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LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR

La civilización del amor fue pronunciada por primera vez en el año 1975 por el papa
Pablo VI, desde entonces los papas subsiguientes han hecho alusión a ella. El papa
Juan Pablo II, manifestó en su momento la necesidad de construir la civilización del
amor por la profunda crisis en que vivía la humanidad alejada del espíritu santo y
de Dios, para contrarrestar la “cultura de la muerte” que está gobernando al mundo;
la cual consiste que consiste en la desvalorización total del don de la vida. Esta
desvalorización se manifiesta de muchas formas: el aborto, el suicidio, la eutanasia,
guerras, bombas nucleares, pobreza ocasionada por la injusticia, violencia familiar,
abuso de los niños, martirio, etc. Pareciera que las palabras de Nuestro Señor, en
Mateo 24,18, estuvieran describiendo la realidad dolorosa de nuestros tiempos: "Al
crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará". La profunda
fe del papa en Dios, le permitió vislumbrar lo que vendría a futuro para la humanidad
que no es otra que estar cimentando su propia destrucción. El ser humano se ha
apartado de la fe y del amor para cultivar sentimientos malignos como el odio, la
avaricia, el terrorismo y la destrucción de la propia vida.

Definitivamente la humanidad necesita de una civilización del amor, y corresponde


a las familias actuales poner todo el esfuerzo posible por educar a sus miembros en
el amor y la fe en Dios, para que surja una nueva generación de individuos
renovados capaces de construir la civilización del amor. El mejor escenario para
educar a la humanidad no es otra que la familia, desde allí los padres pueden
inculcarles a sus hijos las buenas costumbres de amor, fe y respecto hacia Dios,
Jesucristo y el espíritu santo. El ser humano tiene que renovar su amor y su fe, tiene
que poner todo su empeño para educar a un hombre nuevo, para que la cultura de
la vida sea de igual manera nueva, la nueva cultura Ante la cultura de la muerte, el
Santo Padre nos llama a trabajar arduamente para construir la cultura de la vida.

Esta nueva cultura, será fruto de corazones nuevos, de familias nuevas, de naciones
nuevas y de una Iglesia renovada en el amor y en la verdad. En estos momentos,
nosotros, el pueblo de Dios, tenemos una gran responsabilidad: dejarnos
transformar el corazón, purificándonos de todo egoísmo, de intereses personales,
de una desordenada atención a nosotros mismos, para que así podamos abrir
nuestro corazón de par en par al Redentor y a Su amor salvífico. Si nos abrimos al
amor de Dios, y nos disponemos a darlo a todos, este amor necesariamente será
como las semillas que se siembran en un campo, y con la lluvia de la gracia de Dios,
germinará en muchos corazones y florecerá por todo el campo del mundo.

A la familia le corresponde el interesante papel de construir la civilización del amor,


es decir, es a la familia a la que le compete impregnar a sus integrantes una cultura
de valores, que le permita al hombre desarrollarse integralmente y que pueda
permear a otros ambientes.

En el seno de la familia se pueden cultivar los valores humanos más maravillosos


que permitirán al ser humano acercarse más a Dios y al prójimo, valores humanos
que lo volverán más sensibles al dolor ajeno, volviéndolo más solidario porque
Solamente cuando la familia vive en la verdad, vive también su dignidad de
transmisora de amor, generosidad, respeto, comunicación, fidelidad, obediencia,
responsabilidad, sinceridad, honestidad, entre muchos otros.

La familia debe asumir con responsabilidad de la educación de sus hijos y


conducirlos con amor y firmeza, permitiendo que afronten las consecuencias de sus
acciones. Responsabilidad de los hijos para con los padres, de responder con
generosidad.

La familia se constituye en la base de la sociedad, una familia bien educada, bien


formada, colocará a Dios por encima de todas las cosas, y Dios acrecentará más
su fe y su amor tanto en sí mismo como en el prójimo y hasta en el propio Dios.

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