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La configuración

del sujeto lírico


en la poesía
latinoamericana
de
posvanguardia
La poeta y ensayista oaxaqueña Lorena Ventura (1983) nos ofrece este
magnífico ensayo sobre el sujeto lírico en la poesía reciente. Este es uno
de los temas fundamentales de la reflexión actual sobre poesía no sólo
en México sino en otras tradiciones literarias. Lorena Ventura estudia el
Doctorado en Letras en la UNAM y fue becaria del Fonca 2009-2010.

La configuración del sujeto lírico en la poesía latinoamericana de


posvanguardia

1. Poesía del lenguaje


Con la segunda mitad del siglo XX inicia lo que la crítica ha llamado
la nueva vanguardia o antivanguardia de la poesía latinoamericana. Se
trata de un periodo en el que confluyen distintas expresiones como la
poesía aforística, la conversacional o la neobarroca, en las cuales
todavía es posible percibir, en mayor o menor grado, la influencia de los
movimientos vanguardistas de las primeras décadas.
El punto de convergencia de escrituras tan disímiles como las de
Roberto Juarroz, Nicanor Parra o José Lezama Lima, no obstante, ha sido
advertido por Guillermo Sucre en un breve ensayo de 1970[1]. El autor
señala ahí que el rasgo característico de los poetas de la “nueva
tradición latinoamericana” es un marcado escepticismo frente al
lenguaje y sus posibilidades expresivas. La autoconciencia que atraviesa
a la lírica de este periodo, así como una actitud contestataria contra sí
misma, son aspectos que la convierten en un contra-lenguaje que con
frecuencia parece ceder ante el silencio: “no tengo nada que decir, nadie
tiene nada que decir, nada/ ni nadie excepto la sangre”[2], escribe
Octavio Paz y, años más tarde, Roberto Juarroz todavía afirma: “porque
aquí y ahora la palabra no existe”[3].
Uno de los elementos constitutivos del género lírico en el que se
hace patente este cuestionamiento profundo del lenguaje es el sujeto
poético. La despersonalización del yo no sólo es uno de los rasgos
esenciales de la literatura moderna, sino también una de las formas que
evidencian el fracaso del signo como medio de expresión y la búsqueda
de un “nuevo lenguaje”. El “yo” ha dejado de ser así una entidad
irreductible y homogénea para convertirse en una
instancia múltiple y fragmentaria. No se trata, sin embargo, de la “ruina
del yo” –como afirma Sucre– sino de un nuevo modo de experimentar y
concebir la subjetividad. Ahora bien, ¿cuáles son las implicaciones de
esta importante transformación en el ámbito específico de la poesía
latinoamericana de posvanguardia? ¿Cuáles son las precisiones teóricas
que permitirían dar cuenta de las distintas estrategias de configuración
del sujeto poético en la lírica moderna?

2. La enunciación lírica. Algunas consideraciones


La cuestión de la enunciación en el género lírico, a diferencia de lo que
ocurre en el terreno de la narrativa, ha sido objeto de una larga
controversia para la teoría literaria. Mientras la narratología ha sabido
aceptar y sacar provecho de la distinción entre autor y narrador, es
decir, entre instancia real (situada al margen del relato) e instancia
ficcional (fuente de enunciación narrativa), la lírica ha debido
enfrentarse a una división de opiniones entre aquellos que argumentan a
favor de la ficcionalidad del yo lírico y los que, por el contrario, sostienen
que éste puede ser equiparado con el autor.
La problemática hoy podría parecer resuelta a la luz de una
concepción del texto como estructura cerrada, que torna caduca la
cuestión de saber si quien dice “yo” en un poema es ficticio o no, ya
que, por definición, todo discurso literario –poético o narrativo– margina
al autor como persona, razón por la cual el “yo” designa estrictamente
un sujeto de enunciación. En este sentido, sólo es pertinente la
distinción entre sujeto de la enunciación (el “yo” que habla) y sujeto del
enunciado (el “yo” que actúa). Por otra parte, la noción de un “yo lírico”
¿no sugiere por sí misma la constitución de un sujeto
esencialmente distinto del autor?
Si la distinción entre autor y sujeto de enunciación no ha tenido
en poesía la resonancia que ha alcanzado en el ámbito del relato, ello se
debe en gran medida al postulado romántico según el cual las
narraciones pertenecen al orden de la ficción, mientras los poemas se
caracterizan por la dicción, esto es, por la enunciación efectiva. Esto
querría decir entonces que quien habla en un poema es el autor. Para el
romanticismo, en efecto, el centro y contenido de la lírica es el sujeto
empírico, esto es, el poeta.
La noción de “sujeto poético” o “yo lírico” como instancia
autónoma y específica, por lo tanto, no tiene cabida en el romanticismo,
ya que la voz del poema expresa a la voz del autor. Para que emerja la
problemática de su estatuto particular será necesario que el aspecto de
la autenticidad resulte abordable, lo cual no ocurrirá sino hasta con el
surgimiento de la poesía moderna. Es a partir de la obra de autores
como Mallarmé o Rimbaud que críticos como Hugo Friedrich han podido
afirmar que la lírica de la modernidad “excluye no sólo a la persona, sino
también a la humanidad normal”, agregando además que “ninguno de
los poemas de Mallarmé puede ser analizado biográficamente”[4].

3. El sujeto lírico en la poesía crítica latinoamericana


En un trabajo donde analiza brevemente algunos de los procedimientos
de construcción del yo lírico en autores como Oliverio Girondo u Octavio
Paz, Walter Mignolo observa que una de las constantes de la poesía
latinoamericana de vanguardia es la “evaporación” del sujeto poético
hasta convertirse en una “pura voz”[5]. Esta afirmación tiene que ver no
sólo con una “deshumanización” del sujeto construido por el texto –ya
advertida por Friedrich en relación con los simbolistas franceses– sino
con un cuestionamiento del “yo” como signo de una entidad irreductible
y consciente de sí misma. En lo que respecta a la poesía de
posvanguardia, es posible observar una radicalización y sistematización
de dicho cuestionamiento, según lo muestra el siguiente texto de la
poeta uruguaya Idea Vilariño:

34

No sé quién soy.
Mi nombre
ya no me dice nada.

No sé qué estoy haciendo.

Nada tiene que ver ya más

con nada.

Tampoco yo

tengo que ver con nada.

Digo yo
por decirlo de algún modo.[6]

El poema forma parte del libro No, una compilación de cincuenta y ocho
poemas numerados de breve extensión que fueron escritos entre 1951 y
1994. La simplificación de recursos poéticos (a diferencia de poemarios
anteriores como La suplicante o Paraíso perdido), así como el adverbio
que da título al libro y que anuncia el uso recurrente de vocablos
negativos en los textos (tampoco, no, nada, ni, nadie, etcétera),
constituyen los rasgos más significativos de este poemario.
La negación es además un aspecto determinante en la
configuración del sujeto poético. Así, decir “yo” en este poema es, de
cierta manera, no decir, pues no se sabe ya qué es aquello que designa
dicho pronombre (“mi nombre ya no me dice nada”. La primera persona
no designa aquí la consciencia del sí mismo (“no sé quién soy”). El “yo”
ha sido vaciado, en tanto signo, de su contenido habitual: “digo yo por
decirlo de algún modo”. En otro poema del mismo libro pueden leerse
estos versos finales:
[…]

yo quisiera morirme

yo yo yo

yo.

Qué es eso.[7]

Esta ilusión del “yo” que la poesía crítica desenmascara no sólo


atraviesa a la enunciación sino también al enunciado. El sujeto
construido por el discurso poético de Idea Vilariño es, hasta cierto punto,
un yo incorpóreo que, por esa razón, no puede constituirse como punto
de referencia:
31
Sin arriba ni abajo

sin comienzo ni fin

sin este y sin oeste

sin lados ni costados

y sin centro

sin centro.

El procedimiento de “disolución” del yo consiste aquí en


un distanciamiento entre el yo de la enunciación y el yo del enunciado.
Como ya lo advertía Walter Mignolo a propósito de la poesía de
vanguardia, el resultado aquí es la configuración de un sujeto que se
“evapora”, hasta emerger como una pura voz. Ésta, por cierto, es una
estrategia que puede verificarse en otro de los autores más
representativos de este periodo de poesía crítica posvanguardista, como
lo es Roberto Juarroz, según se observa en uno de los poemas de
la Duodécima poesía vertical:
4
Todo viene de lejos.

Y sigue estando lejos.

¿Pero lejos de qué?


De algo que está lejos.

Mi mano me hace señas


desde otro universo.[8]

Los dos primeros versos ponen de manifiesto la imposibilidad de la voz


poética de constituirse como centro de referencia. Si la expresión “venir
de lejos” parece localizar a quien enuncia, la segunda línea desmiente el
significado de esa frase al afirmar: “y sigue estando lejos”. Despojado de
un cuerpo, constituido como pura enunciación, el hablante poético es
incapaz de designar un espacio y colmar de sentido al adverbio
(¿pero lejos de qué?). Los últimos versos confirman que ese algo de lo
que se está lejos es el propio cuerpo, al cual se alude incluso sólo de
manera sinecdóquica: “mi mano me hace señas/ desde otro
universo”. Voz y cuerpo –yo enunciador y yo actor– se han convertido
aquí en entidades independientes, en una totalidad fracturada. ¿No
podría afirmarse, por otro lado, que el sujeto poético ha pasado a
designar en la poesía de posvanguardia una instancia completamente
ficcional? El siguiente poema ha sido extraído del libro Canto villano, de
la escritora peruana Blanca Varela, publicado en 1978:

Identikit

la oscura materia

animada por tu mano


soy yo[9]

Lo que se anuncia como identidad en el título resulta, en realidad,


una otredad en el desarrollo del texto. Una vez más aquí el sujeto
poético aparece negado como cuerpo y asumido, en cambio, como
“oscura materia”, como escritura. El poema evidencia así la distancia
infranqueable entre sujeto poético y autor que el lenguaje inaugura, y de
la cual parece tomar consciencia la lírica moderna. La subjetividad
emerge entonces como una ilusión que la escritura construye. El
distanciamiento –que es también un desdoblamiento– entre el yo-
escritura y el tú-escritor se encuentra enfatizado en este poema por el
uso de la segunda persona (tu mano) a través de la cual el primero
interpela al segundo. Se diría que con la poesía crítica asistimos a una
paradójica y radical objetivación de la subjetividad, ya advertida, en
efecto, por Rimbaud al afirmar que “je est un autre”.

4. El sujeto poético como figura


En la medida en que puede sugerir una instancia idéntica
(autobiográfica) o distinta (¿ficcional?) a la del autor, la noción de
“sujeto lírico” emerge como un concepto inestable, viable y hasta
necesario en el caso de la lírica moderna –dentro de la cual se incluye la
poesía latinoamericana de posvanguardia–, pero sin pertinencia alguna
en el caso de las obras románticas, por ejemplo. La poesía parece
plantear así a la teoría la cuestión de que no basta con definir al sujeto
lírico como sujeto de enunciación, es necesario también delinear
su identidad a fin de hacer efectiva su operatividad en el análisis.
Es sabido, por otra parte, que tanto la teoría anglosajona como la
francesa se han ocupado fundamentalmente del relato y sus técnicas de
enunciación, de modo tal que si hay un sujeto digno de interés es el que
se enuncia en una novela y no en un poema. Sujeto “ficcional” o sujeto
“real”, la problemática del sujeto lírico está estrechamente ligada a la
relación entre poesía y ficción, así como a la cuestión, siempre compleja,
de la referencia en el discurso poético.

No habría que perder de vista, sin embargo, que ficción y realidad, lejos
de excluirse, se alimentan mutuamente, como ya observaba Goethe a
propósito de su obra Poesía y verdad, cuyo título por sí mismo es
significativo, y como lo prueban numerosos textos autobiográficos que
se han valido de cierta invención para ser escritos, como es el caso de la
extensa novela de Marcel Proust.
Convendría entonces, en este sentido, relativizar esa oposición tajante
que la teoría ha establecido entre “sujeto lírico” y “sujeto empírico”,
entre ficción y autobiografía, entre poesía y realidad. Lo anterior, no sólo
porque todo discurso referencial implica una actividad de la imaginación
y de distanciamiento respecto al mundo, sino también porque,
recíprocamente, toda ficción, como ya lo ha ilustrado Paul Ricoeur
en Tiempo y Narración, está anclada en la realidad y, por esta razón, no
puede considerarse un mundo cerrado sobre sí mismo. Así, más que
tratar de ajustar la noción de sujeto lírico a los esquemas, demasiado
fijos, de la ficción o la autobiografía, ¿no sería más conveniente
concebirlo como un proceso que se construye entre dos sentidos? De
esta manera, el sujeto lírico aparecería como un sujeto en vías de
ficcionalización, pero no ficticio, y anclado en la realidad, pero no
autobiográfico, sino más bien mediador entre esos dos sentidos; en
otras palabras, como un sujeto retórico o figural.
Este sujeto retórico puede considerarse “extraído” de un sujeto
empírico, pero su extensión lógica es más extensa, más general y menos
anclada en la temporalidad. La inclusión de lo singular (el individuo) en
lo general (el poeta), e incluso en lo universal (el hombre), pone de
relieve el mecanismo de la sinécdoque, a partir de la cual es posible
concebir el “Yo” de Las flores del mal, como una figura del “Yo”
autobiográfico de Charles Baudelaire: ya no se trata de una voz singular,
sino de una voz inclusiva extensa que apunta a un nosotros.
Abstraído de la esfera de la “psicología personal”, por otra parte, no
puede decirse que el yo lírico ignore el sentimiento, más bien éste se
convierte en un “estado patético” universal compartido por el lector.
Esto quizás explique por qué en la lectura de un poema buscamos
ocupar el lugar del “yo” que enuncia y no el de oyente, como ocurre con
las narraciones. Poco importa entonces que el yo de un poema
corresponda efectivamente al yo del escritor, pues los sentimientos
desplegados en él, liberados de las contingencias de lo anecdótico, se
han separado de lo singular abriéndose así a lo universal, esto es, a la
experiencia vivida como mera posibilidad de lo humano. El sujeto
lírico redescribe al sujeto empírico anclándose en su experiencia de lo
real pero liberándolo de lo autobiográfico y personal.
Bajo tal perspectiva retórica, el sujeto lírico puede remitir a la voz del
autor como individuo y, simultáneamente, abrirse a lo universal por
mediación de la figura. Esto nos conduciría a pensar en una doble
referencia o, incluso, según la expresión de Paul Ricoeur, en
una referencia desdoblada: la de un sujeto vuelto hacia sí mismo y, al
mismo tiempo, hacia lo universal. Este sujeto alegórico “sobrepasa” al
sujeto empírico en lo intemporalizante y en lo universalizante, pero
nunca deja de abrevar de su experiencia humana posible. Por lo tanto,
se define más bien como una tensión entre dos sentidos que no se
resuelve en una “síntesis superior”. El espacio en que se establece el
sujeto lírico es un espacio dinámico que va de lo singular a lo universal,
de lo biográfico a lo ficticio, de lo empírico a lo trascendental: es el
espacio de la figura. Ni biografía ni ficción acabada, puede decirse
entonces que no hay, en sentido estricto, una identidad del sujeto lírico
más allá de la que el texto le otorga. El sujeto lírico se crea y se
renueva en y por el poema: fuera de él no existe.

[1] Guillermo Sucre, “Poesía crítica: Lenguaje y silencio”, Revista


Iberoamericana, vol. XXXVI, núm. 73, octubre-diciembre, 1970, pp. 575-
597.
[2] Octavio Paz, La estación violenta (1958), citado por Sucre, p. 576.
[3] Roberto Juarroz, “Tercera poesía vertical”, Poesía vertical I, Buenos
Aires: Emecé, 2005.
[4] Hugo Friedrich, Estrutura da lírica moderna (da metade do século XIX
a meados do século XX). São Paulo: Duas Cidades, 1991. (Problemas
atuais e suas fontes, 3), p. 110. Traducción mía.
[5] Walter Mignolo, “La figura del poeta en la lírica de
vanguardia”, Revista Iberoamericana, núms. 118-119, enero-junio de
1982.
[6] Idea Vilariño, Poesía completa. Barcelona: Lumen, 2008, p. 304.
Cursivas mías.
[7] Vilariño, p. 305. Cursivas mías.
[8] Roberto Juarroz, “Duodécima poesía vertical” (1965), en Poesía
vertical II. Buenos Aires: Emecé, 2005, p. 111. Cursivas mías.
[9] Blanca Varela, Donde todo termina abre las alas. Poesía reunida
(1949-2000). Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2001

https://circulodepoesia.com/2012/10/la-configuracion-del-sujeto-lirico-en-la-poesia-
latinoamericana-de-posvanguardia/

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