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Agradecimientos
Gracias!!!
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El Club de las Excomulgadas
Argumento
Sarael Castillo quiso ignorar las palabras de la adivina. Quiso ignorar las cartas
del tarot sobre el negro satinado. Tres de ellas, alineadas en fila. El pasado. El
presente. El futuro.
El Colgado
La Torre
Nada podría evitar que Matteo Cabrelli reclamara a Sarael. Había sido creada
para él, su destino escrito con sangre antigua. Una vez que se uniera con ella, no
habría ninguna posibilidad de que La Brama, el hambre, lo controlara. Su sangre lo
saciaría, su cuerpo lo ayudaría, su vida daría un significado más profundo a la suya
propia en lugar de siglos de conquista sin sentido y de alimentación, de actividades
en solitario, tendría una compañera a su lado, una mujer que fuera suya en todos
sentidos. Una mujer que estaría destinada a vivir en su mundo.
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El Club de las Excomulgadas
C A P ÍT U L O 1
Las cartas del tarot estaban sobre la tela de raso negro. Tres de ellas alineadas
en una fila.
Sarael Castillo se removió en su asiento, ella deseo poder escapar a una lectura
que estaba sin respuesta, pero representada de todos modos.
El Hombre Colgado.
La Torre.
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El Club de las Excomulgadas
La Luna.
—Has vivido entre nosotros, te adaptaste a un estilo de vida que no era para ti,
sostenida en el limbo por las decisiones que no eran las tuyas y sin embargo el
tiempo no fue en vano. Has aprendido mucho, más del que te das el crédito
correspondiente. Pero ahora es el momento de separarte. Alejarse de lo que
conoces.
Helki remarcó.
—Pronto te unirás a los que estabas destinada a ser, viviendo en tu mundo con
él.
Y Sarael creyó, oyó la voz profética de Helki, donde a menudo había algún
espectáculo de feria y la calle era bulliciosa con la habilidad de leer la expresión de
una persona y tener una educada suposición basada en las duras lecciones y una
vida de observación.
*****
Incluso con las hierbas, a menudo era difícil controlar La Brama, el hambre, el
deseo de drenar todo, por aquellos que lo atacaban, para tomar su esencia de vida
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El Club de las Excomulgadas
junto con cada trago de sangre. Sin embargo, ceder el paso a La Brama significaba
la muerte a manos de su propia especie para variar, más que ser sus enemigos…. la
sociedad secreta “Los Creyentes” trataban de destruir cualquier ser que pudiera
tomar la forma de un ser humano, siendo más que un mortal.
Una sonrisa triste jugó sobre los labios de Matteo. El tiempo había ayudado a
su especie. Las grandes masas de seres humanos ya no creían que eran criaturas que
podían cambiar de forma, cuya vida abarcaba siglos y que se alimentaban de sangre
para sobrevivir. Las masas ya no temían a la oscuridad y muchas personas los
habían abrazado, uniéndose a clubes donde se convertían en presas fáciles… a
pesar que hubieran podido escapar con vida. Y todavía persistían Los Creyentes.
Una sociedad de intolerancia, dirigida por hombres que permanecían en las
sombras, que alimentaban el miedo y la lujuria por el poder y la riqueza.
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Casi ahí. Años y millones de dólares más tarde, parecía que la Una que había
sido creado específicamente para él había sido finalmente encontrada. Una mujer
ahora. Para reclamarla. Para dominarla. Para alimentarse de ella. Para aparearse.
Sarael.
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El Club de las Excomulgadas
Pronto sería su novia. Su kadine. La que satisfaría todas sus necesidades.
*****
—Ellos sólo dan una posibilidad—dijo Dakotah con sus ojos centrados en las
tres cartas…no del mazo de Helki… sino de uno de los muchos de su remolque.
Dakotah las alcanzó, tirando de las cartas para que yacieran boca abajo.
El tráiler que ella y Dakotah compartían se encontraba entre otros iguales a él,
cajas baratas de metal tiradas por los maltratados camiones y por los remolques de
tractores que se utilizaban para mover los carromatos y cabinas de ciudad en
ciudad.
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La madre de Sarael había estado huyendo de algo cuando había llegado con
una niña en sus brazos y encontrado un hogar en la feria. Había huido otra vez
algunos años más tarde, dejando a su hija atrás.
Sin embargo, los artistas se habían hecho cargo de ella como propia. La vieja
adivina Helki había hecho un espacio en su pequeño remolque para Sarael. Nunca
hablaba de la madre de Sarael o de su pasado. Nunca hablaba de un futuro más allá
de la siguiente ciudad.
Era la única forma de vida que Sarael conocía. Y, sin embargo, ya no sentía
como si le perteneciera. La Torre Quemándose, alcanzada por un rayo y
— ¿Te haría sentir mejor si te dijera que no te perderás de mucho? Que para
gente como nosotros, esto podría ser tan bueno como te lo pone. Tan seguro como
se supone que es.
—Lo sé.
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hebras de una trama de la vida de Sarael tal como ella lo miraba, mientras captaba
restos de su conversación, de las piezas de sus alegrías y tristezas, de sus triunfos y
tragedias, mientras ella estaba segura retiraba de todo eso y aún no era tocada por
ello.
Dakotah resopló.
— ¿Te vas?
Sarael asintió sin decir nada. Una regla no escrita, un código entre los que
viajaban con la feria. No investigar los secretos del otro.
—Te envidio.
—Sí. A ti. No te das cuenta que eres libre, Sarael. De lo libre que siempre has
sido. —Dakotah abrió la doble puerta. —Soy la que dirigiré la rueda de la fortuna.
¿Quieres trabajar allí o volverás con Helki?
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—Trabajaré con ustedes—dijo Sarael, mirando por un momento las cartas boca
abajo en su cama antes de salir del remolque.
Familias vagaban, los niños pegajosos rogándoles por ir a más juegos, algunos
todavía pegajosos por el azúcar, otros cansados y quejumbrosos, por ser bien
pasada la hora de dormir. Las parejas se movían juntas con sus brazos alrededor del
otro, con los hombres y los niños a menudo lanzando pelotas de béisbol o de
baloncesto a anillos, tratando de impresionar a sus esposas o novias al ganar un
peluche.
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Con fácil precisión, Sarael y Dakotah guiaron a los pilotos dentro y fuera, con
el tiempo pasando rápidamente, aunque mientras pasaba, Sarael se ponías más
ansiosa, más inestable. Como si la tormenta hubiera llegado finalmente,
deteniéndose justo antes de tocarla.
Un grupo de tres, cada uno con una chaqueta Letterman, se había interesado en
Sarael miró la pulsera de cuero que cubría su tatuaje. Había sido el único acto
de maternidad que su madre se había tomado en serio. A veces se había conducido
al punto de darle un castigo físico. Las agudas bofetadas y la cara de su madre,
estaban profundamente grabadas en la mente de Sarael, junto con su insistencia
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para que Sarael siempre mantuviera su tatuaje cubierto. Aunque nunca había
habido una explicación para ello. Y su madre no tenía las marcas en ninguna de sus
muñecas, eso era todo lo que Helki había estado dispuesta a decirle a Sarael.
Dakotah rió.
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Sarael se encogió de hombros.
—No, gracias—dijo Sarael, queriéndolo decir, con las imágenes de los hombres
que recientemente habían comenzado a rondar por toda la feria intermitentemente
a través de su mente, con su presencia inexplicable y sin embargo, aparentemente
Ella se estremeció, mirando hacia arriba, mirando más allá de las multitudes,
de las luces y de la oscuridad que existía más allá del asfalto y de la mucha suciedad
en el borde de la pequeña ciudad donde se había establecido la feria. En el paisaje
nocturno dominado por la Luna.
*****
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Tal vez se había equivocado al no haber hecho que Sarael le fuera llevada. Sin
embargo, temía que los ojos de otro hombre la tocaran, al olor de otro hombre
sobre ella, incluso un padrall o un sirviente al que se lo hubiera ordenado
recuperarla, sería suficiente para él.
Estaba ansioso por empezar. Por follarla. Para el intercambio de sangre con sus
tres tiempos. Para hacerla primero su novia y luego su kadine.
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En la época medieval el proceso había alimentado rumores de muertos
vivientes, de mujeres con colmillos que atacaban a sus vecinos y miembros de la
familia. Seres enloquecidos sin conciencia. Criaturas que había que destruir.
Pero ese ya no era el caso. No había pasado en siglos, con excepción de los
pocos humanos cuya conversión los había conducido a la locura, y la mayor parte
de las mujeres habían estado sin el conocimiento del mundo de los vampiros, la
mujer elegida como kadine por los vampiros, quienes le temían a La Brama las
reclamaban antes que pudieran hacer arreglos para que un compañero fuera creado
para ellas por los padralls.
El pene de Matteo pulsó una vez más, con su cuerpo ajustándose. Cientos de
corazones latían cerca de él, sin darse cuenta que el depredador estaba en medio de
ellos, y sin embargo, por una vez, La Brama no susurraba a través de sus venas, no
lo llamaba a él al festín ni a satisfacerse.
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Al final, ella le obedecería en todo. Pero este no era el momento para comenzar
su entrenamiento. No estaba preocupado por capturarla. Estaba a punto de tomar
posesión de ella. Incluso si ella no llegaba a su llamado más tarde, como anticipaba,
sería un asunto menor recuperarla. A pesar de los mitos de los humanos, podría
entrar en su remolque, con o sin permiso.
Las palabras enviaron una oleada de miedo a través de Sarael. Una sensación
de amenaza. Sacudió la cabeza, moviéndose para poder abrir las barras de
seguridad de los cubos y ayudar a los usuarios de la rueda mientras Dakotah
controlaba el movimiento.
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— ¿Segura que no quieres venir?—Le preguntó Dakotah después de que habían
entregado sus recibos y se habían ido a su camper.
Sarael se sentó en su cama y se volvió sobre las cartas del tarot. Temblando
mientras las volvía a ver.
El Hombre Colgado.
La Luna.
Ella pasó un dedo por los bordes. Mirándolas fijamente. La profecía de Helki
resonaba en sus oídos.
Has vivido entre nosotros, para adaptarte a un estilo de vida que no era el tuyo, sostenida
en el limbo por decisiones que no fueron las tuyas propias, y sin embargo el tiempo no fue en
vano. Has aprendido mucho, más de lo que te das el crédito correspondiente. Pero ahora es el
momento de separarte. Alejarte de lo que conoces. Pronto te unirás con él que estabas
destinada a estar, viviendo en su mundo con él.
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Luchó durante todo el tiempo que pudo. Pero a medida que la noche se hacía
más tranquila, que los artistas se acomodaban alrededor de ella, con sólo
conversaciones apagadas y aparatos de televisión dando testimonio de su presencia,
la obligación se hizo más fuerte hasta que Sarael ya no pudo resistir el llamado.
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Sarael se detuvo delante del pequeño y cerrado stand de la concesionaria de los
perros calientes y de los pretzels calientes con mostaza que se habían vendido. El
aire alrededor del stand estaba cargado con el olor de la grasa. A varios metros de
distancia, el póster de los autos chocadores brillaba, quieto en la noche aunque en
la mente de Sarael podía oír los gritos y risas cuando se estrellaban uno contra el
otro.
Sarael respiró hondo y trató de ver en la oscuridad que se tragaba todo hasta
más allá de la salida.
Ven.
Era más fuerte esta vez. Enviando zarcillos de sensaciones a través de su vientre
y sus pechos.
Dio unos pasos más antes de tomar la valla metálica utilizada para formar
rampas para las multitudes de las filas. La salida estaba justo al otro lado de la feria.
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Su retraso casi le costó a Matteo su control. Estaba más cerca de Sarael de lo
que había estado antes y sin embargo ahora no había nadie más alrededor. Nadie
que le impidiera cerrar la distancia entre ellos, de una vez y de dar grandes pasos a
sus brazos, callando cualquier protesta que pudiera hacer sellar sus labios con los
suyos. De frustrar cualquier intento de escapar con una demostración de fuerza.
Sus fosas nasales se abrieron mientras una brisa le trajo el olor de ella a él. Su
corazón se aceleró, coincidiendo con los pasos rápidos de ella. Las dos caras de una
misma moneda. Presa y depredador.
Frustración, impaciencia, le hizo darle órdenes a ella de nuevo, esta vez con un
dejo de amenaza. La noche se escapaba más rápidamente de lo que quería.
Deberían estar en la limusina, incluso ahora.
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Sarael alcanzó a ver al hombre de pie delante de la entrada de la feria, con su
oscura aura, con su repentina explosión de ira por lo que fue más fácil para ella
luchar contra la necesidad de ir a él. La forma en que se había producido todo le
recordaba las locuras que su madre le había dicho más de una vez, los golpes dados
a la pulsera que entonces odiaba. Las palabras que venían de él eran tan agudas
como los golpes de la mano de su madre. Si te encuentran, tu vida no será tuya nunca
más.
Una ominosa advertencia sin nada para poner en contexto, sin una
comprensión de lo que significaba. Hasta ahora.
Pronto te unirás con lo que estabas destinada a estar, con los que viven en su mundo, con
él.
Ven a mí. Esta vez más suave, aunque no menos insistente a medida que el
hombre se separaba de la oscuridad entrando en el claro de luna fluyendo con
gracia.
—Ven a mí, Sarael—dijo con su voz como miel pura, girando alrededor de ella,
dulce y espesa, atrapándola por lo que finalmente se puso de pie delante de él, con
su respiración agitada, con su cuerpo empapado de sudor, con su cara vuelta hacia
arriba, con sus pensamientos en caos.
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Él extendió la mano, tomando la suya y sosteniéndola contra su corazón
mientras que la otra le tomaba la mejilla, con su pulgar acariciando sus labios.
— ¿Cómo?—Susurró ella.
—No. —Fue poco más que un soplo de aire, mientras trataba de dar un paso
atrás. Pero su dominio era muy apretado y su propio cuerpo también cooperaba
con él.
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Al instante ella se perdió en una oleada tras otra de sensaciones. Nadando a
través del deseo grueso, desconocido. Apenas capaz de pensar o respirar. De
protestar cuando la puso en sus brazos y comenzó a caminar.
Había pensado en abrumar a sus sentidos, para poder llegar al coche, pero una
vez que la había tocado... La lujuria había corrido a través de él, como una llama
Ella se movía inquieta por debajo de él, con sus manos a los lados de las
caderas de él. Él apretó más su peso sobre ella, gozando la forma en que su cuerpo
se sentía suave bajo el suyo ya tan sumiso.
Levantó los labios de los ella, mirándola a los ojos a la tenue luz interior del
coche, leyéndola. Estaba aturdida, caliente, lo que lo dejó insatisfecho y enojado
consigo mismo. Había ido demasiado rápido con ella. Inundando sus sentidos y
cautivándola, tratándola como si fuera una mujer que sería utilizada sin
pensamiento o conciencia, no como su futura kadine debería ser tratada.
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Habría veces entre ellos cuando si sería tomar, una orden, una afirmación de
dominación, hechas ambas un juego y con intenciones serias. Pero más tarde.
Cuando Sarael fuera su kadine. No ahora, cuando eran nuevos el uno con el otro.
Su corazón dio un salto en respuesta con sus ojos cada vez más abiertos
mientras miraba su belleza morena y atractiva. La nariz recta y los labios
masculinos.
Cabrelli. Italiano.
— ¿Cómo pudiste... —Ella se detuvo con el color corriendo por sus mejillas. —
obligarme a hacer cosas?
— ¿Angelique?
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Él mostró los dientes.
—Tu madre.
Ella dio un brinco, lamiéndose los labios, pero cuando su calmada mirada se
movió a su boca, ella se inclinó.
El miedo se movió a través de ella, no el terror de alguien que creía que estaba
— ¿Qué te dijo ella?—Era más suave esta vez como si estuviera tratando de
controlar sus emociones, comprobando su propio comportamiento.
Sarael vaciló, temerosa de que si le decía la verdad, que no sabía nada, entonces
permanecería en la ignorancia. Él inclinó la cara acariciando su boca contra la de
ella, dándole un pequeño beso de succión que la animó a confiar en él. Que envió
pulsos de calor a través de sus pezones y llenó su vientre de calidez, pero que no la
dejó sin sentido.
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—Quítate la pulsera.
Ella lo hizo, sin protestar cuando tomó la correa de cuero y la tiró al suelo antes
de tomar su muñeca y llevarla a su boca, tocando sus labios en el lugar donde
estaba tatuada su piel.
—Fuiste creada para mí. Naciste para ser mi otra mitad—dijo puntuando cada
frase con un beso en su muñeca. —Sabrías todo esto, si Angelique se hubiera
quedado y te tuviera con ella. Pero es demasiado tarde para cambiar el pasado. Lo
que importa ahora es el futuro. —Los ojos de él sondearon los suyos y Sarael se
tensó, un escalofrío le recorrió la espalda con la idea de que él estaba tratando de
—Por un hombre, tal vez. ¿Quién sabe?—El acarició la mejilla de Sarael. —Fue
algo bueno para ella que te haya encontrado primero, carissima, y no tuviera la
necesidad de seguir buscando por ella. —La voz de él era suave pero llena de
amenaza mortal y ella no pudo reprimir un escalofrío, con las palabras de su madre
acechándola. Si te encuentran, tu vida no será tuya nunca más.
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—Eres mía—Le dijo besando su muñeca otra vez, tentándose a sí mismo,
trazando su huella afirmándola con su lengua.
Pero antes que pudiera hacerlo una tercera vez, él le hundió los dedos en su
cabello obligándola a alejarse de su piel, levantándola para que su boca pudiera
cubrir la suya en un beso ardiente, castigador. Ella cedió de inmediato, suave y
flexible. El tatuaje que compartían de alguna manera validaba la exactitud de estar
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—Muy bien—dijo Pietro con un atisbo de sonrisa en su voz, aunque sus viejos
rasgos no revelaron ninguna emoción.
Había soñado con ese momento y antes La Brama había crecido hasta el nivel
donde había requerido de hierbas para contenerse.
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La necesidad profunda de su alma, que implicaba más que sexo y sangre, corrió
a través de él mientras miraba a Sarael. En ella, podría tener todo lo que deseaba.
Esa era la naturaleza de la propia kadine. Pero primero tenía que hacerla su novia.
Ella estaba temblando, cubierta con una fina capa de sudor cuando levantó la
cabeza momentos después, con su mirada yendo a la suya, en busca de algo, con la
satisfacción en su rostro indicando que lo había encontrado.
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tan cerca de su boca que ardía en deseos de hundir sus colmillos en ella, de extraer
su sangre para poder realmente darse un festín en su seno.
Sarael se retorcía debajo de él, todavía inmovilizada, incapaz de hacer otra cosa
que aceptar el placer que él le estaba dando. Un placer que la llenaba, haciendo que
se sintiera como si fuera a estallar.
Matteo se calmó, levantando la cabeza con sus ojos oscuros, capturando los de
—Eso sería muy peligroso. No estás lista para tomar todo de mí todavía.
Ella se estremeció, al darse cuenta ahora de por qué nunca había dejado a un
hombre en su cuerpo antes, de por qué cada vez que había conseguido acercárseles,
había tenido miedo... con una advertencia sobre las consecuencias de ceder su
virginidad que se convertirían en una horrible peso sobre su conciencia en el futuro.
Mirando los ojos de Matteo, supo que él era la razón por la que se había
mantenido virgen. Fuera lo que fuese lo que la unía a él, lo que le había permitido
convocarla, cualquiera cosa que fuera, le había impedido permitir a otro hombre
poseerla. Advirtiéndole sutilmente que mataría a cualquier hombre que la
conociera de una manera tan íntima.
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Había sido un error ponerla en el suelo delante del fuego. Tendría que haberla
llevado a la cama, donde hubiera podido atar sus muñecas y tobillos cuando fuera
necesario. No estaba seguro de poder mantener el control si ella lo tocaba ahora, si
ella le rascaba la espalda o sus piernas se envolvían en torno a él.
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entre ellos antes de caer de vuelta, con su cara mostrándole su confusión, su
necesidad de comprender cómo podía dominarla de tal forma.
Gruñéndole como advertencia para que ella no lo tocara a él, liberó sus
muñecas el tiempo suficiente para quitarle la tela de entre las piernas. Por un largo
rato se quedó mirándola, fascinado por la visión de su carne hinchada, de su
clítoris, y luego fue a ella. Una vez más, fijando sus muñecas en su lugar mientras
se la comía. Explorando su vagina con su lengua, follándola con ella, deleitándose
por la forma en que ella se empujaba contra su boca, en la forma en que ella gemía
y le rogaba que no la dejara, yendo a él en repetidas ocasiones, sollozando su
nombre cada vez que lo hacía.
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labios allí, ella se sentó, liberando sus manos con un repentino aumento de energía
y hundiéndolas en el pelo de Matteo, con su aliento saliendo en ráfagas mientras se
acurrucaba a su alrededor, agarrándolo, a veces manteniéndolo en su lugar, a veces
tratando de alejarlo mientras él alternaba entre chupar su hinchada punta y darle
vueltas con su lengua y a su alrededor hasta que finalmente se vino otra vez,
estirándose y acostándose sobre su espalda, con sus piernas, su cuerpo
completamente abiertos a él.
Ella estaba débil y blanda, demasiado agotada para tener miedo por más
tiempo de la vista de sus colmillos, del conocimiento de lo que era cuando él
estableció su cuerpo sobre ella y apretó su pene en la entrada de su canal virgen,
tragándose su pequeño grito de dolor con su pene siendo el primero y único que ella
conocería nunca.
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lengua agresiva en su boca, renovando su pasión de nuevo, presionando su pene en
ella una pulgada a la vez, con la satisfacción sobre él cuando su cuerpo respondió,
arqueándose, invitándolo a ir más profundo.
Ella se arqueó hacia él, con sus uñas clavándose en su carne mientras el
orgasmo se estrellaba contra ella. Al sentir su cuerpo estrecharse un instante antes
que una oleada tras otra de su descendencia se hundiera en su vientre.
Saciada más allá de toda imaginación, laxa, con los ojos cerrados, a la deriva,
con sus pensamientos dispersos, incapaces de tomar forma hasta que él apretó su
boca a su muñeca y su sangre caliente quemó sus labios. Ella luchó, pero no era
rival para su fuerza superior que la obligó a tomar lo que le ofrecía, beber y beber y
beber hasta que se hizo como un buen vino del que no podía prescindir. Y sólo
entonces su tacto cambió, con su mano acariciando su garganta, a lo largo de su
espina, con su voz alabando cada uno de sus tragos, con sus palabras instándola a
la oscuridad del sueño.
—Bebe, Sarael. Esta noche eres mi novia. Pero pronto serás mi kadine.
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Sarael se despertó sobresaltada, con sus primeros pensamientos con su
trayectoria habitual. Tenía que levantarse y estar lista para el trabajo. Ahora que era
otoño y la escuela estaba de nuevo abierta, todos los días entre semana contaban, y
los sábados eran los de mayor atracción. Ella le había prometido...
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— ¿Cómo puedes estar despierto?—Le preguntó ella con su cuerpo diciéndole
que era más tarde del amanecer.
Él suspiró, con el sonido de un hombre que no quería nada más que dormir.
—El que te reclama, Sarael. Estamos acoplados, unidos para siempre ahora.
Ella brincó en reacción, sabiendo por el extraño calor ardiente de sus venas y la
certeza en su voz que era verdad. Luchó contra el miedo, el deseo reprimido de
protestar. De participar en una batalla que no la llevaría a ningún lado.
Matteo apretó la mandíbula contra el placer extremo, sabiendo que era un error
follarla, sabiendo que lo debilitaría de modo que el Il Sonno -El sueño- lo llevaría
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más profundamente de lo que podía darse el lujo de permitirse, de manera que la
luz del sol lo golpearía, con sus células rompiéndose casi de inmediato, lo que lo
obligaría a cambiar su forma a la segunda forma que todos los vampiros podían
asumir, un mecanismo de supervivencia que acompañaba a la Metamorfosi,
cuando los hijos de los vampiros de sangre pura y sus kadines arrojaban las
ataduras que venían con sus una vez totalmente madres humanas.
Hasta La Metamorfosi, los niños dormían durante las horas de luz del sol,
encerrados en cuerpos que aún eran parte humanos, custodiados por sus madres y
padralls que servían a las familias. Era la única vez durante la vida de un vampiro
La sostuvo el mayor tiempo que pudo, hasta que su resistencia a sus músculos
internos onduló y dio un espasmo contra su pene, empapándolo con excitación y
ordeñando su simiente, con la fiebre del calor de la misma a través de su pene
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volviéndolo débil y mareado por lo que se desplomó contra ella, una vez más,
atrapando su cuerpo bajo el suyo.
Por largos momentos Sarael estuvo en una neblina de placer, tranquila, saciada.
Pero poco a poco se desvaneció, quemada por el calor extraño en movimiento a
través de sus venas. La certeza de que era su sangre lo que la estaba cambiando,
convirtiéndola en un vampiro.
—Si debo hacerlo, carissima, pero no elegiría esa forma si pudiera. —Ella abrió
los ojos, entrelazándose con los suyos. Y una vez más tuvo la sensación de estar
presionando contra algún tipo de barrera, manteniendo su mente a salvo de él.
Puedo sentir la verdad en ellas, se lo había dicho Dakotah, con las cartas del
tarot frente a ella en la cama. Puedes cambiar esa verdad, Dakotah había afirmado.
Pero ¿Podía?
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Su madre lo había hecho.
Por primera vez Sarael sintió algo más que dolor por haber sido abandonada.
¿La habría dejado su madre en la feria con la esperanza de que estuviera a salvo
allí? ¿Con la esperanza que este día nunca llegaría para Sarael? Un día, cuando su
cuerpo la traicionara, dejándola indefensa frente a Matteo, a pesar que era un
extraño, un hombre que tomaba la libertad que ella había dado por sentada y la
convertiría en... Ella se estremeció, no queriendo pensar en convertirse en una
criatura de pesadillas. Una criatura cuyo mundo estaba regido por la Luna.
Podría pasar días con la cara entre sus piernas. Besándola. Lamiéndola.
Sacando la lengua de la apertura de su mujer. Chupando los labios de su vagina
hinchados y su duro clítoris.
Deleitándose en ella.
Reclamándola.
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El Club de las Excomulgadas
Su pene se movió, pero estaba demasiado apático para actuar en su fantasía. En
su lugar, tuvo que contentarse con la sensación de su clítoris dando puñaladas en él
mientras luchaba contra el sueño profundo de su especie.
Cuando regresó, se unió a él sin insistencia, iba de buen grado a sus brazos, por
lo que él sonrió frente a su pelo, con su corazón lleno de anticipación de lo que
estaba por venir. El segundo intercambio de sangre. Con él su control sobre ella se
reforzaría, ella anhelaría desesperadamente su sangre entonces. Y con el tercer
intercambio, lo necesitaría para sobrevivir.
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la llenaba con su sangre, reviviendo una vez más los momentos intensamente
eróticos cuando ella se alimentó de él. Era todo lo que alguna vez había pensado
que sería y mucho más.
Sus sentidos siempre habían sido más agudos que los de los que la rodeaban,
pero nunca habían estado tan finamente pulidos. Ella se estremeció, dándose
cuenta que su sangre seguía quemándola, mientras hacía su camino por su cuerpo.
Ella se tocó la lengua con los dientes, aliviada al encontrarlos iguales como habían
sido siempre.
Tenía que escapar antes que fuera demasiado tarde. Antes que sucediera otra
vez. Y otra vez. Pero incluso mientras lo pensaba, su cuerpo la instaba a volver a
los brazos de Matteo. Para encontrar refugio allí.
Entonces trató de hacer un esfuerzo para reunir su ropa y entrar en el baño para
poder vestirse sin temor a despertarlo. Su cuerpo continuaba con su demanda de
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regresar a Matteo y acurrucarse junto a él, permitiendo que el pesado letargo se
apoderara de ella. Ella luchó contra la compulsión y se vistió antes de mirar por la
ventana parcialmente abierta, su pulso se aceleró cuando vio la caída al suelo. La
única esperanza de escapar del cuarto de baño era el árbol que estaba junto a la
casa, lleno de hojas de otoño, con sus ramas gruesas y fuertes pero a un salto de fe a
la distancia.
Sería una locura arriesgarse a tener lesiones saliendo por la ventana del baño si
podía escapar por la puerta de la habitación. Sus manos se acercaron a la ventana.
Pero sería igualmente absurdo dejar el baño sin estar preparada para escapar.
Lo que sea que haría, sin embargo se iría, tenía que hacerlo rápido. Él se estaba
moviendo, en vigilia. Incluso sin estar en la misma habitación con él, sabía lo que
estaba ocurriendo.
No tuvo más remedio que salir por la ventana. Pero no pudo ni siquiera
levantar la pierna sobre el alféizar. Él emitió la orden de volver, con su voluntad
torrencial, golpeando lejos el poco control que tenía sobre su propio cuerpo, tal
como había sido capaz de hacer en la feria. La demostración de su poder sobre ella
era más aterradora en este momento que cuando tomo su sangre.
Ella luchó contra su orden a cada paso, con el latido de su corazón como un
rugido en sus oídos, pero pronto estuvo de vuelta en el dormitorio. Había esperado
encontrarlo allí de pie, listo para saltar. Pero él estaba sentado frente a la chimenea
y se dio cuenta que no se veía afectado por la luz del sol. Que a pesar de estar
despierto, el letargo que la presionaba a ella era probablemente sólo una fracción de
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lo que estaba experimentando él. Pero él seguía siendo poderoso, con el control de
su cuerpo mayor que el suyo.
Ella sacudió las cortinas abriéndolas, sin pensar conscientemente. Con el temor
de estar atada, encerrada en la oscuridad, desamparada, como había estado una vez
cuando era niña, con el fuerte deseo primario de sobrevivir como humana que
guiaba sus acciones llenando la habitación con la luz del sol.
Matteo retrocedió, con el rostro lleno de ira y negación, con sus colmillos
expuestos y brillantes un instante antes que su imagen vacilara, disolviéndose,
convirtiéndose en una niebla que se abalanzó sobre ella con la fuerza suficiente para
prensarla contra la ventana como si su cuerpo pudiera bloquear la luz del sol que
entraba a raudales en la habitación. Pero aun entonces la niebla se disipó, aunque el
aire se mantuvo fuerte con su presencia, su amenaza, su promesa en silencio de que
no se escaparía por mucho tiempo.
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El Club de las Excomulgadas
acurrucarse y dormir parecía menos intenso que el anterior, hasta que finalmente se
convirtió en un deseo que pudo manejar.
Sarael miró al suelo debajo de ella una vez más, pero no se negó a la decisión
de escapar. Había demasiado en juego. Su libertad. Algo que siempre había dado
por sentado. Su vida. No habría ningún camino de regreso al Sol, si él lograba
atraparla para siempre en el mundo de la Luna.
Ella respiró hondo y dio un salto, con un movimiento suave sus manos
agarraron la rama, con una repentina brisa soplando debajo de ella de modo que no
hizo ningún esfuerzo para hacer columpiar la parte inferior de su cuerpo en
Un nuevo temor llenó a Sarael cuando llegó a tierra. No podía correr más
rápido que el viento. No podía correr más rápido que el sol. Finalmente el día
terminaría y la oscuridad descendería. Y todo sería en vano. Dondequiera que
fuera, él se materializaría para reclamarla.
Y sin embargo, tan pronto como lo pensó, sintió que su presencia iba
desapareciendo, entonces adivinó la razón de ello. La limusina estaba en el camino
de entrada, recordándole que el conductor también era sirviente de Matteo.
Matteo no le permitiría huir, aun cuando la libertad era sólo una ilusión, no la
dejaría escapar si podía mantenerla encerrada en su casa. Corrió entonces, al
camino de entrada y a lo largo de la desierta carretera, con el corazón tronando a la
vista de kilómetros y kilómetros de playa a su izquierda, de espesos, enredados
bosques a su derecha, dándole al área una sensación de aislamiento, como si
encontrar a alguien que pudiera ayudarla implicara un milagro.
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El Club de las Excomulgadas
C A P ÍT U L O 4
La ira rugió a través del cuerpo de Matteo, manteniendo a raya su Il Sonno a
pesar que había vuelto a su casa y a su forma humana en una de las oscuras salas.
Había odiado dejar a Sarael, pero el riesgo que ella corría al moverse a través del
día, de la posibilidad de escapar de él mientras fuera poco más que partículas
dispersas había sido demasiado grande.
Una renovada ira hizo un silbido de frustración. Había sido una locura. Un
exceso de confianza. Había estado borracho con su sangre y sexo.
Debió haberla tenido atada a la cama como era su intención. No debía haber
olvidado ni por un momento que las opciones de su madre ahora estaban marcadas
en Sarael.
No volvería a ocurrir.
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El Club de las Excomulgadas
Sarael como su novia. Todavía no era lo suficientemente fuerte como para tener
control a grandes distancias, o para conocer sus pensamientos, pero aun así siempre
era una forma para que él le pudiera dar a saber su voluntad. Vuelve a la casa, Sarael.
¡Ahora!
Sarael sabía que tenía que poner distancia entre ellos. El primer paso que diera
en dirección a Matteo significaría la pérdida de su libertad. Que no podría escapar
otra vez.
—Ven conmigo. Don Cabrelli será más suave si vuelve a la casa sin problemas.
Venga. Le prepararé algo caliente para comer y encontrará un poco de ropa limpia.
Venga conmigo por favor.
Los ojos de Sarael se lanzaron desde el hombre hasta donde la puerta del
conductor estaba abierta con el motor en marcha. Si sólo pudiera llegar al coche...
Pero ¿Y si no podía?
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El Club de las Excomulgadas
El cuchillo que llevaba era algo pesado en su bolsillo. Sabía cómo usarlo. En el
camino, los hombres y mujeres que habían pasado por la feria le habían enseñado a
defenderse. Siempre existía el peligro de ser violada, de ser sólo una carnada para
alguien. Ella lo sabía muy bien.
Pietro comenzó a girar mientras ella veía una roca en el suelo. Sin nada que
perder, la recogió y la tiró lejos, descendiendo a través de los enmarañados bosques
desviando al anciano, haciéndole pensar que podría estar yendo a su llamado.
Sarael estacionó la limusina, poniendo las llaves debajo del asiento antes de
salir y cerrar la puerta. La limusina era demasiado evidente. Demasiado fácil de ver
y aunque no había visto evidencia de una gran riqueza, asumía que Matteo la
poseía. Él enviaría a otros, además de su anciano sirviente para encontrarla. Igual
como debió haber tenido a otros buscando a Angelique desde el momento en que
había desaparecido.
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El Club de las Excomulgadas
—Necesito un favor.
Ella cerró los ojos. Escuchando las palabras de Matteo de la noche anterior.
—Sí. Le dije que no al principio, pero Helki apareció e insistió en que todo
estaba bien. ¿Qué está pasando, Sarael? Cable y Fane están preguntando en los
alrededores por ti. Hay otros dos chicos con ellos y también está tratando de
averiguar si alguien te ha visto.
— ¿Matteo?
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El Club de las Excomulgadas
—No. —Hubo una pausa y Sarael pudo imaginar a Dakotah hurgando en su
bolsillo. —Alessandro DiGate. Me dio una tarjeta después que los otros tres se
habían alejado. Me dijo que era amigo de Angelique…como eso fuera algo.
Sarael cerró los ojos, sin saber si debía involucrar a Dakotah. Eran las mejores
amigas o lo más cerca de ser las mejores amigas desde que Dakotah estaba huyendo
se permitía.
Esa es la forma de los que habían estado en la feria y habían pasado por la vida
de Sarael cuando era pequeña. Las cosas de las que escapaban las unía, pero más
allá de una cierta cercanía con sus secretos aún las mantenía separadas.
—Tengo que darme un aventón. A cualquier parte. Sólo lejos de aquí. —Ella
hizo una pausa por un instante. —Sin preguntas.
Y en una hora, Sarael estaba en una ciudad extraña, con más dinero en el
bolsillo del que había tenido antes, viendo como el camión que había jalado el
pequeño remolque que había sido su casa desde que tenía dieciséis años se
marchaba.
—Siento haberte involucrado en esto. Por favor, ten cuidado. Él estará buscando
por mí.
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El Club de las Excomulgadas
Pero Sarael sabía que aun si lo hacía, no podía. Se estremeció, recordando las
palabras anteriores de Matteo. La amenaza mortal en su voz cuando le había dicho
que era algo bueno que la hubiera encontrado antes de encontrar a su madre. En su
corazón, no pensaba que él le hiciera daño a Dakotah. Pero no dudaba que
buscaría en Dakotah usando sus poderes vampíricos para arrancar la información
de ella.
Las lágrimas brillaron en las puntas de las pestañas de Sarael, mientras veía a
Dakotah alejarse. No sólo perdía a una amiga, sino que perdía las pocas posesiones
que Sarael valoraba, perdía su estilo de vida. La torre en ruinas a su alrededor.
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El Club de las Excomulgadas
El miedo se precipitó a través de Sarael, amenazando con abrumarla.
Dejándola paralizada, como un animal salvaje atrapado en los faros de un auto.
Era la primera vez en su vida en que estaba completamente por su cuenta. Y la
noche se avecinaba. La oscuridad descendería más temprano cada día.
El terror se apoderó de ella por un minuto. Con el horror del pasado chocando
con el presente, cada uno tratando de controlar sus movimientos, sus decisiones.
Sin embargo sus opciones eran limitadas.
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El Club de las Excomulgadas
Sarael se estremeció, terminando lo último de su comida y empujando su plato
a un lado. Persistiendo en las luces brillantes y seguras, entre la gente algunos
preciosos minutos antes de pagar la factura y salir del restaurante. El miedo dejaba
un rastro que le impedía preguntar por direcciones, por lo que anduvo hasta que se
enteró cuál era el camino que la llevaría a la carretera, con sus sentidos alertas
haciéndola saltar cada vez que un coche se acercaba, cada vez que oía pasos o
voces. El frío, el aire húmedo del mar se aferraba a su cara y pelo, enfriándola,
haciéndola estrecharse más en su chaqueta.
El miedo recorrió a Sarael y ella alteró su curso, moviéndose hacia los lados
para poder perderlo de vista. Él se echó a reír, un sonido que reforzó su miedo y
cerró la mano sobre el cuchillo en el bolsillo de su chaqueta rezando para poder
hacer lo que tenía que hacer si la asaltaba.
—Espera—dijo de nuevo, tras ella. —Vamos nena no seas así. No te haré daño.
Sólo quiero que pasemos un buen rato juntos.
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El Club de las Excomulgadas
—Vamos nena esto se está poniendo aburrido.
— ¿Estás bien?—Le preguntó el conductor cuando ella llegó a él sin aliento con
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—Súbete está abierto.
Caminó alrededor del coche, muy cerca de cambiar de opinión cuando sintió su
mirada viajando encima de su cuerpo, pero se obligó a abrir la puerta, con el olor
de su piel haciéndola pensar en la limusina de Matteo. Añadiendo su fuerza y valor
a su resolución.
—Soy Sar... ah. Sarah. —Ella tomó su mano con sus ojos encontrándose de
nuevo, con su pequeña mirada inquietante. Ella rompió el contacto, tirando de su
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El Club de las Excomulgadas
C A P ÍT U L O 5
Sarael se estremeció a pesar del calor en el coche. El miedo corría con cada
minuto que pasaba, mientras el olor de la excitación de Ross llenaba el espacio
cerrado.
Sólo la vista del coche en el espejo retrovisor le impidió decirle que se detuviera
y la dejara salir. Estaba empezando a pensar que la presencia de su primer
perseguidor detrás de ellos era lo único que la mantenía a salvo ahora.
—No me gusta que me toquen—dijo con las palabras crudas, feas, como una
verdad que no había existido antes para Sarael. Pero no podía tolerar la sensación
de su mano, incluso a través de la ropa. Su cuerpo sólo deseaba el tacto de Matteo.
— ¿Por eso es por lo que estabas luchando con tu novio? ¿Debido a que te
burlaste de él y después te le negaste? ¿Igual que como lo estás conmigo?—Le
preguntó Ross.
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El Club de las Excomulgadas
Él alzó el brazo y Sarael se estremeció preguntándose si la agarraría o la
golpearía. En lugar de eso encendió la luz del techo, con sus ojos en la carretera el
tiempo suficiente para sostener su mirada y enviando un escalofrío de temor
renovado a través de ella.
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El Club de las Excomulgadas
Un alivio la llenó cuando el coche finalmente quedó atrapado en un semáforo.
Luego la oportunidad se presentó cuando la luz delante de ellos se volvió amarilla y
el coche antes del suyo los detuvo.
Ella saltó del coche y salió corriendo, feliz porque esa ciudad parecía más
ocupada que la anterior, con algunas de las tiendas aún abiertas y la gente sentada
en los cafés y restaurantes. Ella se precipitó al primer lugar donde pudo, cuidando
de mantener su cabeza gacha, para no hacer contacto con los ojos de nadie
mientras corría a través, adivinando que habría una entrada por la cocina y una
manera de escapar.
Sarael subió con miedo, pero sabiendo que tenía que tomar el riesgo.
—Va a Leesburg. Es el último autobús del día, cariño. ¿Segura que es el que
quieres?
Sarael asintió un poco y pagó su pasaje, tomando asiento lo más lejos de los
otros pasajeros que pudo y amontonándose para concentrarse en el interior, como
El Ahorcado esta vez y no la luna. Buscando una paz extraña, y al hacerlo,
centrándose. Su mente reconstruyó la carta que representaba su pasado detalle a
detalle. Tan centrada en el viaje a Leesburg que pasó rápidamente y sin incidentes.
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El Club de las Excomulgadas
después de eso, evitando a la gente, evitando el contacto visual, buscando
desesperadamente un lugar seguro. Deseando nada más que cuatro paredes y una
puerta que pudiera cerrar. Un lugar en el que pudiera esconderse. Deteniéndose
sólo cuando se encontró con un hotel barato con una mujer en la recepción.
*****
Él era más peligroso ahora de lo que alguna vez había sido. A pesar de haberse
obligado a tragar dos veces la cantidad de hierbas que solía necesitar, La Brama
rugía a través de él, tratando de desbordarse.
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El Club de las Excomulgadas
más. Anhelaría tomar lo mismo una y otra vez. No cesaría hasta que no hubiera
apretado su boca en Sarael una vez más, y bebido de ella.
Era bueno que a Sarael le importara Dakotah. Eso por sí solo podía hacer la
diferencia entre la vida y la muerte de su amiga. No dejaría a nadie ni a nada
interponerse en el camino de recuperar a su novia, pero prefería ir a Sarael con la
conciencia tranquila.
Tal como había hecho tantas veces en el pasado, Matteo maldijo a Angelique
por haberse llevado a Sarael lejos de los que la hubieran preparado para venir a su
lado. Por no encontrar la felicidad sin sufrir primero.
Aunque Sarael no había sido criada como debería haber sido, había sido creada
para él, su sangre le había sido dada al nacer y durante la ceremonia de
confirmación verificaría que efectivamente había encontrado a la mujer que llegaría
a ser su otra mitad. Ella nunca encontraría la verdadera felicidad en ningún lugar
excepto a su lado. Y había pocas dudas de que sería feliz. No podía ser de otra
forma. Con el tercer intercambio de sangre serían uno. Su felicidad sería la suya. Su
miseria la suya. Igual que sus necesidades y deseos serían los de ella. Casi no había
separación entre un hombre y su kadine.
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El Club de las Excomulgadas
Se movió, inquieto, impaciente. Sus pensamientos volvieron a su anterior visita
con Cable, el padrall americano que originalmente lo había contactado en relación
con el descubrimiento de Sarael.
—Tal vez ahora puedas ver cómo fue posible que la madre se alejara de
nosotros—Alessandro le había dicho, como si Matteo necesitara un recordatorio
del escape de Angélica y del sufrimiento que había causado, no sólo a él sino a su
familia y a la orden padrall que había sido responsable de ella.
Matteo siseó. No culpaba a la orden por haber enviado a alguien para servir
como testigo de la condición de Sarael como su kadine, por querer que fallara
finalmente, era algo que se podría dejar en el pasado. Pero no le gustaba Alessandro
y nunca lo había hecho. A pesar de la gran riqueza de la familia de Alessandro que
se había ganado en su carrera al servir a Matteo a lo largo de los siglos, había
habido momentos en que a Matteo le había parecido detectar un indicio de codicia
en Alessandro, un hambre por un mayor estatus y poder.
Matteo pasó, de repente sus sentidos alerta, no por la presa, sino por otro
depredador. Su mirada encontró rápidamente la fuente. Domino.
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El Club de las Excomulgadas
Sus ojos de obsidiana brillaron mientras el otro hombre se deslizaba para estar
junto a Matteo.
Al mismo tiempo que hacía mucho tiempo que su especie había llegado a la
conclusión de que era mejor elevar a las futuras kadines que encontrarlas entre la
población humana, también habían decidido que era mejor crear una clase de
soldados, una fila de hombres con las fortalezas de un vampiro y sin embargo, que
pudieran moverse en el sol. Los humanos una vez los habían llamado dhampirs,
pensando equivocadamente que eran cazadores de vampiros.
Una vez que eso pasaba los dhampirs eran plenamente vampiros y estaban en la
madurez reproductiva, los niños nacidos se convertían en la siguiente generación en
una larga fila de soldados.
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El Club de las Excomulgadas
sí mismo, sino por Sarael. Si ella caía en las manos de aquellos que se hacían llamar
los creyentes...
— ¿Cuántos son?
—Uno menos de los que había, pero era intrascendente, un idiota lleno de
cháchara y retórica. Y de sangre, por lo menos por un poco, corto tiempo. —
Domino se encogió de hombros. —No me he quedado impresionado por los que he
encontrado hasta ahora. Son desviados que disfrutan de infligir dolor a otros,
—No sé si están aquí por tu novia o no. Fane dijo que este lugar atrae a otros
que puedan interesar a los creyentes. Y esta noche fue la primera vez que me topé
con uno de nuestros enemigos aquí en la feria. En los últimos meses he estado
viendo a un hombre llamado Byrd con la esperanza de que me llevara a los de más
posiciones en el poder. Se fue a un pueblo cercano hace unos días y otros lo
siguieron. —Una sonrisa cortó el rostro de Domino. —Si tu novia te sigue
eludiendo y necesitas saciar el hambre, no dudes en unirte a Fane y a mí después
para una cacería, sé dónde al menos dos de nuestros enemigos se pueden encontrar
con el enfoque de la madrugada. Y sus respuestas pueden ser de interés para ti.
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El Club de las Excomulgadas
—Sarael no se me escapará por mucho tiempo—gruñó Matteo con su irritación
ondeando sobre él y viendo la diversión en los ojos del obstinado Domino. —Pero
consideraré tu oferta. Si nuestros enemigos llegan a Sarael, entonces alguien me ha
traicionado.
—Así me han dicho—dijo Domino, con los ojos tras Dakotah mientras se
alejaba en dirección hacia la zona trasera de la feria donde los remolques se
encontraban estacionados fuera de la vista de las multitudes. —Saldré de caza y nos
veremos más tarde tal vez.
—No sé dónde estás. Pero estoy segura que la encontrarás si ella quiere tener
algo que ver contigo—dijo Dakotah de alguna manera adivinando quién era y qué
quería de ella.
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El Club de las Excomulgadas
—Se fue tan rápido esta mañana que no estoy segura que pueda encontrar el
camino a casa—dijo él con su voz como la miel, una trampa para los incautos.
Ella luchó y habría podido haber tenido éxito en soltarse de uno de ellos, si
Matteo no hubiera alcanzado la madurez reproductiva como lo había hecho. Pero
no era rival para él.
Dakotah negó, luchando en algún nivel, pero las palabras cayeron de su boca
sin tenerlas en cuenta.
—A Chesterfield.
—En el centro.
—En un restaurante.
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El Club de las Excomulgadas
— ¿Cuál era el nombre del restaurante?
—Fue un Denny…
—No.
—Sólo que entró. Dijo que tenía hambre. No quería que supiera a dónde iría
después.
Matteo soltó a Dakotah pero la tomó del brazo otra vez cuando se tambaleó.
—Te seguiré para asegurarme que estarás segura, como a Sarael le gustaría que
lo hiciera. Pero no entraré al tráiler—dijo infundiendo su voz con calma, lo que
obligó a su propio cuerpo a hacerse eco de la emoción cuando le soltó el brazo.
Dakotah asintió con la cabeza y se volvió guiándolo al remolque que una vez
había compartido con Sarael. No fue persistente en la puerta cuando llegó allí, pero
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El Club de las Excomulgadas
corrió al interior y cerró la puerta detrás de ella. Un pequeño clic le dijo que ella
también la había cerrado.
Si ella le temía al principio, entonces que así fuera. Prefería su temor antes que
su ausencia.
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Había sido creada para él. Le pertenecía a él. Al final, cuidaría de él tan
profundamente como él se preocupaba por ella. Era su destino. Él no la dejaría
escapar o negarse.
*****
Sarael soñaba con sangre. Al principio era una llamada suave atrayéndola a
Matteo. Calentándola cuando ella se la ofrecía.
Era una dulce seducción instándola a tomar más y más hasta que era codiciosa
por el sabor, insaciable de su necesidad por ella.
*****
Mientras Matteo caminaba, su mente fue de nuevo a los creyentes que habían
proporcionado información suficiente para hacerle temer por Sarael y que todavía
no era suficiente para determinar si ella era su verdadero objetivo.
—Escuché a dos hablando, estamos aquí por una mujer—el más débil de mente
de los dos creyentes le había dicho cayendo fácilmente primero bajo el hechizo de
Matteo y luego del de Domino.
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— ¿Qué mujer?—Preguntó Matteo.
—Chuck y Byrd, y el hombre que habla con Chuck por teléfono. Él es el que
tiene la última palabra.
—Byrd dijo que al menos uno de ellos probablemente se mostraría, tal vez más.
Y cuando lo hagan, ¡Tiempo de fiesta! Si tenemos a la chica para entonces,
tendremos un festival de follar junto con una pequeña y agradable barbacoa de
vampiro.
—Una pérdida de sangre, una pérdida de fuerza de vida y un lío por limpiar—
dijo Domino. —Pero estoy de acuerdo, te dijo todo lo que sabía.
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El Club de las Excomulgadas
Centraron su atención en el creyente quedaba entonces, un fanático de mirada
dura, con un crucifijo rojo y negro tatuado en su cuello con sus manos atadas detrás
con su propio collar, un collar que de hecho funcionaba como un garrote mientras
que la cruz que colgaba servía como un cuchillo.
— ¿Te importaría a añadir algo a lo que dijo tu amigo?—Le preguntó Fane, con
su voz suave, mortal, no menos amenazante por su suavidad.
El creyente le escupió a Fane. El odio ardía en sus ojos, tenía una mancha de
humedad en la parte delantera de su pantalón, donde había tenido un orgasmo
cuando Fane se había alimentado de él después de someterlo.
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El Club de las Excomulgadas
primero se aseguraría que había ganado cada pedazo de información que pudiera
de este hombre antes que fuera destruido.
Fane levantó la cabeza, con sus ojos momentáneamente salvajes, pero luego
volvió a su interrogatorio.
—Chuck me llamó. Dijo que habría una buena caza. Real, no la patética de
—Esos son los momentos que más te gustan, ¿no? Llegar a la violación antes de
realmente matarlos.
—Sí.
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—Chuck y Byrd y un par más. Pero llegarán más. Por lo menos cuatro.
—Se supone que no sabemos eso. Chuck y Byrd no nos han dicho nada.
Matteo volvió a casa poco después, con su preocupación por Sarael creciendo a
medida que el día se hacía más brillante. Su necesidad crecía. Su determinación de
recuperarla era inquebrantable. Dos intercambios más y ella sería suya. Entonces él
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El Club de las Excomulgadas
C A P ÍT U L O 6
Sarael lo eludió durante tres días. Pero en la tercera noche, la encontró.
Dejó pasar unos momentos, dejando que el miedo creciera en ella, como una
retribución de lo que le había hecho pasar. Como una advertencia para el futuro.
En lugar de cada vez más débil, su influencia se había vuelto más fuerte, por lo
que era difícil para ella salir de la habitación del hotel sin ser abordada por los
hombres. La mayoría más aterradores que cualquiera de los que habían ido a la
feria en busca de presas fáciles. Más aterradores que la cara que solía perseguirla en
sus sueños cada noche cuando era una niña pequeña, haciendo que se despertara en
estado de pánico, enredada en las sábanas que le recordaban estar atada e
indefensa.
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El Club de las Excomulgadas
Ella tenía miedo de irse a dormir por temor a que el gerente del hotel de mala
muerte vendiera el acceso a su habitación y se volteara hacia otro lado mientras ella
era violada. Y cada vez que cedía a su agotamiento, era perseguida por sus sueños.
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sino que se enroscó en él, con sus brazos yéndose alrededor de su cuello, con su
cara presionando contra su piel.
Ella dio una leve inclinación de cabeza y él se inclinó, tocando sus labios con
los suyos, con su beso de perdón, de saludo, de confianza, de comprensión y de
promesa. Con una lenta exploración, mientras sus lenguas tentativamente se
tocaban y se daban la bienvenida uno al otro, deslizándose y hermanándose
mientras las crudas, inquietantes, y a menudo violentas emociones de los días
anteriores se alejaban en su deseo cada vez mayor.
Ella gimió, sujetándolo, con su cuerpo inquieto bajo el de él, con sus piernas
alrededor de su cintura, inclinando su pelvis y frotándola contra él, con sus brazos
alrededor de su cuello.
—Aquí no, Sarael—dijo cuando él levantó la cabeza para poder respirar. —No
aquí. —Y sin embargo, no podía dejar de quitarle la camisa, de cubrir su pezón con
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El Club de las Excomulgadas
su boca y succionarlo, tentando su propio control cuando su colmillo sacó un poco
de sangre.
Sarael se arqueó hacia él, sabiendo el instante en que Matteo comenzó a beber
de ella. Una feroz necesidad quemaba sus venas y arterias mientras su vagina
gemía, empapando su ropa interior y palpitando al tiempo que él succionaba fuerte,
jalando de su pezón.
Ella se retorció debajo de él, queriendo acercarse, deseando sentir su piel contra
la de ella, queriendo el alivio de los días de necesidad infinitos y de soledad y
miedo.
—No te tomaré aquí—gruñó, más para sí mismo que para ella. —No te tomaré
aquí.
Por un largo rato se mantuvo encima de ella, con sus ojos oscuros y llenos de
lujuria, en los suyos. Extraños. Y algo del miedo de Sarael regresó. Su corazón
comenzó a tronar, con el sonido apretándose en su cara y haciéndolo silbar,
dejando al descubierto los colmillos que sólo aumentaban el rugido de la sangre en
sus oídos.
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El Club de las Excomulgadas
Él no aparearse con ella en esa habitación de hotel barato, no haría el
intercambio de sangre con ella aquí, pero no se iría sin reclamar una parte de ella.
Sin probar su propiedad sobre ella.
—Agarra la colcha—le ordenó, sin liberar sus muñecas hasta que ella obedeció,
y sólo entonces sus manos se movieron a la parte delantera de sus pantalones
vaqueros, haciendo el trabajo de abrirlos y bajárselos hasta los tobillos junto con sus
bragas.
Deslizó sus manos a lo largo de sus muslos, con su pulso salvaje y tembloroso
como una sutil vibración contra sus palmas, con su revestimiento excitándolos. Se
detuvo cuando llegó a su vagina, sin hacer nada, sino solo respirar el aroma de ella
y memorizar la forma delicada y femenina que se veía enmarcada entre sus manos
mientras la sostenía abierta a su punto de vista.
Él quería enterrar su cara entre sus piernas. Quería lanzar su lengua en su canal,
girar alrededor de su erecto clítoris. Por largos momentos vaciló, recordando lo que
había sentido como para hacer las cosas que él se imaginaba y se dijo que mientras
sus manos permanecieran en el interior de sus muslos, cubrió los lugares donde
fácilmente podría alimentarse, entonces él podría resistir. Pero mientras miraba, sus
labios se hinchaban más, cada vez más oscuro a medida que se ponían más
enrojecidos y vio la excitación filtrarse por su apertura, sabía que no podía correr el
riesgo incluso de la primera probada.
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El Club de las Excomulgadas
La orden dura de Matteo envió más sangre a moverse a su clítoris y labios de
Sarael. El fuego atravesó sus pezones, vagina y se apretó contra su palma de la
mano, en un esfuerzo instintivo por cerrar las piernas.
Ella cerró los ojos y luego se entregó a su deseo de masturbarse, se tocó, como
había hecho durante los últimos tres días, sólo que esta vez su presencia le dio el
alivio que no había encontrado antes, de modo que su punto culminante la dejara
satisfecha, contenida, soñolienta.
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El Club de las Excomulgadas
—Era difícil conseguir comida. Donde quiera que fuera los hombres…—Ella se
interrumpió con el sonido de su gruñido.
Él se contuvo.
— ¿Alguno te tocó?
—No fui violada. —Pero más de una vez había estado a punto. Sus primeros
sueños sangrientos como una profecía de lo que estaba por venir. El uso del
Ella quería evitar hablar de los hombres que la habían asustado con su atención
no deseada. No quería muertes sobre su conciencia, aunque algunos merecían
morir.
Las fosas nasales de Matteo se abrieron y ella pudo ver la lucha que tenía lugar
en su rostro, con el deseo persiguiendo sus preguntas respecto a la necesidad de
cuidar de ella. Sin apartar la mirada de ella dijo
—Podemos comer en la cocina—dijo Sarael sin saber si estaba lista para volver
a la habitación con la emoción que había sentido cuando él había entrado a la
habitación del hotel se había calmado.
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El Club de las Excomulgadas
Él ignoró el comentario, fácilmente llevándola a la misma habitación de la que
ella había escapado. Un aumento de miedo se produjo mientras se preguntaba si
pensaba castigarla. En su lugar, la puso en el mostrador antes de pasar a la bañera
antigua, Sarael vio las manos de Matteo y se preguntó si esa parte del mito de los
vampiros era verdadero o falso, si sus uñas podrían convertirse en garras mortales.
Él abrió el agua y regresó a donde ella estaba sentada, con las manos primero
quitándole la chaqueta, y luego yendo a la parte delantera de su camisa,
desabrochándosela para que se resbalara y de su cuerpo. Su sostén la siguió, con sus
zapatos y calcetines después. La puerta de la habitación se abrió y jaló de ella,
—Privacidad.
Sarael podría haber jurado que oyó la risa del anciano antes de responderle.
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El Club de las Excomulgadas
—Yo puedo hacerlo—dijo con un atisbo de independencia y auto-preservación
aumentando en el remolino de confusión, con una punzada de alarma ante lo
natural que parecía permitirle cuidar de ella en una forma tan íntima.
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Matteo obligó a su boca a dejar su pezón, luchando por ignorar los latidos de su
corazón, el ritmo rápido de su pulso mientras la besaba, cubriendo sus labios con
los suyos. Ella era todo lo que deseaba, todo lo que podía necesitar. ¡Era suya!
¡Suya! Creada para él. Para su placer y para darle a ella placer también. Suya para
alimentarla y para alimentarse de ella.
—Ahora—le ordenó una vez más, necesitándola indefensa, deseando que ella
fuera completamente obediente.
Ella gimió, arqueando las puntas duras y brillantes de sus pechos, haciéndole
señas para que él los mamara mientras su cuerpo se apretaba, mientras se cerraba
sobre sus dedos y acariciaba su clítoris con su palma. La liberación se movió a
través de ella, con un rubor subiendo a su cara y pechos. Con el placer luchando
con la vergüenza, dándole una necesidad imparable, a su orden, a sus deseos.
Una vez que hubiera tenido lugar, ella estaría aún más necesitada, tanto de su
sangre como de su cuerpo, con su acoplamiento continuando hasta el amanecer. Le
debía a ella asegurarse que estuviera alimentada y cuidada primero. Le
avergonzaba ya haber cometido tantos errores con ella. Su escape había sido su
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culpa. Él debió haber tenido más tiempo para hablar con ella antes de hacerla su
novia. Él debió haberla atado a la cama mientras dormían, como había pensado.
Ella era joven. Humana en sus pensamientos y educación. Sin preparación y sin
entrenamiento, a pesar del deseo explosivo que hacía estragos entre ellos.
Tenía que hacer lo mejor para Sarael. Y sin embargo, parecía una tarea casi
imposible cuando abrumaba todos sus sentidos, lo que hacía difícil para él
mantener sus manos fuera de ella. Era peor ahora que habían intercambiado
sangre. Había sabido que sería así, que era parte de la unión sexual entre un
hombre y su kadine. Se maldijo una vez más por haberle permitido escapar, por no
considerar cuan atractiva sería para los demás, hasta que estuviera reclamada por
completo. Hasta que fuera completamente de él.
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El Club de las Excomulgadas
Sarael agachó la cabeza, con el calor de su cuerpo inundando la imagen que
habían hecho, ella desnuda mientras él estaba completamente vestido. A pesar de
todo lo que ya habían hecho, ella no pudo evitar un sonrojo aumentando en sus
mejillas.
Matteo se acercó más, apartándole el pelo de forma que pudiera besar a lo largo
de su hombro y cuello, con una mano en su costado, mientras que con la otra le
daba la vuelta para acariciar su abdomen.
Ella comió, comenzando con las fresas, pasando a los melocotones, a las uvas,
y luego al queso y al pan frescos, con los párpados caídos, con placer mientras él
cepillaba su cabello en carreras largas, amplias.
—Sí. Pero es como si fueran caramelos. Un poco está bien. Demasiado, no está
de acuerdo conmigo. —Se inclinó hacia abajo, presionando un beso en su hombro,
con su voz ronca cuando le preguntó,— ¿Te gustaría darme de comer, carissima?
Sarael agachó la cabeza por un momento, con sus emociones girando fuera de
control. Él la confundía, la seducía, satisfaciéndola y, sin embargo necesitando su
tacto, su aprobación... su cuidado.
Ella tomó una uva, ofreciéndosela a él, con su cuerpo deseando cantar cuando
él la tomó de ella, con su lengua lamiendo las puntas de sus dedos, con su boca
succionándolos ligeramente antes de liberarlos.
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El Club de las Excomulgadas
Sarael le ofreció más uvas, después varias fresas, con sus pezones cada vez más
duros, ansiosos cuando chupó lo último de los jugos de sus dedos, luego la tomó
del brazo, sosteniéndola mientras su boca se quedaba sobre el pulso de su muñeca,
en el tatuaje antes de seguir hacia arriba hasta que una vez más puso besos a lo
largo de su hombro.
—Quiero cuidar de ti, Sarael, protegerte. Velar por todas tus necesidades. Ser
todo lo que deseas. Tu mundo, como tú eres el mío. Fuiste creada para mí. Naciste
para ser mi otra mitad. Mi kadine.
—Has utilizado ese término antes—le susurró Sarael. —Kadine. ¿Qué significa?
—Una kadine es... todo... para el hombre al que pertenece. Es su razón de vivir,
su anclaje en la vida que abarca varios siglos. Es la madre de sus hijos, la novia de
mi corazón y alma, la sangre que fluye por las venas.
Sarael se lamió los labios, con miedo de hacerlo, pero sabiendo que tenía que
hacerlo.
—No creo que vayas a escapar otra vez. No creo que escapes de tu destino.
Perteneces a mí. Hoy. Mañana. Siempre.
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El Club de las Excomulgadas
Él la besó luego, con una dominante reclamación. Como una fiera presión de
su voluntad contra la de ella. Una que la devoró y la dejó temblando, sacudiéndose,
con hambre de él, con su cuerpo aceptando sus palabras, aunque su mente luchaba
por rebelarse contra ellas, por aferrarse a una pequeña medida de libertad.
Los dos estaban respirando con dificultad, cuando por fin alzó la boca de la de
ella, con sus ojos negros mirando hacia ella y su rostro tenso.
—Come, carissima—le ordenó con voz ronca, una vez más levantando el
cepillo al cabello. —La noche está ante nosotros y te prepararé para ella.
Era todo lo que podía hacer para evitar caer en sus manos y rodillas para poder
cubrir su cuerpo con el suyo, para no montarla como un caballo monta a su yegua.
Pero si empezaba, no se detendría hasta que sus colmillos se hubieran clavado en su
piel y su sangre caliente se precipitara en él.
No se atrevía a dejar que eso sucediera. No sería sino hasta que estuviera en la
cama, atada por su propia seguridad, abierta e indefensa a él, con su impotencia
dándole la ventaja que necesitaba para controlarse a sí mismo, para evitar tomar
demasiada sangre y matarla.
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El Club de las Excomulgadas
Si ella no hubiera huido... si no se le hubiera escapado por tres días... entonces
su seguridad estaría garantizada. Pero ahora su hambre iba más allá de lo que había
conocido. Mucho más allá de lo que estaba por lo general en la elaboración de una
kadine.
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El Club de las Excomulgadas
C A P ÍT U L O 7
En lo más profundo de su necesidad quería reclamarla por completo, con la
violencia de sus emociones, alimentar el temor por su seguridad, incluso mientras el
aroma de su excitación dejaba su cuerpo cubierto con sudor y con la cabeza de su
pene mojada.
El deseo hizo estragos en él, por lo que su pene pulsó y lo único que podía
pensar era en lo que sentiría mientras ella lo aspiraba al cielo con su dulce boca. No
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El Club de las Excomulgadas
se molestó en darle otra orden, sabiendo que ya era demasiado tarde, que no se
atrevería a arriesgarse a que ella se negara.
Con un gemido cedió a su impulso, pasando sus dedos por su pelo y jalando de
ella hacia adelante, acortando la distancia para que su rostro estuviera enterrado en
su ingle, con sus labios sobre su eje. Ella dio un gemido de protesta, con sus manos
colocándose en sus caderas y empujándolo, enviando impulsos salvajes corriendo a
través de él, pero tan pronto como la emoción violenta irrumpió en su conciencia,
retrocedió cuando se dio cuenta que no estaba luchando con él, sino que ella
trataba de acomodarlo para poder agradarle.
—Sarael. —Salió como una súplica, una palabra ronca de alabanza, un grito ya
que sus labios estaban en la punta de su pene, envolviéndolo lentamente,
acogedores, con la hinchada cabeza en el calor húmedo de su boca. —Sarael.
Al final, él estaba jadeando con sus nalgas apretadas firmemente juntas, con el
cuerpo empapado de sudor y temblando, agarrando su sedoso cabello acariciando
su abdomen y muslos, con su control casi en pedazos.
—Basta, Sarael. ¡Basta ya!—Pero ella sabía la mentira que era y lo atormentó
aún más antes de dejarlo meterse más en su boca mientras sus dedos exploraban la
piel sensible detrás de sus bolas.
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El Club de las Excomulgadas
Él la dejó retroceder sobre la alfombra entonces, con su pene endurecido
mientras miraba los labios hinchados de Sarael, la expresión de aturdimiento en su
rostro, el recubrimiento brillante por la excitación interior de sus muslos. Estuvo a
punto de ordenarle que se recostara de nuevo, que abriera las piernas y darle el
mismo alivio que ella le había dado.
Una tentación a la que él sabía que no debía ceder. La última vez que había
hundido el rostro en su vagina, habían estado frente al fuego y había sido su
perdición. Habían hecho que él corriera hacia ella. Haría el intercambio de sangre
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El Club de las Excomulgadas
había estado en su contra. Tal vez no se había dado cuenta de lo cerca él había
estado de matarla.
—No quiero perder el control, Sarael. Debes aceptar estar conectada esta vez.
—No—dijo ella sin dejar de retorcerse y luchando hasta que estuvo jadeando,
atrapada debajo de él en la alfombra, con su erección presionada contra su vientre.
—No.
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El Club de las Excomulgadas
las rodillas forzando sus piernas para que él pudiera meter su pene en su estrecho y
resbaladizo canal.
Ella se calmó debajo de él, suave una vez más, y él se aplacó, obligando a su ira
a bajar de nuevo por la necesidad fuerte de dominarla y controlar de una vez su
rabia.
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El Club de las Excomulgadas
Se derrumbaron juntos en la alfombra, siguiendo conectados, con su cuerpo
enroscado alrededor del suyo, con su mano todavía entre sus piernas, ambos
temblando, temblando como reacción a la intensidad de su orgasmo.
Solamente pensar en ello era suficiente para despertar su pene, para que
creciera duro y por completo en su interior hasta que ella se movió inquieta en su
—Te necesito otra vez—dijo ella, y él pudo oír lo que le costaba admitirlo.
—Te daré todo lo que desees—dijo moviendo su mano sobre su clítoris con
movimientos circulares, gimiendo cuando ella apretó las piernas apretando su
dominio sobre su pene. —Pero tienes que confiar en mí, carissima. Debes
permitirme que amarre tus muñecas y tobillos a la cama. —Apretó con fuerza su
erecto botón, con un asalto rápido, absoluto, que la hizo dar gritos en reacción.
Recuerdos viejos y cansados influyeron en su respuesta, los viejos miedos trataron
de controlarla, pero cuando lo hizo de nuevo, envió una sensación de fuego por
ella, dándole la respuesta que deseaba.
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El Club de las Excomulgadas
—Sí—dijo Sarael, con su cuerpo gritando en protesta cuando Matteo liberó su
pene, urgiéndola después a luchar cuando rápidamente la levantó en sus brazos y la
llevó a la antigua cama, con sus postes de cama elaborados, con columnas.
Ella estaba jadeando, presa del pánico cuando la acomodó en el colchón. Y por
un momento ella misma se impidió reaccionar, pero tan pronto como llegó a la
cabecera de la cama, un sistema de sujeción ya estaba en su lugar, y comenzó a
luchar peleando por alejarse de él.
Él estuvo en ella en un instante, con su cuerpo como un peso sólido, fijando sus
manos por las muñecas al colchón.
—No luches contra mí, Sarael. No quiero hacerte daño. Este es un momento
peligroso para nosotros, carissima. Hay hombres que han matado a sus kadines
accidentalmente. Encontrarás el placer. Más allá de cualquier cosa que hayas
experimentado hasta ahora. —Frotó su mejilla contra la suya. —Te mantendrá a
salvo. Por favor. Déjame hacer esto, por nosotros dos.
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El Club de las Excomulgadas
Sarael no pudo evitar tensarse cuando se la colocó en la muñeca, jalándose un
poco hacia atrás, a pesar que le permitía controlar su propio cuerpo en lugar de
forzar su impotencia con una orden. Cuando logró ponerle la segunda atadura no
luchó contra él, él se inclinó y cubrió la boca con la suya, alabándola con su beso,
con el movimiento de su lengua contra la de ella, con la falta de colmillos
demostrándole la verdad de sus palabras anteriores, que luchar lo haría más
peligroso para ella.
Ella gimió y se arqueó hacia arriba, con sus piernas abriéndose más, dispuesta a
levantarse y rodearlo.
—No—dijo él, con sus manos dejando sus pechos y colocándose en sus muslos,
sujetándola a la cama.
—Por favor, Matteo—dijo ella con voz ronca, necesitada, con su cuerpo
inquieto, con su vagina y clítoris hinchados.
Él soltó su pezón, dejándolo sólo el tiempo suficiente para atar sus tobillos. Ella
se estremeció, con el miedo y la excitación chocando.
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El Club de las Excomulgadas
—Fácil, carissima—dijo Matteo, cubriendo su cuerpo con el suyo, dándole su
peso, su calor, su comodidad.
Ella respondió abriendo la boca para él, frotando su lengua contra la suya. Por
largos momentos se besaron, con un baile erótico construyendo su deseo entre ellos
hasta que los dos temblaron, él con la necesidad de penetrarla, ella con la necesidad
de ser penetrada.
Había atado sus tobillos con suficiente holgura para que ella pudiera doblar las
rodillas y abrir las piernas. Con un gemido lo hizo, arqueándose lo suficiente para
que su pene se deslizara dentro de su canal.
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El Club de las Excomulgadas
Y Sarael se retorcía de placer, ofreciéndose a él, en respuesta de la forma en que
siempre había fantaseado que su kadine haría. Las emociones a través de él lo
asaltaron ferozmente, consumiéndolo todo, incluso más exigente que la Brama.
Sólo cuando el puño de músculos de ella se cerró sobre él sin piedad mientras
ella llegaba a su clímax cedió al deseo de morderla. Ella gritó cuando él la mordió,
pero esta vez fue por placer y no con terror. Y esta vez, con sus muñecas y tobillos
atados, sin perder el control, sin tardarse más de lo que debería, a pesar de la fiebre
del calor de su sangre por el éxtasis producido, ya vertiéndose en él, convirtiéndose
en una parte de cada una de sus células, de todo su ser, incluso después del torrente
Él se echó a reír, un sonido ronco que la hizo apretar los pezones, a pesar del
placer que ya le había dado.
—Los cambios serán más pronunciados en esta ocasión—Le dijo pasando los
dedos de una de sus manos por su pelo.
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El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué quieres decir?
—Tu cuerpo está cambiando, carissima. Adaptándose. Cada vez será más
compatible, más receptivo al mío. Sin esos cambios, no sería posible para nosotros
tener hijos, no sería posible que pudieras vivir tanto tiempo como vivirás.
Una buena medida de su miedo de antes regresó, haciendo que su pulso latiera
con más rapidez en su garganta. Quemando las fosas nasales de Matteo y la rigidez
de su pene diciéndole cuán consiente era del correr de su sangre.
— ¿Cuál es la diferencia?
—Lo entenderás muy pronto, Sarael. Pero si alivia tu mente, entonces te diré
esto. Podrás moverte durante el día si lo deseas. Podrás comer y beber como
siempre lo has hecho, y además tendrás mi sangre para sobrevivir.
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El Club de las Excomulgadas
Él se echó a reír, con su diversión mezclándose con su tormento sensual y luego
levantó la cara de su cuello, cambiando para que sus ojos pudieran contemplarla.
—Me tientas más allá de toda medida, Sarael. —Sus labios rozaron los de ella.
— ¿Beberás voluntariamente, carissima?
—Sí—susurró, mirando mientras él utilizaba sus colmillos para abrir una vena
de su propia muñeca. Sus dedos pasaron por su pelo apretadamente, pero no peleó
con él cuando apretó su muñeca a su boca. En su lugar, cerró los ojos,
concentrándose en el recuerdo de cómo había sido su primera vez, la rapidez con la
que su sangre se había convertido en un buen vino que con avidez había ingerido.
Su pene se hizo más grande, luchando contra el puño de sus músculos, y ella
comenzó a moverse, sintiéndose resbaladiza y caliente enviando sacudidas de
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El Club de las Excomulgadas
placer a través de él y de su columna. Él apretó los brazos alrededor de ella,
respondiendo a su llamada, follándola, con sus cuerpos mezclándose con tanta
fuerza que era casi como si fueran una sola. Pero en cuestión de segundos, el
sonido de su corazón, el torrente de su sangre, su propio deseo perforando su piel y
el deseo de él y Matteo luchó por mantener el control.
Con un gruñido él rodó por su espalda, con sus manos yendo a sus pechos,
empujándose para que ella se sentara a horcajadas. Era una dulce tortura tenerla
encima de él, con su cabello y ojos oscuros, grandes pechos pesados por el deseo,
con sus puntas contra la palma de su mano. Era erotismo puro mirar hacia abajo y
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El Club de las Excomulgadas
mientras una mano se movía para tomar su mejilla, para obligarla a mover su cara
de su cuello y encima de su posición.
—Te necesito otra vez—Le susurró ella con la parte inferior del cuerpo contra
él, con su vaina apretando su pene todavía incrustado.
Él estuvo listo para ella en un instante. Con su cuerpo en perfecta armonía con
el de ella, dispuesto a darle todo lo que ella deseara, a excepción de su sangre. Que
habían tomado los dos hasta los límites en el cambio anterior.
Y sin embargo, no era el hambre con lo que estaría satisfecho hasta que saliera
el sol. Él la tomaría en varias ocasiones, teniendo que atarla a la cama con el fin de
evitar que cediera a la tentación pura que ella representaba, el segundo intercambio
de sangre la haría desear su cuerpo y su sangre desesperadamente, tener una unión
sexual con él, como el primer intercambio lo había unido a ella.
Con la unión adquiriría el control de las feromonas que servían no sólo para
atraer a su presa, sino que formaban parte del mecanismo de defensa de un
vampiro. Los humanos se sentirían atraídos a ella, pero sólo cuando ella les hiciera
señas y pudiera atraparlos en su mirada, direccionando sus pensamientos en vez de
ser la víctima de su obsesión sexual.
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El Club de las Excomulgadas
Un gruñido resonó en la garganta de Matteo con el pensamiento de los
hombres que habían tratado de violarla durante los tres días en que lo había
eludido. Nunca más. Nunca más estaría vulnerable, sin protección. Se inclinó y
apretó su boca a la suya, con su lengua tan agresiva como su pene, presionando
dentro y fuera de ella en una demostración de dominio. Conduciéndola arriba hasta
que se retorció contra él, pidiéndole con su cuerpo, que la sostuviera en el pináculo
de la liberación hasta que le permitiera caer encima.
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El Club de las Excomulgadas
C A P ÍT U L O 8
Sarael cerró los ojos y se relajó contra él, disfrutando de la calidez de la
ondulación del agua y de las caricias perezosas mientras alisaba las manos con
jabón sobre su abdomen y pechos.
— ¿A Italia?
—Quiero volver a casa contigo, Sarael, llevarte a algún lugar que pueda
garantizar tu seguridad. Podemos visitar Estados Unidos en el futuro, después de
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El Club de las Excomulgadas
saber más de nuestros caminos, y en un momento en que podamos hacer arreglos
para tu seguridad.
Sarael oyó el acero en su voz y supo que era inútil discutir. Escuchó la
advertencia de su madre. Si te encuentran, tu vida no será la tuya propia.
Su mirada se desvió a la ventana por la que había escapado por última vez,
notando que ahora tenía barras cubriéndola. Ella no tenía intención de huir de
nuevo a pesar del susurro de miedo que se había convertido en una brisa más
nítida, más fría. ¿Sería esto lo que su futuro le aguardaría? ¿Sus decisiones siempre
dictadas por él? ¿Su vida siempre siguiendo el curso que él dirigiera? ¿Sus propios
deseos y con los deseos de ella sin importancia?
—El Palazzo dei Venti Oscuri. El Palacio de los Vientos oscuros. Sí. Tengo
otros en otros estados, pero es el que con mayor frecuencia ocupo.
Sarael se estremeció a pesar del calor del agua. El nombre de su casa y la vista
de las barras en las ventanas del baño le daban lugar a la idea de que sería una
prisión elegante.
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El Club de las Excomulgadas
Matteo podía sentir el flujo y reflujo de sus emociones, casi podía sentir su
miedo. Golpeó su núcleo, dejándolo tanto primitivo como reactivo. Con el tercer
intercambio de sangre, compartiría sus pensamientos, pero hasta entonces, sólo
podía adivinarlos, sólo podía anticipar lo que podía hacer.
Por un instante consideró contarle acerca de los peligros que planteaban los
creyentes, pero luego lo pensó mejor. Sería una lección para otro día.
—No creo para trates de escaparte de nuevo, carissima. —La soltó y se movió a
la sala, deteniéndose junto a la puerta, pero permitiéndole cerrarla.
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El Club de las Excomulgadas
Sarael dio un suspiro de alivio. Agradecida por que le hubiera dado un poco de
intimidad cuando ella asistía sus necesidades. Agradecida por que le hubiera dado
unos minutos a solas para poder pensar en todo lo que había sucedido desde que la
había encontrado en la habitación del hotel.
Ella ya se sentía unida a él. Conectada de una manera que la hacía sentir todo.
Ya creía que pertenecía a su mundo. Al mundo de la Luna.
Y a pesar de la inquietud que la llenaba con la idea de ser llevada al Palazzo dei
Venti Oscuri, no lucharía. No lucharía contra él. Era demasiado tarde para hacerlo.
Por costumbre juntó la ropa que se hallaba esparcida en el piso del baño donde
la había tirado antes, con su mente yendo inmediatamente a la navaja en el bolsillo
de su chaqueta. Sus pensamientos volvieron a los tres días en los que había tenido
que valerse por sí misma en un mundo más que peligroso para su sangre.
Salió del baño con la ropa en brazos, ahora extrañamente reticente a no tener el
cuchillo cerca de ella. Matteo frunció el ceño pero no dijo nada y ella dejó caer la
ropa en una silla al lado de la cama antes de deslizarse sobre el colchón, a sus
brazos. Dispuesta a pasar el día en manos de él, dispuesta a dormir mientras el sol
reinaba y terminar lo que habían empezado, cuando la luna se pusiera y los
gobernara.
—Carissima—susurró, sabiendo que era una locura tomarla, sabiendo que era
absurdo cometer el mismo error por segunda vez, gastar lo último de su energía,
permitiendo que el sueño lo tomara tan profundamente, que sería una lucha
despertarse durante las horas del día. Pero la sensación de su carne mojada era más
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El Club de las Excomulgadas
de lo que podía resistir. Los sonidos de su placer y la suavidad de su cuerpo eran
una llamada que no podía dejar de responder.
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El Club de las Excomulgadas
toda su fuerza de voluntad luchar contra Il Sonno, las horas de haber cazado a
Sarael seguidas de las horas de darle placer a ella, llenándola con su descendencia,
habían dejado su huella en él. No sería capaz de despertar con la suficiente rapidez
para llegar a la puerta si ella decidía dejarlo.
Un gesto fue y vino en el rostro de Matteo mientras se daba cuenta que había
dejado la puerta abierta para que Pietro pudiera entregar la bandeja de comida para
Sarael. Con una rápida mirada pudo ver la llave pegada a la cerradura en el
interior, una cerradura que había hecho instalar la primera vez que había dispuesto
traer a Sarael a esa casa. Una cerradura que hasta ahora debía ser cerrada y la llave
Maldijo en silencio. Su atención había estado tan consumida por Sarael que no
había pensado una vez en revisar la puerta. Y ahora su fracaso siempre le daría una
razón suficiente para atarla.
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El Club de las Excomulgadas
opinión durante las horas del día y decidía perseguir una libertad que no significaba
nada para ella?
—Si haces esto, Matteo, entonces trataré de escapar de nuevo—dijo ella, con
voz temblorosa y llena de convicción mientras él abría una bolsa de cuero atada a la
pata de la cama y sacaba un pequeño candado de plata.
Sarael no pudo evitar mover su rodilla hacia arriba hasta que la cuerda se tensó,
lo que le impidió más movimientos.
—Por favor, no hagas esto—dijo una vez más, con su corazón dolorido,
desgarrado por una confusión de emociones. Necesitando que él confiara en ella.
Ella había aceptado muchas cosas, se había entregado a él de buena gana una y otra
vez, incluso le había permitido atarla cuando había dicho que era importante para
su propia seguridad, pero eso no había sido por su seguridad, eso no era necesario.
Esa era una traición a su confianza. Esa era una confirmación de que él
pensaba en nada más que mantenerla prisionera. Sus necesidades y deseos siempre
serían menos importantes que la suyos.
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El Club de las Excomulgadas
Ella se volvió de espaldas a él y cerró su mente a la sensación de su piel caliente
contra la suya. Era inútil luchar. Sus brazos eran como bandas de acero alrededor
de ella, sosteniéndola en su contra. Pero ella sabía que el sueño una vez que lo
reclamara, haría que su control se aflojara.
La tristeza se agrupó en el corazón de Sarael. Tal vez esa era la forma en que
siempre sería. Tal vez él siempre mantendría los “pecados” de su madre en su
contra. Tal vez él siempre se preocuparía porque ella fuera como su madre.
Ella luchó por permanecer despierta, pero al final el cansancio y luego el sueño
la reclamó. Pero a diferencia de Matteo, no la tenía atrapada con tanta fuerza en
Caía la tarde cuando se despertó. Sarael lo sabía sin que el reloj se lo dijera. Ella
lo sabía a pesar de la oscuridad de la habitación y de las pesadas cortinas que
bloqueaban toda la luz solar.
Ella se había movido de posición durante el sueño por lo que su primer impulso
fue mover su pierna por encima de Matteo y ver si podía convencer a su pene para
que la llenara. Porque a pesar que su respiración lenta y profunda le indicó que
estaba dormido, su pene estaba rígido contra su vientre, listo para su servicio.
Pero tan pronto como movió su pierna y la piel que la aseguraba se volvió tensa
en la pata de la cama, se acordó de lo que había ocurrido antes que ambos se
durmieran. Si haces esto, Matteo, entonces trataré de escapar de nuevo. Sus primeras
palabras se apresuraron, llenando sus pensamientos de modo que estuvo en guerra
consigo misma.
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El Club de las Excomulgadas
Sarael se apartó de Matteo, con cuidado a pesar de la evidente profundidad de
su sueño. La cuerda le impidió llegar muy lejos, pero todavía era lo suficientemente
larga. Con una mano agarrando la columna de la cabecera de la cama, metió la
mano en el montón de ropa que había colocado en la silla, con su corazón cayendo
en picado mientras se preguntaba si una parte de ella habría sabido que necesitaría
el cuchillo y del por qué había levantado la ropa del piso del baño en lugar de
simplemente salir de allí.
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El Club de las Excomulgadas
dormitorio. No había previsto que escapar sería tan fácil. Su pulso se disparó y
corrió, con la mano en el picaporte. ¿Sería esa su prueba?
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sentir a Matteo en las profundidades de su conciencia, luchando a través de ondas
de sueño empalagoso, tratando de llegar a la superficie y evitar que escapara.
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El Club de las Excomulgadas
C A P ÍT U L O 9
—Siéntate—le dijo Helki a Sarael y ella así lo hizo, sosteniendo su mano como
para protegerse de la lectura cuando la vieja adivina tomó un mazo de cartas de
tarot. Helki rió, un sonido seco de diversión. —Ya has encontrado tu destino, hija,
no tienes necesidad de una de mis lecturas. —Sarael apretó la baraja en las manos.
—Las cartas te ofrecerán una historia si tienes el coraje de escucharlas.
Helki eliminó las primeras cinco cartas, con los ojos sin dejar a Sarael mientras
ponía la primera sobre la mesa. Era la Sota de Copas.
—Había una vez una niña. Nació en una familia que se había ganado su
prestigio al ofrecer novias a los hombres, como el que te ha reclamado. Se
consideraba un gran honor ser seleccionada y en un primer momento, esta joven
estuvo entusiasmada con los privilegios y la adulación que ganó. Había sido echada
a perder vergonzosamente por su propia familia y por la envidia de sus
compañeros. Pero a medida que el tiempo se acercaba, empezó a pensar en lo que
significaría aumentar de tamaño con los hijos, con un niño que contribuiría a
mantener hasta que los demás se hicieran cargo de la tarea. Lo que significaba que
sería elegida para tener otro hijo, y luego otro hasta que su propia belleza y
juventud hubieran disminuido y nunca fuera seleccionada ella misma como novia.
Tal vez si no hubiera estado tan mimada por su familia se habría contenido. Pero
era hermosa y joven, testaruda, acostumbrada a que los hombres cayeran a sus pies.
Y así, cuando no hubo ofertas por ella, a pesar de sus intentos por atraer a uno de
los hombres poderosos que deseaba una compañera de vida, se encontró
embarazada, volvió sus encantos a un hombre prohibido a ella, un hombre que no
mostró ningún interés en ella al principio.
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El Club de las Excomulgadas
Helki se detuvo y pasó una carta, dejando al descubierto el siete de copas.
—Sueños pronto llenaron la mente de esa joven, que ese hombre prohibido
para ella la llevaría lejos y le presentaría un mundo diferente al suyo. Pero ese
hombre no era una conquista fácil y su negativa sólo la hacía estar más decidida de
conquistarlo.
—Ella echó a correr. Esta vez, sin ayuda, con pocos recursos aparte de su
terquedad y orgullo, con su belleza, tratando de escapar no sólo de los que pudieran
perseguirla, sino también de sí misma. Terminó aquí, viajando de ciudad en ciudad,
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El Club de las Excomulgadas
haciéndose cada vez mayor, madurando de muchas maneras, pero no para otros.
—
—Nada de eso fue por lo que hiciste, hija—dijo Helki, colocando la última
carta sobre la mesa. El Ocho de Copas. La tarjeta de decir adiós, de seguir adelante,
Sarael trazó los bordes a lo largo del Ocho de Copas. Mirando a la solitaria
figura que contenía, una figura alejándose hacia las escarpadas montañas.
— ¿Y ahora?
Helki alcanzó el mazo de cartas de tarot restante, cortando varias veces antes de
escoger una carta al azar y colocarla sobre la mesa. El juicio.
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El Club de las Excomulgadas
Sarael se tensó a la vista de ella, pero Helki dio un ligero movimiento de
cabeza.
—No es lo que temes. Ella ha hecho las paces con el pasado y encontrado una
forma de felicidad.
— ¿Por Matteo?
Helki se acercó más y tomó la cara de Sarael, con la punta de sus callosos dedos
viejos sosteniendo el montón de tarjetas. Las rozó en la mejilla Sarael en un gesto
que rara vez mostraba cariño.
—Hija, ¿por qué me presionas por razones? Tuve un sueño y tal y como se
predijo, llegaste a tiempo para oír la historia que las cartas querían que supieras.
Sarael miró a la anciana que le había mostrado más cuidado que su propia
madre. No había sido el amor de una madre y, sin embargo, la había calmado,
siempre con estabilidad, como un refugio seguro en el cual crecer. Ella sintió que
sus ojos se bañaban en lágrimas.
— ¿Lo viste?
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El Club de las Excomulgadas
El calor se movió a través de la cara de Sarael, preguntándose si Helki
adivinaba la naturaleza exacta como Matteo la dominaba y complacía. Ella miró
hacia otro lado, dejando caer el tema, poco a poco tomando conciencia de los dos
hombres que se acercaban al tráiler. Con su atención en ella, aunque no podían
verla, y ella no podía verlos.
Cable negó.
Llegaron al lugar en que ella había dejado la limusina. Se había ido. La llave
seguía estando en su bolsillo. Un coche deportivo rojo brillante estaba aparcado
donde había estado el otro vehículo.
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El Club de las Excomulgadas
Fane abrió la puerta y el asiento estaba doblado hacia abajo, la obligaron a
subir a la cabina pequeña de la parte trasera.
— ¿Qué enemigos?
Los dos hombres intercambiaron una mirada, ambos con el ceño fruncido.
—Están en el área en busca de una mujer. De usted tal vez. Y la violación está
en su agenda.
—No lo sabía…
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El Club de las Excomulgadas
Sarael miró hacia otro lado, la mención de sus olores la hacía consciente de
ellos una vez más, de lo obvio que era que los dos hombres hubieran tenido
relaciones íntimas, de las sugerencias de lujuria y de la satisfacción que se aferraba
a su piel a pesar del olor del jabón y de limpio.
— ¿A dónde me llevan?
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El Club de las Excomulgadas
—Su turno se ha terminado, pero dijo que la habitación en la que habían
entrado era la última de la derecha. —Alessandro sacó un pedazo de papel de su
bolsillo y se lo entregó a Fane.
—Sarael estará lo suficientemente segura aquí con ustedes dos de guardia. Veré
si estos son los hombres de los Domino escuchó.
—Llama a Domino...
—Tu deber está aquí, cuidando a Sarael hasta que una vez más esté en posesión
de Matteo.
—No—dijo Fane.
—Ella le dejó una nota a Matteo diciéndole donde la podía encontrar, y eso fue
antes de saber el peligro que planteaban los creyentes. No creo que haya ningún
peligro de que vuelva a huir. ¿Verdad?
Sarael negó.
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El Club de las Excomulgadas
—Yo me quedaré aquí.
—Está decidido entonces—dijo Cable. —No hay razón para pensar que los
Creyentes sepan sobre esta casa, y Matteo estará aquí pronto.
Alessandro se enderezó.
Fane silbó, con un sonido de frustración. Pero ya estaba caminando con Cable
—He esperado toda mi vida por esta oportunidad. Vamos, tenemos que darnos
prisa. Tu madre te está esperando. Está ansiosa de verte, de disculparse, de
explicarte por qué tuvo que dejar la feria. Tenemos el tiempo suficiente antes que
Matteo nos encuentre y haga los dos primeros intercambios contigo. —Rió. —¡Qué
milagro que logres escaparte una tercera vez! Habíamos planeado tratar de
rescatarte, pero no hemos podido averiguar dónde te ocultaba Matteo. Se negó a
decírnoslo a ninguno de nosotros.
El pulso de Sarael dio un vuelco. La historia que Helki le dijo con las cartas de
tarot corrió a través de su mente. La última, la carta del juicio, era un indicio de
que su madre había hecho las paces con el pasado y encontrado una forma de
felicidad. Ella sabía que él mentía, que no estaba con Angelique.
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El Club de las Excomulgadas
La cara de Alessandro se cambió con simpatía.
—Los dos nos sentimos mal por tu sufrimiento, Sarael. Pero era la única forma.
Durante años, los vampiros han utilizado a los humanos. Generación tras
generación de nosotros han nacido a su servicio. Ganando riqueza, ¡Pero no lo que
tienen! Siglos de vida. —Apretó su mano sobre su brazo. —Sin embargo, tu sangre
cambiará eso, Sarael. Mientras Matteo viva, tú vivirás. Y a través de tu sangre...
Vamos, tenemos que irnos. Tu madre está fuera de sí esperando por esta reunión.
—Dio un paso hacia la puerta y ella se fue con él sin resistencia, sabiendo que en
algún momento tendría que liberar su brazo.
—A varias horas. Pero para el momento en que Matteo se dé cuenta que fue
engañado y Fane y Cable determinen que están persiguiendo a un enemigo
fantasma, será demasiado tarde. Vamos a tener mucho tiempo desaparecidos, y no
dejaremos rastro para que ellos nos sigan.
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El Club de las Excomulgadas
CAPÍTULO 10
Sarael se precipitó al bosque, con la oscuridad a su favor. La sangre de Matteo
le permitía ver perfectamente, mientras la oscuridad hacía que Alessandro
desacelerara. Corrió hasta que sus costados le dolieron. Tenía la esperanza que se
diera por vencido. Pero no lo hizo por lo que alteró su curso, tratando de dar la
vuelta a la casa, al coche, donde si nada más, pudiera tener una puerta entre ellos
hasta que llegara a Matteo.
Sarael vio el instante en que su mirada se fijó en su boca, con sus atenciones tan
clavadas que supo lo que tenía que hacer a fin de asegurar su supervivencia. La
sensación del cuerpo de Alessandro tocándola hacía que su estómago se enturbiara.
Pero si podía mantenerlo ocupado...
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El Club de las Excomulgadas
sometida que no se dio cuenta de la llegada de Matteo, hasta que dio un grito de
agonía, con su camisa estallando en llamas, lo que le causó que se alejara de un
tirón de ella y se encontrara con la muerte.
Sarael se puso de pie mientras Mateo caía sobre el cuerpo sin vida de
Alessandro en el suelo, con el cuello roto de un golpe decisivo y rápido. Ella no se
resistió cuando él la atrajo hacia él, lamiéndole los sangrantes labios, curándoselos
y limpiándolos.
—Yo...
La llevó a casa en silencio, a pesar que Matteo la sostenía en su regazo, con los
brazos alrededor de su cintura inquebrantables, con su erección presionada contra
sus nalgas. Varias veces Sarael pensó en hablar de lo que había sucedido, pero algo
en sus maneras la detuvo.
Como un rebobinado de película en la que una escena se puede repetir una vez
más, la limusina se deslizó y Piettro abrió la puerta para que Matteo pudiera salir
con Sarael en sus brazos y se apresuró a la casa, lo que le permitió a Matteo
moverse dentro y directamente a la habitación sin detenerse.
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El Club de las Excomulgadas
Él la llevó al baño, acomodándola sobre sus pies y hablando por fin.
—Toma una ducha, Sarael, antes que el olor de otro hombre me impulse a
hacer algo de lo que me arrepienta.
Ella llevó las manos a su camisa, agitando su furia caliente y peligrosa que ella
vio en su rostro, sacudiendo su reacción retardada a lo que había ocurrido en la
casa de Fane. No se molestó en pedirle a Matteo que se fuera. La dureza de su
expresión y su postura le dijeron que no tenía ninguna intención de dejarla fuera de
su vista. Un miedo femenino se movió a través de ella, mezclada con anticipación.
En su presencia, su cuerpo ya estaba empezando a arder, y su sangre estaba
—Entra en la ducha ahora. —Era una orden gruñida, una advertencia, y ella
obedeció.
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El Club de las Excomulgadas
El fuego rugió a través del pene y mente de Matteo, quemando todas sus
emociones, excepto el deseo primitivo de follar a su novia mientras se alimentaba
de ella, reclamándola por completo, abriéndole una vena y experimentando el
placer oscuro de su boca presionada contra su piel, de su sangre fluyendo hacia ella
mientras bebía de él.
Con un gemido ella abrió los labios a los suyos, enredando sus dedos en su pelo
con el fin de controlarla, de evitar que ella se acariciara en su contra y desviara el
curso de lo que estaba decidido a tomar. La follaría. La mordería y ella lo mordería
a cambio. Conocía el éxtasis de reclamarla y dar el paso necesario para hacerla ser
su kadine. Pero castigaría a Sarael primero por escapar de la Feria.
Cogió una toalla, presionándola en sus manos y dando un paso hacia atrás, con
su cuerpo ardiendo de donde había tocado el suyo. Él se desnudó mientras se
secaba, tomándola del brazo cuando ambos lo estuvieron y la guió hacia el
dormitorio, deteniéndose a los pies de la cama donde las esposas colgaban de los
postes de las esquinas.
Ella se puso rígida y trató de apartarse de su vista, pero no era rival para su
mayor resistencia y facilidad al asegurar sus muñecas de forma en que sus brazos
estuvieran por encima de su cabeza, con sus movimientos limitados.
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El Club de las Excomulgadas
con el instinto primitivo pidiéndole que tratara de evitar la picadura de cuero de los
azotes en su espalda y nalgas.
—Tienes que aprender a obedecerme, Sarael. A aceptar las cosas que hago con
el fin de garantizar tu seguridad, para lograr mi paz mental. Soy casi imposible de
destruir. Pero, carissima, incluso con mi sangre corriendo a través de tus venas,
sigues siendo vulnerable. La idea de que mueras, que seas tomada por nuestros
Él dejó caer los extremos del látigo obligándola a abrir sus piernas y llegando
entre ellas por detrás, agarrando las tiras de cuero otra vez y tirando de ellas para
que quedaran tensas por lo que presionaron contra sus pliegues hinchados,
resbaladizos y su hinchado clítoris.
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El Club de las Excomulgadas
La anticipación se movió a través de ella, con un miedo adictivo, erótico que
nunca había experimentado con otro hombre. Ella se tensó, preparándose para el
primer ataque, pero éste no llegó inmediatamente.
Su pene estaba duro como una piedra contra su espalda, mojado de su propia
excitación, pulsando en el tiempo al ritmo rápido de sus dos corazones.
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El Club de las Excomulgadas
—Ocho golpes, Sarael. Ese fue tu castigo por haber huido. Pero, lo qué te he
dado como castigo puede ser dado en recompensa también.
—Eres lo mismo para mí—susurró ella, por primera vez haciendo tal
reconocimiento. Sus movimientos se amortiguaron, él bloqueó su mirada, con las
emociones fluyendo de ida y vuelta entre ellos.
Se quedaron inmóviles, salvo por el baile sensual de lengua contra lengua, con
la presión sutil de piel con piel, con sus dos cuerpos tratando de fundirse en uno
hasta que el impulso de aparearse, de la convocatoria de su sangre se volvió
imposible de ignorar.
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El Club de las Excomulgadas
colmillos se alargaron y su lengua se deslizó por las puntas, llenando su boca con el
sabor de su sangre.
Eso pasará pronto, carissima. No luches contra ello. Pero él sabía que no podría
evitar hacer precisamente eso en el calor acumulado, mientras la última de sus
células se adaptaba y cambiaba, convirtiéndose en algo tan extraño como eran los
seres humanos. La mezcla perfecta para permitir la creación y supervivencia de sus
hijos. Los niños que comenzarían más humanos que vampiros para poder ser
cuidados por sus madres cuando fueran jóvenes, pero serían completamente
vampiros cuando La Metamorfosis ocurriera.
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formaron en las esquinas de sus ojos y luego su cuerpo estuvo empapado de sudor,
temblando, con sus encías hormigueando y el rugido de la sangre ahogando su
capacidad de pensar en otra cosa que no fuera la necesidad de acariciar el pecho de
Matteo o su cuello, de morderlo tan fuerte que rompiera su piel.
Casi estás allí, carissima. Ábrete para mí ahora, dijo, sin esperar a que ella abriera
las piernas, sino obligándola además con las suyas. Acariciándola mientras sus
dientes caninos se alargaban y se abalanzaban sobre su cuello. Con un silbido
apresándola, sosteniéndola por sus dos muñecas a la cama con una de sus manos
para que la otra fuera libre de enredarse en su pelo y restringir sus movimientos.
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haberlo sentido. El arrepentimiento cediendo a una mezcla suave, de emociones
más tiernas, cuando encontró lo que estaba buscando. Su aceptación. Su voluntad
de pertenecer a él. De que confiara en ella.
Había cometido errores con ella. Pintados con los pecados de su madre. Pero
estaría mejor en el futuro. Se aseguraría que ella supiera lo importante que era para
él. Ella era su corazón, su alma, su mundo, todo lo que anhelaba.
¡Sarael! Era una orden, que se hizo eco de una demanda por el empuje fuerte de
su pene.
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La necesidad corrió a través de ella. El deseo de ser uno con él. Con sus latidos
fuerte llenándola de una sensación de regreso a casa. Ella hizo lo que él le mandó,
casi teniendo un orgasmo mientras sus colmillos se deslizaban en su pecho,
complaciéndolo y con un éxtasis oscuro fluyendo en ella junto con su sangre.
FIN
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PRÓXIMAMENTE
La Lectura de Kiziah
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