Sie sind auf Seite 1von 1

Pessoa

Detesto la lectura. Siento un tedio anticipado de las páginas desconocidas.


Sólo soy capaz de leer lo que ya conozco. Mi libro de cabecera es la Retórica
del Padre Figueiredo, donde leo todas las noches, por la cada vez más
milésima vez, la descripción, en el estilo de un portugués conventual y perfecto,
las figuras retóricas, cuyos nombres, mil veces leídos, no he aprendido todavía.
Pero me arrulla el lenguaje (...) y sí me faltasen las palabras justas escritas con
C, dormiría inquieto.
Debo, a pesar de ello, al libro del Padre Figueiredo, con su exageración de
purismo, el relativo escrúpulo que siento –todo lo que puedo sentir- de escribir
la lengua en que registro con la propiedad que...
Y leo:
(un trecho del P. Figueiredo)
y esto me consuela de vivir
o, si no,
(un trecho sobre figuras)
que vuelve en el prefacio
No exagero una pulgada verbal: siento todo esto.
Como otros pueden leer trechos en la Biblia, los leo de la Retórica. Tengo la
ventaja del reposo y de la falta de devoción.

No conozco un placer como el de los libros, y poco leo. Los libros son
presentaciones a los sueños, y no necesita presentaciones quien, con la
facilidad de la vida, entre en conversación con ellos. Nunca he podido leer un
libro entregándome a él; siempre, a cada paso, el comentario de la inteligencia
o de la imaginación me ha interrumpido la secuencia de la propia narrativa.
Después de unos minutos, quien escribía era yo, y lo que estaba escrito no
estaba en ninguna parte.
Mis lecturas predilectas son la repetición de los libros triviales que duermen
conmigo a mi cabecera. Hay dos que nunca me dejan -la Retórica del Padre
Figueiredo y las Reflexiones sobre la Lengua Portuguesa del Padre Freire.
Estos libros los releo siempre, y bien; y, si es cierto que ya los he leído muchas
veces, también es cierto que no he leído seguido ninguno de ellos. Debo a
estos libros una disciplina que casi creo imposible en mí; una regla de escribir
objetivado, una ley de la razón de que las cosas estén escritas.
El estilo afectado, claustral, humilde, del Padre Figueiredo es una disciplina que
hace las delicias de mi entendimiento. La difusión, casi siempre sin disciplina,
del Padre Freire entretiene a mi espíritu sin cansar, y me educa sin causarme
preocupaciones. Son espíritus de eruditos y de sosegados que le sientan bien
a mi ninguna disposición para ser como ellos, o como cualquier otra persona.
Leo y me abandono, no a la lectura, sino a mí mismo. Leo y me adormezco, y
es como entre sueños como sigo la descripción de las figuras retóricas del
Padre Figueiredo, y es por bosques encantados por donde oigo al Padre Freire
enseñar que se debe decir Magdalena, pues Madalena sólo lo dice el vulgo.

Das könnte Ihnen auch gefallen