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Trigésimo Septima edición octubre-diciembre 2018

OBESIDAD INFANTIL
2ª Edición actualizada
ISAAC AMIGO VÁZQUEZ
Universidad de Oviedo

Curso válido para solicitar ser reconocido como miembro acreditado


de las Divisiones de Psicología Clínica y de la Salud, Psicología
Educativa, Psicología de Intervención Social, Psicología Jurídica,
Psicología de la Actividad Física y el Deporte y Psicoterapia

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Obesidad infantil

FICHA 1 ........................................................................................................... 20
Caso de un niño con un estilo de vida obesogénico

FICHA 2 ................................................................................................................................. 23
Estilo de vida de un niño con normopeso
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Obesidad infantil
ÍNDICE
1. Evaluación del sobrepeso y la obesidad en la infancia
1.1. El índice de masa corporal (IMC) en la infancia
1.2. El gasto energético en la infancia
2. Causas de la obesidad infantil
2.1 El número de horas delante del televisor
2.2 Un número de horas de sueño insuficiente
2.3. Saltarse el desayuno
2.4. La falta de actividad física
2.5. Abusar de las chucherías y comer solo
2.6. Comer para aliviar el aburrimiento y el malestar emocional
2.7. Las dietas hipocalóricas
3. Una alimentación adecuada
4. ¿Cómo se pueden enseñar buenos hábitos?
4.1. Establecimiento de normas
4.2. Servir de modelo dando ejemplo
4.3. El uso del refuerzo y el castigo
4.4. La regularidad y las excepciones
4.5. La actitud de los padres en la aplicación de las normas
5. Referencias

Ficha 1. Caso de un niño con un estilo de vida obesogénico


Ficha 2. Estilo de vida de un niño con normopeso

El sobrepeso y la obesidad infantil constituyen un problema en el mundo desarrollado y en los países emergentes,
con importantes implicaciones sociales, psicológicas y sanitarias. Su crecimiento ha sido vertiginoso a lo largo de las
tres últimas décadas y por ello su prevalencia ha alcanzado una altura inesperada. En España, las cifras de sobrepeso,
según los distintos estudios pueden oscilar entre el 30% y el 44%. (Busto, Amigo, Pena et al., 2013; Cerillo Fernán-
dez-Pachón , Ortega, et al., 2012) La razón de esta discrepancia habría que buscarla en el sistema de medida utiliza-
do. Cuando se opta por el baremo internacional propuesto por Cole, Bellizzi, Flegal et al. (2000), las cifras son más
altas pero cuando se toma como referencia de sobrepeso y obesidad los percentiles 85 y 95 de los baremos naciona-
les, como los de la Fundación Orbegozo, entonces los porcentajes de prevalencia tiende a disminuir. El uso de la me-
dida utilizada por Cole se justifica en que es una referencia internacional utilizada en muchos estudios
epidemiológicos y facilita las comparaciones directas de las tendencias en obesidad infantil a través del mundo.
En cualquier caso, las consecuencias negativas de esta situación se harán más evidentes dentro de unas décadas,
cuando en torno a un 70% de los niños que hoy tienen algún grado de sobrepeso lleguen a ser adultos obesos.
Esta rápida evolución del sobrepeso descarta la posibilidad de cualquier explicación en términos genéticos y subraya
la importancia de las condiciones actuales de vida como determinantes del problema. Entre las consecuencias para la
salud de la obesidad infantil destacar los sorprendentes casos de diabetes tipo II no insulino-dependiente, trastorno
que hasta la fecha había sido extremadamente raro en la infancia (Casavalle, Lifshitz, Romano et al., 2014). Así mis-
mo, los problemas del colesterol elevado ya no son exclusivos de las edades adultas. Por su parte, las consecuencias

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psicológicas de la obesidad en la infancia, nada tienen que ver con la imagen del gordito feliz. Por el contrario, los ni-
ños, y sobretodo las niñas, con sobrepeso suelen mostrar, insatisfacción corporal, afectación de su autoestima y son,
en algunos casos, las candidatas ideales a comportamientos alimentarios inadecuados como el ayuno o el atracón. No
se debe olvidar que el estereotipo de la obesidad en nuestra cultura es el de falta de éxito, de popularidad, de atracti-
vo, de incapacidad para controlarse durante la ingesta y de pereza.
Generalmente, cuando se plantean las causas de la obesidad infantil se pone el énfasis en un elemento: la alimenta-
ción. Sin embargo, siendo este factor un elemento importantísimo, no se deberían obviar otros hábitos no estrictamen-
te alimentarios que configuran lo que se podría denominar estilo de vida obesógenico de la infancia y que, a la
postre, es el determinante de la actual epidemia de sobrepeso. A continuación, se repasarán dichos hábitos y las inte-
racciones que se dan entre ellos, puesto que se ha observado que algunos de esos hábitos sólo llevan al sobrepeso si
dan en conjunción con otros. Además, también se destacarán algunas normas básicas para corregirlos. No obstante,
en primer lugar será necesario abordar la evaluación del sobrepeso infantil.

1. EVALUACIÓN DEL SOBREPESO Y LA OBESIDAD EN LA INFANCIA


El sobrepeso y la obesidad no son más que un exceso de grasa acumulado en el organismo. Sin embargo, definir el
grado de sobrepeso es algo más controvertido de lo que a primera vista puede parecer. No se debe olvidar que en una
cultura en la que el exceso de peso es muy raro, una persona occidental con un peso normal, se la calificaría como
una persona “gorda”. Y de hecho, la curva normal de distribución del peso en el mundo occidental se ha ido despla-
zando, durante las últimas décadas, hacía cifras cada vez mayores.
En este contexto, una de las estrategias más adecuadas para evaluar el exceso de peso, es el conocido índice de ma-
sa corporal (IMC). Este índice pone en relación los kilos con la altura de la persona y permite establecer un pronóstico
válido de los riesgos para la salud a los que están expuestos las personas. El IMC sirve como un criterio de compara-
ción estable a partir de los dieciocho años de edad y a lo largo de la vida del adulto. Permite establecer un rango de
normalidad del peso dentro del cual la salud, en principio, no está comprometida y permite obviar, en cierta medida,
la obsesión del llamado peso ideal.

Fórmula para el cálculo del IMC


Índice de Masa Corporal = Peso en Kg./Altura en m

En los adultos, existe un amplio consenso respecto a su utilidad del IMC para valorar su impacto sobre la salud (véa-
se tabla 1), a pesar de algunas matizaciones que no son necesarios plantear en este contexto (Amigo, Fernández y Pé-
rez Álvarez, 2009).

1.1. El IMC en la infancia


Sin embargo, el IMC sufre importantes cambios a lo largo de la infancia y la adolescencia. Asciende rápidamente a
lo largo del primer año de vida, posteriormente desciende hasta la época del rebrote adiposo a partir de los 5 ó 6
años, a partir del cual vuelve a aumentar hasta la pubertad (Martínez Sopena 2006). Para solventar estas variaciones
del índice, se ha desarrollado un baremo específico para evaluar el IMC hasta los dieciocho años (Cole, et al., 2000).
En él se establece los valores del IMC que, en función sexo y la edad, determinarían el sobrepeso y la obesidad a lo
largo de estos años de la vida (véase tabla 2).

TABLA 1 1.2. El gasto energético en la infancia


NIVELES DE PESO Y SU RIESGO PARA LA SALUD (>18 AÑOS) Otro aspecto muy importante en la evaluación
del sobrepeso infantil es el cálculo del gasto
IMC Clase de peso Nivel de riesgo
energético. Este posibilitará establecer un pro-
18,5- Peso normal Nulo. grama alimentario que cubra con suficiencia las
24,9 Sobrepeso grado I Nulo.
necesidades calóricas del niño, que le permita
25-26,9 Sobrepeso grado II Ligero.
27-29,9 Obesidad grado I Moderado. mantenerse en su peso o, en su caso, perder al-
30-34,9 Obesidad grado II Elevado. gunos kilos. En las tablas 3 y 4 se recogen los
35-39,9 Obesidad mórbida Muy elevado. requerimientos energéticos de niños y niñas en-
>40
tre los 3 y los 18 años de edad, en función de

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su nivel de actividad física. Dicho nivel se ordena en cuatro categorías:


1. Niños sedentarios, aquellos que realizan la mayor parte de sus actividades sentados.
2. Niños poco activos, la actividad física que realizan se limita a desplazarse caminando o a jugar con los amigos.
3. Niños activos, que además de lo anterior, practican algún deporte con regularidad como futbol, baloncesto, etcétera.
4. Niños muy activos que practican deporte a un
nivel de competición, con entrenamientos exi- TABLA 2
CÁLCULO DEL SOBREPESO Y LA OBESIDAD INFANTIL SEGÚN EL IMC
gentes.
Para un cálculo más preciso en función de las ca- EDAD EN SOBREPESO SOBREPESO OBESIDAD OBESIDAD
racterísticas personales del niño puede consultarse AÑOS EN NIÑOS EN NIÑAS EN NIÑOS EN NIÑAS
(IMC superior a...) (IMC superior a...) (IMC superior a...) (IMC superior a...)
(Martínez-Sopena, 2006).
El conocimiento del gasto calórico es un elemento 6,0 17,6 17,3 19,8 19,7
importante para proporcionar al niño una alimenta- 6,5 17,7 17,5 20,2 20,1
ción ajustada a sus necesidades metabólicas. Con 7 17,9 17,8 20,6 20,5
7,5 18,2 18,0 21,1 21,0
la edad, se produce un aumento de la actividad físi-
8 18,4 18,3 21,6 21,6
ca hasta los 10-13 años, a partir de entonces dismi- 8,5 18,8 18,7 22,2 22,2
nuye su práctica (Roman, Serra, Ribas, et al., 2006). 9 19,1 19,1 22,8 22,8
Se calcula que alrededor del 70% de los niños y 9,5 19,5 19,5 23,4 23,5
10 19,8 19,9 24,0 24,1
adolescentes españoles no realizan actividad física
10,5 20,2 20,3 24,6 24,8
regular en su tiempo libre, especialmente las chi- 11 20,6 20,7 25,1 25,4
cas. Además, por término medio, los niños pasan 11,5 20,9 21,2 25,6 26,1
dos horas al día viendo la televisión y otra hora 12 21,2 21,7 26,0 26,7
12.5 21,6 22,1 26,4 27.2
más en Internet y con videojuegos (Amigo, Busto,
13 21,9 22,6 26,8 27,8
Pena, Fernández et al. 2016). Todo esto, junto con 13.5 22,3 23 27,2 28,2
la proliferación de las redes sociales en Internet, es- 14 22,6 23,3 27,6 28,6
tá ayudando a fomentar y consolidar el sedentaris- 14.5 23 23,7 28 28,9
15 23,3 23,9 28,3 29,1
mo en la infancia. 15.5 23,6 24,2 28,6 29,3
16 23,9 24,4 28,9 29,4
2. CAUSAS DE LA OBESIDAD INFANTIL 16.5 24,2 24,5 29,1 29,6
El sobrepeso infantil, tal y como quedó dicho, es 17 24,5 24,7 29,4 29,7
17.5 24,7 24,8 29,7 29,8
el resultado de un estilo de vida obesogénico. Esto 18 25 25 30 30
significa que el IMC es reflejo de un modo de vida.
Es por ello que, en este capítulo, se describirán
aquellos hábitos que configuran la forma de vivir TABLA 3
GASTO CALÓRICO DIARIO ENTRE LOS 3 Y 18 AÑOS EN LAS NIÑAS
que se relaciona con un peso elevado.
EN FUNCIÓN DE SU ACTIVIDAD FÍSICA
(SUITOR Y GLEASONU, 2002; DIETARY REFERENCE INTAKE, 2002)
2.1. El número de horas delante del televisor
EDAD PESO DE TALLA DE NIÑA NIÑA POCO NIÑA NIÑA MUY
Tanto los niños como los adultos que pasan más
(AÑOS) REFERENCIA REFERENCIA SEDENTARIO ACTIVO ACTIVO ACTIVO
horas delante del televisor tienen, en general, un (KG) (CMS) (KCAL/DÍA) (KCAL/DÍA) (KCAL/DÍA) (KCAL/DÍA)
IMC más alto y una mayor probabilidad de tener
sobrepeso u obesidad (Dietz y Gortmaker, 1985; 3 13,9 94 1080 1243 1395 1649
4 15,8 101 1133 1310 1475 1750
Falbe, Rosner, Willett et al., 2013). Existen al me-
5 17,9 108 1189 1379 1557 1854
nos dos razones fundamentales que explican este 6 20,2 115 1247 1451 1642 1961
fenómeno. Por una parte, los niños que pasan de- 7 22,8 121 1298 1515 1719 2058
lante más tiempo delante de la televisión muestran 8 25,6 128 1360 1593 1810 2173
9 29,0 133 1415 1660 1890 2273
una alimentación menos saludable: Comen menos
10 32,9 138 1470 1729 1972 2376
fruta y verdura, toman más bebidas azucaradas y 11 37,2 144 1538 1813 2071 2500
snacks repletos de calorías, además de saltarse con 12 41,6 151 1617 1909 2183 2640

mayor frecuencia el desayuno (Vereecken, Todd, 13 45,8 157 1648 1992 2281 2762
14 49,4 160 1718 2036 2334 2831
Roberts et al., 2006; Amigo et al. 2016). Por otro la-
15 52,0 162 1731 2057 2362 2870
do, son estos niños precisamente los que menos se 16 53,9 163 1729 2059 2368 2883
comprometen en una actividad física cotidiana (Ko- 17 55,1 163 1710 2042 2353 2871

ezuka, Koo, Allison, et al., 2006). 18 56,2 163 1690 2024 2336 2858

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Pero es que además de lo expuesto, no se debe olvidar que comer y sentarse delante de la tele son conductas que
tienden a fortalecerse mutuamente. Si el niño se acostumbra a comer delante de la televisión, el hecho de estar delan-
te de ella llega a ser agradable, incluso, en los momentos en que el programa es aburrido o carente de interés, porque
en esos momentos disfruta de los alimentos. Parece que la relación entre consumo de televisión y sobrepeso mantiene
una relación dosis respuesta y que disponer de TV en la habitación predice el sobrepeso infantil (Cameron, van Stra-
len, Brug, et al. 2013).

Recomendaciones
Por todo ello, se debe enseñar a los niños a comer en un lugar sin grandes distracciones y, obviamente, sin televisor.
La comida ha de ser una actividad cotidiana y regular en la que aprendan a discriminar claramente estos dos elemen-
tos, y eso pasa casi necesariamente por el hecho de que alimentarse sea un acto que tenga valor por sí mismo y que
se realice en un lugar específico en el que no haya televisor o esté permanezca apagado. Aprovechar para charlar con
ellos sobre lo acontecido a lo largo del día puede ser una buena alternativa que facilite el control estímulos. Cuando
se adquiere este hábito se ha ganado mucho, porque el niño habrá aprendido a discriminar ambas actividades, de for-
ma que ver la tele no le provocará con tanta probabilidad ganas de comer ni comer será la ocasión para sentarse de-
lante de la tele.

2.2. Un número de horas de sueño insuficiente


Cada vez se acumulan más datos que ponen de manifiesto la relación entre la falta de sueño y el sobrepeso o la obe-
sidad. Por un lado se ha observado que los niños de entre 5 y 10 años que duermen menos horas muestran un IMC
más alto que los niños que duermen más, entre 10 y 12 horas . Además, los chicos que duermen menos tienen una
cintura significativamente mayor (Chaput, Lambert,Gray-Donald el al. 2011). También se ha observado que hay una
relación dosis-respuesta entre las horas de sueño y el IMC infantil y que esa dicha relación se mantiene entre la hora
de irse a la cama y el IMC pero no con la hora de despertarse (Cameron et al., 2013).
La investigación experimental ha puesto de manifiesto que la falta de sueño inducida en jóvenes voluntarios provoca
una alteración en dos hormonas fundamentales relacionadas con la ingesta: la leptina que informa al cerebro de la sa-
ciedad y la grelina que estimula la sensación de apetito. Las personas sometidas a deprivación de sueño tienen más
apetito y más dificultades para sentirse saciados. Además, el deseo de alimentos es, específicamente, de dulces y ga-
lletas, patatas fritas o comidas saladas, mientras que el deseo de frutas o verduras apenas aumenta (Leproult y Van
Cauter, 2010).

TABLA 4 Pero otra parte, también cabría preguntarse cuál


GASTO CALÓRICO DIARIO ENTRE LOS 3 Y 18 AÑOS EN LOS NIÑOS es la razón de que los niños duerman poco. Los re-
EN FUNCIÓN DE SU ACTIVIDAD FÍSICA (SUITOR Y GLEASONU, 2002; sultados ya señalados indican que hay una relación
DIETARY REFERENCE INTAKE)
entre la hora de acostarse y un IMC elevado. Pero
EDAD PESO DE TALLA DE NIÑO NIÑO POCO NIÑO NIÑO MUY algunos datos indican también que las horas que se
(AÑOS) REFERENCIA REFERENCIA SEDENTARIO ACTIVO ACTIVO ACTIVO
le quitan al sueño se emplean en ver la televisión o
(KG) (CMS) (KCAL/DÍA) (KCAL/DÍA) (KCAL/DÍA) (KCAL/DÍA)
Internet. Esto significa, tal y como se ha podido
3 14,3 95 1162 1324 1485 1683 mostrar a través del modelo de ecuaciones estruc-
4 16,2 102 1215 1390 1566 1783
turales, que la falta de sueño se asocia con el incre-
5 18,4 109 1275 1466 1658 1894
6 20,7 115 1328 1535 1742 1997
mento del IMC, particularmente en los niños que
7 23,1 122 1393 1617 1840 2115 ven la televisión o están delante del ordenador has-
8 25,6 128 1453 1692 1931 2225 ta muy tarde (Amigo, Pena, Errasti et al., Busto,
9 28,6 134 1530 1787 2043 2359
10 31,9 139 1601 1875 2149 2486
2016). No es de extrañar, entonces, que el incre-
11 35,9 144 1691 1985 2279 2640 mento de peso de la población en general y de los
12 40,5 149 1798 2113 2428 2817 jóvenes en particular durante las últimas décadas
13 45,6 156 1935 2276 2618 3038
haya corrido en paralelo a un descenso generaliza-
14 51 164 2090 2459 2829 3283
15 56,3 170 2223 2618 3013 3499 do de las horas de sueño. Así por ejemplo en Espa-
16 60,9 174 2320 2736 3152 3663 ña se duerme cuarenta minutos menos de media
17 64,6 175 2366 2796 3263 3754
que en el resto de Europa y el 60% de los jóvenes
18 67,2 176 2383 2823 3326 3804
duermen una o dos horas menos de las recomenda-

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das para su edad. El cambio en relación al sueño es tan importante que en algunos estados de Norteamérica las es-
cuelas han retrasado el inicio de las clases para paliar la falta de sueño de muchos de sus alumnos.

Recomendaciones
Por todo ello, una norma frecuentemente ignorada que ayuda a mantenerse dentro de un peso normal es conseguir
un hábito de sueño suficiente que pasa, inexcusablemente, por la regularidad a la hora de meterse en la cama y apa-
gar la luz. La hora de acostarse debe garantizar que el niño duerma en torno a unas diez horas en función de su edad.
Para ello, puede ser de gran utilidad establecer una rutina ligada a un estímulo temporal horario, que se establecerá
en función de la hora que tiene que levantarse el niño. No es adecuado permitir que sea el final del programa de tele-
visión que está viendo o el uso de Internet el que marque la hora de dormir. En este sentido, sería bueno que el televi-
sor e, incluso, el ordenador se instalasen en un lugar común de la casa. Por supuesto el móvil debería quedar fuera de
la habitación a la hora de dormir.

2.3. Saltarse el desayuno


Entre los cambios en los hábitos alimentarios que se han producido en las tres últimas décadas se encuentra la ten-
dencia a suprimir una de las comidas fundamentales del día, el desayuno. Muchos niños salen de casa sin desayunar
y en consonancia con esta práctica el sobrepeso infantil no ha dejado de crecer. En concreto, se estima que en la ac-
tualidad en torno a un 10% de los niños no desayuna y otros muchos no lo hacen correctamente, ya que no consu-
men lácteos, cereales o fruta (Fernández San Juan, 2006).
Este hecho tiene una enorme importancia en relación a la evolución del peso y así, se ha demostrado que los adoles-
centes que no desayunan regularmente tienen mayores probabilidades de padecer algún grado de sobrepeso que sus
compañeros que así lo hacen (Dupuy, Godeau, Vignes et al., 2011). En principio este dato puede parecer contradicto-
rio, ya que se podría suponer que la supresión de una comida fundamental en la que se pueden llegar a consumir has-
ta un 20% de las calorías totales del día, supone un ejercicio de restricción que favoreciese el mantenimiento de un
peso. Sin embargo, ocurre precisamente lo contrario. En general, se ha observado que cuantas menos comidas regula-
res toman los niños más se incrementa el consumo de snack y otros alimentos calóricos entre horas (Nuvoli, 2015)
Aunque cuando al inicio del día no se tenga sensación de apetito o debilidad, a pesar de no haber desayunado, a las
dos o tres horas esas sensaciones aparecerán cada vez con más fuerza lo que impulsará a comer, no sin cierta voracidad,
un alimento alternativo al desayuno. Lo que se encuentra habitualmente disponible a esta hora de la mañana suelen ser
productos de bollería industrial, ricos en grasas y azúcares, que contienen más calorías que un desayuno normal. Ahora
bien, de nuevo ocurre que la relación entre la evitación del desayuno y el sobrepeso esta mediada por otro elemento im-
portante, el sedentarismo. Un estudio utilizando el modelo de ecuaciones estructurales ha revelado que dicha relación es
específicamente significativa en los niños sedentarios cuyo nivel de actividad física es bajo (Albertson, Franko, Thompson
et al., 2007). Es decir, la probabilidad de que los niños que no desayunan regularmente tengan sobrepeso es particular-
mente alta en aquellos que, además, son sedentarios. Estos datos refuerzan la necesidad de entender el sobrepeso infantil
como resultado de una interacción entre hábitos que se potencian o debilitan entre sí.
Pero quizás otro efecto más sutil de la tendencia a no desayunar tiene que ver con el condicionamiento del gusto.
Un experimento típico con animales de laboratorio lo ilustra claramente (Sclafan y Nissenbaum, 1988). A un grupo de
animales se les da de beber agua con dos sabores distintos, uno a fresa y otro a limón. Cuando los animales beben el
agua con sabor a limón se les administra directamente en el estómago a través de un mecanismo quirúrgico una sus-
tancia nutritiva que les sacia el hambre. Posteriormente, se les deja beber libremente y se observa una marcada ten-
dencia en ellos a beber el agua con sabor a limón. Esto demuestra efectivamente que tendemos a preferir los sabores
que nos han servido para saciar el hambre o la sed. Trabajos experimentales en el laboratorio han demostrado que el
gusto infantil puede ser condicionado hacia los sabores que se asocian con alimentos de alto contenido en grasa fren-
te a sabores asociados a alimentos de baja contenido en grasa (Kern, McPhee, Fisher et al., 1993). Si extrapolamos es-
te hecho a lo que está ocurriendo con esos niños que no desayunan en casa pero que sacian su hambre a media
mañana con productos de pastelería industrial ricos en grasas y azúcares, nos encontraremos que en estos niños se es-
tá condicionando el gusto por los alimentos ricos en este tipo de nutrientes que son, precisamente, los más ricos en
calorías y que más contribuyen a ganar peso.

Recomendaciones
Por todo ello habrá de tenerse en cuenta que saltarse cualquier comida, lejos de ayudar a controlar el peso como
pudiera parecer, suele terminar asociándose a un incremento del mismo. Esto es especialmente cierto si nos referimos

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al desayuno. Establecer este hábito requiere llevar una vida ordenada en otros aspectos. Los niños tendrán que levan-
tarse con el tiempo suficiente para prepararse para ir al colegio y tener diez o quince minutos para desayunar. Esto
significa que si hay que despertarse algo más temprano, también deberían irse a dormir un poco antes.

2.4. Falta de actividad física


El ocio sedentario basado en la TV, ordenador y videojuegos mantiene, como ya se comentó, una relación directa
con el sobrepeso infantil. Y éste también mantiene una relación inversa con el nivel de actividad física, por lo que po-
tenciar el ejercicio físico es un excelente medio de control del peso a cualquier edad.
Ahora bien el efecto del ejercicio sobre el peso no es tan evidente como pudiera parecer. Los datos indican que si
bien el ejercicio per se no es suficiente para perder peso, resulta fundamental para prevenir su ganancia (Gordon-Lar-
sen, Hou, Sidney et al., 2009). La ganancia de peso es un proceso gradual durante el cual, a lo largo de los años, se va
consolidando el desequilibrio entre la energía que se consume y la que se gasta. Fruto de ello y, a cualquier edad, se
inicia una ganancia de kilos que puede conducir desde el más ligero sobrepeso a la obesidad más llamativa. Incorpo-
rar en la vida diaria cierta dosis de ejercicio físico es utilizar la primera barrera natural de que dispone el organismo
para mantenerse dentro del llamado normopeso. La actividad física moderada amortigua el apetito, y sirve también
para controlar los estados emocionales como la ansiedad, el aburrimiento o el desánimo que pueden conducir al con-
sumo de chucherías u otros alimentos muy calóricos especialmente rico en grasas y azúcares (Blundell, Stubbs, Hug-
hes King et al., 2003; Annesi y Unruh, 2008).
Es importante subrayar que cuando hablamos de actividad física infantil no nos referimos en absoluto al deporte de
competición al estilo que se práctica mayoritariamente en el ámbito escolar o federado. Es más, la promoción tan insis-
tente del deporte de competición, -aun siendo éste necesario por la función social que cumple-, suele crear una amplísi-
ma bolsa de niños que se sienten emocionalmente alejados de la práctica regular de la actividad física, justamente por la
frustración que produce no poder alcanzar los altos requisitos propios de ese tipo de deporte. La insistencia en la activi-
dad física de competición, unida a la falta de habilidades deportivas o su mal aprendizaje, ayuda a que muchos niños se
aparten de todo tipo de actividad física y se acerquen a otras actividades sedentarias de las que no salen derrotados, sim-
patizando y uniéndose a otros niños que tampoco alcanzan las metas de sus compañeros deportistas.
El deporte de competición no debe ser el único modelo de ejercicio para los niños. Tanto los padres como los profe-
sionales de la educación física deberían velar para que todos los niños realicen juegos y actividades físicas recreati-
vas, con un sentido lúdico. Este tipo de actividad hace que el ejercicio físico cobre sentido por sí mismo y consigue
que los niños tengan una ocasión idónea para cooperar en un juego y practicar ciertas habilidades dentro de unas re-
glas predefinidas.

FIGURA 1 Recomendaciones
PIRÁMIDE DE ACTIVIDAD FÍSICA. TOMADA DE PIRAMIDE.GIF Por todo ello, con vistas a mantener la motivación
en los programas de actividad física dentro de la es-
cuela, sería muy importante que los niños no fue-
sen valorados exclusivamente en función de su
posición en la clase o por su marca respecto a
otros. Esto, como se ha expuesto, suele llevar a que
aquéllos que están situados en las últimas posicio-
nes traten de evitar este tipo de actividad. Frente a
esto, los niños deberían ser valorados también en
función de su progresión individual y obtener reco-
nocimiento cuando mejoran su rendimiento perso-
nal en una u otra actividad al margen de cuál haya
sido el rendimiento de los demás, tal y como desde
la Teoría de Orientación de Metas recogen Duda
(1992) y García-Mas y Gimeno (2008).
En la figura 1 se recogen dentro de la pirámide de
la actividad física las actividades diarias y semana-
les recomendadas para los niños.

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2.5. Comer solo y abusar de las chucherías


Comer ha sido siempre y en todas las culturas un acto social. Tan sólo en las últimas décadas y dentro del marco de
la cultura occidental muchas personas de todas las edades comen solas. Este hecho es muy relevante en términos nu-
tricionales, ya que se ha observado que comer sin compañía se traduce en comer más rápido, peor y de un modo me-
nos saludable, tendencia que se vuelve más acusada en el caso de los hombres que entre las mujeres (Keller, 2005).
Por razones laborales de los padres, este fenómeno también se ha empezado a extender a los niños y los adolescen-
tes. En concreto, se ha constatado que los niños que no cenan regularmente en familia comen más chucherías, más
comida rápida y muestran una alimentación más desequilibrada nutricionalmente que los niños que comen de mane-
ra regular con su familia (Haapalahti et al. 2003). Aproximadamente la mitad de los niños de 9 años siempre cena con
su familia mientras que ese porcentaje se reduce a un tercio a la edad de 14 años. Cenar con la familia se ha asociado
a patrones de ingesta más saludables, incluyendo un mayor consumo de fruta y vegetales, menos consumo de bebidas
azucaradas y grasas trans y más fibra (Gillman, Rifas-Shiman, Frazier et al., 2000).
Estrechamente vinculado con el hecho de comer solo se encuentra la tendencia a comer únicamente lo que al niño
le guste. Obviamente, cuando se comparte mesa hay que ajustarse al gusto de la mayoría y aprender a degustar ali-
mentos (como la verdura o el pescado) que no suelen ser de primera elección en muchos niños. De este modo, sa-
ciando el hambre con todo tipo de alimentos se adquiere el gusto por los mismos. Cuando los niños comen en el
colegio y no tienen más opciones que las del menú que se les ofrece, su consumo de frutas y verduras es significativa-
mente mayor que cuando tienen otras opciones (maquinas expendedoras y cafetería) donde están disponibles otros ti-
pos de alimentos (Cullen, Eagan, Baranowski et al., 2000).
Asimismo, no se debe olvidar que los alimentos preparados suelen tener potenciadores del sabor que, en una etapa
de la vida en la que se esta formando el sentido del gusto por los alimentos, va a ejercer una notable influencia sobre
las preferencias alimentarias de las personas a lo largo de su vida. Esos sabores intensificados son mucho más atracti-
vos para los niños y adolescentes que otros alimentos más adecuados. El estudio de la evolución del consumo de ali-
mentos a largo de esta últimas décadas ha puesto de manifiesto que la cantidad de snacks salados y bebidas
azucaradas consumidos por los niños se ha elevado dramáticamente (Nicklas et al. 2004). A ello habría que añadir
una cierta preferencia innata del ser humano por los alimentos dulces y salados (Birch y Fisher, 1998).
Por otra parte, también forma parte del comportamiento habitual de los niños, el consumo de golosinas. En torno a
un 25% de ellos las consumen a diario (Haapalahti et al. 2003). Esto puede tener más influencia de lo que podemos
pensar sobre el condicionamiento del sabor, ya que, si se sacia parcialmente el apetito antes de sentarse a la mesa,
pocos son los alimentos realmente nutritivos y necesarios que le llegarán a gustar. Para evitar esto, es imprescindible
que el picoteo entre horas sea una excepción bastante excepcional y que lo habitual sea respetar un horario pautado
de comidas. De este modo, estamos educando un paladar hacia los alimentos esenciales, además de prevenir la prefe-
rencia por otros, generalmente ricos en grasas y azúcares (Amigo y Errasti, 2006).

Recomendaciones
Debido a la ocupación laboral de sus padres muchos chicos tienen que realizar alguna de las comidas principales
solos, lo cual tiene consecuencias tanto sobre la calidad de lo que se come, como sobre el modo de comer. Intentar
comer en familia en la medida en que las posibilidades laborales, escolares o de cualquier otro tipo lo permitan, es la
mejor manera de paliar este problema. Respecto a las chucherías, es obvio que no se trata de eliminarlas o prohibir-
las. Se trata de nuevo de enseñar a los niños que no es necesario consumirlas a diario. Que tienen su momento y su
lugar. Por ejemplo, algún día a la semana después del colegio o de alguna actividad extraescolar.

2.6. Comer par aliviar el aburrimiento y el malestar emocional


Los estados emocionales tienen un efecto muy importante sobre la ingesta de alimentos. La mayor parte de las perso-
nas cuando están bajo el efecto de estados tales como ansiedad, depresión o, incluso el aburrimiento, tienden a co-
mer más y, a veces, descontroladamente. Si ese comportamiento se transforma en un hábito puede contribuir de un
modo importante al incremento de peso (Polivy, Herman, y McFarlane, 1994). Los alimentos, especialmente los ricos
en calorías, grasas, azúcares se hacen así más reforzantes, al reducir la actividad del eje hipotalámico-hipofisario-su-
prarrenal activado ante una situación de estrés crónico. Es decir, se hacen más deseables porque después de su inges-
ta las personas consiguen un alivio de la tensión emocional y del estado de ánimo, aunque sea a muy corto plazo.
Una de los alimentos más característicos que provoca este efecto es el chocolate.

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El recurrir a la ingesta como modo de manejo del malestar emocional sitúa a la persona dentro de un círculo vicioso
del que luego resulta difícil escapar. La ingesta alimentaria puede ser una respuesta exitosa de afrontamiento emocio-
nal a corto plazo. Sin embargo, a largo plazo, puede llegar a convertirse en un hábito disfuncional para el control de
los estados disfóricos que facilite la ganancia de peso a largo plazo (Polivy y Herman, 1989).
En general, las investigaciones que han establecido la relación entre la alteración de los estados emocionales y el
consumo de alimentos se han realizado con adultos, sin embargo, hay datos que señalan que los niños que manifies-
tan problemas psicopatológicos y de ansiedad muestran también problemas en la alimentación (Esparo, Canals, Jane
et al., 2004; Amigo, Busto, Pena et al. 2014).

Recomendaciones
Es importante educar a los niños para que aprendan a superar los momentos de aburrimiento de la vida sin recurrir
de manera continuada a cualquier forma de consumo, especialmente, el consumo de alimentos de gran contenido ca-
lórico. Presentarse como un modelo que sabe aceptar el aburrimiento como algo natural de la vida, pero sobre todo
que sabe salir de él a través de un ocio activo, es una buena forma de facilitar que nuestros hijos adquieran ese mismo
autocontrol y eviten convertir el alimento en una fuente de alivio del tedio. Del mismo modo, intentar controlar las
emociones con la comida favorece la obesidad y, muy especialmente, no resuelve las causas de los problemas que
nos están provocando la ansiedad o la tristeza. Una escucha atenta y comprensiva de las emociones de los chicos, y
el aprendizaje de estrategias de solución de los problemas que afectan a nuestras emociones, son algunas de las pau-
tas educativas generales que pueden ayudar a evitar un consumo desordenado de alimentos altamente calóricos.

2.7. Las dietas hipocalóricas


A pesar de las excelentes posibilidades nutricionales de las que se disponen en la actualidad, la dieta del mundo oc-
cidental se caracteriza por ser desequilibrada y excesivamente calórica. En general, los niños toman más cantidad de
alimentos de la que precisan y su alimentación es rica en grasas, azúcares sencillos y en consecuencia en calorías,
con un predominio de la carne, los precocinados, los dulces y un consumo insuficiente de verduras, legumbres, frutas
y pescado. A todo ello, habría que sumar la disponibilidad económica de muchos niños para adquirir chucherías que
en muchos casos llegan a consumirse a diario. Bollería industrial, golosinas, snacks, bebidas azucaradas son, en mu-
chos casos, calorías que se les denomina “vacías” por que no son esenciales para el desarrollo del organismo y facili-
tan enormemente la ganancia de peso. (Haapalahti et al., 2003).
En principio, se podría pensar que el problema de la obesidad infantil sería abordable mediante el uso temprano de
dietas bajas en calorías que restrinjan el consumo de calorías y ayuden a la normalización del peso. Sin embargo, este
tipo de intervención está lejos de ser una solución efectiva, y puede traer consecuencias más problemáticas de las que
trata de resolver.

¿Sirven las dietas para perder peso?


Todos los tipos de dietas hipocalóricas, aun cuando parten de principios diferentes en cuanto a la cantidad y al tipo
de alimentos que permiten consumir, provocan una cierta pérdida de peso mientras se siguen estrictamente. Esa pér-
dida de peso que se consigue es muy similar con cualquier de ellas, es decir, ninguna funciona mejor que otra. De
hecho, todas las dietas hipocalóricas conducen de distintos modos (reduciendo el consumo de los hidratos de carbo-
no, reduciendo el consumo de grasas y proteínas, evitando las combinaciones de alimentos, etcétera) a una reducción
en el consumo total de calorías, que es lo que explica su efecto. Sin embargo, y esto es lo más importante para rese-
ñar aquí, es que una vez que se abandonan, la vuelta al peso inicial es inevitable a corto o medio plazo (Dansinger,
Gleason, Griffith et al. 2005; Amigo et al 2009).

¿Pueden afectar las dietas al crecimiento de los niños?


Conviene no olvidar que, a diferencia de lo que ocurre en la edad adulta, una parte considerable de la energía que
los jóvenes obtienen mediante su alimentación se destina a producir su crecimiento corporal. Cualquier dieta que se
siga durante la infancia y la adolescencia reducirá esos nutrientes y esas calorías que los niños emplean para crecer.
Se podría pensar, por tanto, que la limitación a los chicos de lo que pueden comer podría tener como consecuencia
directa una limitación en su crecimiento. Pues bien, los datos que conocemos hoy a este respecto parecen indicar que
durante el tiempo que se realiza la dieta los niños y los adolescentes reducen significativamente el ritmo de creci-

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miento de su estatura. Además, también se reduce el ritmo de crecimiento de su masa muscular en relación a los ni-
ños que no se someten a dieta.
Sin embargo, estas ralentizaciones del desarrollo físico muscular y la estatura no parecen dejar huellas irreversibles o
definitivas. Al final de su etapa de crecimiento, los niños que han sido sometidos a dieta a lo largo de su infancia o
pubertad muestran el nivel de desarrollo esperado en función del sexo, la edad, la altura que alcanzaron en la infan-
cia o la altura de sus padres (Epstein, Myers, Raynor et al., 1998).

¿Pueden ganar más peso los niños haciendo dietas?


Uno de los efectos secundarios que menos se comentan en relación a las dietas tiene que ver con la posibilidad de
que a su término el joven recupere más peso del que de hecho perdió durante el cumplimiento del régimen, provo-
cándose así que el niño o el adolescente, al volver a su forma habitual de comer, termine pesando más de lo que pe-
saba en el momento en el que comenzó la dieta hipocalórica. Esta consecuencia fue descrita ya hace muchos años en
una investigación muy interesante sobre los efectos de una dieta que se acercaba al ayuno.
También se ha observado, entre las adolescentes, cómo aquellas chicas que se someten con frecuencia a dietas sue-
len acabar pesando más que aquéllas otras que, con un mismo peso al principio, han mantenido una alimentación re-
gular durante esos años. Cuando se ha seguido estrechamente los comportamientos alimentarios de las jóvenes a lo
largo de un periodo de tres años, desde los 14 a los 17 años, se ha constatado que aquéllas que hacen esfuerzos extre-
mos para no ganar peso a través de dietas severas, consumo de laxantes, supresores del apetito e, incluso, forzando el
vómito, son las que más posibilidades tienen de tener sobrepeso.
Anecdóticamente, también se ha observado algo similar en algunos niños. Cuando se les impone una dieta, los ali-
mentos comienzan a desearse de una forma mucho más intensa de como se hacía antes de su prohibición. Si el niño
vive el régimen como un elemento más de una autoridad de la que quisiera librarse, no es extraño que se las ingenie
para terminar consumiendo una mayor cantidad de la que consumía habitualmente y llegue a ganar peso estando a
dieta.

¿Pueden llevar las dietas a los atracones?


Muy relacionado con lo anterior se encuentran los atracones. Por “atracón” se entiende el consumo muy rápido de
una gran cantidad de alimentos, sin tiempo para degustarlos, y teniendo presente la persona la sensación de que no
puede parar de comer y de que ha perdido el control. Cuando se ha estudiado la amplitud de este problema entre las
jóvenes se ha observado que alrededor de un 10% de las chicas que tienen un peso normal y alrededor de un 20% de
las chicas que tienen algún grado de sobrepeso se dan atracones al menos una vez por semana. Sin embargo, lo más
llamativo de estos datos es que las chicas que más sufren este problema son las que suelen ponerse a dieta con fre-
cuencia, son las más sedentarias y las que muestran niveles más elevados de depresión.

3. UNA ALIMENTACIÓN ADECUADA


Adaptarse a una alimentación no demasiado calórica y que contenga la proporción de nutrientes adecuada para fa-
cilitar el control del peso, supone establecer una alimentación variada y saludable que debe incorporarse al estilo nu-
tricional de toda la familia y en el que ningún alimento quede prohibido. Se podrá moderar su cantidad pero nunca
eliminarlo totalmente de nuestra dieta, ya que eso sólo contribuiría a fortalecer el llamado efecto “manzana prohibi-
da” en virtud del cual lo prohibido adquiere un valor añadido.
Los ingredientes que caracterizan la alimentación más saludable y que se asocia con el control más efectivo del peso
son conocidos desde hace muchas décadas. De los tres nutrientes básicos que se encuentran en los alimentos, al me-
nos el 50%-55% de las calorías que se consuman deben provenir de los hidratos de carbono; alrededor del 30% de-
ben proceder de las grasas (preferentemente grasas insaturadas, como el aceite de oliva o el pescado azul) y entre el
15%-20% restante de las calorías se deben consumir en forma de proteínas (Grande Covián, 1988).
Esta distribución de los porcentajes suele chocar con la creencia firmemente establecida de que los alimentos que
engordan son aquellos ricos en hidratos de carbono. Nada más lejos de la realidad. Para deshacer este malentendido
es necesario realizar la siguiente precisión. Los hidratos de carbono o carbohidratos se dividen en: monosacáridos co-
mo son la glucosa o la fructosa que se encuentran respectivamente en la miel y en la fruta; los disacáridos como son
el azúcar doméstico o la lactosa y, finalmente, los polisacáridos que se encuentran en las legumbres, cereales, arroz,
pasta, patatas y en menor medida en las verduras. Los monosacáridos y disacáridos son los que se conocen como hi-

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dratos de carbono simples o carbohidratos de cadena corta. Los polisacáridos son los que se conocen como hidratos
de carbono complejos o carbohidratos de cadena larga.
El cuerpo asimila de un modo muy diferente cada uno de los distintos tipos de carbohidratos. Tanto los monosacári-
dos como disacáridos (p. e. fructosa o azúcar) no tienen que ser descompuestos para ser asimilados por el organismo
y su aportación energética es inmediata. Esta asimilación instantánea conduce a una elevación del azúcar en sangre
(glucemia) lo que provoca la liberación simultánea de insulina. La insulina contrarresta la subida de azúcar en sangre
apareciendo de nuevo la sensación de hambre. Este mecanismo es el que posiblemente explique que el consumo ex-
cesivo de refrescos edulcorados altere el sistema metabólico propiciando la aparición del sobrepeso. Y, en particular
el sobrepeso infantil, ya que son los niños los consumidores preferentes de este tipo de bebidas.
Sin embargo, cuando las calorías provienen de los hidratos complejos (p.e. legumbres, arroz, cereales, pasta o ver-
duras), el nivel de glucemia sube más lentamente, permanece más tiempo constante y cae poco a poco. Esto hace que
la sensación de hambre tarde más tiempo en aparecer. Este tipo de hidratos tarda más tiempo en absorberse y su efec-
to saciante es más prolongado. Por lo tanto, mientras el consumo de azúcares debe hacerse con moderación, los hi-
dratos complejos deben estar en la base de la pirámide de la alimentación. De hecho, las personas que consumen la
proporción más baja de hidratos de carbono com-
TABLA 5 plejos en su dieta tienen una probabilidad cuatro
NUTRIENTES Y ALIMENTOS DE UNA DIETA SALUDABLE veces mayor de ser obesos que las personas que
consumen en su dieta una proporción más alta de
Distribución óptima de los nutrientes de una dieta óptima
Hidratos de Carbono 55% este tipo de hidratos de carbono. En un estudio de-
Grasas 30% nominado CARMEN (manejo de la tasa de carbohi-
Proteínas 15%
dratos en las dietas nacionales europeas) se puso a
Distribución óptima de las clases de alimentos de una dieta óptima prueba el efecto de modificar el porcentaje de nu-
Frutas y verduras 1/3 de las calorías totales consumidas trientes en la dieta sin alterar significativamente la
Legumbres, arroz, cereales, pasta o pan 1/3 de las calorías totales consumidas
Carne, pescado, lácteos y aceite de oliva 1/3 de las calorías totales consumidas
cantidad de alimentos. Para ello se redujo de un
40% a un 30% el porcentaje de grasas que consu-
mía un grupo de personas, sustituyendo ese 10%
FIGURA 2
por hidratos de carbono complejos. El resultado fue
PIRÁMIDE ALIMENTARIA. SOCIEDAD ESPAÑOLA DE que estas personas perdieron 2 kg de media sin mo-
NUTRICIÓN COMUNITARIA dificar sustancialmente la cantidad de alimentos
que ingerían. Por el contrario, el grupo control, al
que no se modificó su alimentación, no mostró
cambio alguno en su peso.
La alimentación saludable es, por lo tanto, un
ejercicio de variedad proporcionada. Para conse-
guir respetar la proporción de un 55% de hidratos
de carbono, 30% de grasas y 15% de proteínas,
bastaría ajustarse a los que podríamos denominar la
regla de un 1/3 que proponen las agencias naciona-
les de alimentación (véase tabla 5). Según esta re-
gla, del total de calorías que consumimos a diario
1/3 deben provenir de diferentes tipos de fruta y
verdura, otro 1/3 de alimentos como las legumbres,
el arroz, los cereales, el pan, las patatas cocidas o
la pasta y un 1/3 restante de la carne o el pescado y
productos lácteos (Health Education Authority,
1994).
La alimentación hay que distribuirla en cinco oca-
siones al día. Esto puede chocar con los hábitos de
muchas personas que han basado todos sus esfuer-
zos para controlar su peso en restringir su alimenta-
ción, llegando a saltarse algunas comidas para

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evitar la ganancia de peso. Tal y como hemos ya señalado, nada más ineficaz para perder peso que la restricción ali-
mentaria que incluso puede llevar a ganar algunos kilos.
La distribución de la alimentación en al menos cinco momentos distintos al día (desayuno , media mañana, comida,
merienda y cena) es una estrategia muy útil, ya que facilita enormemente el control de las sensaciones de hambre y,
por lo tanto, hace menos probable el descontrol y la voracidad al sentarse en la mesa.
La llamada pirámide alimentaria, figura 2, que ordena los alimentos en función de su frecuencia óptima para su con-
sumo diario.
El agua debe ser la bebida de referencia para el control del peso y promoción de la salud, ya que garantiza la hidra-
tación sin aporte calórico alguno. En este sentido, se debe tener una especial prevención con todas las bebidas endul-
zadas con fructosa tales como los refrescos, las colas o los zumos envasados. Cuando se ingieren de modo regular,
llevan a producir una alteración en el metabolismo que se traduce en una reducción de la capacidad para sentirse sa-
ciado y, por lo tanto, en la tendencia a comer más. De ahí que su consumo pueda contribuir directamente al incre-
mento de la obesidad infantil. La fructosa también se encuentra en la fruta, sin embargo, cuando se consume
directamente a través de este tipo de alimentos sólidos resulta muy beneficiosa porque se ingiere en menor cantidad y
contiene una gran cantidad de fibra que, en este caso, sí favorece la saciedad.
De un modo muy concreto, hoy se habla del llamado plato saludable infantil en el que se combinan los alimentos
que deben estar presentes en las comidas diarias de los niños. En él, la mitad de la ración deben ser verduras, legum-
bres y frutas. El agua es la bebida de referencia. Alrededor de un cuarto del plato será ocupado por cereales y el res-
tante por carne o pescado o huevos y lácteos.
Siguiendo esta propuesta y en función de la diferencia entre el gasto energético total y el número de calorías que se
ingieran, se puede empezar una perdida lenta y gradual de peso que se estabilizará en un determinado momento. El
mantenimiento de esa pérdida, al margen de lo pronunciada que sea, es el mejor indicador de que en el futuro se se-
guirá perdiendo peso y no tendría que recuperarse.

4 ¿CÓMO SE PUEDEN ENSEÑAR BUENOS HÁBITOS?


Hemos presentado en el apartado anterior una re-
lación de los principales hábitos que se encuentran
en la base de los problemas de exceso de peso in-
fantil. Sobre muchos de ellos se puede intervenir
con objeto de modificarlos en favor de otros hábi-
tos más saludables. La tarea no siempre es fácil ni
sencilla, especialmente cuando se pretenden ins-
taurar hábitos y costumbres contrarios a los que se
proponen desde otros elementos de influencia tan
seductores como la televisión, el cine, el grupo de
amigos o la publicidad de la industria alimentaria.
Los mensajes saludables que los niños reciben en la
escuela o en su casa pueden quedar rebatidos, en
parte, por un capítulo de dibujos animados, las ri-
sas y el desprecio de algunos compañeros en clase,
o el modelo que supone algún personaje televisivo
altamente atractivo.
Mientras que décadas atrás todos los elementos
educativos, -padres, abuelos, escuela, medios de co-
municación, modelos sociales, etcétera-, apuntaban
en una misma dirección y se ayudaban mutuamente
en la tarea de conseguir jóvenes con determinados
hábitos, valores o costumbres, en la actualidad estas
fuentes de educación discrepan con frecuencia, y se
convierten en elementos que compiten contra los pa-
dres en vez de remar en su misma dirección.

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Sin embargo, el establecimiento de normas explicitas de comportamiento en casa en relación a los hábitos anterior-
mente descritos constituye el primer paso para ordenar la vida del niño. Sorprende, en muchos casos, como los niños
lejos de atosigarles las rutinas, una vez que las han aprendido, se adhieren a ellas con mucha facilidad. La ausencia
de reglas claras, por el contrario, lleva a la confusión, inquietud y malestar.

4.1. Establecimiento de normas


Los padres y los niños tienen puesta la vista en plazos temporales muy diferentes. Esta dialéctica de intereses no de-
be perderse nunca de vista. Con frecuencia los padres se encuentra en situaciones en donde deben elegir entre una
acción cómoda que provoca beneficios a corto plazo y perjuicios a largo plazo, y otra acción incómoda que proba-
blemente sea beneficiosa a medio o largo plazo aunque provoca molestias en el presente. Si el niño llora porque no
quiere comer, nada será más cómodo que dejarle u ofrecerle otra alternativa. Ese acto tiene beneficios a cortísimo
plazo para el adulto y para el niño. Asumir el desasosiego que provoca el conflicto inevitable entre padres e hijos en
relación a algunas normas de comportamiento que se han de establecer para facilitar la convivencia cotidiana en el
hogar y promover la salud y el bienestar de los niños a largo plazo, es un punto de partida esencial para llevar a cabo
con seguridad, firmeza e, incluso, serenidad todos los pequeños actos educativos cotidianos. De no hacerlo así y si se
cede ante los signos de malestar del niño, ante sus rabietas o su mal comportamiento, el niño también aprenderá a
controlar a sus padres y conseguir sus objetivos a corto plazo.
Tal y como se ha podido constatar en los apartados anteriores, el control del peso en la infancia requiere mantener
una serie de normas (véase tabla 7) que afectan a muchos ámbitos de la convivencia cotidiana y en los que si duda
surgirán un evidente conflicto de intereses entre padres, educadores y niños. A continuación, se describirán algunos
procesos de gran utilidad para facilitar el establecimiento y cumplimiento de esas normas.

4.2. Servir de modelo dando ejemplo


Especialmente en los primeros años de vida, antes de que llegue la adolescencia y el grupo de iguales comience a su-
poner la influencia más importante en la conducta de los jóvenes, los padres son la referencia más relevante para el niño.
Incluso, en ocasiones, determinan cuáles van a ser sus otras fuentes de influencia, en la medida que pueden determinar
el grupo de familias y amigos con los que se relacionan. Entre las varias escalas desde las que los padres ejercen la edu-
cación sobre sus hijos destaca especialmente la referida a la capacidad que tienen de convertirse en modelos. Los pa-
dres, sin ser muchas veces conscientes de ello, están enseñando comportamientos inadecuados a sus hijos sin darse
cuenta de que son ellos mismos los instructores.
TABLA 6 Así, por ejemplo, resultará difícil conseguir que
REGLAS PARA EL FOMENTO DEL NORMOPESO INFANTIL
los niños no asocien ver la televisión a comer chu-
4 El tiempo dedicado al ocio sedentario basado en la televisión, consolas o Internet, no cherías si los padres acostumbran a comer chuche-
debe exceder, como máximo, de dos horas diarias. rías viendo la televisión. Si los padres picotean
4 Marcar una hora límite para irse a la cama y no esperar a acabar tal o cual programa entre horas se podrá predecir con gran probabili-
de televisión o de charlar con un amigo a través de Internet. Ese horario deberá per-
dad de acierto que también lo harán los hijos. Si los
mitir al niño dormir al menos diez horas diarias y levantarse con tiempo suficiente pa-
ra desayunar. niños ven y escuchan a sus padres quejarse ante el
4 Realizar sistemáticamente un desayuno que aporte al menos entre el diez y quince
disgusto que les produce ciertos alimentos y negar-
por ciento de las calorías consumidas a lo largo del día y que incluya lácteos, cerea- se a comerlos, aprenderán que el elemento deter-
les y fruta. minante de que haya que comer o no cierta comida
4 Practicar a diario alguna forma de actividad física que puede ser desde ir caminando
es lo agradable que resulte.
a la escuela, jugar en el patio del colegio o hacer algún deporte federado.
Es por ello que los padres, en particular, y los edu-
4 Limitar el consumo de chucherías a momentos particulares de la semana, como pue-

de ser algún día después de clase o de alguna actividad extraescolar. No dar dinero a
cadores, en general, tienen una importantísima he-
los niños para que compren diariamente las golosinas que deseen. rramienta educativa en su propio comportamiento,
4 Procurar realizar alguna de las comidas principales en familia (comida o cena), en la a pesar de que en la mayoría de las ocasiones no
que todos comen de todo lo que hay. son conscientes de ella. Hacer lo que se pide a los
4 No usar los alimentos o las chucherías para calmar el aburrimiento, el desasosiego o
niños que hagan, tanto en lo referido a lo hábitos y
la inquietud del niño. Facilitar una conducta alternativa.
costumbres alimenticias, como en relación a las ac-
4 Distribuir la alimentación del niño en cinco comidas diarias respetando un programa

nutricional como el expuesto, en el que la mitad de un plato ideal estaría formado


titudes emocionales hacia la comida, es una de las
por frutas y verduras, un cuarto por legumbres, arroz, cereales, pasta o pan y cuarto mejores estrategias para promover el aprendizaje
restante, por carne, pescado o huevos y lácteos y todo ello con aceite de oliva. de los buenos hábitos de vida.

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Así son muchas las situaciones cotidianas a través de las cuales los niños pueden aprender no sólo conductas con-
cretas sino, incluso, clases de respuestas imitando a sus padres:
4 Si el niño observa que sus padres apagan el televisor a una hora determinada para ir a la cama, renunciando al en-
tretenimiento a favor de las horas necesarias de sueño, tiene muchas más posibilidades de imitar y aprender esta
conducta de autocontrol.
4 Cualquier comida juntos se puede aprovechar para que el padre o la madre manifiesten, sin grandes implicaciones
emocionales, que ese día no le gusta especialmente la comida que hay servida en la mesa, asegurándose de que el
niño vea que, a pesar de ello, el padre o la madre siguen comiéndola con total normalidad. De este modo estará en
condiciones en el futuro de imitar esta conducta de tolerancia a la frustración.
4 Variar los menús y mostrar una actitud de curiosidad hacia nuevos platos, puede servir para que los niños se mues-
tren más abiertos a una dieta más variada.
4 La práctica de una actividad física cotidiana por parte de los padres, como el simple hecho de desplazarse cami-
nando por la ciudad, si ello es posible, hará que el niño dé por obvio que la actividad física es una parte de la vida
cotidiana y la realice con mucha más probabilidad.
4 Ante una situación de aburrimiento, los padres, presentándose como modelos que saben aceptarlo como parte de
vida y no reaccionan con frustración sino evaluando las posibilidades de lo que se puede hacer y decidiendo entre
dichas posibilidades, pueden servir para enseñar al niño una conducta realista de solución de problemas.
4 Despertar al niño con tiempo y desayunar juntos sin demasiadas prisas, configura el aprendizaje del gusto por el de-
sayuno.
Todos estos comportamientos y emociones pueden ser un buen ejemplo que los padres pueden ofrecer a sus hijos
con objeto de facilitar el aprendizaje de las metas que se han planteado en su educación alimentaria.

4.3. El uso del refuerzo y del castigo


Además del uso del aprendizaje vicario para la adquisición de hábitos saludables, el otro gran eje de la educación es
el manejo de las contingencias para fortalecer o debilitar determinados comportamientos. Reforzar positivamente una
conducta, castigarla o extinguirla son algunas de las pautas educativas que los padres y educadores, siendo conscien-
tes, o no, de ello, están utilizando continuamente en su relación con los niños. En un ejemplo común, si los padres
ceden cada vez que el niño no quiere irse a la cama para seguir viendo la televisión, ambos están consolidando con-
ductas bastante inadecuadas. Los padres, a través de un proceso de reforzamiento negativo, aprenderán a evitar el de-
sasosiego que le produce los lloros de su hijo cediendo a sus deseos. El niño esta aprendiendo a castigar a sus padres
para conseguir lo que quiere. Una dinámica muy sencilla, demasiado habitual y no siempre comprensible y clara para
el que la está viviendo desde dentro. Vista desde fuera suele ser mucha más obvia.
Las conductas se suelen reforzar intencionalmente y cuando se hace de un modo adecuado se observa el incremen-
to de la conducta reforzada. Ahora bien, no se debe perder de vista, que a veces se refuerza la conducta que se quiere
eliminar y esto es bastante común en el ámbito de la alimentación. Si el niño “tarda mucho en comer”, la atención
que le prestan los padres, las advertencias, las miradas y las promesas de un premio cuando acabe, son una forma de
reforzar la conducta que se quiere eliminar. Con los castigos se pretende eliminar una conducta. Habitualmente, se
sobreentiende que refuerzos y castigos son la cara de una misma moneda. Sin embargo, ambos ejercen funciones dis-
tintas y asimétricas.
4 En primer lugar, sólo el refuerzo positivo sirve para crear una conducta y mantenerla, mientras que el castigo sirve
para eliminar una conducta (especialmente si está presente la persona que ejerce el castigo) pero no sirve para de-
sarrollar la conducta adecuada.
Este matiz es muy importante, ya que, habitualmente, se asume que castigar a un niño sirve para que aprenda a
comportarse. Sin embargo, lo que se suele lograr es que deje de portarse mal temporalmente. Además, en un ambien-
te basado en el castigo, si se consigue que el niño haga algo por el temor a ser castigado (p. e. comer un determinado
alimento o que no coma chucherías), es posible que aparezca la llamada reactancia psicológica en virtud de la cual
se desarrollará un profunda aversión a ese alimento o una intensa preferencia hacia las chucherías.
4 en segundo lugar, es sabido que el uso de refuerzos como método educativo despierta en el niño simpatía y emo-
ciones positivas hacia el adulto que le premia, mientras que el uso de castigos despierta las emociones de antipatía
y enfado hacia la madre o el padre que impone el castigo. Esto es más importante de lo que parece, ya que los
adultos que suscitan cariño y simpatía tienen mayor capacidad para influir como modelos de conducta sobre los ni-

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ños, tienen mayor credibilidad cuando les hablan y les dan consejos o instrucciones, y consiguen que los hijos ten-
gan con ellos mayor confianza.
4 por último, reforzar la conducta de los niño potencia su sensación de logro cuando consiguen las metas que se pro-
ponen y llegan a sentirse cada vez más seguros y más capaces de conseguir los objetivos futuros. Si se alaba enfáti-
camente al niño delante de terceras personas por haber conseguido aprender a andar en bicicleta, aguantar
nadando más largos de la piscina o cargar con la compra hasta casa con energía y sin quejas, aumentará su sensa-
ción de valía personal, y probablemente aumente también las ganas de volver a tener ocasión de realizar tal activi-
dad física. Si, por el contrario, se impone la realización de actividad física como una obligación que debe cumplir
para no ser criticado ante terceras personas, entonces es probable que no aprecie los logros que consigue, no tenga
mejor concepto de sí mismo al hacerlo, y no tenga ganas de volver hacerla.
Todo esto no implica que nunca haya que usar el castigo. En ocasiones, ante la aparición de un comportamiento
claramente inadecuado, lo más conveniente es que el adulto proporcione una consecuencia concreta, inmediata y
desagradable para el niño (véase tabla 8). Si un niño no se levanta a tiempo para desayunar, tal y como se ha conveni-
do y ante la ausencia de reforzar una conducta incompatible, podría ser conveniente penalizar este comportamiento
con una contingencia previamente establecida (p. e. retirando parte de la paga semanal). Del mismo modo, si el niño
protesta y molesta porque quiere comer chuches justo antes de comer, y se quiere suprimir esa conducta, se le puede
mandar a su habitación durante un tiempo hasta que deje de molestar (tiempo fuera). En definitiva, el castigo tiene su
lugar en la educación ejercido de forma concreta, ante conductas que rompen las normas establecidas y aplicado de
forma inmediata a la realización del mal comportamiento.
Cabe comentar dos aspectos más antes de terminar este apartado. El primero está referido a la naturaleza de los re-
fuerzos y los castigos. Obviamente, cuando hablamos de refuerzos no nos estamos refiriendo a grandes trofeos o a ob-
jetos materiales importantes. Un refuerzo puede ser un cromo, los sesenta céntimos que le faltan al niño para comprar
un cómic, la posibilidad de elegir el canal que se pone en la televisión, una alabanza sincera, un gesto de cariño, el
permiso para quedarse más tiempo jugando con sus amigos, una partida al futbolín, el permiso para colgar un póster
en la habitación, el permiso para no realizar algunas tareas domésticas como hacer la cama, bajar la basura o colgar
la ropa, y tantísimas cosas más. Las muestras de entusiasmo, de orgullo y de alegría ante los logros de los niños pue-
den ser potentísimos refuerzos capaces de provocar un gran efecto en la educación. Pocas cosas funcionan para los
niños como premios más potentes que sentir que se
han ganado la admiración de sus padres.
TABLA 7
Tanto en el caso de los refuerzos como en el de
NORMAS PARA LA APLICACIÓN DEL CASTIGO
los castigos, parece obvio que su intensidad debe
El castigo no se debería utilizar como una estrategia de primera elección, antes cabría ser proporcionada a la de la conducta que preten-
pensar en el reforzamiento de una respuesta incompatible o en la extinción. No demos premiar o castigar. No parece razonable re-
obstante, a veces es necesario usarlo, pues usado correctamente es una estrategia eficaz
que no va a generar ni traumas ni inhibiciones generalizadas en el niño.
galar un fin de semana en Disneylandia a un niño
por desayunar correctamente una mañana, pero un
En qué ocasiones se puede usar: logro continuado en el tiempo, gracias al cual se
4 Cuando la conducta que se quiere suprimir es peligrosa para el niño o para otros
haya eliminado completamente algún mal hábito
4 Cuando es inviable el reforzamiento de una respuesta incompatible
alimenticio siendo sustituido por uno saludable, sí
4 Cuando lo que se busca es la supresión temporal de una respuesta
podría ser merecedor de una prenda de ropa espe-
Cómo se ha de usar:
cial, algún objeto deportivo elegido por el joven,
4 Antes de utilizarlo, se deberán formular explícitamente las reglas sobre qué conductas un permiso extra para pasar un fin de semana en
van a ser penalizadas y cómo. casa de algún amigo o un pequeño viaje.
4 Se debe mantener una proporcionalidad entre el tipo de castigo y la mala conducta Y el segundo aspecto, el último que comentare-
4 Una vez que se ha cometido la transgresión de la norma, aplicarlo en los términos que mos en este epígrafe, es el referido a la cercanía
se habían planteado
temporal que debe existir entre el comportamiento
4 Nunca se debe amenazar con el castigo, sencillamente se debe aplicar conforme a los

criterios establecidos. Las amenazas reiteradas que no se cumplen acaban siendo una
del niño y el refuerzo o castigo con el que preten-
señal de inseguridad. Además, el adulto que se limita a amenazar pierde, en cierta demos influir en tal comportamiento. Los refuerzos
medida, su credibilidad y los castigos pierden rápidamente su capacidad
4 Se debe aplicar sin implicación personal o emocional, como una consecuencia natural para reforzar o castigar las conductas a medida que
del incumplimiento de una regla
se distancian temporalmente del comportamiento
4 Siempre que sea posible, acompañarlo del reforzamiento de una respuesta alternativa
al que se refieren.

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4.4. La regularidad y las excepciones


Un aspecto relevante es cómo se van a manejar las excepciones a las normas. ¿Es que un día que emitan por televi-
sión una película de especial interés para los niños no van a poder cenar delante de la pantalla? ¿Es que pasa algo gra-
ve porque un día el niño no se termine el plato que se le ha puesto en la mesa? El equilibrio entre el cumplimiento de
las normas para adquirir hábitos alimenticios saludables y las excepciones a tales normas es uno de los aspectos más
delicados del asunto que estamos tratando.
Ante todo se debe tener claro que la regularidad en las pautas educativas es un aspecto fundamental para que éstas
den sus frutos. Ni en el ámbito de la educación alimentaría ni en ninguno otro se conseguirá que el niño aprenda há-
bitos y costumbres adecuados si los consejos y el ejemplo que se le da, los refuerzos o castigos que se utilizan, las ór-
denes, la facilidad con la que se cede ante sus protestas, etcétera, varían considerablemente de unos días a otros, o en
función del humor, el cansancio o la compañía con la que se encuentren los padres. En este sentido, los principios
que guían la relación de los adultos con los niños han de ser claros, firmes y constantes. Si los padres deciden aplicar
alguna de las normas aquí propuestas deben hacerlo de forma continuada a lo largo del tiempo, para que dé como re-
sultado los sólidos beneficios propios de un hábito saludable arraigado.
No obstante, las excepciones ocurren y respecto a ellas cabe señalar algunas consideraciones.
4 Las excepciones afectan menos al aprendizaje de hábitos regulares cuando se realizan en circunstancias excepcio-
nales; por ejemplo, es más aconsejable que un niño se coma una bolsa de golosinas el día de su cumpleaños que
un día del montón en el que no habría motivo para hacer la excepción.
4 Las excepciones afectan menos al aprendizaje de hábitos regulares cuando el hábito ya está empezando a quedar
establecido o ya lo está por completo; por ejemplo, sería más adecuado que un niño se vaya más tarde a la cama
cuando ya lleva muchas semanas acostándose a su hora que cuando sólo hace tres días que los padres decidieron
iniciar la enseñanza de estas costumbres.
4 Las excepciones afectan menos al aprendizaje de hábitos regulares cuando tienen una intensidad moderada; por
ejemplo, es más aconsejable que el niño rompa la norma un día comiendo una bolsa de gusanitos en vez de un lo-
te de chucherías.
4 Las excepciones no suponen ningún problema cuando son verdaderamente excepcionales. En las consultas de die-
tistas y psicólogos es habitual encontrarse con padres y madres para los que con demasiada frecuencia hay motivo
para hacer una excepción a las normas alimenticias, hasta el punto de que en ocasiones se piensa la justificación
de la excepción cuando ya se ha decidido que se va a ceder a las quejas de los hijos o que ese día no apetece to-
marse la incomodidad de mantenerse firme en la norma.
No tendría ningún sentido defender que los principios expuestos en el capítulo anterior han de ser aplicados con un
rigor extremo y sin que se permita la menor excepción. No tendría ningún sentido, sería imposible de llevar a cabo y
haría que fracasaran los intentos paternos por enseñar hábitos y costumbres alimenticias saludables. Pero también hay
que señalar que la posibilidad de incumplir las normas hace que estos consejos fracasen en algunas familias, dada la
frecuencia con la que se utilizan las excepciones.

4.5. La actitud de los padres en la aplicación de las normas


No son muchas las referencias que habitualmente se hacen sobre el modo en que los padres deberían implementar
las normas en las distintas situaciones de la vida cotidiana, aunque del estilo de hacerlo dependa en gran medida su
éxito. La forma de enfrentarse a las negativas del niño a cumplir las normas establecidas y a sus conductas inadecua-
das puede comprometer el éxito educativo.
Posiblemente, el mejor modo de hacerlo sea la combinación de dos elementos fundamentales: la firmeza y la calma.
Los padres han de saber mantener cualquier a pesar de las múltiples maniobras del niño para saltársela y han de apli-
carla con tranquilidad a pesar de lo exasperante que puedan ser dichas maniobras. No se debe perder de vista que el
conflicto responde a los distintos intereses de padres e hijos. Los primeros con la vista puesta en el largo plazo, para
promover la salud de los niños y éstos con la vista puesta en la gratificación más inmediata. Perder los nervios, tomar
decisiones impulsivas movidas por el enfado del momento o demostrar emociones muy negativas de agresividad, sue-
len ser jugadas perdedoras, por más que consigan sus propósitos en ese preciso momento. Y reaccionar de esta mane-
ra a las quejas y resistencias de los niños indica una debilidad que les enseña que ellos tienen todavía ases en la
manga para controlar el curso de la situación.

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Los gritos, los enfados extremos, suelen ser la antesala de las excepciones injustificadas, los castigos inadecuados o
la rendición final de los padres. Cuando los niños experimentan de forma indudable que ninguna de sus conductas
inadecuadas, -protestas, enfados, llantos, chantajes emocionales, congestiones, etcétera-, les van a librar de terminar
el plato se ajustan al cumplimiento de las normas y suelen empezar a comportarse bastante mejor.
Operativamente, la firmeza y la tranquilidad se expresan a través de un tono de voz moderado, una mirada serena a
los ojos del otro, una postura corporal relajada y verbalizando de un modo claro, conciso y concreto lo que se está pi-
diendo. Los adultos suelen bastante condescendientes consigo mismos y sobreentienden que el problema esta en ter-
quedad o necedad del niño. Siendo cierto que éstos pueden ser muy tercos, es evidente también que los adultos no
adoptan siempre el estilo aquí descrito en su interacción con ellos. Es por ello, que, si fuese necesario, la observación
atenta de ese modo de interacción por parte de un profesional puede ser de gran utilidad para corregir ese patrón edu-
cativo.

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Ficha 1.
Caso de un niño con un estilo de vida obesogénico
En esta ficha se presentará el estilo de vida de un niño obeso, descrito por el propio niño y por su madre, así como
algunas propuestas para su modificación. Esta información se ha recogido dentro del marco de una investigación so-
bre la obesidad en la infancia (MICCINN Proyecto i+d-i Psi 2010-16081). En la ficha 2 se describirá el modo de vida
de un niño con normopeso. Si se compraran ambos (véase, tabla 9) se observará como existen enormes diferencias en
sus hábitos de vida en relación no sólo a la alimentación, sino al sueño, la actividad física, las actividades extraescola-
res, su tipo de ocio e, incluso, los aparatos disponibles en su habitación. Este conjunto de factores conforman un red
de conductas relacionadas entre sí y que, probablemente, es la que mejor explica las enormes diferencias en su IMC.
C (en la tabla 9, participante 2) es un niño que tiene 9 años y 9 meses que cursa cuarto de educación primaria, tal y
como corresponde a su edad. En momento de la entrevista con él, pesaba 46,2 kg y medía 1,33 m. Su talla es normal
para su edad, aunque algo por debajo del percentil 50. Con estas cifras el cálculo del IMC arroja un valor 26,11, con
lo que de acuerdo al baremo de Cole et al (2000), recogido en la tabla 1, se trataría de un caso muy evidente de obe-
sidad infantil. Se encontraría en el entorno del percentil 95 para su peso.
Sus padres están separados y vive con su madre y sus abuelos maternos, lo que ha facilitado una mayor permisividad
hacia hábitos obesogénicos, en especial, por parte de estos últimos. De hecho su familia, como suele suceder en mu-
chos casos de este tipo, no son conscientes del problema de la obesidad del niño. Como muchos progenitores, ven
que el niño está fuerte y con apariencia sana, obviando el problema del peso. Esta tendencia es más habitual en rela-
ción a los niños que a las niñas.
C vive en un entorno urbano de una localidad de alrededor de cincuenta mil habitantes y acude a un colegio públi-
co cercano a su casa. Tiene jornada continua y sale del colegio a mediodía. Come en casa con sus abuelos. Su ocio
por la tarde gira fundamentalmente en torno al televisor. Cada día pasa delante de él unas cuatro horas y media a lo
largo de la semana, entre las cuatro y media y las nueve de la noche, que es la hora a la que cena. El fin de semana,
de viernes a domingo, suele ver todavía más tiempo la televisión a la que dedica entre siete y ocho horas. Al tiempo
que ve la tele también juega con la consola y consume chucherías, generalmente gominolas, patatas fritas y algún re-
fresco. Además, en su cuarto también dispone de televisor lo que le permite encenderlo antes de acostarse. Casi nun-
ca sale al parque a jugar con otros niños y los juegos en casa no suponen ningún tipo de actividad física. Y así pone
como ejemplo jugar al yo-yo. No obstante, dedica una hora a la semana a realizar baile regional. Ir al colegio y a bai-
le son los únicos trayectos cotidianos pero cortos que realiza caminando. Se acuesta a las diez y medía de la noche y
se levanta a las ocho de la mañana por lo que el número de horas que duerme suele ser de unas nueve horas, frente a
las diez horas que tendría que dormir al menos teniendo en cuenta su edad.
En cuanto a la alimentación, se observa un claro desfase entre su ingesta calórica y sus necesidades energéticas. Te-
niendo en cuenta su edad, talla y nivel de actividad física, su gasto energético diario se encontraría entre 1800 y 1900
kilocalorías, mientras que el tipo de alimentación que realiza le aporta no menos de 2000 kilocalorías. Esto supone un
exceso calórico diario de unas doscientas kilocalorías. Su dieta no incluye verdura y la fruta es tan sólo ocasional. En
el desayuno suele haber tarta o bollería y no incluye cereales ni fruta. A media mañana toma algún tipo de pastelería
industrial y en la comida abunda la carne, la pasta y las patatas fritas y nunca consume verdura porque no le gusta.
De postre, puede recurrir a algún tipo de cacao con leche. La merienda sí suele ser un bocadillo, pero en la cena se
recurre con frecuencia a la comida preparada. Todas las comidas que hace en casa las hace sentado delante del tele-
visor con su familia, salvo el desayuno que realiza sólo.
Como se puede haber notado, el control del peso de C. supone un esfuerzo de reordenación de la vida familiar en
muchos aspectos. La alimentación, tendría que corregirse y C tendría que empezar comer algunos alimentos que no
prueba y reducir el consumo de aquéllos que son muy frecuentes. En el desayuno, habría que sustituir la bollería por
cereales y fruta. En el recreo tendría que llevar un bocadillo en vez de la pastelería industrial. En la comida las legum-
bres o verdura tendrían que aparecer como un primer plato necesario. En la merienda sería adecuado mantener el bo-
cadillo y en la cena, de nuevo, la carne o el pescado habría que acompañarla con arroz, pasta, patatas cocidas o

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verduras. Esto supone que todos los miembros de la familia deberían comer lo mismo y, aprovechando que comen
juntos, ir modelando el comportamiento alimentario del niño hacia una alimentación que podríamos calificar de
adulto. Del mismo modo, apagar la televisión durante las comidas es importante para que C aprenda, a través de un
proceso de control estimular, a separar televisión y comer.

El otro gran cambio tiene que ver con la actividad física. C tiene posibilidades de incrementar su nivel de actividad
tan sólo saliendo al parque a merendar y jugar un rato, cosa que ya puede hacer sólo. Para ello, los abuelos (la madre
no está en casa a esa hora porque trabaja) tendrían que apagar el televisor y reforzar alternativamente el salir al par-
que. En este sentido, las chucherías que tanto le gustan al niño podrían ser un aliciente importante para consolidar es-
ta alternativa. Las chuches se pueden tomar dos días a la semana, pero nunca delante del televisor sino después de
merendar en el parque. De esta manera, se conseguiría que C. no ingiriese tantas calorías superfluas e hiciese más
ejercicio. Del mismo modo, buscarle otra actividad extraescolar, además del baile que le ofrece el centro social de su
barrio, sería una excelente ocasión para que C incorporase una nueva rutina que le obligase a moverse. El sedentaris-
mo de su familia durante el fin de semana, obligado por la disponibilidad de recursos familiares, parece dificultar
bastante un incremento de la actividad física durante este periodo. No obstante, salir al parque durante del fin de se-
mana también sería posible.
Respecto al sueño sería muy importante introducir un nuevo cambio a la hora de irse a la cama. Después de cenar,
dada la hora a la que lo hacen todos los miembros de la familia, C debería iniciar el ritual para irse a dormir, exclu-
yendo totalmente el ver la televisión. Para ello o bien podría retirarse de su habitación o permitirle encenderla en días
muy concretos de la semana (p. e. el viernes y sábado). El objetivo es que se acueste a las nueve y media con objeto
de que pueda dormir al menos diez horas.
Como se ve, son varios los cambios necesarios en el modo de vida de C para facilitar el control de su peso. Ya decí-
amos al principio que el peso refleja un estilo de vida. Algunos de ellos no son muy factibles por las propias limitacio-
nes familiares, como realizar una actividad durante el fin de semana. Pero otros muchos sí y con ellos se puede
proporcionar a C una educación que favorezca más su salud y progresivo control de su peso.
El estilo de vida de C también permite presagiar lo inconveniente de una dieta hipocalórica. Si dentro de ese estilo
de vida sedentario que lleva lo único que se hace es restringir la cantidad y el tipo de alimentos, sin modificar las si-
tuaciones estimulares que le incitan a comer (p. e. delante de la TV), pronto se iniciarán las violaciones de la dieta.
Aprenderá a comer a escondidas o a ingeniárselas para hacerse con aquello que le gusta y le han prohibido. Por todo
ello, difícilmente conseguiría perder peso y es probable que, además, desarrollase hacia los alimentos el sentimiento
de la “manzana prohibida”.

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Variables Participante 1 Participante 2

Edad 9 años y 11 meses 9 años y 9 meses


Curso 4º Educación Primaria 4º Educación Primaria
Sexo Niño Niño
Peso 31,4 kg 46,2 kg
Altura 1,38 m 1,33 m
IMC 16,4881 26,1179
Estado Normopeso Obesidad
Tipo de familia Tradicional (madre y padre) Monoparental (madre y abuelos maternos)
Lugar de residencia Urbano Urbano
Tipo de colegio Colegio Público Liceo Colegio Público Liceo
Tiempo dedicado a jugar Jugar en el parque: 12 horas a la semana Jugar con el yo-yo: 2 horas a la semana
Tiempo dedicado a actividades de tipo deportivo Judo: 2 horas a la semana Baile regional: 1 hora a la semana
Tiempo dedicado a actividades extraescolares Ajedrez: 1 hora a la semana 0
Tiempo dedicado diariamente a actividades de 30 minutos de lunes a jueves.o. Entre 4 horas y media y 5 horas de lunes a jueves.
tipo sedentario (TV, Ordenador y Videoconsola) Entre 2 y 3 horas el viernes, sábado y doming 7 u 8 horas el viernes, el sábado y el domingo.
Rango horario que dedicaría a actividades de ocio 18:00 a 18:30 aproximadamente. 16:30 a 21:00 horas, aproximadamente de lunes a jueves
sedentario diariamente de lunes a viernes (mientras que ve la TV juega a la vez con la videoconsola
Nintendo DS).
15:00 a 22:00 aproximadamente el viernes, el sábado y el
domingo.
Hora de acostarse (durante los días de colegio) 21:30 horas 22:30 horas
Hora de levantarse (durante los días de colegio) 8:00 horas 8:00 horas
Horas de sueño diarias 10 horas y media 9 horas y media
TV en su habitación No Sí
Ordenador en su habitación Sí Sí
Videoconsola en su habitación No Sí
Asistencia al comedor No No
Número de comidas que realiza sólo semanalmente 7 comidas de 21 posibles 7 comidas de 21 posibles
(se valora desayuno, comida y cena)
Número de comidas que realiza semanalmente 28 comidas de 33 posibles 33 comidas de 33 posibles
(se valora desayuno, recreo, comida, merienda y cena)
Número de comidas que realiza viendo la TV 2 comidas de 28 posibles 28 comidas de 28 posibles
semanalmente ( se valora desayuno, comida,
merienda y cena)
Raciones de fruta diarias 1 0-1
Raciones de verdura diarias 1 0
Consumo de chuches 0 2 ó 3 veces a la semana (gominolas y bolsas de patatas o
aperitivos)
Alimentación registrada el día anterior Desayuno: Leche con nesquick y cereales. Desayuno: Leche con colacao y tarta de queso.
a la entrevista Recreo: Actimel. Recreo: cuatro tortitas de arroz o similar.
Comida: Puré de verduras, bistec con patatas y una Comida: Macarrones, 2 yogures y vaso de leche con
pieza de fruta. cola-cao.
Merienda: - Merienda: Bocata
Cena: Parrochas, pan con paté y un Cena: Pizza y un yogur.
vaso de leche con nesquick.

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Ficha 2.
Estilo de vida de un niño con normopeso
A (en la tabla 9, participante 1) es un niño que tiene 9 años y 11 meses que cursa cuarto de educación primaria, tal y
como corresponde a su edad. En el momento de la entrevista con él, pesaba 31,4 kg y media 1,38 m. Su talla es nor-
mal para su edad y se sitúa entorno al percentil 50. Con estas cifras el cálculo del IMC arroja un valor 16,48 con lo
que de acuerdo al baremo de Cole et al (2000), recogido en la tabla 1, estaría dentro de un peso normal. Se encontra-
ría en el entorno del percentil 25 para su peso.
Es hijo único y vive con ambos progenitores que muestran un gran interés por las actividades que el niño realiza y el
cuidado de su alimentación. A también vive en un entorno urbano de una localidad de unos cincuenta mil habitantes
y acude a un colegio público cercano a su casa. Tiene jornada continua y sale del colegio a mediodía. También come
en casa con sus padres. Por la tarde está muy activo y apenas pasa algún tiempo delante del televisor, aproximada-
mente media hora al día de lunes a jueves y de dos a tres horas el fin de semana. Pasa casi dos horas diarias en el par-
que jugando con sus amigos. Además dos días a la semana practica judo durante una hora y dedica una hora de otro
día de la semana a clases de ajedrez. Este ritmo de actividad posiblemente facilite que no consuma chucherías habi-
tualmente y que no formen parte de su repertorio de conducta para escapar del aburrimiento. Todos estos desplaza-
mientos los realiza caminando. Cena temprano y se acuesta a las nueve y media. Puesto que se levanta a las ocho de
la mañana duerme habitualmente unas diez horas, tiempo muy recomendable para su edad.
En cuanto a la alimentación, se observa un evidente ajuste entre su ingesta calórica y sus necesidades energéticas.
Teniendo en cuenta su edad, talla y nivel de actividad física, su gasto energético diario se encontraría en el entorno de
las 2200 kilocalorías, mientras que el tipo de alimentación que realiza nunca le aporta más de esa cantidad de ener-
gía. Su dieta incluye habitualmente fruta y verdura. En el desayuno suele tomar cereales y lácteos. También consume
otro producto lácteo a media mañana. En la comida siempre hay un primer plato de verdura o legumbres y fruta de
postre. No merienda y por la noche suele tomar carne o pescado y después algún tipo de cacao con leche.
Como se puede haber notado, A lleva un tipo de vida que es incompatible con la obesidad. Su alimentación es muy
adecuada, aunque no estaría fuera de lugar que también merendase un pequeño bocadillo. Consume fruta y verdura
con regularidad, así como carne y pescado en la proporción justa. El desayuno es bastante completo y no consume o
lo hace muy ocasionalmente chucherías y refrescos. Hace todas las comidas acompañado de su madre o de ambos
progenitores y nunca lo hace viendo la televisión. De hecho, el fin de semana cuando llega a estar delante del televi-
sor dos o tres horas no come nada frente al mismo.
Otro aspecto de su estilo de vida que garantiza su normopeso es su alto nivel de actividad física. El juego en el par-
que casi a diario así como la práctica de judo y el ajedrez como actividades extraescolares suponen un alto gasto
energético. Además, todas esas actividades son incompatibles con la ingesta de alimentos. Ni tan siquiera el fin de se-
mana, que es cuando los niños ven más tiempo seguido el televisor, A pasa un tiempo excesivo delante del mismo,
entorno a dos o tres horas diarias. Esto lo facilita el que sus padres aprovechan el fin de semana para salir a algún si-
tio, pasear, etcétera. Y sino, incluso, algún sábado también sale a jugar al parque.
En relación al sueño, A tiene un hábito muy adecuado. Cena temprano y las nueve y media se va a la cama. Se suele
dormir bastante rápido porque no hay televisor en su habitación y sus padres no le dejan tener el ordenador encendi-
do a partir de ese momento. No habría que olvidar que un descanso suficiente reduce la sensación de apetito a lo lar-
go del día y facilita la sensación de saciedad después de comer.
Con los casos de C, un niño obeso, y de A, un niño con normopeso, se pretende ilustrar los extremos de un conti-
nuo. Especialmente en el caso de C, se hace evidente la necesidad del conocimiento de la familia sobre lo que hay
que hacer para promover la salud del niño y su compromiso para hacerlo. Conocer y hacer son dos cosas distintas. En
un programa para la prevención de sobrepeso infantil hay que enseñar las normas de una vida saludable y, en mu-
chos casos, como implementarlas. No basta decir que el niño se tiene que ir a la cama a las nueve y media, hay que
enseñar como mostrarse firme, saber decirle que no, evitar cualquier tipo de negociación que el proponga y, con mu-
cha calma, mantenerse dentro de la norma. Pero por otro lado, también hay que asumir el compromiso de hacerlo, a
pesar de pueda resultar más cómodo dejarle hacer.

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