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Historia/Política/Humanidades
6/9/2006
Pregunta. ¿Añadiría alguna cosa más sobre el oficio que desempeña, sobre su
concepción?
P. Hemos de admitir que es ésta, la del puerto de mar, una imagen muy bella,
porque da idea de libertad y de tránsito intelectual. Pero para concederse esa
libertad se necesitan buenos maestros, alguien que tutele con mano firme. ¿Cuáles
fueron los suyos?
Ginzburg. Por suerte he tenido muchos maestros, unos que eran jóvenes y otros
que no lo eran tanto. Y digo que he tenido la suerte de tener muchos maestros
porque la idea misma de escuela basada en un único maestro siempre me ha
parecido sofocante. A algunos de los míos sólo los he podido encontrar en los
libros: a Antonio Gramsci, a Marc Bloch, a Aby Warburg, por ejemplo. A otros, por
el contrario, he podido verlos, escucharlos e incluso conversar con ellos: Delio
Cantimori, Arnaldo Momigliano, Augusto Campana, Ernst Gombrich. Una persona
por la que sentía gran admiración y de la que creo haber aprendido mucho (sin
llegar a ser su discípulo) ha sido el gran filólogo Sebastiano Timpanaro, fallecido
hace poco. Podría continuar ampliando estos nombres, puesto que la relación de
maestros que reconozco es amplia. A la postre, enseñar me gusta, pero me
complace aún más aprender.
Ginzburg. Ojazos de madera y Rapporti di forza tienen algo en común, ya sea desde
el punto de vista de los temas que abordo en esos libros, ya sea desde la perspectiva
de su organización formal. En cuanto a esta última en ambos casos se trata, en
efecto, de libros constituidos por ensayos históricos, un género que he cultivado
mucho en los últimos diez años. El ensayo, a diferencia de la monografía, no
pretende ser exhaustivo. Quizá (y éste es el parecer de un antiguo estudiante mío,
Daniele Pianesani) la forma ensayística permite vivir sin ansiedad la
provisionalidad de la investigación. Finalmente y sobre todo, como mostró
espléndidamente su inventor, Montaigne, el ensayo consiente una gran libertad de
movimientos. A la postre, todo me parece compatible con el ensayo excepto --me
atrevería a decir parafraseando a Voltaire-- el aburrimiento.
P. Son varias las cosas del volumen traducido que le pueden llamar la atención al
lector español que no conozca suficientemente a Carlo Ginzburg. La primera es el
título, un título que, como advierte la cita inicial, el exergo del principio, usted
toma del Pinocho de Collodi. Esos grandes ojos de madera parecen ser aquí una
metáfora del extrañamiento, de la distancia cultural. ¿De quién son esos ojazos? ¿Y
por qué Pinocho, un referente tan cargado de simbolismo, un referente mil veces
interpretado?
P. Más allá de la referencia a Pinocho, otro elemento común en sus dos últimos
libros es el uso y la presencia de la literatura, cosa poco habitual entre los
historiadores. ¿Qué papel desempeñan en sus obras los recursos literarios (las
metáforas, etcétera)? ¿Como ornamento o aderezo? ¿O como medio de persuasión
o como instrumento de imaginación moral?
P. ¿Mantendría hoy ese mismo consejo? Y de ser así, ¿en qué sentido?
Ginzburg. Tanto las inferencias como las pruebas basadas sobre inferencias son
una construcción, no un dato: la presencia de la persona que investiga, del
observador, no se puede eliminar. Este trabajo de construcción es el que niegan los
positivistas. Por el contrario, los neoescépticos rechazan la otra vertiente del
trabajo del historiador: la posibilidad de que la construcción de hipótesis y
argumentos lleve a una reconstrucción, es decir, a la búsqueda de la verdad (falible
y, por eso mismo, intrínsecamente provisional). Con unos y con otros polemizo en
Rapporti di forza, mostrando la fecundidad de una tradición retórica que se inicia
con Aristóteles y continúan Quintiliano y Valla, una tradición en la que la
persuasión se basa tanto en la verosimilitud como en la prueba. Si el historiador
sabe escribir con eficacia, tanto mejor, puesto que quien le lea evitará el
aburrimiento. Pero las implicaciones cognitivas de la narración histórica son otra
cosa. Sólo un ingenuo, o un falso ingenuo, creería que la eficacia estilística
(entendida como mero ornamento) pueda llegar hoy a sustituir en un libro de
historia la solidez de los argumentos.
P. Cambiemos de dirección y recuperemos uno de los asuntos que le han hecho más
célebre. Nos referimos a la microhistoria. ¿A qué llamamos microhistoria?
http://ciudadideas.blogspot.com/2006/09/dilogos.html