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J. DRAGUNS
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Traducción de VELASCO, M. H. En VELASCO, M. H. (Comp.). 1993. Lecturas de Antropología
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Tales datos y otros tales en muchas otras partes del mundo pueden llegar
a ser útiles e incluso pueden constituir la única información de la que se dis-
pone. Sin embargo, esta información versa sobre algo que es cualitativa-
mente distinto de lo que se entiende por «desorden psicológico», «enferme-
dad mental» y sus equivalentes semánticos cuando son socialmente
aplicados y comprendidos. No sólo es que las definiciones operativas de
anormalidad sean amplias e inclusivas en tales estudios sino que también
varían de un proyecto a otro y es extraordinariamente difícil interpretarlas
dentro de algún tipo de esquema universal y comparativo. Dohrenwend y
Dohrenwed[2] han revisado este cuerpo de investigación y han aclarado las
dificultades que presenta el intento de sintetizar principios generales a par-
tir de los datos acumulados. Mariátegui y otros[23] llegaron a conclusiones
cautelosas y exploratorias similares al revisar el trasfondo de estas investiga-
ciones relativas a una parte más homogénea y limitada del mundo, las repú-
blicas de América Latina. Es claro que falta hoy día un criterio transcultu-
ralmente aceptable y universal de anormalidad, aunque las diversas
investigaciones epidemiológicas parecen partir de la asunción implícita de
que los conceptos de equivalencia psiquiátrica y de los variados síndromes
de diagnóstico tienen realidad substantiva y constancia transcultural. El
rechazo, o al menos el desafío a este supuesto proviene de las enormes dis-
crepancias en los resultados obtenidos. Nadie se inclina por referir todas
estas diferencias a las poblaciones estudiadas. La única cuestión que queda
concierne qué proporción de estas diferencias se debe a los sujetos y cuál al
investigador o a la interacción entre ambos. Así, los estudios epidemiológi-
cos son un buen ejemplo del uso de criterios máximos, superinclusivos de
psicopatología, y muestran el alto potencial que tiene el sobreestimar el
desorden psicológico.
Habría que mencionar un tercer tipo de criterio de anormalidad, aunque
no sea paralelo a los dos anteriores ni conceptual, ni metodológicamente.
Tiene sobrados merecimientos para ser incluido dada su importancia histó-
rica en la empresa de la investigación transcultural sobre psicopatología. Es
una aproximación que implica la descripción, el análisis clínico e incluso, en
algunos estudios recientes[24], la investigación epidemiológica de pautas cul-
turalmente distintivas de desajustes adaptativos de síndromes ligados a con-
textos culturales específicos[25,26]. Bajo este título caen las extrañas psicopa-
tologías de tierras remotas y exóticas: Amok y Latah en el Sudeste de Asia,
Wiitiko en los Indios Ojibwa, Susto en los Andes sudamericanos y muchos
otros. En lugares geográficamente más reducidos y más vinculados con fac-
tores culturales hay otros casos, como el mal de ojo[27]. Yap[28], que es uno de
los investigadores más generales y más persistentes sobre esta materia, llega
a sugerir que en vez de ser identificados con algunos de los desórdenes que
aparecen en el Manual de Diagnóstico y de Estadística (DSM-II), basándonos
en el análisis transcultural habrían de ser tomados como síndromes muy
difundidos ligados a determinantes culturales occidentales. Ninguno de los
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de salud mental elaborados por Jahoda[31] bien conocidos por todos, incluyen
la autoaceptación, la capacidad de crecimiento, desarrollo y autorrealiza-
ción, la capacidad de integración, el sentido de autonomía, la percepción de
la realidad y el dominio del medio. Todos estos criterios parecen indispensa-
bles y aplicables a nuestro propio contexto cultural occidental, pero, ¿cuán-
tos siguen siendo válidos tras un análisis transcultural? En otra situación
algo diferente, un psiquiatra indio, Chakroborty[30], ha expuesto su critica
hacia unos criterios similares de enfermedad o de salud mental advirtiendo
que dependen encubiertamente de visiones de la naturaleza y de la condición
humana, propias de los occidentales y culturalmente limitadas a ellos.
Ante esto caben dos posibles reacciones. Una, la ha propuesto Misra[33]
que aboga por dejar a un lado los criterios de salud y enfermedad mental
relativos a investigación transcultural para concentrarse en cambio en la
comparación entre los factores que inducen a frustración o a satisfacción
mediadas por la cultura, ya sean reales o percibidas. La otra, representada
por las recientes contribuciones de Fabrega[34,35] y Yap[36], consiste en buscar
los rasgos transculturales constantes en los conceptos de enfermedad. Estos
análisis han llevado de forma independiente a sus respectivos autores a
determinar el equilibrio entre el individuo y su entorno social y físico como
elemento central en la experiencia y conceptualización de la enfermedad.
Este elemento básico tiene aún que ser incorporado a medidas concretas,
aplicables individualmente.
La aplicación de este criterio, sin embargo, requiere solventar las dos dis-
tinciones subsidiarias, aunque importantes, que tanto han complicado la deli-
mitación de la anormalidad y la perturbación en la comparación transcultu-
ral. Nos estamos refiriendo a la demarcación de la perturbación personal
frente al desajuste adaptativo social, una distinción que asoma ampliamente
en los escritos de Kluckhohn[36] y de DeVos[37] y nos referimos también a la
localización exacta de la línea que separa a los desórdenes físicos y psíquicos.
Respecto a la primera distinción, los juicios sobre la adecuación e inadecua-
ción del ajuste personal están basados en absolutos o en ideales, el estableci-
miento de la cualidad de la adaptación social es relativa e inextricablemente
dependiente de las consideraciones de tiempo, lugar y circunstancia. Según
DeVos[37], se solapan, pero no hay correspondencia entre estos dos criterios. Si
se acepta esta distinción, podrían diferenciarse cuatro grupos de individuos:
1. los que están libres tanto de desajuste personal como social;
2. los que sufren desajuste social, pero no personal;
3. los que sufren desajuste personal, pero no social;
4. los que sufren desajuste tanto social como personal.
El área principal de ambigüedad y de controversia estaría en la clasifica-
ción de los individuos en las categorías 2 y 3. Para establecer distinciones
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nados con tan adventicio descubrimiento. Ahora que nos podemos beneficiar
tanto de una mayor claridad como de una mayor flexibilidad metodológica,
me impresiona más la posible significación de esta observación, especialmen-
te al no haber encontrado ni un solo ejemplo de diagnosis psicofisiológica en
la cohorte disponible de pacientes psiquiátricos americanos.
Los investigadores transculturales de psicopatología deberían tomar nota
y analizar estas distinciones de categorías antes de intentar desarrollar crite-
rios universalmente aceptables de la conducta anormal que pudieran ser usa-
dos para distinguirla de la conducta psicológicamente normal y del desajus-
te social y aquellos aspectos de desorden físico a los que suele darse escasa o
ninguna relevancia respecto al stress y al conflicto psicológico. Una vez
resueltos estos temas en el plano conceptual, podrían engancharse en la
cuestión del desarrollo de medidas. La discusión de estos temas es notoria-
mente parca en la literatura transcultural sobre psicopatología[47,48]. De los
variados escritos metodológicos recientes sobre las áreas «en boga» de la psi-
cología transcultural pertinentes a la variación de la conducta humana en su
rango normal entre las culturas puede tomarse algo[49,51]. Sin intención de
recapitular toda esta literatura, las medidas desarrolladas deberían ser cons-
picuas en significatividad, aceptabilidad y equivalencia, tres criterios que tie-
nen formas de ejercer presión en direcciones diferentes, incluso opuestas. El
estudio piloto de la Organización Mundial de la Salud sobre esquizofrenia en
nueve países y el proyecto anglo-americano sobre diagnosis de las psicosis
afectivas y esquizofrénicas en algunos de los principales centros psiquiátri-
cos de ambos países prueba que se puede lograr alta precisión en todas estas
características simultáneamente[52,67]. Se necesita un criterio pancultural o
etic de anormalidad. Si bien, cualesquiera que sean sus detalles, debería
estar abierto a recibir una carga condicional y relativa. Es el destino de cual-
quier intento de romper un contínuum en segmentos cualitativamente dis-
tintos. Si a primera vista la naturaleza condicional de tales distinciones pare-
ce un retroceso, puede tornarse en ser una ventaja.
El criterio «ético» de psicopatología puede usarse con total conciencia de
su naturaleza condicional y puede yuxtaponerse al criterio acostumbrado de
anormalidad propio de una cultura determinada. Es así como el curso futu-
ro de la investigación sobre psicopatología puede quedar establecido por
referencia a las distinciones entre criterios de anormalidad emic, ligados a
una determinada cultura, y criterios etic, universalmente aceptables. Los
indicadores del desajuste personal y del desajuste social podrían ser incor-
porados a este esquema y las discrepancias entre ellos quedarían explícitas.
Las variaciones entre estos dos índices no sólo se convertirían en fuentes adi-
cionales de información, sino que proporcionarían medios potencialmente
valiosos de caracterizar a la cultura.
Un artículo publicado hace algún tiempo, el de Arsenian y Arsenian[52],
proponía que se clasificaran las culturas en un contínuum de dureza a faci-
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