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English abstract: Since time immemorial the movement of peoples and intercultural
exchanges have played a crucial role in the transformation of human civilization. A look
into the past shows that the identities have been gradually forged through influences from
elsewhere. The immensity of Eurasia was criss-crossed with communication routes wich
gradually linked up to form what are known today as the Silk Roads. Today, Central Asia is
a key region today for the future of the world and the system of international relations.
Central Asia has significant development and business potential based on availability of
energy, natural resources and work force. How and where did the Silk Road originate? Why
the strategic significance of Central Asia?
Palabras clave.
Keywords.
Pero para adentrarnos es importante definir la ruta de la seda, la cual es una vía comercial
que enlazaba Europa con las regiones orientales de China, denominada así por la
importancia de la seda entre las mercancías transportadas. Abierta en S.II a.c, se constituyó
en el principal canal de intercambio económico y cultural entre Europa y Asia. Inició un
periodo de decadencia en el S.XIII y posteriormente fue sustituida por el tráfico marítimo.
Esta vía comercial se apodó la Ruta de la Seda porque el artículo que más se exportó desde
China fue la seda, un tejido desconocido en Occidente antes de la apertura de las rutas
comerciales. Otros productos chinos, como las cerámicas esmaltadas, el marfil, el jade, las
pieles y el té no tardaron en ganar popularidad y exportarse. ……………………………......
Abocándonos en el Tema principal que es la Ruta de la Seda podemos decir que se entiende
por esta al itinerario que en la antigüedad unió los imperios romano y chino, el camino por
el que las sedas de Oriente llegaron a adornar los cuerpos de las elegantes damas romanas.
Convencionalmente los extremos de la Ruta se sitúan en Roma y en la ciudad china de Xian
(antigua Changan), y sus diversos ramales cruzan ciudades antaño fabulosas como
Damasco, Bagdad o Samarkanda y accidentes geográficos con fama de insuperables, como
el macizo del Pamir, con puertos de montaña de 5.000 m de altitud, o los desiertos del Gobi
(que en mongol significa "lugar sin agua") y Taklamakán (cuyo nombre quiere decir" lugar
donde entras pero no sales").
En el año 206 antes de Cristo, llegó al poder una nueva dinastía, la Han, y el imperio
empezó a moverse en una nueva dirección, más abierta. Los Han restauraron gran parte de
la literatura clásica de China, especialmente los trabajos de Confucio. También
establecieron un gobierno central fuerte pero más humano, crearon el primer sistema de
escuelas públicas y, en una lucha que duró casi 70 años, eliminaron total y definitivamente
la amenaza Xiongnu. Con Asia Central bajo control Han, se establecieron rutas seguras
para las caravanas - las legendarias Rutas de la Seda, abriendo China al comercio y la
cultura del mundo occidental. Comerciantes de Roma, Antioquía, Baghdad y Alejandría
viajaban hacia el este para comerciar con jade, oro, especies, caballos, gemas preciosas y,
desde luego, seda. No importaba la ruta por la cual viajaran, no podían llegar a sus destinos
sin pasar a través de la Gran Muralla.
Es importante destacar que Asia Central es una región clave no solamente para el futuro de
Eurasia sino para el actual sistema de relaciones internacionales. Se erige como el “nuevo”
gran escenario comercial donde durante las décadas siguientes, es decir a corto plazo se
concentrarán en ella buena parte de los negocios globales. La importancia que han
alcanzado sus vecinos, China e India –puntos neurálgicos para la estabilidad de Asia
Central así como el creciente interés por sus recursos energéticos, la convierten en un foco
privilegiado de atención. Y en un mundo cada vez más integrado, globalizado y complejo,
se vuelve un imperativo y un desafío acceder a un espacio económico como éste con un
creciente desarrollo industrial y turístico.2 No es casual que desde los años 1990, la mirada
de la UNESCO se haya concentrado en el estudio de los intercambios científico-
tecnológicos y culturales producidos entre Oriente y Occidente a través de la milenaria
“Ruta de la Seda”, con el objetivo de promover el “patrimonio común e identidad global”
de los pueblos (Unesco, 1996, vol. III, p. 35). Por tanto, lejos de ser historia muerta, las
“Rutas de la seda” están hoy más activas que nunca y en dirección al futuro cercano. De
hecho, su existencia se materializa en el puente terrestre euroasiático –denominado a veces
la “Nueva Ruta de la Seda”- que es recorrido en gran parte por una vía férrea que conecta
China con Kazajistán –el Estado más poderoso de la región- un vínculo directo entre el
gigante asiático y el corazón del continente (Unesco, 2008, Vol. VIII). Y también se hace
visible en el denominado “corredor del mar Negro de la Gran Ruta de la Seda” que
impulsara la Unión Europea y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional (USAID), junto con Grecia, Turquía, Georgia y Armenia en pro del fomento
y la expansión comercial de los cuatro países (RIA Novosti, 2013; Nature, 1987: 329, 757).
Visto entonces el gran interés que concita Asia Central en el mundo, ¿no es obvio que
América Latina debe tomar nota de lo que pasa en esta vasta región, con miras a ampliar
sus mercados e instalar nuevas empresas en ella como ya lo ha hecho en China?3 ¿En qué
medida puede ayudar a los nuevos negocios internacionales entender las características y la
historia de esta región del mundo? (Bausero, 2013:70-ss.) Una adecuada respuesta a estos
interrogantes requiere de un buen conocimiento de fondo, es decir, el relativo a la historia y
la cultura de los países centro-asiáticos con los que se ha de tratar, los cuales crecieron, se
expandieron y aun se desenvuelven en torno a las más antiguas y exitosas vías que el
comercio internacional haya tenido nunca…
Durante siglos se supo muy poco en Occidente sobre el origen de la seda y de cómo ésta se
producía. Fue el secreto mejor guardado de la cultura China.4 Suele atribuirse el
“descubrimiento” y exploración de la Ruta al mercader veneciano Marco Polo, 5 quien en
el siglo XIII narró sus experiencias de viaje en el llamado “Libro del Millón” o “Libro de
las Maravillas”. En él insiste continuamente sobre la importancia de la seda para la
economía de los pueblos centroasiáticos. Sin embargo, mucho antes que Marco Polo otros
tantos viajeros y misioneros europeos, hindúes y musulmanes –como AlJuarizmi o Ibn-
Battuta- habían recorrido la Ruta y registrado sus impresiones en diarios de viaje. Pero la
denominación en sí, es decir “Ruta(s) de la seda” fue creada recién en la segunda mitad del
siglo XIX por el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen en sus “Diarios de
China” (1877). Richthofen denominó “Seidenstrasse” –Ruta de la seda- o “Seidenstrassen”
–Rutas de la seda- a la vasta red de 7.000 km. de caminos que desde tiempos antiguos
atravesaban el corazón de Asia (Waugh, 2007, vol. 5, 3-4). El sistema constaba de tres
extensos trayectos: uno desde la Gran Muralla china hasta los protectorados romanos del
Mar Negro; otro desde Changan y Loyang hasta Sogdiana (Tayikistán y Uzbekistán, en
Asia Central), luego al valle del Zarafshan a través del Cáucaso terminando en Armenia; y
el tercero desde Loyang hasta Sogdiana entrando en los dominios del entonces reino Parto
hasta Siria, pasando por la espléndida Palmira y terminando en Antioquía de Siria. A los
que hay que agregar la llamada “Ruta marítima de la seda”,7 de no menor importancia ya
que llegaba hasta Egipto y el Mediterráneo, así como hasta África Oriental.
Pero téngase en cuenta que las Rutas de la seda fueron el resultado final de una milenaria
“construcción cultural” cuyo comienzo se remonta a los inicios de la civilización. 8
Teniendo en cuenta su complejidad y dimensiones es difícil aceptar la idea de un origen
único de las mismas (en lugar y tiempo), restringido al momento (año 138 a.C.) en el que el
explorador chino Zhang Qian marchó hacia el oeste en una misión diplomática (Wood,
2002:51). Comúnmente se sostiene que fue sobre su trayecto que surgió la Ruta de la seda.
La realidad se nos presenta mucho más compleja ya que, como se verá, la seda china había
llegado al Mediterráneo varios siglos antes de la fecha supracitada. Y lógicamente, como
no hay comercio sin rutas es obvio que ya existían trayectos “instalados” y “definidos”
entre China y el Mediterráneo. De allí que sea ineludible reconstruir la interacción y la
transmisión de los patrones culturales que paulatinamente la hicieron posible.
Para comprender esto debemos remontarnos varios milenios hacia el pasado. Les cupo a los
primitivos pueblos de Asia Occidental a los que conocemos como sumerios, acadios,
casitas, hititas y escitas la constitución de las primeras rutas de comercio y el desarrollo de
un activo intercambio de materias primas, tecnologías, creencias y costumbres entre el
Cercano Oriente y el centro de Asia. Especialmente los habitantes de la antigua
Mesopotamia, actual Irak, –allí donde aparecieron las primeras ciudades de la historia
liderarían durante siglos las actividades comerciales de largo alcance entre el Mediterráneo
y Afganistán (Francfort-Lecomte, 2002:625-663). Venciendo los más variados accidentes
geográficos y enormes distancias, hicieron llegar por intermediarios sus productos hasta
Badakhshan en las altas montañas afganas, cruzando tres o cuatro pasos, donde las
intercambiaban por lapislázuli y turquesa. Y por mar su comercio se extendió hasta las ricas
ciudades de Harappa y Mohenjo-Daro en el valle del río Indo, donde obtenían piedras
preciosas como la cornalina y fibras como el algodón, además de tejidos manufacturados y
maderas duras. Desde Siria y el mar Negro se importaban también minerales y maderas, de
Khorassan (Irán) estaño, y de Armenia, plata (Roux, 1987:28-30).
Para el segundo milenio antes de Cristo estaba bien consolidada una vasta red de vías
terrestres de comercio por las que circulaban numerosas caravanas. Pero también por mar
se conectaban los primitivos puertos de Ur, Uruk, Lagash, Umma, Larsa y más tarde
Agadé, Babilonia y Nínive que enviaron y recibieron mercancías hacia y desde “Dilmun”
(Bahrein) –punto clave del comercio marítimo en el golfo Pérsico-; “Magan” (Omán),
célebre por su diorita negra; “Meluhha” (India) y “Musur” (el poderoso Bajo Egipto).
Literalmente en más de mil yacimientos arqueológicos ubicados en India y Omán –datados
entre el 2300 y 1300 a.C.- se han encontrado joyas y sellos sumerios, lo cual prueba la
vigencia del comercio entre estos pueblos primitivos y la existencia de rutas definidas tan
temprano como el II milenio antes de nuestra era.
¿Es casual que dichos derroteros coincidieran en buena parte de sus tramos con las rutas
por las que viajaban la seda y otros productos, en el siglo VI a.C.? Está claro que esta
extensa red de caminos obedecía a necesidades de tipo político-militar, pero tenía una
finalidad mayor, la de encauzar el voluminoso tránsito comercial entonces existente.
Incluso se intentó restablecer una antigua ruta marítima que desde antaño había vinculado a
Egipto con la India. El rey persa Darío I, envió al navegante griego Escilax de Caria con
veinticuatro navíos (515 a.C.) desde el río Indo hasta el mar de Arabia y Egipto, un viaje
que duró treinta meses. Según el historiador griego Heródoto (siglo V a.C.) Darío “hizo
frecuente la navegación por aquellos mares”:
“Respecto a Asia, gran parte de ella fue descubierta por orden de Darío, quien envió en
unos navíos Escilax el Cariandense. Empezando su viaje desde la ciudad de Caspatiro
navegaron río abajo tirando el Levante hasta que llegaron al mar. Allí torciendo el rumbo
hacia el Poniente continuaron su navegación hasta que aportaron al mismo sitio de donde el
rey de Egipto había hecho salir a los Fenicios que, como dije, dieron la vuelta por mar
alrededor de Libia –nombre para África-. Después que hubieron hecho su viaje por aquellas
costas Darío conquistó la India e hizo frecuente la navegación de aquellos mares”.
Casi no hace falta decir que por estos itinerarios transitaron durante siglos mucho más que
mercancías. También filosofías, religiones, artes, técnicas, personas, pueblos y ejércitos
siguieron su recorrido, forjando identidades. Las influencias externas han sido un factor
clave para el desarrollo cultural. Y en aquellos tiempos su tránsito estaba más activo que en
tiempos anteriores, lo que favoreció la amalgama intercultural. Una de cuyas evidencias se
aprecia en el arte greco–búdico originado en el reino helenístico de Bactriana (Daxia para
los chinos). De hecho, el rey bactriano Euthydemo I (230-200 a.C.) buscando extender sus
dominio organizó varias expediciones militares a Kashgar en Xinjiang (China), en lo que se
considera fue uno de los primeros encuentros directos entre griegos y chinos. Sobre este
particular el geógrafo griego Estrabón diría que los greco-bactrianos “extendieron su
imperio aun en lo que respecta a Seres”, es decir China o sus proximidades (Estrabón,
2003). Y de hecho, el posterior Imperio Parto (An Hsi o Anxi de los chinos) y el Kushan
(Guishuang) –que en sus respectivos apogeos dominaron amplias zonas de Asia Central-
mantuvieron negocios directos tanto con China como con Roma y Bizancio oficiando de
intermediarios (Lingyu–Weimin, 2004).
Esta preciada fibra natural tampoco faltaría en las tumbas ucranianas del Mar Negro ni en
los sepulcros cartagineses de Sabratha –en la Libia del siglo Io la remota Londres de la
segunda centuria de nuestra era, donde se consideraba un símbolo de estatus social. Incluso
Julio César intentaría acaparar el comercio de la seda en beneficio de sus allegados.
También del emperador romano Antonino –según Herodiano, historiador del siglo III- que
“detestaba los vestidos romanos y griegos solo le gustaban los tejidos de los Seres” –es
decir los de seda-. Tan importante fue la seda que tras sitiar Roma en 408, el rey visigodo
Alarico demandó a los romanos el envío de cuatro mil túnicas de seda como una de las
condiciones para no destruir la ciudad (Jordanes, 1995).
Es más, Plinio el Viejo cuenta que la expedición de Annio Plocamo llegó a Taprobane (Sri
Lanka) y que Raquias embajador de la isla le relató su visita al país de los Seres, es decir
China (Plinio, 2010). Llevados por los vientos monzones los mercaderes cruzaban
periódicamente el Índico desde Muziris y Nelkynda en India hasta Berenice y Leulos en el
mar Rojo; o viajaban hacia las tierras del Imperio Han (206 a.C. – 220 d.C.) ayudados por
sus socios indios, los tamiles de Pandyas, Chera y Cholas. Esta asociación fue importante
porque los tamiles habían colonizado el sureste asiático justamente en el siglo I, casi al
momento de iniciarse los primeros contactos sino–romanos. Y por ese mismo tiempo India
se convertía en el más importante nexo entre Oriente y Occidente, mientras la dinastía Han
oriental “iniciaba” la ruta comercial que la llevaría hasta las fronteras del Imperio Romano,
partiendo del puerto de Nan Hai en el actual Cantón. En este punto el papel de la India
como puente entre Occidente, China e Indochina queda corroborado por los hallazgos
hechos por arqueólogos de las universidades de Delaware y Ucla, en el puerto de Berenike
(Berenice) a orillas del mar Rojo en 2005: una especie de madera proveniente de Dyanmar
(Birmania), piezas de zafiro originarias de Sri Lanka (Ceilán) y otros objetos procedentes
de lugares tan alejados como Java, Vietnam y Tailandia. Rastros de pimienta negra, cestas,
esteras y una vela hecha con tela india, fechada en el año 70 de nuestra era, integraban el
descubrimiento. Asimismo, una pieza de alfarería romana del siglo I proveniente de Arezzo
– conservada en el Museo Guimet de París- fue encontrada en Virampatnam (India); así
como monedas de cobre emitidas por el rey Kujula Kadfises –del imperio Kushan- que
copiaban los retratos reales de los anversos de monedas romanas de oro del emperador
Augusto (31 a.C.-14 d.C.); además de un vaso del tesoro de Kapishi (Begram, Afganistán)
del siglo II que personificaba a un gladiador de tipo romano. Y la lista sigue. ¿Cómo
llegaron a uno y otro punto geográfico estas mercancías? ¿Puede negarse la vigencia y el
poder de aquellos primitivos mercados de intercambio –en algunos aspectos tan complejos
como los nuestros- y la importancia que tuvieron los intercambios entre los pueblos más
distantes, aunque fueran por intermediarios? (Hollman, 2008).
Ptolomeo relata además un viaje realizado desde el Quersoneso dorado (es decir, Indonesia)
hasta Cattigara (Sri Lanka o Cantón) cuyos datos atribuye a un navegante fenicio al que
estima como “el mejor de los cartógrafos”, Marino de Tiro (60–130 d.C.?) y a los escritos
perdidos de Alejandro Magno, anotados por sus oficiales. Por lo que se puede deducir de la
documentación de Ptolomeo, el fenicio Marino de Tiro conocía la ubicación de India
(Smith, 1995) e Indonesia, y había imaginado paralelos y meridianos sobre un planisferio
indicando que las tierras habitadas se prolongaban de norte a sur desde la tierra de Thule
(¿Noruega?) hasta más allá del trópico de Capricornio (Etiopía); y desde las “Islas
Afortunadas” (Canarias) hasta Sera o Sinae (China). Que los datos eran más “exactos” y el
conocimiento del otro crecía, lo deja ver el historiador romano Amiano Marcelino quien
escribiría que Sérice estaba rodeada por una gran muralla y que en sus tierras corrían dos
grandes ríos (¿Huan Ho y Yenisei?) teniendo por capital una ciudad llamada “Sera”. No
queda duda de que esta descripción recuerda a la China de los Han, con su gran muralla en
construcción.
Pese al esfuerzo realizado, la empresa no tuvo el éxito deseado ya que los gusanos no eran
de una especie muy apreciada y el excesivo monopolio que pretendía implementar
Justiniano conspiró contra su éxito. La producción de seda se instalaría en Constantinopla
(Bizancio) en los tiempos de la dinastía Sui en China, aunque fue complementada por
comerciantes árabes que tuvieron su monopolio entre los siglos VII y VIII d.C. Éstos se
establecieron en Sri Lanka y en Cantón conectando India y Persia con Egipto y el
Mediterráneo. Finalmente, durante la dinastía Tang (siglos VII a X) se formaron dos
mercados en la capital imperial china de Chang’an –actual Xi’an en la provincia de
Shaanxi-, el “del Este y del Oeste” en los que comerciantes romano-bizantinos pudieron
comerciar por seda y otros productos de lujo. En los siglos siguientes no pocos navegantes
recorrerían la Ruta marítima de la seda. Uno de ellos fue el marino, militar y expedicionario
chino Zheng He quien exploró – aparentemente sin ambiciones colonialistas- el SE asiático,
Indonesia, la India, Sri Lanka, el Golfo Pérsico, Arabia e incluso llegó a Kenia y
Mozambique entre los años 1405 y 1433.
Herodiano. (1983). Historia del Imperio Romano. Palma de Mallorca, España. Lib. V, 5, 4.
Séneca (1944). Obras completas. México. Universidad Autónoma de México. Lib. II, cap.
II; Lib. IV. Caps. IV-V, Lib. VII, cap. I.
Bibliografía.
Elvira Barba, M. (1992) Los romanos en el Lejano Oriente. Madrid. Historia 16.
Fen Lingyu – Shi Weimin (2004). Perfiles de la cultura china. Beijing. Ed. Nueva Estrella.