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Grass

de Hong Sang-soo
Por Javiera Cisterna

Joking apart, when you're drunk you're terrific when you're drunk
I like you mostly late at night you're quite alright.
But I can't understand the different you in the morning
When it's time to play at being human for a while, please smile.

You'll be different in the Spring, I know


You're a seasonal beast…
Robert Wyatt

Hay un peso bastante grande al hablar del cine de Hong Sang-soo, dada la proliferidad de su obra
en estos últimos años, y dada también la comunión en escena de gestos reiterativos, que logran
hacer cierto hincapié en ello, como ánimas en su devenir autoral. Como espectadores
permanentes podemos encontrar en la disposición de estos cierto hastío al que respondemos
con una risa cómplice al momento de ver nuevamente la aparición de una botella de soju, o de
su constante juego respecto a nuevas formas de intervención en las estructuras temporales que
nos remiten meramente al acto del diálogo, pues, en primera instancia, podría parecer una
repetición a la que nos enfrentamos nuevamente. En Grass, su penúltima producción de este
año, hay un vuelco tremendo al respecto, en el que vemos su madurez frente al ejercicio de
reiterar, hay un gesto, en particular, de belleza universal en la imagen del crecimiento de las
plantas, un homenaje a la rebeldía que podemos hallar en un proceso infinito que nos parece
natural. Al inicio de la película las vemos, encerradas en pequeños cilíndros de cemento,
ornamentan el descanso de los concurrentes de un pequeño café en donde se llevan a cabo la
mayoría de las ocurrencias de la narración. Aquí nos encontramos nuevamente con un espectro
común en su obra, es Kim Min Hee, quien bajo el nombre de Aerum, habita con una atención que
varía entre las conversaciones, muchas veces tan desesperadas, que nos adentran en una
carencia nuevamente universal, en cierta candidez al respecto, a las impresiones que estas
pueden dejar en si misma, en una soledad solemne que participa de esta forma, bajo la presencia
de la empatía frente a las expectativas que nos aterran, y responde con preguntas e
interpelaciones silenciosas frente a la fluidez de estos acontecimientos, desde su labor de
escritora: la vemos la mayoría de la película excusándose por no participar y participar a la vez
que escribe, escucha, y se detiene en aquello que le parece común a su propia existencia, aquello
que puede encontrar en este núcleo tan pequeño de casualidades que presencia.

En su permanencia en el café en el que esta escritora pasa la tarde y parte de la noche, siempre
frente a la pantalla de su computador que le sirve de intermediario a sus impulsos y silencios,
aparece un joven sentado que espera a su amiga para conversar sobre la muerte de otra, cercana
a ambos. En una conversación que parte débil debido a la notoria distancia que ha habido entre
ambos, la chica comienza a interpelarlo y culpabilizarlo por la muerte de ésta. Para ambos es
complejo, y esto se hace tan presente en el flujo de sus diálogos, en la idea de que para Hong
Sang-soo, visiblemente desde Claire's Camera, nuestras dificultades para encontrar las palabras
precisas no deben hallar en el silencio y en esta diferencia de sentires un problema, más bien una
musicalidad. Por esto también parece bello el gesto de que el dueño del café que alberga las
emociones que se vienen a encontrar esta tarde sea fanático de la música clásica, y que esta sea
una mención por parte de varios, pues porque precisamente refiere a los arcos dramáticos que
encontramos en estas piezas, a la gravedad de ciertos momento que más tarde será el allegro.
Entretanto, y paralelamente, la conversación entre dos viejos amigos vuelca esta musicalidad
hacia una posibilidad mucho más caótica, denota desesperación, en rostros cabizbajos que no
corresponden al problema el otro. Él le dice a su amiga que necesita de un lugar en el que
quedarse por un tiempo, ella menciona sobre una habitación disponible en su departamento, él
la mira con esperanza y fraternidad, ella le responde que sería imposible, y su mirada se
aprehende hacia su propia soledad, y la música suena, la insistente mutabilidad de la pieza
acompaña muy bien la vacilación de una cámara que busca respuestas en una batalla de
instantes.

Sorprende que luego una tercera pareja responda a un problema parecido al de la primera, una
joven parece ser, a los ojos de quien borracho le interpela, la razón un suicidio. Sorprende
también que la dinámica de la escena tome otro tono, un tanto más irracional por parte de las
reiteraciones temporales del borracho, sobre el cómo contar, pero por otro, una insistencia en la
plástica que esta posibilidad va generando. La escala no varía en un principio, pero sí el foco, e
impacta la permanencia en esos pequeños florecimientos que se presentan, el rostro llorando de
esta mujer sabe mucho a la nouvelle vague, es un diálogo que no acaba ahí, que sabe que en
cuanto la cámara gire hacia la sombra vacilante de su acompañante habrá un dramatismo muy
grande en la simpleza de esa puesta en escena, y que luego tendrá que volver a su posición inicial,
con las ganas de que esa intención se preserve, pues el rostro del compañero borracho se ha
quedado fijo para mirarnos a nosotros, con cierta lucidez, hacernos presentes en este guiño, y
volver a continuar. Es la insistencia en que somos parte de la tragedia, tal como Aerum respecto
a sí misma, negándose radicalmente a la idea del amor romántico cuando charla y almuerza junto
a su hermano y su nueva novia, y advierte a ésta que no comprende su creencia aún en los
hombres, en su capacidad de rebelarse, esa misma capacidad que comparte con las plantas fuera
del café al que regresa. Para ella, la estancia es mucho más bella cuando nos restamos de
participar. Habitamos, y en eso hay un diálogo directo hacia nuestra capacidad de espectar.

Ya enfrentado el paso del día, mientras dentro del café se han formado nuevas relaciones entre
quienes decidieron tomarse su tiempo, y ahora entonan los chinchines de vasos que cargan el
soju —que tanto se le agradece a Hong Sang-soo cuando se comienza la tarea de ser participe de
su obra— a la par de la entonación coral y un tanto infantil de un poema que remite al ciclo
estacional, habla del otoño, el invierno y la primavera, el verano y así, nos hace presentes del
milagro del acelerado crecimiento de estas plantas. Las vemos, por centímetros, más altas que
en un inicio. Otro escritor que comparte aún en el café, y ahora fuma en una pausa se acerca a
mirarlas porque simplemente ahí están, porque viven dentro de un registro que le es ajeno, y
como una coincidencia para él y quienes luego se suman a su pausa en un cigarrillo más, aparece
la feliz pareja que conforman el hermano de Aerum y su novia, y les recuerda que esa quimera
que tienen frente a sus ojos es simplemente un momento que resiste a su fragilidad.

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