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MONOGRAFIA
FEMINIDAD
2017
Dedicatoria
El presente trabajo está dedicado a las familias de los componentes del equipo.
Por su apoyo incondicional, comprensión, por darnos la motivación en los momentos
difíciles y por los momentos felices de unión familiar.
Agradecimiento
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Índice
Introducción
1. Feminidad
1.1 Antecedentes históricos del concepto
1.2 Etimología y definición de feminidad
1.2.1 Etimología
1.2.2 Definición
1.3 Variaciones en la concepción de la mujer en la psicología
1.3.1 Psicoanálisis
1.3.2 Conductismo y teorías de aprendizaje
1.3.3 Psicología cognitiva.
1.4 Imagen social de la feminidad
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Introducción
CAPÍTULO I
FEMINIDAD
Homo habilis: La posición bípeda provocó cambios anatómicos, sus capacidades casi
racionales y habilidades de creación. Las hembras debido a esta posición, desarrollaron
reducción en la pelvis disminuyendo así el periodo de gestación, provocando la mayor
dedicación a la crianza del neonato y el culto hacia la maternidad.
Homo sapiens nómade: se establece el pensamiento mágico en una base poco empírica. Se
establece el culto totémico hacias las estructuras anatómicas dedicadas a la proyección; el
culto útero, debido a su capacidad de retener el feto y su alumbramiento. Los primeros roles
de género en la mujer se asocia a la capacidad biológica de la maternidad, y todo lo que esto
implica fertilidad, gestación y lactancia
Homo sapiens sedentario: se establecen diversos modelos sociales que involucran tareas
sociales del género y edad dentro de la comunidad. la división de trabajo determinó la
construcción de roles de género, las mujeres asignadas al cuidado del hogar, la protección, la
recolección y otras de bajo impacto. La idea del hogar contribuye a la noción de maternidad
en el poder social o matriarcado.
Antigüedad clásica: La noción prehistórica de la fertilidad y capacidad maternal se conserva
y representa la metáfora de la fertilidad de la tierra.
Según algunas ideologías:
En la visión clásica se atribuye la belleza, la fertilidad y el amor a las deidades femeninas
como: Afrodita, Venus, Isis, Hathor y Freyja.
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En la visión abrahámica del génesis se percibe a la mujer como producto del hombre,
estableciendo un modelo de rol de género que sugiere la necesaria complementación del
hombre con la mujer en vida matrimonial.
Dentro de la visión cristiana se retoma la idea de la divinidad familiar de la relación madre e
hijo de Isis y Horus, ejemplificada con la figura de María y Jesucristo.
En la Edad Media y el Renacimiento la mujer se identificó principalmente con las tareas
domésticas, aunque también se incluye a la vida religiosa, la vida monárquica y el rol militar.
La mujer feudal fue marcada por la devoción matrimonial y obediencia masculina,
normalmente dedicada a las labores domésticas y el cuidado de los hijos. Los conventos
ofrecieron una alternativa a aquellas mujeres que no deseaban una vida matrimonial y tenían
la vocación religiosa. La mujer comienza a ejercer un papel político como monarca o reina y,
en algunas ocasiones, es incluida como cuerpo militar por la devoción matrimonial hacia su
esposo, como en las operaciones militares de Juana de Arco y Tamar de Georgia
En el siglo XVIII se intenta introducir a la mujer políticamente activa y la igualdad de género
con las reformas fallidas de Olympe de Gouges sobre la Declaración de los Derechos de la
Mujer y de la Ciudadana de 1791 y la introducción política de Mary Wollstonecraft. La mujer
continúa siendo una simple acompañante de la figura masculina en la vida matrimonial hasta
las primeras décadas del siglo XX.
La primera ola del feminismo del siglo XIX planteó cuestionantes que referían al concepto de
la feminidad como dueña del espacio hogareño y acompañante del hombre en vida marital,
además de diversos estereotipos como la delicadeza, el sobrerrefinamiento, la sumisión y la
dependencia total de un hombre. Se consigue una libertad laboral, además de ciertas reformas
legales como la libertad de expresión y el sufragio femenino.
En el siglo XX la mujer se caracterizó por tomar un rol social más activo en el que comenzó a
desempeñar actividades socialmente atribuidas a hombres.
En la década de los 20's, durante la Era del jazz, surge una nueva ideología femenina sobre la
mujer sexualmente activa conocida como flapper, la cual también sostenía relaciones
sexuales ocasionales, conducía vehículos, consumía alcohol y tabaco, y utilizaba ropa ligera
que era frecuentemente identificada como atrevida u obscena.
La segunda ola del feminismo planteó diversas reformas sobre la libertad sexual, la libertad
reproductiva, el divorcio, la equidad laboral y la introducción política de la mujer.
En la década de los 60's la mujer representa un ícono enteramente doméstico como ama de
casa, dedicada a la crianza. La proliferación del divorcio y la monoparentalidad en la segunda
mitad del siglo XX destruye la noción tradicional de la feminidad y su dependencia marital.
A partir de la década de los 70's, la mujer se convierte en una identidad del ingreso
económico familiar; hasta la década de los 90's en el que la mujer llega a representar en
algunos casos una identidad de ingreso familiar mayor a la masculina, trayendo mujeres
dedicadas al ingreso familiar y hombres dedicados al trabajo doméstico.
La tercera ola del feminismo se caracteriza por buscar reformas sociales principalmente
enfocadas a los estudios queer del LGBT, identificándose en el feminismo lésbico.
1.2 Etimología y definición de feminidad
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1.2.1 Etimología
La palabra fémina se utiliza utiliza como una variable cultista o a veces irónica de
mujer. Fémina en latín es un nombre que significa “hambre” empleado lógicamente
también para determinar el sexo de la especie humana. Por lo tanto la palabra fémina
etimológicamente significa “ la que amamanta, amamantar“
1.2.2 Definición
Conjunto de cualidades que en una cultura particular, alude a ciertos atributos,
características, valores y comportamientos tanto aprendidos dentro de este o
biológicos de una niña o mujer. Este rol se entiende por el lado tradicional, ya que
representa en las mujeres características delicadeza, suavidad, comprensión, muestra
de afecto y el cuidado de la descendencia. Se manifiesta la gran presión social que la
mujer recibe durante todo su desarrollo para que pueda responder correctamente con
estos atributos asignados a su feminidad.
1.3 Variaciones en la concepción de la mujer en la psicología
1.3.1 Psicoanálisis
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La idea de que todo se puede adquirir y modificar administrando una secuencia de
refuerzos adecuados es más alentadora que la idea de la inmodificabilidad de los
rasgos psíquicos por ser "naturales" o constitutivos de una supuesta naturaleza
instintiva o biológica.
A partir del análisis de la imagen social femenina se puede señalar que la imagen social
de mujer está relacionada con el arreglo personal, su cuerpo debe destacar los atributos
femeninos como forma de instalarse en una sociedad que indica a las mujeres con
determinadas imágenes de belleza. Siguiendo la línea del tema que se viene tratando, otra
imagen que se le atribuye como representación social a la mujer desde niña es la agresividad.
Esta nueva estigmatización de las mujeres, es un fenómeno digno de reflexión puesto que
para el imaginario popular las mujeres deben poseer un alto nivel de sensibilidad, ternura y
amabilidad, sin embargo, cuando las mujeres o niñas intentan declarar sus intereses o no
aceptan alguna forma de sumisión entonces la imagen que la sociedad propone de estas es la
de “agresivas”; nuevamente este estudio coincide con el de Lagarde (1990)
Este estudio permite señalar que la estigmatización femenina sigue estando vigente en la
imagen social femenina actual, lo que corrobora los estudios de Goffman (1985) y los de
Palma (2002)
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CAPÍTULO II
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2.1.2 Influencia de Sandra Bem en la Psicología Social
2.1.3 Legado
2.2 Esquema
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cuando hay gente, y que prefiere ir a un café a escalar montañas) o acerca de
un político, un autor reconocido o un vecino.
2.2.1.3 Guiones
En general los esquemas sobre eventos se denominan guiones. Tenemos
esquemas para asistir a una conferencia, para ir al cine, ir a una fiesta, dar una
presentación o comer en un restaurante. Por ejemplo, la gente que suele asistir
a partidos de fútbol podría tener un guión muy claro de lo que sucede dentro y
fuera del campo. Esto torna significativo todo evento. Imagine cómo se
sentiría si usted nunca hubiese ido a un partido de fútbol y nunca hubiese oído
hablar de él. La ausencia de guiones pertinentes a menudo puede contribuir
significativamente a los sentimientos de desorientación, frustración y falta de
eficacia experimentados por los que se encuentran en culturas extrañas (p. ej.,
inmigrantes recientes).
Uno de los argumentos principales consiste en que los roles de género tradicional son
restrictivos para ambos, hombres y mujeres, y puede tener consecuencias negativas para lo
individual, como para la sociedad, globalmente.
En general, los expertos coinciden en que la aparición de los esquemas de género - normas o
estereotipos culturales relacionados con el género - depende en parte del nivel de desarrollo
cognoscitivo del niño y en parte de los aspectos culturales a que el niño presta atención (Levy
y Carter, 1989). Esto significa que aumenta poco a poco su capacidad para entender lo que
significa ser niño o niña y profundiza su conocimiento de lo que es «culturalmente»
apropiado para los varones y las mujeres.
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«El conocimiento de la conducta adecuada al género y de los esquemas de
género a menudo exigen modelamiento y juego dramático».
A su vez los esquemas de género dan origen a la identidad de género, o sea, el sentido de qué
somos como hombres o mujeres. La identidad se desarrolla en una secuencia particular
durante los primeros siete u ocho años de vida. Desde muy pequeños aprenden a clasificarse
como «niño» o «niña». Pero no comprenden con exactitud que lo serán durante toda su vida o
que el género no cambia con la ropa ni con el peinado. No es infrecuente que un preescolar
pregunte a su progenitor si de bebé era niño o niña. Sin embargo, entre los seis y siete años la
mayoría ya no comete este tipo de errores (Stangor y Ruble, 1987).
El niño aprende los esquemas de género en forma directa de los que le enseñan y de los
modelos que ve a su alrededor, y en forma indirecta de las historias, de las películas y la
televisión. Los estudios de modelos estereotipados de los programas de televisión indican
que, con los años, los roles de género transmitidos por esos modelos han sido muy
tradicionales (Signorelli, 1989).
Incluso las investigaciones sobre hombres y mujeres pueden ser ambiciosos, seguros de ellos
mismos y asertivos (roles tradicionales del varón), lo mismo que afectuosos, amables,
sensibles y solícitos (roles tradicionales de la mujer). A esta combinación de rasgos varoniles
o femeninos se le llama personalidad andrógina. Según la situación, los varones andròginos
pueden ser independientes y asertivos, pero al mismo tiempo capaces de mimar a un bebé y
escuchar con empatía los problemas ajenos. Por su parte, la mujer andrógina puede ser
asertiva y segura de sì misma, pero al mismo tiempo por ser expresiva y afectuosa cuando se
requiera.
Sandra Bem (1981) aplicó la teoría de los esquemas a la comprensión del proceso de
tipificación del género en su teoría del esquema de género. Su propuesta consiste en que cada
uno de nosotros tenemos integrado en nuestra estructura de conocimientos un esquema de
género; es decir, un conjunto de asociaciones vinculadas al mismo.
Más aún, el esquema de género representa una predisposición fundamental para procesar la
información sobre la base del género. Es decir, representa nuestra tendencia a considerar que
muchas cosas están relacionadas con el género y a pretender dicotomizar las cosas sobre la
base del género.
El esquema de género procesa la información nueva que nos llega, filtrándola a
interpretándola.
Este rompecabezas ha gozado de popularidad en los últimos años:
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hijo al hospital, en donde lo llevaron de inmediato al quirófano.
Llamaron a un cirujano, Como vio al paciente, el cirujano exclamó:
«¡Dios mío, es mi hijo!» .
¿Puede explicar esto? Recuerde que ni el padre fallecido en el accidente
era adoptivo ni el médico es tampoco padre adoptivo del muchacho.
La solución es que el «cirujano» es la madre del chico. Pero, ¿por qué
no a pocas personas les resulta difícil encontrar la solución? La teoría
del esquema de género, de la psicóloga Sandra Bem (1981), se ocupa
exactamente de este tipo de cuestiones.
En primer lugar, hace falta comprender qué es un esquema. El
«esquema» es un concepto procedente de la psicología cognitiva, la
parte de la psicología que investiga cómo pensamos, percibimos,
procesamos y recordamos información. Un esquema es un marco
general de conocimiento que tiene una persona con respecto a un tema
determinado. El esquema sirve para organizar y guiar la percepción.
Para comprender mejor en qué consiste un esquema, lea con
detenimiento la descripción siguiente y, sin releerla, responsa las
preguntas que aparecen a continuación de la misma.
Usted decide ir a comer a su restaurante preferido. Entra en el
establecimiento y se sienta en una mesa que tiene un mantel blanco,
Mira la carta. Le dice al camarero que quiere costillas de primera, no
muy hechas, una patata asada con salsa ácida y una ensalada aliñada
con queso azul. Asimismo, pide vino tinto. Pocos minutos después, el
camarero vuelve con la ensalada. Más tarde, le trae el resto de la
comida, toda ella de su agrado, salvo las costillas de primera, que están
algo pasadas.
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pueden provocar errores de memoria. Un aspecto habitual en el esquema de restaurante
consiste en que el camarero nos la carta. En consecuencia, es probable que su esquema de
restaurante rellenara esta porción de información que, en realidad, no menciona el relato y,
por tanto, le hace caer en un error. Así, la percepción y el recuerdo de la información que
llega con el esquema preexistente en él.
La psicóloga Sandra Bem (1981) aplicó la teoría de los esquemas a la comprensión del
proceso de tipificación del género en su teoría del esquema de género. Su propuesta consiste
en que cada uno de nosotros tenemos integrado en nuestra estructura de conocimientos un
esquema de género, un conjunto de asociaciones vinculadas al mismo. Más aún, el esquema
de género representa una predisposición fundamental para procesar la información sobre la
base del género. Es decir, representa nuestra tendencia a considerar que muchas cosas están
relacionadas con el género y a pretender dicotomizar las cosas sobre la base del género. El
esquema de género procesa la información nueva que nos llega, filtrándola e interpretándola.
De este modo, la teoría del esquema de género nos proporciona una respuesta adecuada a la
pregunta la pregunta por la dificultad de la solución del rompecabezas del principio del
apartado. La mayoría de nosotros tiene un esquema de género que establece una relación
entre «hombre» y «cirujano». Por tanto, la asociación entre «cirujano» y «mujer» o «madre»
es difícil.
Dice Bem que el proceso evolutivo de tipificación del género o de la adquisición de papeles
adecuados al género de los niños es el resultado del aprendizaje gradual del niño del
contenido del esquema de género de la sociedad. Las asociaciones relacionadas con el género
de la sociedad. Las asociaciones relacionadas con el género que configuran el esquema son
muchas: las niñas llevan vestidos y los niños no; los niños son fuertes y brutos; las niñas son
lindas (quizá aprendiendo simplemente de los adjetivos que aplican los adultos a los niños; es
raro que los adultos digan que un niño es lindo o que una niña es bruta); las niñas crecen para
ser mamás, los niños no.
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2.4 Androginia y adquisición de los esquemas de género en la niñez
La personalidad andrógina se forma con prácticas de crianza del niño específicas y con
actitudes de los padres que estimulan las conductas transgénicas adecuadas. Los padres de
familia siempre han estado más dispuestos a aceptar estos comportamientos en las hijas que
en los hijos (Martín, 1990). Habrá mayores probabilidades de adquirir una identidad
andrógina permanente del género que combina algunos aspectos de masculinidad y de
feminidad tradicionales, cuando dicha conducta se modele y se acepte. Conviene que el
progenitor del mismo sexo que el niño encarne un modelo y se acepte. Conviene que el
progenitor del mismo sexo que el niño encarne un modelo de conducta transgenérica y que el
progenitor del sexo opuesto recompense tal modelo (Ruble, 1988). El padre puede aspirar la
alfombra, limpiar el baño y remendar la ropa; la madre, por su parte, puede cortar el pasto,
reparar los electrodomésticos y sacar la basura.
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La principal representante de este nuevo enfoque sobre la masculinidad-feminidad es Sandra
Bem (1974) quien construyó un inventario del rol sexual, el BSRI -Bem Sex Role Inventory.
El BSRI es un cuestionario de auto-informe, que contiene 20 rasgos masculinos y 20
femeninos. Los contestantes indican el grado en el que cada rasgo le describe, sobre una
escala de 1 (Nunca) a 7 (Siempre). Bem construyó el BSRI basándose en rasgos que se
consideraban normativos para los hombres y para las mujeres en una muestra de
universitarios estadounidenses.
Los estudios transculturales han proporcionado apoyo mixto acerca de la validez del BSRI
como indicador de masculinidad y feminidad en una gama amplia de culturas. Algunos
estudios que investigan su fiabilidad confirman que la escala tiene una consistencia interna
alta con participantes de EE.UU., China, India, Malasia y asiáticos-musulmanes (Damji y
Lee, 1995). También se han encontrado índices de fiabilidad satisfactorios en las versiones
del BSRI en japonés, alemán, árabe, italiano (Lenney, 1991), francés, portugués y español
(Amancio, 1993; Lorenzi–Cioldi, 1993; Moya, 1993). Sin embargo, hay que admitir que la
mayor parte de la evidencia acerca de la validez de BSRI y de su fiabilidad procede de
muestras de EE.UU. Así, una revisión de novecientos artículos publicados entre 1974 y 1992
en los que se utilizó el BSRI, indicó que sólo el 2% de las investigaciones usaron muestras no
caucásicas (Damji y Lee, 1995). Los estudios realizados con otras muestras indican que la
estructura factorial de las escalas es ligeramente diferente. Además, cuando a las personas de
culturas diferentes se les pregunta acerca de si cada ítem incluido en el inventario es
significativamente más deseable para un hombre que para una mujer (el criterio usado por
Bem para seleccionar los ítems), muchos de los ítem no cumplieron este criterio. Lo mismo
puede decirse sobre las diferencias observadas entre hombres y mujeres en sus
auto-evaluaciones en los rasgos masculinos y femeninos.
Las auto-concepciones de hombres y mujeres en masculinidad y feminidad muestran
cambios históricos e influencias socio–culturales. Por ejemplo, un meta–análisis de estudios
realizados con muestras norteamericanas (Twenge, 1997) ha encontrado un aumento (de 1970
a 1995) en las mujeres y en los hombres en la escala de masculinidad del BSRI (más fuerte en
las mujeres que en los hombres), pero pocos cambios temporales en la escala de feminidad.
En lo que respecta a las diferencias culturales, los resultados no presentan un modelo
unánime. Por ejemplo, algunos estudios indican que en las culturas asiático tradicionales y en
las africanas las diferencias de género en el auto–concepto podrían ser más bajas que en las
culturas occidentales (Fiske, Markus, Kitayama y Nisbett, 1998; Okeke et al, 1999). Otros
estudios sugieren la existencia de feminidad más alta en los países y en las muestras
colectivistas (como asiáticos o latino-americanos) en comparación con los individualistas
(Damji y Lee, 1995; Hofstede, 2001). Así, a pesar de la segregación de género más elevada y
del machismo más tradicional, los habitantes de países africanos, latinoamericanos y
mediterráneos, valoran más la conducta social femenina (tanto en hombres como en mujeres).
En paralelo a los resultados en Feminidad, otros estudios sugieren la existencia de niveles
más altos de Masculinidad en los países individualistas, donde el auto–control y la
auto–dirección son valorados.
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Sin embargo, este patrón de resultados no es unánime. Así, otros estudios, en los que
también se ha utilizado el BSRI, han encontrado en participantes chinos y japoneses
puntuaciones más bajas en feminidad que en los participantes estadounidenses (Lin y
Rusbult, 1995; Sugihara y Katsurada, 1999), y algunos autores sugieren que la feminidad o
expresividad es más alta en las sociedades individualistas, donde la interdependencia se crea
y se mantiene voluntariamente, que en las colectivistas, donde los grupos ya le vienen dados
al individuo prácticamente desde su nacimiento.
El BSRI fue más tarde utilizado para medir la flexibilidad psicológica e indicadores
conductistas.
Capítulo III
3.1 Objetivos
En el presente trabajo se busca conocer la correlación que existe entre las variables:
Feminidad y Satisfacción con la Vida. En la población de las alumnas del salón X del Curso
X del turno tarde de la Carrera de Educación de la Facultad de Educación de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos.
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El problema se circunscribe a las preguntas: ¿Existe una relación entre el grado de
feminidad y el nivel de satisfacción con la vida en las alumnas del salón X del Curso X del
turno tarde de la Carrera de Educación de la Facultad de Educación de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos?
3.4 Hipotesis
Se propone que existe una relación positiva entre el grado de feminidad y el nivel de
satisfacción con la vida en las alumnas del salón X del Curso X del turno tarde de la Carrera
de Educación de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. Es decir, que un incremento en su grado de feminidad implicará un aumento en su
nivel de satisfacción con la vida.
3.5 Población
La población la constituyen las 26 alumnas del salón 102 del Curso de Comunicación
Oral y Escrita del turno tarde de la Carrera de Educación de la Facultad de Educación de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. 26 de Junio del año 2017.
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Capitulo IV
Metodologia
4.2.- Instrumentos
Niveles de aplicación: De 8 años de edad en adelante.
Descripción:
Interpretación:
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Luego de sumar los puntos correspondientes a los ítems de la feminidad y
sumar los correspondientes a las masculinidad. Se sustrae del total de
feminidad el puntaje total de masculinidad. La diferencia nos permite ubicar al
sujeto en las siguientes categorías:
Confiabilidad:
A las dudas que se han planteado respecto a la validez del Inventario de Bem
(Hoffman y Borders, 200 1), a pesar de seguir siendo el instrumento más utilizado en
la investigación. Para este propósito se adoptaron dos criterios generales de validación
de constructo. En primer lugar, estable- 99 cer la validez de grupos criterio (Boldizar,
1991) o de grupos conocidos (Ashmore, Del Boca y Bilder, 1995) mediante la
verificación de diferencias de género significativas en ambas escalas, es decir,
confirmar si los hombres obtienen mayores puntajes en M que las mujeres, y si las
mujeres obtienen mayores puntajes en F que los hombres. Y en segundo lugar, se
buscó determinar la relación entre cada escala del Inventario y otras dimensiones
psicológicas que muestran diferencias de género consistentes y significativas. Si las
escalas del Inventario miden realmente rasgos de masculinidad y de feminidad,
entonces se puede predecir que deberán mostrar un patrón de relación diferencial con
otros constructos psicológicos en los cuales hombres y mujeres difieren
significativamente. El análisis de diversas características personales que presentan
diferencias de género significativas y la disponibilidad de medidas adecuadas
condujeron a seleccionar las siguientes dimensiones que deberían mostrar una
relación diferencial con masculinidad y feminidad: a) empatia emocional; b)
asertividad; e) motivación de logro; d) motivación de afiliación y e) habilidades
sociales de comunicación. En mayor o en menor grado, en todas estas dimensiones
existen importantes diferencias de género, y en la mayoría de ellas además hay
evidencias de su relación diferencial con masculinidad y feminidad, como se describe
brevemente a continuación. Respecto a la empatia emocional, existe abundante
evidencia que las mujeres obtienen puntajes superiores a los hombres, en distintas
edades y utilizando diferentes mediciones (Davis, 1983; Eisenberg y Lennon, 1983;
Riggio, TuckeryCaffaro, 1989). y en cuanto a su relación con rol sexual, Karniol,
Gabay, Ochion y Harari (1998) encontraron que la orientación del rol sexual y
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específicamente la feminidad era un mejor predictor del nivel de empatía que la
variable sexo. En el caso de la asertividad; aunque las diferencias de género
actualmente no serían tan claras como se ha estimado tradicionalmente, Gismero
(2000) informa que en diversas muestras españolas los hombres obtenían puntajes
superiores a las 100 BARRA ALMAGIÁ mujeres, empleando el mismo instrumento
utilizado en la presente investigación. Y respecto a su vinculación con el rol sexual,
Marusic y Bratko (1998) encontraron que en ambos sexos existía una alta correlación
entre el componente de asertividad del dominio de extraversión de los "cinco grandes"
y la escala de masculinidad del Inventario de Bem. En cuanto a los motivos de logro y
afiliación, la evidencia muestra que los hombres presentan mayor orientación al logro
que las mujeres y que ocurre lo inverso con la orientación afiliativa (Fultz y Herzog,
1991), aun cuando las diferencias de género parecen ser más genuinas en afiliación
que en logro (Brown, Uebelacker y Heatherington, 1998). En nuestro medio,
Gallardo, Pinto y Wenk (1992) informaron que de las 15 dimensiones del
Cuestionario de Preferencias Personales de Edwards, afiliación y logro estaban entre
las que presentaban mayores diferencias de género en adolescentes chilenos. Y
respecto a su relación con el rol sexual, Ward (2000) informa correlaciones
significativas entre necesidad de logro y M por una parte, y entre necesidad de
afiliación y F por otra parte. En lo referente a habilidades sociales de comunicación, y
basado en su modelo multidimensional, Riggio (1986) informa que las mujeres
obtienen mayores puntajes que los hombres en las dimensiones de expresividad
emocional, sensibilidad emocional, expresividad social y sensibilidad social, mientras
que los hombres obtienen mayores puntajes que las mujeres en control emocional. En
nuestro medio, Barra (1988) encontró el mismo patrón general de diferencias de
género en universitarios chilenos. Respecto de estas dimensiones no conocemos
evidencias acerca de su relación con el rol sexual, aun cuando habría fundamentos
para formular algunas predicciones específicas. Basándose en las evidencias
mencionadas, se consideró que las dimensiones señaladas pueden ser indicadores
apropiados para establecer la validez de constructo de las escalas M y F del IRS.
Específicamente se predijo que M tendría mayor relación con asertividad, logro y
control emocional, mientras que F tendría mayor relación con empatía emocional,
afiliación, sensibilidad emocional y sensibilidad social. También interesaba
determinar si algunas dimensiones tenían una relación directa con una escala y una
ausencia de relación o relación inversa con la otra escala, ya que de ser así tales
dimensiones contribuirían significativamente a dotar de significado psicológico a los
constructos masculinidad y feminidad y a la validación de su medición.
Capitulo V:
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Resultados
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Capitulo VI: Conclusiones
REFERENCIAS
M. Angeles Durán (1982), cp. 4 La mujer y la psicología: Liberación y utopía.
Anexos
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