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4. Acerca de la escritura
La escritura es un arte incomprendido. Las personas piensan que es un don sagrado
con el que nacemos pocos, aquellos que tenemos la capacidad de fusionar el alma
con un texto. Pero me atrevería decir que esta es la más grande falacia. Escribir es
más complicado que eso, sobre todo si se tiene en cuenta que se escribe para
conocer ese mar de incertidumbre que aqueja nuestro interior. La inspiración es
efímera y a veces difícil de encontrar. Por ejemplo, en algunas ocasiones las
palabras sobresalen de aquel universo insondable de la mente humana y poco a
poco se van organizando por si solas, obedeciendo a una razón sin sentido, a una
corazonada o la necesidad de mostrarse desnudas frente al mundo; poco a poco
intentan respetar el orden sintáctico y gramatical que precisa el lenguaje, hasta que
construyen una frase que transmiten un sentimiento puro y majestuoso. En otras
ocasiones hay que salir a buscarlas, se esconden en lo más profundo del ser y se
aferran con fuerza en tu interior, se resisten a salir, tal vez por temor a producir un
desastre, tal vez por que no le ven sentido a su existencia, o simplemente no tienen
nada que transmitir. Los demás ignoran este proceso y ven al escritor como un ser
supremo dotado de sapiencia y no se dan cuenta que es un prisionero de sus
sentimientos, esclavo de unas palabras que aclaman a gritos ser acariciadas por la
vista de un lector intrépido.
5. Texto de media noche #1
Cuando la ciudad está en penumbras y el sol ha decido irse a iluminar latifundios de
otras longitudes, se crea en la atmósfera un ambiente de incertidumbre y
complicidad. Ensimismado en la soledad de mi habitación, con las teclas como
únicas testigos de mis sentimientos, he decidido empezar a escribir. Las letras
mágicas del gran Sabina junto con los compases perfectos de Silvio Rodríguez,
crean un ambiente perfecto para la creación literaria.
9. Que pasaría si Jesús hubiera venido en esta época y no hace más de 2000
años
María era una mujer de 20 años, que vivía en Bogotá. Era una joven bastante difícil
de ignorar, su sonrisa tenía el poder de iluminar el día de cada uno de los capitalinos
que se lograba encontrarla en el camino, brindando una cálida sensación en medio
de la frialdad de esta metrópolis. Sus ojos, eran las ventanas de un alma
ensimismada, en donde habitaba el amor, el cariño y la sinceridad. Su voz era una
dulce melodía que provenía de los labios más provocativos que jamás se hayan
visto, una melodía que tenía el poder de transformar la melancolía en alegría.
Una mañana de domingo, ella decidió ir a correr alrededor del centro comercial
Andino. Cuando estaba pasando por el Parque de Japón encontró a un joven
barbado que estaba llorando enfrente de la escultura. En este momento el corazón
maravilloso de María se conmovió ante tal escena tan lóbrega, así que decidió
acercarse a ver si podía ayudarle en algo. El nombre de aquel chico era José, un
prestigioso carpintero que vivía en un apartamento del Nogal, su madre había
fallecido y ella solía venir ahí todos los domingos a contar historias enfrente de esa
escultura. Sin embargo, desde el momento que vio a María la tristeza desapareció
y se sintió bendecido de haberse encontrado a aquel ángel caído. Estuvieron juntos
durante todo el día, almorzaron sushi en el último piso de Atlantis plaza y pasaron
toda la tarde juntos hablando en el parque de la 93. El amor había llamado a las
puertas de sus corazones, cupido se había encargado de entrelazar sus almas y
ante tal fuerza tan difícil de ignorar intercambiaron teléfonos esperando a ponerse
en contacto nuevamente para ver que cafetería, parque o restaurante iba a ser el
escenario de otro capítulo de esta historia de amor.
El tiempo pasó y esta pareja de locos enamorados siguió el ritmo que marcaba el
compás del corazón. Llevaban más de dos años saliendo, disfrutando cada
oportunidad que la rutina les diera de encontrase nuevamente para intercambiar un
par de copas de vino, para disfrutar de una película o de una cena, o solamente
para hablar durante horas mientras esperaban el atardecer, aquellos pocos minutos
en donde la luna y el sol, dos amores destinados a estar separados, podían estar
juntos nuevamente. Así pasaron más de 5 años como dos adolescentes inocentes,
amándose profundamente, conociéndose cada día, abriendo su alma a la otra
persona.
Todo iba perfecto, solamente que María aún no había tenido la experiencia de
entregarse en cuerpo y alma a un hombre, de acariciar el paraíso con un orgasmo
que la hiciera perder la conciencia del placer. Siempre había sido una niña de casa
que esperaba el chico indicado para perder su virginidad, tenía y gracias a su
devoción religiosa, tenía la ilusión de regalarle ese momento especial a su esposo.
José al principio de la relación odiaba esto, pero poco a poco fue comprendiendo
que ella era la mujer de su vida, que la amaba eternamente y estaba decidido a
pasar toda su vida al lado de María. Así que una mañana de domingo la invitó a
correr alrededor del Andino, y justo cuando iban pasando por el parque de Japón,
José la hizo detener para observar un poco mejor el lugar donde se habían
conocido. Fue entonces cuando María se percató de un gran corazón hecho de
hojas, flores y ramas que tenía una inscripción en la mitad “María, ¿quieres casarte
conmigo?” Ella no lo podía creer, y cuando volteó a mirar a José, él estaba
arrodillado con un anillo en su mano, con una sonrisa nerviosa y con su alma
descubierta. Ella no dudo en decir que sí. No dudaron en ponerle fecha a la boda:
exactamente dos años después de este gran día, pues tenían que cuadrar algunos
asuntos de sus vidas personales antes de dar este gran paso.
10. El iter al parcial