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No sé quién soy.
Mi nombre
ya no me dice nada.
con nada.
Tampoco yo
Digo yo
por decirlo de algún modo.[6]
El poema forma parte del libro No, una compilación de cincuenta y ocho
poemas numerados de breve extensión que fueron escritos entre 1951 y
1994. La simplificación de recursos poéticos (a diferencia de poemarios
anteriores como La suplicante o Paraíso perdido), así como el adverbio
que da título al libro y que anuncia el uso recurrente de vocablos
negativos en los textos (tampoco, no, nada, ni, nadie, etcétera),
constituyen los rasgos más significativos de este poemario.
La negación es además un aspecto determinante en la
configuración del sujeto poético. Así, decir “yo” en este poema es, de
cierta manera, no decir, pues no se sabe ya qué es aquello que designa
dicho pronombre (“mi nombre ya no me dice nada”. La primera persona
no designa aquí la consciencia del sí mismo (“no sé quién soy”). El “yo”
ha sido vaciado, en tanto signo, de su contenido habitual: “digo yo por
decirlo de algún modo”. En otro poema del mismo libro pueden leerse
estos versos finales:
[…]
yo quisiera morirme
yo yo yo
yo.
Qué es eso.[7]
y sin centro
sin centro.
Identikit
sí
la oscura materia
No habría que perder de vista, sin embargo, que ficción y realidad, lejos
de excluirse, se alimentan mutuamente, como ya observaba Goethe a
propósito de su obra Poesía y verdad, cuyo título por sí mismo es
significativo, y como lo prueban numerosos textos autobiográficos que
se han valido de cierta invención para ser escritos, como es el caso de la
extensa novela de Marcel Proust.
Convendría entonces, en este sentido, relativizar esa oposición tajante
que la teoría ha establecido entre “sujeto lírico” y “sujeto empírico”,
entre ficción y autobiografía, entre poesía y realidad. Lo anterior, no sólo
porque todo discurso referencial implica una actividad de la imaginación
y de distanciamiento respecto al mundo, sino también porque,
recíprocamente, toda ficción, como ya lo ha ilustrado Paul Ricoeur
en Tiempo y Narración, está anclada en la realidad y, por esta razón, no
puede considerarse un mundo cerrado sobre sí mismo. Así, más que
tratar de ajustar la noción de sujeto lírico a los esquemas, demasiado
fijos, de la ficción o la autobiografía, ¿no sería más conveniente
concebirlo como un proceso que se construye entre dos sentidos? De
esta manera, el sujeto lírico aparecería como un sujeto en vías de
ficcionalización, pero no ficticio, y anclado en la realidad, pero no
autobiográfico, sino más bien mediador entre esos dos sentidos; en
otras palabras, como un sujeto retórico o figural.
Este sujeto retórico puede considerarse “extraído” de un sujeto
empírico, pero su extensión lógica es más extensa, más general y menos
anclada en la temporalidad. La inclusión de lo singular (el individuo) en
lo general (el poeta), e incluso en lo universal (el hombre), pone de
relieve el mecanismo de la sinécdoque, a partir de la cual es posible
concebir el “Yo” de Las flores del mal, como una figura del “Yo”
autobiográfico de Charles Baudelaire: ya no se trata de una voz singular,
sino de una voz inclusiva extensa que apunta a un nosotros.
Abstraído de la esfera de la “psicología personal”, por otra parte, no
puede decirse que el yo lírico ignore el sentimiento, más bien éste se
convierte en un “estado patético” universal compartido por el lector.
Esto quizás explique por qué en la lectura de un poema buscamos
ocupar el lugar del “yo” que enuncia y no el de oyente, como ocurre con
las narraciones. Poco importa entonces que el yo de un poema
corresponda efectivamente al yo del escritor, pues los sentimientos
desplegados en él, liberados de las contingencias de lo anecdótico, se
han separado de lo singular abriéndose así a lo universal, esto es, a la
experiencia vivida como mera posibilidad de lo humano. El sujeto
lírico redescribe al sujeto empírico anclándose en su experiencia de lo
real pero liberándolo de lo autobiográfico y personal.
Bajo tal perspectiva retórica, el sujeto lírico puede remitir a la voz del
autor como individuo y, simultáneamente, abrirse a lo universal por
mediación de la figura. Esto nos conduciría a pensar en una doble
referencia o, incluso, según la expresión de Paul Ricoeur, en
una referencia desdoblada: la de un sujeto vuelto hacia sí mismo y, al
mismo tiempo, hacia lo universal. Este sujeto alegórico “sobrepasa” al
sujeto empírico en lo intemporalizante y en lo universalizante, pero
nunca deja de abrevar de su experiencia humana posible. Por lo tanto,
se define más bien como una tensión entre dos sentidos que no se
resuelve en una “síntesis superior”. El espacio en que se establece el
sujeto lírico es un espacio dinámico que va de lo singular a lo universal,
de lo biográfico a lo ficticio, de lo empírico a lo trascendental: es el
espacio de la figura. Ni biografía ni ficción acabada, puede decirse
entonces que no hay, en sentido estricto, una identidad del sujeto lírico
más allá de la que el texto le otorga. El sujeto lírico se crea y se
renueva en y por el poema: fuera de él no existe.
https://circulodepoesia.com/2012/10/la-configuracion-del-sujeto-lirico-en-la-poesia-
latinoamericana-de-posvanguardia/