.
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Recomendaciones
Debido a la ocupación laboral de sus padres muchos chicos tienen que realizar alguna de las comidas principales
solos, lo cual tiene consecuencias tanto sobre la calidad de lo que se come, como sobre el modo de comer. Intentar
comer en familia en la medida en que las posibilidades laborales, escolares o de cualquier otro tipo lo permitan, es la
mejor manera de paliar este problema. Respecto a las chucherías, es obvio que no se trata de eliminarlas o prohibir-
las. Se trata de nuevo de enseñar a los niños que no es necesario consumirlas a diario. Que tienen su momento y su
lugar. Por ejemplo, algún día a la semana después del colegio o de alguna actividad extraescolar.
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El recurrir a la ingesta como modo de manejo del malestar emocional sitúa a la persona dentro de un círculo vicioso
del que luego resulta difícil escapar. La ingesta alimentaria puede ser una respuesta exitosa de afrontamiento emocio-
nal a corto plazo. Sin embargo, a largo plazo, puede llegar a convertirse en un hábito disfuncional para el control de
los estados disfóricos que facilite la ganancia de peso a largo plazo (Polivy y Herman, 1989).
En general, las investigaciones que han establecido la relación entre la alteración de los estados emocionales y el
consumo de alimentos se han realizado con adultos, sin embargo, hay datos que señalan que los niños que manifies-
tan problemas psicopatológicos y de ansiedad muestran también problemas en la alimentación (Esparo, Canals, Jane
et al., 2004; Amigo, Busto, Pena et al. 2014).
Recomendaciones
Es importante educar a los niños para que aprendan a superar los momentos de aburrimiento de la vida sin recurrir
de manera continuada a cualquier forma de consumo, especialmente, el consumo de alimentos de gran contenido ca-
lórico. Presentarse como un modelo que sabe aceptar el aburrimiento como algo natural de la vida, pero sobre todo
que sabe salir de él a través de un ocio activo, es una buena forma de facilitar que nuestros hijos adquieran ese mismo
autocontrol y eviten convertir el alimento en una fuente de alivio del tedio. Del mismo modo, intentar controlar las
emociones con la comida favorece la obesidad y, muy especialmente, no resuelve las causas de los problemas que
nos están provocando la ansiedad o la tristeza. Una escucha atenta y comprensiva de las emociones de los chicos, y
el aprendizaje de estrategias de solución de los problemas que afectan a nuestras emociones, son algunas de las pau-
tas educativas generales que pueden ayudar a evitar un consumo desordenado de alimentos altamente calóricos.
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miento de su estatura. Además, también se reduce el ritmo de crecimiento de su masa muscular en relación a los ni-
ños que no se someten a dieta.
Sin embargo, estas ralentizaciones del desarrollo físico muscular y la estatura no parecen dejar huellas irreversibles o
definitivas. Al final de su etapa de crecimiento, los niños que han sido sometidos a dieta a lo largo de su infancia o
pubertad muestran el nivel de desarrollo esperado en función del sexo, la edad, la altura que alcanzaron en la infan-
cia o la altura de sus padres (Epstein, Myers, Raynor et al., 1998).
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dratos de carbono simples o carbohidratos de cadena corta. Los polisacáridos son los que se conocen como hidratos
de carbono complejos o carbohidratos de cadena larga.
El cuerpo asimila de un modo muy diferente cada uno de los distintos tipos de carbohidratos. Tanto los monosacári-
dos como disacáridos (p. e. fructosa o azúcar) no tienen que ser descompuestos para ser asimilados por el organismo
y su aportación energética es inmediata. Esta asimilación instantánea conduce a una elevación del azúcar en sangre
(glucemia) lo que provoca la liberación simultánea de insulina. La insulina contrarresta la subida de azúcar en sangre
apareciendo de nuevo la sensación de hambre. Este mecanismo es el que posiblemente explique que el consumo ex-
cesivo de refrescos edulcorados altere el sistema metabólico propiciando la aparición del sobrepeso. Y, en particular
el sobrepeso infantil, ya que son los niños los consumidores preferentes de este tipo de bebidas.
Sin embargo, cuando las calorías provienen de los hidratos complejos (p.e. legumbres, arroz, cereales, pasta o ver-
duras), el nivel de glucemia sube más lentamente, permanece más tiempo constante y cae poco a poco. Esto hace que
la sensación de hambre tarde más tiempo en aparecer. Este tipo de hidratos tarda más tiempo en absorberse y su efec-
to saciante es más prolongado. Por lo tanto, mientras el consumo de azúcares debe hacerse con moderación, los hi-
dratos complejos deben estar en la base de la pirámide de la alimentación. De hecho, las personas que consumen la
proporción más baja de hidratos de carbono com-
TABLA 5 plejos en su dieta tienen una probabilidad cuatro
NUTRIENTES Y ALIMENTOS DE UNA DIETA SALUDABLE veces mayor de ser obesos que las personas que
consumen en su dieta una proporción más alta de
Distribución óptima de los nutrientes de una dieta óptima
Hidratos de Carbono 55% este tipo de hidratos de carbono. En un estudio de-
Grasas 30% nominado CARMEN (manejo de la tasa de carbohi-
Proteínas 15%
dratos en las dietas nacionales europeas) se puso a
Distribución óptima de las clases de alimentos de una dieta óptima prueba el efecto de modificar el porcentaje de nu-
Frutas y verduras 1/3 de las calorías totales consumidas trientes en la dieta sin alterar significativamente la
Legumbres, arroz, cereales, pasta o pan 1/3 de las calorías totales consumidas
Carne, pescado, lácteos y aceite de oliva 1/3 de las calorías totales consumidas
cantidad de alimentos. Para ello se redujo de un
40% a un 30% el porcentaje de grasas que consu-
mía un grupo de personas, sustituyendo ese 10%
FIGURA 2
por hidratos de carbono complejos. El resultado fue
PIRÁMIDE ALIMENTARIA. SOCIEDAD ESPAÑOLA DE que estas personas perdieron 2 kg de media sin mo-
NUTRICIÓN COMUNITARIA dificar sustancialmente la cantidad de alimentos
que ingerían. Por el contrario, el grupo control, al
que no se modificó su alimentación, no mostró
cambio alguno en su peso.
La alimentación saludable es, por lo tanto, un
ejercicio de variedad proporcionada. Para conse-
guir respetar la proporción de un 55% de hidratos
de carbono, 30% de grasas y 15% de proteínas,
bastaría ajustarse a los que podríamos denominar la
regla de un 1/3 que proponen las agencias naciona-
les de alimentación (véase tabla 5). Según esta re-
gla, del total de calorías que consumimos a diario
1/3 deben provenir de diferentes tipos de fruta y
verdura, otro 1/3 de alimentos como las legumbres,
el arroz, los cereales, el pan, las patatas cocidas o
la pasta y un 1/3 restante de la carne o el pescado y
productos lácteos (Health Education Authority,
1994).
La alimentación hay que distribuirla en cinco oca-
siones al día. Esto puede chocar con los hábitos de
muchas personas que han basado todos sus esfuer-
zos para controlar su peso en restringir su alimenta-
ción, llegando a saltarse algunas comidas para
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evitar la ganancia de peso. Tal y como hemos ya señalado, nada más ineficaz para perder peso que la restricción ali-
mentaria que incluso puede llevar a ganar algunos kilos.
La distribución de la alimentación en al menos cinco momentos distintos al día (desayuno , media mañana, comida,
merienda y cena) es una estrategia muy útil, ya que facilita enormemente el control de las sensaciones de hambre y,
por lo tanto, hace menos probable el descontrol y la voracidad al sentarse en la mesa.
La llamada pirámide alimentaria, figura 2, que ordena los alimentos en función de su frecuencia óptima para su con-
sumo diario.
El agua debe ser la bebida de referencia para el control del peso y promoción de la salud, ya que garantiza la hidra-
tación sin aporte calórico alguno. En este sentido, se debe tener una especial prevención con todas las bebidas endul-
zadas con fructosa tales como los refrescos, las colas o los zumos envasados. Cuando se ingieren de modo regular,
llevan a producir una alteración en el metabolismo que se traduce en una reducción de la capacidad para sentirse sa-
ciado y, por lo tanto, en la tendencia a comer más. De ahí que su consumo pueda contribuir directamente al incre-
mento de la obesidad infantil. La fructosa también se encuentra en la fruta, sin embargo, cuando se consume
directamente a través de este tipo de alimentos sólidos resulta muy beneficiosa porque se ingiere en menor cantidad y
contiene una gran cantidad de fibra que, en este caso, sí favorece la saciedad.
De un modo muy concreto, hoy se habla del llamado plato saludable infantil en el que se combinan los alimentos
que deben estar presentes en las comidas diarias de los niños. En él, la mitad de la ración deben ser verduras, legum-
bres y frutas. El agua es la bebida de referencia. Alrededor de un cuarto del plato será ocupado por cereales y el res-
tante por carne o pescado o huevos y lácteos.
Siguiendo esta propuesta y en función de la diferencia entre el gasto energético total y el número de calorías que se
ingieran, se puede empezar una perdida lenta y gradual de peso que se estabilizará en un determinado momento. El
mantenimiento de esa pérdida, al margen de lo pronunciada que sea, es el mejor indicador de que en el futuro se se-
guirá perdiendo peso y no tendría que recuperarse.
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Sin embargo, el establecimiento de normas explicitas de comportamiento en casa en relación a los hábitos anterior-
mente descritos constituye el primer paso para ordenar la vida del niño. Sorprende, en muchos casos, como los niños
lejos de atosigarles las rutinas, una vez que las han aprendido, se adhieren a ellas con mucha facilidad. La ausencia
de reglas claras, por el contrario, lleva a la confusión, inquietud y malestar.
de ser algún día después de clase o de alguna actividad extraescolar. No dar dinero a
cadores, en general, tienen una importantísima he-
los niños para que compren diariamente las golosinas que deseen. rramienta educativa en su propio comportamiento,
4 Procurar realizar alguna de las comidas principales en familia (comida o cena), en la a pesar de que en la mayoría de las ocasiones no
que todos comen de todo lo que hay. son conscientes de ella. Hacer lo que se pide a los
4 No usar los alimentos o las chucherías para calmar el aburrimiento, el desasosiego o
niños que hagan, tanto en lo referido a lo hábitos y
la inquietud del niño. Facilitar una conducta alternativa.
costumbres alimenticias, como en relación a las ac-
4 Distribuir la alimentación del niño en cinco comidas diarias respetando un programa
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Así son muchas las situaciones cotidianas a través de las cuales los niños pueden aprender no sólo conductas con-
cretas sino, incluso, clases de respuestas imitando a sus padres:
4 Si el niño observa que sus padres apagan el televisor a una hora determinada para ir a la cama, renunciando al en-
tretenimiento a favor de las horas necesarias de sueño, tiene muchas más posibilidades de imitar y aprender esta
conducta de autocontrol.
4 Cualquier comida juntos se puede aprovechar para que el padre o la madre manifiesten, sin grandes implicaciones
emocionales, que ese día no le gusta especialmente la comida que hay servida en la mesa, asegurándose de que el
niño vea que, a pesar de ello, el padre o la madre siguen comiéndola con total normalidad. De este modo estará en
condiciones en el futuro de imitar esta conducta de tolerancia a la frustración.
4 Variar los menús y mostrar una actitud de curiosidad hacia nuevos platos, puede servir para que los niños se mues-
tren más abiertos a una dieta más variada.
4 La práctica de una actividad física cotidiana por parte de los padres, como el simple hecho de desplazarse cami-
nando por la ciudad, si ello es posible, hará que el niño dé por obvio que la actividad física es una parte de la vida
cotidiana y la realice con mucha más probabilidad.
4 Ante una situación de aburrimiento, los padres, presentándose como modelos que saben aceptarlo como parte de
vida y no reaccionan con frustración sino evaluando las posibilidades de lo que se puede hacer y decidiendo entre
dichas posibilidades, pueden servir para enseñar al niño una conducta realista de solución de problemas.
4 Despertar al niño con tiempo y desayunar juntos sin demasiadas prisas, configura el aprendizaje del gusto por el de-
sayuno.
Todos estos comportamientos y emociones pueden ser un buen ejemplo que los padres pueden ofrecer a sus hijos
con objeto de facilitar el aprendizaje de las metas que se han planteado en su educación alimentaria.
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ños, tienen mayor credibilidad cuando les hablan y les dan consejos o instrucciones, y consiguen que los hijos ten-
gan con ellos mayor confianza.
4 por último, reforzar la conducta de los niño potencia su sensación de logro cuando consiguen las metas que se pro-
ponen y llegan a sentirse cada vez más seguros y más capaces de conseguir los objetivos futuros. Si se alaba enfáti-
camente al niño delante de terceras personas por haber conseguido aprender a andar en bicicleta, aguantar
nadando más largos de la piscina o cargar con la compra hasta casa con energía y sin quejas, aumentará su sensa-
ción de valía personal, y probablemente aumente también las ganas de volver a tener ocasión de realizar tal activi-
dad física. Si, por el contrario, se impone la realización de actividad física como una obligación que debe cumplir
para no ser criticado ante terceras personas, entonces es probable que no aprecie los logros que consigue, no tenga
mejor concepto de sí mismo al hacerlo, y no tenga ganas de volver hacerla.
Todo esto no implica que nunca haya que usar el castigo. En ocasiones, ante la aparición de un comportamiento
claramente inadecuado, lo más conveniente es que el adulto proporcione una consecuencia concreta, inmediata y
desagradable para el niño (véase tabla 8). Si un niño no se levanta a tiempo para desayunar, tal y como se ha conveni-
do y ante la ausencia de reforzar una conducta incompatible, podría ser conveniente penalizar este comportamiento
con una contingencia previamente establecida (p. e. retirando parte de la paga semanal). Del mismo modo, si el niño
protesta y molesta porque quiere comer chuches justo antes de comer, y se quiere suprimir esa conducta, se le puede
mandar a su habitación durante un tiempo hasta que deje de molestar (tiempo fuera). En definitiva, el castigo tiene su
lugar en la educación ejercido de forma concreta, ante conductas que rompen las normas establecidas y aplicado de
forma inmediata a la realización del mal comportamiento.
Cabe comentar dos aspectos más antes de terminar este apartado. El primero está referido a la naturaleza de los re-
fuerzos y los castigos. Obviamente, cuando hablamos de refuerzos no nos estamos refiriendo a grandes trofeos o a ob-
jetos materiales importantes. Un refuerzo puede ser un cromo, los sesenta céntimos que le faltan al niño para comprar
un cómic, la posibilidad de elegir el canal que se pone en la televisión, una alabanza sincera, un gesto de cariño, el
permiso para quedarse más tiempo jugando con sus amigos, una partida al futbolín, el permiso para colgar un póster
en la habitación, el permiso para no realizar algunas tareas domésticas como hacer la cama, bajar la basura o colgar
la ropa, y tantísimas cosas más. Las muestras de entusiasmo, de orgullo y de alegría ante los logros de los niños pue-
den ser potentísimos refuerzos capaces de provocar un gran efecto en la educación. Pocas cosas funcionan para los
niños como premios más potentes que sentir que se
han ganado la admiración de sus padres.
TABLA 7
Tanto en el caso de los refuerzos como en el de
NORMAS PARA LA APLICACIÓN DEL CASTIGO
los castigos, parece obvio que su intensidad debe
El castigo no se debería utilizar como una estrategia de primera elección, antes cabría ser proporcionada a la de la conducta que preten-
pensar en el reforzamiento de una respuesta incompatible o en la extinción. No demos premiar o castigar. No parece razonable re-
obstante, a veces es necesario usarlo, pues usado correctamente es una estrategia eficaz
que no va a generar ni traumas ni inhibiciones generalizadas en el niño.
galar un fin de semana en Disneylandia a un niño
por desayunar correctamente una mañana, pero un
En qué ocasiones se puede usar: logro continuado en el tiempo, gracias al cual se
4 Cuando la conducta que se quiere suprimir es peligrosa para el niño o para otros
haya eliminado completamente algún mal hábito
4 Cuando es inviable el reforzamiento de una respuesta incompatible
alimenticio siendo sustituido por uno saludable, sí
4 Cuando lo que se busca es la supresión temporal de una respuesta
podría ser merecedor de una prenda de ropa espe-
Cómo se ha de usar:
cial, algún objeto deportivo elegido por el joven,
4 Antes de utilizarlo, se deberán formular explícitamente las reglas sobre qué conductas un permiso extra para pasar un fin de semana en
van a ser penalizadas y cómo. casa de algún amigo o un pequeño viaje.
4 Se debe mantener una proporcionalidad entre el tipo de castigo y la mala conducta Y el segundo aspecto, el último que comentare-
4 Una vez que se ha cometido la transgresión de la norma, aplicarlo en los términos que mos en este epígrafe, es el referido a la cercanía
se habían planteado
temporal que debe existir entre el comportamiento
4 Nunca se debe amenazar con el castigo, sencillamente se debe aplicar conforme a los
criterios establecidos. Las amenazas reiteradas que no se cumplen acaban siendo una
del niño y el refuerzo o castigo con el que preten-
señal de inseguridad. Además, el adulto que se limita a amenazar pierde, en cierta demos influir en tal comportamiento. Los refuerzos
medida, su credibilidad y los castigos pierden rápidamente su capacidad
4 Se debe aplicar sin implicación personal o emocional, como una consecuencia natural para reforzar o castigar las conductas a medida que
del incumplimiento de una regla
se distancian temporalmente del comportamiento
4 Siempre que sea posible, acompañarlo del reforzamiento de una respuesta alternativa
al que se refieren.
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Los gritos, los enfados extremos, suelen ser la antesala de las excepciones injustificadas, los castigos inadecuados o
la rendición final de los padres. Cuando los niños experimentan de forma indudable que ninguna de sus conductas
inadecuadas, -protestas, enfados, llantos, chantajes emocionales, congestiones, etcétera-, les van a librar de terminar
el plato se ajustan al cumplimiento de las normas y suelen empezar a comportarse bastante mejor.
Operativamente, la firmeza y la tranquilidad se expresan a través de un tono de voz moderado, una mirada serena a
los ojos del otro, una postura corporal relajada y verbalizando de un modo claro, conciso y concreto lo que se está pi-
diendo. Los adultos suelen bastante condescendientes consigo mismos y sobreentienden que el problema esta en ter-
quedad o necedad del niño. Siendo cierto que éstos pueden ser muy tercos, es evidente también que los adultos no
adoptan siempre el estilo aquí descrito en su interacción con ellos. Es por ello, que, si fuese necesario, la observación
atenta de ese modo de interacción por parte de un profesional puede ser de gran utilidad para corregir ese patrón edu-
cativo.
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Ficha 1.
Caso de un niño con un estilo de vida obesogénico
En esta ficha se presentará el estilo de vida de un niño obeso, descrito por el propio niño y por su madre, así como
algunas propuestas para su modificación. Esta información se ha recogido dentro del marco de una investigación so-
bre la obesidad en la infancia (MICCINN Proyecto i+d-i Psi 2010-16081). En la ficha 2 se describirá el modo de vida
de un niño con normopeso. Si se compraran ambos (véase, tabla 9) se observará como existen enormes diferencias en
sus hábitos de vida en relación no sólo a la alimentación, sino al sueño, la actividad física, las actividades extraescola-
res, su tipo de ocio e, incluso, los aparatos disponibles en su habitación. Este conjunto de factores conforman un red
de conductas relacionadas entre sí y que, probablemente, es la que mejor explica las enormes diferencias en su IMC.
C (en la tabla 9, participante 2) es un niño que tiene 9 años y 9 meses que cursa cuarto de educación primaria, tal y
como corresponde a su edad. En momento de la entrevista con él, pesaba 46,2 kg y medía 1,33 m. Su talla es normal
para su edad, aunque algo por debajo del percentil 50. Con estas cifras el cálculo del IMC arroja un valor 26,11, con
lo que de acuerdo al baremo de Cole et al (2000), recogido en la tabla 1, se trataría de un caso muy evidente de obe-
sidad infantil. Se encontraría en el entorno del percentil 95 para su peso.
Sus padres están separados y vive con su madre y sus abuelos maternos, lo que ha facilitado una mayor permisividad
hacia hábitos obesogénicos, en especial, por parte de estos últimos. De hecho su familia, como suele suceder en mu-
chos casos de este tipo, no son conscientes del problema de la obesidad del niño. Como muchos progenitores, ven
que el niño está fuerte y con apariencia sana, obviando el problema del peso. Esta tendencia es más habitual en rela-
ción a los niños que a las niñas.
C vive en un entorno urbano de una localidad de alrededor de cincuenta mil habitantes y acude a un colegio públi-
co cercano a su casa. Tiene jornada continua y sale del colegio a mediodía. Come en casa con sus abuelos. Su ocio
por la tarde gira fundamentalmente en torno al televisor. Cada día pasa delante de él unas cuatro horas y media a lo
largo de la semana, entre las cuatro y media y las nueve de la noche, que es la hora a la que cena. El fin de semana,
de viernes a domingo, suele ver todavía más tiempo la televisión a la que dedica entre siete y ocho horas. Al tiempo
que ve la tele también juega con la consola y consume chucherías, generalmente gominolas, patatas fritas y algún re-
fresco. Además, en su cuarto también dispone de televisor lo que le permite encenderlo antes de acostarse. Casi nun-
ca sale al parque a jugar con otros niños y los juegos en casa no suponen ningún tipo de actividad física. Y así pone
como ejemplo jugar al yo-yo. No obstante, dedica una hora a la semana a realizar baile regional. Ir al colegio y a bai-
le son los únicos trayectos cotidianos pero cortos que realiza caminando. Se acuesta a las diez y medía de la noche y
se levanta a las ocho de la mañana por lo que el número de horas que duerme suele ser de unas nueve horas, frente a
las diez horas que tendría que dormir al menos teniendo en cuenta su edad.
En cuanto a la alimentación, se observa un claro desfase entre su ingesta calórica y sus necesidades energéticas. Te-
niendo en cuenta su edad, talla y nivel de actividad física, su gasto energético diario se encontraría entre 1800 y 1900
kilocalorías, mientras que el tipo de alimentación que realiza le aporta no menos de 2000 kilocalorías. Esto supone un
exceso calórico diario de unas doscientas kilocalorías. Su dieta no incluye verdura y la fruta es tan sólo ocasional. En
el desayuno suele haber tarta o bollería y no incluye cereales ni fruta. A media mañana toma algún tipo de pastelería
industrial y en la comida abunda la carne, la pasta y las patatas fritas y nunca consume verdura porque no le gusta.
De postre, puede recurrir a algún tipo de cacao con leche. La merienda sí suele ser un bocadillo, pero en la cena se
recurre con frecuencia a la comida preparada. Todas las comidas que hace en casa las hace sentado delante del tele-
visor con su familia, salvo el desayuno que realiza sólo.
Como se puede haber notado, el control del peso de C. supone un esfuerzo de reordenación de la vida familiar en
muchos aspectos. La alimentación, tendría que corregirse y C tendría que empezar comer algunos alimentos que no
prueba y reducir el consumo de aquéllos que son muy frecuentes. En el desayuno, habría que sustituir la bollería por
cereales y fruta. En el recreo tendría que llevar un bocadillo en vez de la pastelería industrial. En la comida las legum-
bres o verdura tendrían que aparecer como un primer plato necesario. En la merienda sería adecuado mantener el bo-
cadillo y en la cena, de nuevo, la carne o el pescado habría que acompañarla con arroz, pasta, patatas cocidas o
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verduras. Esto supone que todos los miembros de la familia deberían comer lo mismo y, aprovechando que comen
juntos, ir modelando el comportamiento alimentario del niño hacia una alimentación que podríamos calificar de
adulto. Del mismo modo, apagar la televisión durante las comidas es importante para que C aprenda, a través de un
proceso de control estimular, a separar televisión y comer.
El otro gran cambio tiene que ver con la actividad física. C tiene posibilidades de incrementar su nivel de actividad
tan sólo saliendo al parque a merendar y jugar un rato, cosa que ya puede hacer sólo. Para ello, los abuelos (la madre
no está en casa a esa hora porque trabaja) tendrían que apagar el televisor y reforzar alternativamente el salir al par-
que. En este sentido, las chucherías que tanto le gustan al niño podrían ser un aliciente importante para consolidar es-
ta alternativa. Las chuches se pueden tomar dos días a la semana, pero nunca delante del televisor sino después de
merendar en el parque. De esta manera, se conseguiría que C. no ingiriese tantas calorías superfluas e hiciese más
ejercicio. Del mismo modo, buscarle otra actividad extraescolar, además del baile que le ofrece el centro social de su
barrio, sería una excelente ocasión para que C incorporase una nueva rutina que le obligase a moverse. El sedentaris-
mo de su familia durante el fin de semana, obligado por la disponibilidad de recursos familiares, parece dificultar
bastante un incremento de la actividad física durante este periodo. No obstante, salir al parque durante del fin de se-
mana también sería posible.
Respecto al sueño sería muy importante introducir un nuevo cambio a la hora de irse a la cama. Después de cenar,
dada la hora a la que lo hacen todos los miembros de la familia, C debería iniciar el ritual para irse a dormir, exclu-
yendo totalmente el ver la televisión. Para ello o bien podría retirarse de su habitación o permitirle encenderla en días
muy concretos de la semana (p. e. el viernes y sábado). El objetivo es que se acueste a las nueve y media con objeto
de que pueda dormir al menos diez horas.
Como se ve, son varios los cambios necesarios en el modo de vida de C para facilitar el control de su peso. Ya decí-
amos al principio que el peso refleja un estilo de vida. Algunos de ellos no son muy factibles por las propias limitacio-
nes familiares, como realizar una actividad durante el fin de semana. Pero otros muchos sí y con ellos se puede
proporcionar a C una educación que favorezca más su salud y progresivo control de su peso.
El estilo de vida de C también permite presagiar lo inconveniente de una dieta hipocalórica. Si dentro de ese estilo
de vida sedentario que lleva lo único que se hace es restringir la cantidad y el tipo de alimentos, sin modificar las si-
tuaciones estimulares que le incitan a comer (p. e. delante de la TV), pronto se iniciarán las violaciones de la dieta.
Aprenderá a comer a escondidas o a ingeniárselas para hacerse con aquello que le gusta y le han prohibido. Por todo
ello, difícilmente conseguiría perder peso y es probable que, además, desarrollase hacia los alimentos el sentimiento
de la “manzana prohibida”.
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Ficha 2.
Estilo de vida de un niño con normopeso
A (en la tabla 9, participante 1) es un niño que tiene 9 años y 11 meses que cursa cuarto de educación primaria, tal y
como corresponde a su edad. En el momento de la entrevista con él, pesaba 31,4 kg y media 1,38 m. Su talla es nor-
mal para su edad y se sitúa entorno al percentil 50. Con estas cifras el cálculo del IMC arroja un valor 16,48 con lo
que de acuerdo al baremo de Cole et al (2000), recogido en la tabla 1, estaría dentro de un peso normal. Se encontra-
ría en el entorno del percentil 25 para su peso.
Es hijo único y vive con ambos progenitores que muestran un gran interés por las actividades que el niño realiza y el
cuidado de su alimentación. A también vive en un entorno urbano de una localidad de unos cincuenta mil habitantes
y acude a un colegio público cercano a su casa. Tiene jornada continua y sale del colegio a mediodía. También come
en casa con sus padres. Por la tarde está muy activo y apenas pasa algún tiempo delante del televisor, aproximada-
mente media hora al día de lunes a jueves y de dos a tres horas el fin de semana. Pasa casi dos horas diarias en el par-
que jugando con sus amigos. Además dos días a la semana practica judo durante una hora y dedica una hora de otro
día de la semana a clases de ajedrez. Este ritmo de actividad posiblemente facilite que no consuma chucherías habi-
tualmente y que no formen parte de su repertorio de conducta para escapar del aburrimiento. Todos estos desplaza-
mientos los realiza caminando. Cena temprano y se acuesta a las nueve y media. Puesto que se levanta a las ocho de
la mañana duerme habitualmente unas diez horas, tiempo muy recomendable para su edad.
En cuanto a la alimentación, se observa un evidente ajuste entre su ingesta calórica y sus necesidades energéticas.
Teniendo en cuenta su edad, talla y nivel de actividad física, su gasto energético diario se encontraría en el entorno de
las 2200 kilocalorías, mientras que el tipo de alimentación que realiza nunca le aporta más de esa cantidad de ener-
gía. Su dieta incluye habitualmente fruta y verdura. En el desayuno suele tomar cereales y lácteos. También consume
otro producto lácteo a media mañana. En la comida siempre hay un primer plato de verdura o legumbres y fruta de
postre. No merienda y por la noche suele tomar carne o pescado y después algún tipo de cacao con leche.
Como se puede haber notado, A lleva un tipo de vida que es incompatible con la obesidad. Su alimentación es muy
adecuada, aunque no estaría fuera de lugar que también merendase un pequeño bocadillo. Consume fruta y verdura
con regularidad, así como carne y pescado en la proporción justa. El desayuno es bastante completo y no consume o
lo hace muy ocasionalmente chucherías y refrescos. Hace todas las comidas acompañado de su madre o de ambos
progenitores y nunca lo hace viendo la televisión. De hecho, el fin de semana cuando llega a estar delante del televi-
sor dos o tres horas no come nada frente al mismo.
Otro aspecto de su estilo de vida que garantiza su normopeso es su alto nivel de actividad física. El juego en el par-
que casi a diario así como la práctica de judo y el ajedrez como actividades extraescolares suponen un alto gasto
energético. Además, todas esas actividades son incompatibles con la ingesta de alimentos. Ni tan siquiera el fin de se-
mana, que es cuando los niños ven más tiempo seguido el televisor, A pasa un tiempo excesivo delante del mismo,
entorno a dos o tres horas diarias. Esto lo facilita el que sus padres aprovechan el fin de semana para salir a algún si-
tio, pasear, etcétera. Y sino, incluso, algún sábado también sale a jugar al parque.
En relación al sueño, A tiene un hábito muy adecuado. Cena temprano y las nueve y media se va a la cama. Se suele
dormir bastante rápido porque no hay televisor en su habitación y sus padres no le dejan tener el ordenador encendi-
do a partir de ese momento. No habría que olvidar que un descanso suficiente reduce la sensación de apetito a lo lar-
go del día y facilita la sensación de saciedad después de comer.
Con los casos de C, un niño obeso, y de A, un niño con normopeso, se pretende ilustrar los extremos de un conti-
nuo. Especialmente en el caso de C, se hace evidente la necesidad del conocimiento de la familia sobre lo que hay
que hacer para promover la salud del niño y su compromiso para hacerlo. Conocer y hacer son dos cosas distintas. En
un programa para la prevención de sobrepeso infantil hay que enseñar las normas de una vida saludable y, en mu-
chos casos, como implementarlas. No basta decir que el niño se tiene que ir a la cama a las nueve y media, hay que
enseñar como mostrarse firme, saber decirle que no, evitar cualquier tipo de negociación que el proponga y, con mu-
cha calma, mantenerse dentro de la norma. Pero por otro lado, también hay que asumir el compromiso de hacerlo, a
pesar de pueda resultar más cómodo dejarle hacer.
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