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CUADERNOS

DE LA
REALIDAD
NACIONAL

• víctor jarías • alfredo etcheberry * eduardo ortiz • joan


garcés • josé a. viera-gallo • josé rodríguez elizotido •
eduardo novoa • francisco cumplido • josé sidbrandt
• Humberto vega • eduardo jara • seigio politoff • juan
bustos • jorge mera • berta brm<o • loreto hoecker •
roberto lira

M 15 ESPECIAL - DICIEMBRE DE 1972

U N IV ER SID A D C A T Ó L IC A DE C H IL E

CENTRO DE ESTUDIOS DE LA REALIDAD NACIONAL — CEREN


CUADERNOS
DE LA X ) ¡i
REALIDAD
NACIONAL
N 15 DICIEMBRE DE 1972 ESPECIAL

REVOLUCION Y LEGALIDAD: PROBLEMAS


DEL ESTADO Y EL DERECHO EN CHILE

Manuel Antonio CARRETON


3 Algunas consideraciones acerca de la presente edición sobre
Estado y Derecho

INTRODUCCION:
Norbert LECHNER
15 La problemática actual del Estado y el Derecho en Chile

P R I M E R A PARTE:
La teoría del Estado y el Derecho y la experiencia chilena

1? SECCION: Para una Crítica del Derecho burgués '

Sergio BAGU
59 Historia, legalidad y violencia

Carlos RUIZ
73 Sobre la filosofía de Andrés Bello

Umberto CERRONI
85 La interpretación de clase del Derecho burgués

Víctor FARIAS
92 El carácter fundamental de la legalidad burguesa

Alfredo ETCHEBERRY
105 Reflexiones sobre la enseñanza del Derecho en Chile

UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE


CENTRO DE ESTUDIOS DE LA REALIDAD NACIONAL — CEREN
2‘ SECCION: Problemas jurídicos institucionales de la
experiencia chilena

Eduardo ORTIZ
121 El Estado Nacional en el Sistema Internacional

Joan GARCES
132 Estado burgués y Gobierno popular

José A. VIERA-GALLO
152 El segundo camino hacia el socialismo: aspectos institucionales

José RODRIGUEZ ELIZONDO


191 Hacia la conquista del Derecho popular

Eduardo NOVOA
203 Hacia una nueva conceptualización jurídica

SE GU ND A PARTE:
Problemas específicos de la transform ación institucional

1“ SECCION: El aparato estatal chileno-

Francisco CUMPLIDO
225 El aparato estatal según el Derecho constitucional chileno

José SULBRANDT
246 La burocracia como grupo social

2" SECCION: Institucionalización de la conducción económica

Humberto VEGA
263 Problemas de dirección económica y planificación en Chile

Eduardo JARA
278 La nacionalización de la banca

3" SECCION: El delito y su sanción

Sergio POLITOFF, Juan BUSTOS, Jorge MERA


291 Derechos Humanos y Derecho Penal

Berta BRAVO, Loreto HOECKER, Roberto LIRA


298 El delito en una sociedad de clases
Algunas consideraciones
acerca de la presente edición
sobre Estado y Derecho

E l núm ero especial de la revista Cuadernos de la R ealidad N acional consa­


grado a Revolución y Legalidad, rompe una tradición en nuestras publi­
caciones. En efecto, los números especiales de nuestra revista estaban dedi­
cados hasta hoy, exclusivamente, a la presentación de investigaciones rea­
lizadas por el personal académico de nuestro Cejitro de Estudios. El que
damos a conocer hoy día, en cambio, agrupa a un conjunto de especialistas
de diversos ám bitos e instituciones del país y aborda un conjunto muy
am plio de temas a través de artículos individuales centrados sobre la com­
pleja problemática del Estado y el Derecho en una sociedad, como la chi­
lena, en transformación.
Desde hace algún tiem po, el Centro de Estudios de la Realidad Nacio­
nal ( c e r e n ), ha venido haciendo un esfuerzo por reorientar su trabajo aca­
démico para adecuarlo a los requerim ientos en materia de reflexión teó­
rica y de investigación empírica del proceso de transformación social del
país. Es así como el conjunto del trabajo de investigación se oriejita hacia
la formulación de una problemática global del proceso de construcción de
una sociedad socialista, a partir de las determinaciones y peculiaridades de
la realidad chilena. Esta perspectiva general del trabajo académico se especi­
fica en cuatro campos o áreas de problemas: la estrategia de desarrollo y
los problemas de acumulación socialista, la estructura de clases sociales y
de partidos políticos, la esfera ideológico-cultural y los problemas jurídico-
institucionales. E l trabajo en estas áreas ha producido ya diversos resulta­
dos que se expresan, entre otras cosas, en diversas publicaciones. Entre las
principales se cuentan los números especiales de los Cuadernos de la R ea­
lidad Nacional dedicados a Los Medios de Comunicación de Masas en Chile
(N ? 3 ), La Dialéctica del Desarrollo Desigual (N? 6) y, especialmente, el
consagrado a Los Problemas y Perspectivas del Socialismo en Chile (A7? 10)
de diciembre de 1971.
E l área de problemas jurídico-institucionales de la transformación chi­
lena que aborda principalm ente la temática del Estado y del Derecho,
enfrenta un desafío particular de doble aspecto.
Por un lado, se trata de un área de estudio relativamente descuidada
en la tradición académica revolucionaria y entregada casi enteram ente has­
ta el m om ento a los defensores teóricos y prácticos de la sociedad capita­
lista y de su ordenación jurídico-institucional. N o existe paya Chile una
acumulación teórico-empírica sobre esta problemática que perm ita un tra­

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bajo sistemático de investigación, reflexión y ciiestionamiento científico de
la institucionalidad de nuestra sociedad que vaya intim am ente relacionado
con la práctica social de su transformación y superación. Pero no se trata
sólo de un desafío en el campo científico e ideológico. Las dificultades que
ahí se encuentran son tam bién reflejo de las particularidades del intento
chileno de destrucción del modo de producción capitalista dependiente
que lo caracteriza y de construcción de una sociedad socialista. En efecto
dichas particularidades —que se originan en un tipo especial de desarrollo
sociopolítico dentro del contexto latinoamericano que agotó sus posibilida­
des de renovación parcial en los esfuerzos reformistas de la década del se­
senta y que mostró como único camino de liberación la vía de construcción
s o c i a l i s t a s e concentran fundam entalm ente en la esfera del Estado y del
aparato institucional.
Las características particulares del Estado y la institucionalidad chi­
lenos que le dan su sello a nuestro proceso de transformación social, han
dado origen a interpretaciones erradas sobre la especificidad de este pro­
ceso. Porque se ha creído que lo especifico de la experiencia chilena radica
en que aquí el socialismo puede construirse a través de una solución de
continuidad con el tipo de Estado e institucionalidad que han servido has­
ta hoy para consagrar un sistema de explotación y dominación. La tesis
de que la transformación progresiva, sin ruptura, del Estado, es el elemen­
to definitorio del “socialismo chileno”, ha sido refutada en el últim o tiem ­
po por el bloqueo relativo a que se ve enfrentado este proceso si no se
plantea el problema de la construcción de un poder alternativo de las cla­
ses sociales que determ inan el sentido y orientación de una nueva sociedad.
Dicho poder alternativo no se construye enteram ente al margen de la ins­
titucionalidad y el Estado chilenos, sino a partir de los sectores o elem en­
tos de ese Estado y esa institucionalidad, conquistados por los trabajadores.
Es precisamente aquí donde radica la especificidad del proceso revolucio­
nario de nuestro país: a partir de un instrum ento clave del aparato de do­
minación de la sociedad capitalista chilena, el gobierno, conquistado luego
de una larga historia de lucha del pueblo, se trata de construir y fortalecer
el poder popular para elaborar y edificar una nueva institucionalidad, un
nuevo Estado, que consagren el dom inio de los trabajadores y perm itan
la instalación de una sociedad verdaderamente humana. La especificidad
de la esperiencia chilena no radica, entonces, en que no haya "ruptura”
con la institucionalidad dom inante, sino que esa ruptura se hace, por un
lado, “desde dentro”, a través de los instrum entos que se han conquistado
en ella y del marco que perm ite esta utilización, y, por otro lado, “desde
fuera”, a través de la lucha y movilización perm anente de las clases popula­
res que construyen sus propios órganos de poder. En la relación dialéctica,
en el apoyo m utuo que se dan estos dos procesos, ininteligibles el uno sin
el otro, reside la clave de la “vía chilena al socialismo” y su posibilidad de
éxito.
De ahí las dificultades prácticas a que se ha visto enfrentado el pro­
ceso revolucionario chileno, y teóricas, es decir, de análisis e interpretación.
Porque lo anterior sólo señala el campo de la problemática y deja todo
lo demás para ser elaborado por la práctica social y el trabajo de investiga­
ción y reflexión en estrecha e inseparable vinculación con ella. En efecto,
sólo tenem os ciertos elementos que nos son dados por la tradición del
pensam iento científico revolucionario, pero estamos obligados a una in­
mensa tarea de elaboración y creación originales, que va mucho más allá
de la sim ple misión de adecuar pensamientos y teorías que, válidas en sus

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leyes generales, están necesariamente contaminadas con las realidades de
otros contextos históricos.
Pero si bien a nadie escapa la relevancia que el estudio del campo de
la legalidad, la institucionalidad y el Estado tienen para la vida actual de
nuestro país, a nadie tampoco escapa la falta de una problematización sis­
temática de estos temas.
E l conjunto de estas consideraciones llevó al c e r e n a abrir la línea de
investigación sobre Estado y Derecho en Chile. Tres nos parecían los re­
quisitos básicos que debían tenerse en cuenta en un esfuerzo como éste.
En prim er lugar, un trabajo de investigación y reflexión que quiere
contribuir a un proceso social, no puede hacerse desvinculado de los actores
que mueven y dirigen dicho proceso. De ahí que se buscó el contacto per­
m anente con aquellas instituciones que en nuestro país aparecían más di­
rectamente implicadas en esta área de transformación, entre las cuales se
cuenta, especialmente, el M inisterio de Justicia, que patrocinó las diversas
iniciativas planteadas por el c e r e n sobre esta materia. En segundo lugar,
parecía im portante rescatar el tema del Estado y el Derecho del ám bito
reservado en que se le trataba y llevarlo a un nivel de discusión más am•
plio y en que la investigación sobre él no quedara confinada a las disciplinas
académicas que tradicionalm ente lo habían monopolizado. Un trabajo in­
terdisciplinario era un requisito esencial para darle al tema la perspectiva de
totalidad que la práctica social exige para su tratamiento analítico. En ter­
cer lugar, un esfuerzo como el planteado desborda la capacidad y los recur­
sos de una institución. Por ello, se tomó contacto con un conjunto m uy
am plio de ‘académicos profesionales, políticos, especializados en el tema,
tanto chilenos como extranjeros, para que reunieran sus contribuciones
sobre los diversos aspectos de esta problemática, con el fin de tener una
acumulación básica que permitiera en el futuro un trabajo de investigación
sistemático en este terreno.
En este esfuerzo han participado profesionales del derecho, juristas,
m iem bros del poder judicial, historiadores, expertos en administración del
Estado, científicos sociales, y ya se están dando a conocer algunos frutos
del mismo. Por un lado, se han realizado diversos Seminarios sobre el tema,
a través del curriculum oficial del c e r e n , muchos de cuyos materiales están
siendo publicados en la Colección Documentos de Trabajo. Por otro lado,
un conjunto de trabajos sobre el Problema de la Justicia será publicado en
la Colección c e r e n -Ediciones Universitarias de Valparaíso. Este últim o li­
bro, ju n to con el núm ero especial que presentamos hoy, constituirán el ma­
terial de base del Seminario Internacional sobre Estado y Derecho en un
Período de Transformación, que el c e r e n organiza para enero de 1973 y que
cuenta con el patrocinio de la Universidad Católica, el M inisterio de Justi­
cia, c o n i c y t (Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica)
y el In stitu to para el Estudio de la Sociedad Contemporánea (issocoj de
Rom a.
Quizás si la mayor expresión de este esfuerzo sea este núm ero especial
de los Cuadernos de la R ealidad Nacional. Se trata de un texto que aborda
los principales aspectós de la problemática jurídico-institucional y que
intenta ser un material básico para la discusión sobre estas materias. Bajo
el titulo general de este núm ero, se invitó a diversos especialistas a siste­
matizar y confrontar sus aportes en la variada gama del tema, y se les pro­
puso un catálogo provisorio de problemas. Se prefirió por lo tanto, aban­
donando un estricto orden de prioridades, dificultado por la ausencia de
una teoría rudim entaria de los fenóm enos jurídico-institucionales que im ­
pide tener una visión general de la problemática, reunir las reflexiones so­

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bre un am plio aunque discontinuo campo de preguntas, en la forma de
una Antología que sirviera de prim er estímulo, de despeje de terreno, de
playiteamiento general. De ahí que el objetivo de este núm ero especial
sea m uy modesto y lim itada pese a que se aborden muchos y m uy diversos
problemas. De ahí tam bién los vacíos que puedan apreciarse al haber áreas
o materias que no han sido tocados o al existir un evidente desequilibrio
entre algunas secciones. Con todo, creemos que se resume aquí el estado
actual de la reflexión más global en Chile sobre el tema del Estado y el
Derecho en un período de transformación, y las deficiencias que puedan
notarse, señalan precisamente las líneas futuras de trabajo que debieran
reforzarse.
El contenido del libro está organizado en dos partes, precedidas por
una Introducción General en que se intenta plantear la problemática actual
de la estructura juridico-política en Chile. La primera parte abarca los
problemas teóricos del Derecho en el intento de form ular una crítica a la
concepción y práctica del Derecho burgués y de describir los rasgos jurídico-
institucionales más salientes de la experiencia chilena. La segunda parte
intenta un análisis más detallado de algunos aspectos específicos de la trans­
formación institucional chilena y aborda los problemas del aparato estatal
chileno y de su conducción económica, y la transformación del Derecho Penal.
En la Introducción, N orbert Lechner presenta un panorama general de
la problemática del libro tal cual ella puede plantearse hoy en Chile. El
autor parte ubicando la cuestión del Estado y de la institucionalidad en el
Programa Básico de gobierno de la Unidad Popular. Posteriormente se ana­
liza la lucha social y el debate ideológico sostenidos en torno a estos dos
elem entos durante el transcurso de los dieciocho primeros meses del Gobier­
no Popular y a medida que se desarrollaba el Programa. Una vez descrito y
analizado el período, se estudian las diversas alternativas que se abren al
proceso chileno y sus implicancias para la problemática del Estado y la ins­
titucionalidad. Finalm ente, se intenta un esquema interpretativo que dé
cuenta de las contradicciones de la estructura jurídica-institucional en relación
a la lucha de los trabajadores por el poder, abriendo así el camino a fu tu ­
ras investigaciones y elaboraciones sobre el tema.
La primera parte, La T eoría del Estado y el Derecho y la experiencia
chilena, contiene dos secciones. La primera, de carácter teórico, lleva el tí­
tulo P ara una crítica del Derecho burgués, y contiene cinco trabajos que
desde diversos ángulos analizan los fundam entos del ordenamiento jurí­
dico de nuestra sociedad de clases, su sistema de reproducción y los princi­
pios de su superación histórica.
E l primero de ellos, de Sergio Bagú, Historia, legalidad y violencia,
es un artículo extrem adam ente sugerente con las reflexiones de un histo­
riador sobre un interrogante central del proceso chileno: ¿una clase dom i­
nante abandona el poder sin apelar a la violencia? Sergio Bagú recorre la
historia europea y americana para determ inar, más allá de una afirmación
de excesiva generalización, los condicionamientos estructurales que defi­
nieron determinados procesos. El conocimiento histórico certifica, concluye
el autor, “que ninguna clase dom inante ha cedido* el poder a otra por su
propia decisión, ni respecto a normas jurídicas o éticas. Sospechamos con
fundam ento que todas hubieran querido oponer, al embate adverso, sim­
plem ente la resistencia más eficaz, incluyendo la violencia desenfadada. Pe­
ro querer no es poder y la clave de la historia parece estar allí: muchas cla­
ses caminaron hacia su ocaso mordiendo el polvo de su impotencia, antes
de tener la posibilidad, o la capacidad, de organizar mejor su propia de­
fensa”.

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E l segundo trabajo de esta Sección corresponde a Carlos R uiz, profesor
de Filosofía de la Universidad de Chile y lleva por título Sobre la Filoso­
fía de Andrés Bello. Se trata en él de delinear algunos grandes motivos del
campo ideológico y filosófico del que surge el orden legal propuesto en el
Código Civil. Como un prim er paso en este sentido, lo que se hace es un
análisis de la obra filosófica de Andrés Bello, cuyo discurso se unifica en tor­
no a una tensión, por una parte, entre lenguaje, conceptos, métodos y hasta
un estilo de argumentación asignables netam ente al campo discursivo del
empirismo y, por otra parte, los principios epistemológicos y ontológicos
fundam entales entroncados más bien con el esplritualismo y la filosofía
crítica y aun con el racionalismo critico. Una vez caracterizado más especí­
ficam ente el sistema filosófico, se señalan los temas que posibilitan la me­
diación hacia el orden social y que son, a juicio del autor, tres: 1) El indi­
vidualism o, raíz com ún del empirismo y el racionalismo. 2) La coexisten­
cia de una moral utilitarista con una fundam entación teológica del orden
social. 3) La visión ilum inista de la historia como progreso lineal. Por ú lti­
mo el autor ve, en el juego que caracteriza esta filosofía al intentar unificar
dos orientaciones opuestas, la posibilidad de explicarse su propia repercu­
sión social, a la vez con Portales y los “conservadores” y con Lastarria y
Bilbao.
Umberto Cerroni, Profesor de Derecho y Filosofía en Italia, presenta
en esta Sección un trabajo sobre La interpretación de clase del Derecho
burgués. Oponiéndose al frecuente “método de mosaico” de citas dispersas
de M arx o de fórm ulas apodicticas de Engels y L enin, el autor reflexiona
el problema del “clasismo”’ del Derecho a partir de la crítica de la econo­
mía política. Se trata, pues, de recuperar la dialéctica entre el desarrollo
contradictorio del Estado representativo y el Derecho burgués y el progre­
so de las mutaciones de las relaciones socioeconómicas. Ello implica, por
un lado, especificar científicam ente la naturaleza “burguesa” del Derecho
moderno para poder indicar tendencias alternativas. Por otra parte, signi­
fica renovar el sistema juridico-politico no solamente de los trabajadores en
cuanto tales, sino tam bién en favor de los obreros en cuanto ciudadanos,
es decir, “socializar” el poder.
Víctor Farías, Profesor de Filosofía en la Universidad Católica de Val­
paraíso, com plementa el articíilo de Cerroni con El carácter fundam ental
de la legalidad burguesa. Se trata de un breve, pero profundo cuestiona-
m iento que va a la raíz de la dominación social del capital. N o existe en
la literatura chilena un análisis marxista que haya planteado tan a fondo
el papel de la legalidad burguesa en la lucha de las masas, o sea del hombre
concreto por su emancipación. A partir de la crítica de M arx a Hegel,
el autor presenta la tesis central: “lo que la legalidad burguesa intenta aho­
gar no es la legalidad proletaria, sino la lucha de clases de donde ésta sur­
ge”. Para un proceso revolucionario, no se trata, pues, de desarrollar nue­
vas normas jurídicas igualmente formales y abstractas, sino de desarrollar
la lucha de las. masas por el poder, es decir, por la superación de las clases.
Finaliza esta Sección con un trabajo de Alfredo Etcheberry, conocido
penalista y Vicerrector Académico de la Universidad Católica. En Reflexio­
nes sobre la enseñanza del Derecho en Chile, el autor no se limita a señalar
las grandes deficiencias en las Escuelas de Derecho del país. Se plantea
aquí que, solamente a partir de una reflexión masiva sobre la crisis del
Derecho, esto es, sobre sus posibilidades ele actuar como prom otor eficaz
del cambio social, podremos com prender y operacionalizar la transformación
indispensable en la formación de nuestros juristas. Si el Derecho es una
creación social (y no una Idea in m u ta b le) y si queremos superar la “sobre-

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estructuralidad” del orden jurídico (y el “tecnocratismo” jurídico es sólo
una de sus formas de apariencia) es necesaria una revolución cultural que
haga del Derecho el reconocimiento m utuo de individuos sociales (no de
propietarios privados), es decir, la expresión de nuevas relaciones sociales.
En esta perspectiva es obvia la abolición de la enseñanza “profesionalizan­
te”, uno de los pilares de la justicia de clases existente.
La segunda Sección de esta Primera Parte, contiene un conjunto de
trabajos consagrados al proceso de transformación de la sociedad chilena
desde el punto de vista juridico-institucional. Todos ellos se m antienen en
una perspectiva global sin entrar al análisis de aspectos específicos que son
materia de la Segunda Parte del libro.
Ella se abre con una ubicación de la problemática del Estado N acional
en el Sistema Internacional, a cargo de Eduardo Ortiz, del Instituto de Es­
tudios Internacionales. H oy en día sabemos que la llamada “política exte­
rior” no es mera historia diplomática ni la sola gestión “hacia afuera”
de un sujeto denom inado Estado Nacional. Basta estudiar el surgimiento
del Estado Nacional en América latina para conocer la influencia decisiva
del factor económico como relación social y geográfica. De ahí que la “po­
lítica exterior” de un país bajo determ inado gobierno sólo puede ser ana­
lizada cabalmente dentro de una relación dialéctica entre estructura' inter­
na y sistema internacional en determ inado m om ento histórico. A partir de
estas premisas, el autor no se limita a enumerar los postulados de las “rela­
ciones exteriores” de Chile. Se trata de dilucidar cuestiones previas como
son las relaciones entre política interna y política internacional y aquellos
entes derivados del Estado-Nación tradicional que son las organizaciones
internacionales. En este sentido el artículo presenta una clarificación previa
indispensable para el análisis de la situación de Chile en el sistema áe re­
laciones internacionales.
Una vez descrito el contexto internacional de la experiencia chilena,
corresponde a Joan Garcés, en Estado burgués y Gobierno Popular, situar
nuestro proceso social dentro de la verdadera disyuntiva: socialismo o capita­
lismo. A partir de ella, el autor pasa a estudiar detenidam ente algunos su­
puestos getierales de dicho proceso dentro de la perspectiva institucional.
E n prim er lugar, la legalidad sobre la que reposa la autoridad del Gobierno
y que perm ite la doble legitimidad: institucional y revolucionaria. En se­
gundo lugar, la necesidad imperativa de com plementar, equilibrar y desa­
rrollar la tensión entre orden público y revolución. En seguida, la necesi­
dad del orden económico al tener que satisfacer sim ultáneam ente necesida­
des impostergables de las masas asalariadas y llevar a cabo profundas trans­
formaciones socioeconómicas. Finalmente, analiza lo que fueron en 1971
las relaciones entre los poderes del Estado y lo que significaba la oposi­
ción institucional dentro de un marco de desequilibrio social favorable a
cambios revolucionarios.
El ex Subsecretario de Justicia y Profesor del c e r e n , José A ntonio Viera-
Gallo, en El segundo camino hacia el socialismo: aspectos institucionales,
intenta una reflexión, a partir de lo que ha sido la experiencia revoluciona­
ria chilena, original y de alto contenido polémico. En prim er lugar se in­
tenta conceptualizar, a partir de esta experiencia, lo que alguien ha deno­
minado la “segunda forma de construcción de la sociedad socialista”, tra­
tando de hacer notar de qué manera las leyes generales de todo proceso
histórico se dan dentro de un proceso revolucionario inédito. El trabajo
trata especialmente de analizar la lógica teórica del planteam iento básico
de llegar al socialismo democratizando la sociedad capitalista, es decir, re­
volucionándola desde sus cimientos, y respetando los marcos de la demo­
cracia político-formal. Se intenta asi descubrir la racionalidad del m ovi­
m ien to que busca trascender la democracia burguesa siguiendo sus derro­
teros jurídicos. Luego, se analizan las formas y características que asume en
este segundo camino la dictadura del proletariado, teniendo presente que
ésta es la expresión política de una dominación de clase y no una forma
específica de gobierno. Posteriormente se estudia el papel del Derecho, co­
mo universalización de la norm atividad implícita en la praxis de clase,
en el segundo modelo de construcción socialista. ¿Cómo nace el nuevo De­
recho? ¿En qué medida, durante la construcción socialista el Derecho con­
serva ciertas características del régimen burgués? ¿Cuáles son las condicionantes
de la flexibilidad del régimen jurídico que perm ite generar nuevas nor­
mas? Por últim o, el trabajo enfoca el problema de saber, en las circunstan­
cias actuales, dónde y cuándo es posible que se siga el segundo camino ha­
cia el socialismo. Se concluye que éste es dable en las potencias de segunda
categoría (ej.: Francia e Italia) y en ciertos países del Tercer M undo y se
enumeran algunas condiciones objetivas m ínim as para ello.
Profundizando la relación entre el Derecho y el proceso social chileno,
el Fiscal de c o r f o y profesor universitario, José Rodríguez Elizonclo, en su
trabajo, Hacia la conquista del Derecho popular, parte con una invitación
al análisis concreto de la institucionalidad jurídica y la legalidad chilena,
como único m edio de entender la coyuntura actual. El autor descarta el
análisis abstracto que considera al Estado y al Derecho como una pura
creación burguesa y los caracteriza como “hegemónicamente burgueses”, pe­
ro productos, al mismo tiem po, de las luchas y conquistas de las clases po­
pulares que los han permeado. Desde esta perspectiva, al asumir las fuerzas
populares el gobierno, la legalidad se transforma en un arma política en
manos de estas fuerzas. R enunciar a esta arma porque en ese terreno se
estaría derrotado de antemano, le parece suicida al autor, al mismo tiem po
que un regalo gratuito a la burguesía, cuyo com portam iento es analizado
en términos de una perm anente inducción a la ilegalidad bajo las aparien­
cias del acatamiento a la ley. La lucha en el terreno de la legalidad por la
conquista de un Derecho Popular que consagre las nuevas relaciones socia­
listas, no debe confundirse con la pasividad de las masas, sino que, por el
contrario, su éxito supone una perm anente movilización de las mismas. La
lucha a partir de y con las masas por una legalidad que garantice el desa­
rrollo institucional del proceso revolucionario, es entonces, una labor re­
volucionaria.
Cierra este análisis de la problemática juridico-institucional de la ex­
periencia chilena (*) el Presidente del Consejo de Defensa del Estado,
Eduardo N ovoa) con su estudio H acia una nueva conceptualización jurídica.
A partir de un profundo conocim iento de nuestra realidad jurídica se des­
pliega un vasto catálogo de principios e instituciones jurídicas destinadas
a superar la regulación individualista de una sociedad capitalista. A l ini­
ciar la construcción de nuevas relaciones sociales se crean —ya sea en forma
consciente y racional, ya sea en form a reticente e inorgánica— nuevas relacio­
nes jurídicas. E l autor esboza algunos de los conceptos fundam entales para
el nuevo Derecho que requiere nuestra realidad social, económica, política

( *) Es necesario señalar q u e esta Sección d ebía com pletarse con otras dos visiones del proceso de
transform ación institucional chileno. Se h ab ía invitado, p a ra ello, a R adom iro T om ic y
Gustavo Lagos y al Profesor R uy M auro M arini, del c e s o . L o s tres no p u dieron aceptar la
invitación debido a otros compromisos de trab ajo asumidos. Igualm ente, fueron invitados a
colaborar en esta P arte los profesores Felipe H errera, con un trabajo sobre la Institucionali-
zación del D esarrollo D esigual, G uillerm o P u m p in , sobre la Problem ática J u ríd ic a de las
Nacionalizaciones, y A lberto B altra, sobre Las Relaciones H istóricas entre L abor P arlam entaria
y M ovim iento Social. P o r compromisos diversos nin guno de ellos pudo p a rtic ip a r finalm ente.

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y cultural. Las tendencias y posibilidades de un Derecho socialista son ejem­
plificados por el profesor Novoa a través de las innovaciones trascendentales
de la reforma constitucional sobre la nacionalización de la Gran M inería
del Cobre.
L a Segunda Parte se consagra a estudios sobre aspectos particulares de
la transformación institucional chilena y contiene tres secciones: El apara­
to estatal chileno, La institucionalización de la conducción económica y El
delito y su sanción (*).
En la Primera Sección se estudia el aparato estatal chileno desde dos
puntos de vista. Por un lado, el profesor Francisco C um plido, en El aparato
estatal según el Derecho C onstitucional chileno, lo analiza desde un punto
de vista jurídico; en tanto que el sociólogo José Sulbrandt, en La burocracia
como grupo social, lo hace desde el punto de vista de uno de los actores
principales del aparato del Estado.
El trabajo de C um plido llena una vieja laguna en la literatura política
sobre Chile. Logra sintetizar en un artículo el proceso de las instituciones.
del Estado confrontando las normas constitucionales con la realidad polí­
tica. La primera parte del estudio está consagrada al desarrollo del poder
form al y real del Estado. Queda claro cómo la estructura capitalista de la
economía chilena a la vez impulsa el fortalecimiento del régimen presiden­
cial y frena una participación activa de los ciudadanos más allá de las
garantías individuales de la democracia formal. La segunda parte precisa
los centros de decisiones establecidos por la Constitución a través de un
análisis de cómo se generan y se ejercen los poderes del Presidente de la
República, el Congreso Nacional, los Tribunales, la Contraloría General,
la Administrado?! Pública y las Fuerzas Armadas. El trabajo finaliza con
una reflexión sobre un interrogante perm anente del proceso político en
Chile: ¿por qúé teniendo form alm ente tanto poder, el Presidente de la
República encuentra tantos obstáculos en transformar las estructuras de la
sociedad?
E l trabajo de José Sulbrandt estudia el aparato estatal chileno; pero
esta vez desde el pu n to de vista de la naturaleza de su principal actor social,
la burocracia. En una primera parte se analiza la génesis de la burocracia
chilena y su desarrollo histórico, estableciendo el condicionamiento que
sobre este sector social ejerce el aparato estatal y la conexión que tal apar
rato ha m antenido con la clase dom inante. En la segunda parte se ubica
a la burocracia dentro de la estructura de clases chilena desde el p u n to de
vista de su extracción social o base de reclutamiento, refutando la concep­
ción tradicional de que se trata de un sector principalm ente de pequeña
burguesía y constatando la existencia de un sistema propio de reproduc­
ción. En la tercera parte, una vez hecho un análisis de la diferenciación
interna de la burocracia, se le estudia desde la perspectiva de su concien­
cia de clase, señalando su autoidentificación con la “clase media”, por la
diversidad de intereses según su situación en el mercado ocupacional y se­
gún su posición en la estructura de poder interna. A esta diversidad de

( *) L lam ará la atención que dos instituciones de tan ta im portancia en un proceso como elchileno
no sean consideradas aq u í: la Justicia y las Fuerzas A rmadas. En lo q u e se refiere a la p r i­
m era, el c o n ju n to de artículos solicitados sobre el tem a, cuyos autores son Luis Felipe R ibeiro,
A rm ando A rancibia, Alonso de la Fuente, el E quipo Poblacional del c i d u , y N orbert Leohner,
fue objeto de u n a publicación especial en la Colección c e r e n -Ediciones U niversitarias de V al­
paraíso q u e está en prensa y lleva p or títu lo Justicia de clases: materiales para el estudio de
la justicia en Chile. La relativa autonom ía y u n idad tem ática de estos trabajos, en relación a
los q u e aq u í presentam os, hacen más adecuada su edición aparte. En lo que se refiere a las
Fuerzas A rmadas, se solicitó a las autoridades correspondientes un trabajo sobre el tem a de
las relaciones en tre la in stitución y los procesos sociales, pero desgraciadam ente no fue posible
m aterializar tal colaboración.

10
intereses se añade una extrema ambigüedad de los mismos, de lo que se
concluye la incapacidad de este sector de postular autónom am ente un orden
social alternativo a los postulados por la burguesía y el proletariado. De
aquí se desprende una conclusión de gran importancia que afirma la fac­
tibilidad de un apoyo de la burocracia, o de un sector de ella, a la alianza
política de la Unidad Popular en la medida en que ésta logra articular
intereses de estos grupos.
La Segunda Sección se consagra al estudio de los aspectos institucio­
nales de la conducción económica. Ya bajo el Gobierno anterior, la inor-
ganicidad, para no llamarla anarquía, de la organización estatal, exigía
cada día con mayor urgencia un organismo planificador del proceso eco­
nómico. M ientras que la política imperante concebía la planificación como
instituto comple?nentario del mercado (pla?iificación indicativa), el progra­
ma de iniciar la construcción del socialismo del gobierno actual otorga a
la planificación un rol primordial. Ya no se trata solamente de paliar de­
ficiencias de la administración pública y del mercado, sino de dirigir y eje­
cutar las actividades económicas estratégicas del país. Para conocer los pro­
blemas institucionales implícitos a la planificación, se cuenta con las colabo­
raciones del economista H um berto Vega, de la Dirección de Presupuesto, y
del abogado Eduardo Jara, de c o r f o .
H um berto Vega, en Problem as de dirección económica y planificación
en Chile, concibe la planificación como estructura de dirección de la eco­
nom ía destinada a prever, coordinar y decidir las principales orientacio­
nes que operacionalizan un determ inado proyecto histórico de la sociedad.
Sin desconocer la importancia de las técnicas, enfatiza el carácter político
que tiene toda planificación. Los problemas de dirección económica en la
construcción de las bases del socialismo en Chile surgen principalm ente de
dos contradicciones: Una primera, entre un inoperante sistema de planifi­
cación y el avance del proceso de cambios estructurales; la segunda, entre
la rigidez de la actual organización del aparato estatal y las necesidades
impuestas por una nueva política económica basada en la participación de
las masas. Visualizando las metas económicas para 1973, se hace evidente
que la planificación es una tarea de masas. A u n desde el punto de vista
lim itado de una optimación en la asignación de recursos, la institucionali-
zación de la planificación debe basarse en la participación de las fuerzas
trabajadoras.
La nacionalización de la banca, es el tema de Eduardo Jara. A dife­
rencia del enfoque más político-sociológico de los otros artículos, el trabajo
del profesor Jara, Abogado Jefe de c o r f o ,, es un estudio netam ente jurídico
que analiza detalladamente cada paso en el proceso de nacionalización de
la banca. T eniendo en cuenta el papel jugado por la banca privada en Chile
como fu en te financiera de la expansión monopólica, es evidente la im por­
tancia que tiene la medida gubernamental. La relevancia política es tanto-
mayor cuanto que —como lo demuestra este análisis— la actuación de las insti­
tuciones estatales de desarrollo en el estricto marco legal fijado por las dis­
posiciones vigentes antes de noviem bre del 70:
La últim a Sección de la revista aborda algunos problemas específicos
de Derecho Penal en una sociedad en transformación, y consta de dos
trabajos.
E l primero, de los profesores Sergio Politoff, Juan Bustos, Jorge Mera,
Dereqhos H um anos y Derecho Penal, parte del carácter abstracto y formal
del derecho burgués, en cuanto separado de la sociedad, desarrollado más
atrás en los trabajos de Cerroni, Farías y Lechner. La separación entre in­
dividuo concreto real y ciudadano abstracto, escamotea las relaciones de

II
dominación existentes: el explotado es “igual” que el explotador y tan “li­
bre” como él. La lectura del Código Penal revela cómo la abstracción de
igualdad y libertad no es sino la falsa universalidad ele los intereses parti­
culares de la clase dom inante por m antener las relaciones ele producción
capitalistas. De ahí que una revolución del Derecho Penal no puede basarse
en un “hum anitarism o” moral. La sajición de actitudes antisociales requie­
re por parte de la sociedad haber creado las condiciones materiales que
perm itan a cada individuo asumir y ejercer sus derechos y deberes sociales.
E l segundo trabajo de esta Sección, corresponde a los profesores Berta
Bravo, Loreto H oecker y R oberto Lira, miem bros del D epartamento de
Ciencias Penales y Criminología de la U. de Chile. En El delito en una so­
ciedad de clases, esbozan lo que debiera ser un enfoque criminológico del
delito. R efutando las escuelas psicológicas, sociológicas, etc., se plantea co­
mo premisa básica que el fenóm eno delictivo es una parte constitutiva
—una resultante y un com ponente— de los procesos fundam entales de la
vida social. Recogiendo la critica form ulada en el articulo anterior de Poli-
toff, Bustos y Mera, se trata de analizar la relación entre determinada for­
mación social y el delito, situar al delincuente en esa estructura social his­
tóricamente determinada y , finalm ente, estudiar la reacción social en refe­
rencia a la clase dom inante y su ideología.
Como puede notarse, hay una gran cantidad de temas específicos e in­
cluso de ramas enteras del Derecho que no han sido tocados. Ello se expli­
ca, por cuanto el libro ha preferido mantenerse a nivel de la problemática
global y en relación al proceso de cambios que el país vive. N o obstante,
aun a ese nivel, no puede considerarse sino sólo como un prim er paso. A l­
gunos trabajos que esperábamos no llegaron a nuestras manos (* ), pero
tam bién en muchos casos no fuim os conscientes de los vacíos y sólo una
vez recogido todo el material pudim os apreciar las lagunas.
Todos los trabajos presentados fueron escritos antes de agosto de 1972
y no pueden, por lo tanto, dar cuenta del últim o período de la historia so-
ciopolitica del país y su incidencia en la problemática del Estado y el Derecho.
La coordinación general de este núm ero especial estuvo a cargo del in­
vestigador del c e r e n N orbert Lechner, Coordinador del Area Estado y Dere­
cho, y de M anuel A ntonio Garretón. En la elaboración del esquema iniciat
se contó con la colaboración de H ernán Sáez, entonces Encargado de Estudios
del M inisterio de Justicia. El libro contó con la colaboración y auspicio del
M inisterio de Justicia, especialmente, a través ele su Subsecretario José A n to ­
nio Viera-Gallo.
Esperamos que este núm ero especial cum pla su misión de incentivar la
discusión y acumulación de conocimientos sobre uno de los aspectos más
descuidados y relevantes del proceso revolucionario chileno.

MANUEL ANTONIO GARRETON


DIRECTOR DE CEREN

( * ) Fu era de los vacíos ya señalados al exponer los trabajos, debe destacarse tam bién que se pidió
en varias ocasiones la colaboración de la C U T con algunos tem as relativos al M ovim iento
O brero y al Derecho del T rab a jo . D esgraciadam ente nunca pudo concretarse esta colaboración.
INTRODUCCION

REVOLUCION Y LEGALIDAD
La problemática actual
del Estado y del Derecho en Chile

N orbert L echner

Profesor e Investigador del CEREN

En las elecciones presidenciales de 1970 la m ayoría de los chilenos votó por


u n cambio profundo de las estructuras socialesfd e n tro ^ del m arco de la
C onstitución y del D erecho vigente. T a m o el Programa ttásirn Hp la U ní,
dad Popular como el Presidente Allende proponen e im pulsan una trans­
formación radical de la sociedad chilena a p artir del régimen jurídico-ins-
titu d o n a l existente.
Sin embargo, llam a la atención el hecho de que apenas exist€n estu­
dios sobre el significado de la legalidad e institucionalidad en el denom i­
nado "camino chileno hacia el socialismo”. Tenem os análisis políticos que
destacan las razones para una estrategia de la “vía legal” ('tradición política,
nivel de desarrollo de l as fvipr7a<¡ productivas idiosincrasia cultural, e tc.),
pero no sabem os/fpié es^)y (pTqueisignificó) cuál «es~su contenido estructural-? 1 ------
y~ actuales momentos^Jdel proceso social se refiere. Hoy, cuando participa­
mos en ese m ovim iento totalizante en que el pueblo chileno produce, critica
y define su proyecto social, un tem a tan cfentral en las diferentes argum en­
taciones y actividades como el p rincipio de la legalidad no significa—siao_
una categoría form al de métodos jurídicos o u n a decisión de táctica política.
D etrás de la taita de problem atización se nota la ausencia de una teo-
ría del Derecho y del Estado elaborada a p artir de la sociedad como totali­
dad. Cuando se habla respecto del proceso revolucionario, de “vía legal”
por un lado, y de “correlación de fuerzas” (y por tanto de clases) por otro
lado, sin relacionar ambas categorías y, por ende, dos planos de conceptua-
lización, tenemos, un ejemplo de cómo Estado y Derecho son tomados comc
instituciones^heutralés’^ in referencia á un análisis debelases de la sociedad
"concreta. Aparece tras estas expresiones la tradición idealista en sus dos
formas: ya sea la “clásica”, que considera Estado y Derecho como desa­
rrollo de las ideas de Justicia y Bien Común, ya sea el m arxism o mecanicista,
que reduce Estado y Derecho a un reflejo sobreestructural de la base eco­
nómica. No cabe duda de que en esta tradición (que sigue vigente en las
Ciencias Jurídicas) no lograremos avanzar en la investigación de la pro­
blem ática jurídico-político ni especificar algunas condiciones de subdesa-
rrollo y transform ación para la sociedad chilena.
Si abandonam os el jenfoque positivista¿€n*e-^epara juicios de valor de
juicios de hecho, y comprendemos que láTideología) no es neutralizable p o r.
reglas m etodológicas sino que forma parte constitutiva del discurso cientí-
fico, e sfS c ii vislum brar en qu£ m edida las orientaciones sobre Derecho y

15
Estado actualm ente vigentes en Chile están ligadas a la racionalidad del
capital privado y, por tanto, opuestas al proceso que constituye el pueblo
chileno. En este sentido, pensamos q u e todo análisis de la realidad nacional
debe estar guiado por un interés de conocimiento que apunta a la supera­
ción de las estructuras capitalistas con m iras de la em ancipación del indi-
vi dúo social. JEs- el^ dirá ct e r e man c ip a 11vo ~del interés de con oc im ientcr» q 11e
define 16, ob jetiv id ^ '^d e la itlVBtigauún.-------- ------ --------------- — -—"
CoritesSSios-'qtíe no sabemos explicar y ni siquiera esbozar la proble­
mática actual del Estado y del Derecho en Chile. Tenem os dificultades
para visualizar las alternativas que se presentan en la lucha política coti­
diana como para captar los aspectos teóricos relevantes para una concep-
tualización más general de la experiencia chilena. Esta Introducción lleva
solamente a la antesala de la problem ática. Quiere ayudar al lector, espe­
cialmente al observador extranjero, a reconstruir el contexto social en que
los interrogantes se presentan y son tratados. No es más que un resumen
interpretativo del proceso político en Chile que perm ita posteriorm ente
com prender los temas abordados por los diferentes autores. Comenzamos
con la auto-interpretación de la U nid ad P o p a k rr-« iin o se plantea el Pro-
1 gram a la estrategia de_la llam a4 a__¿yía~ 1 egal^< q U¿ [Tactores condi-
clonaron tal p 1a m r a mir'nj_q ^ ^ m te r p r e ta c ió n que da el Presi3eñté Allende
del proceso revolucionario. El segundó párrafo resume los puntos principa­
les de la labor del Gobierno Popular pq sus primeros 18 meses. Sigue un
_ 'análisis somero de las consecuencias directas del prim er periodo y de las
— posibles implicancias dp la actual coyuntura. La parte final intenta dar un
pasó más allá para_señalar las contradicciones en que se desarrolla la es-
^ tructura jurídico-instítucíonal en la lucha de las masas por el poder.

/T ^ O B J E T I V O S Y ESTR A TEG IA DE LA UNIDAD PO PU LA R

J El proceso revolucionario según el_ Programa B á sic o __ ^

‘‘Las fuerzas populares unidas buscan como objetivo central de su política


reem plazar la actual estructura económica, term inando con el poder del

¡ cap ital m onopolista nacional v extranjero y~del latifundio j a r a iniciar la


construcción del sociaIismo^~~Esto es el m eollcTprogram ático de la U P al
cual ap u n ta la estrategia frecuentem ente caracterizada como “vía legal”.
El Program a Básico del Gobierno de la U nidad Popular es elaborado como
plataform a de la candidatura presidencial de Salvador Allende y como
orientación de la política de u n Gobierno Popular. Se trataba en la cam­
p aña presidencial de 1970 de obtener la victoria electoral para traducirla
en poder popular que, transform ando la sociedad, uniese la igualdad so­
cial a la libertad individual para establecer u n a democracia real.
A unque el térm ino “vía legal” no aparezca en el Program a Básico
(PB) queda explícito su contenido. La U P es la asociación de la clase do­
m inada: los más y los mejores. Como fundam ento, las fuerzas trabajadoras
que “ju n to al pueblo, movilizando a todos aquellos que no están com pro­
m etidos con el poder de los intereses reaccionarios, nacionales y extranjeros,
o sea, m ediante la acción u n itaria y combativa de la inm ensa m ayoría de
los chilenos, podrán rom per las actuales estructuras y avanzar en la tarea
de su liberación”. No se trata, pues, de una revolución política que se li­
m ite a “m odernizar” estructuras obsoletas. La movilización de las masas
m ayoritarias apunta a una revolución social que transform a las estructuras
sociales, económicas, políticas, institucionales y culturales del capitalismo.
Las masas p lantean la cuestión del poder, o sea “llevar a cabo los cambios
de fondo que la situación nacional exige sobre la base del traspaso del po­
der, de los antiguos grupos dom inantes a los trabajadores, al campesinado
y sectores progresistas de las capas m edias de la ciudad y del campo”. Ello
implica u n a doble tarea^para—el- Gnhiprnn Popular- “preservar, hacer más ' 2
efectivos *y profundos (los derechos dem ocráticoioy las_ conquistas de la s
trabajadores: y transform ar las actuales instituciones para instaurar un
nuevo Estado donde los trabajadores y el pueblo tenyin el r.fiaLiÚC£gdg
' a e l pocler'’. Por u n a parte, y desde el inicio se plantea la tom a del poder
ctésde abajo hacia arriba. “Así, pues, este nuevo poder que Chile necesita
debe empezar a gestarse desde ya, dondequiera que el pueblo se organice
para luchar por sus problem as específicos y dondequiera que se desarrolle la
conciencia de la necesidad de ejercerlo ( • •• ) • A través de un proceso de ’"Z<
democratización en todo los niveles y de una movilización organizada de ’
,ilas masas se construirá desde la base la nueva estructura del poder ”. Son así
a las masas organizadas v movilizadas las que legitim an al nuevo poder. “El
Gobierno P opular asentará e s e ñ a a-liiieiiré"5U fn u ¿ a ) tu diituiKLnl ’en el
apoyo que le brinde el pueblo organizado. Esta es nuestra concepción de
gobierno fuerte opuesta por tanto a la que acuñan la oligarquía y el im­
perialismo que identifican la autoridad con la coerción ejercida co ijita^
el p ueblo ^ Por otra parte. ^Ia tom a del poder por la mayoría exige la p ro - )
^ fundizacjón^ de la democracia existente. No se puede superar la democracia
form al sin realizarla. *'El Gobierno Popular garantizará el ejercicio de los
derechos dem ocráticos y respetará las garantías individuales y sociales de
todo el pueblo. La libertad de conciencia, de palabra, de prensa y de reu- , >!—
nión, la inviolabilidad del dom icilio y los derechos de sindicalización y de
organización regirán efectivamente sin las cortapisas con que los lim itan ^
actualm ente las clases dom inantes (■••)• El G obierno Popular respetará
los derechos de la oposición que se ejerzan dentro de los marcos legales”.
Frente a las campañas de terror contra el “m arxismo totalitario” y las ca­
ricaturas de la dictadura del proletariado que buscaban arrebatar a la
U nidad Popular su victoria electoral, Salvador Allende enfatizó nuevam ente
en su carta a la Democracia Cristiana: “Será ese pueblo el que juzgará
soberana, libre y dem ocráticam ente a mi Gobierno y que, al final de mi
período constitucional em itirá una vez más su veredicto inapelable ( . . . ) .
Hemos sostenido que todas las transformaciones políticas, económicas y so­
ciales se h arán a p artir del orden jurídico actual y con respeto a un Estado
de Derecho”. En resumen: en el PB de la U P las masas plantean la cues­
tión del poder dentro d e los marcos legales e institucionales vigentes. La
rnnrjiii'cf-i flpl gP^vni-PiQ P n rnnütitnrwm \ un nnpvn nrripn ins­
i p

titu c io n a l, el/E stado Popula?

Factores condicionantes de la estrategi


n
La estrategia de la m al llam ada “vía legal” es fruto de los procesos
estructurales que configuran la situación de Chile en 1969-1970. E ntre los
factores determ inantes podemos m encionar esquemáticam ente:

Factores políticos

La política de bloques (“guerra fría” o “coexistencia pacífica”) bajo


el control de w asiimgton y Moscú h a sido reem plazada por u n sistema
internacional m ultipolar (C om unidad Económica Europea, C hina Po-

2.—CEREN 17
p u la r ) . El fortalecim iento de las guerras de liberación nacional y la agu­
dización de las contradicciones en el seno de los centros im perialistas hacen
m anifiestos los antagonismos sociales e im pulsan la lucha de clases in ter­
nacional. Especial relevancia reviste la derrota externa (Vietnam) y el
debilitam iento interno de los EE. UU. La intervención m ilitar directa
(Sto. Domingo, 1965) es sustituida por una estrategia contrainsurgencia
correspondiente a un im perialism o integrado y descentralizado (Alianza
para el Progreso, empresas m ultinacionales). Estando restringida la inter­
vención m ilitar directa o indirecta se ofrece la posibilidad de que surjan
procesos nacionalistas-populares (Perú 1966, Bolivia 1970) . A unque los
EE. UU. y sus aliados im perialistas traten de m antener su hegem onía m i­
litar, comercial, tecnológica e ideológica, crece la unidad latinoam ericana
(Carta de Viña del Mar, Pacto Andino) y aum enta la libertad de m anio­
b ra 1.
(jbfil Como argum ento ex negatione se hace evidente la no viabilidad de
la insurrección arm ada y del abstencionismo electoral. A unque se vayan
im poniendo nuevas formas de lucha extra-parlam entarias contra la violen­
cia institucional, no existe una conciencia masiva de que el enfrentam iento
leg a^ y el proceso electoral se hayan agotado.
(_c) El entendim iento comunista-socialista, la reorientación del Partido
R adical y el quiebre del P artido Dem ócrata Cristiano (PDC) con la salida
del M ovimiento de Acción Popular U nitaria (MAPU) posibilitan la for­
m ación de un frente de partidos. La U P integrada por el P artido Com u­
nista (P C ), Socialista (P S ), Radical (P R ), Social Dem ócrata (PSD ), la
Acción Popular Independiente (API) y el MAPU, reúne fuerzas progre­
sistas de la clase obrera y campesina, entre profesionales y empleados, entre
pequeños y medianos empresarios y comerciantes con ideologías marxistas,
cristianas y racionalistas, reflejando una alianza de clases. El frente de p ar­
tidos aprueba el 17 de diciem bre de 1969 el PB de Gobierno de la U P y
p ro d g m a en enero del 70 la candidatura del doctor Salvador Allende.
kj)) Al aceptar R adom iro Tom ic ser candidato de la DC, a pesar de ha­
ber sido rechazada su tesis de la “U nidad del Pueblo”, pero exigiendo una
radicalización del proceso reformista, y al unirse la Derecha tras la imagen
paternalista del ex-presidente Jorge Alessandri, se daba una elección “a
tres bandas”. No logrando el gran capital alinear al PDC tras el program a
conservador de Alessandri, el candidato de la U P podía ganar m antenien­
do la votación que había tenido el Frente de Acción P opular FRAP (Allen­
de en 1964: 38,6%; PC, PR, PS en 1969: 43,8% ). El 4 de septiem bre de
1970 A llende ganó l a . primer-i mayoría relativa con 36,8% de los votos
(Alessandri 35,2%; T om ic 28,2% ).
fe^ Sobre la base de concordancias en diversas m aterias y perspectivas
entre los program as de los candidatos Allende y Tom ic se podía esperar
un acuerdo tácito de legislar sobre intereses comunes. En las proposiciones
sobre^tes^garantías constitucionales previas a la proclam ación tkM canrhdato
de fa- IjTVpor el Congreso Pleno, el 24 de septiem bre de 1970, ^e L P ü Q d e -
claró: “Como partido, hemos sostenido" la posibiiitfcrd~y-4a~aecesidad de ha­
cer com patible los cambios sociales y la democracia. Hoy más que nunca, cree­
mos esencialmente válida esta form a de gobierno, a cuyo servicio seguiremos
orientando lealm ente nuestra acción. En esta perspectiva, tenemos la con­
vicción de que muchas de las tareas de transform ación y desarrollo social
que se h a im puesto la candidatura de Salvador Allende han sido y son
ahora tam bién metas nuestras, sin que ello signifique ni identidad ni total

1 Ver un análisis más general e n E. O rtiz: E l Estado Nacional en el Sistema Internacional.


coincidencia en los planteam ientos de fondo ni en las estrategias definidas
:-.nte el país. Repetimos, igualm ente, que nuestra disposición no será negar
la sal y el agua al próxim o gobierno y que éste puede esperar nuestro
apoyo en todas las m edidas que contribuyan al bienestar del pueblo”. Acep­
tando las solicitudes concordantes con el PB, Allende respondió en carta
del 29 de septiem bre al presidente del PDC, Benjam ín Prado: “Pero lo cier­
to es que el resultado de las elecciones en que yo obtuve la prim era mayoría
y el candidato de la Democracia C ristiana un núm ero muy significativo de
votos, dem uestra que u n alto porcentaje de los chilenos concuerda con la
necesidad de avanzar en el proceso de sustitución del sistema capitalista
que im pera en nuestro país. Exam inando el program a de la Democracia
Cristiana, es posible observar, entre otras materias, claras coincidencias
respecto al nuestro en lo relativo a reform a constitucional, organización de
un nuevo sistema económico y recuperación de los recursos básicos para
Chile. T o d o ello nos perm ite concluir la posibilidad de que nuestros es­
fuerzos se com plem enten cuando el Gobierno Popular asuma la responsa­
bilidad ejecutiva y concrete la reform a constitucional basada en los p rin ­
cipios anteriorm ente destacados de la independencia que legítim am ente
sustenta su P artido frente a lo que yo represento”.

electoral en 1970 porque, por un lado, perm itía


apiovccnar la receuuviuau de las masas en tal período para im pulsar la
agitación y politización y, por el otro, porque su cálculo electoral se basaba
en u n a n orm a constitucional favorable a cambios en el Poder Ejecutivov
La Constitución Política no conoce eleccioiies universales ele dos vueltas
(por ejem plo F ran cia), aunque sea el Congreso Pleno el que como segunda
instancia proclam e al presidente. En caso de que ningún candidato a la
presidencia haya obtenido la m ayoría absoluta, el artículo 649, inciso se­
gundo, establece que “el Congreso Pleno elegirá entre los ciudadanos que
h ubieran obtenido las dos más altas mayorías relativas”. H abiendo el Con­
greso respetado tradicionalm ente el orden de las mayorías y pudiendo la
U P contar con el respaldo de la candidatura de Tom ic en el PDC, le basta­
ba a Allende ganar la prim era m ayoría relativa para obtener la Presidencia.
T am bién había otras razones constitucionales para u n a estrategia
de la “vía legal”. O btener la Presidencia sin tener la m ayoría parlam entaria
tenía sentido en la m edida en que la C onstitución de 1925 establece un
régim en presidencial, en el cual la preponderancia del Poder Ejecutivo ha
ido aum entando constantem ente tanto en la realidad'constitucional com o.
según las norm as constitucionales. Si todaTTas Tónitituciones m odernas mez­
clan elementos plebiscitarios y elementos representativos, en la chilena pre­
valece netam ente la com ponente plebiscitaria encarnada en el Presidente
de la República. M ucho más que el Parlam ento es el Presidente quien,
elegido por sufragio directo y universal, está ligado a las masas expresando
la “volonté générále”. El carácter plebiscitario del Presidente es reforzado
por las amplias atribuciones que le confiere la C onstitución. E ntre ellas cabe
m encionar: ía adm inistración y gobierno del Estado (Art. 71?), iniciativa ex­
clusiva en la legislación sobre determ inadas materias, especialmente económi­
cas (Art. 45?, inciso 2 ), dictar decretos con fuerza de ley sobre las m aterias que
precise una ley (Art. 15?), dictar reglamentos, decretos e instrucciones que
crea conveniente para la ejecución de las leyes (Art. 72? N? 2), la calidad de
generalísimo de las Fuerzas Arm adas (art. 72?, N? 13 y 14), declarar el es­

19
tado de emergencia y, en caso de no estar reunido el Congreso, el estado de
sitio (art. 729, N 9 17), convocar a plebiscito en caso de no haber acuerdo
sobre un proyecto de reform a constitucional (art. 109?) ; teniendo el apoyo
de u n tercio más uno de los miembros en ambas Cámaras, el Presidente no
tiene que prom ulgar ningún proyecto de ley o de reform a constitucional
que él haya vetado (art. 539, 549 y 1089). Considerando las atribuciones
específicas del Presidente, la predisposición del PDC a legislar sobre m ate­
rias fundam entales del Program a Básico y la voluntad de dos tercios de
los votantes por cambios radicales de la sociedad, la U P podía contar con
que u n Gobierno P opular pudiese realizar el program a proclam ado por los
partidos populares y ratificado por la mayoría de la población.

O
\JL' Factores Históricos

Las razones políticas y constitucionales que inducen la estrategia de la


i* no son expresión de un m ero análisis coyuntural. Solamente pueden
ser analizadas y com prendidas dentro de un contexto histórico. Es decir,
el PB no responde a un requisito táctico, sino que resume la estrategia de la
lucha de las masas frente a las contradicciones de una formación social con­
creta, o sea, respecto a la estructura en proceso que d eterm ina la sociedad
de clases chilena. H acer un análisis histórico-estructural de los antagonis­
mos sociales concretos nos rem ite a un análisis de la crisis del capitalismo
en Chile. El desarrollo desigual y com binado del eapitalism o se hace sentir
en Chile con toda su fuerza a p artir de la G uerra del Pacífico, cuando las
riquezas básicas caen en manos del imperialismo. D errotado Balmaceda por
la contrarrevolución, la clase dom inante es subvencionada por el Estado
que en tra a jugar un papel directam ente económico.
En 1891 el salitre, sector exportador preponderante, contribuye con
casi la m itad del ingreso nacional que desde entonces es distribuido en fu n ­
ción de la aristocracia criolla, parasitaria del enclave im perialista trans­
formado en la base de un “desarrollo hacia afuera”. Después de la gran
crisis m undial (1929-32) comienza un proceso de industrialización de bie­
nes de consumo por la im portación de bienes de producción. El im perialis­
mo británico es reem plazado por el norteam ericano que, basado en el en­
clave m inero (el cobre sustituyendo al salitre) se extiende posteriorm ente
a los sectores dinámicos de la industria m anufacturera. La II G uerra M un­
dial y la G uerra de Corea producen dos auges artificiales (1941-46 y 1951-
53). A p artir de 1953 la crisis es casi perm anente. La industrialización tele­
dirigida, basada en las im portaciones que perm iten las divisas de las expor­
taciones desde los enclaves yanquis y los préstamos extranjeros, integra a
Chile al im perialism o m oderno. Este determ ina su estructura socioeconó­
m ica que se caracteriza por una triple dicotomización. Su esbozo perm itirá
vislum brar la estructura de clases en C h ile 2. En prim er lugar cabe m en­
cionar la dicotom ía en tre el desarrollo de las sociedades capitalistas •im.perialis-_
las y d é la s soqéU fleT capi l adl as .stibdcsarrolludax El inici eumbi o desigual se
m anifiesta bajo diferentes formas: el crónico déficit de la balanza de pagos fo­
m entado por las altas remesas de ganancias de las empresas extranjeras (de
un prom edio anual de 59 m illones de dólares para el período 1948-52 au­
m entan a 186,5 m illones de dólares p ara 1966-68) ; el equilibrio de la ba­
lanza de pagos, —lo que im plica la capacidad de im portar— hace indispen-

2 En general los datos de esta introducción fueron tom ados de los Mensajes Presidenciales y de p u ­
blicaciones de la O ficina de Planificación N acional (O D E P L A N ).
sables los préstamos y las inversiones directas extranjeras (el saldo por con­
cepto de capitales autónom os se increm enta de 121,6 m illones de dólares,
para el prom edio 1961-65 a 212,2 m illones de dólares para el prom edio
1966-1970, arrojando tras la victoria de la U P un déficit de 100 m illones de
dólares en 1971) ; aum enta así el endeudam iento externo (de 392 m illones
de dólares en 1958 sube a 1.500 m illones de dólares en 1966, alcanzando en
1971 4.100 m illones de dólares), cuyo servicio absorbe más de u n tercio
de los ingresos de exportaciones anuales; cabe añadir los pagos por servi­
cios tecnológicos (entre 1962 y 1968 aum entan de 7 a casi 17 millones de
dólares) y las fluctuaciones en los térm inos de intercam bio, favoreciendo
las alzas ele precios tendencialm ente a los países exportadores de bienes de
capital.
En segundo lugar destaca la dicotomización entre el capital monopó-
^ g g ^ nico y u na m u ltitu d de pequeños capitalistas. Entre 35.000 empresas m dU S-
triales (incluidas las artesanales) censadas en 1967, había 150 empresas mo-
nopólicas que dom inaban los mercados, concentraban el crédito público
y controlaban a sus proveedores. La estructura m onopolista de la economía
chilena se expresa en varios datos. En 1967 más de la m itad de las 144
mayores empresas eran dom inadas por menos de diez accionistas que con­
centraban entre el 90 y el 100 por ciento del capital. U n 2,7% de los deu­
dores acum ulaban un 58,1% del crédito; más aún: 37 deudores particulares
concentraban más del 25% del crédito total. En 1970, el 78% de los activos
de las sociedades anónim as estaba en poder de 17% de ellas. De las 35.000
empresas fabriles el 1% entregaba más del 60% de la producción.
En tercer lugar, es evidente la dicotomización entre capital y trabajo
asalariado. Varios factores configuran tal polarización. Disminuye ia pobláT
cion activa ocupada, que en la industria baja de 19,7% en 1952 al 16,4%
en 1970. Al no lograr el sector secundario obtener el increm ento de la po­
blación, aum enta la cesantía y la desocupación disfrazada, que se expresa
en el expectacular aum ento del sector terciario: de 23% en 1952 sube a
33% en 1970. En las llamadas poblaciones m arginales el 44% de la pobla­
ción activa pertenece al sector servicios. Esta dicotomización se refleja en la
distribución del ingreso: entre 1960 y 1970 la participación del trabajo
asalariado en el ingreso geográfico sólo aum enta de 51,6% a 53,7%. C on­
siderando el índice real de las rem uneraciones legales m ínim as entre 1962
y 1970 el salario m ínim o industrial aum enta de 100 a 109,3, el salario m í­
nim o agrícola de 100 a 149,5, bajando el sueldo vital de 100 a 88,4.
El deterioro del poder adquisitivo es señalado por la dism inución del
sueldo vital m ensual que de 80,91 escudos en 1962 desciende a 71,50 es­
cudos (de 1962) en 1970. En otras palabras: en 1970 un 2% de las familias
controlaban el 46% del ingreso nacional m ientras que 60% de las familias
percibían un 17% de los ingresos del país.

i
i c b j j La crisis del capitalism o culm ina en ;.l fracaso del reformismo cl^yj
la “Revolución en L ibertad”. El gobierno d ‘ J ú t u a r d u l 'i c i , e le g id o ¿oñ~
am plia m ayoría de 55,9% de los votos emitidos y sustentados por un gene­
roso apoyo p opular (El PDC obtiene en 1965 42,5% de los votos de la Cám ara
de D iputados v 48.6°^ en el S enado), no logra satisfacer las espectativas. Su
política d erm odernizar el capitalism o te d ia n te negociaciones con el im ­
perialism o ("clnlenización” del co b re), una reestructuración capitalista del
campo (Reform a A g raria), la organización de los grupos m arginales de la
población (Promoción Popular, sindicalización campesina) y fuertes sub-
venciojies-alegran capital para im pulsar la in d u strialización, se estanca en
19ñ7^.fp ^^w 5 > rtetinm vam ente ante las condiciones obÍ£ji¿¡?s; dependencia
del capital extranjero, que se entrelaza con los m onopolistas nacionales pa-

21
ra controlar un m ercado reducido y absorber el excedente social, por un
lado, y un fuerte m ovimiento obrero cuyas crecientes reivindicaciones sólo
pueden ser reprim idas violentam ente con la consiguiente pérdida de apoyo
popular, por el otro. Las estructuras capitalistas derrotan las concepciones
pequeño-burguesas que se definen por un interés de clase que no busca
superar ambos extremos, capital y trabajo asalariado, sino m oderar la con­
tradicción y transform arla en arm onía. Surge la frustración de las masas
(el abstencionism o electoral sube de 19,4% (1965) a 25,1% (1967) y 29,5%.
en (1969), constituyendo el “p artid o ” de la segunda mayoría) que se va
transform ando en resistencia activa (en el sector privado las huelgas entre
1957 y 1967 aum entan de 80 a 1.142, siendo de éstas dos tercios ilegales).
Ello conduce no sólo al quiebre de la alternativa dem ócrata-cristiana (neo-
capitalismo de Frei versus “U nidad del Pueblo” de T o m ic ), agrupándose
los sectores socialistas en el MAPU, sino igualm ente a la ru p tu ra .d e la es­
trategia capitalista (PDC vs. Partidq^kiaciQ nal). El despliegue de la dialéc­
tica de la am bigüedad reform ista/deviene?; así condición cié la posibilidad
de un proceso revolucionario^ \ —
/ a El fracaso de las políticas tradicionales y reform istas se debe en
raVi parte
graVr p a la^oposición organizada deh m o v im i e n t o ob rertO La formación
de la C entral U nica (Te T rabajadores (CUT) en 1953 y de la alianza socia­
lista-comunista en el FRAP en 1956, la unión de los socialistas en el PS en
1957 y el regreso del PC a-Ta legalidad en 1958 indican el fortalecim iento
organizativo del proletariado. Respecto al aspecto cualitativo de la sindi-
calización, los datos son controvertidos y el desarrollo dispar. En 1953 ha­
bía 2.067 sindicatos con 298.274 afiliados representando el 12,2% de la
fuerza de trabajo; en 1958 eran 1.894 sindicatos con 276.346 afiliados, igual
al 11,9% de la fuerza de trabajo y en 1964 había. 1.863 sindicatos con
270.542 afiliados representando el 10,3% de la fuerza de trabajo. La adm i­
nistración dem ocratacristiana im pulsa la sindicalización, habiendo en 1970
4.519 sindicatos con 551.086 afiliados, que representan el 19,4% ele la
fuerza de trabajo. A um enta sobre todo la organización sindical agrícola:
m ientras que en 1953 existían solamente 15 sindicatos con 1.042 afiliados,
entre 1964 y 1970 suben de 24 sindicatos con 1.658 afiliados a 510 sindica­
tos con 114.112 afiliados. Pero es im portante destacar que el gobierno de
Frei no logra im plantar el paralelismo sindical. En form a sim ilar aum enta
el electorado de los partidos obreros. En las elecciones parlam entarias el
PC sube de 11,4% (1961) a 12,4% (1965) y 16,6% ' (1969) y el PS au­
m enta su votación de 10,8% (196Í) y 10,3% (1965) a 12,8% (1969). En
otras palabras: en C hjlp nn ps_¿óab1e ningún m odelo político que no cuente
con la co lab o ració n /p o r lo menos táct i l.» de las organizaciones deL -movi­
m iento, n h re m En los últim os anos la organización social y la conciencia
política del proletariado h an aum entado y cambiado de - tal m anera que
hacen posible una alianza de clases bajo la hegemonía de la clase obrera.
(e n E ntre los factores históricos que condicionan la estrategia de la
“vía legal” el más im portante es probablem ente el status especial de la
e s tru ctu ra iu r íd ic o -in stitu c io n a l en C h ile 3. Sin entrar en detalles, habría
que tener en cuenta que, prim ero; la expansión im perialista solamente pue­
de prescindir de intervenciones y ocupaciones m ilitares en _la_jn c d id a jen
que exisfn mi Estnf|n TVflr^nal como aparato represivo descentralizado y
u n derecho civil-comercial que regule adecuadam ente el proceso de valori-
Z ad Ó O .-.d e lZ £ a j^ ^ ,r1pnerpppfinnr|,-)Sp -arab o s r o m o r o r r e a s d e t r a n s-
, m isión en la integración institucional a la división internacional del

3 F. C um plido El aparato estatal según el Derecho C onstitucional chileno.

99
J ja jü . Segundo: a p artir de la G uerra del Pacífico y de la década del 30
(especialmente desde el Frente Popular, 1938), el aparato estatal es el
m otor principal de la industrialización, tom ando así la responsabilidad
tanto cíe la capitalización privada de las riquezas públicas como de la
producción de las fuerzas de trabajo. Tercero: el desarrollo desigual produ­
cido por la dinám ica de los enclaves extranjeros crea una polarización entre
u n a burguesía genérica (unión de los terratenientes con el capital finan­
ciero industrial) y una fuerza de trabajo heterogénea que im pone tem pra­
nam ente ujia_4|gislación social (1924) para am ortiguar los antagonismos
sociales. (Es decii) Estado y Derecho no aparecen como simple in stru m en to .
de represión ál servicio de la clase dom inante ni como realización de ideas
ajenas á~Ta Jucha de clases. La especificidad de la dialéctica de base econói-
mica y sobreestructura jurídico-institucional radica en la m ediación directa
de esta últim a en la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones so­
ciales de producción. La famosa flexibilidad del sistema político chileno,
no es sino expresión cié su capacidad ae legitim ar la estructura de poder
para am ortiguar la luclia de clases y posibilitar la explotación de la fuerza
¿le trab ajo . La política de industrialización y la m stitucionalización del con­
flicto social a p artir del Frente Popular señalan cómo el aparato estatal y el
sistema jurídico se volvieron condición indispensable del proceso de pro­
ducción y reproducción del capital privado, generando en Chile, antes que
en otros países latinoam ericanos, una forma m odificada de “capitalismo
m onopólico de Estado". Ello im plica que, siendo mecanismos esTSbiliza-;
e s d e u n a sociedad de clases, Estado y Derecho no se d esarrollan sepa-1 / "\
laciamente de la sociedad como fuerza pública de represión, sino como
neníenlos constitutivos de la sociedad de clases.
No es posible com prender la política de la U nidad Popular sin tener
en cuenta las funciones económicas y políticas del Estado burgués en Chile.
Respecto a la función económica (y lim itándonos al sector industrial)
cabe recordar que el proceso de industrialización comenzó a desarrollarse
en los años 30 bajo la forma de una estructura m onopólica (en sentido la­
to) . La concentración m onopolista prohíbe que el capital acum ulado sea
destinado a la formación de capital fijo. A p artir del Frente P opular es
entonces el Estado el que interviene directam ente en la creación de las/ v J
fuerzas productivas. E ntre 1940 y 1968 la participación de la inversión! / /
pública en la inversión total aum enta de 28% (a71% T))En 1970 Chile es^
considerado el país capitalista de América latimr~riflÍTcle el Estado tiene
mayor presencia en el proceso económico. Sin embargo, el increm ento de
la inversión pública sólo reem plaza la dism inución de la inversión privada
sin perseguir u na racionalidad independiente del capital privado. La tasa
y forma de increm ento de la inversión pública hace pensar en un cambio
de la intervención estatal. Bajo los gobiernos radicales en los años 40 el
Estado interviene a través de la c o r f o en form a directa, construyendo
empresas de bienes de consumo y de producción. A p artir de los años 50
la intervención se realiza a través de créditos y de asistencia técnica. La
regulación del proceso de producción ya no se realiza m ediante la propie­
dad estatal sobre medios de producción (dom ina la tendencia a privatizar
empresas estatales), sino a través de u n entrelazam iento m á m . más directo
entre el aparato estatal "“y" el Ciiplltll moiiopólicp (Tmicional y e x tra n je rc r^
rjnp asponr:! i.-is rondicioñés de valorización del capital privado. Parece
surgir un tipo derivado cié "capitalismo monopólico de Estado”. Bajo los
gobiernos de Alessandri y Frei la intervención estatal pierde su carácter
“externo” p ara transform arse en una creciente fusión de capital privado.
^ poder estatal organizado al servicio de los monopolios. La política de

23
distribución de ingresos, m onetaria y de importaciones, de cambios estruc-

r turales ('Reforma A graria. Promoción—Populará indican la tendencia n “<;n,


n a lizar” los m onopolios^v a ^ p r iv a tiz a r” el aparato estáTffr privado comq_
interés general” de la nación! ‘— ------------------
"cam bio de la función económica está estrechamente vinculado a la
transform ación de la función política. El Frente P opular inicia un pro-
A ceso de institucionalización de la lucha d e clases que im pulsa la contradic­
ción enTre el desarrollo formal de las instituciones democrático-representa-
tívas v~Tá realidad concreta de la explotación. Para entender las limitaciones
.que el Estado burgués im pone a la política de la U nidad P opular deben
ser considerados algunas consecuencias de la institucionalización de la lucha
de clases. E ntre ellas los efectos que tuvo la incorporación de los partidos
obreros al sistema parlam entario. Al desarrollarse las organizaciones del
proletariado en miras de las luchas electorales y los enfrentam ientos par­
lam entarios, la lucha de las masas quedó frecuentem ente supeditada a una
política de negociaciones por parle de sik jcgpi-psemantps Así los partidos
populares aum entaron sus ( c u o t a s de poder”J d e n tro del Estado hn remes
sin lograr una movilización de las masas. No olvidemos que los partidos
m arxistas (PC y PS) ya en 1941 representaban un tercio (!) del elec­
torado, sin que ello significase entonces un real m ovim iento de masas. De
ahí que la institucionalización h a ya amortiguado la lucha de clases m e-
.jliam-e la legalidad. Las regias ae juego” para el desarrollo del
'antagonism o social im pidieron muchas veces al proletariado luchar
m asivam ente por sus intereses inm ediatos y, por ende, a tener conciencia
de sus intereses de clase. Sim ultáneam ente, la dinámica del sistema m ulti-
partidista, tanto al nivel del Poder Legislativo como del Poder Ejecutivo, *
fue desarrollando la burocracia como un sistema de clientela. Estando j
siempre al servicio de la clase dom inante, la Adm inistración Pública chi- i
lena se distingue por el intercam bio y la sobreposición de diferentes clien- i
telas políticas, que im piden el surgim iento de una racionalidad burocrática i
propia. De ahí la politización formal y la ineficacia m aterial del aparato es- ]
tatal, condiciones im portantes para que no haya podido imponerse un
proyecto hegemónico de una fracción de la burguesía. Los riesgos señalados
esbozan tanto la flexibilidad de la democracia burguesa como las lim ita­
ciones de su transformación.
En este contexto cabe m encionar el rol de las Fuerzas Armadas. Su pro­
fesionalismo se debe, por un lado, a las malas experiencias que tuvieron
en sus intervenciones políticas (contrarrevolución del 91, dictadura de Ibá-
ñez, 1927, las juntas de 1932). Por otro lado, la oficialidad se recluta pre­
dom inantem ente en las capas medias, dem ostrando gran sensibilidad por
las situaciones socio-económicas (golpe de 1924, M arm aduque Grove y la
República Socialista de 1932). Esta tradición perm itió integrar las FF. AA.
al proceso social, contrarrestando la tendencia al aislam iento como fuerza
pública especial. Al vincular orgánicam ente su objetivo profesional (Se­
guridad Nacional) con el objetivo político de la sociedad (Desarrollo N a­
cional) las instituciones armadas se incorporan al proyecto histórico llevado
a cabo por la ciudadanía.

E l proceso revolucionario según el Presidente Allende

El Program a Básico reconoce: “En Chile las recetas ‘reform istas’ y ‘desarro-
llistas’ que impuso la Alianza para el Progreso e hizo suyas el gobierno de
Frei no han logrado alterar nada im portante. En lo fundam ental, ha sido

24
un nuevo gobierno de la burguesía al servicio del capital nacional y ex­
tranjero, cuyos débiles intentos de cambio social naufragaron sin pena ni
gloria entre el estancam iento económico, la carestía y la represión violenta
contra el pueblo. Con esto se ha dem ostrado una vez más que el reformismo
es incapaz de resolver los problem as del pueblo”. De ahí la conclusión ta­
jan te que define el carácter revolucionario del Program a de la UP: “La
única alternativa verdaderam ente popular y, por lo tanto, la tarea funda­
m ental que el Gobierno del Pueblo tiene ante sí, es term inar con el do­
m inio de los im perialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrateniente
e iniciar la construcción del socialismo en C hile”. Indudablem ente que
“term inar con el dom inio del imperialismo, de los monopolios y de la oli­
garquía terrateniente” e “iniciar la construcción del socialismo” no son
dos fases cronológicas sino dos momentos de un mismo proceso. C onten­
tarse con el prim er punto no transform a la estructura capitalista. Entonces
obtendrían razón las críticas de derecha y ultraizquierda. La derecha, por­
que no es viable una política de verbalismo revolucionario y demagogia
electoralista contra los monopolios extranjeros y nacionales en un país
relativam ente industrializado, integrado al sistema im perialista con su cre­
ciente centralización y concentración del capital y dependiente de créditos
foráneos para m antener el nivel de consumo. El -fracaso económico se tra­
duce en u na derrota política. Es contrasentido propiciar u n a política económi­
ca capitalista o neo-capitalista basándose políticam ente sobre el proletariado
para atacar la burguesía. U na política reform ista acata la racionalidad capita­
lista o naufraga. En este sentido obtendría razón la crítica de ciertos sec­
tores marxistas, que haciendo hincapié en las implicancias de la “vía elec­
to ral” y las “reformas legislativas” advierten la desembocadura social demó­
crata de las concepciones de Bernstein y Kaustky. Respecto al reformismo
cabe recordar la aclaración de Rosa Luxem burg. “Podemos decir que la
teoría revisionista es interm edia entre dos extremos. El revisionismo no
espera ver que las contradicciones del capitalism o m aduren. No se propone
suprim ir estas contradicciones a través de una transform ación revoluciona­
ria. Quiere dism inuirlas, atenuarlas. Así, el antagonism o que existe entre
la producción y el cambio será anulado por la supresión de las crisis y
p o r la formación de los consorcios capitalistas. El antagonism o entre ca­
p ital y trabajo será ajustado, m ediante el m ejoram iento de la situación de
los trabajadores y por la conservación de las clases medias. Y la contradic­
ción entre el Estado de dase y la sociedad será liquidada por m edio de la
extensión del control de Estado y el progreso de la democracia”. Y en el
mismo libro R eform a y Revolución, llega a la conclusión: “La reform a
legislativa y la revolución no son métodos diferentes de desarrollo social
que puedan elegirse al gusto en el escaparate de la historia, justam ente co­
mo se prefieren salchichas frías o calientes. La reform a legislativa y la
revolución son factores distintos en el desarrollo de la sociedad dividida en
clases (••■)■ U n a transform ación social y una reform a legislativa no se di­
ferencian según su duración, sino de acuerdo con su contenido. El secreto
del cambio histórico a través de la utilización del poder político reside pre­
cisamente en la transform ación de simples modificaciones cuantitativas en
u n a nueva calidad o, para h ablar más concretam ente, en el paso du ran te
u n período histórico de una a otra forma de sociedad. Esta es la razón
por la cual la gente que se pronuncia en favor de un m étodo de reform a
legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social y
en contradicción con ellas, realm ente no elige un camino más tranquilo, cal­
m ado y lento para el logro de la misma finalidad, sino que lo que elige es una

25
distinta finalidad” 4. Ello significa que la clase obrera oprim ida no puede li­
berarse esperando concesiones del Estado, aum entando su “cuota de poder”
y legislando sobre relaciones económicas. O sea, el proletariado no puede
em anciparse sin tom ar el poder y no puede tom ar el poder m ediante refor­
mas sociales capitalistas. Así planteadas, la “vía electoral” y las “reformas
legislativas” no se definen de por sí, sino sólo y únicam ente en función de la
conquista del poder político: si contribuyen a la revolución social o si la con­
trarrestan. No se pueden descartar las estructuras económicas, institucionales
e ideológicas históricam ente desarrolladas en determ inada sociedad como
si fuesen meros m alentendidos. Si es oportunista esperar que las circunstan­
cias y los hom bres cambien solos con la ayuda del tiempo, es aventurero que­
rer cam biar los hom bres y las circunstancias sin m ediación con el proceso so­
cial. Hay que revolucionar las condiciones de vida existentes a p artir de las
mismas condiciones dadas, desarrollando y superando sus contradicciones en
la lucha de las masas 5.
El proceso iniciado por la U P es revolucionario en la m edida en que
destruye la actual estructura social para “iniciar la construcción del socia­
lismo”. El PB proclam a una política no sólo antiim perialista, antim onopo­
lista, sino a la vez anticapitalista. Esto distingue netam ente la estrategia de
la U P de anteriores concepciones de una “revolución democrático-burguesa”.
La construcción del socialismo es la destrucción del capitalismo; es decir,
el dom inio de relaciones socialistas de producción sobre las relaciones ca­
pitalistas de producción. El criterio del inicio de la construcción socialista
radica en el grado de superación del capitalismo, del proceso de produc­
ción y reproducción capitalista. En esta perspectiva el PB plantea el Poder
P opular: “Las transformaciones revolucionarias que el país necesita sólo
p odrán realizarse si el pueblo chileno toma en sus manos el poder y lo
ejerce real y efectivam ente”. El proletariado conquista el poder a través de
una revolución popular. “T om a del poder”, destrucción del aparato esta­
ta l”, “dictadura del proletariado” no son ni conceptos vacíos ni hechos cie­
gos. El m aterialism o histórico nos enseña no considerar los hechos como
“cosa en sí” sino analizarlos como procesos históricos en sus contradiccio­
nes y mediaciones dentro de una totalidad. Este análisis concreto de la
política de la U P como preparación de la construcción del socialismo en
Chile es presentado por el Presidente Allende en su Primer Mensaje ante
el Congreso Pleno el 21 de mayo de 1971. El Gobierno Popular tiene una
doble tarea: "desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organi­
zación social, política y económica, tanto para la ru p tu ra con el subdesarro-
11o como para la creación socialista”. Ambas confluyen en una m eta cen­
tral: “definir y poner en práctica, como la vía chilena al socialismo, un
m odelo nuevo de Estado, de economía y de sociedad centradas en el hom ­
bre, sus necesidades y sus aspiraciones ( • •• ) • N uestro objetivo no es otro
que la edificación progresista de una nueva estructura de poder, fundada
en las mayorías y centrada en satisfacer en el m enor plazo posible los apre­
mios más urgentes de las generaciones actuales”. A p artir de ese objetivo,
Allende plantea la cuestión del poder a un triple nivel. A un prim er nivel
postula la realización de la democracia política. “El G obierno de la U nidad
Popular fortalecerá las libertades políticas. No basta con proclam arlas ver­
balm ente porque son entonces frustraciones o b u rla”. P ara hacerlas reales,
tangibles y concretas hay que cambiar la estructura económica que sustenta

4 R . L uxem burg: Reform a o revolución, México 1907, p. 88 sg.


5 Ver los estudios de Jo an Garcés: Estado burgués y G obierno Popular; J . A. V iera G allo: E l segundo
cam ino hacia el socialismo: aspectos institucionales; y J. Rodríguez Elizondo: Hacia la conquista
del derecho popular.

26
la estructura política. “N uestro camino es instaurar las libertades sociales
m ediante el ejercicio de las libertades políticas, lo que requiere como base
establecer la libertad económica”. Ello im plica a un segundo nivel transformar
¡a base económica para “transferir a los trabajadores y al pueblo en su con­
ju n to el poder político y el poder económico. Para hacerlo posible es prio­
ritaria la propiedad social cíe los medios de producción fundam entales”.
Q ueda así planteado claram ente el núcleo de este período. “En el plano
económico, instaurar el socialismo significa reem plazar el modo de produc-'
ción capitalista m ediante un cambio cualitativo de las relaciones de pro­
piedad y u n a redefinición de las relaciones de producción ( . . . ) . En el
campo político la clase trabajadora sabe que su lucha es por socializar nues­
tros principales medios ele producción”. Instaurar una democracia real signi­
fica transform ar la base económica; pero el cambio ele las relaciones sociales
de producción y, por consiguiente, el desarrollo de las fuerzas productivas
deben realizarse a p artir de las condiciones dadas. Es por lo tanto a un ter­
cer nivel, el de la legalidad e institucionalidad, que se desarrollará la lucha
política. “Es conforme con esta realidad que nuestro program a de Gobier­
no se ha com prom etido a realizar su obra revolucionaria respetando el Es­
tado ele Derecho. No es un simple compromiso formal, sino el reconoci­
m iento explícito de q u é el principio de legalidad y el orden institucional
son consubstanciales a un régim en socialista, a pesar de las dificultades que
encierran p ara el período ele transición (■••). En la organización y con­
ciencia de nuestro pueblo, m anifestada a través de los movimientos y par­
tidos de masas, de los sindicatos, radica el principal agente constructor del
nuevo régim en social”. Se trata, pues, de establecer los cauces instituciona­
les de la nueva form a de ordenación socialista en pluralism o y libertad
para lograr u na democracia concreta. “U na revolución sim plemente polí­
tica puede consumarse en pocas semanas. U na revolución social y econó­
mica exige años. Los indispensables para penetrar en la conciencia de las
masas”. U n planteam iento sim ilar se encuentra subyacente en el Segundo M en­
saje del Presidente A llende ante el Congreso Pleno el 21 ele mayo de 1972.
En prim er lugar se esboza la m eta del proceso revolucionario: el crecimiento
de Chile, definido no como m era expansión económica sino como surgi­
m iento de u na “sociedad socialista en democracia, pluralism o y lib ertad ”,
donde la liberación social y el bienestar ele los trabajadores im ponen las
prioridades. E n segundo lugar, Allende recalca el régimen legal-institucional
como el camino a seguir. Si bien “acabar con el sistema capitalista necesita
transform ar el contenido ele clase elel Estado y ele la propia Carta F unda­
m en tal” está com prom etido “de llevarlo a efecto conforme a los mecanis­
mos que la Constitución Política tiene expresam ente establecidos para ser
m odificada”. La gran cuestión que tiene planteada el proceso revoluciona­
rio, y que decidirá la suerte de Chile, es si la institucionalidad actual puede
ab rir paso a la transición al socialismo. De ahí la im portancia que tiene la
clase obrera como sujeto del proceso ele producción. “Los factores que ge­
neran el proceso revolucionario no se encuentran en las instituciones, sino
en las nuevas relaciones de producción que se están instaurando en la con­
ciencia y movilización ele los trabajadores, en las nuevas organizaciones que
los cambios infraestructurales deben producir, y que los partidos deben es­
tim ular y encauzar”. Basado en el apoyo de la m ayoría organizada al pro­
ceso, no requiere la destrucción violenta del aparato estatal ni la legalidad
vigente. “Mi Gobierno m antiene cjue hay otro camino para el proceso re­
volucionario que no es la violenta destrucción del actual régim en institu­
cional ( . . . ) . No vemos el camino ele la revolución chilena en la quiebra
violenta del aparato estatal (••■). Pero como nuestro régim en reposa for­

27
m alm ente en el principio de legalidad, contemplam os transform ar las insti­
laciones a través de m odificar las norm as legales” . Pero no se debe confun­
dir el mecanismo con el resultado; la finalidad determ ina los métodos, si
bien éstos condicionan a aquélla. ‘‘Pero estamos muy lejos de confundir el
resultado del proceso de superación del sistema capitalista con los medios
y mecanismos a través de los cuales se acum ulan las transform aciones”. Por
eso que en tercer lugar A llende insiste en el combate por la democracia
económica, basada en la construcción del Area de Propiedad Social (A PS).
“U n régim en social es auténticam ente democrático en la m edida en que
proporciona a todos los ciudadanos posibilidades equivalentes, lo que es
incom patible con la apropiación por u n a pequeña m inoría de los recursos
económicos esenciales del país. Avanzar por el camino de la democracia
exige superar e'1 sistema capitalista, consubstancial a la desigualdad econó­
m ica ( •••)• Concebimos el área social, en su estructura y orentación, como
el em brión de la futura economía socialista”. La configuración de estas
tres dimensiones producen las libertades sociales que legitim an la acción
gubernam ental. “El Gobierno Popular tiene su legitim idad en la voluntad
de nuestro pueblo de acabar con un régimen social que es en sí mismo ins­
titucionalm ente violento”. En este sentido el Presidente Allende define la
actual fase: “El combate sostenido para abrir el camino de la democracia
económica y conquistar las libertades sociales, es nuestra contribución m a­
yor al desarrollo del régimen democrático en esta etapa de nuestra historia.
Llevarlo a cabo sim ultáneam ente con la defensa de las libertades públicas
e individuales y el desarrollo del principio de legalidad, es el desafío histó­
rico que todos los chilenos estamos enfrentando”.

II. EL P R IM E R PER IO D O DEL G O B IER N O PO PU LA R

El análisis program ático señala el objetivo de la U P en una triple dim ensión:


—establecer u n a am plia alianza de clases en torno al frente de partidos
prganizados en la U P bajo la hegemonía del proletariado
—p ara rom per con el poder del capital m onopolista nacional y extran­
jero y del latifundio, e
—iniciar la construcción del socialismo.
Los tres elementos configuran la construcción de la nueva estructura
del poder: el Estado Popular.
Es decir, el Gobierno Popular debe transform ar radicalm ente la estruc­
tu ra económica de m anera que el poder pase a manos de las fuerzas trabaja­
doras y sus aliados. A p artir del marco jurídico-institucional vigente se com­
bate por una democracia económica que realice las libertades sociales pro­
metidas por los postulados de la actual democracia formal. Se moviliza así
el apoyo político de las masas que, tom ando el poder efectivamente, crean
u n a nueva* estructura jurídico-institucional que, a su vez, perm ite im pulsar
el cambio económico. En otras palabras: se trata de sustraer el poder estatal
organizado como base del proceso de reproducción capitalista para utilizarlo
como m otor en el establecimiento de relaciones socialistas de producción.
T a l cambio en la función del Estado significa la pérdida del poder econó­
mico y político por parte de la antigua clase dom inante y, a la vez la trans­
formación tendencia! del Estado mismo m ediante el ejercicio del poder real
y efectivo por parte de las masas. Desarrollando la dialéctica entre base
económica y sobreestructura política, la conquista del Poder Ejecutivo per­
m ite iniciar la transform ación de la estructura económica de m anera que

28
- .• • n relaciones sociales ele producción que vayan generando la nueva es­
tructura política indispensable para construir el socialismo.
A partir de esta dialéctica entre economía y política habrá que analizar
la correlación de fuerzas políticas dentro de una critica de la economía polí­
tica (o sea, de la forma en que los hombres producen la riqueza so cial). La
labor del gobierno de Allende y ele la U P en 18 meses proporciona antece­
dentes que pueden ser esquematizados en seis puntos.
1) Én razón del objetivo central arriba indicado, se definieron tres
metas básicas sim ultáneas clel Gobierno Popular. La prim era, reestructurar
la economía en tres áreas de propiedad: estatal, m ixta y privada, de modo
que el Estado se constituya en el centro efectivo de conducción de la eco­
nom ía y de la planificación de su desarrollo. La segunda, acelerar, profun­
dizar y am pliar el proceso ele reform a agraria. La tercera, im pulsar u n vigo­
roso program a ele redistribución del ingreso, destinado a satisfacer las legí­
timas dem andas de las grandes mayorías nacionales y sostener el desarrollo
de nuestra economía bajo nuevos patrones de industrialización. “Por cier­
to, dice el inform e del M inistro ele Econom ía ante el CIAP (abril 1972),
la realización ele estos objetivos no constituye un m ero problem a técnico o
adm inistrativo, puesto que no se trata ele perfeccionar un sistema politico­
económico de dom inación para asegurar su perm anencia, sino de su trans­
formación revolucionaria”. **
2) Estas metas deben ser abordadas a p artir de la coyuntura económica
al inicio del Gobierno Popular. Según el M inistro Vuskovic, “la política de
corto plazo se puede caracterizar como una política de reactivación econó­
m ica fundada en la redistribución del ingreso”. La redistribución del in­
greso se basaba, por un lado, en una política de reajustes dirigida a: a) re­
cuperar para todos los trabajadores el nivel ele rem uneraciones reales al 1?
de enero 1970, esto es un reajuste de un 100 por ciento del alza del costo
de la vida; b) entregar u n reajuste mayor al 100% a los sueldos y salarios
más bajos y c) iniciar un proceso de nivelación ele las asignaciones fam ilia­
res.
La política de reajustes se com plem entaba, por otro laclo, con una polí­
tica anti-inflacionaria basada en u n estricto control ele precios, un aum ento
sustancial de la producción y la detención ele la política cam biaría de deva­
luaciones sistemáticas. La redistribución del ingreso increm entó el poder
de com pra ele las masas, produciendo una reactivación de la capacidad ocio­
sa que m antenía la industria chilena en 1970.
Se dieron incluso desabastecimientos parciales al superar el poder de
consumo (provocado por la baja tasa de ahorro y el mercado negro cam-
biario) el increm ento ele la producción y de las importaciones. Sin embargo,
la política económica en 1971 fue exitosa en la m edida en que, desarticu­
lando el ordenam iento capitalista, el Producto In tern o Bruto creció en un
6,5%, equivalente a un 6,6% per cápita, la tasa más alta de los últim os 15
años. Cerca de tres quintas partes de este crecimiento son atribuibles al au­
m ento de la producción industrial que alcanzó un increm ento del 14,6 por
ciento. Se logró dism inuir la tasa de desocupación ele un prom edio de 6,1%
en 1970 a un prom edio de 4,3% en 1971. A ello debe agregarse la elevada
participación ele los asalariados en el ingreso nacional, que pasa de u n 51%
en 1970 a un 59% en 1971, al reajustarse los sueldos y salarios más allá del
35% clel alza clel costo de la vida y descender sim ultáneam ente la tasa de
inflación a 22% en 1971.
3) La política económica de corto plazo está estrecham ente vinculada
a la de largo plazo. En este contexto deben valorarse las m edidas anti-impe~
rialistas que desde un inicio em prendió el gobierno Allende. E ntre ellas

29
destaca la trascendental reconquista de las riquezas básicas: cobre, hierro,
salitre, yodo y acero. Especial relevancia reviste la nacionalización del cobre
-i consideramos que la m inería del cobre, por un lado, aporta tres cuartas
partes de los ingresos de divisas por exportaciones (1970: 76% ), siendo,
por el otro, la principal fuente de explotación norteam ericana (en 1969 la
Anaconda había invertido en Chile el 16% de sus inversiones en escala
m undial, pero retirando el 80% (19 m illones de dólares) del total de sus
utilidades m undiales. Con fecha 23 de diciem bre de 1970 el Presidente
Allende envió al Congreso u n proyecto de Reform a C onstitucional destina­
do a crear los canales jurídicos necesarios para nacionalizar el cobre y demás
recursos mineros. El l í de julio de 1971 el Congreso Pleno aprobó por u n a­
nim idad la reform a constitucional que nacionalizaba la G ran M inería del Co­
bre, otorgando al Presidente la facultad de deducir de las indemnizaciones
según el valor de libros de las empresas norteam ericanas las rentabilidades
excesivas y estableciendo un T rib u n a l de Apelación especial 6. La naciona­
lización de las riquezas naturales no significa de por sí una política a n ti­
im perialista, porque el capital extranjero puede ser trasladado a la industria,
sector económico más dinám ico (las inversiones directas yanquis en el sec­
tor m anufacturero aum entaron ele 7,8% en 1964 a 14% en 1968). En este
contexto merece especial atención la dom inación tecnológica, ¡Dor ser una
base im portante para el bloqueo económico (en 1969 el 94% del total de
patentes eran de propiedad extranjera. Por concepto de 339 contratos de li­
cencia en ese año, Chile pagó más de 8 millones de dólares en regalías).
La política de Chile es netam ente antiim perialista cuando establece el dé­
ficit en el cálculo de las indemnizaciones adecuadas y controla estrictam en­
te las inversiones foráneas. C oncordando con las disposiciones del Pacto
A ndino sobre inversiones extranjeras, Chile no se opone al capital externo
siempre y cuando queden resguardados los intereses nacionales. Para ase­
gurar el control nacional de la economía chilena se tom aron otras medidas,
como la com pra de la m ayoría de acciones en diversas empresas extran­
jeras (transform adas en empresas mixtas) y la adquisición de las filiales
del Bank of America, First N ational City Bank, el Banco de Londres y el
Banco Francés e Italiano. Para quebrar la colusión entre m onopolios ex­
tranjeros y nacionales es decisivo el control del comercio exterior: actual­
mente el Estado tiene en sus manos el 85% de las exportaciones y el 60%
de las importaciones.
- Inm ediatam ente se lía hecho sentir la reacción del imperialismo, espe­
cialm ente de los EE. UU. Al nivel financiero basta recordar la dura posi­
ción en la renegociación de la deuda externa, la fuerte dism inución del
flujo de créditos de bancos norteam ericanos y la ru p tu ra virtual por parte
de los organismos financieros internacionales. A ello se añaden las represa­
lias de las empresas norteam ericanas afectadas (embargos) que degeneran
en un bloqueo invisible cuya finalidad nadie puede ignorar desde las p u ­
blicaciones de los documentos confidenciales de la IT T : provocar el colap­
so económico y/o el derrocam iento violento del Gobierno Popular. Para
contrarrestar la constante intervención im perialista, . el Presidente Allende
im pulsó la solidaridad latinoam ericana (viajes a la A rgentina, el Perú, Ecua­
dor y Colombia y la visita de Fidel Castro) y del Tercer M undo ( u n c t a d
iii y el establecimiento de relaciones amistosas con Cuba, China, Vietnam
del N orte y Corea del Norte) y aprovechó las diferencias existentes entre
los EE. UU. y sus aliados, como entre los centros im perialistas y los grandes

6 Sobre la innovación ju ríd ica en la nacionalización del cobre ver la segunda p a rte del artículo de
£. N o \o a M .: Hacia u n a nueva conceptualización jurídica.

30
oaíses socialistas (amplias relaciones comerciales con los miembros de m c e ,
Jel c o m e c o n y con J a p ó n ).
4.—Si (excluyendo al PN) las m edidas antiim perialistas encuentran
poca resistencia dentro del país, el caso es diferente respecto a las medidas
ontra el dom inio de los monopolios nacionales. Ciñéndose al estricto marco
legal, a través de negociaciones directas del fisco con los capitalistas, me­
diante el poder de com pra de acciones de la c o r f o y la utilización de los
mecanismos legales de la intervención y requisición, el Estado comenzó a
desbaratar la telaraña extendida por el gran capital organizado sobre la
economía nacional. Se trata, según el Program a Básico de la U nidad Po-
pular, de construir un Area de Propiedad Social con las empresas estatales
y la expropiación indem nizada de: a) la gran m inería del cobre, salitre,
yodo, hierro y carbón; b) el sistema financiero del país, en especial la
banca privada y seguros; c) el comercio exterior; d) las grandes empresas
y monopolios de distribución; e) los monopolios industriales estratégicos;
f) aquellas actividades que condicionan el desarrollo económico y social
del país, tales como la producción y distribución de energía eléctrica, el
transporte ferroviario, aéreo y m arítim o, las comunicaciones, la producción,
refinación y distribución del petróleo y sus derivados, la siderurgia, el ce­
mento, la petroquím ica pesada, la celulosa y el papel.
Para delim itar el área social, determ inar la participación dé los traba­
jadores y garantizar el desarrollo de la empresa privada no-monopolista, el
Gobierno P opular presentó el 19 de octubre de 1971 un proyecto de ley
sobre las tres áreas de la economía 7. Dice en su Art. 2?: “Las empresas del
área de propiedad social pertenecen a la sociedad en su conjunto y su único
titu lar es el Estado o las personas adm inistrativas que de él dependan,
quienes responden de su adm inistración dentro de un régim en de am plia
participación de los trabajadores. Las empresas del área de propiedad m ixta
pertenecen conjuntam ente al Estado y a particulares, con un régim en de
participación de los trabajadores en caso que el Estado tenga mayoría en
la adm inistración. Las demás empresas constituyen el área de propiedad
privada, a la que el Estado garantiza condiciones adecuadas para el desa­
rrollo de sus actividades”. Según el Art. 3? “form arán parte del área de
propiedad social empresas que operan en actividades de im portancia pree­
m inente para la vida económica del país, tales como las que tengan signi­
ficación especial en el abastecim iento del mercado interno y en el comercio
de exportación e im portación y las que tengan incidencia im portante en
el cum plim iento de los planes económicos nacionales y en el desarrollo
tecnológico científico del país. C om prenderá asimismo, aquellas empresas
que por exigirlo la Defensa N acional y Acuerdos Internacionales, se reser­
van al Estado”. Para establecer un criterio único respecto a las empresas
sujetas a nacionalización el Art. 4? fija: “No podrán incorporarse al área
de propiedad social m ediante los procedim ientos de nacionalización a que
se refiere la presente ley, las empresas existentes al 31 de diciem bre de 1969
y cuyo patrim onio (capital y reservas) haya sido inferior a 14 millones de es­
cudos en esta misma fecha”. La facultad de nacionalización se refiere, pol­
lo tanto, a tan sólo 253 empresas monopólicas, en 140 de las cuales, o sea
en más. de la m itad, los diez mayores accionistas tienen entre el 90 y 100 por
ciento del capital pagado. En la m itad de las empresas consideradas tienen
participación accionistas extranjeros, en 43% de las cuales tienen más del
50% del capital pagado. El carácter m onopolista de estas empresas es con­

7 Materiales para el estudio del Area de Propiedad Social, en Cuadernos de la Realidad N ational
11, Enero d e 1972.

31
%

firm ado por el análisis realizado por la asociación patronal del gran capital
la Sociedad de Fom ento Fabril ( s o f o f a ) . “En Chile efectivam ente exis­
ten del orden de 35.000 unidades económicas fabriles detectadas. Su desglose
es aproxim adam ente el siguiente:
$

24.060 unidades que ocupan entre 1 y 4 trabajadores elu.


9.500 unidades que ocupan entre 5 y 49 trabajadores elu.
1.100 unidades que ocupan entre 50 y 199 trabajadores c/u.
340 unidades que ocupan 200 o más trabajadores.

Podemos señalar que, si bien es cierto que el núm ero de unidades eco­
nómicas afectadas por el proyecto de ley no llega al 2% de las existentes,
de pasar a manos del Estado las afectadas, im plicaría lo siguiente: a) trans­
ferir al sector público más del 40% de los trabajadores actualm ente ocupa­
dos en el sector privado; b) transferir más del 50% de la producción bruta
al Estado; c) transferir al G obierno más del 95% del avisaje comercial del
que hoy viven los medios de inform ación no gobiernistas (El M ercurio, 19
de noviem bre de 1971). A pesar de las cifras y las conclusiones obvias, el
gran capital opina que “esta iniciativa del G obierno significa prácticam en­
te la supresión del sector privado por m edio de urta ley (El Mercurio, 21
de octubre de 1971). Para cortar la cam paña publicitaria de los m onopolios
afectados, el Presidente A llende da a conocer el 14 de febrero de 1972 una
nóm ina de 91 empresas que estima indispensables para la construcción de
un área social. De ellas, 53 pasarían a integrar el área social y 38 empresas
form arían parte del área m ixta. Elim inada posteriorm ente la empresa dis­
tribuidora c o d i n a , las 52 empresas que pasarían al área social significan
5.523 m illones de escudos y las 38 empresas destinadas al área m ixta repre­
sentan 1.836 m illones de escudos en capital más reservas y utilidades (ci­
fras 1969).
Existen pocos datos estadísticos sobre el alcance del proceso de nacio­
nalización en marcha. Según el M ensaje Presidencial de 1972, 43 empresas
eran propiedad estatal antes de noviem bre de 1970, 55 fueron incorporadas
posteriorm ente y 83 estaban bajo control público transitorio de la interven­
ción o requisición. G ran im portancia reviste la estatización de la banca
por el papel que jugó tradicionalm ente como fuente crediticia de los m ono­
polios y por el nuevo rol que debe desem peñar u n sistema bancario único
en u n a política m onetaria y crediticia orgánica 8. De los 26 bancos privados
existentes, 18 se encuentran bajo control estatal, y en 4 (incluido el Banco
de Chile y el Sudamericano) el Estado dom ina la dirección. Los datos en­
tregados recientem ente por los capitalistas son controvertidos. La s o f o f a
declara ante una Comisión de la Cám ara de Diputados que hasta junio de
1972 habrían sido intervenidas 263 empresas, pasando 185.000 trabajadores
al área social (El M ercurio, 14 de junio de 1972). U na semana después el vo­
cero m onopolista El M ercurio publica una lista de empresas controladas por el
Estado: ju n to a las 33 empresas estatales antiguas constata 73 nuevas y 142
intervenidas o requisadas (22 de ju n io de 1972). Desesperado, su editorial del
24 de ju n io de 1972 “revela que ya nuestra industria es básicamente socialista,
es decir, que los instrum entos de producción en esta ram a de actividad p er­
tenecen predom inantem ente al Estado o están controlados directam ente
p or él”. Desgraciadamente no es tan fácil poder afirm ar “ya somos un país
socialista”.

8 E. Jara: L a nacionalización de la banca.

32
El proyecto de ley presentado por el Ejecutivo perdió im portancia al
impulsar la mayoría parlam entaria un proyecto de reform a constitucional
que sobre la m ateria propusieron los senadores demócrata-cristianos Fuen-
-.ilba y H am ilton. Su finalidad era lim itar las atribuciones establecidas del
Poder Ejecutivo, restringir así la intervención estatal en m ateria económica
v. en definitiva, anular o entorpecer la constitución de un área de pro­
piedad social con nuevas relaciones sociales de producción.
Sim ultáneam ente había que dem ostrar una actitud favorable a cam­
bios sociales.
La política de reformas legislativas capitalistas es resum ida por el senador
Ju an H am ilton en la sesión del Congreso Pleno (19 de febrero de 1972) que
aprobó el proyecto de reform a constitucional. “No es entonces para conte­
ner el proceso de socialización, sino para realizarlo a través de la institucio­
nalización vigente y regularlo por la ley, que hemos aprobado y ahora ra ti­
ficamos esta enm ienda a la C onstitución”. Pronunciadas por un represen­
tante del sector derechista del PDC tales palabras indican que tampoco la
Democracia C ristiana podía aparecer conio defensora de los monopolios,
aun tratando de resguardar el orden capitalista. Recordando la aseveración
citada al inicio, de Rosa Luxem burg, se trata de “un m étodo de reform a
legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social
y en contradicción con ellas”. La política reform ista propugna no la reali­
zación del socialismo, sino la reform a del capitalismo; no la supresión del
sistema de trabajo asalariado, sino la atenuación de la explotación, es de­
cir, la supresión de los abusos del capitalismo, pero de ningún m odo la su­
presión de éste” 9. La cita de R eform a social o revolución define la am bi­
güedad que caracteriza la posición dem ócrata-cristiana en la discusión del
proyecto y justifica los vetos con que el Presidente Allende objetó partes
del mismo.
5. M ateria controvertida dentro de la izquierda es la política agraria
del G obierno Popular, especialmente en relación al funcionam iento de los
organismos estatales y a la participación campesina. El viejo burocratism o
de los institutos dedicado^ a la Reform a A graria im pide una labor eficiente
y coordinada al servicio de la revolución campesina de las estructuras agro­
pecuarias. Pero es un hecho que el año 1972 m arca el fin del latifundio en
Chile. E ntre 1965 y noviem bre 1970, bajo el G obierno de Frei, se expropiaron
1.408 fundos con 3.564.553 hás. y cerca de 21.000 familias. E ntre el 4 de no­
viem bre de 1970 y el 25 de abril de 1972 se expropiaron 2.678 predios con
un total de 3.504.227 hás. y aproxim adam ente 22.300 familias. El avance
acelerado ele las expropiaciones da, a fines ele abril de 1972, un total acu­
m ulado de 4.086 predios de 7.812.928 hectáreas. A unque se rom pa definiti­
vam ente con la tradicional dom inación de los terratenientes, queda el peli­
gro de que surja u n tipo de capitalismo agrario basado en los fundos entre
40 y 80 hás. de riego,básico y en los asentamientos. Los prim eros —con alta
intensidad ele capital— contribuyen con cerca de la m itad de la producción
agropecuaria, pero no im pulsan u n a mecanización del campo acorde a la
fuerza de trabajo existente. Estos empresarios van form ando una nueva b u r­
guesía agraria que puede frenar no sólo la constitución de un área de pro­
piedad social, sino toda estrategia socialista de industrialización. La actual
im posibilidad ele una política agropecuaria planificada requiere la reduc­
ción de la expropiabilielad ele 80 a 40 hás. de riego básico. Para que la R e­
forma Agraria desemboque en la construcción de una sociedad socialista

9 R . L uxem burg: op. cit., p. 89 sg.

3 .-C E R E N 33
trario . la m ediana y pequeña burguesía chilena se distingue justam ente por
>u taita de racionalidad capitalista. Su tradicional status parasitario del
¿ran capital le im pide desarrollar un interés de clase autónom o (ni siquiera
como funcionarios públicos desarrollan una racionalidad propia en cuanto
burocracia). Su distanciam iento no pareciera darse sobre la base de intereses
objetivos vulnerados por la política económica, sino en razón de su incerti-
dum bre ideológica. Esta radicaría en u n desajuste social objetivo que —al no
encontrar pautas de interpretación para situarse en u n proceso Social no
estructurado— es compensado por una insistencia en la ideología burguesa
y la aparente universalidad de sus valores: orden, libertad, democracia, in i­
ciativa individual, etc. U n ejemplo de articulación política de este fenóme­
no ofrece el P artido de Izquierda R adical (PIR) cuando objeta el “estatis­
m o” de la UP, siendo que su concepción socialdemócrata conduce al “Wel-
fare-State” de corte netam ente estatista. T a l regresión psicosocial es fom en­
tada por el Gobierno cuando trata de convencer a las llam adas capas medias
con un raciocinio capitalista que no corresponde a su imagen de níarxista,
en vez de clarificar las metas socialistas que les perm itirían asum ir con certi­
dum bre su posición dentro de un nuevo orden. La indecisión de la U P en
definir el sector privado no-capitalista en las construcción socialista es apro­
vechada por la Derecha, que publicitariam ente proyecta esta crisis casi
existencial al nivel político: anarquía, caos, pérdida de autoridad del Go­
bierno versus empresa integrada, Estado funcional, ley y orden; en fin la
arm onía de la “belle époque”. Es evidente que la izquierda no h a logrado
en n ingún m om ento rom per el cerco ideológico de la dom inación burguesa.
De ahí la im portancia de la lucha ideológica, advertencia central de Fidel
Castro a las masas chilenas. Igualm ente evidente es, sin embargo, que la
lucha ideológica no depende de la calidad del aparato propagándistico del
gobierno y los partidos de la UP, sino de la m adurez del proletariado en
la lucha de clases. Sin movilización de las masas como concientización co­
tidiana no hay revolución cultural n .
Por consiguiente, en segundo lugar, la desarticulación del proceso de
producción capitalista hace difícil una alianza de clases en la m edida en que
la antigua hegem onía del capital no es reem plazada por una nueva hege­
m onía del proletariado. A unque la alianza se estructura álrpdedor de una
concordancia sobre intereses objetivos comunes, estos son interpretados por
cada aliado según sus intereses particulares. El respeto por los intereses es­
pecíficos de la pequeña y m ediana burguesía no im plica descuidar el interés
central que aglutina la alianza de clases. La construcción del socialismo, la
em ancipación de la clase obrera es, a la vez que interés de clase particular
del proletariado, el interés universal de la hum anidad. La esencia de la
clase obrera —de que convertida en clase dom inante suprim a las relaciones
de producción que engendran el antagonism o de clase, superando así las
clases y su propia dom inación como clase— es lo que legitim a la hegemonía
del proletariado. Esta hegemonía define la alianza de clases a diferencia de
u n frente que puede ser pactado sobre la base de acuerdos puntuales. A pun­
tando la alianza de clases al revolucionam iento de la sociedad entera, no
basta la conducción hegemónica por parte de los partidos obreros. Sin en­
trar en cuestiones de organización, se puede afirm ar que los partidos polí­
ticos son el instrum ento organizativo que se dan las masas en su lucha por
el poder, pero que en ningún m om ento reemplazan la presencia masiva, la
hegem onía num érica del proletariado en el proceso. La presupone. Sin em­

11 Para^ u n a aproxim ación al m ito de la legalidad como aspecto de la justicia de clases ver I,. F.
R ibeiro: La estructura m ítica de los discursos sobre legalidad, en la publicación del C E R E N .

36
bargo, la movilización ele las masas bajo el G obierno Popular ha sido defi­
ciente. Ello se debe a la conducción política de los partidos de la U P (más
bien reactiva frente al enemigo, que guía y cauce de la espontaneidad de
las masas) que no ha sabido organizar a las fuerzas en liberación y abrirse
a sus luchas concretas. De ahí el estilo preponderante burocrático con que
se ha enfrentado al imperialismo, a los monopolios y a los terratenientes.
En la m edida en que las masas no participan debidam ente en el reemplazo
de las actuales "estructuras, en que ellas no com prenden el proceso en sus
éxitos y derrotas como producto de su lucha, no existe una hegemonía m a­
siva y concreta de la clase obrera y peligra, por tanto, la unidad de la U n i­
dad Popular.
Ambos elementos, la desorientación ideológica de la burguesía no-mo­
nopolista y su distanciam iento político, por u n lado, y la falta de una m o­
vilización de las masas y de una hegemonía masiva del proletariado en el
proceso, p or otro lado, dism inuyen considerablem ente el im pulso revolu­
cionario de la UP, sobreponiéndose al entendim iento y enfrentam iento
(siempre p u n tu al) de los» partidos políticos a la dinám ica u n itaria del mo­
vim iento de masas. Que la alianza de clases ha perdido vigor se m anifiesta
bajo diferentes formas.
1. En las elecciones m unicipales de abril de 1971 la UP obtuvo la mayo­
ría absoluta. Pero ya se constató u n a dism inución del electorado del Partido
Radical, entonces absorbido parcialm ente por el P artido Socialista. En la
m edida en que no logró plantear una línea política clara, coherente y, a
la vez, diferenciada según grupos sociales, frustró a sus electores. Los nue­
vos sectores adheridos a la UP, al no encontrar u n a conducción firme y
audaz, vacilaron, quedando receptivos a la ofensiva propagandística de la
Derecha. Como sim ultáneam ente el PDC no aceptaba la hegem onía de la
U P y pretendiendo m antenerse como alternativa política no era capaz de
desarrollarla como oposición constructiva, se transform ó en la base electoral
de u na m inoría reaccionaria y fascistoicle. La agudización en parte latente,
en parte m anifiesta, de los antagonismos sociales conduce a una polariza­
ción. Al nivel electoral, la U P perdió las parlam entarias com plem entarias
de Valparaíso (julio 1971) , de Linares y Colchagua-O’Higgins (enero 1972)
y las elecciones del rector de la U niversidad de Chile. En cambio, ganó al­
rededor del 70% de los votos de las recientes elecciones sindicales de la C U T
(mayo 1972) y la elección com plem entaria pbr un diputado en Coquim bo
(julio 1972). Considerando el porcentaje de las votaciones, se puede hablar
de un “em pate electoral” entre Gobierno y Oposición. Si éste significa un
avance respecto a las elecciones presidenciales, representa tam bién un re­
troceso en relación al potencial político que las m edidas económicas y so­
ciales debían provocar. Respecto a la correlación de fuerzas, sin embargo,
los resultados electorales de la polarización y radicalización política parecen
secundarios frente a dos otros aspectos que precisam ente este libro quiere
problem atizar.
2. La estrategia de la U P se basa en realizar los cambios m ediante la ley,
es decir, usar todas las disposiciones vigentes (p. ej. el decretp 520 de 1932
refundido en el 'art. 167? de la ley 16.464 de 1966) y crear nuevas normas
legales según el procedim iento vigente sobre la formación de leyes. El in­
tercambio de declaraciones entre el PDC y el candidato electo, previo a la
proclam ación por el Congreso, incluía u n acuerdo tácito sobre las “reglas de
juego”. El Poder Ejecutivo avanzaría en sus reformas en m aterias económi­
cas (nacionalizaciones, área social) e instituciones (T ribunales Vecinales,
Asamblea del Pueblo, planificación) sobre la base de norm as positivas. que,
a su vez, el Poder Legislativo se com prom etía a legislar. Esta reciprocidad

37
del principio de legalidad” (strictu senso) pronto se rom pió. Con pocas
excepciones, hasta ahora el G obierno P opular ha debido ceñirse a las leyes
de gobiernos anteriores, puesto que la mayoría opositora en el Parlam ento
se negaba a legislar o tergiversaba la finalidad de los proyectos de ley pre­
sentados. Además la oposición parlam entaria pasó a la ofensiva, tratando de
restringir las atribuciones específicas que la Constitución Política confiere
al Presidente. Se iniciaron acusaciones constitucionales contra diversos M i­
nistros de Estado ante la Cám ara de Diputados, que culm inaron en la
declaración de culpabilidad del ex M inistro del In terio r y actual M inistro
de Defensa José T o h á por parte del Senado. En julio el Senado aprobó
igualm ente la acusación constitucional contra el nuevo M inistro del In te ­
rior, H ernán del Canto. Sin embargo, el T rib u n a l C o n stitu cio n al12 ratificó
en sus prim eros cuatro fallos la constitucionalidad de la acción guberna­
m ental 13.
Visto lo cual la oposición cambia de táctica. Piensa evitar una fiscali­
zación del Parlam ento por parte del T rib u n a l Constitucional, trasladando
proyectos que serían m ateria de ley al nivel de norm as constitucionales (en­
m ienda sobre las tres áreas económicas de F uentealba/H am ilton). Por otra
parte, la oposición trata de lim itar las facultades ejecutivas de la adm inistra­
ción pública m ediante querellas crim inales contra M inistros, funcionarios p ú ­
blicos e incluso miembros del Cuerpo de Carabineros, m ediante dem andas ci­
viles (la empresa intervenida f e n s a contra el M inistro Vuskovic) y m ediante
sumarios por parte de los Colegios Profesionales. Observamos un intento de
ag lu tin ar la oposición política en el Poder Legislativo, el Poder Judicial, en
la C ontraloría, en los Colegios Profesionales, etc', en u n a estrategia de intim i­
dación que so pretexto de defender la legalidad busca paralizar la actividad
gubernam ental. En este sentido, el actual enfrentam iento corre el peligro de
sobrepasar el tradicional conflicto de com petencia entre los poderes del Estado.
Por la im portancia que tiene el m ito de la legalidad en este cerco político,
cabe indicar brevem ente el carácter clasista de las actuaciones de personeros
del Poder J u d ic ia l14. No es que la adm inistración de la justicia no haya sido
política tam bién antes; la justicia como actividad cultural de los hom bres en
determ inado m om ento histórico es política. Ahora, sin embargo, revela su di­
m ensión clasista al nivel social reprim iendo la lucha de las masas (ya no sólo
de individuos) por cam biar m ediante el Gobierno P opular las circunstancias
de su vida. La justicia no sólo es m ala, cara y lenta sino esencialm ente una
justicia de clase, cuyo carácter conservador se expresa sin ambages en la actitud
tanto de un Presidente de la Corte Suprem a como de un Juez de Letras. La
Corte Suprem a definió públicam ente su posición política a los pocos meses de
asum ir Salvador Allende la Presidencia. Por existir suficientes pruebas para
iniciar una investigación judicial contra el H onorable Senador R aúl Morales
Adriasola por participación en el hom icidio del General Schneider, el Juez
M ilitar, a petición del Fiscal M ilitar, solicitó el desafuero del parlam entario.
La petición fue negada por la Corte Suprem a después de haber sido conce­
dida por la Corte M arcial y la Corte de Apelaciones de Santiago. Lo opi­
nión pública nada pudo contra lo que el profesor M. U rru tia Salas llam a

12 Establecido p or el art. 78? de la C onstitución según la reform a constitucional contenida en la


ley 17.284 de 1970 y constituido según el Estatuto Ju ríd ic o sobre O rganización y F uncionam iento
del 23 de noviem bre 1971 y el E statu to Ju ríd ico sobre Procedim iento del 11 de diciem bre de 1971.
13 Sentencias recaídas sobre diversas norm as del proyecto de ley de presupuesto p a ra 1972 y su D e­
creto P rom ulgatorio (19 d e enero y 19 de febrero de 1972), sobre tres norm as del proyecto de» ley
de arrien d o (25 de enero) y sobre la facultad del M inistro T o h á para desem peñarse en la cartera
d e D efensa a pesar de h ab er sido suspendido en sus funciones de M inistro d e l In te rio r por la C á­
m ara de D iputados (10 de feb rero ).
14 Ver los artículos de A. A rancibia, de A. d e la F uente y del E quipo Poblacional del C ID U en
CEREN.
“la tiranía de un pequeño grupo que im pone su criterio sin considerar la
voz del pueblo, porque su génesis no está en la voluntad del electorado"
(El Mercurio, 25 de julio de 1972) .
En cierta m anera, más ilustrativa para ejem plificar la banalidad del te­
rror jurídico, es la ingenuidad del Sr. H ugo Oíate V., Juez de Letras de
M elipilla, respondiendo las pérfidas preguntas de una agraciada periodista.
“Señor Juez, ¿se ha sentido usted alguna vez, al dictar sentencia, apli­
cando una justicia clasista y burguesa”?
“Jam ás he pensado tal cosa. N uestra justicia tiene por base la legisla­
ción europea. Y con ese criterio esas legislaciones serían tam bién burguesas
y clasistas”.

¿“Es usted un burgués”?


“¿En qué sentido me lo dice”?
“En el sentido de aplicar la ley burguesa” . . .
“Aplico la ley que juristas y expertos han elaborado en m i país. Y
en cuanto a mi vida privada, vivo con la sobriedad de la m ayoría de los
jueces, con mucho trabajo y con una casa m odesta”.
(El Mercurio, 14 de mayo de 1972).
Como único com entario una cita de Adorno y H orkheim er: “El contra­
sentido de la dom inación es hoy tan transparente para la conciencia sana
que requiere la conciencia enferm a para m antenerse vigente. Sólo quienes
padecen de locura de persecución perm iten la persecución en la que tiene
que desembocar la dom inación, pudienclo perseguir a otros” 15. La violen­
cia cotidiana de nuestra justicia queda m anifiesta en el juicio contra 15
obreros de la empresa saba, acusados de incendiar la fábrica en 1968 (de
ellos 6 condenados a 2 años, 7 a 10 años de presidio: el 31 de mayo de 1972,
día de la sentencia definitiva, fueron indultados por el Presidente Allende) ;
en el caso del fundo Chesque (Loncoche) tom ado por los campesinos para
acelerar la expropiación: Los patrones desalojan a los campesinos m atando
a Moisés H uentelaf. El juez de V illarrica y la Corte de Tem uco dejan en
libertad a los presuntos homicidos y m antienen encarcelados a los 21 cam­
pesinos desde el 22 de octubre de 1971 hasta el 17 de junio de 1972 —siete
meses y medio sin juicio—; en el caso del fundo M illahuin, ocupado por 35
campesinos, que fueron detenidos por orden del m encionado juez de Me­
lipilla (tratándose de una usurpación que sólo tiene sanción de m ulta, se
infringe el Art. 199 de la Constitución, según el cual “no debe ser detenido
ni sujeto a presión preventiva, el que no sea responsable de un delito a
que la ley señale pena aflictiva”) . Cuando campesinos indignados ocupan
el trib u n al en señal de protesta por el abuso de poder, el juez requiere la
fuerza pública para su detención. La intervención del Intendente de San­
tiago y clel Subsecretario de Justicia logra el desalojo pacífico, ordenando
posteriorm ente la Corte de Apelaciones de Santiago la inm ediata excarce­
lación sin caución de los detenidos. La reacción de la Derecha enquistada
en el Colegio de Abogados bajo la presidencia del profesor A lejandro Silva
Bascuñán es m acabra: petición de desafuero contra el Intendente Joignant
y sumario contra el Subsecretario Viera-Gallo (declarado im procedente por
el Consejo de Defensa del Estado con la unanim idad de sus miembros el
29 de mayo de 1972). Finalm ente, cabe m encionar, ya al nivel de la más
desvergonzada corrupción, el caso de Iquique, donde el Presidente de la
Corte de Apelaciones y el titu lar del Prim er Juzgado son acusados de co­

15 H o rk h eim er y A dorno: D ialektik der A u fkld ru n g , A m sterdam 1947. p. 233.

39
laborar estrecham ente con conocidos traficantes de drogas y co n trab a n d is­
t a . El lecto r p e rd o n a rá este re la to ; h a b la r de la ad m in istració n de ju stic ia
a u n n iv el m ás abstracto se vuelve fácilm ente in h u m a n o .
E ste cuadro som brío no debe ser generalizado con ligereza, pero sí
señ ala con n itid ez rasgos característicos de la adm in istració n de ju sticia de­
nun ciad o s ju sta m e n te p o r sus m iem bros m ás lúcidos. Si el Subsecretario de
Ju stic ia afirm a q u e la ju sticia ch ilen a “no tien e n ad a de m ajestuoso, no
tien e n a d a de im p a rc ia l y n a d a de in d e p en d ien te. E stá v en d id a a los in te ­
reses de u n a clase social”, este ju icio no es u n a calificación g ra tu ita , sino
u n a au to crítica in d isp en sab le p a ra su p erar el actual sistem a judicial-peni-
tenciario e in sta u ra r una. justicia al servicio del h om bre le . P a ra asegurar
la leg ítim a defensa de las lib ertad es in d iv id u ales hay que im p ed ir la u su r­
p ación de privilegios e in sta u ra r el individualism o v erd ad ero de la ig u ald ad
social. E llo re q u ie re estim u lar la n u eva conciencia ju ríd ic a q u e va surgiendo
en el p u eb lo o p rim id o y cam b iar p ro fu n d a m e n te la form ación de los abo­
gados y jueces en m iras a la n u ev a re a lid a d 17.
L a táctica conservadora es clara: lim ita r las atrib u cio n es d el P oder
E jecutivo y así resg u ard ar el status que a p a rtir de la trin c h e ra sacrosanta
del P o d er Ju d ic ia l, esconde su in terés de clase b ajo el halo de sa n tid ad que
le confiere la ig n o ran cia a q u e h a som etido al pueblo. Se q u iere desconocer
la separación y el co n tro l recíproco de Poderes que establece el A lt. 49 de
la .C o n stitu c ió n . E stablece q u e no p u e d e h a b e r in tro m isió n de u n poder
del E stado en la com petencia de o tro. R especto al P oder Judicial esta n o r­
m a es concretizada en fo rm a positiva en el A lt. 80? de la C o n stitu ció n al
d isp o n er q u e “la facu ltad de juzgar las causas civiles y crim inales pertenece
exclusivam ente a los T rib u n a le s establecidos p o r la ley” . E n form a negativa
el A rt. 869 declara q u e "la C orte S uprem a tiene la su p e rin ten d en c ia directiva
correccional y económ ica de todos los T rib u n a le s de la N ación, con arreglo
a la ley q u e d e te rm in a su organización y a trib u cio n es” . E llo rem ite al A rt.
879 q u e entrega los asuntos contenciosos de carácter ad m in istrativ o a los
T rib u n a le s A dm inistrativos. A l establecerse u n a a u to rid a d específica p ara
conocer la c o n tien d a e n tre la A d m in istració n y u n p a rticu la r, su com pe­
ten cia exclusiva es asegurada p o r el A rt. 49 del C ódigo O rgánico de T r ib u ­
nales al d isp o n er q u e “es p ro h ib id o al P o d er Judicial m ezclarse en las a tri­
b uciones de otros poderes públicos y en g en eral ejercer otras funciones que
las d e term in ad as en los artículos p recedentes” . E d A rt. 2229 del C .O .T .
sanciona p e n a lm e n te al fu n c io n a rio q u e lo haga. Sin em bargo, algunos
jueces h a n e x tra lim ita d o sus atrib u cio n es al acoger querellas posesorias de
los p ro p ie ta rio s c o n tra in terv en ció n o requisición de sus em presas. Así el
Ju ez O galde, del IV Juzg ad o de M ayor C u a n tía de Santiago, o rd e n a n d o la
re stitu c ió n de la em presa tex til R ayón Said y el Juez L uengo del I I I Ju z ­
gado de C oncepción respecto a T ejid o s C aupolicán-C higuayante. Q ue en
el p rim e r caso el Ju ez haya re q u e rid o la fuerza p ú b lica p a la h ac er efectiva
lo devolución de la fáb rica señala la gravedad que revisten sim ilares actos.
L a b u rg u esía n o se conform a con ver aplicado el A rt. 109 N9 1: “la
ig u a ld a d an te la ley. E n C hile no hay clase p riv ileg iad a” . Son notorios los
insólitos cam bios en la d o c trin a y la ju risp ru d e n c ia desde que asum ió
Salvador A llen d e la P residencia de la R epública. A ños de im p u n id a d en
el p o d e r h iciero n o lv id ar a la b u rg u esía u n a d istinción elem en tal d e l D e­
recho co n q u istad a p o r el liberalism o: la diferencia en tre acto d e gobierno
y acto ad m in istrativ o . El acto de g o b iern o surge de la decisión p o lític a del

16 P ara un enfoque penalista ver el artícu lo de Politoff, Bustos, M era: Derechos H unlanos y Derecho
Penal. P ara u n enfoque crim inológico ver Bravo, H occker, Lira: El delito en una sociedad de clases.
17 A. F.tclieberry: R eflexiones sobre la enseñanza del Derecho en Chile.
gobierno, es su acción política y contra él sólo cabe la acusación constitu­
cional en el Congreso (Art. 33? N? 1 de la C arta Fundam ental) o esperar
las próxim as elecciones presidenciales. El acto adm inistrativo como actividad
del Estado con efectos subjetivos tiene como facultad subjetiva de recurso
haber sido personalm ente afectado por la m edida adm inistrativa, y como
facultad m aterial, que el acto no tenga base legal o sobrepase el criterio
discrecional del funcionario. Reclamaciones contra actos adm inistrativos
deben ser presentadas ante los T ribunales Adm inistrativos establecidos por
el Art. 87? de la Constitución. Quienes hoy objetan que tales T ribunales
no han sido constituidos (exceptuando campos específicos como los T rib u ­
nales Agrarios, Aduaneros, de Impuestos Internos, etc.) olvidan que la
Constitución reina desde 1925 y que nada han hecho para formarlos cuan­
do estaban en el poder.
T o d o lo anterior indica, que si bien a corto plazo la táctica de “lim itar
los daños” asfixiando al G obierno con un cerco legal-institucional, puede
entrabar las actividades del Poder Ejecutivo e incluso llevar a un enfrenta­
m iento de poderes, a largo plazo podría ser beneficiosa para una transfor­
mación jurídico-institucional en la m edida en que el Poder Judicial y el
Derecho son incorporados a la lucha ele clases, perdiendo su aparente neu­
tralidad y o b jetiv id a d 18.
3.—El estancam iento político de la U P provoca un auge de la buro­
cracia 19 como sostén fundam ental de la política revolucionaria. En gran
parte los partidos de la U P consideran el contenido clasista del aparato
estatal desvinculado de la forma. En este sentido bastaría cam biar el ca­
rácter ele clase, poniendo el aparato estatal al servicio del pueblo contra
los m onopolios y terratenientes. Se pierde así la dialéctica de contenido y
forma, no siendo cuestionada la burocracia misma como fuerza pública
separada de la sociedad. En esta perspectiva habría que retom ar las in tu i­
ciones del auténtico anarquism o y los análisis de Marx, Engels, L enin y
Mao sobre la necesidad ele destruir la m aquinaria estatal burguesa. Ello no
significa necesariamente su destrucción violenta (que salvo en la comuna
de París, nunca se d io ), sino llevar la lucha de clase a las instituciones
estatales e incorporar la burocracia a la lucha de las masas. T ransform ar
la contradicción antagónica entre Sociedad y Estado en una no-antagónica
en el seno del pueblo requiere el desarrollo de poderosas organizaciones de
base (como pueden surgir ele las Juntas de Vecinos, de las JA P o los T rib u ­
nales Vecinales) que, prim ero, controlen las instituciones especializadas de
la sociedad y, en seguida, vayan tom ando en sus m anos la adm inistración del
proceso social. Es falaz toda política revolucionaria que no surge y n o se
apoya en las masas. Es decir, el pueblo debe reincorporar en sí el aparato
estatal separado ele la sociedad, tal como el hom bre concreto debe reincor­
porar en sí al ciudadano abstracto.
Respecto a la relación entre pueblo y poder, existe el peligro del tec-
nocratismo, tal como subyase en una aseveración ele O rlando Millas sobre
una consigna del llam ado M anifiesto de Concepción 20. “Uno de los puntos
del program a ele la alianza indicada exige que la participación de los tra­

18 Sobre el carácter clasista del Derecho b u rg u és ver U. C erroni: La interpretación de clase del Derecho
burgués y V. I'arías: E l carácter fu n d a m en ta l de la legalidad burguesa.
19 J . Sulbrandt: La burocracia como grupo social.
20 I.a declaración fue entregada el 24 de ju n io de 1972 p or las directivas regionales del PC, M APU ,
IC y M IR y desautorizadas p o r las directivas nacionales de los partidos de la U nidad P o p u la r p o r
no in te rp reta r correctam ente los acontecim ientos ocurridos en Concepción el 12 de mayo dentro
del contexto nacional. En esa fecha PS, PR , M APU , IC y M IR organizaron una contram anifesta­
ción (acordada inicialm ente p o r todos los partidos de la Ü P ) a la m anifestación realizada p o r la
oposición. P ro h ib id a p o r el In ten d en te de Concepción y el P residente de la R epública, la c o n tra ­
m anifestación fue violentam ente disuelta p o r la policía, m uriendo u n estudiante.

41
bajadores en el área social sea dotada de ‘mayor poder de decisión y con­
trol sobre los cuerpos adm inistrativos’. El control de la adm inistración de
las empresas por los organismos de participación corresponde a una con­
cepción anarquista antisocialista ( . . . ) Lo que sin ambages y, se interpre­
te como intérprete, representa una negación absoluta de la política de la
U nidad Popular, es el planteam iento de una adm inistración que se consti­
tuya unificando las organizaciones populares en Consejos Comunales de
T rabajadores, que a través de asambleas por la base resuelvan cuestiones de
interés inm ediato para los trabajadores, como el control del abastecimiento
a través de las JA P; como Educación y Salud, etc. Esto es anarquism o p u ro ”
(El Siglo, 28 de mayo de 1972) .
El problem a es más complejo. Ju n to al tecnocratismo existe el opor­
tunismo de la ultraizquierda que lim ita el proceso a la contradicción p rin ­
cipal entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, sin desenvolver las me­
diaciones, confundiendo, por tanto, interés de clase con política de partido
y táctica con estrategia, planteando un antagonism o falso (porque no me­
diado) entre las masas y el aparato estatal. Un análisis simplista del desplie­
gue de las contradicciones y sus mediaciones políticas se refleja en afirm a­
ciones del m encionado m anifiesto de Concepción: “E n la m edida
que las masas no reconocen en la oposición política otra cosa que la
contrarrevolución en ciernes, entran en contradicción con el aparato del
Estado construido por la burguesía en sus largos años de dom inación polí­
tica y social. Es decir, que en su lucha para aolastar la contrarrevolución,
que se reviste de oposición, las masas chocan perm anentem ente contra un
Estado construido básicamente para resguardar los intereses de la reacción
burguesa ( . . . ) . Esta contradicción entre las masas y sectores im portantes
del aparato del Estado es una contradicción fundam ental porque a través
de ella se expresa la lucha por el poder entre la burguesía y el proletariado”
(Punto Final, 6 de junio de 1972) . En cambio, la declaración objetada in­
siste acertadam ente en “disuadir y arrinconar la contrarrevolución” ; esto
es la correcta forma de lucha de las masas organizadas contra la burguesía
m onopolista.
P ara ello las masas deben ser la m ayoría organizada y utilizar el poder
m aterial del Estado y del Derecho que conquistaron parcialm ente en 1970.
Es clecir, la lucha del proletariado por el poder debe ser planteada a p artir
de la alianza de clases y las posibilidades y limitaciones que presenta el m ar­
co legal-institucional.
El proceso revolucionario ha sido analizado por los partidos de la UP
en dos cónclaves. En El Arrayán genero 72) se denunciaron los errores en
la conducción política, destacando la im portancia que tiene la lucha ideo­
lógica para superar el estancam iento político y profundizar la política eco­
nómica. A unque la Izquierda retom ó la iniciativa política no se clarificó
suficientem ente la conducción política de la lucha de clases. Por lo tanto,
no se logró desarrollar nuevos contenidos y formas de la movilización de
masas. El Cónclave de Lo C urro (m ayo/junio 72) surge de la necesidad de
definir la línea táctica y operacionalizar los acuerdos logrados en el cóncla­
ve anterior, con el fin de acum ular fuerzas en miras a u n posible plebiscito
y a las elecciones parlam entarias de marzo del 73. H ubo unanim idad en
rechazar la tesis del M IR sobre el supuesto fracaso del Gobierno Popular
y el reformismo de la U nidad Popular. Sin embargo, sería erróneo concluir
que el enemigo principal está ahí. El enfrentam iento principal se da día
po r día entre las masas y el im perialism o aliado con los m onopolios nacio­
nales. Para unir las masas hay que desterrar las prácticas burocráticas e

42
im pulsar la organización de la lucha de las fuerzas trabajadoras. En Lo Cu­
rro la U P analiza los problem as provenientes de la crisis de crecim iento de
una economía en expansión, pero no define claram ente la política econó­
mica para avanzar en la desarticulación del sistema capitalista. Se acuerda
enviar proyectos de ley sobre el delito económico, sobre probidad de fun­
cionarios públicos y sobre facultades extraordinarias circunscritas para el
Presidente de la República. Sin embargo, el resultado principal del cón­
clave surge de la proposición com unista de dar un “golpe de tim ón” que
permitiese fortalecer y am pliar la alianza de clases. La nueva línea política
se m uestra de m anera más directa en las conversaciones que inician el Pre­
sidente A llende y la directiva de la U nidad Popular con la directiva de la
Democracia Cristiana. Su objetivo inm ediato es la superación de la crisré
provocada en torno a los vetos presidenciales al proyecto de reform a consti­
tucional sobre las tres áreas económicas. La paralización política aparece
bajo un aspecto técnico-constitucional: si la simple mayoría de los miembros
de ambas Cámaras es suficiente para hacer prevalecer el proyecto de refor­
m a constitucional aprobado por el Congreso por sobre los vetos presiden­
ciales. El G obierno argum enta que la simple m ayoría basta para rechazar
los vetos, pero no para im poner la voluntad de la simple m ayoría parla­
m entaria por sobre la opinión del Poder Ejecutivo. En caso de que el Con­
greso no reúna la mayoría de los dos tercios de sus miembros en ejercicio
para insistir en su criterio no hay norm a. Por últim o, tratándose de un con­
flicto de interpretación de normas constitucionales la m isma Constitución
prevee el T rib u n a l C onstitucional (art. 78?) como autoridad que conoce
la contienda.
La oposición identifica el rechazo de los vetos con la aprobación del
proyecto del Congreso y solicita que la disputa sea dicidida m ediante ple­
biscito. Estando claro, por u n lado, que la consulta a los ciudadanos es una
facultad discrecional del Presidente (Art. 109?) y que no puede versar so­
bre técnica legislativa sino sólo sobre las m aterias controvertidas y, por el
otro lado, qua la mayoría parlam entaria insiste sobre sus criterios, existe
el peligro de un enfrentam iento institucional cuyo desenlace nadie puede
prever. Detrás de la apariencia jurídica existe una controversia política,
una cuestión de poder. La oposición trata de restringir las atribuciones del
Poder Ejecutivo y así im pedir la constitución de un área social que deter­
m ine el desarrollo del sector privado; el gobierno trata de defender las fa­
cultades que le otorgan las norm as vigentes que heredó, justam ente como
instrum ento para construir y orientar el área social como germen de un m o­
do de producción socialista. Frente a la posibilidad de un conflicto de Po­
deres, la U P y el PDC acuerdan buscar un entendim iento que posibilite
una política de cambios reales dentro del régim en institucional. A unque
persigan objetivos diferentes, las razones son obvias: por una parte, existen
ciertas concordancias sobre la m ateria, por otra parte, la vigencia de la es­
tru ctu ra institucional favorece a ambos en la actual coyuntura. A la UP
porque la correlación de fuerzas le es desfavorable para un enfrentam iento
frontal y tiene su instrum ento básico para la lucha de las masas en el apoyo
del Poder Ejecutivo; el PDC porque no tiene ni u n a alternativa política ni
la iniciativa estratégica, pero calcula poder reconquistar la Presidencia en
las elecciones de 1976. Sobre esta base las directivas de la U P y de la De­
mocracia C ristiana logran un acuerdo inicial sobre diversos puntos que no
llegan a ser formalizados. Fracasadas las negociaciones, el Gobierno Popular
envía al Parlam ento proyectos de ley sobre las m aterias que habían contado
con el acuerdo dé la dirigencia'dem ócratacristiana: actividades económicas re­
servadas al Estado; participación de los trabajadores en el área social y en

43
el área m ixta con propiedad estatal m ayoritaria; sistema nacional de auto­
gestión; garantías a los pequeños y m edianos propietarios de predios agríco­
las, de actividades comerciales y de industrias extractivas.

Esbozo de una nueva etapa

¿Qué significado tiene la nueva etapa en la política de la UP? Es evidente


que los partidos nunca son unidades monolíticas, que un acuerdo entre
partidos es la convergencia entre concepciones m ayoritarias mediatizadas por
determ inados grupos en determ inada coyuntura y no la suma num érica de
m ilitantes y electores. Es decir, un posible acuerdo entre la directiva demo-
cráta-cristiana y los sectores predom inantes en la U P es ante todo norm a­
tivo y no el reflejo inm ediato de la lucha de clases. De igual m anera el
debate y enfrentam iento dentro d e 'la izquierda entre diferentes concepcio­
nes y tendencias no puede ser simplificado a una polarización de organiza­
ciones (PC versus M IR ) o consignas (avanzar o consolidar) que en tal
u n ilateralidad no existen. Sin embargo, es difícil desarrollar la lógica in ter­
na de cada tendencia en su relación con cada una de las otras tendencias y
en su propia com plejidad social. Esta aclaración previa excusará el esque­
m atismo de las siguientes glosas marginales.
1. Sobre la base de la institucionalización de la lucha de clases a p artir
del Frente Popular, pareciera im ponerse la tesis de que en Chile toda trans­
formación social requiere la “mayoría institucional”. Para la U nidad Popu­
lar eso implica, por una parte, llegar a un acuerdo táctico o estratégico
con el PDC p ara obtener la m ayoría en el Parlam ento y, por otra parte,
ganar en las elecciones parlam entarias de 1973. Ambas cosas no pueden ser
juzgadas separadam ente. La negociación de la U P con el sector centrista de
la Democracia C ristiana no comienza en mayo sino ya en abril, cuando to­
dos los partidos introducen u n a m oción que m odifica la Ley de Elecciones,
perm itiendo pactos electorales entre partidos al nivel nacional. El objetivo
de la U P parece ser avanzar dentro del régim en legal-institucional con la
realización del Program a Básico, prim ero con el apoyo parlam entario del
PDC y después de las elecciones de 1973 con m ayoría propia, De ahí la im ­
portancia del fallo del T rib u n a l Calificador de Elecciones a mitades de
junio perm itiendo Partidos Federados o Federaciones y Confederaciones.
Sin embargo, las elecciones de 1973 perderían relevancia para la U P en la
m edida en que la mayoría institucional estuviera garantizada por un acuerdo
estratégico con la Democracia Cristiana.
2. El concepto de mayoría institucional significa centrar las fuerzas
m ayoritarias del país en torno a u n frente de partidos. Im pulsada por la
directiva del P artido Comunista, pareciera im ponerse una política de “rea­
grupación de fuerzas en favor de cambios” basada en:
a) La estabilización de la política económica: avanzar en el combate
anti-m onopolista (91 empresas) consolidando el área social como fuente
principal del excedente social y, en lo fundam ental, estabilizar el proceso
de producción m ediante medidas financieras-monetarias. Es decir, se trata
de reorganizar el funcionam iento capitalista de la economía sobre la base
de un bloque de empresas estatales con el fin de reestablecer el habitual n i­
vel de consumo, la disciplina laboral (productividad, incentivos materiales)
y la certidum bre económica (tasa de inversiones).
b) La legalidad: el “golpe de tim ón” parte del supuesto deterioro del
gobierno de Allende y del alejam iento de grupos sociales cercanos a la po­
lítica de la UP, provocado en parte por la imagen de ilegalidad y anarquía

44
levantada por los medios de com unicación conservadores. De ahí el interés
del Gobierno P opular por ratificar la legalidad de su acción m ediante una
nueva legislación, encauzar la lucha de clases por los mecanismos legales vi­
gentes y desplazar la reacción fascista a la ilegalidad. A plicando con m áxi­
mo rigor el principio de legalidad en todo su formalismo, se pretende dis­
ciplinar las fuerzas trabajadoras y recuperar la confianza de los pequeños
y m edianos empresarios y comerciantes.
c) La eficiencia adm inistrativa: puesto que las prim eras medidas no
habrían logrado aum entar (electoralmente) el apoyo político, la fu tu ra la­
bor gubernam ental debiera ser más eficiente. Los criterios para increm entar
la eficiencia de la adm inistración pública (y sobre todo de las empresas es­
tatales) no parecen ser otros que una progresión cuantitativa de la raciona­
lidad capitalista: mayor disciplina, mayor rendim iento, mayor producción.
La indeterm inación sobre los cambios a realizar no produce un cambio cuali­
tativo de los criterios de eficiencia.
3. Estabilizar la política económica, reestablecer la confianza política,
aum entar la eficiencia de trabajo, son objetivos destinados a re u n ir las fuer­
zas m ayoritarias aislando la m inoría im perialista y m onopolista en el país,
recuperando los sectores burgueses pertenecientes a la UP, conquistando
aliados entre la burguesía no m onopolista y neutralizando los sectores ca­
pitalistas opositores. Definiendo al im perialism o y a los m onopolios como
los enemigos principales, la actual coyuntura exige desarrollar un denom i­
nador común capaz de aglutinar todos los que están en favor de cambios
estructurales p ara generar una correlación de fuerzas favorables al Gobier­
no Popular. Esta m eta es resum ida nítidam ente por Víctor Díaz en su in­
forme al Pleno del P artido Com unista a fines de junio. “La esencia de esta
línea consiste en la capacidad de definir adecuadam ente los enemigos p rin ­
cipales y dirigir contra ellos el golpe más duro, transform ando a la clase
obrera, sobre la base de la un id ad socialista-comunista, en u n a fuerza capaz
de tom ar en sus m anos las reivindicaciones legítimas de todo el pueblo.
Sólo así es posible ganar aliados, o al menos neutralizar a los sectores del
pueblo que no es posible u n ir a generar una correlación de fuerzas favora­
bles al pueblo, crear las condiciones para qiie ésta reúna más fuerzas que
sus enemigos. Esta línea es la que está condensada, desde el punto de vista
estratégico como de la táctica adecuada a la situación histórica chilena, en
el Program a Básico de la U nidad P opular”. En esta perspectiva deben ser
analizadas las im plicaciones de los objetivos indicados en el p u n to anterior.
a) La reorganización del funcionam iento económico, la restauración
de la legalidad form al y la prioridad de la eficiencia adm inistrativa, parecen
perseguir un doble fin: conquistar las capas burguesas no-monopolistas y
fortalecer al aparato civil-militar como los pilares de u n a m ayoría institu­
cional. R eferente al prim er objetivo, se trata de crear la confianza econó-
m ica-política que garantice las expectativas sociales de estos grupos. Cabe
preguntarse si en u n período que se define constantem ente en vías hacia
la construcción del socialismo es posible ganarse la confianza de sectores
del capital privado sobre la base de criterios de racionalidad capitalista que
justam ente se proclam a superar. R eferente al segundo objetivo, se trata de
asegurar el apoyo de las instituciones m ilitares y estructurar el aparato del
Estado capaz de construir u n a economía socialista. No significa sino reto­
m ar la tesis sobre el predom inio de la estructura política sobre la base eco­
nóm ica (para el caso chileno) y apoyarse en la sobreestructura jurídico-
institucional para transform ar las relaciones socioeconómicas. Si no hay d u ­
da acerca de la lealtad constitucional de las Fuerzas Armadas como pilar
decisivo de u n a m ayoría institucional, cabe preguntarse nuevam ente si se

45
ru e d e iniciar la transform ación de la sociedad apoyándose en el aparato
estatal en forma independiente de la lucha de la clase obrera por el poder.
En otras palabras: ¿cuál es la autonom ía relativa del aparato de Estado bajo
las actuales condiciones y metas?
b) En caso de que la estrategia de la “m ayoría institucional” radique
en el apoyo político de la burguesía no-m onopolista y de la adm inistración
civil-militar, la lucha de clases quedaría relegada a un segundo plano. La
estabilización económica significa la disciplinación del m ovim iento obrero
e incluso su represión en caso de que peligre la imagen de legalidad. La
desmovilización de la lucha proletaria im plica u n a despolitización de las
masas asalariadas, lo que es idéntico a u n a politización de derecha. Si la
conciencia de clase surge de la lucha de clase y es conciencia de lucha de
clase, la desmovilización de las masas corresponde a la movilización de la
Derecha que requiere justam ente una masa apolítica. Frenar ahora la lucha
de clases parece tanto más peligroso, en cuanto recientem ente la C U T (en
su prim era elección directa, personal, y universal de la directiva demostró
las posibilidades favorables para u n a mayor unidad de la clase obrera más
allá de las fronteras partidistas. U na política de “unidad, eficiencia, disci­
p lin a” (Pleno del P. C., junio 72) no está exenta de riesgos, si no es asu­
m ida subjetivam ente por las fuerzas trabajadoras como interés objetivo de
la lucha para su emancipación.
c) Si la destru cció n de los m onopolios ex tran je ro s y nacionales con­
duce a la construcción de u n A rea de P ro p ied a d Social sin cam bio de las
relaciones sociales de prod u cció n , el E stado seguirá siendo m o to r del p ro ­
ceso de rep ro d u cció n capitalista. Sólo en la m ed id a en q u e el p o d er estatal
sea sustraíd o al proceso de valorización del cap ital privado, es posible in i­
ciar la construcción d el socialismo. Si el área social sigue in c o rp o rad a a
la econom ía de m ercado y, p o r lo tan to , es en su co n stitu ció n d e te rm in a d a
desdé a fu era p o r el cap ital p rivado, se d esarro llárá u n capitalism o de Es­
tado. T a l m odo de p ro d u cció n n o p u ed e ser juzgado en abstracto, sino que
debe ser valo rad o a la luz de la estrategia n acional e in te rn a c io n a l del m o ­
v im ien to p ro letario .
d) De ahí surge la pregunta fundam ental frente a la actual situación
política: si hay un cambio en la política de la U P ¿es de orden táctico o es­
tratégico? M ientras que las negociaciones entre el G obierno y el PDC fue­
ron interpretadas por ambas partes como un pacto táctico, la realización de
lo tratado im plicaría más bien una coalición estratégica. A unque las con­
versaciones no tuvieron éxito, dem uestran la gran madurez política de la
U nidad Popular y de la prim era fuerza de oposición. El carácter positivo
de la discusión y negociación fue perturbado por la form a en que se lle­
varon a cabo. El secreto de las reuniones, reforzado por el tratam iento técnico
en que se presentaron las materias, revelan un estilo político que renueva
en las masas el sentim iento de que “las cosas son decididas arrib a”. Para
liberar al individuo real de la im potencia del ciudadano abstracto (cuya
participación política se lim ita a em itir un sufragio) hay que rom per el di­
vorcio entre el pueblo y sus representantes. U na m anera de atacar al Estado
representativo como quintaesencia del Estado burgués es desarrollar cana­
les de cpmunicación de doble flujo. Surge un diálogo social que define la
finalidad del trabajo de la sociedad; liberar el trabajo de su alienación im­
plica tom ar conciencia del objetivo de la actividad hum ana. En este sentido
es urgente seguir clarificando las metas del proceso. En su discurso del 19
de mayo de 1972, el Presidente Allende enfatizó la necesidad de “entender
bien, saber dónde vamos, qué m eta debemos alcanzar en esta etapa. Yo he
dicho honestam ente: El Gobierno que presido no es un Gobierno socia-

46
: -ta. El program a de la U nidad, P opular no es un program a socialista. Pe-
ro el Gobierno y el progreso inician la construcción socialista y tenemos
que ir afianzando firmemente, ir poniendo cada ladrillo del futuro edificio
con dolor, con sudor, con esfuerzo, sin sangre, pero con la decisión de
derram arla si es necesario, camaradas”. (El Siglo, 3 de mayo de 1972). No
sobran palabras para insistir en la meta, las etapas y los mecanismos que
orientan la política de la UP. No se trata ni de verbalismo revolucionario
ni de reem plazar las palabras por los hechos. Si los juicios academicistas
son aburridos, tam bién es cierto que los hechos no hablan de por sí. La pa­
labra, la comunicación, la comprensión y explicación de los hechos es in­
dispensable para que las masas y cada individuo asuman el proceso como
'iijeto histórico. Recién un esclarecimiento de la perspectiva estratégica
perm ite a los trabajadores definir la táctica correcta. M ientras que la lucha
de las masas no signifique (al nivel objetivo y subjetivo) la realización de
la clase obrera como clase dom inante, falla la conducción política de los
partidos populares. Si errores de la conducción política provocan confu­
sión, la ausencia de conducción política im plica la m anipulación de las
masas y significa que el proletariado no tiene la hegemonía para dirigir
una alianza de clases. Como consecuencia, la destrucción del sector mo­
nopolista sería pagada con el fortalecim iento de la burguesía no-monopo­
lista que sé apoyaría económicamente en el área privada capitalista y en la
distribución desigual del ingreso e ideológicam ente en el m undo mítico
no cuestionado de la vieja oligarquía.
4.—Las posibles consecuencias señaladas rem iten al Program a Básico.
Su realización requiere una alianza de clases bajo la hegemonía del proleta­
riado cuya lucha derrota el dom inio de los m onopolios y terratenientes e
inicia la construcción del socialismo. Ambos objetivos de lucha confluyen
en la transform ación de las relaciones sociales de producción. R evolucionar
las relaciones de producción capitalista en el área social es lo decisivo. El
cambio de las relaciones de producción como consecuencia del cambio de
las relaciones de propiedad solamente surge de la lucha de las masas asa­
lariadas. Para derrotar la reacción im perialista y m onopolista hay que im­
pulsar la lucha de clases. En el V Pleno del m a p u (junio de 1972) el Se­
cretario General, Jaim e Gazmuri, enfatizó la ausencia de las masas. “Noso­
tros pensamos que el principal error nuestro, que la principal deficiencia
de la U P y del Gobierno, que la cuestión que nos im pide convertir en un
apoyo más sustancial que el que tenemos las enormes transform aciones re­
volucionarias que este Gobierno ha hecho, es que desarrollamos un estilo
político que no toma en cuenta suficientem ente a las masas y su potencial
inmenso de combate. Se confunde el respeto a la legalidad con el legalismo,
la necesidad de eficiencia con el burocratismo, la mantención del orden
con el inm ovilism o de las masas”. (El Siglo, 28 de junio de 1972. Subrayado
por N. L .) .
¿Qué se gana cuando el poder estatal adquiere empresas en las oficinas
y los obreros no lo sienten como una conquista de ellos, que el aparato
estatal es su instrum ento para cam biar su “condición obrera”? No hay área
social sin cambio de las relaciones de producción, sin cambio de las rela­
ciones de producción no hay desarrollo de las fuerzas de producción, sin
desarrollo de las fuerzas productivas del área social no se logra quebrar el
sistema capitalista y hacer irreversible el proceso de transform ación. El
m a pu en el m encionado Pleno enfatizó: “No hay posibilidad de dirección
industrial, de plan de desarrollo de la economía, sin control obrero de los
centros fundam entales de la producción. Plan, dirección y control obrero
son tres aspectos de un mismo problem a y no podemos resolver los proble-
mas de la planificación como la resolvían los gobiernos burgueses. Deci­
mos e insistimos en la dirección de la economía social como el nervio y
m otor del desarrollo del país. Tenem os que dar un salto gigantesco en estos
tres niveles: control obrero, dirección industrial y plan de desarrollo del
país”. (El Siglo, 29 de junio de 1972). Realizar la conducción política de
la clase obrera a través del control obrero y una planificación proletaria
requiere la incorporación del Estado y del Derecho a la lucha de las masas.

IV. UNIDAD PO PU LA R, R EV O LU C IO N Y LEGALIDAD

Hemos considerado la concepción program ática de la denom inada “vía


legal”, posteriorm ente hemos presentado la labor del gobierno de Salvador
Allende en los prim eros 18 meses, para finalm ente describir someramente
las consecuencias y las perspectivas de la política de la U nidad Popular.
Cabe ahora abordar la tensión entre lo político y lo económico que se vis­
lum braba en la interpretación anterior. Situar la estructura jurídica-institu-
cional en un esquema general del desarrollo de las contradicciones en la
sociedad chilena tiene poco poder inform ativo. Por lo tanto parece opor­
tuno recordar brevem ente el desdoblam iento de la sociedad burguesa en
Sociedad Civil y Estado para percibir en qué m edida el proceso revolucio­
nario conlleva una contradicción del Estado y del Derecho burgueses con­
sigo mismos. El núcleo clel proceso, sin embargo, radica en la cuestión del
poder y cómo es tratada por la clase obrera. En esta perspectiva debemos
enfocar el interrogante central de nuestro tema: la m ediación entre el ré­
gim en legal-institucional y la lucha de las masas por el poder.

Un esquema interpretativo

F rente a la com plejidad del proceso social nos preguntam os siempre por su
lógica interna. Interrogar la estrategia de la “vía legal” por sus im plican­
cias no es, pues, una m era evaluación del costo social, sino un intento por
diferenciar los acontecimientos esenciales de los hechos accidentales para
precisar y estudiar las contradicciones en desarrollo. Se trata de determ i­
nar la racionalidad propia del proceso de vida de la sociedad, desplegando
teórica y prácticam ente los elementos sociales en movimiento. Encontrare­
mos entonces que la racionalidad concreta de la situación concreta es definida
por el antagonismo de dos lógicas que condicionan el proceso de transform a­
ción de la sociedad capitalista y determ inan el m om ento de ru p tu ra e
irreversibilidad. En este sentido B ettelheim habla de dos dialécticas: una
de circularidad, determ inada por la reproducción y la negación-conserva­
ción, otra de transform ación determ inada por la lucha de clases y la nega­
ción-destrucción. En form a similar, Lelio Basso en su conferencia de San­
tiago, habló de dos lógicas en pugna que se expresan en la lucha de clases.
Desde ese p u n to de vista planteam os la hipótesis de que el desarrollo de
relaciones de producción socialistas es la negación-destrucción, que desa­
rrollándose a p artir y dentro de una economía capitalista, es el elemento
de ru p tu ra.
En términos generales, la contradicción fundam ental de la formación
social chilena existe entre el posible desarrollo de las fuerzas productivas
y la disposición privada sobre la riqueza social. Esta contradicción entre
la producción social y la apropiación capitalista tiene su aspecto princi­

48
pal en el cambio ele las relaciones sociales de producción. Sólo éste y, por
consiguiente, la transform ación de las relaciones jurídicas e ideológicas,
perm ite la socialización real de las fuerzas de producción. En concreto
ello significa que la lucha de clases se centra sobre el cambio de las rela-
rijties de producción capitalistas, cuyo aspecto principal se m anifiesta bajo
la forma de un antagonism o entre las masas m ayoritarias y la m inoría m o­
nopolista-latifundista. Frente a esta contradicción el antagonism o entre
burguesía y proletariado reviste en esta fase un aspecto secundario. El p ri­
mado de la política sobre la economía im plica que la base objetiva de la
alianza de clases determ ina el desenvolvimiento ele las contradicciones en
el desarrollo ele las fuerzas productivas. La expansión cualitativa de las
fuerzas productivas requiere la destrucción de la dom inación de los m o­
nopolios extranjeros y nacionales y de los terratenientes y la creación de
nuevas relaciones sociales cíe producción. En esta perspectiva, la lucha de
clases por el poder tiene su aspecto principal prim ero en la estructura ju-
1 ídico-institucional, o sea, en el empleo del aparato estatal y del sistema
legal por parte de las masas asalariadas contra el poder económico del gran
capital. En u na segunda fase, el aspecto principal de la lucha de clases ra ­
dica en la construcción de nuevas relaciones de producción. Es decir, el
prim ado de lo político requiere ahora como base ele una nueva estructura
de poder: la constitución de relaciones de producción socialistas como m o­
tor de la organización proletaria. En otras palabras: aunque em pleando el
Estado y el Derecho burgueses, es entonces el control real y efectivo de la
clase obrera sobre la riqueza social básica el que define la cuestión del
poder.

Función del Estado en el capitalismo

H ablando de la relación entre lo político y lo económico debemos espe­


cificar lo que entendem os bajo Estado en determ inado m odo de produc­
ción. U na concepción frecuente reduce el Estado a tres elementos:
1) El Estado es una m áquina de poder; 2) el Estado es una creación
o invención de la clase dom inante; 3) en cuanto aparato represivo que ga­
rantiza u n poder económico, el Estado no varía sustancialm ente en la tran­
sición de una formación social a otra. La teoría m arxista objeta el prim er
elem ento por reducir la política a la simple fuerza; el segundo elem ento
por reem plazar las bases m ateriales por actos de voluntad; el tercer ele­
m ento por descartar el análisis histórico. Para situar al Estado en la con­
tradicción entre producción social y apropiación capitalista hay que p artir
de la economía política.
El m odo de producción capitalista tiene dos características esenciales:
que todos los productos del trabajo social adquieren la form a de m ercan­
cía y que todos los procesos sociales de producción sirven a la producción de
plusvalía. Condición de la producción m ercantil en general es la forma
determ inada de la división social del trabajo en tipos de trabajos útiles y
concretos; la relación social entre los productores surge a través de su in ­
dependencia unos con otros y su dependencia recíproca. La dependencia
entre trabajos m aterialm ente diferentes expresa que los productores direc­
tos producen dentro de una relación social en la cual la producción de
cada uno depende de la producción de todos. Sin embargo, los productores
directos no com prenden el carácter social de su trabajo ele m anera inm e­
diata, sino sólo m ediatizado a través del intercam bio de los productos con­
cretos-útiles (valor de uso) en el mercado, donde los bienes se oponen en

4.—CEREN 49
cuanto equivalentes, es decir, en cuanto producto de trabajo hum ano abs­
tracto (valor de cam bio). Al aparecer el carácter social solam ente a pos-
teriori m ediante el intercam bio de bienes, aparece como algo externo, exis­
te como m era relación entre cosas.
El proceso social de reproducción presupone la distribución propor­
cional del trabajo total según las diferentes ramas de trabajo, según la
cantidad y calidad de las necesidades sociales. Pero si el carácter social de
cada trabajo particular es m ediado sólo posteriorm ente a través del in­
tercambio, tampoco la distribución del trabajo social total puede resultar
de un proceso organizado conscientemente por los productores, sino que
se im pone tras sus espaldas con fuerzas casi naturales. Ello significa que la
distribución proporcional del trabajo social total según los diferentes sec­
tores de producción se im pone solamente como la tendencia a equilibrar
los desequilibrios producidos.
La producción m ercantil capitalista im plica que la producción de m er­
cancías h a llegado a ser la form a predom inante de producción y que se ha
desarrollado u n a form a específica de división social del trabajo; la división
entre capitalista y obrero asalariado. El carácter social del obrero se m a­
nifiesta abiertam ente cuando aparece bajo la forma de cooperación de un
m ayor núm ero de obreros bajo la b atu ta de un mismo capital. En el desa­
rrollo del m odo de producción capitalista este carácter social del trabajo
se im pone como tendencia hacia la socialización de la producción y, por
ende, del trabajo. Pero esta socialización creciente queda pendiente de la
subsunción real del trabajo bajo el capital, m ientras que sim ultáneam ente
para los capitalistas (que se enfrentan en el m ercado como poseedores in ­
dividuales de mercancías) sigue reinando la anarquía de la producción.
T o d a producción social requiere cierto marco de condiciones necesarias
para la m antención del proceso de producción. Estas condiciones deben ser
producidas como condiciones necesarias de la misma producción social, es
decir, la sociedad debe gastar parte de su tiem po de trabajo disponible en
su realización. Por otra parte, la anarquía en la distribución capitalista del
total disponible de tiem po de trabajo según los diversos sectores de produc­
ción im pide que los trabajos comunes del proceso de producción puedan ser
realizados en com unidad. Ello significa que, por un lado, la socialización
de la producción requiere tareas comunes, pero que, por el otro lado, la
form a específica de tal socialización bajo condiciones capitalistas im pide
su solución en com unidad. Esta contradicción provoca el desdoblam iento
de Estado y Sociedad Civil, enfrentando el Estado la sociedad de particu­
lares en cuanto encarnación del interés general. La organización de las
tareas sociales necesarias que no puede realizar una sociedad de individuos
particulares que se relacionan sólo a través del mercado, exige al Estado
como “existencia especial junto a la sociedad civil y al margen de ella”
(M a rx ).
Surge así el Estado como la función de crear las condiciones generales
necesarias para m antener la reproducción social, condiciones que se am plían
con la expansión de la producción. A quí reside la base m aterial para la
intervención estatal directa en la economía; intervención que en la fase
del capitalism o m onopólico de Estado se transform a en incorporación total
del Estado al proceso de reproducción social. La prim era función del Esta­
do: form ar las condiciones sociales requeridas por el proceso de reproduc­
ción capitalistat rem ite a la segunda función: armonización y/o represión
de la lucha de clases.
Por razones históricas los clásicos textos marxistas enfatizan esta se­
gunda función. Como producto de la independización social de la propie­

50
dad privada y del carácter irreconciliable del antagonism o de clases, se de-
-irro lla el Estado como “un poder situado aparentem ente por encima de
la sociedad y llam ado a am ortiguar el choque” (E ngels). El carácter re­
presivo del Estado prevalece en el grado en que el m ovim iento obrero
crece y choca violentam ente con el orden establecido por el capital. Es en
esta perspectiva histórica que L enin ataca el reformismo socialdemócrata y
enfatiza la violencia institucional del Estado. “El Estado es un órgano de
dom inación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la
creación del ‘orden’ que legaliza y afianza esta opresión, am ortiguando los
choques entre las clases” (El Estado y la R ev o lu ció n ).

Contradicciones del Estado y del Derecho burgués

El aparato estatal cum ple ambas funciones indicadas para conservar la so­
ciedad de clases bajo la dom inación del capital privado, o sea, en definitiva
para reproducir las relaciones de producción capitalistas. Considerando la
“síntesis de la sociedad burguesa bajo forma de Estado” (Marx) ¿qué sig­
nifica para el proletariado plantear la tom a del poder en el marco del ré­
gimen institucional burgués?
Partiendo de la función que cum ple el Estado en el proceso de pro­
ducción y reproducción del capital privado, el análisis debiera orientarse
al entrelazam iento entre el aparato estatal y los monopolios, a los mecanis­
mos de la intervención estatal en el proceso de valorización del capital, a
las m aterias que regula el derecho positivo y a la influencia de las nor­
mas sociales, a las funciones ejercidas por el m ito de la legalidad; y a p artir
de allí estudiar el uso alternativo que pudiera hacerse del sistema legal-
institucional para desorganizar, el funcionam iento capitalista de la sociedad.
Ello im plica un cambio en el funcionam iento económico y político. Signi­
fica crear las condiciones sociales necesarias para una acum ulación de capi­
tal socialista m ediante la constitución de un área social, donde la fuerza
trabajadora controle real y efectivamente las principales actividades es­
tratégicas del país. Se trata de “disfuncionar” al Estado (aparato estatal y
aparatos ideológicos del Estado) para cambiar las relaciones sociales de
producción. Y, cam biando las relaciones de producción capitalistas, trans­
form ar la estructura de poder. Se trata, por tanto, tam bién de “disfuncio­
n ar” al Estado en cuanto afianza el orden, am ortiguando los choques entre
las clases, para poder oprim ir la clase obrera. Al contrario, es necesario
que im pulse la lucha de clases, reprim iendo la m inoría burguesa-monopolis­
ta para poder destruir el orden capitalista.
La especificidad de la lucha de clases en Chile radica en el hecho de que
las organizaciones proletarias penetraron parcialm ente al Estado y al De­
recho, quebrando su imagen de árbitro y de poder situado aparentem ente
por encima de la sociedad y sus antagonismos. De ahí que ahora el desa­
rrollo relativam ente avanzado de la estructura jurídico-institucional provoca
dos contradicciones fundam entales, que la lucha de las masas va im pul­
sando y que, a su vez, agudizan la lucha de clases.
En prim er lugar, cabe destacar la contradicción en que entra el Estado
consigo mismo. El Estado m oderno surge con la independización de la
propiedad comunal-feudal en propiedad privada sobre los medios de pro­
ducción como coordinador entre Sujetos particulares en representación de
ciudadanos abstractos. A rriba fue indicado cómo la expansión de la es­
cala de producción requiere la progresiva intervención directa del Estado
en las formas de producción y consumo de la riqueza social.

51
‘El representante oficial de la sociedad capitalista, el Estado, tiene
que acabar haciéndose cargo del m ando de la producción”. Y a pie de pá­
gina Engels acota: “Y digo que tiene que hacerse cargo, pues la nacionali­
zación sólo representará un progreso económico, un paso de avance hacia
la conquista por la sociedad de todas las fuerzas productivas, aunque esta
m edida sea llevada a cabo por el Estado actual, cuando los medios de pro­
ducción de transporte se desbordan ya realm ente ele los cauces directivos
de una sociedad anónim a, cuando, por tanto, la m edida de nacionaliza­
ción sea ya económicamente inevitable”. Decisivo es el desarrollo que Engels
bosqueja a continuación. “Pero las fuerzas productivas no pierden su con­
dición de capital al convertirse en propiedad de las sociedades anónim as y
de los trusts o en propiedad del Estado. Por lo que a las sociedades anó­
nim as y a los trusts se refiere, es palpablem ente claro. Por su parte, el Es­
tado m oderno no es tampoco más que u n a organización creada por la so­
ciedad burguesa para defender las condiciones exteriores generales del mo­
do capitalista de producción contra los atentados, tanto de los obreros como
de los capitalistas aislados. El Estado m oderno, cualquiera sea su forma, es
u n a m áquina esencialmente capitalista, es el Estado de los capitalistas, el
capitalista colectivo ideal (subrayado por N. L .) . Y cuanto más fuerzas
productivas asum a en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista
colectivo y tanta m ayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros
siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos
de abolirse con estas medidas, se agudiza. Mas, al llegar a la cúspide, se
derrum ba. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es la
solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el re­
sorte p ara llegar a la solución”. Transform ado en capitalista colectivo real,
el Estado entra en contradicción consigo mismo en cuanto garante de la
propiedad privada. Es lo que en 1877 preveía Engels al señalar el carácter
transitorio y precario de esta fase. “Y, al form ar cada vez más la conversión
en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción,
señala ya por sí mismo el camino por el que esa revolución h a de p rodu­
cirse. El proletariado tom a en sus manos el Poder del Estado y comienza
por convertir los medios de producción en propiedad del Estado” 21. Pero
entonces ya no es propiedad del Estado burgués separado de la sociedad,
sino del Estado popular en el cual ha entrado concreta y m asivam ente la
Sociedad. Hoy la teoría del capitalismo monopólico de Estado in ten ta ex­
plicar por qué el Estado convertido en capitalista colectivo real no provoca
la destrucción profetizada del Estado burgués. En este contexto merece
atención el proceso iniciado por la U nidad P opular cuando el Estado no
sólo nacionaliza los grandes monopolios, sino trata de im pulsar sim ultánea­
m ente el control obrero sobre los medios de producción. La lucha por la
propiedad estatal sobre las actividades económicas estratégicas, o sea, el
Estado como capitalista colectivo, aparece solamente como . prerrequisito
para instaurar un área social con nuevas relaciones de producción. Cam ­
biando la base económica cambia la naturaleza del Estado. Este parece ser
el postulado im plícito: de la socialización de la producción a la socializa­
ción del poder.
En segundo lugar y de m anera similar, la ley burguesa como expresión
form al y abstracta de relaciones económicas capitalistas entra en contra­
dicción consigo misma al cam biar las relaciones de producción que regula­
ba 22. En cuanto norm a general y obligatoria legalizaba relaciones de pro­

21 F. Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico. M adrid 1968, p. 78 ss.


22 N . Lechner: Principio de legalidad y participación popular, en C ER EN : Justicia de clases, V alpa­
raíso, 1972.

52
ducción capitalistas y afianzaba el poder de la burguesía como orden. En el
prim er tomo de El Capital escribe M arx que “la centralización de los me­
dios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que
se hacen incom patibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos.
H a sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropia-
dores son expropiados ( . . . ) • Es la negación de la negación. Esta no res­
taura la propiedad privada ya destruida, sino u n a propiedad individual
que recoge los progresos de la era capitalista: una propiedad individual
basada en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los
medios de producción producidos por el propio trabajo” 23. En cuanto ne­
gación de la negación que es la propiedad privada de capitalista, el proceso
revolucionario transform a el mismo concepto de ley. Es im portante desta­
car que la política de la U nidad P opular ataca no sólo el contenido clasista
de la ley, sino incluso su concepto en cuanto formalización de la propiedad
privada capitalista.
Expresando la violencia institucionalizada de la clase dom inante, la
ley burguesa se vuelve contra sí misma al ser em pleada contra la burguesía
y su base económica. El contenido m aterial de la ley choca con su forma
ideológica al perm itir justam ente su concepción formal y abstracta aplicarla
contra el capital. Sim ultáneam ente la forma de la ley choca contra el con­
tenido clasista, porque al poder ser em pleada por las masas contra la b u r­
guesía se disuelve su aparente neutralidad y objetividad. Así la lucha de
clases puede hacer jugar la dialéctica de forma y contenido para desarrollar
el antagonism o social en el mismo concepto de legalidad.

La cuestión del poder en la lucha obrera

A p artir de las contradicciones de clases en el seno del Estado y del Derecho


se vislum bra la perspectiva de la lucha de masas por el poder. En la fase
actual la estrategia proletaria oscila entre dos líneas políticas, según el dife­
rente énfasis que ponen sobre la necesidad de eficiencia y de transform a­
ción. Esquem atizando, la alternativa es: o tratar de ganar la lucha de clases
sobre la base de la eficiencia capitalista y comenzar las transformaciones
revolucionarias u n a vez ganado el poder, o bien: iniciar los cambios revo­
lucionarios para obtener la hegem onía en la lucha de clase. La prim era
enfatiza la necesidad de una adm inistración pública eficiente que responda
a las expectativas existentes (capitalistas), provocando el apoyo de las
masas m ayoritarias para conquistar el poder. Solamente ganando el poder
se podrían realizar las m edidas revolucionarias y el poder sólo se ganaría
aceptando criterios de eficacia, que (alienados, pero dom inantes) son con­
diciones objetivas del sistema capitalista a p artir de las cuales hay que
obrar concretamente.
La segunda alternativa es menos “realista” respecto a las condiciones
objetivas, argum entando que aceptándolas como marco de acción predeter­
m inado, el pueblo nunca puede hacer la revolución (necesaria no sólo
p ara conquistar el poder sino sobre. todo para transform arse a sí m ism o).
Considerando las expectativas y la eficiencia capitalistas como mecanismos
reproductores de la separación entre Sociedad y Estado, la segunda línea
enfatiza la necesidad de im pulsar el revolucionam iento de la sociedad. En
esta perspectiva saca de las revoluciones socialistas la conclusión de que
“em prender reformas radicales cuando la lucha de clases está en pleno

23 K. M arx: E l Capital, M éxico 19713 tom o I, p. 648 sg.

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apogeo es una de las m edidas más sensatas para ganar el poder político 2i.
P orque las masas solamente ganan el poder efectivamente en la m edida en
que cam biando las circunstancias se revolucionan ellas mismas, capacitán­
dose a ejercerlo directam ente. El esquematismo caricaturiza la com plejidad
de los planteam ientos, pero perm ite percibir los diferentes conceptos de
revolución implícitos. Se podría caracterizar el prim ero como “revolución
escalonada” y el segundo como “revolución ininterrum pida”. Cada u n a de
las concejpciones condiciona determ inadas tácticas y estrategias. A ser
cierta la recom endación de M aquiavelo de respetar las apariencias, porque
los pueblos se resisten al cambio de las formas, pero no a la transform ación
de la realidad si ella se da m anteniendo las formas acostumbradas, enton­
ces la prim era línea sería más prudente. Sin embargo, u n a política que
trata de cambiar el contenido y no la form a del Estado y del Derecho b u r­
gueses conlleva u n doble peligro. Apoyándose en el aparato estatal y el sis­
tem a jurídico vigentes las organizaciones populares despolitizan la lucha
de las masas y, a la inversa, la desmovilización de las masas refuerza la es­
tru ctu ra jurídico-institucional existente. La segunda línea, por su parte,
enfrenta la dificultad de tener que responder a necesidades inmediatas,
siendo que su proyecto de transform ación se basa en expectativas mayori-
tarias, pero difusas de “cambios”. Es decir, no se puede oponer al m undo
actual un contram undo futuro. Se trata, en cambio, de o¿>rar a p artir y
sobre la estructura dada para abolir la posibilidad de esta estructura, y la
posibilidad radica en la estructura misma: es el antagonism o que la desa­
rrolla. La am bición no es sino superar la contradicción entre capital y tra­
bajo asalariado como proceso de em ancipación de la clase obrera.

De la socialización de la producción a la socialización del poder

A p artir de la perspectiva de la lucha de las masas por el poder político


nos interrogam os por su mediación con el proceso contradictorio del Esta­
do y del Derecho antes indicado. La m ediación pareciera desenvolverse en
u n a doble dialéctica.
C uando en el gobierno están representantes de las masas asalariadas,
cuando ellas han conquistado parcialm ente al aparato estatal, cuando Es­
tado y Derecho burgués comienzan a entrar en contradicción consigo mis­
mos: ¿qué posibilidades y limitaciones ofrece el sistema jurídico-institucional
a la lucha de la clase obrera por la toma del poder? La lucha de clases pa­
reciera desarrollar una dialéctica entre proceso revolucionario y legalidad
burguesa en doble sentido:
1) L a dialéctica de legalidad e ilegalidad. A través del proceso de so­
cialización que im pone el sistema de valores burgueses la legalidad es sa-
cralizada como norm a objetiva, universal y eterna, retirada de la lucha
por el poder. En este sentido, el carácter formal y abstracto de la legalidad
burguesa oprim e la lucha de clases. M ediante la dialéctica de forma y con­
tenido arriba indicada el principio de legalidad descubre la base clasista
de su estructura ideológica y de su poder m aterial, revelándose como la vio­
lencia institucionalizada de una clase. En vez de oponer a la legalidad
burguesa una imagen de legalidad socialista futura se trata de im pulsar
la lucha de clases para que las masas en su combate por el poder com pren­
dan y desarrollen las contradicciones inm anentes a la legalidad burguesa.
Provocando y sancionando las acciones ilegales de los contrarrevoluciona-

24 Le D uan: La revolución vietnam itat Buenos Aires 1971, p. 18.

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rios, am pliando el campo de combates extralegales, chocando con leyes sen­
tidas ilegítimas, la lucha de las masas organizadas rom pe la legalidad como
principio abstracto y anticipa nuevas normas. En la dialéctica de legalidad
e ilegalidad el proletariado tom a conciencia de su legitim ación como crea­
dor y ejecutor de una nueva legalidad. En la m edida en que la lucha for­
m a una conciencia de clase, tam bién crea una conciencia jurídica de dase
que arrebate a los m andarines el m onopolio ético de “lo justo”. El derecho
deja de constituir el secreto de oficio de una burocracia para transform arse
en la expresión social de nuevas formas de producción y comunicación. A
ello ap u n tan las palabras finales de Allende en su Segundo Mensaje ante
el Congreso: “En un sistema institucionalizado como el nuestro, es poten­
cialm ente pertu rb ador m antener prolongadam ente la incoherencia entre
norm as jurídicas de espíritu tradicional, por un lado, y las realidades socio­
económicas que están naciendo, por otro. T odo un sistema norm ativo debe
ser m odificado y un conjunto de medidas adm inistrativas ser puestas en
práctica para ordenar las nuevas necesidades. El sistema bancario, el finan­
ciero, el régim en laboral, el de seguridad social, la adm inistración regional,
provincial, m unicipal y comercial, los sistemas de salud y educacionales, la
legislación agraria e industrial, el sistema de planificación, la misma estruc­
tu ra adm inistrativa del Estado, la propia Constitución Política, no se co­
rresponden ya con las exigencias ‘que los cambios instaurados están plan­
teando. Este program a que interesa y pertenece al pueblo entero, debe ser
discutido por él para luego adquirir validez jurídica”. A quí se insinúa un
aspecto im portante de la dimensión global que tiene la movilización de las
masas. La participación directa y decisiva del pueblo en la formación de
leyes es un proceso social de aprendizaje económico, político y cultural in­
dispensable para que la clase obrera invente y despliegue nuevas formas
jurídico-institucionales de organización social.
Cabe añadir que solamente dentro de una dialéctica de legalidad e ile­
galidad es posible com prender la violencia no como una m era hostilidad
arb itraria (física) sino como elem ento constitutivo de toda relación de do­
m inación 2B. La dialéctica de amo y siervo es de vida y m uerte, de placer y
pena. Por tanto, es equívoco entender la “vía legal” idéntica a una transi­
ción pacífica al socialismo. T am bién la ley es violencia y no sólo su viola­
ción. “A los economistas burgueses les parece que con la policía m oderna la
producción funciona m ejor que, por ejemplo, aplicando el derecho del más
fuerte. Ellos olvidan solamente que el derecho del más fuerte es tam bién
un derecho y que este derecho del más fuerte se perpetúa bajo otra forma
en su ‘estado de derecho’ ” 2e.
2) La dialéctica de legalidad y legitimidad. El punto anterior ya se­
ñala que la legitim ación no puede ser restringida a u n consenso social más
o menos m anipulado. La legitim idad es m om ento constitutivo de toda re­
lación de poder. N inguna dom inación puede perdurar sobre la base de em­
pleo perm anente de la represión violenta; un orden social se afianza en la
m edida en que obtiene la obediencia voluntaria. El amo requiere la con
ciencia servil para ser amo; la legitim idad como reconocim iento m utuo de
amo y siervo expresa la obscenidad de la alienación. La legitim ación de la
dom inación burguesa requiere la conciencia alienada del proletariado; alie­
nada por las relaciones de producción capitalista. En otras palabras: si de­
term inada estructura de poder es la expresión política de determ inadas re­
laciones de producción, son éstas las que especifican históricam ente el prin-

25 U n a reflexión radical a continuación en el artícu lo de S. Bagú: H istoria, legalidad y violencia.


26 K. M arx: Introducción General a la Crítica de la Econom ía Política (1857), C órdoba 1970. p. 8.

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cipio de legitimación. La legitim idad media, pues, al nivel de la conciencia
social, las relaciones sociales de producción con las relaciones políticas de
dom inación. Al cam biar las relaciones de producción capitalistas y rom per,
por tanto, el poder alientante del burgués, el proletariado produce la legi­
tim ación del poder obrero: la igualdad. La igualdad es la libertad de la
em ancipación. La dialéctica de legalidad y legitim idad es, por tanto, una
lucha donde “la libertad consiste en convertir al Estado, de órgano que
está por encima de la sociedad, en un órgano com pletam ente subordinado
a ella” (M a rx ).
Es en esta dialéctica que surge la actual discusión sobre el doble poder.
La dualidad de poder es una estrategia que en el marco territorial del Es­
tado burgués desarrolla un poder obrero antagónico no sólo del poder de
la burguesía (entonces podría lim itarse eventualm ente a la esfera econó­
mica; consejos de fábricas) sino al Estado burgués, o sea, a la democracia
representativa como la forma política bajo la cual se reproduce el capital
privado. El hecho de que la U P haya conquistado el gobierno puede llevar
a un conflicto de poderes, pero no significa una dualidad de poder (en el
sentido estricto de] concepto). Para que exista un doble poder debiera
surgir u na estructura de poder paralela y antagónica al Estado burgués y
su legitimación, pero no necesariamente opuesta al Gobierno Popular. A quí
radican actualm ente las discrepancias en el seno de la Izquierda chilena.
No cabe en este m arco analizar las condiciones de tal estrategia y si ella
corresponde al “Estado P opular” y a la “Asamblea del P ueblo” planteados
por el Program a Básico de la U nidad Popular. En todo caso no hay duda
de que “el derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica
ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado” (M a rx ).
Las posibilidades y limitaciones que ofrece la estructura jurídico-institucio­
nal a la lucha de la clase obrera por el poder depende, por tanto, en gran
m edida, de la m anera en que la U nidad P opular sepa aprovechar el régim en
legal-político para transform ar las relaciones de producción capitalistas y
destruir la legitim ación del poder burgués.

Julio de 1972

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PRIMERA PARTE

LA TEORIA DEL ESTADO Y DEL DERECHO


Y LA EXPERIENCIA CHILENA

P R I M E R A SEC C IO N

PARA UNA CRITICA


DEL DERECHO BURGUES
Historia, legalidad y violencia

S e r g io B agu

Profesor Investigador del instituto Coordinador


de Investigaciones Sociales (ICIS) de FLACSO

En la historia, se afirma, siempre que una dase dom inante se ha creído


am enazada por otra en el usufructo del poder, ha usado la violencia en
defensa de sus privilegios. N ingún marco legal preexistente ha podido ab­
sorber los trem endos efectos de un conflicto sustantivo.
Esta proposición, así concluyente y precisa, se encuentra en la m édula
del argum ento político de nuestro tiempo. En el largo transcurso de la lucha
de las clases oprim idas, ha habido otras respuestas —la apelación a la bon­
dad oculta del opresor; la tesis de la reform a progresiva del régim en—, que
resultan demasiado débiles en térm inos de la polém ica contem poránea.
A propiado p u n to de partida, sin duda, para debatir algunos de los
más vivos problem as actuales. Pero la m agnitud de la generalización requie­
re, no sólo una depuración conceptual —lo cual no es difícil— sino cierto
m ínim o de verificación histórica, que es en lo que se presentan los problemas
más serios.
La depuración conceptual misma debe considerarse sujeta a una veri­
ficación histórica. Se supone, en efecto, una sociedad con cierta arquitectura
de norm as objetivas respaldadas por sanciones de tipo universal, el ejerci­
cio de la violencia como instrum ento social y la génesis de u n cambio sus­
tantivo en la organización; legalidad, violencia y cambio sustantivo. El
contenido que se dé a cada uno de los tres conceptos debe estar traduciendo
una experiencia verificable, cierta hipótesis sobre cómo se ordenan los
cambios sustantivos, cuál es el contenido de la violencia como instrum ento
social y cuál el sentido íntim o del conjunto de las norm as jurídicas.
Si lo que se espera del historiador es u n a síntesis del conocim iento del
pasado como pauta de verificación, habrá que comenzar por preguntarse
si existe un conocimiento del pasado aplicable a ese objetivo. N uestra res­
puesta es que sí existe. El registro del pasado es enorme y notablem ente
rico por la m ultiplicidad de los datos que lo integran. Pero sólo se en­
cuentra hasta ahora parcialm ente codificado, si se quiere aplicarlo a esa
verificación con rigor aceptable. La codificación del conocimiento histó­
rico es un fruto del modo cultural y de ciertas necesidades sociales —no de
todas—, así como de la ubicación socio-estructural de la profesión del his­
toriador. En esto últim o, incluimos la función que se le asigna al historiador
y que este mismo aspira a cum plir. Registrar el pasado y clasificarlo es, al
fin y al cabo, u n a m anera de participación del presente; y los historiadores,
como profesión, participan del presente proyectándolo sobre su capacidad

59
de percibir lo pasado —percepción siempre selectiva— y de clasificarlo. El
porqué de una m etodología histórica tiene siempre una raíz en el presente
que vive el historiador que la inventa.
Pero, aunque sólo parcialm ente se encuentre nuestro conocimiento del
pasado ordenado por categorías aplicables a la verificación de proposiciones
e hipótesis im plícitas como las que enunciamos, el resumen que un histo­
riador podría hacer de ese conocimiento sería vasto y fecundo. Lo imposi­
ble es dar siquiera por comenzada esa tarea en los límites de una breve
colaboración, sólo puede intentarse un esbozo inicial con miras a una in­
vestigación posterior, que bien podría hacer un aporte im portante en la
polémica sobre nuestras probabilidades inmediatas. U na suerte de prim era
conclusión para el análisis.

I. EPISODIOS EN LA H IST O R IA :
U N A CLASE EXPULSADA PO R O T R A

a) Revoluciones Políticas

En el pensam iento occidental, hay dos m aneras fundam entales de interpre­


tar la naturaleza de las clases sociales. Para una, las clases son sectores de la
población que desempeñan funciones delim itadas: son como están, su rea­
lidad últim a es su realidad prim era. No se pregunta el porqué del origen
sino, en el m ejor de los casos, el cómo de la m ovilidad vertical. Para la otra,
la m atriz que crea las clases es la misma que distribuye desigualm ente el
poder —que en la sociedad capitalista puede estar generado por el control
sobre el instrum ental productivo—: no hay, ni puede haber, sino clases
dom inantes y clases dom inadas. Por más que se estim ule la m ovilidad ver­
tical. la m atriz de distribución del poder desigual sigue actuando.
Es en v irtu d de este segundo modo interpretativo que la proposición
que examinamos adquiere sentido. Si una clase dom inante aceptara, en
resignación y pasividad, su derrota absoluta, m oriría como clase. Este punto
de p artid a lógica confiere gran vigor al argumento.
Pero no por esto debe inhibirse la verificación histórica. Y si observa­
mos con sentido crítico cuál es el testimonio que se usa para avalar el p rin ­
cipio, comprobaremos que está formado por dos tipos diferentes de casos:
1) Los casos nacionales más conocidos y m ejor analizados por una
bibliografía que, para casi todos ellos, es ya muy abundante, hasta el extre­
mo de haberlos transform ado en ejemplos clásicos en la polémica política y
en la historiografía. Son éstos: la revolución inglesa del siglo X V II, la fran­
cesa de 1789, la rusa de 1917, la china, que se prolonga varios decenfios en
el siglo XX, y la cubana, que culm ina con el establecimiento del nuevo
poder en 1959.
Este tipo de ejem plificación parte de una imagen bien definida: una
clase social dom inante es expulsada físicamente del poder por otra parte
ayer oprim ida o, cuando menos, subordinada. En las tres grandes revolu­
ciones socialistas del siglo X X citadas, el requisito se cumple: m ediante la
violencia organizada, con un plan estratégico y una concepción global de
lo que podría ser u n a nueva sociedad, u n m ovim iento revolucionario po­
p u lar derrota a una clase dom inante y la expulsa como tal del escenario
histórico.
En las otras dos revoluciones, la operación fue menos radical. En la
Francia del siglo X V III hay una aristocracia terrateniente, ya fam iliarizada
con la actividad em presarial en proporción a veces ignorada por el lector

60
de hoy, con u n influyente flanco profesional e intelectual, todo lo cual le
perm ite subsistir ante el form idable em bate de las transform aciones revolu­
cionarias en la propiedad ele la tierra y en el poder político, sin perder
su individualidad ele clase. R eadaptándose después al nuevo ritm o organi­
zativo, cruzándose con la nueva burguesía y la élite m ilitar en ascenso, par­
ticipará, du ran te los prim eros decenios clel siglo X IX , en una constelación
diferente de clases dom inadoras donde se le asigna un puesto im portante y
estable. En la Inglaterra del siglo X V II la burguesía es aún demasiado dé­
bil para hacer su propia revolución sin más ni más. Las luchas civiles se
producen entre bandos con dosis variables ele aristocracias tradicionales
neo-aristocracias terratenientes y burguesías empresariales en ascenso. Hay
desplazamiento de núcleos aristocráticos, pero jam ás deja de actuar en p ri­
m er plano alguna aristocracia terrateniente y de sangre, cuyo ocaso político
es tan lento que no es ocaso sino declive perm anente, casi im perceptible,
que se prolonga, sin term inar aún, hasta nuestros días.
Estos que citamos son episodios muy conocidos por los historiadores
europeos. Más aún: las revoluciones burguesas en Europa, desde el R ena­
cimiento hasta el siglo X IX , no term inan con el eclipse de las antiguas aris­
tocracias, sino con un nuevo equilibrio de grupos en el ejercicio del poder
económico, político, social y cultural, en el que las antiguas aristocracias
siempre acaparan funciones muy im portantes, explícitam ente reconocidas
como un coto privado. Schumpeter, que conocía muy bien su historia eu­
ropea, recordaba que las burguesías se')lo habían llegado a ejercer el po­
der excluyentem ente en el modesto orden m unicipal. En el nacional y más
aún, en el im perial —agregamos nosotros— las burguesías alcanzaban el po­
der económico cuando tenían como colaboradores eficientes a aristocracias
que tom aban a su cargo la m aquinaria político-jurídica, las arterias vitales
de la adm inistración estatal, el m anejo de las relaciones internacionales y
la diplomacia, los centros decidores de la política educacional y, en fin,
ese impreciso, pero sustantivo control social y cultural en el que los nue­
vos valores burgueses se dibujaban sobre un vasto tapiz señorial. La his­
toria de la R epública de Estados Unidos fue diferente porque la burguesía
em presarial sólo tuvo que enfrentarse a una aristocracia esclavista regional
—no nacional— sin antiguo oficio de m ando ni envergadura para el control
cultural y después de derrotarla por las armas en 1865 no encontró, hasta
el últim o decenio del siglo X IX , más enemigos que el desierto y las distan­
cias para construí/ su form idable sede nacional capitalista.

b) Revoluciones Económicas

Estamos hablando de revoluciones políticas. Pero si aceptamos el principio


general de cjue todo poder político tiene una raíz económica, a contrario
sensu deberíamos sospechar que algunas transform aciones originadas en la
ó rbita de la producción de bienes deben haber provocado naufragios radi­
cales de clases dom inantes por la pérdida directa y en corto plazo de su
sustentación económica. Pensemos en los casos más probables: la prim era
evolución industrial desde fines del siglo X V III y principios del X IX , y
la segunda, de 1870, aproxim adam ente. El cuadro de transformaciones socio-
estructurales concomitantes que ha sido reconstruido por los historiadores
con mayor frecuencia es el radicado en los núcleos ele ambos procesos: In ­
glaterra y Gales, las zonas industriales de Francia y de Bélgica, la R henania
en Alema«nia, el noreste y medio-oeste en Estados Unidos. Pero el capita­
lismo, que era ya un tipo organizativo expansivo antes de entrar en su
etapa industrial, acentuó rápidam ente esa tendencia con las dos revolucio-

61
r.es tecnológicas. Hay un mercado industrial-capitalista que crece en in­
mensidad y espacio hasta dom inar grandes zonas de todos los continentes.
Es un m ercado acentuadam ente desequilibrante. El capitalism o industrial
siembra progreso y decadencia a la vez: u n a es la condición. El cuadro de
la decadencia más conocido es el de los campesinos expulsados hacia los
núcleos urbanos industriales, el de los nuevos obreros del taller industrial
doblegados por las jornadas infinitas, el de los pordioseros y el lum pen­
proletariado de París y Londres. Pero las zonas m arginales del capitalism o
industrial fueron muy numerosas y entre ellas hay muchas aún ignoradas
—aunque sospechadas— por los historiadores. En Escocia e Irlanda, en Es­
paña, Portugal, Italia y en todo el continente europeo debe haber habido
decenas —quizás centenares— de aristocracias regionales y de burguesías em­
presariales (algunas preindustriales, pero otras ya industriales), cuyo oca­
so fue tan definitivo, tan inapelable que no alcanzaron a articular una re­
sistencia armada. E l progreso capitalista las hundió silenciosamente en la
historia sin que pudieran siquiera quedar en los registros como ejemplos
de lo que ocurre cuando una clase se siente am enazada de m uerte.

c) Rectificación de Tendencias Imaginativas

Pensar un conflicto interclases puede conducir a hipótesis dicotómicas.


Observarlo en u n a realidad —actual o pretérica— sirve a m enudo para corre­
gir las simplificaciones im aginativas. Cuando partim os del hecho verdadero
de que existió, en alguna parte y cierta época, una clase dom inante, nues­
tra im aginación tiende a suponerla u n a masa compacta en ejercicio de un
poder homogéneo. En las sociedades clasistas lo más frecuente ha sido que
el poder se ejerciera m ediante una alianza de clases, o bien una verdadera
constelación de sectores pertenecientes a varias clases. En la sociedad de
capitalismo industrial avanzado desde fines clel X IX , los entrecruzamien-
tos de intereses empresariales y de familias hacen tan densa la red que es
excepcional encontrar un individuo que pertenezca sólo a un sector de
clase o a un grupo de intereses económicos.
Ya se sabe, por otra parte, que los dom inados tampoco constituyen
u n conjunto compacto en el orden económico, social y cultural. Es verdad
que la mecánica de la dom inación tiende, en algunos aspectos, a engen­
d rar entre los dominados u n a masa hom ogénea de necesidades inm ediatas;
pero en otros conduce a dividir los intereses y entorpecer la percepción de
todo aquello que sea sustancialm ente común. Los imperios y las viejas
clases gobernantes se defienden con una sabiduría que les viene de la más
rem ota entraña histórica: la masa oprim ida debe estar suficientemente
fragm entada para que la opresión sea victoriosa. Cundo, allá por el siglo
X V III y hasta los prim efbs lustros del X IX , algunos autores convocaban a
la burguesía centro-occidental europea a la guerra social contra la aristo­
cracia de apariencia feudal, se lam entaban de que aquella estuviera tan
desunida en sus filas, m ientras la aristocracia presentaba la imagen de un
cuerpo sólidam ente disciplinado y juram entado. Desde mediados del siglo
X IX hasta nuestros propios días, los que convocan aj proletariado contra la
burguesía en Europa y América se lam entan de que aquel se encuentre tan
desunido en sus filas m ientras la burguesía presenta la im agen de un cuer­
po sólidam ente disciplinado y juram entado.
La verdad es que las clases dom inadoras precisam ente por dom inar
se benefician con mecanismos sociales e institucionales que llevan a cen­
tralizar su acción; m ientras que las dominadas, precisam ente por serlo, en­
cuentran enormes dificultades para coordinarse, localizar al verdadero ene-

62
migo y perseverar en su unidad durante la lucha. Es que la fragm entación
del dom inado no es u n a consecuencia de la dom inación, sino una parte in ­
trínseca de ella, uno de sus modos de operar.
Pero, aunque las clases dom inantes hayan tenido a su favor cierto
grado de hom ogeneidad conferido por la dom inación misma, el poder no
ha sido, casi nunca, el ejercicio respectivo de un solo instrum ento. En la
m edida en que la economía y la sociedad entraron en etapas de mayor com­
plejidad, la dinám ica misma del poder fue engendrando una m ultiplicidad
de instrum entos de variada naturaleza, cuyo m anejo fue requiriendo una
estrategia y creando un riesgo, aun para los regímenes absolutistas y con­
solidados. Sólo por excepción los dom inadores han controlado todos los
instrum entos del poder. Lo corriente es que alguno haya escapado, total o
parcialm ente, al m anejo de los dominadores, sobre todo cuando el poder
ha sido ejercido por más de una clase social. Por otra parte, al expandirse
el capitalismo industrial —y en especial desde fines del siglo X IX — sur­
gía un orden internacional de com plejidad creciente de penetración eco­
nóm ica de formas m uy diversas, invasiones militares, diplomacia, los más
distintos tipos de control político a distancia, dependencia tecnológica, do­
m inación cultural masiva que complicó, por últim o, notablem ente los me­
canismos de poder en cada una de las sociedades nacionales dependientes.
H ubo un traslado de las decisiones fundam entales de la órbita nacional a
la im perial y esto, aunque en ciertos m om entos simplificó las soluciones
favorables a los dominadores, en muchos otros las hizo más difíciles, len­
tas e inseguras.
Lo frecuente, como dijimos, fue que los dom inadores tuvieran mayor
hom ogeneidad que los dominados. Pero nos estamos expresando en térm i­
nos relativos. Lo que queremos decir es que el conflicto se ha producido,
por lo común, entre un conjunto de intereses contra otros; y que, por tra ­
tarse de conjuntos, cada uno ha encerrado cierto potencial de descomposi­
ción con posibilidad de acentuarse en la lucha frontal misma. C uando lo­
gramos penetrar en la intim idad de los grandes enfrentam ientos de clases
en la historia, con m ucha frecuencia,, llegamos a esta doble comprobación:
lo sustancial, lo que marcó el signo del gran ciclo histórico, ha sido el con­
flicto entre clases, pero los episodios tácticam ente decisivos tuvieron como
protagonistas a sectores —a veces num éricam ente reducidos— dentro de una
misma clase, que com batieron encarnizadam ente contra otros sectores de
la misma clase, o bien se enfrentaron a grupos pequeños de otra clase.

II. PROCESOS E IN ST R U M E N T O S EN LA H IST O R IA :


CAM BIO SU STANTIV O, LEGALIDAD Y V IO LENCIA

a) Cflmbio Sustantivo

En la perspectiva de este planteam iento general que aquí hacemos, debe­


mos suponer que existió algún cambio sustantivo cuando, en el comando
político, u n a clase reemplazó a otra. M encionemos ahora sum ariam ente, en
los casos nacionales m ejor conocidos, ciertas condiciones del reemplazo.
1.—Hay algunos conflictos armados desde fines del siglo X V III, que .
pueden denom inarse revoluciones burguesas. Nosotros incluiríam os en ese
grupo a la G uerra de Secesión en Estados Unidos (1861-65). En todos estos
casos el problem a político se dirim e con las armas. En algunos, hay una
clase social que pierde el comando exclusivo del poder político y una frac­
ción im portante de su sustentación económica. En la Francia de 1789, a la

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antigua aristocracia terrateniente y cortesana se le arrebata su dom inio
político y la mayor parte de sus tierras. En Estados Unidos de 1865, la
aristocracia del sur pierde la institución de la esclavitud y queda lim itado,
aunque no destruido, su comando político regional, pero —lo que es más
im portante— éste pasa a integrarse, sólo como elem ento de tercer orden,
dentro de la pirám ide del poder político nacional. Las revoluciones b u r­
guesas de 1848 en E uropa no ocasionan u,n cambio generalizado e igual,
sino que el ejercicio del poder político requerirá en adelante —aun en
algunos lugares donde el levantam iento fue rápidam ente sofocado— u n con­
dicionam iento más completo y, en general, mayor colaboración entre cier­
tas clases. En todos estos casos de revoluciones burguesas, subsisten las aris­
tocracias, pese al bravio choque arm ado y a la destrucción cuantiosa de
vidas y riquezas materiales. A unque se hizo evidente en todas partes que el
alborear burgués era una realidad inescapable.
2.—En Venezuela, los países andinos y los del Río de La Plata, la gue­
rra de la independencia (1808-1824) y las luchas civiles hasta m ediados del
siglo X IX aproxim adam ente, fueron conflictos políticos-militares de insos­
pechada envergadura social. Las fuerzas movilizadas en proporción a la
población total, y particularm ente a la población m asculina adulta, resul­
taron enormes. Es muy difícil calcular la destrucción de vida y bienes m a­
teriales, pero debemos creer que fue de gran m agnitud. Sus consecuencias
socio-estructurales han sido hasta ahora muy poco investigadas. Nosotros
tenemos la hipótesis de que en toda esa vasta zona, durante el período que
mencionamos, la propiedad ru ral sufrió frecuentes y radicales alteraciones;
la destrucción de bienes muebles fue cuantiosa; las contribuciones de gue­
rra, m uy abultadas; la pérdida de vidas, m uy grande. Además se produjo
una desubicación general dentro de la estructura ocupacional y de la es­
tru ctu ra de clases: esclavos negros que fueron enrolados y jam ás volvieron
a sus amos; m ano de obra rural blanca, mestiza e indígena, que desapare­
ció o se desplazó; familias íntegras de propietarios rurales que huyeron o
fueron m aterialm ente despojados. Cuando, hacia m ediados del siglo, vuelve
a encontrarse en todas las regiones una estratificación en la cual los pro­
pietarios territoriales ocupan la cima del poder económico y político, ¿de­
bemos considerarla nueva o contigua a la de origen colonial? Opinamos
que la prim era hipótesis es más verosímil. (Más adelante, entre 1870 y 1890,
volverá a registrarse una nueva reconstitución de las clases rurales dom i­
nantes, pero allí el agente genético por excelencia será el capitalismo in ­
dustrial actuando en el orden in tern a cio n al).
Si nuestra hipótesis se verificara podríam os decir que la guerra de la
independencia y las luchas civiles durante los prim eros lustros de las re­
públicas andinas y ríoplatenses produjeron una verdadera m ortandad de
clases dom inantes: muchas de ellas sólo regionales, pero no pocas de vigen­
cia nacional (en la m edida en que, para la época, pueda hablarse de eco­
nomías y estructuras del poder nacionales). Y, sin embargo, quedó por to­
das partes funcionando cierta m atriz de distribución de funciones sustan­
tivas que perm itió u n nuevo reflorecim iento de clases dom inantes a corto
plazo, cuyos titulares tuvieron diferentes apellidos y cuya fuente de susten­
tación económica sufrió variaciones, aunque no de gran im portancia.
3.—Quizás sea más fácil reconstruir (la tarea no está hecha, ni m ucho
menos) el silencioso naufragio de decenas de clases dom inantes como epi­
sodios en la incruenta guerra económica en las zonas m arginales dentro clel
sistema internacional que el capitalismo industrial fue construyendo —o
reconstruyendo— a p artir de la segunda m itad del siglo X V III, función
histórica ésta que aún continúa y que probablem ente continuará hasta que

64
el capitalism o sea capitalismo. T ip o organizativo, el m ás dinám ico surgido
en la historia hasta 1917, es tam bién el más desequilibrante. Jamás llegó
a crecer sin producir m iseria; pero además, lo que es menos conocido, sin
h u n d ir en la historia a numerosas clases dom inantes preindustriales o pro-
toindustriales.
En Europa, las zonas m arginales que ya hemos m encionado se encuen­
tran en muchas regiones de Irlanda y Escocia, la Península Ibérica, Italia,
Alemania, A ustria y los países del este. El conjunto de América latina está
incluido en esa enorme franja del sistema. Cuando el capitalismo industrial
penetra hasta allí lo que lleva es, en pequeña proporción, progreso subor­
dinado y, en alta proporción, decadencia. Al organizarse los mercados en
círculos' concéntricos que iban a desembocar en el gran mercado interna­
cional, cuyos núcleos se encontraban en las zonas que hicieron todas las eta­
pas de su revolución industrial bajo el signo capitalista, el progreso y la
decadencia corrieron sim ultánéam ente, como efecto de la misma causa.
M urieron, m aterialm ente hablando, burguesías dom inantes y oligarquías
terratenientes que habían controlado corrientes mercantiles y actividades
adm inistrativas durante decenios o, quizá, siglos.
Las migraciones intercontinentales más voluminosas en toda la histo­
ria de la hum anidad —las registradas entre 1880 y 1914— pertenecen a ese
proceso.
C uando sepamos finalm ente cuál fue el verdadero origen socio-estruc­
tural y regional de los m igrantes que se agolpaban prim ero en los puertos
del M editerráneo y del norte y oeste de Europa para apretujarse después,
como ganado en pie, en los grandes buques que los iban a depositar en
Nueva York, R ío de Janeiro, M ontevideo y Buenos Aires, es m uy probable
que descubramos que no venían originalm ente de los lugares que ellos de­
claraban al arribo, sino de otros, donde la decadencia había ya arrasado
la antigua estructura de clase.
En Cuba,: desde comienzos del siglo XX, el azúcar, m ucho más que
las luchas por la independencia hasta 1890, superpuso u n a nueva oligarquía
de empresarios-banqueros estadounidenses sobre una pirám ide de clases de
origen colonial que, durante el siglo X IX , había logrado una interpreta­
ción con cierto m atiz nacional. En Venezuela, el petróleo produjo la más
sensacional y silenciosa de las revoluciones; deshizo, sin m etáfora, la es­
tru ctu ra social y demográfica de los Llanos y de los Andes, y ofreció a los
restos de muchas familias gobernantes una alternativa indecorosa: la de
beneficiarios de tercera instancia, no ya de segunda, del nuevo poder eco­
nómico y político que el petróleo im perialista levantó en la costa y en
Caracas. En Uruguay, como la lana para el m ercado internacional casi no
necesitaba m ano de obra, el campo fue arrojado hacia las ciudades como el
sobrante de esta operación de gigantescos desequilibrios capitalistas, con lo
que quedaron cercenados el mercado de consumo local para la ganadería va­
cuna criolla y la tropa gaucha del caudillo señorial, sillares ambos de un
poder regional que venía m arcando la hora de la política nacional desde
Artigas. En A rgentina, el final victorioso de la zona pam peana, con su
oligarquía vacuna rozagante de dinero procedente del mercado europeo,
señaló la decadencia ya incurable de Corrientes (aquella provincia del
noreste que en 1835 ya había reivindicado, contra Buenos Aires, su dere­
cho a industrializarse) y del vasto rincón del noreste, con las excepciones
de dos ínsulas; u n a zo^a de T ucum án y otra de Salta. El resto del noroeste
fue arrasado por el progreso capitalista: donde hubo bosques y lluvias que­
daron los árboles bárbaram ente talados y el polvo reseco; y donde hubo
oligarquías locales desde el siglo X V III, quedó u n puñado de familias em-

5.—CEREN 65
pobrecidas que se m udaban con aprem io en cuanto podían a la zona del
progreso capitalista, que comenzaba en la ciudad de Córdoba y se extendía
hasta B ahía Blanca. Así m urieron, por ahogo económico, tantas clases do­
m inantes en América latina a m enudo sin siquiera un cronista melancólico
que se apiadara de ellas.
4.—Hay en la segunda m itad del siglo X IX dos casos espectaculares
de lanzam iento de la revolución industrial por decisión del Estado y con
arreglo a norm as estrictas im puestas por él, afrontando los graves riesgos de
transform aciones socio-estructurales que im portaba. Nos referimos a la
A lem ania de Bismarck, después de la victoria en la guerra franco-prusiana
(1871) y a ese Japón que, según u n a tradición liistoriográfica discutible,
decidió racional y fríam ente un día de 1868 poner fin a la etapa feudal e
iniciar la capitalista industrial. En los dos casos, el Estado hace el gran
diseño de la transform ación y lo aplica. En los dos casos, el Estado crea
u n a nueva aristocracia: m itad nobleza tradicional y m itad em presariado
industrial ultram oderno, fom entando de intento y públicam ente el
entrecruzam iento de familias. En Japón, el procedim iento adm itió
una etapa previa. El Estado levanta la planta industrial para entregarla
después al nuevo em presariado privado, que ya la tom a en condiciones de
concentración gigante. El prim er gran ciclo se cierra en los dos países hacia
comienzos del siglo XX : en Alem ania y Japón ya ha sido construida, piedra
sobre piedra, la nueva aristocracia de señores de la tierra, grandes jefes de
las fuerzas armadas y directores-propietarios de la siderurgia, la industria
quím ica y la producción de m aquinaria, entrelazados fam iliarm ente todos
esos sectores y con abundantes títulos nobiliarios distribuidos en lustros re­
cientes. Pero como ni Japón ni A lem ania comenzaron su revolución indusi-
trial de la nada, puesto que tenían ya anteriorm ente un desarrollo em pre­
sarial en los sectores prim arios, secundarios y terciarios (que casi nunca se
m en cio na), es lógico suponer que esta gran operación de cirugía mayor
dirigida por el Estado en cada país implicó la decadencia silenciosa de u n
em presariado política y económicam ente débil y quizá su reubicación, en
escala muy modesta, dentro de la nueva estructura de clases.
5.—Donde el desastre de las clases anteriorm ente regentes aparece con
acento más radical es en las revoluciones socialistas del siglo XX. En el
Im perio zarista y en C uba se produce el enfrentam iento directo: la revolu­
ción socialista derrota m ilitar y políticam ente a la clase dom inante, que és
arrasada como tal. Es verdad que la guerra había debilitado al régim en
zarista y a su aristocracia; en Cuba, en cambio, el régim en pareció intacto
hasta poco antes de su derrum be. Pero el proceso es diferente en Polonia, R u ­
m ania, H ungría, Bulgaria, Checoslovaquia, A lbania y Yugoslavia. Después de
la etapa de dom inación nazi hasta 1939, que ya significó en varios de esos paí­
ses la superim posición de un poder extraño que redujo a las clases locales
dom inantes a funciones policiales subalternas, la guerra misma se fue desa­
rrollando en dos o tres frentes. El enfrentam iento de los dos grandes blo^
ques y la guerra de guerrillas en varios de esos países hicieron* que, al llegar
1945, las antiguas clases dom inantes y la burguesía industrial-com ercial de
Checoslovaquia se encontraran ya sum am ente debilitadas para enfrentar
u n cambio radical de sistema que, en ú ltim a instancia, podía ser apresura­
do por la presencia de las tropas soviéticas. En todos estos casos, no hay,
pues, un enfrentam iento único dom inador en el orden nacional, sino una
m ultiplicidad de conflictos de extrem a gravedad que se suceden desde
poco antes de 1939 —entrecruzados los conflictos nacionales con los inter­
nacionales— y que van desgastando, casi hasta la im potencia, a las otrora
clases dom inantes en cada uno de esos países.

66
b) Legalidad

¿Cómo suponer siquiera que exista la posibilidad de u n a codificación de


la experiencia histórica total respecto de esos dos integrantes de la realidad
organizativa que son la legalidad y la violencia? Ambos están siempre pre­
sentes desde cierta etapa de la organización de las sociedades hum anas, de
tal m odo que resultan inseparables. T o d a legalidad supone un m ínim o de
violencia controlable, así como cualquiera violencia carecería de sentido si
no aspirara a desembocar en u n a nueva legalidad. Estos son principios u n i­
versales y m uy conocidos. Pero, más allá de ese acuerdo sobre principios
generales, hay otras comprobaciones que el historiador debe traer al deba­
te, aunque no tenga aún respuesta acerca de su significado más íntim o en
relación con la dinám ica del cambio socio-estructural.
Si entendem os la legalidad como u n cuerpo de norm as objetivas res­
paldadas por sanciones de alcánce universal, u n a jurisprudencia y una
teoría general del derecho en perm anente elaboración, el historiador puede
aportar algunas observaciones que conduzcan a precisar m ejor el problem a
en debate.
El valor histórico-social de una norm a jurídica (es decir, la función
real que cum ple en u n a sociedad determ inada, en u n m om ento determ i­
nado) excede, con mucho, su letra y su interpretación. Va inclusive más
allá de su órbita como instrum ento de ordenación social, económica y cul­
tural. Para el historiador, la norm a jurídica crea u n a dinám ica más com­
pleta; vale no sólo en cuanto se aplica, sino tam bién en cuanto no se aplica;
no sólo en cuanto se respeta, sino en cuanto se viola.
H a habido siempre en cada sociedad compleja un derecho, pero tam ­
bién otro derecho a la violación del derecho. El fraude h a estado im plícito
en la norm a, ya fuere por la vía de la jurisprudencia dolosa, como por la
irregularidad adm inistrativa consentida. A los historiadores del derecho les
ha sido relativam ente fácil evaluar la norm a; a los historiadores sociales
les exige un esfuerzo grande, de inform ación e imaginación, evaluar el
fraude sistemático a la norm a. Pero ambos son sectores de la m ism a rea-*
lidad: el historiador social tiene la obligación profesional de integrar la
realidad que reconstruye analizando el fraude en función de la norm a.
U na clase social dom inante no es sólo la que dicta la norm a jurídica, sino
la que se reserva el derecho de violarla. Esto se hizo más evidente cuando
el derecho se fue haciendo de contenido universal, es decir, cuando los fue­
ros especiales comenzaron a debilitarse, Pero, como realidad, existe desde
que hay norm a jurídica, aunque sea consuetudinaria.
No debe creerse, sin embargo, que violar la norm a jurídica sea algo
que entra en el terreno de la absoluta arbitrariedad. Se la violenta en fun­
ción de pautas no escritas, dentro de m agnitudes y estilos propios de la
estructura social y del modo cultural. En rigor, ese es uno, de los atributos
del poder social y ninguna clase gobernante lo ha ignorado, sin que haya
sido necesario que lo aprendiera en un texto.
El estricto acatam iento de la letra a la norm a jurídica ha sido a veces,
además, la precondición inm ediata a la violencia. Mussolini e H itler lle­
garon al poder político p o r vía legal y crearon ambos un derecho dentro
del cual ejercieron la violencia más sistemática y encarnizada. Se nos po­
drá argüir que estamos evocando los casos extremos. Vayamos entonces
a las situaciones invisibles: durante los siglos X IX y X X en E uropa y Amé­
rica se lia legislado tan abundante y com plejam ente en m ateria civil, co­
mercial, penal y política que la aplicación literal de u n a m u ltitu d de leyes
y decretos, en la m ayor parte de los países de los dos continentes, conduciría

67

\r
a actos de violencia extrem a sobre personas y sobre grupos sociales. La po­
sibilidad de que así no sea descansa en u n condicionam iento social, político
y cultural al m argen de la esfera específicamente jurídica y adm inistrativa.
P ara el historiador, pues, la legalidad no es sólo la norm a y su apli­
cación respetuosa. Es tam bién:
a) el derecho a violar el derecho, que no es arbitrario sino que debe
ser interpretado como atributo de clase y poder;
b) el derecho a aplicar el derecho o a no aplicarlo, que tampoco es
arbitrario sino sujeto a determ inaciones igualm ente observables e interpre­
tables.
El otro paso introductorio que el historiador debe dar en su plantea­
m iento consiste en reconocer que, salvo en sociedades de organización muy
elem ental, la norm a jurídica im plica la presencia de tres sectores sociales:
1) el poder político y u n cuerpo de adm inistradores;
2) la clase o clases dom inantes;
3) la clase o clases dominadas. En Europa, ya ap artir del siglo X V III
y en América desde el X IX se va advirtiendo un cuarto sector: un cuerpo
de profesionales especializados que estudian derecho, redactan la ley, la
aplican y otros especialistas que investigan los fenómenos sociales, sobre
los cuales la ley gravita de alguna m anera.
En la historia, el problem a de la legalidad ha presentado una realidad
y u n a problem ática considerablem ente diferentes para cada uno de esos
cuatro sectores. Es el cuarto el que le atribuye im portancia teórica y el que
más se to rtu ra para explicarlo como problem a. Para la clase o clases do­
m inantes la legalidad ha tenido siempre un lugar exclusivamente ins­
trum ental. P ara el poder político y el cuerpo de adm inistradores —qué,
p o r supuesto, no existen ni actúan en desconexión con la estructura de
clases— la ley carece de interés como problem a teórico. P ara ellos,
en cambio, tiene como instrum ento un valor m ucho más decisivo que para
las clases dom inantes, entendiendo u n a vez más que la legalidad incluye
tanto la aplicación interpretada de la norm a como su aplicación literal
eventual, y su violación. Para la clase o clases dom inantes, la legalidad
sólo es parte integrante de la dom inación y por eso mismo el derecho a
violar el derecho se les aparece en lo cotidiano como un atributo del do­
m inador, así como u n a lejana probabilidad que se les ofrece a ellas mismas
dentro de m árgenes m uy estrechos.
Pero este modo tan esquemático de relacionar la realidad histórica
de la norm a jurídica con u n a estructura de clases no conlleva la hipótesis
de que la norm a jurídica (o, mejor, la realidad total de la legalidad en los tér­
m inos de integración norm a-fraude) desempeñe la misma función histó­
rica en todos los casos nacionales que correspondan a tipos organizativos
m uy generales. En otras palabras, el historiador sabe que la legalidad cum ­
plió funciones similares en algunos aspectos, pero muy diferentes en otros,
bajo el im perio español y bajo el im perio británico de los siglos X V II y
X V III; en Estados Unidos y en A lem ania durante el lanzam iento de la se­
gunda consolidación industrial (1870-1914); en la U nión Soviética y en
C uba después de consolidadas las respectivas revoluciones socialistas.
Hay una observación final que anotar en torno al tema. Después de
que el historiador' ha llegado a convencerse de que las grandes transform a­
ciones en la capacidad productiva de bienes y en la organización tecnoló­
gica dentro del universo capitalista, a p artir de fines del siglo X V III, h u n ­
dieron en la descomposición silenciosa a numerosas clases sociales hasta en­
tonces dom inantes y, dicho en térm inos más generales, alteraron sustan­
cialm ente la estructura de clases en todas las regiones alcanzadas por el

68
sistema, no puede evitai' esta pregunta: ¿cuál es la legalidad de esa revo­
lución? A quí le será fácil convencerse de que el concepto de legalidad ha
sido elaborado por teóricos del derecho y por historiadores de lo político
—miembros todos ellos de esa clase m edia profesional a que hemos aludido—
y que resulta excesivamente estrecho si se lo quiere aplicar a otros grandes
sectores de la realidad social, como los procesos que acabamos de m encionar.
Pero, como quiera que la legalidad que descubre en todos los casos el
historiador de lo social es algo m ucho más complejo, dinám ico y cam­
biante que aquello que surge ele los conceptos académicos tradicionales, le
resulta fundam ental adm itir que no ha habido sociedad sin legalidad y
que todo cambio revolucionario constituye la creación de u n a nueva legali­
dad. (Aclaremos u na vez más: no sólo de u n a nueva norma, sino de una
nueva legalidad como realidad in te g ra d a ).

c) Violencia

El tem a de la violencia, en cambio, presenta m odalidades diferentes para


el historiador. Es menos fácil sujetarlo a un encuadram iento conceptual
ya tan elaborado en los medios académicos como el de la legalidad; au n ­
que es igualm ente difícil de asir. ¿Quién puede suponer, por ejem plo, que
haya habido alguna sociedad sin violencia? Pero, a la vez, ¿qué historiador
podría pensar que la violencia es lo sustantivo? Muy ingenuo debe ser
quien aún suponga que A tila arrasaba por arrasar, aunque cualquier co­
lega debe saber, por cierto, que la violencia tiende a crear mecanismos de
repetición, como si tratara de justificarse por sí misma.
Es verdad que h a habido varias escuelas académicas influyentes den­
tro de la cultura occidental que han partido de la hipótesis de que en las
sociedades capitalistas desde el siglo X V III actúan mecanismos autom áti­
cos —llamados generalm ente estructuras— que reecpiilibran las funciones
globales sin violencia, con lo cual perm iten que el sistema general siga
m archando con sorprendente suavidad. Esta hipótesis fue sistematizada por
Adam Smith, quien la tomó de los prim eros teóricos del laissez-faire que
le precedieron, y subsiste hasta hoy en no pocos autores. Más sorprendente
puede resultar que reaparezca en el marxismo de cátedra de nuestros días
en varios países europeos occidentales, bajo distintas entonaciones estruc-
turalistas, incluyendo los autores que sostienen la tesis ele que el mercado
capitalista ele m ano de obra funciona, o alguna vez h a funcionado en la
historia, como mecanismo de reajuste autom ático en el cual la violencia,
intrínseca del feudalismo, ha desaparecido. Candidez muy propia del teó­
rico académico de izquierda que jamás ha dirigido una empresa capitalista
ni participado en un m ovim iento obrero.
Sin duda, la rapidez con que se ha generalizado en los años más re­
cientes la convicción de que existe u n a violencia inherente al sistema ca­
pitalista global se acerca más a la percepción de u n a realidad histórica
de la mayor im portancia. Todas las sociedades divididas en clases, podría
sostener el historiador de lo social, han descansado sobre un principio de
violencia. Las sociedades elementales sin clases ejercen la violencia en sus
relaciones con la naturaleza o con grupos enemigos, pero m ucho menos ?n
sus relaciones internas. Es cierto, por lo tanto, que hay una violencia im ­
plícita —diríam os que irrenunciable— en un sistema capitalista. El histo­
riador de los grandes im perios m odernos podría agregar que la violencia
que el im perio ejerce en las colonias actúa como elem ento equilibrante
dentro de la m etrópoli, que perm ite reducir allí la violencia a márgenes
controlables inconstitucionalm ente. En palabras más populares: los ingle-
*

69
;e» pudieron ser muy respetuosos de la ley en su isla porque explotaban y
desollaban asiáticos y africanos sin la m enor restricción y con m ucho pro­
vecho económ ico).
El historiador de América latina que se proponga aportar, para el aná­
lisis del problem a de la violencia y su significado, testimonios extraídos de
casos nacionales de tiempos recientes, podría abrum ar al lector y condu­
cirle a las más desesperadas conclusiones. Mencionemos, apenas, tres de esos
casos.
1.—México y revolución agraria. La paz porfiriana —paz con progreso
capitalista— se extendió desde 1876 hasta 1910 cabalm ente. Desde ese año
hasta la presidencia de Cárdenas (1934), violencia y caos. Extrem a vio­
lencia y extrem o caos. La violencia —le explica uno de los personajes de
Azuela a otro— es como un pedruzco sobre un barranco: rueda porque sí
y ya no se puede detener por su propia decisión.
2.—Colom bia antes y después del bogotazo. Desde 1904 hasta 1948 hay
u n a continuidad jurídica que hace pensar en la victoria del modelo anglo­
sajón de estabilidad institucional. Aquel 9 de abril de 1948 levantó la com­
puerta. Para un observador superficial, el asesinato de Jorge G aitán fue
el santo y seña. H asta hoy la violencia es un ingrediente de la vida diaria.
El cómputo, incompleto, de las muertes, es escalofriante. T res o cuatro años
atrás, los vehículos del transporte colectivo regular no podían salir de la
ciudad de Bogotá sin guardia armada.
3.—U ruguay antes y después de 1968. Desde la prim era presidencia de
B attle y Ordóñez (1903) hasta el fallecim iento de Gestido (1967), 64 años
de estabilidad institucional y paz generalizada. Desde entonces no hay una
ola sino un océano de violencia que deshace todos los diques.
En los casos de México y Colombia, hasta 1910 y 1948 respectivamente,
la sociedad de clases dom inadas por oligarquías blancas, que hablaban fran­
cés y despreciaban a los- indios ham brientos, beneficiarías casi exclusivas
del progreso de una típica economía prim aria dependiente de los centros
imperiales, presenta cuadros que los economistas, los sociólogos y los his­
toriadores de hoy creen de fácil reconstrucción. Son típicos del subdesarrollo,
opinan: la paz porfiriana y la institucionalidad m odelo anglosajón, en países
fundam entalm ente indígenas, sólo podían dorm itar sobre barriles de pól­
vora seca.
¿Y Uruguay? Modelo perturbador de infradesairollo (en una m atriz
común de 25 índices, por ejemplo, el de la distribución de la capacidad
productiva corresponde a una sociedad m uy subdesarrollada y los restantes
a u n a sociedad industrial altam ente desarrollada), U ruguay creó, después
del eclipse de los últim os caudillos del P artido Nacional, un m odo de es­
tru ctu ra social ignorado o superficialm ente conocido por los estudiosos de
lo latinoam ericano. La violencia quedó allí m ucho más radicalm ente extir­
p ada que en todas las otras estructuras sociales construidas sobre el suelo
am ericano en el siglo XX; incluyendo, por supuesto, C anadá y Estados
Unidos. Si democracia se interpreta como ap titu d de convivencia, fue, sin
la m enor duda, la sociedad nacional más dem ocrática en América y Europa
d u ran te el siglo XX.
Los modelos habituales de análisis socio-estructural nos sirven m edia­
nam ente para explicarnos la violencia en los casos nacionales de Mpxico y
Colombia. No nos sirven casi para nada en el caso nacional de Uruguay.
Antes de poder dar una respuesta satisfactoria en los tres casos, el historia­
dor de lo social debe aún recorrer un largo camino de elaboración concep­
tual y hallar el procedim iento que le perm ita volcar hacia la construcción
teórica toda la rica y sangrante experiencia de lo contem poráneo.

70
Podría quizá suponerse que nuestro planteam iento va desembocando ha­
cia una tesis que sostenga la inevitabilidad de la violencia, para bien o para
mal. Pero no es esa, en absoluto, la razón de ser de nuestro argum ento. Lo
que estamos pensando, al exponer todos estos casos históricos, es que si pre­
tendemos reconstruir ciclos prolongados y mecanismos socio-estructurales
complejos tom ando como hilo conductor la violencia —presente, potencial
o ausente—, nos perderemos en la jungla de los episodios inconexos. La vio­
lencia existió en todas partes, pero apenas si ha sido —y sigue siendo— un
instrum ento. Si se reitera, si se insiste en ella, quizá sea porque el hom bre­
en-sociedad aún no ha inventado otro instrum ento que la reemplace.
Como instrum ento, jam ás h a existido —ni podría haber existido— por
sí misma. Si alguna reiterada enseñanza universal puede aportar el histo­
riador social es que todas las luchas de clases, particularm ente aquellas más
duras y cruentas, sólo han podido desarrollarse en la misma m edida en
que se ha desarrollado con vigor la colaboración dentro de las clases ac­
tuantes y, a veces, dentro de alianzas interclases. No ha habido violencia
contra el enemigo de clase sin pacto de no-violencia entre los miembros
de las clases en conflictos.
Algo más aún. El historiador social que retom a el tema político tra­
bajado por la historia académica institucional redescubre un m undo apasio­
nante. La estrategia política, a lo largo de siglos y culturas, ha sido siem­
pre un índice elocuente, pero de m uy complejo simbolismo, de los más
soterrados mecanismos estructurales. Sus elementos integrantes fueron con
frecuencia numerosos y todos ellos entrelazados con el m áxim o de ingenio
e inestabilidad dialéctica. La violencia jam ás h a estado ausente de la estra­
tegia política; pero jam ás ha sido sino uno entre m uchos instrum entos. H a
tenido un valor rápidam ente cam biante que h a dependido del valor que
h an ido adquiriendo los demás elementos. Quizá no siempre, pero con segu­
rid ad en la m ayoría de los casos, el triunfador h a sido aquel que ha sabido
utilizar mejor, sim ultánea y rápidam ente, cada uno del mayor núm ero im a­
ginable de instrum entos estratégicos.

III. DOS OBSERVACIONES FINALES

L a prim era observación final nos retrotrae a nuestro punto de partida.


M ientras no clasifiquemos m ejor un conocimiento que ya existe, las con­
clusiones sólo pueden descansar sobre una fracción lim itada de la expe­
riencia. Lo que aquí hemos hecho es un prim er esquema. Si algo resulta
claro de lo dicho es que ciertas fórm ulas muy abarcadoras carecen de valor
práctico debido a su excesiva generalidad, como cuando reconocemos que
siempre ha habido violencia e n 'la organización social; o bien se encuentran
sujetas a m últiples rectificaciones, como cuando se afirm a que jam ás en la
historia u na clase dom inante abandonó el poder sin apelar a la violencia.
Lo que muy probablem ente pueda el conocimiento histórico certificar es
que ninguna clase dom inante ha cedido el poder a otra por su propia
decisión, ni por respeto a normas jurídicas o éticas. Sospechamos con fun­
dam ento que todas hubieran querido oponer, al em bate adverso, sim ple­
m ente la resistencia más eficaz, incluyendo la violencia desenfadada. Pero
querer no es poder y la. clave.de la historia parece estar allí: muchas clases
cam inaron hacia su ocaso m ordiendo el polvo de su im potencia, antes de te­
ner la posibilidad, o la capacidad, de organizar m ejor su propia defensa.
La segunda observación final abre una simple duda. Hay m uchos m o­
dos de m edir el valor del pasado. Según uno de ellos, lo que ocurrió sólo

71
pudo haber ocurrido así y de ninguna otra m anera. Su enseñanza, tiene,
pues, la precisión de lo que sólo pudo ser como fue. Según otro, la historia
se repite incesantemente, en un ciclo tedioso. Pero cabe asimismo pensar
lo histórico como creación de u n a realidad entre varias probabilidades de
márgenes limitadós, en cuyo caso lo futuro tam bién será creación. La gran
función del historiador consiste en aclarar el condicionam iento preexisten­
te de la creación futura. Esta ú ltim a actitud es la nuestra, pero, como se
trata de un problem a de fondo en teoría histórica, es imposible, en tan
escasas líneas, fundam entar una adhesión. Con todo, no podemos menos
que preguntarnos aquí por qué tan a m enudo se supone que el futuro
haya de tener, necesariamente, la form a del pasado.
H ay dos actividades —muy alejadas entre sí dentro de la práctica so­
cial— en las cuales la im aginación debe responder con gran rapidez y brillo
a problem as inesperados: ciertos horizontes de la investigación científica
p u ra y la gran estrategia política. La incapacidad im aginativa —es decir,
cuando no se está en condiciones de hacer uso de todos los conocimientos y
recursos disponibles, y crear incesantem ente, a veces con la velocidad del
relámpago, otros nuevos— conduce en ambos terrenos casi siempre a la
catástrofe. En ciencia, la catástrofe se llam a ru tin a profesional. En estrate­
gia política tiene otros nombres.
R eflexión final de historiador. Ya sea como requisito de ciencia pura
o necesidad de estrategia política, m irar al pasado, si no es para crear algo
diferente —si es posible, radicalm ente diferente— se transform a en u n a de
las tareas más melancólicas y menos interesantes que pueda suponerse.

72
Sobre la filosofía de Andrés Bello

C arlos R u iz

Profesor de Filosofía de la Universidad de Chile

AI iniciar un estudio histórico sobre los antecedentes teóricos de la insti­


tucionalidad y la legalidad chilenas, al vincular este estudio al nom bre de
Andrés Bello y a su fil'&sofía, me parece necesario hacer, introductoriam ente,
algunas consideraciones que por abreviar llam aré metodológicas.
En prim er lugar, entre la concepción del discurso ideológico en gene­
ral que propone M arx en la Ideología Alem ana (la ideología es la repre­
sentación alienada de lo real) y la propuesta recientem ente por L. Althusser
(la ideología es la representación de las relaciones im aginarias de los in­
dividuos a sus condiciones reales de existencia), este trabajo encuentra su
p u n to de p artid a en la afirm ación de que las ideas y las representaciones
no se nos hacen inteligibles sino en la m edida en que pensamos su rela­
ción a sus condiciones m ateriales de existencia. Estas condiciones o este
m odo de existencia m aterial de las ideas, condición necesaria de su circula­
ción social, está ligada a ciertos “lugares” preferenciales que podríamos
llam ar, siguiendo a Ahhusser, aparatos ideológicos. Ejemplos de estos apa­
ratos en torno a los cuales se realiza y unifica la función ideológica son
el sistema escolar, el sistema de las comunicaciones de masas, en cierto sen­
tido los partidos políticos, las instituciones religiosas, etc.
Para pensar correctam ente la relación entre representaciones y apara­
tos (o instituciones) abandonam os en prim er lugar la noción de causa.
Si las condiciones m ateriales y u n a m aterialidad específica son caracterís­
ticas de lo ideológico, se quiere decir con ello que se abandona la tesis pa­
ralela al idealismo, según la cual la “m ateria” es la. causa del “espíritu” .
E n segundo lugar, es im portante tener siem pre presente que esta re­
ferencia de las representaciones ideológicas a aparatos que tienen u n a exis­
tencia m aterial, se inscribe dentro de una referencia más general de estas
mismas representaciones a las clases sociales en conflicto en una sociedad
caracterizada por el dom inio de u n m odo de producción y las necesidades
de su reproducción sobre todos los momentos de una totalidad social. La
elaboración del orden y de las categorías que organizan el pensam iento
y la acción de los grupos sociales com prometidos en una determ inada es­
tru ctu ra social se realiza en conexión con esta reproducción y sus exigencias.
A hora bien, es evidente que ninguna elaboración de categorías sería posi­

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ble sin la actividad consciente de los hom bres concretos que viven en una
determ inada sociedad *.
La cuestión de la creación cultural tiene pues aquí su lugar, definién­
dose por su relación, prim ero con respecto a la contradicción que divide la
sociedad en clases y, segundo, a los aparatos en que se expresa el orden de
las cosas y de las ideas la determ inada estabilidad, que son solidarias del
dom inio de u n a clase sobre el resto de la sociedad. Ahora bien, este dom i­
nio está asegurado en general por otra cosa que por ideas, a saber, por
un derecho, por una adm inistración y por la fuerza, pero parece evidente
que necesita de ellas para validarse: necesita de este recurso a lo universal
que en ocasiones y en la m edida en que las otras funciones de estabiliza­
ción no le son imperm eables (siendo como son, la práctica y la vida de in­
dividuos concretos) ; puede incluso determinarlas.
Me parece evidente tam bién que este proyecto de validación y legiti­
mación tiene su autonom ía propia y en la m edida en q u é su objeto tiende
a ser el m undo, la totalidad de lo que ese proyecto deja ver como real,
puede muchas veces trascender y poner los límites de su propio origen y
lím ite 2 pudiendo ser a) m om ento del cambio de un orden en otro (como
es el caso de las ideas de una clase ascendente) b) ciertam ente, la condi­
ción bajo la cual la reproducción de una estructura social no es la pura
violencia y c) la condición de la específica continuidad posible entre es­
tructuras históricas y sociales diferentes.
U na segunda consideración previa, esta vez referida específicamente al
tem a de este estudio, me parece tener su punto de condensación en la no­
ción de la influencia. Sobre esta cuestión en la que confluyen en nuestro
caso la dependencia cultural y en general el sentido en que las relaciones
de producción coloniales están marcadas por su relación de dependencia
respecto del desarrollo del capitalismo europeo (especialmente español,
inglés y francés) nos vamos a tener que contentar aquí con bien poco.
Im portante me parece, eso sí, destacar que esta “influencia” (en este
caso sobre la filosofía de A. Bello) de las producciones teóricas europeas:
1) sólo puede detectarse y adquirir significación en el interior de la estruc­
tu ra del discurso de nuestro autor, por lo tanto al ser visto como acción
recíproca y 2) que el problem a debe ser planteado en la dirección presunta
por la continuidad o la discontinuidad en la producción teórica del autor
respecto de las necesidades del desarrollo económico, social y cultural de
Chile en el siglo pasado 3.
En el marco anteriorm ente prefijado, este trabajo se propone tan sólo
presentar u n esquema del discurso filosófico de Bello junto al enunciado
de algunas de sus condiciones de posibilidad, exam inando al mismo tiem po
la circulación entre sus enunciados y algunos temas tanto del Código Civil
como de textos referidos a él. Nos detendrem os tam bién en la determ ina­
ción de algunas ele las categorías que este discurso ofrece como posibles
para pensar la moral, la sociedad y la juridicidad. La debilidad más noto-

1 En este sentido me parece necesario aclarar: a) que esta conciencia es estrictam ente solidaria de una
estru ctu ració n social y b ) q u e en mi opinión sólo el psicoanálisis nos proporciona los conceptos
adecuados p a ra pensar el “ sistema percepción-conciencia” .
2 M e parece im p o rtan te h acer resaltar este carácter d e “ m undo” , de orden integral, que es solidario
del dom inio de u n a clase. A p a rtir de él y del m odo de su legitim ación: 1) Se gesta el m odo —se­
gún la resistencia m ayor o m enor de las clases dom inadas— de su propia m arginalidad; 2) Es posi­
ble comenzar a com prender estos problem as a p a rtir de las categorías de esencia y apariencia.
La esencia de tal dom inio arraiga e n la producción. La apariencia estaría constituida sobre todo
p o r un sistema de significaciones de la que la lógica sería en gran m edida la de la fantasía en el
sentido psicoanalítico de esta palab ra, u n a lógica regida entonces por la m etáfora y la m etonim ia.
Sobre esto cf. A. Badiov. M. II. y N . D. “ El rec. del m. d ia l” , M. T o rt. La psych. daíis le m at.
hist. N . R evue de Psy. Ereud et la philosophie. Are. FREU D .
3 Cif. L. G oldm an: La sociología de la lite ra tu ra : Estatuto y problem a de m étodo.
ría del presente estudio en este sentido es la falta de un análisis más de­
tallado de los enunciados jurídicos mismos, así como la notoria insuficiencia
de los estudios históricos sobre el tema.
En prim er lugar y desde una perspectiva muy general, el discurso filo­
sófico de Bello me parece estar trabado por la tensión resultante de su vo­
lu n tad de expresar de un modo m arginal una serie de principios y de con­
ceptos vinculados al m oderno racionalismo europeo (la existencia de un
Dios causa eficiente del m undo, el alma in m o rta l), a través de los concep­
tos y la problem ática del empirismo.
De aquí nos parecen derivar una serie de inconsistencias y debilidades
de su pensam iento, manifiestos en una serie de desplazamientos en el sen­
tido de los conceptos fundam entales de su filosofía.
1.—La coexistencia de una teoría, de una filosofía de la percepción,
que encuentra sus categorías en Locke y en Berkeley, con una doctrina de la
actividad del entendim iento y de la necesidad de los conceptos para la ex­
periencia inspirada en Kant a través de V. Cousin. Sin embargo, esta ne­
cesidad es pensada con la categoría de instinto y vista como una necesidad
instintiva de la razón.
2í—La deducción, a través de la m ediación de esta necesidad y de
este instinto explicados por una teología, de la existencia de Dios y de las
propiedades tradicionales del alma, es decir, inm ortalidad, simplicidad, etc.
3'.—C ontrariam ente a la filosofía escocesa del sentido común, la afir­
mación de u n a teoría consistente representativa de la percepción, y el
abandono de la relación instintiva entre el contenido de la sensación (re­
presentación) y las cualidades materiales.
Del enunciado de estas características de estructura del discurso de
Bello es posible concluir entonces dos series de “influencias” :
a) Locke y el empirismo inglés, Condillac y el sensualismo, la Ideolo­
gía (Destutt de Tracy, C abanis).
b) La filosofía escocesa del sentido común (Reid, Bronw y D. Stewart) .
El eclecticismo y espiritualism o francés (V. Cousin, Jo u ffro y ); Kant,
interpretado p or Cousin.
A p artir de esta hipótesis general y ensayando dem ostrarla, me pa­
rece que los puntos fundam entales a desarrollar son los siguientes:
1.—La teoría de la percepción y sus diferencias: intuitivas y sensitivas.
2.—La percepción de la relación en conexión con el tem a de la acti­
vidad de la razón en ella, con las relaciones elementales, la causalidad, los
“instintos” de la razón, Dios y el alma.
3.—Los principios de la experiencia y su inderivación.
Sobre la base de este desarrollo, que es un análisis de la “filosofía del
entendim iento” de Bello, abordaremos el de las posibilidades que este
discurso abre para la validación y la categorización de un orden legal. Estas
posibilidades me parecen poder derivarse de algunos enunciados centrales:
a) La doctrina de los institutos de la razón;
b) La visión del individuo, del “alm a” y sus relaciones inciertas con
otros individuos; la consiguiente' determ inación del conocimiento y la vo­
lu n tad como facultades del alm a individual;
c) Las relaciones con el pragm atism o y el utilitarism o. La m oral en
Bello, y
d) La visión del “m om ento” histórico, de la actualidad y la inter­
pretación im plícita de América y de Chile desde un esquema evolucio­
nista e ilum inista.
El segundo de los puntos mencionados me parece estar en el trasfondo
teórico de la categoría jurídica de contrato; puede además relacionarse su

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significación con las nociones de bien, propiedad, posesión. Sin embargo, en
este sentido, como en otros, es lam entable que no se conozca y que apa­
rentem ente no haya textos de Bello que traten de la m oral salvo de pasada.
E n la categoría m oral de la voluntad, por ejemplo, hay, por lo que sabe­
mos, apenas la indicación de lo que podría constituir la m ediación entre
los conceptos teóricos y los jurídicos.
U na correlación sorprendente puede establecerse en cambio entre la
significación global de su filosofía, sobre todo del lugar de la teodicea en
ella, y su concepción de la familia, de las “buenas costum bres”, en relación
al orden doméstico y al lugar de la religión en la institución m atrim onial.
De la caracterización jurídica de la persona nos parece tam bién sig­
nificativa la im portancia de la filiación y la legitimación.
Sobre todos estos puntos tratarem os en lo que sigue, tom ando como
hilo conductor la Filosofía del Entendim iento.
La Filosofía del E ntendim iento fue publicada en forma postum a
en 1881 por el Gobierno y el Congreso de Chile como el prim er volum en
de sus obras completas “en recompensa a los servicios prestados al país por
el señor don Andrés Bello, como escritor, profesor y codificador” 4. La
obra, una especie de versión más desarrollada y rigurosa de sus cursos
privados, fue escrita probablem ente para servir de texto de filosofía en el
In stitu to N acional y su edición estuvo a cargo de M. L. Am unátegui, quien
redactó tam bién la Introducción que la acompaña.
No deja de ser significativo que la introducción de A m unátegui se
presente como una suerte de advertencia frente a u n a filosofía que adquie­
re de esta m anera una especie de reconocim iento oficial. En ella se parte,
según el editor, de “principios sensualistas y escépticos” que “debieron con­
ducirlo al sensualismo y aun al m aterialism o”. Se “desconoce —además— la
idea de infinito, de u n a falsa noción de eternidad, de causa, de sustancia y
desnaturaliza otras varias nociones y principios metafísicos” 5.
La crítica española y americana, sin embargo, vio y h a seguido viendo
en la obra de Bello, al decir, por ejemplo, de J. Gaos “ . . .la m anifestación
más im portante de la filosofía hispanoam ericana influida por la europea
anterior al idealismo alem án y contem poránea de ésta hasta p o s itiv is ta ...”
En el curso de este estudio procuraré entregar algunas notas sobre la es­
tructura, la significación y las condiciones de posibilidad de las tesis de
esta obra tan rigurosa, recom endada como —en nuestros días— poco leída.
El objeto de la filosofía es en prim er lugar, para Bello, “el conoci­
m iento del espíritu hum ano y la acertada dirección de sus actos” 6. Este es­
p íritu no es conocido “sino por las afecciones que experim enta y por los
actos que ejecuta. De su íntim a naturaleza nada sabemos” 7. Las afecciones
y actos de que se trata son de dos clases: por las unas se conoce e investiga
la verdad; por los otros se quiere y apetece la felicidad. T oda afección,
todo acto, suponen además una facultad. El alma tiene por consiguiente
u n a facultad de conocer y una de apetecer: entendim iento y voluntad.
La relación entre el alm a y sus facultades es, en verdad, una unidad
cuyos momentos están determ inados con gran interioridad: el alm a está
toda en sus facultades; como de otra parte toda acción o pasión del espí­
ritu es u n acto suyo y como además la facultad está toda en el acto porque
no es ella misma sino la posibilidad de este últim o, es el espíritu entonces
quien está todo él en cada acto o afección suya.

4 O bras Completas de Don Andrés Bello. Vol. I. Santiago 1881.


5 Op. cit. Introducción.
6 A. Bello. Filosofía del Entendim iento. F.C.E., p. 3.
7 Ib íd ., p. 3.

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La caracterización del espíritu se completa en nuestro autor como
una radical reducción de la unidad del espíritu a la conciencia de sí. Ve­
remos más adelante cómo esta identificación de espíritu y conciencia se
hace presente tam bién en la fundam entación del carácter representativo
de la percepción y en la determ inación de esa especie de X ontológica que
es la m ateria en la filosofía de Bello.
A hora bien, la filosofía en cuanto tien«e por objeto a la facultad de
conocer, es decir, al entendim iento, se divide en dos disciplinas: la Psico­
logía m ental (que se propone conocerlo) y la Lógica (que se propone su­
m inistrar las reglas para su acertada dirección). En cuanto, en cambio, el
objeto de la filosofía es la voluntad, ella es de nuevo dos disciplinas: la
Psicología m oral y la Etica, que tiene tam bién un carácter norm ativo.
El conjunto de la filosofía se articularía entonces en Bello en dos
grandes direcciones: la Filosofía del entendim iento (que com prende la psi­
cología m ental y la Lógica) y la Filosofía m oral (que com prende la Psico­
logía m oral y la E tic a ).
U na vez aclarado a través de estos desarrollos el sentido general de la
obra de Bello, hay que decir que cuantitativam ente y cualitativam ente la
Filosofía del entendim iento está de lejos dom inada por la Psicología m ental,
de la que vamos a exam inar en prim er lugar la teoría de la percepción.
Y de entrada, la siguiente observación: no hay en la doctrina de nues­
tro autor, no hay en su psicología, es decir, en su filosofía, acto o afección
del espíritu hum ano que no sea percepción. L a distinción ulterior entre
idea y percepción no le resta a la prim era —como veremos— su dependen­
cia esencial de la segunda.
La definición de la percepción se lleva a cabo en verdad a lo largo de
toda la Psicología m ental, la prim era parte de la Filosofía del E ntendi­
m iento. No la precede, sin embargo, u n a teoría de la experiencia, y a pesar
de la indiscutible influencia de Locke y del empirismo en el contenido de
esta doctrina (y como síntom a de la “influencia” de una determ inada in­
terpretación de K a n t), la afirm ación del origen de todo nuestro conoci­
m iento en la experiencia ocupa en ella un lugar secundario y que se vincula
más bien con lo no empírico que esta filosofía perm ite. Y esto, a mi juicio,
es así por razones esenciales. A pesar de que ellos se verán más claro más
adelante, enuncio los dos principios que explican este hecho. A pesar de los
conceptos y del lenguaje, la filosofía de Bello no es una respuesta al pro­
blema del origen, extensión y lím ites del conocimiento hum ano, pregunta
en el origen del empirismo. Situada y form ada en el diálogo constante con
u n a filosofía em pírica ya desarrollada (a través de los casi veinte años de
perm anencia en Inglaterra, de la relación con Jam es Mili, etc.), esta filo­
sofía está anim ada —y ésta es una de sus tendencias globales— por la in ten ­
ción serena, im parcial, casi judicial de term inar con las disputas filosóficas,
de dar a cada doctrina lo que le pertenece en una especie de vía real h a­
cia el conocim iento de la verdad. En esta m irada distante y que aparente­
m ente no tom a partido, radica u n a de las coincidencias del discurso filosó­
fico de Bello con el eclecticismo de Cousin. Se trata de una tendencia im ­
p o rtan te en esta filosofía, solidaria de u n a determ inada visión de la his­
toria como progreso y difusión de las luces, de una de esas “robinsonadas”
que filosóficamente están siempre en la m irada del pensam iento burgués
clásico cuando se trata del origen del orden histórico capitalista. Vamos
a volver sobre este punto más adelante.

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El segundo de los principios a que me referí más arriba es la defini­
ción misma de la experiencia. Según Bello esta es “una especie de induc­
ción o raciocinio instintivo fundado en observaciones” 8.
Y como dice más adelante: “La experiencia (y bajo este nom bre en­
tendemos no sólo la que form an los sentidos, sino la del m undo interior,
espiritual que el yo contem pla en sí m ism o ); aunque la experiencia, por
sí sola, esto es, reducida a la m era observación, no haya podido darnos
nuestros prim eros conocimientos; nuestros prim eros conocimientos nos han
venido sin duda con ella; todo conocim iento cronológicam ente anterior a
esa experiencia naciente, es una quim era. Pero al mismo tiem po es incon­
testable que hay en el entendim iento gran núm ero de juicios y de cono­
cimientos que lógicamente son anteriores a la experiencia, que lógicamente
no se derivan de ella, ni por una derivación inm ediata, ni por una deriva­
ción ulterior, porque no puede haber experiencia que no los im plique” fl.
Ahora bien, a pesar de la fuerte presencia del kantism o (a través de
Cousin, como siem pre en Bello) en esta definición, a pesar de la diferencia
entre lo lógico y lo psicológico, a pesar del carácter im plícito de lo univer­
sal en la experiencia, la falta de una teoría auténticam ente formal y tras­
cendental de lo apriori, m e parece estar en la raíz del desplazam iento teó­
rico por el cual esta implicidez se transform a en la mayoría de los otros
textos de Bello en una “ley natural de la m ente” o en un “instin to ” de la
razón, como veremos más adelante. En todo caso, creo ver en este punto,
el nudo sintomático en donde se articulan y se dispersan las dos series de
influencias, correlativas de las dos tendencias fundam entales que anim an
este discurso. (1.—Lo lógico y lo psicológico serían dos contenidos. 2.—Esta
falta de la noción de transcendental y la doctrina de la experiencia causan
la posibilidad del conocimiento de Dios y el alm a en B ello ).
A hora bien, lo que dificulta las cosas en la definición de la percepción
es el hecho de que sus diferencias, la percepción intuitiva y la representa­
tiva se refieren, la una inm ediata y la otra m ediata y simbólicamente, a su
contenido. Lo que ambas tienen ele común es el ser la conciencia de una
modificación del alm a im bricada en u n juicio que es una referencia de ésta,
en u n caso (el de la percepción intuitiva) al yo, sustancia ele esas m odifica­
ciones, y en el otro a un objeto que puede ser una cualidad o estado de un ser
m aterial o una im presión orgánica, es decir, u n a cualidad o estado de mi
propio cuerpo (la percepción representativa).
Estas diferencias de la percepción no im plican que cada una de ellas
se dé siem pre sin articularse con las otras. Hay u n m ovim iento de relacio­
nes recíprocas entre estas diferencias que tratarem os de cubrir al dar cuenta
de lo que las distingue.
La percepción intuitiva o de la conciencia se caracteriza por ser la con­
ciencia inm ediata de una modificación del alma, que u n a referencia que
es un juicio, una inferencia, refiere al yo, sustancia idéntica, simple y una
a través de estas modificaciones suyas. En ellas entonces conocemos una
m odificación del alm a por medio del alm a misma; en un prim er sentido
la conciencia es pasiva: contem pla la modificación objeto; en un segundo
sentido es activa; identifica al ser que experim enta la moelificación con el
ser en quien reside la conciencia. El lím ite de esta clase ele percepción es
la conciencia misma que tenemos de ellas y no percibimos ni conocemos
de nuestro espíritu sino aquello que es objeto actual o posible de un acto
de conciencia. El lazo entre la percepción intuitiva y las otras especies de

8 Ib íd ., p . 30.
9 F. del E., p. 332.

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percepciones radica en que ambas contienen un m om ento de conciencia
inm ediata de u n a m odificación del espíritu.
U na percepción es, en cambio, representativa, cuando la m odificación
del alm a asume el carácter de signo o símbolo de algo que no es ya el
alm a misma sino, o el propio cuerpo o un ser m aterial externo.
No hay entonces en Bello percepción sensitiva o representativa que
no envuelva —y este es el caso de las percepciones sensitivas llam adas in ter­
nas (hambre, fatiga, dolor, etc.) — al menos estos cuatro elementos: 1) una
im presión orgánica. 2) una sensación (es decir, una modificación del alm a
que corresponde por u n a ley n atu ral a la im presión orgánica; el sím bolo).
3) u n a percepción intuitiva. 4) referencia de la sensación al órgano, causa
próxim a.
Pero las percepciones representativas más im portantes son las llam a­
das percepciones sensitivas externas; por ellas conocemos el m undo exter­
no, aunque siempre simbólicamente a través de una modificación del alma
cuyo contenido no es el mismo q u e el de este m undo o que, al menos, no
está probado que lo sea.
Estas percepciones contienen los siguientes elementos:
1.—U n ser material agente corpóreo actualm ente im presionando al ór­
gano (y la m ateria se define en Bello en parte por esta fa cu ltad ).
2.—La im presión orgánica que es el resultado inm ediato de esta acción.
3.—U na sensación correspondiente pero sólo sim bólicam ente relacio­
nada a una causa.
4.—Conciencia o intuición.
5.—Referencia (juicio) a la causa remota.
Vemos perfilarse, a través de esta descripción, una doctrina en la per­
cepción cuyos caracteres diferenciales más relevantes son los siguientes:
1.—La percepción intuitiva como referencia al yo, es elemento inte­
grante de toda percepción.
2.—El carácter simbólico de nuestro conocimiento del m undo exterior,
que im plica una escisión radical entre los contenidos del espíritu y los
del m undo y que se basa en el supuesto idealista de la reducción del cono­
cimiento con sentido a la conciencia. Como la conciencia es de todos modos
un acto del alma, se trata aquí de u n a relación del conocim iento al espí­
ritu y sus modificaciones, del que después no se puede salir sino de esta
m anera representativa. La falta de precisión en las relaciones entre el espí­
ritu y conciencia conduce al menos a estas consecuencias paradójicas: 1) el
único ser del que hay conocimiento intuitivo, no representativo, es el espí­
ritu . 2) Pero al mismo tiempo, de la naturaleza ú ltim a de este espíritu no
se debe nada salvo que este espíritu, este yo, es una sustancia (la única)
simple, idéntica, etc. (es decir, todas las determ inaciones tradicionales del
a lm a ). 3) U n tercer punto a señalar es el hecho de que aun las percep­
ciones intuitivas necesitan en un punto de partida de u n a modificación
del alma, modificación que en esta filosofía sólo puede provenir o de la
im presión actual del m undo exterior (percepción) o de la percepción re­
novada de esta im presión actual (id e a ). 4) R eferencia de todas las percep­
ciones a las de la vista y el tacto y finalm ente al tacto.
Por otra parte, las relaciones entre conciencia, alm a y sentidos es bien*
asegurada por Bello de un m odo que recuerda a la fenomenología. 1) Es
el alm a quien en los sentidos, sus órganos, ve, oye, toca y siente en general.
2) H ay u n a exterioridad radical entre los movimientos de moléculas, flúi-
dos, etc. que caracterizan el m om ento físico de la acción de un ser m aterial
sobre el organismo, y el alma, sustancia que nos advierte de ellas.

79
El carácter general ele nuestro conocim iento es así enteram ente pen­
sado al m odo del em piriím o: es el enlace constante entre —por ejem plo—
el olor de una rosa y la rosa lo que nos hace referir el prim ero a la últim a,
no habiendo razón alguna para no referirlo, por ejemplo, sim plemente al
aire que im presiona nuestros órganos de un m odo inm ediato y directo.
El tránsito de estos conceptos y lenguaje em pirista a ese eclecticismo
larvado que es la otra tendencia inm inente al discurso de Bello —sobre cuyo
estatuto volveré más adelante— se lleva a cabo en la doctrina de la percep­
ción de la relación de casualidad.
En prim er lugar hay que hacer notar que la conciencia de la relación
es en Bello categóricamente percepción, afección compleja.
La relación surge al juntarse en el entendim iento dos percepciones. Lo
que así surge es u n a tercera afección espiritual diferente de ambas percep­
ciones y del simple agregado de ambas.
H ay fundam entalm ente dos especies de percepción relativa o de rela­
ciones: a) las homologas: semejanza y diferencia, b) las antílogas: sobre
todo la causalidad, en que la relación no es simétrica. A hora bien, la tesis
fundam ental de Bello sobre la relación es que en ella el entendim iento
es esencialm ente activo. Hay en este m odo de percibir un engendrar y
concebir un elem ento nuevo, no incluido en la p u ra afección, a pesar de
la esencial pertenencia de la relación a la percepción. La percepción mis­
ma, en cuánto incluye la referencia o juicio que m encionamos en su mo­
m ento, tendrá tam bién —y ello se ve sólo ahora— esta dim ensión activa.
A hora bien, las relaciones elementales, es decir irreductibles, son en
Bello las de semejanza y diferencia (esenciales para la com prensión de su
teoría de la abstracción y del lenguaje) :
igualdad y más y menos
coexistencia y sucesión
identidad y distinción
cualidad y sustancia.
Vamos a centrar ahora nuestro análisis en una relación, la de causa­
lidad, que si bien no es elemental, puede reducirse según Bello a la de su­
cesión y semejanza.
En efecto, la causalidad está concebida, al m odo del empirismo y de
Hum e, no encerrando ninguna potencia o facultad de producción de efec­
tos, sino reducida a la sucesión constante de dos fenómenos, uno de los
cuales llam aremos causa y él ofro efecto. La causalidad es pues aquí como
siempre en los modernos, causalidad eficiente pensada según coordenadas
temporales. m
A hora bien, prosigue Bello, la sucesión constante envuelve, en la inte­
ligencia adulta, la idea de u n a sucesión necesaria. Puesto que la experien­
cia no sum inistra antecedentes lógicos para esta necesidad, es menester
explicar la creencia en la estabilidad de las conexiones fenomenales en ge­
neral. Esta creencia, instinto o tendencia, es una ley prim ordial de la in­
teligencia hum ana a la que Bello denom ina “principio em pírico”. Estre­
cham ente vinculado con él, el principio de cualidad es otro instinto de la
razón cuyo contenido es la afirmación de que todo fenómeno nuevo es ne­
cesariamente precedido en la naturaleza por un fenómeno o serie de fenó­
menos anteriores que tienen necesariam ente con él un enlace sucesivo cons­
tante.
Estos dos movimientos, instintos del pensar que, entre otros, posibilitan
la experiencia, han sido, dice rápidam ente Bello, impresos en nuestra inte­
ligencia por el A utor de la naturaleza.

80
U no de los golpes de fuerza del discurso de Bello consiste en este sen­
tido en no fundar la necesidad de la causalidad en deducción alguna (que
por ejem plo en Kant lim ita su validez a la experiencia) sino en su tra­
ducción a una creencia, instinto hecho de la razón, desplazam iento que
origina la tesis de su “im presión” en la naturaleza de la razón por el Autor,
la Causa Prim era del orden natural, Dios, es decir, por un contenido afir­
m ado en parte sobre la base del mismo hecho que se pretende “explicar”.
En efecto, el conocim iento de Dios nos es posibilitado por:
1.—El encadenam iento causal, el orden natural.
2.—La correspondencia existente en la naturaleza entre medios y fines.
La argum entación se completa a partir de la consideración de que este
orden, a pesar de su necesidad inm inente y determ inada es, en lo absoluto,
contingente, puesto que los enlaces necesarios podrían haber sido otros
que los que son. De aquí la deducción de una Causa Prim era que quisó,
librem ente este orden y no otro, es decir, de Dios y su Libre Voluntad.
De este m odo se gesta, pues, la irrupción de la metafísica tradicional (Dios,
alm a inm ortal) en este discurso de la representación.
Como Bello lo dice al comienzo de la psicología m ental: “Las materias'
que acabo de enum erar (Metafísica: Ontología, Teodicea, Pneum atología)
tienen una conexión estrecha con la psicología m ental y la L ó g ic a ..., por­
que el análisis de nuestros actos intelectuales *nos da el fundam ento y la
prim era expresión de todas estas nociones, y porque la teoría del juicio
y del raciocinio nos lleva naturalm ente al conocim iento de los principios
o verdades primeras, que sirven de guía al entendim iento en la investi­
gación de todas las otras verdades.
A través de esta introducción vinculada al tema de la razón, entende­
mos tam bién que había en toda la percepción u n a colaboración racional:
a saber,» en el m om ento de la referencia o juicio por la que la sensación,
en u na percepción representativa, era vinculada a u n a causa próxim a o
remota. Es, sin embargo, para mí, significativo que esta aclaración y este
vínculo esencial para la percepción aparezca en la obra de Bello en un
apéndice, casi en una nota. Antes de com pletar la form ulación de una
hipótesis que me parece explicar este hecho y el carácter m arginal, en apén­
dices y notas de toda o casi toda la m etafísica de Bello, voy a enum erar
algunas de las consecuencias de esta doctrina hecha, como se h a visto, de la
im bricación de u n a doctrina em pírica e idealista de la percepción, la sus­
tancia, la causalidad y la abstracción (determ inada de un modo que re­
cuerda a Berkeley) con tesis racionalistas y metafísicas sobre Dios, el alm a
y la libertad.
La prim era consecuencia im portante para nuestro propósito inicial
me parece ser indiscutiblem ente la tesis de que hay una suerte de identidad
entre la creencia en el Ser Supremo y la civilización. Este enunciado es apo­
yado por otro, según el cual son creencias instintivas las que guían al
hom bre en el ejercicio de sus funciones intelectuales, proporcionándoles
así al entendim iento, universalidad y necesidad en sus conocimientos. Estas
dos proposiciones confluyen en una tercera: sin esa creencia, el orden mo­
ral carecería de su más eficaz sanción. Y de este enunciado, Bello concluye
que: “el hom bre h a sido form ado para vivir en sociedad y los principios
en que estriba el orden social, son verdades inspiradas, digámoslo así, pol­
la naturaleza hum ana, verdades de instinto” 10.
U n a segunda consecuencia es que según Bello la conciencia (sin más
prueba) atestigua, frente al enlace causal de la naturaleza, la libertad de

10 Ibíd ., p. 123-,

6.—CEREN 81
o

la voluntad. Esta doctrina sobre la libertad psicológica, ju n to a la concep­


ción atom ista y casi solipsista del Yo como la única sustancia, sustancia
reducida a la esencia de la conciencia, son nociones cuya plena significación
conocemos cuando vemos que en el Código Civil ellas son indispensables
a la noción de contrato. En efecto, el contrato supone la libertad de los
contratantes: u n a libertad que en el Código sólo está en peligro de perder­
se en la violencia del deteríninism o natu ral o psicológico: los im pedimentos
físicos del contacto (pérdida de los sentidos), la alienación.
U na tercera consideración de interés concierne a una determ inación
más precisa de lo que Bello entiende por moral.
En la filosofía del entendim iento, Bello define de un m odo entera­
m ente utilitarista a la v o lu n ta d . . . “atribuim os a la voluntad ciertos actos
p or m edio de los cuales nos dirigimos a los objetos que sirven para nuestro
bienestar o placer, o nos alejamos de los objetos que nos causan molestia
o dolor” 11. Si se recuerda que la m oral tenía por otra parte por objeto
el dar norm as a la voluntad y que esta facultad se caracterizaba por ape­
tecer la felicidad, se tiene con ellas u n a enum eración de los conceptos de
esta teoría m oral lim itada, cuya significación puede aproxim arse de una
orientación pragm ática y u tilitaria latente en los principios y los textos so­
bre educación, derecho y teoría política. Así, sobre educación popular, Be­
llo puede escribir, aclarando de paso el sentido práctico de este utilitarism o:
“¿Qué haremos con tener oradores, jurisconsultos y estadistas si la masa
del pueblo vive sumergida en la noche de la ignorancia; y ni puede coope­
ra r en la parte que le toca a la m archa de los negocios, ni a la riqueza, ni
ganar aquel bienestar a que es acreedora la gran m ayoría de un Estado?
N o fijar la vista en los medios más a propósito para educarla, sería no.
interesarse por la prosperidad nacional” 12.
Se tiene constantem ente la impresión, al leer los artículos periodísticos,
mensajes, discursos, etc., que Bello no es, como se ha dicho, el autor, el
“p ad re” del derecho y la educación chilenos, sino el intelectual a través
de cuyo discurso, que es fundam entalm ente el em pirism o (con sus reservas
y matices en B ello), se especifica la relación entre esta visión del m undo y
las necesidades objetivas de la reproducción del orden social y económico
del capitalism o en Chile. Estas necesidades son sentidas, vividas como exi­
gencia de “luces”, educación, codificación, arte y literatura. A fin de deter­
m inar con mayor precisión el sentido de esta visión ilum inista me parece
conveniente citar u n texto aparecido en el diario El Araucano, en 1841,
a propósito del Código Civil:
“N uestra república acaba ciertam ente de nacer para el m undo polí­
tico; pero tam bién es cierto que desde el m om ento de su emancipación, se
h an puesto a su alcance todas las adquisiciones intelectuales de los pueblos
que la han precedido, todo el caudal de sabiduría legislativa y política de
la vieja Europa, y todo lo que la América del N orte, su hija prim ogénita,
h a agregado a esta opulenta h e re n c ia ... Nos hallam os incorporados en
u n a grande asociación de pueblos de cuya civilización es un destello la
n u e s tra ... Todos los pueblos que han figurado antes que nosotros en la
escena del m undo han trabajado para nosotros” 13.
A hora bien, es en esta particular concepción del progreso donde se
articula, en el interior del discurso de Bello, la tendencia ecléctica de su
filosofía y las necesidades de la acción histórica y social. Esta es, por lo

11 Ib íd ., p. 6.
12 C itado en M . L. A m unátegui, Vida de don A . Bello, p. 260. Publicaciones de la E m bajada de
Venezuela.
13 C itado en: Vida de don Andrés Bello, M. L. A m unátegui, p. 441.

82
menos, la articulación que Bello controla y de la que se puede decir que
es el autor (a pesar de la relación con C o u sin ). Creo que esta relación
im portante se puede ver m ejor al leer directam ente un texto de Bello y
otro de V. Cousin. En el de Bello se dice, por ejemplo, y en relación a la
filosofía: “E ntre los problem as que §e presentan al entendim iento en el
examen de u n a m ateria tan ardua y grandiosa, hay muchos sobre los que
todavía están discordes las varias escuelas. Bajo ninguna de ellas nos aban­
derizamos. Pero tal vez, estudiando sus teorías, encontrarem os que su di­
vergencia está más en la superficie que en el fondo; que reducida a su
más simple expresión no es difícil conciliarias; y que cuando la concilia­
ción es imposible, podemos a lo menos ceñir el campo de las disputas a
lím ites estrechos que las hacen hasta cierto punto insignificantes y colocan
las más preciosas adquisiciones de la ciencia bajo la garantía de un ascenso
universal” u . Y el de Cousin, sobre política y filosofía: “Así como el alma,
en su desenvolvim iento natural, encierra varios elementos cuya verdadera
filosofía es su expresión armónica, así toda sociedad civilizada tiene varios
elementos com pletam ente distintos que el gobierno debe reconocer y re­
presentar . . . La revolución de julio no es sino la revolución inglesa de
1688, pero en Francia, es decir: con m ucho menos aristocracia y un poco
más de democracia y m o n a rq u ía .. . los tres elementos necesarios.. . El que
com batía todo principio exclusivo en la ciencia ha debido rechazar tam ­
bién todo principio en el Estado” 15.
Es claro, sin embargo, que la significación del discurso de Bello no
coincide, en lo esencial, con esta tendencia que sin embargo podría ser lo
más personal de ella. Sobre este pu n to doy por el m om ento las siguientes
razones que evidentem ente deberán ser profundizadas.
Em pirismo y eclecticismo, las dos tendencias que están en conflicto en
esta doctrina, tienen u n a raíz común: el ser filosofías en que predom inan
el análisis, la representación, la subjetividad, el individualism o, lo que
perm ite u n a cierta articulación práctica. A p artir de esto en común, am­
bas tendencias divergen:
El eclecticismo —al menos en Bello— a pesar de su punto de partida
en que u n a noción acum ulativa del progreso, conduce a una noción no
racional de Dios, al que, en la m edida en que define con las term inacio­
nes tradicionales, se identifica con el Dios de la vieja ideología religiosa
de raíz medieval, con la que está perm itido entonces pactar. Hay u n a es­
trecha continuidad entre estos enunciados y, por ejemplo,- la m oral domés­
tica y las buenas costumbres, incluso los im pedim entos para el m atrim o­
nio y la autoridad eclesiástica en esta institución, como lo reconoce el
M ensaje del Código Civil: es decir, es buena parte de la m oral individual.
Más difícil es precisar la significación del empirismo en este discurso
que, en la m edida en que define lo que podríam os llam ar su racionalidad
misma, su argum entación, su lenguaje y hasta el m odo de prodúcir con­
ceptos y conocimientos conforme a él, me parece constituir su tendencia
fundam ental. Así lo han com prendido muchos de los comentadores de la
Filosofía del Entendim iento, especialmente M. D. Am unátegui, de quien
reprodujim os más arriba algunos de los conceptos de su introducción a la
obra. Sería entonces a través de este empirismo próxim o de H um e y de
Berkeley, del parentesco con el sensualismo y la ideología, en general, a
través de esta filosofía del análisis, la representación y la sensibilidad que
el discurso de Bello estaría ofreciendo las categorías adecuadas al orden

14 Ib íd . Vida de don A ndrés Bello, M. L. A m unátegui, p. 429.


15 V. Cousin, Prólogo a los Fragm entos de philosophie contem poraine, en: E. B rehier, H istoria de la
Filosofía, tom o III, p. 292.
ideológico que es solidario del ascenso de una clase de comerciantes e in ­
dustriales a la que responden tam bién los énfasis fundam entales del Có­
digo Civil, clase de la que Bello identifica los motivos con las característi­
cas de la época.
A través, además de este dualismo, de esta articulación de eclecticismo
y empirismo que m odera los resultados de la tendencia anterior, in tro d u ­
ciendo en ellos debilidades e incoherencias, es posible dar cuenta del ca­
rácter am bivalente de los efectos de este discurso y de su autor, con el que
aparentem ente estaba de acuerdo Portales y al que Lastarria y Bilbao con­
sideraron maestro.
El problema de la teorización
de la interpretación de clase
del Derecho burgués

U m berto C erroni

Profesor de Derecho de la Universidad de Lecce (Italia) e Investigador


del Instituto per lo Studio della Societa Contemporánea (ISSOCO ), Roma

1.—La cuestión más ardua que se encuentra al enfrentar el problem a, lo


constituye, paradojalm ente, el hecho cíe que en la cultura occidental, y en
particular en la italiana, el “clasismo” del concepto m arxista del derecho
se h a dado p o r pacíficam ente sistematizado desde siempre. Este es tam bién
el motivo, entre paréntesis, por el cual los estudios m arxistas nunca han
dem ostrado mayor interés por el derecho. Considerado el derecho como
un instrum ento de la clase dom inante, inventado para sancionar determ i­
nadas relaciones de producción, éste no podía suscitar reales intereses
científicos. Los estudios jurídicos quedaban descartados en la cultura m ar­
xista, o, más bien, eran sim plem ente “utilizados” para “vertirlos” en el
uso de la “técnica” jurídica.

2.—En esta situación, prolongada hasta la actualidad, resaltan como


índices sintomáticos de una antinom ia no resuelta, dos elementos. El p ri­
m ero reside en el hecho de que en la tradición m arxista (como tam bién
en la interpretación de los críticos del marxismo) el derecho continúa sien­
do considerado como “inversión” de la clase dom inante; esto es, substan­
cialmente, como arbitrario instrum ento de regulación social y creación
atribuible a la “voluntad” de u n a clase. Las objeciones a esta configura­
ción del derecho son muchas: ¿cuál sería la conexión de “regularidad” y de
“subordinación” con las relaciones sociales m ateriales (¿y dónde estaría,
pues, la interpretación materialista?) ¿Cómo puede configurarse al legis­
lador m oderno, que plantea al derecho m oderno como inm ediato portavoz
de la clase dom inante, si ello se identifica (puede identificarse) con un ór­
gano legislativo-representativo electo por sufragio universal y que incluye,
tal vez, tam bién a algunos representantes políticos de las clases dominadas?
¿No existe en esta concepción una reducción del derecho a voluntad, como
en otras concepciones tradicionales?
El segundo elemento que es necesario com entar concierne al hecho de
que el resultado últim o que plantea la interpretación del “clasismo” del de­
recho consiste en revertir la tradicional reducción del derecho a una m era
“técnica, utilizable ya sea por la clase dom inante o la clase dom inada, sin
sustanciales alteraciones estructurales.

3.—Al valorar el estado del problem a, deberíase pues concluir en que


no hay una explicación específica, histórico-m aterialista, del derecho, para
reconstruirla, sino sólo la posibilidad de un uso diferente de lo que la

85
ciencia jurídica tradicional define como u n a específica técnica de regulación
social y como el resultado de un puro y simple acto de volición. Si existe
alguna variante, ésta no va más allá de ser un mayor acento en la identifi­
cación-reducción del derecho con las instituciones económicas. Siempre
empero, se elude el problem a de u n a auténtica teorización del clasismo del
derecho. Esto últim o tiene caracteres de axioma.

4.—Existe otra grave dificultad de funcionam iento en esta tradicional


concepción del “clasismo” del derecho. En ella, en efecto, se incluye todo
menos u n a referencia a las diferencias especificas de las estructuras de clase
en cada formación social que ha ido apareciendo en la historia. El mecanis­
mo de las relaciones sociales de producción cambia, pero el mecanismo de
las relaciones jurídicas permanece idéntico a sí mismo. ¿No es lícito, pues,
el antiguo discurso sobre el Derecho como eterno regulador de la sociedad,
condensado en el precepto ubi societas ibi jus? ¿Y no abarca esto a toda la
antigua “filosofía del derecho”? Pero, sobre todo, ¿qué significado científico
conservaría la esencial postulación m aterialista al “prim ado” lierm enéutico
de la economía política y al “prim ado” de la “estructura”, si las variaciones
de los mecanismos socioeconómicos o estructurales no im plican relevantes
modificaciones en las formas de la regulación social?

5.—Muchos son los que han intentado agrupar en un conjunto todos los
párrafos en que M arx se refirió al derecho, y tratado de reconstruir “a m o­
saico” una concepción m arxista del derecho. Pero en este plano los resulta­
dos han sido y siguen siendo insignificantes. El mismo M arx confesó que los
estudios jurídicos habían sido su especialidad, pero luego había cambiado
de campo de interés para empeñarse en la “crítica de la economía política"
y en la “crítica de la política y del derecho”, que se anunciaba ya en sus
prim eros trabajos de juventud. Este no es el camino más viable; se corre el
riesgo de enfrentarse con un embrollo, y con un em brollo tanto mayor si se
mezcla a M arx con Engels o con Lenin, o con ambos a la vez. Es un hecho re­
conocido que en 1917 Lenin se da cuenta de que no existe la m enor claridad
en el problem a del Estado referido al marco de la tradición marxista.

6.—El único aporte significativo al planteam iento del problem a es el


proporcionado por el debate científico ocurrido en la URSS desde 1924 hasta
1934, cuyos protagonistas fueron Slucka, Pasukanis, Vysinskij y otros de
m enor im portancia. Los dos primeros, en particular, intentaron u n a im por­
tan te reconstrucción de conjunto de una concepción m arxista (histórico-
m aterialista) del derecho, recurriendo no tanto a citas de M arx como a
u na reflexión sobre el m étodo de El Capital y a los resultados de la “crítica
de la economía política” conducida por Marx. Es sabido que dicho debate
científico culm inó en lucha política y llegó a cerrarse con la tragedia. No
obstante, es un deber decir que los estudios “más serenos” de Occidente no
han aportado nada más relevante sobre la m ateria. No nos está perm itido
profundizar este punto.

7.—N o se obtiene gran cosa al definir el “clasismo” del derecho repi­


tiendo una y otra vez la palabra, ni tampoco buscando los casos más patentes
en que el burgués queda favorecido frente al proletariado. Se trata de pro­
cedimientos a la M enger que muy poco producen y, en todo caso, no apor­
tan n ada a los fines de u n a “teorización”. En vez de ello, sería necesario pro­
ponerse un problem a totalm ente distinto y bastam ente más complejo: de­
m ostrar que existe “clasismo” aun donde ninguna ventaja se presenta san-
cionada por condiciones desiguales. En otras palabras, sería necesario re­
flexionar sobre la afirmación de M arx de que el derecho es u n tratam iento
igual de condiciones desiguales. Veremos entonces, de pronto, que el dere­
cho “clasista” de que hablam os es en prim er lugar un derecho form al y, en
segundo térm ino, un tratam iento form alm ente igual de condiciones individua­
les desiguales, posible sólo cuando todas las condiciones subjetivas han llegado
a ser “individuales”, han sido “atomizadas”. Esto ocurre solam ente en la
m oderna sociedad burguesa, pero no por voluntad de la clase burguesa:
ésta, así, por saberse clase burguesa, debe hacer un gran esfuerzo de supera­
ción del típico “individualism o” m oderno. No hay sociedad que, como la
burguesa, esté tan profundam ente escindida en una esfera de actividad pro­
ductiva individualista y una esfera de actividad política colectiva. Se trata
de una escisión que hace a la prim era esfera “inagregable” (sociedad civilis
tantum ) e “irreal” a la segunda, abstracta (Estado y vida política son “re­
giones etéreas” de la existencia m o d ern a ). . _

8.—Sin un profundizado esclarecimiento de dicha escisión, resultan ina­


sibles dos datos esenciales: 1) que el derecho formal, regulador de las rela­
ciones sociales, es “regulado” in prim is y esencialmente por estas mismas re­
laciones: la relación derecho-economía es sólo una distinción interna de un
co ntinuum y, como tal, separable solamente en abstracto, por necesidad de
abstracción teórica; 2) que la form alidad (generalidad, abstraccionismo) de
la norm a ju rídica m oderna es función de una específica relación económico-
social y, por ende, en cuanto norma, tam bién un instituto histórico: no
solam ente volición, sino una volición históricam ente condicionada por cons­
tituirse de una relación de producción específica y no voluntaria entre los
hom bres. Por consiguiente, el tem a central de la teorización del clasismo en
el derecho^ro puede ser —como lo ha sido desde hace m ucho— aquel del
estudio de los “orígenes de la familia, de la propiedad privada y del Esta­
do” (con los decadentes resultados engelsianos), sino el del estudio de la
inherencia del derecho formal abstracto al m odo moderno de producción
y reproducción de la vida y de la “riqueza” y, asimismo, el estudio de la di­
ferencia entre el derecho formal abstracto de las legislaciones burguesas más
progresistas (¡no de las más retrógradas!) y la regulación político-jurídica
que la ha precedido: el privilegio (M arx), como diferencia funcional en la
diversidad existente entre sociedad burguesa y sociedad feudal y, de consi­
guiente, tam bién en las específicas diferencias que las m odernas clases “abier­
tas” presentan respecto de l&s clases feudales “cerradas” (Stáncle).

9.—Este planteam iento origina súbitam ente una serie de corolarios de


teoría económica que sólo podemos m encionar. Fijados en estos térm inos
los caracteres de la sociedad y de las clases modernas, se hacen visibles n u ­
merosos lugares provenientes de la interpretación de Marx, los cuales han
dañado gravem ente los estudios jurídicos marxistas. Mencionemos algunos:
proletarización como em pobrecim iento, polarización en dos clases como “de­
cadencia” de los estadios interm edios, idea del “desm oronam iento” del capi­
talismo por causas m eram ente económicas, inevitable funcionam iento “rap i­
ñ an te” del capitalism o en su confrontación con los otros estratos sociales,
su carácter exclusivamente “parasitario”, necesidad fatal de colonias p oliti­
camente dependientes. Para quien se interesa en ello, estos fenómenos acen­
túan los elementos de la coacción form al en el sistema jurídico; lo configuran
como sistema que necesariamente debe fundarse más por la fuerza que por
el derecho (¡como si el derecho mismo no fuera eso, un empleo de la fuerza!)
y plantean como tendencia fundam ental del derecho burgués el abandono
de la legalidad, la violación de las libertades jurídicas, la destrucción de los
órganos representativos: en suma, la facistización. Esta tendencia existe en
el sistema político-jurídico m oderno y nadie pretende negarla. Pero el he­
cho es que m arcando el acento sobre esta tendencia se abandona la indaga­
ción de los puntos más altos del sistema político-jurídico burgués y, como
consecuencia, se da u n análisis científico defectuoso (incapaz de funcionar
con organismos evolucionados) y una proposición de “política del derecho”
esencialmente subalterna y defensiva: hay que defender la legalidad bur­
guesa, la libertad burguesa, los organismos representativos burgueses. O bvia­
m ente que en la m edida en que procede la “facistización”, esta política de
defensa se im pone, pero se trata entonces de una necesidad política y no
aún de u n a empresa científica. Esta debe dar cuenta, en efecto, tanto de la
tendencia a la “facistización” del Estado burgués como de la posibilidad de
organismos burgueses no-facistizados. P ata reproducir u n a frase de Marx,
según quien el anden régime es la tara oculta del Estado político-representa-
tativo hay que com prender que, si bien dicha tara tiende a hacerse evidente,
el fondo del problem a reside precisam ente allí donde dicha tara permanece
oculta. Y entre éstas, la oculta vocación de anden régime del Estado liberal,
que perm ite com prender cómo, en determ inadas condiciones, éste puede
trasm utarse en Estado fascista, sin significativos cambios de personal y sin
profundas conmociones político-jurídicas.

10.—Para centrar el análisis del clasismo en el nivel más alto del organis­
mo político-jurídico burgués es necesario tener constantem ente en vista, en
el horizonte de una interpretación clasista del derecho, el problem a del de­
trim ento (o de la superación) del derecho y del Estado: un problem a que
h a ido desapareciendo progresivam ente de la práctica política y del plano
de los estudios marxistas. En particular, dicho problem a quéfta planteado
en sus términos más exactos por Marx, y luego Lenin, en el sentido de que
el proceso de desaparición de la regulación jurídico-política de la relación
social avanza solam ente si esta relación ocurre incisivamente m odificada y
si se realiza, así, el progresivo paso hacia formas de gestión directa del po­
der, de socialización del poder y no solam ente de socialización de los medios
de producción.

11.—¿Es posible —y hasta qué límites— una explicación organizada del


sistema jurídico, en form a de transparentar no sólo su naturaleza clasista,
sino la posibilidad de u n “uso alternativo” dfel derecho? T a l como se m en­
cionaba, para responder a esto hay que eludir la tentación inm ediata de
recurrir al elem ento volitivo o político. Dicho nivel es apenas secundario res­
pecto de la explicación histórico-económica de los institutos jurídicos y tam ­
bién respecto de la extensión de perspectivas más completas de las relaciones
existentes. El p u n to de partida debe ser —según parece— la crítica del Estado
y del derecho; esta crítica que consiente en com binar u n posible “uso alter­
nativo” con el progreso de la m utación de las relaciones socioeconómicas;
la que, en suma, consiente en superar el “socialismo jurídico”, el Juristen■
sociülismus: la ilusión de que la empresa del cambio social cae esencialmen­
te en la “lucha por u n nuevo derecho”, en vez de hacerlo en la lucha por la
m utación de la relación entre las formas sociopolíticas. Pero ella perm ite
asimismo dar dimensiones exactas (y más proporcionadas) a la m aniobra
de los institutos jurídicos, y construir u n a política del derecho orientada
con objetivos de largo alcance, que procederá con la gradualidad eventual­
m ente necesaria. Finalm ente, ella consiste en encuadrar el problem a de un
“uso alternativo del derecho” entre los vértices de una armazón científico-

88
m aterialista de los institutos jurídicos, desanclándolo del prim ado y, por lo
tanto, de una especie de coyunluralismo que a los intereses inm ediatos de la
política sacrifica las razones más substanciales de las transformaciones.
T o d o esto im plica la necesidad prim ordial de un planteam iento siste­
mático, orgánico, continuo, del estudio científico m aterialista clel derecho a
través del m arxismo teórico. Acerca de este estudio no estamos posibilitados
para explayarnos aquí, obviam ente, sino elem entalm ente: afirmamos lo di­
cho sobre la necesidad de un estudio m aterialista de la relación derecho-
economía en la sociedad capitalista, el cual tome cómo pu n to de p artid a la
explicación genética del m oderno sistema jurídico (la explicación de la nor­
ma, según ya se h a dicho como instituto teórico) y, por lo tanto, la fijación
contem poránea de dos antecedentes lógico-históricos: la relación económica
capitalista (el “m odo de producción capitalista”) y el sistema político-jurí-
dico preburgués. Respecto del prim er antecedente será posible determ inar en
qué condiciones históricas tom an cuerpo los institutos más típicos del m o­
derno sistema jurídico (vr. gr., el contrato de trabajo y el derecho del tra ­
bajo, el Estado de derecho y el derecho constitucional, la división de los
poderes, los institutos fundam entales del derecho comercial, la cuantificación
del tiem po de las penas, la nueva ordenación de la fam ilia “nuclear”, etc.) y
cuáles pueden ser, en consecuencia, las condiciones del proceso de superación
de la regulación jurídica: de ese cuadro podrán emerger los “objetivos in ter­
m edios”. En relación con el segundo antecedente, es muy interesante cons­
tru ir dos modelos estructurales típicos de las regulaciones sociales, p ara iden­
tificar lo que es peculiar del sistema burgués y lo que, a su vez, era peculiar
al anterior sistema jurídico-político. Sin estas dos operaciones parece im­
posible establecer procedim ientos adecuados de revelación de la naturaleza
“burguesa” del derecho m oderno. Como tampoco indicar tendencias alter­
nativas.

12.—Dos parecen ser las vías maestras de una construcción alternativa del
derecho: la socialización de la propiedad privada y la socialización del po­
der. De estas dos vías se derram an m últiples articulaciones alternativas, dfr-
m asiado largas de indicar. Esencial es, no obstante, orientar la atención
hacia la progresiva restricción de las estructuras propietarias concernien­
tes a los medios de producción e intercam bio y hacia la contextual apertura
de las nuevas estructuras, con control siempre más directo de parte de los
obreros-productores. La contextualidad es aquí esencial para disolver el
problem a equívoco alzado por m uchos estudiosos marxistas, relativo al
“prim ado del derecho privado”. En realidad ni el público ni el privado
pueden tener una prim acía, trátese de la evaluación crítica del sistema
jurídico o de la construcción de un sistema alternativo. Lo que se debe
considerar es que todo el sistema jurídico-político burgués se funda justa­
m ente en la oposición (obviamente contextual) de privado y público. E rró­
nea, pues, resulta la línea que apunta hacia la m era publicidad, no acompa­
ñada de substanciales cambios de las estructuras públicas mismas, modeladas
por p u ra antítesis a las privadas. En muchos aspectos la transform ación de
la esfera pública asume particular relevancia en una época de “capitalis­
m o de Estado” que contem pla la proliferación de entes públicos y, sobre
todo, el proceso de congelación burocrática de las estructuras represen­
tativas.

13.—En este pu n to se debe señalar el vacío aún existente en la ciencia


jurídica de inspiración marxista, con relación a una teoría crítica del Es­
tado representativo. Este se señala, no ya por el gusto (enteram ente polí­

89
tico y por ende inaferente en este caso) de una reivindicación m axim alista,
sino más bien p ara establecer a todas luces el análisis crítico sobre el cual
m odelar todas las adquisiciones —aunque gradualísim as— y, en cuanto ata­
ñe a Italia, para una correcta interpretación de la Constitución. La critica
del Estado representativo propuesta por M arx en polémica con Hegel y
vuelta a tom ar (sin que éste la conociera directam ente) por Lenin, no im ­
plica la negación ú ltim a de toda representación, así como la crítica del Esta­
do en gestación no identifica al m arxism o con el anarquism o. El problem a
central es el de la claridad del análisis científico. Revelada la estricta funcio­
nalidad del Estado representativo (tendenciosam ente votado en la buro-
cratización autoritaria, en la sociedad civil burguesa de estructura proleta­
ria atom ística), el problem a se transform a no tanto en el de una modelís-
tica alternativa de “democracia directa”, como en el de una “m aniobra”
de la contradicción política que m ina al Estado representativo mismo, en
cuanto proclam a la soberanía popular de todos sólo para prom over el ejer­
cicio delegado restringido y separado. Este es el tema central, ausente en los
estudios marxistas, que han reducido la contradictoriedad del sistema ca­
pitalista exclusivamente al campo de la economía (socialidad de la produc­
ción y prim acía de las apropiaciones). Identificando tam bién la contradic­
ción política, se obtiene el cuadro com pleto de la crítica m arxista del
m undo burgués, y los elementos para una efectiva construcción alternativa.
Esta no se lim itará, en efecto, a am pliar el sistema jurídicopolítico en
ventaja de los trabajadores en cuanto tales, sino tam bién en ventaja de los
trabajadores en cuanto ciudadanos.
No se trata solamente de exaltar al trabajador y sus derechos, sino
tam bién de potencializar al ciudadano y sus libertades.

14.—Como el clasismo burgués se expresa en la contextual presencia


de una regulación de la producción social en ventaja de la propiedad p ri­
vada y de una regulación de la vida pública fundada en el ejercicio sepa­
rado y restringido de la soberanía clasista, en estas circunstancias, debe
poder m aniobrar “revirtiendo” entre ambas contradicciones. Se trata de
prom over la progresiva socialización de la propiedad y la progresiva sociali­
zación de los centros mismos de regulación de la vida soeial. Se puede adop­
tar sintéticam ente la fórm ula siguiente: “si la apropiación privada del pro­
ducto social genera formas de ejercicio solamente delegado (profesionali­
zado) de la soberanía popular y si esta gestión delegada (Estado represen­
tativo) es sim ultáneam ente el centro sancionador de la constante repro­
ducción del mecanismo de producción capitalista, el tendencial reverti­
m iento de la pirám ide representativo-burocrática del Estado político es un
modo tanto más necesario de com batir la apropiación privada del producto
social, cuanto lo es asimismo la inm ediata exigencia de socializar la propie­
dad privada de los medios de producción e intercam bio”.

15.—Leves son estas dos contradicciones y m aniobrarlas sim ultáneam en­


te no es esencial a los fines de un uso eficazmente alternativo de los ins­
trum entos político-jurídicos. R epito: se trata de u n a esencial exigencia de
reconocim iento analítico del sistema burgués m oderno, necesaria tanto des­
de el punto de vista lógico como desde la apreciación histórica. En el
campo de la lógica, el sistema norm ativo del derecho form al culm ina en
la formalización misma de los procesos de formación de las mismas nor­
mas (de donde la significativa relevancia del norm ativism o y de la lógica
jurídico-form al, pero tam bién —en ciertos países— del m odelo del prece­
dente judiciario y de la construcción piram idal de los órganos judiciarios).

90
En el campo histórico, la construcción de los nuevos ordenam ientos ju ríd i­
cos avanza a la p ar con la construcción de los nuevos institutos represen­
tativos.
Es justam ente esta clara lectura de las "dos” contradicciones del siste­
m a burgués capitalista la que perm itirá avanzar en la construcción alter­
nativa en todas las direcciones. A veces ha ocurrido que, por defecto del
análisis teórico, la prioridad de la contradicción económica ha significado
“unicidad” y ha anulado todas las demás contradicciones. En el plano his­
tórico esto se ha visto agravado por el hecho de que se han encontrado
construcciones alternativas aun en zonas del m undo donde la contradicción
del Estado representativo y, ele consiguiente, la totalidad de la problem áti­
ca crítica y del derecho m oderno, no habían tenido tiem po para articularse; .
esto está im plícito, por lo demás, en la propia teoría leninista de la más
fácil victoria del socialismo en los “anillos más débiles”.

16.—Dos consideraciones finales. La prim era para excluir del campo


de la construcción alternativa cierta tendencia a la “socialización del de­
recho”, que ignora el subfondo de las relaciones de propiedad. Hoy día
esta tendencia se m anifiesta con un nuevo aspecto, afincándose princi­
palm ente dentro de la idea de program ación, dentro de la afirmación de la
prevalencia de la empresa pública en la composición clel capitalism o ita­
liano, dentro de la idea de la “dem ocratibilidad” de las relaciones contrac­
tuales y aun de la relación laboral. En este plano se continúa haciendo
—para decirlo con M arx— “la crítica del derecho desde el punto de vista
del derecho”. En realidad, todo instrum ento político-juríclicó es utilizable
en sentido alternativo, pero siempre que sea claro el análisis m aterialista
de todo el mecanismo capitalista en cuanto se refiera a la apropiación p ri­
vada de plusvalía.
La segunda consideración se refiere a ciertas otras tendencias que ape­
nas se presentan en el derecho, pero que, en cambio, ya han aflorado en
otros sectores de la cultura: aludo a las tendencias que hablan de una
“ciencia obrera” o de un “punto de vista obrero”. Estas tendencias presen- *
tan dos defectos esenciales: se construyen como “cultura coyuntural” que
sólo aceptan los criterios de la crítica de la inm ediatez política y, por
esto, carecen de una profunda respiración teórica; se perfilan, luego, asimis­
mo, como tendencia que con el tecnicismo jurídico niega la ciencia social
genéricamente, esto es, la cognoscibilidad científica de los diversos niveles
de la sociedad y en este aspecto contravienen a un m aterialism o coherente.
Se resuelven en reducciones voluntariosas, psicologísticas, activistas de los
problem as sobre los cuales será más bien necesario reconstruir todo el lar­
go y fatigoso camino que siguió M arx en la “c rític a 'd e la economía po­
lítica”.

Roma, 4 de mayo, 1972


El carácter fundamental
de la legalidad burguesa

VÍCTOR FARÍAS

Profesor Investigador del Centro de Estudios y Capacitación Laboral


(CESCLA) de la U. C. de Valparaíso y del CEREN

1. SOBRE ALGUNAS CUESTIONES C ENTRALES DEL M ARXISM O

L a discusión sobre legalidad burguesa aparece en M arx junto a otros ob­


jetos como resultado de una tematización originaria. La denom inación del
pensam iento de M arx como un pensar dialéctico no puede eludir —a me­
nos de persistir en la trivialidad que ha hecho escuela— el intento de pre­
cisar qué se oculta bájo el adjetivo “dialéctico”. El pensam iento de M arx
m uestra una actividad que no se. agota en la realización de sus “productos” :
una teoría económica, una teoría de Derecho, ni siquiera en una teoría
“científica” de la tan ligeram ente llam ada “realidad”. En tanto estas ob­
jetivaciones de su pensam iento son tales, es perfectam ente posible y no
contradictorio tratar de explicar el todo por una parte elegida. Lo que
resta naturalm ente im posible es reducir el todo a sus partes y ello debido
a la razón elem ental de que éste conservará siempre su prim acía. Con otras
palabras: la reflexión sobre el pensam iento de M arx lleva necesariamente
a esclarecer los conceptos originarios desde los cuales él piensa.
Con M arx viene a term inar una tradición filosófica, comenzada por
Kant, cuyo centro radica en la pregunta por “la condición de las posibili­
dades”. Esta pregunta no coincide en sus térm inos con la pregunta clásica
por el fundam ento. Y ello es así porque sus. térm inos son diferentes: el “fun­
dam ento” de todo lo real no era sino algo que, originando lo real, estaba
—por definición— allí en el status que de suyo le correspondía. El funda­
m entar todo lo real era ciertam ente una actividad, pero lo era siendo siem­
pre lo mismo. En esta situación fundam ental se oculta el origen del cono­
cido adjetivo “estático”. La realidad era el producto de la interacción en­
tre así entendidos estáticos. Al rom per Kant el vínculo con estas realida­
des rom pe la posibilidad de la reflexión sobre ellas: la Metafísica. Positiva­
m ente dicho: comienza a hacer valer desde entonces una dim ensión nueva:
la actividad. No la actividad como tal, la que se constituye en su acto.
T ras ese nuevo “fundam ento” no hay nada. El viene a ser la totalidad ex­
presada en sus productos; el fundam ento se convierte en trabajo. La m eta
ya no puede seguir siendo “descubrir” el fundam ento sino la intervención
en que la actividad se expanda, se realice. El objetivo no es otro que la eje­
cución del trabajo. La cuestión debatida no es, pues, otra, que saber cómo
el trabajo exige su realización y sim ultáneam ente, averiguar cuáles son
los térm inos que él supone. La actividad que se genera a sí misma inte­

92
gralm ente en la H istoria; ahora bien, las objetivaciones son históricas por­
que al carecer de una identidad previa a su objeción ellas son reversibles.
T odas las “épocas” alcanzaron su identidad (en el pasado) porque p udie­
ron no alcanzarla: se im pusieron a su reversibilidad. La utopía desaparece.
La “necesidad” és una necesidad “conquistada” en la lucha.
M arx se encuentra con una de las variantes que asumió la reflexión
sobre la H istoria: la que concebía el T rabajo como un acto del Espíritu
(Hegel) . Lo positivo que él encuentra en Hegel no es sólo la dialéctica que
fundam enta un así llam ado “m étodo”, sino ante todo aquello que hace po­
sible pensar la dialéctica: el T ra b ajo como actividad originaria.
“Lo grande en la Fenomenología de Hegel y su resultado final —la
dialéctica de la negatividad como el principio m otor y generador— es por
tanto que Hegel concibe la autogeneración del hom bre como proceso, la
objetivación como des-objetivación, como ex-posición y superación de esta
ex-posición; que él por tanto aprehende la actividad original (Wesen) del
trabajo (subrayado por M arx) y el hom bre objetivo, verdadero porque
real, como resultado de su propio trabajo. El actuar (Verhalten) real, ac­
tivo del hom bre consigo mismo como actividad original genérica (Gattungs-
wesen) o la activación de sí mismo como la de una actividad original gené­
rica real, esto es, como actividad original hum ana, es sólo posible porque
él ex-pone realm ente todas sus fuerzas específicas —lo cual es posible solamen­
te m ediante la totalidad de los hombres, sólo como resultado de la H istoria—,
porque actúa ante ellas como objeto, lo que por de pronto sólo se lleva a
cabo bajo la forma de la alienación” 1 ( m e w , (Erganzungsband I, 574).
Sería un error fundam ental, al in terp retar este texto, ver en él u n a in ten ­
ción antropológica. No es posible pensar que el sujeto de la actividad aquí
tem atizado sea el “H om bre”, aunque fuera entendido bajo el plural “todos
los hom bres”. T a l vez esta interpretación (de Althusser) sea el producto de una
m ala traducción de la palabra “W esen”. F undam entalm ente ella designa una
acción y por ello es verbo, cuyo uso conjugado fue frecuente.
La traducción usual por “esencia” (sustantivo) es absolutam ente equi­
vocada. E ntendida corno “actividad originaria” es im posible pensar que el
“H om bre” (—sustancia) tenga una “esencia”. El (—todos los hombres) son
su actividad originaria. M arx entiende que el principio en el cual lo real
transcurre es la actividad, pero al hacerlo supera (Aufheben) la dim en­
sión que ello tenía en Hegel. Hegel postula en lo esencial que la actividad
genera un producto, pero a la vez que tal generación de-genera al sujeto
que la “causa” : el producto es el resultado y a la vez la causa de una dislo­
cación en el sujeto-acción. El trabajo es de suyo trabajo alienado. Ello
debe ser así porque el producto y la actividad (el sujeto) difieren. Hegel
ha convertido la relación entre ambos en una relación abstracta. L a acción
separa sus térm inos y es causa por tanto de la alienación generalizada 2.
Hegel entiende esta forma fundam ental de la actividad en tanto la
concibe como Espíritu Absoluto. El acento no va aquí sobrfe “A bsoluto”.
Al poner lo absoluto como horizonte desde el cual había de entenderse el
acto histórico, forzosamente debía relativizarlo. La diferencia entre M arx
y Hegel no es la que subsiste entre u n “m aterialista” y un “espiritualista” sino
fundam entalm ente entre un “d ualista” y un “m onista” : M arx no busca
entender la H istoria desde algo presente tras ella o incluso en ella, sino en

1 K. M arx: Philosophisch - O konomische M anuskripte, en M arx-Engels-W erke (M E W ).


2 Esta interpretación de H egel fue aplicada p o r Lukacs a M arx con la distorsión consiguiente de la
relación sujeto-objeto (sujeto = conciencia, objeto = situación real) y la sobrevaloración de la
“ conciencia de clase” , como “ m otor de la histo ria’' (H isto ria y Conciencia de Clase. Prólogo (1967)
XXV X X V I).

93
y por sí misma (“El sentido de la Revolución es la revolución m ism a”) .
Más aún: M arx quiere y logra tem atizar la H istoria en el acto de hacerla.
Hegel postula (y “es”) el Observador paralelo a la H istoria que por n a­
turaleza propia siempre llega “post festum ” para “recuperarla” en el acto
del saber absoluto. Que M arx anteponga al “E spíritu” el “conjunto de las
relaciones sociales” es sólo un resultado natural de la “terranalidad” esen­
cial de su pensam iento. (Tesis I I sobre Feuerbach).
En esta, negación radical del dualism o “absoluto-relativo” y del hori­
zonte que él supone encontrarem os más abajo el fundam ento de su crítica
al carácter fundam ental de la legalidad burguesa: la abstracción.
Es preciso insistir en el punto en que M arx se separa de Hegel: la dis­
torsión que surge en la actividad al poner ésta el objeto (producto), obliga
a Hegel a ver en toda actividad u n doble aspecto: su aspecto negativo por
el cual la actividad sale de sí misma y comienza a depender de su producto,
y el aspecto positivo por el que la actividad conoce esta dependencia ante­
rior, acto en el cual elim ina no sólo el objeto, sino fundam entalm ente el
carácter objetivador del acto.
La tesis central de M arx es: la actividad que crea su producto no es
de suyo negativa ni positiva y por ello debe ser transform ada cualitativa­
m ente o sólo cuantitativam ente. La actividad hum ana es la producción de
su objeto y lo único que le cabe es seguir realizándose. La actividad es ob-
jetivadora, productiva: “La actividad originaria (Wesen) actúa objetiva-
doram ente y no actuaría objetivadoram ente si lo objetivo no hiciera parte
de su actividad originaria propia. Crea y produce sólo objetos porque ha
sido producida por objetos, porque en su origen es Naturaleza. En el acto
de producir no cae de su “actividad p u ra en un crear el objeto, sino que su
producto objetivo sólo confirma su actividad objetivadora, su actividad co­
mo la actividad de una acción originaria (Wesen) objetiva n atu ra l” 3.
P ara Hegel todo producto es “digno de ser destruido”. Más aún, el “fin
del m undo” es justam ente la afirmación de su dignidad. A Marx, en cambio,
no se le plantea ese problem a: el “m undo” es una “tarea” que se ofrece
ju n to con la actividad que hasta ahora lo ha objetivizaclo. Si esta tarea ha
sido m al cum plida hasta el presente, ello no significa la necesidad de descono­
cerla como tal sino la urgencia de corregirla.
Recién aquí se entiende la crítica a Hegel de que el “conocim iento” o
la “conciencia” de la alienación no bastan:
“La apropiación de la actividad originaria alienada o la superación de
la objetividad bajo la determ inación de la alienación —que debe ir desde
la extrañeza indiferente hasta la alienación realm ente agresiva— tiene para
Hegel por de pronto e incluso fundam entalm ente la significación de su­
p erar la objetividad, porque lo escandaloso y la alienación para la auto-
conciencia no es el carácter propio del objeto, sino su carácter objetivo. El
objeto es por ello algo negativo, algo que se supera a sí mismo, una n u ­
l i d a d . . . ” 4 y lo positivo es tan sólo que esta nulidad puede ser superada
y su superación. ¿Cómo superar entonces la alienación?
Volvamos al pu n to de partida. Lo que perm ite a M arx superar a Hegel
sin ren unciar a la dialéctica es el reconocer que la posición del objeto es
u n hecho respecto del cual los objetivos ‘positivo’ o ‘negativo’ no son perti­
nentes. Positivo o negativo es el carácter que asume el objeto producido y

3 MEW , Erganzungsband I, 677. El térm ino “ gegenstándlich” es usado aq u í por M arx en sentido
propio, es decir, 110 para calificar un conocim iento ( = conocim iento ob jetiv o ), sino como una
form a p ro p ia de la realidad q u e es el sujeto que actúa. De a hí nuestra traducción p o r “ o b je ti­
vador” . Al em plear el térm ino “ objetivo” se refiere ciertam ente al mismo sujeto, pero en el sentido
de “ real” o “ n a tu ra l” . M arx es m ucho más que u n “ teórico del conocim iento” .
4 (M EW , loe. cit. 580).

94
no la actividad por el hecho de objetivar sus posibilidades. De ahí que M arx
puede llam ar ‘positiva’ o ‘negativa’ una actividad según ella produzca un
objeto negativo o positivo. Cuando M arx estudia la alienación parte del
hecho originario que es la observación (producción) y de la relación, por
tanto, entre la actividad y su producto, sin ver el análisis de la estructura
p u ra del sujeto activo. El idealismo de Hegel no radica en la aceptación
arbitraria del “espíritu” sino en el aislam iento originario del sujeto puro.
Este idealismo se hace más incom prensible cuanto que Hegel ve en el sujeto
la actividad misma: P ara Hegel “La reapropiación de la actividad origina­
ria objetiva del hom bre, producida bajo la forma de la alienación, no tiene
por tanto sólo la significación de superar la alienación, sino la objetividad,
esto es, el hom bre rige como una actividad originaria (Wesen) no objetiva,
espiritual” 5.
La superación de la alienación no puede ser ‘espiritual’, significa: ella
no puede ser superada sin la corrección del objeto en el cual ella se consti­
tuye. ¿Dónde se constituye la actividad que es el hombre? En la Naturaleza.
Ya Feuerbach lo había señalado en su crítica a Hegel: la negación del es­
pacio y el tiem po sólo puede realizarse en el espacio y en el tiem po. La ne­
gación de la N aturaleza es u n acto ‘n atu ra l’. La reducción de todo objeto
posible a u n sujeto puro es un acto dentro de la Naturaleza. Pero la vin­
culación a la N aturaleza (vida orgánica) no constituye de por sí al hom ­
bre: él no es ‘u n o ’ con ella como el anim al: “El constituye su actividad vi­
tal misma en objeto de su querer y su conciencia. El tiene una actividad
vital consciente. No es una determ inación que se confunda con é l . . . Pre­
cisamente por ello es u n a actividad originaria (Wesen) g e n é ric a ... justa­
m ente por ello es su actividad libre” 6.
El objeto puesto por la actividad que es el hom bre, es la N aturaleza,
pero al ser la totalidad de ella el hom bré, alcanza así la distancia con la
N aturaleza (desde ella) y a la vez enfrentándose a ella; es lo que M arx
llam a “m undo” :
“La producción práctica de un m undo objetivo, el trabajar la n atu ra­
leza inorgánica, es el acreditarse (Bewáhrung) del hom bre como u n a ac­
tividad originaria genérica consciente que se sitúa frente a su actividad
originaria propia o ante sí mismo como una actividad originaria genérica” 7.
El anim al produce, el hom bre se produce constituyendo el m undo a p artir
de lá naturaleza 8.
El hom bre se constituye como tal en el trabajo constructor del m undo
significa, sin embargo, a la vez: el m undo es 1^ condición por la cual el hom ­
bre es. El objeto de su actividad no lo debe m ediar sino ésa, su actividad.
El hom bre no sólo se reproduce en su m undo sino que debe poder repro­
ducirse y verse en é l 9.
L a actividad que es el hom bre libre significa: ella puede negarse a sí
misma, es decir producir al m undo de tal m odo que no sea la condición
de,su posibilidad sino el peligro de su negación. Lo que es objeto de su ac­
tividad puede convertirse en su sujeto: “El trabajo alienado invierte la re­
lación a tal p u n to que el hom bre, justam ente porque es una actividad ori­
ginaria consciente, convierte su actividad originaria en un medio para su

5 (M EW , loe. cit. 575).


G (M EW , loe. cit. 516).
7 (M EW , loe. cit. 517).
8 M arx distingue aq u í objeto y sujeto como los polos dialécticam ente unidos en la constitución de
la realidad. P o r eso el q u e la actividad hu m an a sea ‘'consciente” no equivale a la subjetividad
em anada de la reflexividad, sino a la acción q u e actúa sobre símisma. Subjetivo-consciente equivale
p o r tan to a activo-libre y 110 a subjetivo como opuesto a real, u objetivo.
9 (M EW id. 517).

95
existencia” 10. Ello equivale a decir: u n hom bre m ediatiza a otro en el acto
por el cual lo hace depender del producto que ha tom ado de él. El origen
de las clases en las relaciones de producción es a la vez la dependencia de
u n a actividad llam ada trabajo respecto de otra que es el capital. Y la ru p ­
tu ra total de esta relación (Revolución) no es entonces sino la recuperación
inicial, a otro nivel, de la condición de la posibilidad. La recuperación de
la actividad originaria (poder actuar como actúa el hom bre) por la fuerzia
de esta misma actividad que se libera n .
Sin pretender explicar aquí cómo del fenómeno de la alienación de lá
totalidad de la actividad hum ana se form a la incom patibilidad de las cla­
ses, podemos in ten tar buscar en dónde radica el carácter fundam ental de
la legalidad que la consagradla sociedad hum ana en la cual la. condición
de la posibilidad de la actividad de los hom bres se concentra en la pseudo
actividad de algunos (capitalistas), ha alcanzado la etapa llam ada “socie­
dad burguesa”. En ella los hombres no son aquella actividad que se sitúa
frente a sí como u n objeto, sino que es situadla por otros hom bres como u n
objeto. La totalidad que es esta actividad dependiente se llam a clase p ro ­
letaria.
Ella constituye la condición de su propia posibilidad, realizando aque­
lla otra clase que es la negación de la actividad proletaria. En la “posición”
del capital el proletariado pone su propia “destrucción” y ello en un doble
sentido: el capital es la amenaza constante para su liberación y el “escándalo
evidente” en virtud de lo cual al proletariado no le resta otra alternativa
que destruirlo. M arx lo dice más exactam ente: “el Proletariado será revolu­
cionario o no será”. Pero al serlo, la totalidad que sus manos han construido
pierde su condición de posibilidad. Y la clase dom inante deviene entonces
objeto: el señor depende efectivamente de su siervo. Y por ello no tiene
más alternativa que intentar que el siervo, en algún momento, acepte fingir
que es señor. El objeto del capital debe poder actuar “como si” fuese sujeto.
El intento de la clase dom inante es una quim era: que el objeto sea verda­
deram ente sujeto sin dejar de ser objeto suyo. Pero esa quim era sólo lo és
en la m edida en que se intente realizarla. La clase dom inante debe buscar
p o r tanto una dim ensión en la cual lo imposible aparezca como real. Debe
in ten tar separar lo real de lo quim érico en la realidad.
P ara buscar aquello que constituye el fundam ento de la legalidad b u r­
guesa hay que interrogarse dialécticam ente: ¿contra quién? y ¿a favor de
quién surge?
La relación con la Naturaleza, en la cual los hom bres hacen el “m undo”,
es u na relación diferente. Ellos producen el m undo de una m anera diversa
según sea el lugar en que ellos están al transcurrir la producción del m undo.
Esta situación equivale a las así llamadas “relaciones” de producción 12.
La desigualdad q u e im plican las relaciones capitalistas de producción
no es, como se ha dicho, otra cosa que la creación de un m undo en el cual
la relación con la naturaleza se ha distorsionado. La naturaleza, cuyo resul­
tado (producto) es obtenido por el sujeto-trabajo, no ofrece el m undo que
ese trabajo supondría, sino un m undo en el cual ese trabajo tiende a ser

10 (M EW loe. cit. 516).


11 Ver Introducción a la Crítica de la Teoría H egeliana del Derecho.
12 Esta traducción del térm ino Produktionsverháltnisse incluye al menos este equívoco: el que hay una
‘relación’ en tre dos polos ya constituidos: la fuerza de trab ajo y la producción con su producto.
El term ino que usa M arx se aleja radicalm ente de una tal imagen. Equivale más bien a la ‘situa­
ción’, al ‘lu g a r’ en la totalidad que es la producción. M arx entiende la totalidad desde u n p u n to
de vista en que la d u alid ad sujetó-objeto ya ha sido superada. Es claro que se tra ta de una
to talid ad puesta p o r el sujeto dependiendo del objeto, y porque éste siem pre aparece como “ desde
ya" dado en ú n a totalidad en la cual el sujeto mismo es. Es justam ente este “ desde ya” del objeto
lo q u e en M arx cierra toda posibilidad de sujetos puros (con actos inefables) y las utopías que
no te n d ría n más fundam ento real que la im aginación.

96
elim inado o destruido. La racionalidad del m undo (su “ley”) no es la de
quienes la producen, sino la de quienes se han apoderado de los “medios”
para producirlo. La aberración se hace patente y el círculo vicioso evidente
cuando consideramos que esos “medios” no son sino parte del m undo que
“de” ellos surge. La burguesía tiene entonces que poner en circulación dos
conceptos fundam entales: el de ‘igualdad’ y el de ‘separación o abstracción
necesaria’.
La “igualdad” ante la (abstracción) ley no es sino el intento de trasla­
dar a la m aquinaria jurídica la “igualdad” en el intercam bio de salario y
trabajo. La desigualdad evidente de este últim o requiere una compensación:
lo que no se recibe en la tierra, se recibe en el cielo de las leyes. La desi­
gualdad real es suplida en el acto místico por el cual se hace uso de una
capacidad “espiritual”: el voto universal y directo (cuando la ley y el legis­
lador lo estipulan). Es en este acto místico en donde la quim era, antes an u n ­
ciada, se convierte en “triste realidad”. Más aún, el pueblo (sociedad civil)
legitim a en él la desigualdad. Y al legitim arla la legitim a tam bién como
regulador de su conducta (fetiche). Como acto de expropiación de su m undo.
Por ello la “igualdad” no es otra cosa que la m entira de la racionalidad.
T o d o lo que los productores crean debe ser adm inistrado por quienes no
crean ese todo. De ahí la necesidad de la burguesía de im poner a la ve?
la ‘abstracción’. El absurdo de esta igualdad consiste en que ella es dada y
otorgada por quienes no son iguales.
Y justam ente este carácter es el que debe ser institucionalizado. Esta
separación es la separación de dos mundos: el de la sociedad civil y el de
la sociedad política. En esta separación vive la sociedad burguesa. En esta
separación surge su irracionalidad. Así como producir bienes m ateriales es
úna actividad “especial”, tam bién lo es producir y poner en ejecución "bie­
nes políticos”. El principio del fascismo: la justicia y el bien radica en que
cada uno haga lo suyo (Platón), vive en germen en la separación, la abstrac­
ción del Estado m oderno. El problem a es que lo “propio”, como m iem bro
de la sociedad civil, no influye sino sobre un núm ero muy reducido de hom ­
bres, m ientras que lo “p ropio” de quienes —como clase dom inante posee­
dora de los medios productivos—, gestan lo político, influye y determ ina la
totalidad de la sociedad.
¿Qué es entonces lo que la legalidad burguesa busca reducir?
El acto en el cual y por el cual lo que determ ina la actividad de todos
es adm inistrada por esos todos: la efectuación (Marx) masiva del Estado.
Esa efectuación se presenta como dos momentos de un solo proceso. A paren­
tem ente hay allí una línea divisoria: el pueblo antes y después de la revo­
lución proletaria, antes y después de la conquista del poder político y “eco­
nóm ico”.
El poder p opular es, sin embargo, indivisible: el proletariado “cruza la
línea” que lo separa del poder sólo en la m edida en que ya la ha cruzado.
En la m edida en que la lucha ha conducido a las masas a poder tom ar el
poder.
Y es exactam ente eso lo que la legalidad burguesa (“igualitaria” y abs­
tracta) trata de frenar, obstruir, im posibilitar: la lucha de clases por el po­
der. Ella trata de ahogar aquella actividad que genera toda legalidad legí­
tima: la lucha por la creación de un m undo nuevo, producto de quienes lo
producen y en las condiciones que naturalm ente em anan de esa producción
social directa.
La legalidad burguesa se opone no a la legalidad proletaria. Se opone
a la lucha de clases de la que deberá surgir la legalidad de los productores.
Por ello ese paso de una a otra no podrá jam ás depender del “realismo de
7.—CEREN 97
los legisladores” que “obedecen” a las necesidades de “la inmensa m ayoría”.
Ello sería así sólo si los “legisladores” fueran el resultado de aquella racio­
n alidad que habita en la “inm ensa m ayoría”. Los “legisladores” no son tam ­
poco un autoproducto que esté en situación de “entender” una racionalidad
ajena. Los antiguos legisladores fueron hijos de una lucha antigua, los nue­
vos lo serán de una nueva lucha.
Recordemos lo que debe ser el Estado racional: “Los asuntos generales
del Estado son el Estado como asunto, el Estado como cuestión real. La dis­
cusión y las determ inaciones son la efectuación del Estado como cuestión
real. El que todos los miembros del Estado tengan una relación con el Esta­
do como su cuestión real es algo que parece entenderse por sí mismo. Ya
en el concepto miem bro del Estado está incluido que ellos son miembros
del Estado, una parte del mismo, que él los asume como parte suya. Si ellos
son una parte del Estado se entiende de por sí que su existencia social es
desde ya su participación real en el mismo. Ellos no son tan sólo una parte
integrante del Estado, sino que el Estado es su parte. Ser parte consciente
de algo es tomarse con conciencia una parte suma, tom ar parte en él con
conciencia. Sin esta conciencia el m iem bro del Estado sería un a?iimal.
Cuando se dice: “las cuestiones generales del Estado”, se produce la im pre­
sión de que “las cuestiones generales” y “el Estado” son cosas diferentes.
Pero el Estado es “la cuestión general”, por tanto realm ente “las cuestiones
generales”.
T o m ar parte en las cuestiones generales del Estado y tom ar parte en
el Estado son pues la misma cosa. . . 13.
Esta es la racionalidad, es decir, la legitim idad que la legalidad b u r­
guesa quiere ahogar en su acto de nacim iento: la lucha. Y la quiere negar
en cuanto sU formalismo le perm ite autopostularse como legitim idad. M ien­
tras su form a (separación entre sociedad política — m anejo clasista y socie­
dad civil = productores = clase obrera) nace de una forma y es por lo
tanto el reflejo de un reflejo, una sombra, su contenido es consistente^ duro
y hasta frenético, una sombría realidad. Cuando la legalidad burguesa es
cuestionada por quienes sufren en carne propia el desamparo que ella les
trae, entonces ella habla de sí misma como el producto de un acto “general”,
pero ocultando que esta “generalidad” no es la presencia de todos los indi­
viduos, sino justam ente su ausencia. Y esta ausencia es lo que a la legalidad
burguesa le interesa estatuir. Porque sabe que de haber racionalidad, ésta
no puede ser sino la presencia de las masas en lucha:
“El que la sociedad civil penetre masivamente, en lo posible entera en
el poder legislativo, el que la sociedad civil real quiera sustituir a la socie­
dad civil ficticia del poder legislativo, esto no es otra cosa que el im pulso
de la sociedad civil por darse existencia política o por convertir la existencia
política en su existencia re a l. . . ” u .
El intento de la sociedad civil por ser la que genera las instancias gene­
rales desde donde ésta es regulada de acuerdo a las necesidades generales,
es, para Marx, un intento de las masas por “penetrar m asivam ente”, en sus
propios asuntos, es un “im pulso”. Y es justam ente este impulso por penetrar
masivamente, esta lucha revolucionaria de las masas, lo que trata de ahogar
la legalidad burguesa.
Y del mismo modo en que la racionalidad capitalista afirm aba que el
trabajo es la fuente de toda riqueza para poner esa riqueza justam ente en
manos de quienes no trabajan, del mismo m odo la legalidad burguesa afir­
m a la “participación” formal de las masas para im pedir su lucha.

13 Ib íd ., p. 324.
14 Ib íd ., p. 324.

98
La finalidad y el carácter fundam ental de ella es abstraer y elevar el
contenido del derecho a una forma en la cual la lucha de las masas sea
imposible.

2. LEGALIDAD BURGUESA Y LU C H A DE CLASES.


ACTIVIDAD Y LU CH A

T ratem os de precisar el significado de nuestra afirmación: “lo que la legali­


dad burguesa intenta ahogar no es la legalidad proletaria, sino la lucha de
clases de donde ésta surge”.
M arx ha visto con toda claridad que la racionalidad en que se funda
el orden burgués no ha sido agotada consecuentemente por él. La razón ha
existido siempre viva, sólo que no en forma ra c io n a l15. En efecto, el origen
del orden burgués no es otro que la presencia de la sociedad civil (el pueblo)
en la adm inistración del Estado. La inconsecuencia de la sociedad burguesa
radica en que tal presencia popular ha sido formalizada, convertida en una
presencia abstracta, mística. La presencia de la sociedad civil en la “efec­
tuación” del Estado alcanza realidad en un m om ento único, aislado, inorgá­
nico: el voto, ocasionalmente expresado y de acuerdo a necesidades que no
determ ina la sociedad civil misma.
La racionalidad originaria: “que el pueblo determ ine”, nos explica, por
una parte, lo que “antecede” a ella, y por otra, lo que ha de ser su desa­
rrollo u lterior (su consecuencia).
L a consigna “que el pueblo determ ine” es una transacción m últiple.
U na transacción de la sociedad feudal o m onárquica a las fuerzas que n a­
cían de ella misma. U na transacción de la burguesía surgiente a las fuerzas
populares cuyo apoyo le era im prescindible para derribar la nobleza y el
clero. U na transacción de las fuerzas populares que veían en aquella con­
signa un relativo avance aunque sin escapársele que las fuerzas despertadas
podían ir mucho más lejos (M arat).
La transacción era un hecho porque la condición de su posibilidad tam ­
bién lo era: la lucha de clases por el poder. La transacción fue hecha en
vistas de u na amenaza, la amenaza de volver atrás. T odo hecho histórico
se realiza ante el peligro de su reversibilidad. Es la negación de su reversión.
Lo dado en cada hecho histórico no es “que merezca desaparecer” (Hegel),
sino la posibilidad previa de no llegar a asumirse. El “fu tu ro ” que implica
no es el que “puede venir”, sino el que “puede volver”.
Y quien “puede volver” y quien puede negar su reversión es el pueblo
en lucha. La “actividad” (Wesen) que es la condición de la posibilidad es
la infinidad de las masas en lucha.
Este sujeto fundam ental es el horizonte desde el cual se entiende el
establecimiento de una ordenación general de las relaciones sociales (lega­
lidad) y las transacciones que ella implica. Veamos más de cerca el fenó­
meno: el Estado burgués se basa en una afirmación central: la igualdad ante
una ley hecha por iguales. El formalismo (abstracción) con que se concibió
perm itía dos significados fundam entales: uno, para la burguesía, otro para
la sociedad civil en su acepción fundam ental, o sea, los productores inm e­
diatos. La burguesía echó las bases de aquel hecho que la iba a fundam entar
como tal: la igualdad de quienes iban a ser parte del intercam bio de la
tuerza de trabajo por un salario. Q uien otorga el salario y quien por él
vende su fuerza de trabajo son iguales. Lo otorgado por ambas partes es un
"equivalente”.

15 MEW I, 34$.

99
Para la sociedad civil, en cambio, la igualdad era aquello que debería
perm itirle intervenir en la regulación de todo género de telaciones sociales.
La igualdad debía perm itirle luchar por la igualdad. Para la burguesía, la
igualdad era la consagración del derecho a la desigualdad real, para la so­
ciedad de los productores, una brecha hacia la realización de la igualdad.
El carácter abstracto de la igualdad resolvió, por un tiempo, la cuestión: la
posesión de algunos de los medios de producción trajo para ellos la igual­
dad entre ellos. Al resto le otorgó el “derecho” a ser esclavos asalariados.
Del principio igualitario surgió el establecimiento de la desigualdad
legalizada. ¿Dónde se m uestra, sin embargo, esa desigualdad? A prim era vista
se diría: la desigualdad ( —la ausencia del pueblo en la gestión del Estado)
radica en el “hecho” de que existe capitalista y proletario, de un modo
análogo como existieron señor y esclavo, amo y siervo. Un “hecho”, sin em­
bargo, no im plica nada; por el contrario, es él el que debe ser explicado.
En efecto, el “hecho” que es la existencia del siervo se explica (a nivel de
los ‘hechos’) por el otro hecho que es la existencia del amo. El “am o” es la
condición de la existencia del siervo poique la ordenación social “siervo”
surge del poder de los “amos”. Y al contrario, es tam bién verdadero: el
“hecho” que es el “am o” es puesto en vigencia por la existencia y trabajo
fácticos de los “siervos”. Sin amo no hay siervo, sin siervo no hay amo.
El que el amo pase, en un cierto momento, a “depender” del siervo, que
comience a ser “siervo de los Siervos” que producen su existencia, no altera
ni explica lo fundam ental. Es una consecuencia del “hecho” de que existan
amos y esclavos. En efecto, el amo comienza a ser como amo el “siervo de
sus siervos”.
El siervo no puede cuestionar al amo mismo sin cuestionarse a sí mismo.
Pero ¿qué puede significar entonces “cuestionarse a sí mismo”? ¿Qué cues­
tionan los siervos al exigir que se term inen los amos? ¿Qué significa “la
inexistencia de los amos”?
Significa la elim inación de algo que no es ni “los amos” ni “los siervos”,
sino la condición de la posibilidad de amos y siervos. Ambos no existen por
el “hecho” de que existan, sino porque las condiciones para que ellos exis­
tan son, al mismo tiempo, las condiciones para que exista la sociedad entera.
El amo y el siervo lo son desde una realidad que ellos conform an y efec­
túan, pero que no es lo mismo que su suma, su existencia subjetiva. El amo
es el amo, el siervo es el siervo. El amo y el siervo son algo diferente en lo
cual ambos son. El todo no es la suma de las partes. Las “partes” y su “sum a”,
sólo son posibles en la totalidad que ellos constituyen y en la cual su “indi­
vidualidad” es superada (Aufheben). Amo y siervo se constituyen a la vez
y recíprocam ente en objeto y sujeto. El acto de “relación” (de apertura del
uno hacia el otro) constituye y es constituido en un fundam ento que es algo
“tercero”.
“U na actividad originaria (Wesen) que no tiene su naturaleza fuera de
sí misma, no es una actividad originaria natural, no participa de la activi­
dad originaria que es la Naturaleza. U na actividad originaria que no tiene
su objeto fuera de sí, no es una actividad originaria objetiva. U na actividad
originaria que no es ella misma objeto para una actividad originaria ter­
cera, no tiene ninguna actividad originaria como su objeto, esto es, no se
conduce objetivam ente, su ser no es o b je tiv o ...”.
“Supóngase una actividad originaria que ella misma no es objeto ni
tiene objeto alguno. Ella sería, en prim er lugar, la única actividad origina­
ria, no existiría otra fuera de ella, existiría absolutam ente sola y solitaria.
Y ello porque en tanto hay objetos fuera de mí, en tanto y/o no soy solita­
riamente, yo soy un otro, una realidad distinta que el objeto que yo no soy.

100
Para este tercer objeto yo soy tanto otra realidad que él mismo, esto es, soy
su objeto. U na actividad originaria que no es objeto de otra supone, por
tanto, que no existe ninguna actividad originaria. En tanto yo tengo un
objeto, este objeto me tiene a mí como objeto” 16.
El amo no se explica entonces, en últim o térm ino, por el siervo, ni el
siervo por el amo. Algo “tercero’’ los explica a ambos: la relación en que
ellos están, la totalidad de que ellos son gestores. Esto es lo que anterior­
m ente M arx denom inaba “m undo” como resultado de la interacción hombre-
naturaleza.
Volvamos a explicarlo: “El hombre es una necesidad natural; ella su­
pone por tanto una naturaleza fuera de ella, un objeto fuera de ella, para
ser satisfecha, para apaciguarse. El ham bre es la necesidad confesa de mi
cuerpo, de un objeto fuera de él, im prescindible para su integración y desa­
rrollo. El sol es el objeto de la planta, un objeto que afirm a su vida, del
mismo m odo como la planta es objeto del sol, en tanto que expresión de la
fuerza vivificante del sol, de la fuerza activa originaria objetivadora del
sol” 17.
La tercera objetividad es lo que no es ni el objeto, ni el sujeto, sino
la totalidad en que ellos ponen de manifiesto sus posibilidades.
En esta tercera objetividad es donde se debe buscar el fundam ento de
la legalidad burguesa. Ella no ha surgido del “hecho” de que existieran amos
(nobleza y clero) y siervos (burguesía y pueblo en general). El “hecho” de
que existan amos se basa en el otro “hecho”, de que existen siervos y al
revés. Lo que cambió al menos form alm ente al surgir la legalidad burguesa
es la “tercera objetividad”: la condición de la posibilidad de que existan
amos y esclavos.
M arx quiere, sin embargo, evitar el trascendentalism o de los miembros
de la Sagrada Familia:
“Preguntándose por las condiciones de la existencia del 'todo como ta l’,
la ‘Crítica crítica’ lo hace de un m odo auténticam ente teológico buscándo­
las fuera del todo. La especulación crítica se mueve fuera del objeto que
ella asegura considerar. M ientras toda la contradicción no es otra cosa que
el m ovim iento de sus dos aspectos, m ientras en la naturaleza estas partes
son la condición de la existencia del todo, ella se exime del estudio de este
m ovim iento real que origina el todo, a fin de poder explicar que la Crítica
crítica está, como la paz del conocer, por sobre ambos extrem os. .
“Proletariado y riqueza son dos opuestos: ellos forman, como tales, un
todo. Ambos son formaciones del m undo de la propiedad privada. Se trata
de saber cuál es la posición que ellos adoptan en la contradicción. No basta
con decir que ambos son dos aspectos de un solo todo”.
“La propiedad privada, como propiedad privada, está obligada a m an­
tenerse a sí misma, y con ello a su opuesto, en la existencia. Es el lado
positivo de la contradicción, la propiedad privada satisfecha en sí m ism a”.
“El proletariado, al revés, está, como proletariado, obligado a elim i­
narse a sí mismo y con ello a su opuesto que lo constituye como proletaria­
do, la propiedad privada. Es el lado negativo de la contradicción, la im pa­
ciencia en sí mismo, la propiedad privada disuelta y en d is o lu c ió n ...”.
“D entro de la contradicción, el propietario privado es, por lo tanto, la
p arte conservadora; el proletario, la parte destructora. De aquél surge la
acción de conservar la contradicción, de éste la acción de su destrucción” 1S.

16 M arx: O konom isch - Philosophische M a n u skrip te (1844), MEW , Ergánzungsband I, 578-579.


17 Ibícl., p. 5.78.
18 M arx: Die H eilige FamUie, MEW 2, p p . 36-37.

101
La destrucción de la “tercera objetividad” es la destrucción de la con­
dición de la existencia, no de algo separado de proletarios y propietarios,
sino de la relación que la actividad de ambos ha engendrado. Y la destruc­
ción radical de este orden “que necesita la ilusión” de la legalidad form al­
m ente igualitaria sólo puede ser obra de quien, ju n to con construir su base
de sustentación, es privado de su control: la clase obrera.
Esta destrucción, como toda actividad, tiene un doble sentido. C am inar
no significa “comenzar a cam inar”, sino ya haber cam inado y seguir hacién­
dolo. T en er el poder no significa “comenzar a ejercerlo”, sino haberlo ejer­
cido y seguir ejerciéndolo. La conquista del poder es la posesión de todo
el poder por parte de quienes ya tenían el poder, a saber de aquel poder
que puede conquistar todo el poder.
Cam biar desde su raíz la tercera objetividad (de la cual la legalidad
burguesa es un aspecto) es un acto del poder de la sociedad civil (las “masas”),
un m om ento de su lucha. Más aún: la tercera objetividad es el acto en que
las masas revolucionarias son. Es su obra. Es la “razón que siempre ha exis­
tido”. De ellas nació la legalidad burguesa. Y por ello la burguesía no se
opone al “contenido” que eventualm ente tendría en sí la legalidad proletaria.
M al podría hacerlo cuando ésta no es más que la consecuencia total de su
propia racionalidad. A lo que ella se opone es a que el proletariado ponga
en acción el medio que ella misma usó para nacer: la lucha masiva de clases.
El amo no rechaza en lo fundam ental al siervo, ni la rebelión del siervo
como siervo, rechaza aquella rebelión que cuestiona el “orden” según el
cual amos y siervos son posibles. El capitalista no rechaza el “conflicto”, por­
que éste no es sino la confirmación de la diferencia. No rechaza tampoco
u n proyecto de legalidad en la cual “no hay conflictos”; lo que rechaza es
la lucha por establecerla, es decir, aquella en la cual su objeto (y por tanto
él mismo) desaparecen; la lucha en la cual la clase obrera deviene sujeto
y la burguesía objeto:
“La exigencia de renunciar a las ilusiones sobre su situación, es la exi­
gencia de renunciar a una situación que necesita de las ilusiones” 19.
La ilusión de la igualdad, o sea, la igualdad' como ilusión, es lo que
caracteriza a la legalidad burguesa. Lo definitivo no es provocar nuevas ilu­
siones (conveniencia de las clases a “otro nivel”, etc.), sino crear un m undo
en el cual las ilusiones no son necesarias para su desarrollo y construcción
ulterior. El proletariado “no puede liberarse a sí mismo, sin superar sus pro­
pias condiciones de existencia. No puede superar sus condiciones de existen­
cia, sin superar todas las inhum anas condiciones de existencia de la sociedad
actual” 20.

3. LA “B RECH A ” DE LA LEGALIDAD BURGUESA

Lo que la burguesía teme no es la legalidad proletaria, sino la lucha de


masas que la origina. Lo que teme no es un estado de cosas, hechos consti­
tuidos, sino las condiciones de su posibilidad. T em e las masas en acción.
Este tem or es complejo. T iene tantas facetas como la burguesía misma.
¿De dónde viene la justificación a tal temor?
Del hecho de que la ley burguesa nacida de la lucha de clases es una
transacción. T a n evidente es esto, que en nom bre de la libertad, que es su
razón de ser, la legalidad burguesa perm ite a las masas todo, menos lo que
efectivam ente la cuestiona. Pero sin llevar las cosas hasta ese punto, ya en

19 M arx: K ritik an der H egelschen Rechtsphilosophie, Einleitung, MEW I, p. 379.


20 MEW 2, p. 38.

102
cuestiones más inm ediatas se pone de m anifiesto la am bigüedad de la ley
burguesa. En todos los niveles ella ha dejado sin resolver los problem as que
plantean sus propias exigencias: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la
seguridad, la propiedad. En cada uno de estos momentos la burguesía con­
cedió algo a fin de así poder no cum plirlo. Pero la exigencia de libertad,
etc., quedó form ulada y ello a nivel de las necesidades reales. En el período
previo a la destrucción de la sociedad de clases, el proletariado revolucio­
nario se m ueve p or esta brecha que ha quedado entre la exigencia real y
su negación. En cada lucha el proletariado se mueve entre lo “legal” y lo
legítimo, entre lo que se debe respetar y lo que se puede efectivamente hacer.
El proletariado es en sí mismo la encarnación de esta doble realidad.
La clase obrera es la parte destructiva del orden establecido.
La existencia de los proletarios, a la vez que un hecho contem plado y
definido p or la ley al consagrar la propiedad privada como fundam ento del
orden, es un hecho que amenaza la existencia de la ley que pretende definir
su existencia. Es el lado negativo de la sociedad burguesa. Y es el lado ne­
gativo en cuanto que busca cam biar radicalm ente aquellas reglas del juego
que le han creado. En efecto, el proletariado no estaba “contem plado” en el
esfuerzb común que fue la resolución burguesa.
El acto del cual nació la legalidad burguesa es el acto por el cual una
clase desplazó a otra del poder. No es el cambio de una 'leg alid ad ” a “otra
legalidad”. N o es un acto del “espíritu de los pueblos” que no necesita sino
otro acto espiritual como su mediación:
“D ebido a que el Estado es la forma en la cual los individuos de una
clase dom inante hacen valer sus intereses comunes y que toda la sociedad
burguesa incluye en una época, se sigue que todas las instituciones son me­
diadas p o r el Estado, recibiendo asL una forma política. De ahí la ilusión
de que la ley descansa en la voluntad, a saber, en una voluntad separada
de u n a base real, en la voluntad libre. Del mismo modo el derecho será
reducido, por su parte, a la ley” 21.
La ilusión no se combate con ilusiones y las ideas que no m ueven a
acciones concretas no son más que ilusiones. Q uien entrega “ideas”, “m etas”
a un pueblo, sin entregarle los medios, los métodos concretos de acción, le
entrega ilusiones, es decir, lo engaña:
“Las ideas no pueden nunca hacernos superar un viejo estado de cosas.
Las ideas no pueden realizar absolutam ente nada. Para realizarlas se nece­
sitan hombres que empleen para ello todas sus fuerzas” 22.
Esto que pertenece, entre tanto, para muchos, a lo trivial, adquiere una
im portancia fundam ental al in ten tar abordar el problem a de la legalidad
burguesa.
Las brechas que ella deja no son brechas a través de las cuales pasa la
“conciencia” de las masas. Es una brecha real, activa y generada por la ac­
ción. La concientización de las masas como acto “previo” a su acción es, si
se la entiende en términos precisos, el intento de cam biar la historia real
a través de la conciencia. Es idealismo de viejo cuño. La conciencia es un
producto de la actividad. Las masas entienden la totalidad social en la me­
dida en que ellas ya la han comenzado a cambiar:
A las masas “nosotros solamente les mostramos por qué ellas en realidad
luchan, y la conciencia es algo que ellas* se deben apropiar, incluso si no
lo qu ieren ” 23.

21 M arx: D eutsche Idcologie, M EW 3, p. 62.


22 M arx: H eilige Fam ilie, M EW 3, p . 126.
23 MEW 1, p. 345.

103
La conciencia de clase es producto de la lucha de clases. La lucha con­
tra el “hecho” que es la legalidad burguesa, precisa de los “hechos” revolu­
cionarios de los explotados. Que en ello la historia haya señalado etapas,
es sólo en cuanto son “hechos” los que pasan por etapas. Lo que el prole­
tariado no puede transar es la lucha que sacude el fundam ento de la ley
burguesa.
H ablar de carácter fundam ental de la legalidad burguesa incluye el ha­
blar de su fundam ento. Este no es otro que la razón que siempre ha exis­
tido, aunque no en forma racional: la lucha de las masas explotadas por
dirigir lo que ellas constituyen. El que se vuelva al “fundam ento” de la
legalidad burguesa equivale a liberar ese fundam ento de sus cadenas para
que por sí mismo recupere su actividad propia. La fuerza de ese fundam ento
en la lucha es inmensa. Sólo se necesita abrirle camino:

“Los grandes nos parecen grandes


sólo porque estamos de rodillas.
Levantém onos!” 24

24 M arx: Die H eilige Fam ilie, MEW 2, p. 87.

104
Reflexiones sobre la enseñanza
del Derecho en Chile

A lfred o E tcheberry

Vicerrector Académico, U. C.

1.—Algunas de las deficiencias que se han hecho notar desde hace tiempo
en la enseñanza del Derecho son comunes a la actividad universitaria en la
enseñanza de otras disciplinas, O tras son propias de la naturaleza y exigen­
cias de las ciencias jurídicas. Otras, en fin, son el producto de un senti­
m iento vago y no bien definido de crisis del Derecho como institución social.
Las prim eras han venido siendo objeto de estudio y de am plio debate p ú ­
blico en los últim os años, y no tendría especial utilidad volver a ocuparnos
de ellas aquí. Nos limitaremos, en consecuencia, a las restantes críticas.

2.—Con razón hace notar Soler 1 que desde la antigüedad hasta el siglo
pasado, el tema del Derecho ocupó un sitio im portante en el pensamiento
de los filósofos, hasta el punto que para Hegel dicho tópico tiene un lugar
central e incluso dom inante en su doctrina. Actualm ente, en cambio, el pen­
sam iento filosófico parece concentrarse sólo en determ inados temas capita­
les, entre los cuales {el ser, la nada, la angustia, la lógica simbólica, la teoría
del conocimiento) no se cuenta el Derecho, de tal modo que la fenomeno­
logía, el existencialismo, el intuicionism o, poco o nada dicen sobre lo ju rí­
dico. Ni siquiera las doctrinas más vinculadas a un enfoque antropológico,
o preocupadas de los problemas de la semántica y la estructura del lenguaje,
o de raigam bre neohegeliana, en las cuales cabría esperar una mayor apro­
xim ación a los temas jurídicos, han dispensado mayor reflexión a éstos. Sólo
el m aterialism o histórico lo hace, pero en form a que el Derecho ofrece una
imagen poco airosa. Si el orden jurídico es sólo uno de los efectos superes-
tructurales de las relaciones de producción, no es más que una resultante
necesaria de las fuerzas históricas que lo determ inan. Si es un mecanismo
ideado para m antener privilegios económicos y defenderse contra la evolu­
ción de las relaciones naturales, el Orden jurídico aparece desde su base
teñido de inm oralidad. “En ambos casos el Derecho pierde valor, y su sus­
tancia misma queda constituida por un engaño; en el prim ero, un engaño
intelectual; en el segundo, en un engaño ético, pues el legislador resulta
ser, o bien un filtro inconsciente ele fuerzas naturales que hablan a través
de él sin pedirle permiso, o bien un dócil servidor de las m entiras interpre­
tativas de la clase dom inante”. Lo dicho tiene por consecuencia que en la
actualidad las teorías jurídicas sean obras de especialistas más que de filó­
sofos, con inevitable repercusión sobre sus contenidos.

1 Soler, Sebastián: Las palabras de la ley; México, 1969; Fondo de C u ltu ra Económica, pp . 7 y ss.

105
A lo anterior debe agregarse la formación de una atmósfera de recelo,
cuando no de hostilidad, hacia el Derecho mismo, sus características y m é­
todos: lo que se ha dado en llam ar el “juridism o” o la “m entalidad legalis­
ta” se presenta como un obstáculo a la renovación y el progreso en todos
los órdenes (hasta el teológico y religioso); las instituciones jurídicas apa­
recen desligadas de la realidad y las necesidades sociales; en fin, los hom ­
bres de derecho desem peñarían por lo general un papel conservador
—cuando no retardatario— en la transform ación de la sociedad. Al verificar
que el orden jurídico no rige en el hecho sobre vastos sectores de la rea­
lidad que pretendidam ente regula, y que, por otra parte, allí donde en­
cuentra som etimiento y vigencia se m uestra im potente para resolver los
problem as sociales, se habla de una declinación o crisis del Derecho. Hay
obras enteras dedicadas al tema. C arnelutti ha llegado a profetizar la
m uerte del Derecho (2). Paradojalm ente, esta crisis del Derecho no se m a­
nifiesta en la paulatina desaparición de instituciones o normas, sino al re­
vés, a través de una proliferación cada día más abundante de norm as ju rí­
dicas especializadas, minuciosas, reglam entarias, y que sin embargo no se
revelan capaces de operar con verdadera eficacia social. Esto es solamente
paradojal; no es en verdad contradictorio, porque una reflexión de simple
sentido común nos dirá que m ientras mayor sea el núm ero de preceptos,
mayor será la cantidad de desobediencias, y ya Argesilao señalaba que allí
donde hay muchas leyes hay tam bién m ucha injusticia.

3.—U na reflexión sobre los objetivos, el contenido y el m étodo de la


enseñanza jurídica debe p artir por tom ar una posición (es ilusorio preten­
der u n a dem ostración irrefutable erga omnes) acerca de las dos cuestiones
fundam entales que hemos planteado, a saber: si la llam ada crisis del Dere­
cho term inará o podrá term inar en la desaparición del orden jurídico para
ser reemplazado por otras formas de organización social, y si, adm itiendo
la necesaria supervivencia del Derecho, puede éste actuar con eficacia co­
mo prom otor del cambio social (o, en general, como regulador de las re­
laciones que pretende incluir en su ámbito).
Creemos, en relación con el prim er punto, que el Derecho es una crea­
ción cultural de la que el hom bre no podrá ya prescindir. Si se quiebra o
desaparece el Derecho que nos rige en la actualidad, será reemplazado por
otro. La carencia absoluta de Derecho, se dice, es la anarquía o la tiranía
(esta últim a más probablem ente, según la experiencia histórica). Porque
hasta las revoluciones más drásticas, producidos los cambios deseados, bus­
can un asentam iento jurídico, a través de los procesos de “institucionalidad
de la revolución” o “legalidad revolucionaria”. Se ha dicho, y con razón,
que a una sociedad que borrara com pletam ente todo rastro de lo jurídico
y enterrara, no sólo el Derecho positivo, sino las creaciones culturales his­
tóricam ente surgidas en torno de éL le ocurriría lo que a Pascal con la
geom etría de Euclides: sin haberla conocido previam ente, llegaría por re­
flexión propia a descubrir otra vez sus principios y postulados fundam en­
tales. Penosamente, a través de una búsqueda tal vez secular, llegaría tal
pueblo a reencontrar las nociones de delito, de obligación, de proceso. La
tiran ía no es históricam ente concebida sino por períodos que en la pers­
pectiva de la hum anidad son breves, y aun estos regímenes necesitan, para
su propia sustentación, de un aparato jurídico impuesto a los súbditos por
lo general con despótica rigidez.

2 C arn elu tti, Francesco: La m uerte del derecho, en Crisis del Derecho (varios a utores); Buenos
Aires, s.f., E.J.E.A .

106
En cuanto a la anarquía, quienes la conciben como modelo social (v
cuyo pensam iento con tanta frecuencia ha sido criticado con ignorancia o
deformado) dirigen sus ataques contra el Estado (cuya identificación con
el orden jurídico presintieron antes que Kelsen la form ulara explícitam en­
te) , en cuanto conciben toda autoridad como enemiga de la libertad, pero
no prescinden de la idea de orden, al que im aginan como brotado espon­
táneam ente de la libre asociación hum ana. Véase un párrafo de Proucl-
hon 3:
“En vez de leyes, tendremos contratos; no más leyes votadas por la ma-
“ yoría y ni siquiera por unanim idad. Cada ciudadano, cada ciudad, cada
“ unión industrial hará sus propias leyes. En lugar de poderes políticos,
“ tendremos fuerzas económicas. . . En lugar ele ejércitos perm anentes, ten-
“ dremos asociaciones industriales. En lugar de policía, tendremos identidad
“ de intereses. En lugar de centralización política, tendremos centralización
“ económica”.
Para el padre del anarquism o, los tribunales de derecho, serán reem pla­
zados por el arbitraje; las burocracias nacionales, por adm inistración directa
descentralizada. Y así se logrará la unidad social, a cuyo lado el llam ado
“orden establecido” de las sociedades gubernam entales aparecerá como un
caos que sostiene a la tiranía. Fácil es advertir que en realidad la crítica
va dirigida a la concepción del Estado como un orden al servicio de la in­
justicia, sustentado en la fuerza, gracias al cual la autoridad ahoga la liber­
tad. En su sociedad sustitutiva nos habla de “contratos”; nos dice que no
habrá leyes generales impuestas por mayorías, pero sí que cada unión indus­
trial “hará sus propias leyes”. En suma, se adm ite un orden social, en el cual
existirán obligaciones, y es inevitable la existencia de una sanción correla­
tiva de la obligación. Que este orden “brote espontáneam ente” y sea “libre­
m ente aceptado” y no impuesto, no le quita su tram a jurídica. N i siquiera
Bakunin, en sus violentas invectivas contra el Estado, lo identifica con cual­
quiera forma de orden social que im ponga deberes: su Estado, como para
Proudhon, es “la explotación políticam ente organizada de la mayoría por
una m inoría cualquiera” 4. Por otra parte, una lúcida crítica de la posibi­
lidad práctica de una sociedad sin ley alguna ha sido hecha por Russell 5,
quien efectúa una plausible demostración de, que una com unidad en que
ningún acto estuviera prohibido por una regla general obligatoria (ley) no
sería com patible con la estabilidad y preservación de la sociedad que los
anarquistas desean, y que el orden jurídico sigue siendo una institución ne­
cesaria para cum plir ciertos fines 6.
Adm itiendo la necesidad social del Derecho, al menos en una duración
que en la actualidad es históricam ente indefinida hacia el futuro, la situa­
ción de “vacío ju rídico” por un período de transición se nos aparece como
negativa e indeseable: es sin duda más lógico desear que en cada período
(por drásticas que sean las transformaciones que im plante) surja la forma
de ordenam iento jurídico que sea socialmente necesaria o más útil. Así, si
sobreviene una catástrofe histórica, un hundim iento general de la juridici­
dad, un renegar colectivo del Derecho (y no del Derecho actual, sino de
todo D erecho), esto no se deberá a la conjuración de un grupo de malvados,

3 P ro u d h o n , Pierre-Joseph: Idee genérale de la révolution au X l X e siécle; París, 1851 (de la e di­


ción inglesa, traducida p o r Jo h n Berkeley R obinson, Londres, 1923).
4 B akunin, M ikhail: Dios y el Estado; Buenos Aires, 1971; E dit. Proyección, p. 145.
5 Rusell, B ertrand: Proposed Roads to Freedó>n: Socialism, Anarchism and Syndicalism; Londres,
1919; George Alien and U nw in L td., en esp., p p . 111-137.
6 La crítica de Kelsen a la concepción tradicional del Estado como u n ente m etajurídico, una especie
de superhom bre todopoderoso (el “ dios del derecho” ), creador del derecho, y su dem ostración de
que el Estado no es sino orden ju ríd ico (a u n q u e no todo orden juríd ico es E stado), siguen siendo
a nuestro juicio definitivas. Véase Kelsen, H ans: Teoría pura del derecho; Buenos Aires, 1963;
E udeba, 3? edición, p p . 187 y ss.

107
ni a la estupidez o ceguera histórica de un pueblo, sino a la culpa de los
hombres de Derecho, deformados por una enseñanza deficiente y por una
práctica estrecha, y cuya m iopía intelectual les im pide captar los valores
jurídicos y la inserción del Derecho en la historia.

4.—La segunda cuestión que nos planteábam os era la de si el Derecho


puede ser utilizado como herram ienta del cambio social, lo que en una u
otra forma, en el fondo, se traduce en su virtud causal para determ inar un
cambio en la conducta de los hombres y una diferente relación entre ellos.
E ntre los no juristas, a menos que tengan alguna formación en las ciencias
sociales, existe una creencia muy difundida en la eficacia casi todopoderosa
del Derecho para im poner determ inadas conductas a los ciudadanos; p ar­
ticularm ente se atribuye esta virtud al Derecho penal, con su régim en de
sanciones drásticas. Si se asigna esta potencialidad al Derecho, con prescin-
dencia de las circunstancias históricas sobre las cuales pretende actuar, por
la sola circunstancia de ser una voluntad respaldada por la-fuerza, sin duda
es una creencia errónea. La eficacia del Derecho es limitada. Conspiran
contra ella muchos factores que eventualm ente pueden presentarse; la oscu­
ridad o complicación de sus preceptos; el excesivo núm ero de reglam enta­
ciones; los límites que im pone la propia naturaleza física; la influencia de
las realidades culturales, económicas, morales y religiosas en el medio que
la norm a pretende regir; la accesibilidad del común de los ciudadanos a los
órganos encargados de hacer respetar y cum plir la ley, etc. Todos estos fac­
tores son im portantes, pero desearíamos sólo poner énfasis en la necesaria
adecuación de la ley al sentim iento y las necesidades generales; a la toma
de conciencia, por los ciudadanos, de la necesidad y justificación de la n o r­
ma. Sin duda, es ilusorio pretender que la conducta de los destinatarios de
la norm a se aju ste invariablem ente a sus preceptos: habría siempre un m ar­
gen de “tensión” o, como suele decirse, de “inautenticidad” (con un térm ino
que juzgamos poco feliz) entre la conducta ideal a que la norm a aspira y
el com portam iento efectivo de los súbditos del orden jurídico. La misma
previsión de una sanción en la norm a m uestra que para su autor era de
pensar que algunos, por desacuerdo con el precepto o los sacrificios que les
im pondría su observancia, desobedecerían la norm a. Pero no debe perderse
de vista que la función del precepto no es m eram ente cognoscitiva (distin­
guir entre las conductas ajustadas a Derecho y las ilícitas) ni es sancionato-
ria (no tiene por objeto aplicar sanciones), sino que es norm ativa, esto es,
desea que su m andato se cumpla: la norm a m ayorm ente realizada como tal
es aquella que resulta unánim em ente acatada, de modo que no sea necesario
aplicar nunca la sanción prevista en ella. Para que esto ocurra, el poder
intim idatorio de la amenaza penal —aun severa o cruel, y aunque váya siem­
pre seguida de un aparato policial-judicial-carcelario que la aplique con el
mayor rigor— es absolutam ente ineficaz. Si no se quiere- obedecer una ley
injusta, se puede en últim o térm ino aceptar el m artirio, y contra esto la
tiranía es im portante. El Derecho puede ser im puesto por la fuerza (y eso,
con la lim itación que hemos señalado) con respecto a un pequeño núm ero
de infractores recalcitrantes, que se obstinan en 110 acatar las norm as que
la inmensa mayoría de los ciudadanos aprueba y respeta, o bien puede ser
im puesto por la fuerza a un gran núm ero de personas gracias al mecanismo
represivo propio de un Estado policial, pero esta últim a situación sólo puede
ser históricam ente transitoria: no puede concebirse como una form a norm al
y perm anente de vigencia del Derecho. En definitiva, si la ley quiere ser
cum plida, necesita contar con el acatam iento interno de los súbditos en me­
dida m ucho mayor de la que ordinariam ente se piensa. Claro está que ese

108
acatam iento externo puede traducir posiciones espirituales muy diversas,
desde el fervoroso entusiasmo por la ley hasta la indiferencia, la resigna­
ción o la cobardía, pero siem pre es indispensable. Para ello, el Derecho no
debe contrariar la conciencia y la sensibilidad sociales del m om ento histó­
rico que pretende regular; al menos, no clebe contrariarlas o en gran medida.
Es verdad que sobre la posición de acatam iento se puede influir m ostrando
la excelencia de valores nuevos o poco conocidos, a través de la educación,
la difusión, la propaganda o una política de estímulos o incentivos que ha­
gan atractivo el cum plim iento de la ley (y en este aspecto, según diremos
más adelante, tam bién el propio Derecho puede cum plir una función). Pero
en todo caso, tanto los incentivos como las sanciones tienen un límite, pasa­
do el cual la oposición violenta entre la ley y el sentir profundo de la m a­
yoría de los ciudadanos llega a un extrem o en que, como bien se ha escrito,
éstos no se dejan ya sobornar ni am edrentar, y cesan de cum plir la ley.
El propio Kelsen que, en su Teoría Pura, se esfuerza por separar los aspec­
tos jurídicos de los sociológicos, adm ite la lim itación de la validez de la
norm a cuando carece de eficacia, aunque insiste en precisar que ambos con­
ceptos 110 se identifican 7.
Esta consideración realista sobre las limitaciones del Derecho no nos
lleva, sin embargo, a la posición extrem a que le niega todo valor como ins­
trum ento de cambio social, sostenida por escuelas de pensam iento de p ri­
m era im portancia. Probablem ente la más notoria e influyente en esta línea,
aunque no la única, es la de M arx, al menos en la interpretación tradicio­
nal de su pensam iento. Son las relaciones de los hombres con respecto a los
medios de producción las que, comenzando por ser un orden fáctico, al
consolidarse p o r su duración pasan a ser orden jurídico, en el que las clases
dom inantes dan a su posición de preem inencia y privilegio el carácter de
situación deseable e im puesta (“deber ser-’ que consagra y protege un “ser”),
y por cierto, respalda por la fuerza. Le merece violenta crítica la idea de
“justicia externa” de Proudhon. Refuerza esta postura de M arx el recono­
cimiento del valor jurídico de la costum bre (sanción lega^ de una mera fac-
ticidad de larga data), que aunque reducida a límites muy estrechos con el
triunfo del pensam iento racionalista, el m ovim iento codificador del siglo
X IX y la escuela de la exégesis, todavía conserva validez en ciertos campos,
como el Derecho comercial y el internacional. Por otra parte, el razonam ien­
to no funciona con tanta claridad cuando se intenta aplicarlo a los sectores
regulados por el Derecho y que no se vinculan directam ente con los pro­
cesos productivos. Siendo el Derecho una superestructura de la tecnología
y la economía, puede adm itirse la existencia de un Derecho atrasado con
respecto al cambio social, y que en consecuencia transcurra cierto tiempo
desde el advenim iento de los cambios en la tecnología y la economía y la
incorporación de los mismos al Derecho, pero no puede admitirse, desde
este punto de vista, que un cambio jurídico provoque un cambio en la es­
tru ctu ra tecnológica y económica o sea factor de decisiva influencia en el
mismo 8.
Desde otro punto de vista muy alejado, la escuela histórica del Dere­
cho, cuyo exponente más ilustre es Savigny, considera el Derecho como el
producto n atu ral y orgánico del espíritu de un pueblo, y se opone, por con­
siguiente, a la codificación, y en general, a la legislación im puesta por re­
flexión racional y abstracta, especialmente si se trata de adoptar institucio­

7 Kelsen, op. cit., pp. 36, 142-143.


8 No obstante, au n q u e el objeto y lím ites de este trabajo nos im piden profundizar el tem a, debe
dejarse testim onio de las interesantes conclusiones de los estudiosos m arxistas italianos de post­
guerra, que en su propósito de ‘'liq u id ar cuentas” con la tradición hegeliana, Jian som etido a
revisión la in terp retació n esquem ática a q u e nos referim os en el texto. De p a rtic u la r im portancia
en este terreno es la obra de U m berto C erroni.

109
nes jurídicas extranjeras. Es interesante observar el origen hegeliano común
de esta concepción y la anterior.
Sin embargo, pese a la teoría básica ya anunciada, aun las sociedades
que basan en el pensam iento m arxista su estructuración económica y polí­
tica, hacen am plio uso del Derecho como herram ienta para obtener deter­
minados cambios sociales. Son de interés a este respecto las consideraciones
muy claras que hace K echekyan9, profesor del Instituto de Derecho de
Moscú. Sobre el empleo de las leyes “paternales” o educativas del pueblo
es de im portancia el estudio de H azard 10. Las reformas penales aprobadas
en la U nión Soviética a p artir de la adopción de los nuevos principios fu n ­
dam entales en derecho penal y procesal penal de 1958, guardan consonancia
con la posición oficial desde 1961, en el sentido de que el Estado Soviético
es ya un “Estado del pueblo entero, sin clases hostiles en su seno que debie­
ran ser suprim idas; por lo tanto, los delincuentes no son ahora enemigos
de clase, sino trabajadores “extraviados”. No sirve ya la simple fórm ula sta-
linista de que el delito es provocado por los rem anentes clel capitalismo en
las mentes de los hombres. La sociedad soviética afirm a haber sobrepasado
el capitalismo, y aun sus rem anentes, y sin em bargo el delito persiste. De
ahí el recurso de las leyes educativas (y un paralelo aum ento en la severidad
de las penas) n . No es posible form ular afirmaciones con entera certeza sobre
la situación o enfoque de estos problem as en la R epública P opular de China;
em pero son significativos algunos pasajes de Mao Tse-Tung:
“A fin de poder dedicarse fructíferam ente a la producción y al estudio,
y vivir en un am biente de orden, el pueblo exige que su Gobierno y sus
dirigentes de la producción y de las organizaciones culturales y educativas
“ dicten apropiadas disposiciones adm inistrativas con carácter obligatorio.
“ Es de sentido común que sin ellas resulta imposible m antener el orden
“ público. Las órdenes adm inistrativas y el m étodo de persuasión y educa-
“ ción se com plem entan m utuam ente en la solución de las contradicciones
“ en el seno del pueblo. Las disposiciones adm inistrativas dictadas con el fin
“ de m antener el orden público, deben ir acompañadas de la persuasión y
“ educación, ya que, en muchos casos, aquéllas no dan resultado por sí
“ solas” 12.
Del mismo modo, Mao caracteriza la “superestructura” político-adm i­
nistrativa de C hina como “nuestras instituciones estatales de dictadura de­
mocrática popular bajo la guía de la dictadura dem ocrática popular y sus
leyes e ideología socialista bajo la guía del marxism o-leninism o”, y señala
que su propósito es el de desem peñar “un papel positivo para facilitar la
victoria de la transform ación s o c ia lis ta ...” 13. Parece desprenderse con cla­
ridad que las leyes pueden desempeñar un papel eficaz en la transform ación
social.

5.—La dilucidación previa de las dos cuestiones fundam entales que nos
planteamos, resultaba indispensable antes de pasar a exam inar el problem a
concreto ele la enseñanza del Derecho. Es una conclusión cierta que, cual­
quiera que sea la validez teórica que se conceda a los argumentos exam ina­

9 Social Progress and Laiu, en Transactions of the T h ir d W orld C.ongress of Sociology, vol. 6. No
nos ha sido posible consultar la fuente original, sino la transcripción de D ror, Yehezkel en Law
and Social Change, T u la n e Law Review, vol. 33 (1959), pp . 740-801.
10 H azard, Jo h n N.: Law and Social Change in the USSR; Londres, 1953.
11 H azard, Jo h n N .: T h e Sino-Soviet D ispute and the Lazo; impreso por la American Foreign Law
Association, Inc. T exto de u n a conferencia pronunciada en dicho organism o el 10 de enero de 1964.
12 M ao T se-T u n g : Sobre el tratam iento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, pasaje
citado en Citas del Presidente Mao T se -T u n g ; P ekín, 1966; Ediciones en Lenguas E xtranjeras,
p p . 53-54.
13 Mao T se-T u n g : ib íd . Citado p or Snow, Edgar: La China contem poránea; México, 1965; Fondo de
C u ltu ra Económica, tomo 1, p. 380.

lio
dos precedentem ente, la realidad nos m uestra el creciente empleo del Dere­
cho, en las diversas sociedades, como una herram ienta destinada a influir
sobre los cambios sociales. Es más: constituye una característica contem po­
ránea y m uy reciente, que tiende a com plem entar los fines que tradicional­
m ente se han asignado al Derecho (la justicia, la paz, el orden) con otro
más, y de prim ordial im portancia: el progreso social. Ello hace que la ense­
ñanza actual del Derecho deba perseguir la formación del estudiante por
lo menos en dos campos fundam entales: el dom inio de la ciencia y la téc­
nica propiam ente jurídica, y el empleo adecuado de la norm a jurídica como
instrum ento de progreso y de transform ación social. La enseñanza tradicio­
nal prescindía por completo de este segundo objetivo y era gravem ente defi­
citaria en el prim ero.

6.—El Derecho, como disciplina de conocimiento, tiene un aspecto p u ra­


m ente intelectual o de ciencia abstracta, sometida a sus propios métodos y
reglas y susceptible de un desarrollo considerable/con abstracción de todos
los elementos no jurídicos. Kelsen lo ha destacado m ejor que nadie, al se­
ñ alar el conocimiento y sistematización de las norm as con el contenido esen­
cial de la ciencia jurídica. Sin ignorar que el Derecho en sí mismo puede
ser objeto de estudio sociológico o histórico, en cuanto es una realidad cul­
tural, la ciencia jurídica tiene un campo de acción diferente. Sobre la base
de conceptos abstractos y a través de deducciones lógicas, elabora un com­
plejo sistema de reglas norm ativas que constituyen el m undo del deber ser.
En este sentido, la ciencia jurídica adm ite sim ilitud con las matemáticas;
dado el concepto de triángulo, se deducen de él numerosas consecuencias
intelectuales válidas (e incluso necesarias), totalm ente independientes de las
aplicaciones prácticas que ellas presentan, o de las ventajas o desventajas
que ofrezcan para cualquier fin. Algo parecido ocurre con el sistema de re­
glas que una Constitución establezca para la formación de las leyes, o con
las definiciones legales de la hipoteca o del infanticidio. La ciencia jurídica
puede alcanzar un alto grado de desarrollo en este sentido, al m argen de la
observación de la realidad social en que el Derecho se aplica y con pres-
cindencia del grado de acatam iento efectivo que los ciudadanos o los mis­
mos gobernantes m uestren hacia el sistema jurídico teóricam ente válido en
una sociedad determ inada. H asta se puede hacer ciencia jurídica sobre nor­
mas que tuvieron vigencia histórica y ya no la tienen, o sobre norm as hipo­
téticas que se consideran posibles para el futuro, pero que no han alcanzado
consagración positiva. Es más: un cierto grado de estudio jurídico sobre n o r­
mas hipotéticas resulta inevitable antes de proponer cualquier cambio de
legislación. Por otra parte, no es raro advertir que naciones en las cuales
la ciencia jurídica ha alcanzado un alto grado de desarrollo ostenten graves
deficiencias en el funcionam iento y utilización del orden jurídico como he­
rram ienta práctica de progreso social (y aun de m ero m antenim iento del
orden), en tanto que otras naciones, en las cuales el Derecho se m uestra
razonablem ente adecuado a las necesidades sociales, no descuellen en el cam­
po doctrinal por lo elaborado de sus tesis científicas.
Pero el Derecho, a diferencia de las matemáticas, no puede lim itarse a
ser una ciencia puram ente especulativa: es u n a ciencia esencialmente prác­
tica, que trata de hacer posible la m ejor y más expedita aplicación de las
norm as jurídicas a la vida social, y de servir ele este modo a sus fines. Si se
deja absorber demasiado por el aspecto lógico-formal de la ciencia jurídica,
corre el ju rista el peligro de em pobrecerla y perjudiciarla, pese al aparente
progreso o enriquecim iento de sus conceptos intelectuales, porque si las con­
clusiones científicas son impracticables, o inaccesibles a los súbditos del or­

111
den jurídico, se traiciona su finalidad. La adecuada utilización del Derecho
como instrum ento de cambio y progreso social, a la que acabamos de hacer
referencia, exige, precisamente, una viva conciencia de este aspecto crítico
y pragm ático de la ciencia jurídica.

7.—La deficiencia esencial de nuestra enseñanza del Derecho (al menos


tal como se la entendió y practicó hasta no hace mucho tiempo) no radica,
como pudiera pensarse, en un enfoque predom inantem ente teórico y en un
desarrollarlo como ciencia pura, al m argen de la realidad social. En el solo
aspecto de disciplina intelectual abstracta, el nivel de los estudios de Dere­
cho (no nos referimos a ninguna U niversidad en particular, sino a todas
aquellas en las que se enseña Derecho) es considerablem ente inferior al que
existe en otras ramas del saber cultivadas en las Universidades: ciencias
exactas, ciencias biológicas, etc. La docencia ha estado encam inada a la for­
mación de un abogado y no de un jurista; de un profesional, y no de un
científico. Ello ha acarreado el descuido de la investigación y de la ense­
ñanza de las bases científicas y filosóficas del Derecho; la pérdida de la
visión unitaria de esta disciplina, y el hecho de que la docencia haya estado
tradicionalm ente confiada a personas no dedicadas íntegram ente a ella, sino
con su tiem po com prom etido preferentem ente por el ejercicio de la aboga­
cía, o de la m agistradura o de alguna función pública (ejecutiva, legislativa,
adm inistrativa o en general política), todo lo cual deja poco tiem po para
el progreso sistemático en una disciplina intelectual; para leer, para estu­
diar, para investigar, para m antenerse al día; en últim o térm ino, para pensar.
No bastan el talento o aun el genio naturales para ser un profesor de p ri­
m era clase: son indispensables el estudio, el trabajo y el esfuerzo constantes.
Este es un prim er aspecto de reform a indispensable. No creemos tampoco
que la docencia debe estar confiada únicam ente a profesores de dedicación
exclusiva; siendo el Derecho, según dijimos, una ciencia práctica y vincu­
lada inseparablem ente a la realidad social, el aporte del profesional o fun­
cionario que está en contacto con el m undo vivo de la aplicación o creación
del Derecho será sin duda útil, pero el núcleo central de docencia en las
bases científicas del desarrollo deberá estar confiado a personas que hagan
de ella su ocupación principal. La tradición de confiar las cátedras a abo­
gados de brillo en el foro o en la vida pública partía del razonam iento,
consciente o inconsciente, de que si dichas personas habían alcanzado éxito,
en el sentido de tener fama, o prestigio, o dinero, o poder, o posición social,
o respeto general, probablem ente podrían enseñar a los jóvenes el secreto
de su éxito, a fin de que éstos tam bién pudieran lograrlo, ya que ésta, se
pensaba, era la finalidad de la enseñanza universitaria. Este enfoque resulta
hoy inaceptable y sobrepasado, y la consecuencia que de él deriva debe
cambiar.
Este abandono de la investigación ha sido probablem ente uno de los
factores más im portantes en la decadencia de los estudios de Derecho. Aun
en épocas históricas en que predom inaban la docencia y la clase magistral,
como en la Edad Media, cuando se carecía de libros impresos y de otros
medios de difusión que hoy ahorran m ucho tiem po de exposición, nunca la
investigación, entendida en su sentido más am plio de expansión de las fron­
teras del pensamiento, fue dejada de mano. La fama inm ortal de ciertos
maestros no se debió sólo a su erudición, a su acumulación de conocimien­
tos, sino a que eran a la vez adelantados y explotadores del pensamiento,
como pudieron ser los casos de A belardo en París o de Irnerio en Bolonia.
La docencia que se lim ita a entregar lo que ya se sabe o se da por sabido,
se hace a la larga estéril y se desvitaliza, como ocurrió en los últim os tiem ­

112
pos de la escolástica. Pero cuando el profesor es a la vez un hom bre de pen­
samiento, de inquietud, de estudio, la calidad de su enseñanza se vivifica,
y los estudiantes lo perciben. El hom bre que m ejor enseña es el que a la
vez está aprendiendo. Por otra parte, una actitud siempre atenta y renovada
respecto de lo que se enseña, por conocido que sea el tema y por mucho
que se haya enseñado a través del tiempo, casi siempre conduce a descubrir
aspectos merecedores de mayor consideración y de nuevas investigaciones. Así
como la investigación m ejora la calidad de la docencia, esta últim a es tam ­
bién un estímulo para la investigación.
La formación del jurista debe atender a la educación del intelecto co­
mo un todo; no sim plemente a través de la acumulación de conocimientos
parciales, sino m ediante la comparación y la sistematización de las ideas.
U n intelecto formado, como ha escrito Newm an 14, es el que ha adquirido
una visión coordinada de lo nuevo y lo viejo, de lo pasado y de lo presente,
de lo próxim o y lo remoto, y que está consciente de la influencia recíproca
de todas estas cosas; en suma, no es sólo el conocim iento de las cosas, sino de
sus relaciones m utuas y profundas. Para el estudiante que se forma, lo más
im portante es ad q uirir una actitud m ental para la cual el dom inio de los
principios esenciales es más valioso que la acum ulación de inform ación frag­
m entaria o el dom inio de determ inada destreza técnica. Al concluir sus es­
tudios, no sólo debe ser capaz de com prender lo que ya es conocido en su
campo de estudios, sino que debe tener una actitud abierta y receptiva ha­
cia lo que es nuevo, estar dispuesto a explotarlo, ser capaz de m anejarlo y
sobre todo, tener iniciativa para im aginarlo y progresar firm em ente por su
cuenta lr>. Esto es particularm ente cierto en la esfera del Derecho, donde
los conocimientos que consistan en la asimilación de las disposiciones lega­
les vigentes quedarán anticuados o sobrepasados en pocos años. Debe apren­
der más bien a re u n ir elementos de juicio y sopesarlos por sí mismos; rehu­
sar su adhesión a las ortodoxias sólo por el hecho de serlo y desconfiar del
argum ento de autoridad, pero por otra parte debe rehusar tam bién la ten­
tación de la negativa sistemática e indiscrim inada y de la hueca originalidad:
sus disidencias deben fundam entarse en una sincera posición intelectual y
hum ana.
Lo dicho no significa que la U niversidad tenga por fin form ar sólo
profesores o investigadores, o agotarse en un puro sibaritism o intelectual,
lo que tam bién em pobrecería la ciencia del Derecho y desvincularía al estu­
diante del medio social. No puede desconocerse el factor vocacional por el
cual la mayoría de los estudiantes tienen una vocación profesional y no do­
cente. Pero la forma en que los profesores enseñan, ebestím ulo que ofrez­
can a la crítica y al pensamiento, la presentación de los conocimientos cien­
tíficos, pueden y deben ab rir horizontes y perspectivas mucho más amplias
a los estudiantes que el mero ejercicio de una profesión. Si esto se cum ple
cabalmente, tendrá que cam biar el concepto según el cual la persona que
ha cursado algún tiem po en la Universidad y no ha llegado a titularse es
un frustrado, un fracasado, al menos una persona que ha perdido parte de
su vida. Esto es tan absurdo, ya que todo período pasado en la Universidad,
por breve que fuera, debería ser considerado como un aporte valiosísimo
a la formación de la personalidad de cada uno. Por desgracia, el enfoque
exclusivista y obsesivo de los estudios de Derecho hacia la obtención del
títu lo profesional de abogado hace que hoy día dicho paso tem poral por las
aulas no deje a quien lo hizo sino conocimientos misceláneos y dispersos,

14 N ew m an, Jo h n H enry: T h e Idea of a U niversity; Londres, 1899; Longm ans, G reen cdit-; discurso
V I, K noivledge Viewed in Relation to Learning.
15 M ountford, James: B ritish U niversities; Londres, 1966; O xford University Press.

8.—CEREN 113
una ilustración superficial de térm inos y frases que ni siquiera entiende
cabalmente, y que no le servirán siquiera para su propia satisfacción o p ro ­
greso intelectual.
La clave para la superación en este aspecto reside en la im plantación
de una verdadera flexibilidad curricular (hasta ahora sólo ensayada con m u­
cha timidez), dejando la calidad de básicas sólo para pocas disciplinas de
Derecho positivo, y dando en cambio este carácter a las que dan una visión
más profunda y más general de lo jurídico. Especial énfasis debe darse a
la introducción al estudio del Derecho, a la teoría general y filosofía del
mismo, al estudio de la lógica, general y jurídica; al m étodo y técnica legis­
lativos (esto es, aprender a legislar); a la interpretación de la ley; al estudio
de los sistemas jurídicos comparados. Todas estas disciplinas deberán recibir
u n papel m ucho más im portante que el que actualm ente tienen en los pla­
nes de estudio (algunas ni siquiera figuran en éstos). El dom inio de los
idiomas, prim eram ente del propio y tam bién de los extranjeros, deberá con­
siderarse como un instrum ento auxiliar de enorme valor.
T am bién se hacen indispensables en este terreno ciertos cambios m eto­
dológicos a los que nos referiremos más adelante.

8.—Las observaciones precedentes podrían llevar a pensar que el enfo­


que profesionalizante, si bien descuida el aspecto propiam ente científico de
los estudios de Derecho, capta bien, en cambio, la dim ensión social de los
mismos y subordina la especulación científica a una orientación em inente­
m ente práctica. Pero no es así. Lo que se entiende por “orientación prác­
tica” no es la inclusión de un sentido social del Derecho y de la misión
del jurista; es la enseñanza de técnicos de defensa, de acomodación o de
ataque, para alcanzar valores o metas no jurídicas, que no son el cum pli­
m iento de una vocación de esta clase, ni siquiera en lo propiam ente inte­
lectual, sino de esta posición económica, un prestigio profesional, una situa­
ción social, etc. No se imbuye en los estudiantes la conciencia de la misión
de servir que ellos personalm ente deben cum plir; no se les enseña a obser­
var crítica y constructivam ente la forma en que el aparato jurídico cum ple
o deja de cum plir sus propias funciones; no se les estim ula a desear el pro­
greso jurídico y a im aginar las formas que puede asumir; no se dice nada
acerca de la recíproca influencia del Derecho y de otras creaciones cultura­
les im portantes en la sociedad.
El hecho de que hayamos debido dedicar buen núm ero de páginas al
comienzo de este trabajo a preguntarnos si el Derecho tenía alguna utilidad
en, el proceso de cambio social, nos m uestra hasta qué punto la m entalidad
jurídica es conservadora. En otras disciplinas científicas que persiguen fina­
lidades prácticas la misión de progreso aparece como obvia y casi innecesa­
ria de explicitar. En la medicina, es evidente que com batir el dolor, la en­
ferm edad y la m uerte son las finalidades que la ciencia debe servir, y la
actividad docente y de investigación se encam ina a ello con naturalidad. Se
trata de descubrir nuevos hechos y de inventar nuevas técnicas para que la
ciencia vaya cum pliendo cada vez m ejor su misión.
En sus respectivos campos, la ingeniería, la agronomía, tienen tam bién
una finalidad indiscutida de constante progreso, evolución y perfecciona­
m iento en la persecución de ciertas metas. Ello está lejos de ser evidente
en Derecho. El jurista no advierte con claridad (menos todavía el estudiante)
que el fin de su actividad científica sea el progreso social a través del cam­
bio (sea de perfeccionam iento o de rectificación) del Derecho vigente, sino
que parece conformarse con un acabado entendim iento y com prensión de
este mismo Derecho. No vale argum entar que el estudio del Derecho haya

114
de ser puram ente dogmático en razón de que la tarea de perfeccionar o
cam biar el Derecho existente pertenece al legislador, esto es, al político,
y no al jurista. Desde luego, históricam ente, ha sido abrum ador el predo­
m inio de los abogados entre los legisladores, y aun ahora, en que la situa­
ción ha evolucionado, es indudable que m antienen una influencia preponde­
rante, y deben ejercer una función legislativa p ara la cual sus estudios de
Derecho no los han capacitado. En seguida, es sabido que el pensam iento
crítico cié los juristas ha sido antecedente determ inante de casi todas las
grandes reformas legislativas que los políticos han realizado, y que aun en
las transformaciones más revolucionarias y radicales del aparato jurídico, el
período siguiente ha necesitado el concurso de los juristas para la construc­
ción del orden nuevo. ¿Cómo puede el jurista cum plir esta misión, si sólo
se le ha enseñado a asimilar el contenido y dom inar la técnica del Derecho
existente? Es paradojai que la ciencia jurídica, que tiene por objeto el deber
ser, se lim ite a la enseñanza y difusión de las norm as que son y no de las
que debieran ser. T odo jurista tendría que ser un legislador en potencia;
sólo así estará en condiciones cíe entender y aplicar el .derecho nuevo, cuan­
do llegue. Por lo demás, no es sólo m ediante la creación o modificación ele
norm as (esto es, en cuanto legislador) como el jurista puede contribuir al
progreso del orden existente: puede igualm ente m ejorar las condiciones so­
ciales de su aplicación: librarse de las norm as interpretativas hijas de la
escuela de la exégesis y que condujeron a la congelación del Derecho; puede,
en fin, divulgar tanto el conocimiento como la crítica del Derecho; y crear
así la conciencia social de la necesidad de un cambio, que tarde o tem prano
se traducirá en la acción política.
A esta m entalidad conservadora contribuye, en prim er lugar, el hecho
indiscutible de que u n cierto grado de estabilidad, certeza y perm anencia
es indispensable para que el Derecho pueda tener eficacia práctica. R equiere
u na m ente alerta el evitar que la estabilidad se confunda con la inm ovili­
dad y la perm anencia con la perpetuidad. A ello se añade, en nuestra época
histórica, que el sistema de Derecho que nos rige es hijo del pensam iento
racionalista, expresado en el campo jurídico por la llam ada escuela de la
exégesis, cuyos principios esenciales son resumidos por Soler 16 en la siguien­
te forma:
a) Principio de inmovilización, según el cual la codificación estabilizó
el Derecho y io inmovilizó con relación al futuro, como si el proceso gene­
rador del Derecho hubiera quedado clausurado;
b) Principio del monopolio interpretativo del legislador, para el cual
el pensam iento del creador de la ley es el único recurso legítim o para inter­
pretarla, y que nada anterior o posterior a él puede alterar;
c) Principio de discontinuidad, de acuerdo con el cual la codificación,
ju n to con crear un Derecho fijo para el futuro, canceló y borró el pasado
liistórico jurídico, y
d) Principio de exclusividad o reserva, conforme al cual no hay más
Derecho que el codificado y la ley es la única fuente de Derecho.
Se com prende que esta constelación de principios, derivados de la con­
sideración de que el Derecho se extrae por deducción racional de la obser­
vación de una naturaleza hum ana abstracta inm utable a través del tiempo,
lleva p or sí sola a crear en el jurista la im presión de la eternidad del orden
jurídico codificado, y por ende, la conclusión de que su tarea se lim ita a
entenderlo y poder aplicarlo cabalmente. El cambio de esta m entalidad exige
en la enseñanza y formación jurídica la adopción de un enfoque distinto,

16 Soler, Sebastián: Interpretación de la ley; Barcelona, 1962; Ediciones Ariel; capítulo II.

115
que restituya al Derecho su necesaria dim ensión histórica, le otorgue un más
sólido fundam ento en las existencias hum anas concretas y no en la conside­
ración abstracta de una naturaleza ideal e intem poral, y reem place su petri­
ficación secular por un dinamismo en constante superación.
Esta aproxim ación reflexiva y crítica al Derecho debe comenzar por el
estudio de las norm as vigentes en sí mismas y en función de la finalidad
que se persiguió al establecerlas. Al estudiar una institución jurídica (v. g.,
el régimen de legislatura bicameral, o las reglas sobre sucesión intestada,
o las penas perpetuas, o los recursos adm inistrativos) debe comenzarse por
esclarecer los fines que en la m ateria se persiguieron; en seguida exam inar
el camino por el cual la ley ha creído lograrlo; luego considerar si dicho
camino resultó o no adecuado; si lo es, pensar cuál sería' más apropiado,
para lo cual resultará indispensable conocer lo que en otras épocas se hizo
en la m ateria y lo que se hace en otras legislaciones actualm ente vigentes;
por cierto, analizar si la interpretación o alcance práctico que se da a la
respectiva institución es o no el más adecuado, y por fin, volver a conside­
rar si el objetivo perseguido por la institución es hoy día, para la conciencia
m oral y social im perante, una finalidad digna de m antenerse (y entonces
hay que perfeccionar la institución) o si ya es caducada o está superada
(y entonces hay que suprim ir o reem plazar la institución). Comprendemos
que esto últim o, al seleccionar metas y em itir juicios de valor social, ya no
es un aspecto puram ente jurídico, sino político o filosófico, pero el jurista
no puede negarse a entrar en él. El profesor debe cuidarse de no im poner
dogm áticam ente sus principios en esta m ateria: debe enseñarlos, ya que para
eso profesa un pensam iento propio, pero debe tam bién respetar el punto
de vista ajeno. Su m ayor éxito será conseguir que sus alumnos, por reflexión
crítica propia, se form en un juicio m editado y personal, coincida o no con
el del profesor.
Concluida esta prim era etapa, fundam entalm ente jurídica, viene una
segunda, en la que debe considerarse la circunstancia social en que el De­
recho se mueve y se aplica. A quí el jurista necesita el concurso indispensa­
ble de la sociología, la psicología, la economía, la historia, etc. Es posible
que una determ inada institución jurídica, que en sí misma se juzgue ade­
cuada y convenientem ente para determ inada finalidad, no sea, en la reali­
dad social, cum plida y aplicada, o se la cum pla y aplique mal, o deficiente­
mente. In q u irir en su m edida y cómo ocurre esto; cuál es la relación entre
la teoría jurídica y la práctica social; cuáles son las causas; cuáles podrían
ser los remedios, es tam bién labor indispensable para el jurista m oderno.
La conciencia m oral y social de nuestra época, aun por encima de las dife­
rentes concepciones filosóficas o políticas, lo exige im periosam ente. Debe
tenerse presente, eso sí, que aquí no se trata de convertir al jurista en un
sociólogo o economista de bolsillo, sino de captar los aspectos de las respec­
tivas disciplinas en que ellas pueden com plem entar a las jurídicas.

9.—Algo debemos decir sobre la metodología y organización, aunque a


nuestro juicio la captación íntegra de los aspectos que hemos venido expo­
niendo será suficiente para que la nueva enseñanza del Derecho encuentre
los métodos que más útiles sean para cum plir tales fines. Ya hemos hablado
de la forma que debe asum ir la flexibilidad curricular. En cuanto a los m é­
todos mismos de enseñanza, creemos que todos los ideales hasta ahora' tienen
algún m érito y podrían ser ventajosam ente combinados en la formación
com pleta del estudiante. El m étodo dialogante de la clase activa tiene la
ventaja de suscitar a la vez el interés del alum no, su participación, y esti­
m ularlo a reflexionar. El “caso m ethod” de C hristopher Columbus Langdell,

116
de tanta aceptación en los Estados Unidos, familiariza al estudiante con la
aplicación real del Derecho en los tribunales, aunque sin duda su utilidad
es mayor en un régimen de Derecho consuetudinario, como es el anglosajón,
que en un sistema de Derecho codificado como el nuestro; además, es de
aplicación casi exclusiva en los temas de Derecho positivo, y muy restrin­
gida en los más abstractos y generales. El m étodo de los problem as parte
de una norm a conocida y trata de aplicarla a hechos hipotéticos: semejantes
en algunos aspectos al sistema de los casos, difiere de éste en que es más
bien deductivo, en tanto que el otro es predom inantem ente inductivo. Am ­
bos, sin embargo, exigen una tarea previa a la clase misma, en que el estu­
d iante debe procurarse una cierta inform ación indispensable para aplicar
con provecho el método. La clase m agistral y su vecina próxim a, la clase
conferencia, no son de desechar enteram ente: son útiles para hacer síntesis
de temas muy amplios; para ayudar a los estudiantes en la selección de sus
lecturas; para proponer nuevas cuestiones o temas recientes que no se en­
cuentran en los textos se debe profundizar en algunos que sólo se encuen­
tren som eram ente tratados en éstos. No sirven si son mal preparados o se
lim itan a rep etir nociones que se encuentran con facilidad en cualquier
libro de texto. Los seminarios acostum bran al trabajo colectivo y al debate
de ideas; las investigaciones colectivas son fuente fecunda de inform ación
y preparan las investigaciones individuales. Y tampoco deben olvidarse las
actividades prácticas, sobre las cuales nos extenderem os más en el siguiente
párrafo.
Para la adquisición de conocimientos debe ponerse térm ino a la actual
dependencia absoluta que el estudiante tiene respecto del profesor, apenas
suplida por los “m anuales” o “apuntes”. Debe acostum brarse a los alumnos
a ir a las fuentes originales de inform ación y hacérselas accesibles: los auto­
res que oye citar, las revistas que publican artículos que debe conocer, los
fallos judiciales, y, por cierto, los textos legales mismos que son m ateria de
su estudio. Esto supone la organización de una biblioteca bien provista de
obras, debidam ente clasificada, bien atendida (todos los días y con horario
prolongado), y con medios m odernos de reproducción de textos y m aterial.
Debe igualm ente existir un organismo especial encargado de la preparación
de m aterial didáctico. Será preciso m antener un activo intercam bio y sus­
cripciones respecto a las revistas extranjeras y acostum brar a los estudiantes
a la frecuente consulta y lectura de éstas. Este sistema alivia en m ucha m e­
dida la carga de la obligación inform ativa que pesa actualm ente sobre la
clase magistral.
Las norm as sobre evaluación y control y los problem as que ellas pre­
sentan no difieren sustancialm ente de los que se presentan a nivel univer­
sitario en disciplinas de parecida naturaleza, y no justifican una considera­
ción más detallada en un trabajo como el presente.

10.—Hay todavía otras funciones que las necesidades de la época recla­


m an de la com unidad universitaria. En verdad no se trata sino de la for­
ma especial de concreción que asume, con respecto a la Universidad, una
obligación que afecta a todos los miembros de la sociedad; la de servir a los
demás, como lógica contrapartida de lo que cada uno recibe de la sociedad.
En el campo específico de los hom bres de Derecho, esta tarea puede asu­
m ir diversas formas, que no se excluyen entre-sí; el estudio perm anente de
reformas legislativas y la solución de los problem as técnicos que presenten;
la divulgación de conocimientos legales entre todos los ciudadanos, ya que
la ley no es para especialistas, y muy especialmente, hacer posible la apli­
cación del Derecho y el im perio de la justicia a todos los niveles, en todas

117
las actividades y a todos los hombres. A quí hay muchos campos abiertos.
Piénsese en la escasez de postulantes para el ingreso al poder Judicial, las
perm anentes vacantes que ocurren en éste, la falta de personal auxiliar y
subalterno; la irrisoria asistencia jurídica para pobres, debida a la escasez
de recursos m ateriales y humanos; y no solamente en la asistencia que se
traduce en patrocinio de dem andas o de defensa ante los tribunales, sino
en la asistencia jurídica en sentido am plio antes de que los casos lleguen a
los tribunales y que muchas veces lo previenen; asesoramiento en los p ro ­
blemas de familia, de propiedad familiar, de tram itaciones ante organismos
públicos, de situaciones previsionales, etc., en que, sin haber pleito, el ciu­
dadano necesita del consejo y la ayuda del jurista. Igualm ente, gran canti­
dad de servicios públicos del orden adm inistrativo ven lim itada grandem en­
te la función que deben cum plir, por falta de personal en núm ero suficien­
te o deficiente preparación de éste. Pensamos que tanto los profesores co­
mo los estudiantes de Derecho, desde el prim ero hasta el últim o día de su
perm anencia en la Universidad, deben incorporarse masiva y obligatoria­
mente, en la forma que dispongan los reglam entos que deberán dictarse, a
una forma de servicio social en alguno de los campos que señalamos.

11.—Se nos objetará, tal vez, que u n estudio tan crítico y porm enoriza­
do de las instituciones jurídicas, unido a una dedicación en gran escala y
desde el prim er m om ento a trabajos sociales, forzosamente restará tiem po
p ara el conocim iento cabal de la enorme masa de disposiciones legales vi­
gentes, que el jurista debe conocer. Probablem ente en alguna m edida sea
así, pero a nuestro juicio es más valioso despertar el razonam iento, el crite­
rio jurídico, la captación de la esencia de la juridicidad, el saber apreciar
la finalidad de las instituciones, el in terp retar adecuadam ente la ley, que
conocer o memorizar un texto positivo. Q uien dom ina esos aspectos, sabrá
m anejarse con facilidad frente a un texto legislativo que ve por prim era
vez o que no le ha sido enseñado dogm áticam ente; quien no los dom ina,
por el contrario, se sentirá perplejo y desconcertado cuando una reform a
legislativa cambie el tenor ele la disposición que se le enseña al pie de la
letra. En cuanto a la actividad de servicio social, aparte de la elevada fina­
lidad ética que cumple, no creemos que sea contrapuesta a la formación.
El Derecho no se aprende sólo en los códigos, como la anatom ía no se apren­
de sólo en las láminas de un libro. El Derecho es un conjunto de norm as
o manifestaciones de voluntad, pero es a la vez una realidad social, una crea­
ción cultural que nace y vive en la historia. Conocer su letra no es conocer
su vida. Ambas cosas son necesarias.
SE G U N D A SEC C IO N

PROBLEMAS JURIDICOS INSTITUCIONALES


DE LA EXPERIENCIA CHILENA
El Estado nacional en el sistema
internacional

E duardo O r t iz

Profesor e Investigador,
Instituto de Estudios Internacionales, U. CH.

Que la política exterior de un Estado es la consecuencia inm ediata de su


situación interna, es un principio que tiende a ser generalm ente aceptado.
A esto habría que agregar la relación contraria, esto es, que en m ayor o
m enor grado, la situación internacional determ ina pautas de conducta po­
lítica interna, dependiendo esto últim o del grado de libertad de m aniobra
que los Estados estén en condiciones cíe ejercer.
Las relaciones de la política interna y la política internacional son
dialécticas y se trata en ellas de la existencia de un continuo de influencias
y contrainfluencias
Este somero enunciado levanta una serie de interrogantes que es preciso
destacar y por supuesto responder.
Si la política exterior de un Estado es la consecuencia inm ediata y ne­
cesaria de su política interior, es preciso determ inar cuáles son las fuerzas
que determ inan esa política interna y por qué y de qué m anera esas fuerzas
se plantean en la política exterior.
De la misma m anera y, por el contrario, si la situación externa influ­
ye en form a significativa en la situación interna de los Estados, es preciso
saber quiénes están detrás de esa situación externa y por qué actúan apro­
vechando esas condiciones internacionales para influir en las situaciones
internas.
Desde luego que todas estas interrogantes no se plantean en el vacío y
exigen respuestas concretas en el terreno histórico. El campo internacional
es una realidad de fuerzas actuantes con una racionalidad propia y que de­
be ser desentrañada.
La prim era gran cuestión que debe ser clarificada a este respecto es
si el esquema tradicional explicativo de las relaciones internacionales es
verdadero. Ello exige dilucidar como cuestión previa si los agentes de la
política internacional tradicionalm ente identificados como tales, son en ver­
dad los creadores y conductores de esa política, o si por el contrario ellos
no son sino meros ejecutores de las decisiones de un escondido alter ego.
Esto afecta, desde luego, al agente internacional por excelencia: el Estado-
Nación, pero tam bién a aquellos otros entes, engendros del Estado-Nación,
que son las Organizaciones Internacionales.
La segunda gran cuestión en este orden de ideas es la determ inación
de la verdad o falsedad de la presunta igualdad entre los sujetos o agentes

1 Sobre el tem a ver G riepenburg, R ü d ig er: “ Relaciones en tre política in terior y exterior” en In tr o ­
ducción a la Ciencia Política, de A bendroth y Lenk. A nagram a, Barcelona, 1971.

121
de las relaciones internacionales y de su equivalencia en la negociación o
en el enfrentam iento que son las posibilidades imaginables en la política
internacional.
Por últim o, aunque sin pretender excluir a otras de las muchas inte­
rrogantes que podrían surgir de este espinudo problem a, está la de aclarar
si existe una “política internacional” distinta de una “economía internacio­
n al”, o si ambos campos se com plem entan o se identifican. Lo que seguirá
es un m ero esfuerzo tentativo de apertura de una polémica vasta y comple­
ja y que otros están dilucidando en forma esclarecedora y sugerente.

RELACIONES E N T R E P O L IT IC A IN T E R N A Y P O L IT IC A IN T E R ­
N A C IO N A L
El sistema internacional ha sido analizado y descrito como el conjunto de re­
laciones jurídicas, políticas y económicas entre unidades individuales lla­
madas Estados. Con el desarrollo de la empresa capitalista y su derivación
en monopolios de actuación, preferentem ente externa, ese sistema interna­
cional m uestra sus fallas, inconsistencias y contradicciones. El fortalecim ien­
to del Estado nacional, a p artir del desm oronamiento de las formas feuda­
les de producción y la afirmación de entidades políticas centralizadas ade­
cuadas al desarrollo de la burguesía capitalista, da origen a la construcción
de un sistema internacional destinado a regular las relaciones entre esas
nuevas estructuras nacionales. La coincidencia de intereses entre las fuerzas
económicas y las fuerzas políticas de esos Estados en las prim eras etapas del
proceso capitalista facilitan la com prensión de un sistema complejo de un i­
dades atómicas equivalentes. Las formas de explotación inherentes al modo
de producción capitalista encuentran en el Estado burgués el instrum ento
adecuado para su desarrollo y muy especialmente en el m onopolio de la
violencia. Es la posibilidad clel empleo de la fuerza en su forma de Ejérci­
to, Policía, prisiones, etc., la que perm ite la consolidación y perduración del
régim en capitalista en la m edida en que ese Ejército, esa Policía y esas p ri­
siones están allí no para el arbitraje entre las clases, sino para la decisión
del conflicto en favor de una de ellas y contra la otra, para el favorecimien-
to de la burguesía y el sometimiento del Proletariado. 2.
El desarrollo de la burguesía comercial, a través del proceso de acum u­
lación originaria, conduce a la expansión del naciente Estado burgués ha­
cia ultram ar, en busca de territorios coloniales desde donde serán extraídos
d u ran te siglos los esclavos y los productos prim arios y hacia donde irá en
busca de nuevos mercados la producción m anufacturera. El desarrollo cien­
tífico y su aplicación a la industria trae como consecuencia el perfecciona­
m iento y el crecimiento de la empresa capitalista. El esquema liberal de la
economía se hace trizas con el crecimiento enorme de las escalas de produc­
ción y la im potencia ele los empresarios individuales. Nace el capital social
y su form a empresarial, que es la sociedad anónim a con la disociación que
le es propia entre gerente y capitalista. La ru p tu ra de las formas perfectas
del esquema liberal y el aparecim iento del m onopolio señalan los albores
del Im perialism o.
Desde la constitución del Estado-Nación en la época m oderna hasta
esta etapa ha transcurrido un buen núm ero de siglos y se ha desarrollado
la prim era gran contradicción del sistema internacional, a saber: la ru p tu ra
de la idea de igualdad entre las unidades políticas del conjunto. Los terri­
torios coloniales, prim ero, y los Estados surgidos de la descolonización, pos­

2 L enin: El Estado y la R evolución.

122
teriorm ente, surgen a la evidencia histórica como sub-Estados, Estados de se­
gunda clase o meros territorios para la explotación. Caming expresaba en
1822: “América española es libre, y si no m anejamos mal nuestros asuntos,
ella es inglesa” a. La expansión im perialista da lugar al nacim iento y gene­
ralización de la institución del Protectorado. El Estado “protector o Estado
de prim er orden m aneja los asuntos exteriores y ejerce un control estricto
del Estado “protegido” o Estado de segundo orden. Francia se apodera del
control de Túnez en 1881 y de M arruecos en 1912. Esto sin referirnos a
aquellos casos en que había ausencia de estructuras estatales sólidas y en que
se celebraban caricaturescos tratados “de potencia a potencia” con los jefes
de tribus locales, como ocurrió en la mayor parte de Africa.
El Estado-Nación en su desarrollo moderno, que es coherente con el
desarrollo del m odo de producción capitalista, no es sólo el gendarm e que
proporciona el mazazo cuando lo requiere el capitalista, no es sólo el policía
que rectifica las condiciones de orden que han sido alteradas. Es en sí un
agente y muy activo de ese desarrollo capitalista, que interviene en la econo­
m ía y proporciona elementos necesarios para que el proceso se desenvuelva.
Pueden distinguirse seis funciones públicas de tipo económico que el
Estado m oderno ejercita coadyuvando así al perfeccionam iento del sistema
económico cap ita lista4. Ellas son:
1.—La garantía del derecho de propiedad, para Engels la principal fun­
ción del Estado.
2.—Liberalización económica. Esto envuelve el establecimiento de las
condiciones para el intercam bio libre y competitivo; la abolición de restric­
ciones para el m ovimiento de bienes, dinero y población dentro del área
territorial, la uniform ación de la moneda, derecho económico, pesos y me­
didas.
U n claro ejem plo histórico de este rasgo lo constituye el proceso de
unificación de Alemania. Engels apunta: “Pero la existencia de un conjun­
to de pequeños Estados alemanes, con sus leyes comerciales e industriales
muy diferentes, estaba condenada a convertirse en intolerable grillete para
esta industria en poderoso desarrollo y para el creciente comercio con el que
aquella se encontraba ligada, diferente tasa de cambio cada cierto núm ero
de millas, diferentes normas para el establecimiento de un negocio, diferen­
tes tipos de tram pas burocráticas y fiscales e incluso en muchos casos toda­
vía restricciones gremiales contra las cuales toda licencia era in ú til” . . .
“Un Código Civil alem án y una libertad de m ovimiento com pleta pa­
ra todos los ciudadanos alemanes, un sistema uniform e de derecho comer­
cial, estas e r a n . . . ahora, las condiciones esenciales de vida para la in>
dustria”.
“En todo Estado y pequeño Estado, existían, además, diferentes monedas,
diferentes pesos y medidas, frecuentem ente dos o tres diferentes tipos en el
mismo Estado. . . y —¿cómo podrían operar las instituciones de crédito a
gran escala en estas áreas de cambio tan pequeñas? Puede extraerse de todo
esto que el deseo de una “M adrepatria” unida, tenía fundam entos muy m a­
teriales” s.
3.—Instrum entación económica, lo que incluye regulación de ciclos eco­
nómicos y planeam iento.
4.—Provisión de insumos a bajo costo como trabajo, tierras, capital,
tecnología, infraestructura económica, especialmente energía y com unicado-

3 Citado en R am írez Necoehea, H ern án : H istoria del Im perialism o en, Chile. A ustral, 1970.
4 M urray, R obin: T h e Internationalization of capital and the nation state. Edición m im eografiada.
Enero de 1970.
5 F. Engels, Nicolás: L ’econom ie m ondiale et VIm periálism e. A nthropos. París, 1969.

123
nes o insumos m anufacturados de tipo general como acero, cemento, papel
o vidrio.
5.—Intervención para el logro del consenso social en áreas de conflic­
to como seguridad social,'regulación de las condiciones de trabajo, de ven­
ta, etc.
6.—El m anejo de las relaciones externas del sistema capitalista. Este
aspecto merece un análisis más cuidadoso, pues es aquí en donde el Estado
burgués se vuelca en su acción hacia el sistema internacional. La función
política externa del Estado-Nación es una proyección de su equivalente
interno. El Estado-Nación es el campeón de los intereses de la burguesía
nacional en la arena internacional.
Con el desarrollo de la empresa capitalista m onopólica y su expansión
a nivel m undial m anifestada en un sistema económico universal en el que
circulan mercancías, capitales y población, está estructurado el fenómeno
im perialista B.
La acción internacional del Estado nacional, es ofensivo-defensiva. A ta­
ca las tarifas aduaneras, los controles ele cambio, los impuestos discrim inato­
rios, las políticas adquisitivas desfavorables conducidas por Estados o mo­
nopolios rivales. Defiende las condiciones que benefician al capital domés­
tico frente a los embates agresivos de los intereses externos.
Los medios de que se vale son variados y van desde el poder m ilitar
hasta los controles aduaneros, pasando por las sanciones comerciales y el
bloqueo.
Cuando las potencias europeas echan las bases para el reparto del
Africa, en Berlín, en 1885, tienen como preocupación fundam ental el dotar
a sus burguesías nacionales del más am plio m argen de libertad en el plano
comercial. El acta de Berlín señala en su artículo 1° que “el comercio de
todas las naciones (en la cuenca del Congo) gozará de u n a com pleta li­
b ertad”.
Las naciones iberoamericanas, alentadas en su proceso de balcanización
por Inglaterra, se arrojan unas sobre otras para asegurar las condiciones
económicas favorables para sus burguesías. La guerra de Chile contra la
Confederación Perú-Boliviana en el siglo pasado, fuera de razones muy im­
portantes de tipo tarifario (aumento del arancel aplicado al trigo chileno por
el gobierno peruano y la represalia adoptada por Chile contra el azúcar
peruano) tuvo tam bién como objeto: “convertir a Valparaíso en el principal
puerto del Pacífico. . . la tarea más im portante que se propuso la burgue­
sía comercial chilena. Su portaestandarte fue un hom bre de sus filas: Diego
Portales. La dinám ica de su política tendiente a desplazar a El Callao y a
establecer la supremacía de Valparaíso condujo a la guerra” 7.
Hemos descrito las relaciones entre política interna y política in ter­
nacional como un proceso dialéctico de influencias y contrainfluencias. Co­
rresponde ahora describir las fuerzas que actúan desde el m undo exterior
sobre el medio interno.
La política de Alianzas y Coaliciones anterior a 1914 va a ser reem pla­
zada, después de la Segunda G uerra M undial, por la llam ada política de
bloques, resultante elel enfrentam iento ideológico entre el m undo socialista
y el capitalista y activada en form a considerable por la carrera nuclear. La
característica que hace distintos a los llamados bloques de las alianzas y
coaliciones radica en el carácter m undial de su actuación, de m anera que
el conjunto de los Estados nacionales es directa o indirectam ente influido
en sus situaciones internas por las decisiones tomadas por esos bloques.

6 B u jarín , Nicolás: U econom ie m ondiale et Vimperialism e. A nthropos. París, 1969.


> 7 V itale, Luis: Interpretación marxista de la historia de Chile. Tom o III. Santiago, 1971. PLA.

124
Esta situación es característica del período que va entre 1947 y 1962 y
que es conocido como de G uerra Fría y al que corresponde una estructura
bipolar del sistema internacional. La desintegración de los grandes bloques
a p artir del año 1962 (Crisis del Caribe) dio paso a una situación a la que,
a falta de una m ejor, se, ha dado la denom inación de M ultipolaridad, en
que la actuación de fuerzas centrífugas dentro de los bloques ha hecho per­
der a éstos m ucho de su monolitismo, sin que, sin embargo, hayan dejado de
conservar su predom inio las potencias que hacen cabeza en ellos.
Las prim eras iniciativas para la formación de un bloque occidental
fueron tomadas por los Estados Uñidos a través de la llam ada doctrina T r a ­
man, el Plan M arshall y el Pacto Atlántico. La motivación declarada fue
siempre la defensa del “m undo occidental” ante el avance del campo socia­
lista. Los temores norteam ericanos crecieron después de la guerra con la ex­
pansión de la U nión Soviética m ediante la incorporación de una parte de
Polonia, la Prusia O riental, la recuperación de la Besarabia y de la R utenia
subcarpática. Previam ente en 1940 habían sido anexados los países bál­
ticos 8.
Fuera de ello, el bloque socialista se había constituido por la liberación
de los países ocupados por los alemanes durante la guerra. En esta situación
estaban: Polonia, R um ania, H ungría, Bulgaria, Yugoslavia, A lbania y Che­
coslovaquia.
A p artir de 1945 es evidente la superioridad m ilitar de los Estados U n i­
dos gracias a su dom inio nuclear. El equilibrio en esta m ateria sólo será al­
canzado por la U nión Soviética en el año 1953.
Desde un comienzo la vida dé los Estados com prendidos en los bloques
fue profundam ente alterada desde el exterior. Así el Plan M arshall, lanza­
do en 1947, obligó a los países europeos a condicionar sus economías a los
dictados norteam ericanos con efectos muy trascendentales y que h an veni­
do a percibirse muchos años más tarde.
El Pacto A tlántico de 4 de abril de 1949 es el prim ero de los acuerdos
im portantes de postguerra en m ateria de seguridad. Está inscrito en las
prescripciones de la C arta de Naciones U nidas y abarcará a decenas de paí­
ses com prendidos en un vastísimo marco territorial. T o d a la parte occiden­
tal del hemisferio norte queda así cubierta por el acuerdo: 15 Estados m iem ­
bros, desde C anadá a 1 urquía, los departam entos franceses de Argelia y
las islas del A tlántico N orte hasta el T rópico de Cáncer.
El sistema m ilitar occidental bajo liderazgo norteam ericano se había
constituido de esta m anera. P ara cubrir con él al m undo se había firm ado
además el Pacto de Asistencia Recíproca de R ío de Janeiro en 1947 (incor­
porado en 1948 a la C arta de o e a ) , el Pacto de la Organización del T r a ­
tado del Sudeste Asiático de septiem bre de 1954, el Pacto de Bagdad en
febrero de 1955 y numerosos acuerdos bilaterales destinados a hacer frente
a cualquier m ovim iento de liberación anticolonial alentado p o r los países
socialistas.
El Pacto A tlántico dará lugar a una estructura política m ilitar de suma
im portancia en los años de la G uerra Fría, que es la Organización del T ra ­
tado del A tlántico N orte ( o t a n ) .
Estas formas agresivas de organización obligan al campo socialista a
adoptar m edidas similares. La prim era etapa de postguerra vio el entendi­
m iento de los países socialistas a través de acuerdos bilaterales de amistad,
cooperación y asistencia m utua. Cada uno de los países del campo va a afir­
m ar este tipo de tratados con la U nión Soviética. Es a través de u n tratado

8 M erle, M arcel: La Vie Internationale. A rm and Colin. París, 1970.

125
bilateral de 14 de febrero de 1950 que se regulan las relaciones con la
triunfante revolución proletaria en China.
Los acuerdos colectivos no ven la luz del día sino tardíam ente y siem­
pre como respuesta a las iniciativas del m undo capitalista. El c o m e c o n
(Consejo Económico de Asistencia M utua) se crea 18 meses después del
Plan M arshall, y el Pacto de Varsovia, respuesta al Pacto Atlántico, sólo se
firm a el 14 de mayo de 1955.
El m undo bipolar ve su desintegración alrededor de la década 60. Las
contradicciones agitan tanto al campo capitalista como al campo socialista
y los ejemplos abundan. Desde el año 1948 Yugoslavia adopta una línea
propia. En 1953 hay problem as en Berlín. 1956 es el año de dos grandes
crisis: Polonia y H ungría. En 1959 la U nión Soviética decide el retiro de
sus técnicos, com prendidos los especialistas en energía nuclear, y la suspen­
sión de la ayuda económica a China.
El fin de la bipolaridad puede fijarse en la llam ada crisis de los Co­
hetes, o del Caribe, en 1962 y con el establecimiento de la política de Co­
existencia Pacífica que abre cada vez más la grieta producida entre China
y la U nión Soviética. Ella va acom pañada de la demostración de efectivi­
dad de la estrategia de disuación, de que la utilización de armas atómicas
se hace cada vez menos probable y de una tendencia cada vez mayor a pres­
cindir de la opinión ele los pequeños Estados naciones sin poder suficiente.
T a l vez el ejem plo más dram ático de esto sea el papel jugado por Cu­
ba en la crisis del Caribe de octubre de 19621y el que m ejor ilustre nuestra
objeción inicial a un esquema de sistema internacional basado en unidades
estatales de valor equivalente.
Como se recordará, en aquella oportunidad, Estados Unidos declaró
una cuarentena naval en torno a C uba con motivo de la instalación de ram-
plas de cohetes soviéticos en la isla. Esta situación motivó reuniones urgen­
tes en la o e a y el Consejo de Seguridad y una interesante corresponded
cia entre Kennedy y Jrushov. Como resultado de las decisivas presiones de
Estados Unidos, la U nión Soviética convino en desm antelar las bases de co­
hetes bajo supervisión internacional. Esto perm itió un relajam iento de la
tensión y motivó una declaración de Kennedy agradeciendo las buenas ges­
tiones de jrushov. Los misiles y bom barderos soviéticos estacionados en C u ­
ba fueron retirados, sin que el gobierno de La H abana perm itiera, es cier­
to, el ingreso de observadores internacionales. El l 1? de noviem bre de 1962
Fidel Castro declaraba en televisión que “existieron diferencias de opinión
entre Cuba y la U nión Soviética, pero que ellas serían resueltas en forma
privada entre los dos países. Que los cohetes eran de propiedad soviética y
que la u r s s tenía todo el derecho a retirarlos sin que C uba pusiese obs­
táculos a ese retiro ” 9.
U na decisión de soberanía interna, de acuerdo con los cánones clásicos
del funcionam iento clel Estado, había sido tom ada fuera de las fronteras y
con el desacuerdo del gobierno del Estado afectado. Los datos de la p olíti­
ca exterior habían prim ado sobre los de la política interna.
El bloque occidental hizo crisis en 1966 con el retiro de Francia de la
o t a n . Asimismo el repliegue en el Sudeste asiático del mismo país y de

G ran Bretaña, que abandonó sus posiciones del este de Suez, han dejado
a los Estados Unidos en la soledad en sus campañas de agresión en esa zona
clel m undo.
En América latina la últim a intervención arm ada del Im perialism o de
tipo clásico se produjo en Santo Domingo. Las formas operatorias parecen
dirigirse ahora hacia un nuevo tipo de táctica que sería la creación de los
9 Keesing’s Contemporary Archives. 1962-1963.

126
llamados Subimperialismos desde los cuales ejercer una política de control
en segundo grado. Es el caso de Brasil en nuestro continente con su secue­
la trágica de Bolivia y el de la República ele Africa del Sur, que actúa co­
mo placa móvil en ese continente. A este respecto es notable el apoyo cre­
ciente que este últim o país encuentra en líderes de la descolonización, sien­
do el más notable el de Félix H ouphouet-Boigny en la Costa de Marfil.
Los acontecimientos de la política exterior que han afectado reciente­
m ente a la R epública P opular China, como la aceptación ele su delegación
ante la o n u y la consecuencial expulsión ele Taiw an, y la visita del Pre­
sidente N ixon a Pekín, parecen indicar una vuelta a esquemas políticos de
realismo en el plano internacional.
La política hacia el Este, del gobierno Socialdemócrata de B randt en
Alemania, y el cambio de tono de los soviéticos respecto del M ercado Co­
m ún Europeo (tal vez una concesión táctica para facilitar el camino a B randt
en sus esfuerzos por aprobar los tratados con la o r s s y Polonia, son índi­
ces que parecen ap u n tar en el mismo sentido. En todo caso, un buen núm e­
ro de conclusiones está por sacarse en esta m ateria.
O tro dato sorprendente es la reanudación de los bom bardeos norteam e­
ricanos sobre Vietnam del N orte y el m inado del puerto de H aiphong. R e­
cursos desesperados utilizados como represalias ante el avance de las tropas
norvietnam itas y del Frente de Liberacieín Nacional, ellos no han determ i­
nado una respuesta categórica ele la U nión Soviética y por el contrario, sus
dirigentes se aprestaron para recibir la visita program ada de antem ano del
Presidente R ichard Nixon, la que no sufrió alteraciones.

LAS ORGANIZACIONES IN T ER N A C IO N A LE S
U n fenómeno característico dél sistema internacional contem poráneo es la
proliferación, especialmente a p a rtir de la segunda postguerra, de las orga­
nizaciones internacionales.
Las formas ele entendim iento colectivo entre los Estados Nacionales en
el sistema clásico de relaciones exteriores eran de carácter m eram ente tran ­
sitorio y tenían por objeto solucionar períodos de crisis. A p artir de 1945
puede observarse como tendencia la perm anencia en el tiem po ele un sin­
núm ero de organizaciones de esta naturaleza y que responden a las más
variadas formas y preocupaciones.
Como principio, bien vale no perder de vista el hecho fundam ental
frecuentem ente olvidado de que los organismos internacionales son creados
por la voluntad soberana de los Estados y perduran en la m edida en que
éstos los m antienen. La adhesión a ellos es pues enteram ente voluntaria y
frente a la cuestión perm anentem ente levantada de si sirven para algo, está
la respuesta objetiva de la participación muy activa que en ellos tienen todos
los Estados del m undo.
La práctica de las organizaciones internacionales denota sin embargo
que ellas son foros o escenarios en que los Estados y las fuerzas que sé ub i­
can detrás de ellos realizan sus políticas habituales.
El principio de universalización de contactos políticos, característico de
la época contem poránea, encuentra en las organizaciones internacionales su
esfera más certera de realización.
Siendo los organismos internacionales en esta etapa de su desarrollo es­
tructuras en que los Estados continúan por otros medios sus políticas exte­
riores habituales, no es dable esperar m ucho en cuanto a su organización
y resultados, de allí que aparezca como sorprendente un cierto tipo de aná­
lisis, extraordinariam ente optim ista, que efectúan algunos teóricos de las

127
relaciones internacionales en cuanto a balance y perspectiva de este tipo de
organización 10. Como principio rector pareciera que lo único cierto es que
las organizaciones internacionales son aquello que los Estados miembros
quieren que sean. Ni más, ni menos.
Como la evidencia histórica es la de que existe una absoluta desigual­
dad entre Estados supuestam ente equivalentes, ese panoram a se ve corrobo­
rado por lo que ocurre en los organismos internacionales, no sólo desde el
pu n to de vista del resultado de sus actuaciones, sino tam bién en lo que se
refiere a los mecanismos utilizados para su funcionam iento. Así, es frecuente
la existencia de órganos restringidos, a los que sólo tienen acceso determ i­
nadas potencias, y de votos de diferente ponderación.
P or la m ucha fe que algunos colocan en sus actuaciones y por la in d u ­
dable influencia de tipo político que tienen sus trabajos, es de destacar la
función que desempeña en nuestro continente c e p a l (Consejo Económico
para América Latina), órgano especial de Naciones Unidas. De ordinario
acertado en sus diagnósticos, se le atribuye tam bién una serie de virtudes
que van desde constituir “una nueva élite intelectual que m uestra su capa­
cidad para investigar las realizaciones latinoam ericanas con instrum entos in ­
telectuales creados por latinoam ericanos”, hasta ser, ju n to con otras organi­
zaciones regionales, “asilos políticos para expertos que no pueden, por razo­
nes políticas, trab ajar en sus propios países” n .
Donde la discusión es ardua, es en torno a sus recomendaciones de tipo
operativo destinadas a delinear políticas prácticas. Así se ha dicho, y con
m ucha razón, que m ientras “ c e p a l ha logrado desarrollar los elementos de
un análisis incisivo de los síntomas del subdesarrollo latinoam ericano. . . los
intereses particularistas y particulares de la burguesía y su representación
ideológica y política a través de la c e p a l intergubernam ental, desde luiego
le prohíbe a la c e p a l el desarrollo de un análisis igualm ente incisivo de las
causas del subdesarrollo y de una estrategia capaz de superarlo” 12.
Así, por ejemplo, respecto de la integración latinoam ericana, que ocupó
un lugar destacado en el pensam iento de c e p a l desde su creación, cabe des­
tacar que el fracaso de las experiencias integracionalistas ha llevado a este
mismo organismo a ubicarla en el últim o lugar de los medios para llevar
adelante la estrategia del Segundo Decenio de Naciones U nidas para el de­
sarrollo. *
A muy pocos cabe duda hoy de que la estrategia integracionista fue
im pulsada por Estados Unidos para favorecer a sus corporaciones monopo-
lísticas m ultinacionales, al extrem o de que en 1967 el propio Presidente
Johnson voló a P unta del Este para dar su más caluroso respaldo a la inte­
gración, poniéndola así en el prim er lugar de las prioridades. U na de las
más poderosas dificultades que enfrenta y enfrentará en América latina todo
esfuerzo de esta especie es “la considerable autonom ía con que actúan en
4a región poderosos consorcios internacionales que controlan no solamente
las actividades tradicionales de exportación, sino tam bién gran parte del
sector m anufacturero m oderno” 13.
U n ejem plo práctico inm ediato sobre el cual no vale la pena extenderse
demasiado, es el dram a de u n c t a d (Conferencia de Naciones U nidas para
el Comercio y Desarrollo). Los sucesivos fracasos de estos encuentros entre
países desarrollados y subdesarrollados, dem uestran que a la hora de la adop­

10 Lagos, Gustavo: “ El papel político de las organizaciones regionales en América la tin a ” . En Revista
M ensaje N9 207, M arzo-Abril 1972.
11 Ibíd.
12 G u n d er Frank, A ndré: “ CEPAL: política del subdesarrollo” en Pensam iento Critico N<? 33. O ctubre
de 1969.
13 F u rtad o , Celso: La econom ía latinoamericana desde la conquista ibérica hasta la revolución cubana.
U niversitaria, 1970.

128
ción de decisiones que favorezcan a los paises más débiles prevalecen defi­
nitivam ente grandes intereses económicos de los países industrializados. Se
ha dicho acertadam ente: “Lo que no se puede perm itir, y que no sería justo
que permitiésemos, es que los pueblos pudieran ilusionarse como muchos
parecieron ilusionarse, de que sus problem as se resolverían a través de estos
mecanismos; yo creo que es hora de que se le diga a la gente, que se le diga
al pueblo, que el desarrolló económico no es una dádiva, que el desarrollo
económico, y eso ya está en las declaraciones del G rupo de los 77 en Lima,
es un deber de los pueblos, sólo los pueblos deben trab ajar .en su favor,
pues no se lo regalan desde afuera graciosam ente” 14.
De todo esto queremos retener que, pese al auge de los organismos
internacionales y a la fe depositada en ellos por algunos expertos, éstos
esconden el juego de los intereses económicos de las graneles empresas capi­
talistas que los utilizan de una m anera m ediata a través de los Estados.
Si analizamos la política m undial de los últim os cien años deberemos
rendirnos ante la evidencia de que ella es la historia de la economía m un­
dial en el mismo período. Con el desarrollo del capitalism o y su conversión
en im perialism o la vida internacional es la expansión a escala universal de
la empresa m onopolística y de los esfuerzos de loS grandes Estados naciona­
les para facilitar políticam ente la expansión cómoda de esa empresa. Como
en esa expansión los Estados nacionales desarrollaron profundas rivalidades
e intereses encontrados, el choque arm ado fue inevitable y condujo necesa­
riam ente a los enfrentam ientos de rigor. De allí que el papel de los ejércitos
im periales haya sido u n factor muy im portante en estas empresas.
De otro lado, con el desarrollo del intercam bio desigual y la división
del m undo en dos áreas diferenciadas claram ente, con roles especializados
en su producción, los esfuerzos para el som etimiento cada vez mayor de la
periferia por el centro exigieron progresivam ente que la expansión política,
condición para la expansión económica, se hiciese sobre la base de la m ili­
tarización del imperialismo.
Así los Estados sometidos o de segundo orden, han estado subyugados
en forma continua al poder m ilitar externo. Además, la expansión im peria­
lista contó con el concurso de elementos internos dentro de esos Estados de
segundo orden, que fueron las burguesías nacionales sometidas a sus dicta­
dos. Para lograr sus objetivos de “pacificación” interna y consenso necesa­
rio, las potencias im perialistas crearon y utilizaron los ejércitos de esas n a­
ciones, apertrechándolos, entrenánciolos e instruyéndolos ideológicamente
p ara hacerlos dóciles a sus designios. Lo propio se consiguió a través del
control de las policías nacionales.
Pero lo que era muy im portante tam bién eran los cambios que se ope­
raban dentro del propio campo im perialista, en donde los colonialismos de
antiguo cuño periclitaban para dar paso al pujante poder que rápidam ente
se apoderaba del m undo: los Estados Unidos de Norteam érica.
De todo esto se desprende que ningún estudio de la superestructura
política internacional puede sostenerse válidam ente sin la cabal com pren­
sión del sistema económico internacional y que toda teoría de la política
internacional es incom prensible sin la teoría económica in tern a cio n allr>.
La historia contem poránea de las relaciones internacionales es la histo­
ria del desarrollo y de la expansión a escala m undial ele la gran corporación

14 García Incháustegui, M ario: intervención en el Seminario “ U N C T A D , balance y perspectivas” .


In stitu to de Estudios Internacionales de la U niversidad de C hile. Marzo de 1972. Versión mimeo-
grafiada.
15 “ En realidad el poder político no es sino u n vehículo para el proceso económico. Las condiciones
para la reproducción del capitalism o constituyen el vehículo orgánico entre estos dos aspectos de
la acum ulación de capital. La carrera económ ica del capitalism o sólo puede apreciarse si se les
considera co n ju n tam en te” . Rosa L uxem burgo: La acum ulación de capital. G rijalbo, 1967.

9.—CEREN 129
y de la utilización por ella del aparato de política exterior, incluidas las
fuerzas armadas, para su vocación expansionista.
El estudio de la política exterior norteam ericana evidencia ese engarce
y m uestra cómo ella se ha apartado más y más de los ideales iniciales que
fueron consustanciales al proceso de liberación de ese país del colonialismo,
ideales que estaban contenidos en la Declaración de Independencia y que
eran democráticos en su carácter y reconocían por sobre todas las cosas el
derecho de los pueblos a la autodeterm inación 16.
Por el contrario, desde que se produce la fusión de intereses entre las
grandes corporaciones y los órganos de la política exterior, los Estados U ni­
dos han llevado a cabo en form a sistemática una política arm ada de contra­
rrevolución e intervención, sea en R usia o México, C hina o Cuba, Grecia
o Vietnam.
Ello ha determ inado que du ran te toda su historia Estados Unidos no
ha conocido sino 20 años en los cuales su ejército o su m arina no han estado
en acción en algún lugar de la tierra, según ap u n ta Quincy W r ig h t17.
La gran corporación, verdadero m otor de esa política, surge como ele­
m ento predom inante más o menos desde la década de 1890 18. Es en esta
época que se consolida el poder monopólico de la Standard Oil Co., dando
lugar a un gran m ovimiento de centralización y consolidación. El sistema de
libre competencia estaba m uriendo después de la ola de depresión de 1873.
El proceso se acelera con el triunfo de las tendencias im perialistas y la
adaptación de la Doctrina M onroe por T eodoro Roosevelt a los intereses
expansionistas norteam ericanos. Hacia 1897 la corporación estaba jugando
un gran papel con la teoría de que la expansión im perial proveía la solu­
ción de las crisis económicas domésticas y de la agitación social. Esto signi­
ficaba la luz verde para la actuación m undial de los monopolios y la con­
creción de la llam ada política exterior de Puertas Abiertas, resum ida por el
Secretario de Estado Bryan en la fórm ula: “abrir las puertas de todos los
países más débiles a la invasión de la empresa y capital am ericano”.
A p artir de esta época y durante el gobierno del Presidente W oodrow
W ilson, se produce la total fusión de puntos de vista entre la gran empresa
y el gobierno. El Secretario de Estado Bryan declaró a los líderes de las
corporaciones “m i D epartam ento es vuestro D epartam ento” y el propio P re­
sidente dio todo tipo de garantías a los empresarios, asegurándoles que daba
su más am plio apoyo a una campaña cuyo destino era: “la justa conquista
de los mercados exteriores” y “u na de las cosas que llevamos más cerca de
nuestro corazón” 19.
Hacia 1920, la política exterior am ericana fue dom inada por dos hom ­
bres de las corporaciones: H erb ert Hoover y Charles Evans Huges. Por esa
época Hoover declaraba: “la esperanza de nuestro comercio yace en el esta­
blecim iento de firmás americanas en el exterior, distribuyendo bienes ame­
ricanos, bajo dirección americana, en el edificio de financiam iento directo
americano y sobre todo en la tecnología am ericana en industrias rusas” -°.
M agdoff señala que la expansión de los Estados Unidos se verifica en
varias arrem etidas que pueden comprenderse en ciclos distintos. El prim er
ciclo se concreta en tres etapas: 1) La consolidación de una nación transcon­
tinental (la conquista del Oeste), 2) La obtención del control del área del
Caribe y 3) La conquista de una posición dom inante en el Océano Pacífico

16 Horowitz, David en “ C orporations and the Coid W ar” : M onthly R eview Press. N ueva York, 1969.
17 Citado por H arry M agdoff en “ M ilitarism e et Im perialism e” en Critiques de VEconomie Politique.
N.os 4 y 5. París, 1971.
18 W illiam A pplem an, W illiams: “ T h e large Corporation and A m erican Foreign Policy” , en C orpo­
rations and the Coid War.
19 Ibíd.
20 Ibíd.

130
para asegurar el control clel Oriente. El segundo ciclo se efectuaría en la
postguerra con dos objetivos: 1) Lucha contra el socialismo y los m ovim ien­
tos nacionales y 2) Reemplazo de los vacíos dejados por Europa occidental
y Japón en Asia, Africa y América latina.
Se sabe que la característica de la gran corporación en la hora presente
es su tendencia a form ar conglomerados, es decir, la actuación de la gran
empresa “en u na m ultiplicidad de sectores sin que exista necesariamente
una relación de tipo tecnológico o económico entre los mismos”. Asimismo
“el fenómeno de ia conglomeración se ha presentado tanto bajo la forma
de diferenciación funcional como de dispersión geográfica, o aun bajo for­
mas com binadas” 21.
Esta últim a característica lleva a la gran empresa norteam ericana a ase­
gurar un campo cómodo de operaciones en su patio natural y tradicional
de actuaciones que es América latina. De allí sus esfuerzos por el estímulo
a las ideas integracionistas y su generosa ayuda a toda iniciativa política,
económica o incluso académica que persiga esos propósitos.
Las formas de coordinación de los intereses empresariales y los órganos
de la política exterior son variadas 22. Ellas se canalizan a través de órganos
vinculados al Ejecutivo o al Congreso norteam ericano. Sin pretender dar una
lista exhaustiva, pueden citarse: la C entral de Inteligencia Americana, el
Pentágono, el D epartam ento de Tesoro, el Comité para el desarrollo econó­
mico ( c e d ) , la r a n d C orporation (Research and D evelopm ent), el Consejo
Nacional de Seguridad, los Comités especiales del gobierno y del Congreso.
En estos organismos actúan miembros de las grandes corporaciones o
surgidos de ellas. Algunos nom bres de hombres de la gran política norte­
am ericana vinculados a ellas pueden ilustrar el aserto. Entre los más desta­
cados puede anotarse a: Lyndon Johnson, R ichard Nixon, Dean Rusk, Ro-
bert M cNam ara, R obert Kennedy, Adlai Stevenson, el General Maxwell
T aylor y muchos otros.
Finalm ente, es interesante destacar el papel que juega el llam ado Coun-
cil on Foreign Relations, organismo editor del m undialm ente célebre Foreign
Affairs, revista especializada en asuntos internacionales y en la cual son in­
vitadas a publicar muy determ inadas personas a quienes se intenta prom o­
ver, no sólo de los Estados Unidos, sino del resto del m undo.
T a l vez la función más im portante clel c f r sea la celebración de semi­
narios de muy alto nivel “off-the-record”, es decir, sin dejar constancia de lo
tratado, para que puedan explayarse con toda com odidad los selectos invi­
tados entre los que se cuentan miembros del gobierno, de las corporaciones,
■del ejército y del m undo académico.
Señala Dom hoff respecto al c f r : “Como parte de su esfuerzo educacio­
nal, trae delante ele sus exclusivos miembros a destacados académicos y ofi­
ciales de gobierno de todas las naciones para hacer exposiciones de las que
no queda constancia y contestar preguntas de los miembros. Y como anota
Kraft, esto no sólo “ecluca” a los miembros, sino que les da la oportunidad
de “calibrar” a. im portantes líderes con quienes tendrán ellos que enten­
derse”'23.
Algunos chilenos han llegado tam bién a esas reuniones.
Hemos querido dar con esto una visión muy apretada del campo de
acción del Estado nacional contem poráneo y de las fuerzas que se esconden
detrás de su fachada formal.
Mayo de 1972
21 Celso F urtado: “ La concentración del poder económico en los Estados U nidos y sus proyecciones
en América la tin a ” . Estudios Internacionales, Año I, 3 y 4, octubre de 1967 ymarzo de 1968.
22 Sobre este interesante aspecto véase: D omhoff, W illiam : “ W ho m ade A m erican Foreign Policy 1945-
1963” , en Corporations and the Coid War.
23 Ib íd ,, p. 33.

131
Estado burgués y gobierno popular
J oan E. G arcés

Profesor de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales


( FLACSO) y Asesor en ODEPLAN.

DOS DISYUNTIVAS: SOCIALISM O-CAPITALISM O Y


L IB ER TA D -D IC TA D U R A *

L ibertad es un concepto positivo. D ictadura lo es negativo. En favor de la


prim era puede generarse cualquiera clase de entusiasmo, provocarse acciones
colectivas e individuales abnegadas e incluso heroicas. La “lucha por la li­
b ertad ” ha legitim ado —o idealizado— esfuerzos, sacrificios, generosidad y
tam bién errores. Por el contrario, la dictadura siem pre ha necesitado de ex­
plicaciones y razones. N adie ha intentado justificarla en sí misma y para sí
misma, sino en función de algo estimado superior y más válido, cuya con­
secución im pondría lim itar o negar tem poralm ente lo que nuestra civiliza­
ción entiende que es una de las más esenciales conquistas de la hum anidad.
T odo el potencial propagandístico al servicio del poder burgués ha bus­
cado vincular la suerte de la libertad al sistema social y político en que la
clase dueña del capital dom ina los resortes fundam entales de la tram a social.
Y ello ha acaecido tanto en los regímenes de democracia liberal como en
los de características fascistas. En nom bre de la preservación de la libertad,
por ejemplo, el Congreso chileno decidió en 1938 declarar ilegal al Partido
Comunista. N aturalm ente, sin hacer extensiva la prohibición al m ovimiento
nazi dirigido por Von Mareés. La cam paña presidencial de Pedro A guirre
Cerda, como las sucesivas de Salvador Allende, han sido ocasión para q u e los
defensores del sistema capitalista se autoproclam en garantes de la “libertad”
contra la “dictadura”.
El Gobierno de la U nidad P opular se ha propuesto transform ar la es­
tru ctu ra socioeconómica de Chile para hacer posible la superación del siste­
m a capitalista y el comienzo de la edificación del socialismo. Para el gobier­
no y los partidos políticos que lo integran, la disyuntiva está entre socialis­
mo y capitalismo. Socialismo entendido desde el punto definitorio esencial
de la propiedad colectiva de los medios de producción. M eta final que, en
el actual estadio de desarrollo del país, exige y perm ite socializar sólo los
medios fundam entales de producción, aquellos sobre los que reposa el poder
económico del “gran capital” nacional o extranjero, y que tienen im portan­
cia estratégica para m ejorar la satisfacción de las necesidades del pueblo
chileno y desarrollar la economía nacional.
Los límites del sector social han sido establecidos por el Program a Básico
de Gobierno, reiterados día tras día por las autoridades y respetados por la
A dm inistración Pública.

# Este articu lo fue escrito a fines d e 1971 y, p o r consiguiente no cubre las experiencias del presente año.

132
Como en tantas circunstancias históricas, tam bién ahora en Chile la
estratagema de los sectores procapitalistas ha consistido en presentar las me­
didas que afectan al dom inio económico, político o cultural de la clase do­
m inante como un atentado a la libertad. C ualquiera m edida que tienda a
desplazar parte del poder económico o político detentado por la clase dom i­
nante, en provecho de los sectores populares, es denunciado como un paso
hacia la dictadura. Nacionalizar los Bancos significaría acabar con la liber­
tad de trabajo de los empresarios m edianos y pequeños —el Gobierno, por
su parte, ha aum entado la cantidad y m ejorado las condiciones de los cré­
ditos a medianos y pequeños empresarios. Nacionalizar las empresas mono-
pólicas significaría acabar con la libertad de trabajo de los obreros, em plea­
dos y técnicos —la política del Gobierno, en doce meses, ha reducido la ce­
santía forzosa heredada del 8,5% al 4,5%. Nacionalizar el m onopolio de la
Papelera de Puente Alto significaría acabar con la libertad de prensa —el
Presidente ele la R epública ha propuesto que los propietarios^ de periódicos
nom bren sus representantes en la dirección ele la empresa distribuidora de
papel, y que se creen cuantas empresas privadas para fabricar papel de pe­
riódicos se desee— 1. Que los partidos populares, que representan a la m a­
yoría del electorado y gobiernan el país, dispongan del 40% del tiraje perio­
dístico y el 50% ele las radioemisoras, representaría acabar con la libertad
de inform ación de medios de com unicación de masas que pertenecen a un
puñado de familias 2. Integrar las escuelas de Derecho y Economía, en una
sola Facultad, supondría acabar con la ciencia jurídica y el im perio de la
ley en el orden social3. A unque los que así argum entaban no desconocen
que hace muchos años la U niversidad de París, y tantas otras, agrupa en
una sola Facultad los estudios de Derecho y Ciencias Económicas. Pero en
Chile ha sido tom ado como pretexto por la oposición para crear tensiones
en la Universidad. En últim o extremo, nacionalizar las empresas extractivas
de minerales, en manos del capital norteam ericano, podría com prom eter la
libertad de comercio internacional ele Chile. Reem plazar el Parlam ento bi-
cameral actual por un Parlam ento unicam eral, significaría el principio del
fin de la democracia c h ile n a 4, aunque el Gobierno m antiene exactam ente
los mismos principios y mecanismos para elegir a' los diputados (sufragio
universal, secreto, libre, proporcional e inorgánico). Y así sucesivamente. Los
intereses capitalistas han intentado crear la imagen de que la real disyun­
tiva que enfrenta el país gira en torno de la libertad o la dictadura. Los
partidos obreros, por definición, serían enemigos congénitos de la libertad.
Esta pugna en torno de la imagen tiene su relevancia. En Chile, en las
presentes circunstancias, “el socialismo no asusta a naelie”, según pretende
la DC, que desde junio ha creído conveniente definir su línea program ática
como socialista comunitaria. Lo contrario, sin embargo, no es cierto.
Los movimientos políticos portavoces del 75% del electorado, en abril
de 1971, se dicen anticapitalistas. M ientras el dilem a estribe entre capitalis­
mo y socialismo, la opinión pública chilena opta hoy por el segundo. El
único modo de atajar el progreso del pueblo ele Chile para distanciarse del
sistema capitalista por el camino seguido hasta ahora, consistiría en lograr
la confusión que asocie democracia y libertad con instituciones económicas
1 C arta clel Presidente A llende a G erm án Picó Cañas, Presidente de la Asociación N acional de la
Prensa, de 25 de octubre de 1971. Fue publicada en El M ercurio de Santiago el 16 de noviem bre
siguiente.
2 “ La libertad de prensa en C hile” , inserción de la DC denunciando “ la intención to talitaria que
anim a a la U n id ad P o p u la r” . El M ercurio, 26 de septiem bre de 1971.
3 “ Se perfila cuadro que atenta contra el Estado de D erecho", com unicado de la D irectiva N acional
del PDC. El M ercurio, 12 de noviem bre de 1971.
4 “ La Cám ara U nica es u n a m ascarada m arxista” , declaraciones de Luis Pareto, Jefe del Comité de
D iputados DC. La Prensa, Santiago, 7 de noviem bre de 1971. “ Se tra ta , en el actual contexto
político, de un nuevo paso en la conocida táctica m arxista de buscar a toda costa la ‘totalidad
del p o d e r’ ” . Declaración del Consejo N acional del PDC. La Segunda/ 22 de noviem bre de 1971.

133
o políticas capitalistas. La alta burguesía hizo lo imposible por lograrlo en
1970. Y, no obstante, Salvador Allende fue elegido Presidente de la R epú­
blica. Después, el combate ideológico y de intoxicación propagandística ha
descendido del nivel general al pragmático, de los principios a la defensa
real de cada una de las fortalezas tras las que se parapeta el poder del capi­
tal frente al avance de las fuerzas representativas de los que viven de su
trabajo. El combate propagandístico, ideológico y político se concentra en
cada empresa monopolística, en la defensa de los medios de comunicación
de masas servidores de los intereses de éstas, de cada Banco, de la actual m a­
yoría política en el Congreso, de la actual composición personal de la Corte
Suprema, etc. En ocasiones se identifica la libertad con las instituciones,
cuando de lo que se trata es de evitar que sean sustituidas. Y cuando se
m antiene la institución, la libertad se personaliza en los individuos que ac­
tualm ente desempeñan en ella funciones rectoras. Siempre, claro está, que
sean individuos de probado compromiso con los intereses no revolucionarios.
En el Parlam ento, donde la oposición tiene mayoría, se censura al P re­
sidente de la R epública de no tenerlo en cuenta y de desconocer sus facul­
tades. En la U niversidad de Chile, donde la mayoría del Consejo Norm ativo
Superior es partidaria de la política de la U nidad Popular, la oposición de­
fiende el poder personal del R ector —elegido con el apoyo de la DC y la
Derecha—, frente al órgano colegiado.
El R ector DC desconoce la autoridad del Consejo Norm ativo Superior
y desea que las resoluciones de este últim o sean sometidas a referendum .
Pero en el Parlam ento, la oposición denuncia como “dictatorial” que el
Ejecutivo desee incorporar a la Constitución la posibilidad de que el P re­
sidente pueda disolver por una vez el Congreso y convocar nuevas elecciones
legislativas. La inversión simétrica de papeles no puede ser más perfecta.
U na misma tesis sería “dem ocrática” si es patrocinada por los partidos b u r­
gueses y “dictatorial” si la propician los partidos populares.
En un juego político entre Gobierno y oposición, esto puede aparecer
natural. Y de hecho lo es. Pero cuando el sistema político está enfrentado
a un proceso revolucionario definido en términos de clases sociales, el carác­
ter clasista de las posiciones ideológicas y políticas aparece con un relieve
especial. La disyuntiva socialismo-capitalismo, en la confrontación de clases
que estamos viviendo en Chile, es transform ada en disyuntiva libertad-dic­
tadura. Con la particularidad de que sólo la oposición al Gobierno Popular
especula con la “dictadura”. El Presidente Allende ha afirm ado que su Go­
bierno persigue la hegemonía de las clases populares, pero sin propiciar
métodos autoritarios de Gobierno. La diferencia entre ambas posiciones dice
m ucho sobre el presente político-social de Chile y abre interesantes hipótesis
prácticas sobre su evolución futura.
Pocas cosas hubieran sido más ventajosas para el capitalismo chileno
—y, por extensión, para el internacional— que una actuación del Gobierno
Popular reticente o adversa a las libertades públicas y cívicas. No ha ocu­
rrido así. En prim er lugar, porque las fuerzas organizadas sobre las que se
apoya el Gobierno son y tienen conciencia de que su unidad las hace mayo-
ritarias en el país. En segundo lugar, porque tienen tras de sí más de tres
generaciones de combate político y social, durante el cual han personalizado
la lucha por el reconocim iento del pluralism o y las libertades, supuesto in­
dispensable para su progreso por el camino que las ha conducido a la posi­
ción actual. En tercer lugar, porque el Gobierno tiene razonables expecta­
tivas de poder llevar a cabo su Program a dentro de las coordenadas del sis­
tem a institucional y legal en vigor, susceptible de ser, a su vez, transform ado
m ediante sucesivas modificaciones.

134
Los logros sociales y económicos del prim er año del G obierno Popular
han aum entado la libertad concreta de las grandes masas de trabajadores.
L ibertad ésta que es fundam ental para los socialistas y subsidiaria para los
capitalistas.
Sin embargo, el proceso revolucionario chileno persigue alcanzar las liber­
tades sociales no sólo m anteniendo, sino vigorizando las libertades políticas y
cívicas al hacerlas más concretas. A quí reside uno de los grandes desafíos que
enfrenta la sociedad chilena. Con todo, el dinam ismo y vigor de las libertades,
contrariam ente a lo que entienden algunos, no depende tanto de la “con­
ciencia”, de la voluntad de m antenerlas o dism inuirlas, como de los “hechos”,
de los condicionamientos institucionales —económicos, sociales y políticos—,
que configuran la estructura de una sociedad.
Por más que el Gobierno del Presidente Allende quisiera y se esforzara
por llevar adelante las transformaciones revolucionarias que la superación
del sistema capitalista exige en un contexto de libertades políticas y cívicas
irrestricto, ello se vería profundam ente afectado si se dieran algunas situa­
ciones que, hasta el momento, la realidad chilena no ha producido. Situacio­
nes que podrían alterar sustancialm ente la evolución del proceso revolucio­
nario hacia el socialismo. Y en torno de las cuales pueden ser concretadas
algunas de las características esenciales del combate político que se ha venido
desarrollando desde el 4 de septiem bre de 1970. Estas son:
a) La Constitución y la legalidad
b) El orden público
c) El orden económico
d) Las relaciones entre los Poderes del Estado.

ALGUNOS SUPUESTOS GENERALES DEL PROCESO


R E V O LU C IO N A R IO C H ILEN O

La experiencia revolucionaria chilena reúne características más que suficien­


tes para despertar adm iración entre quienes le prestan su apoyo, y asombro
o escepticismo entre los demás. U na rápida m irada hacia el pasado basta
p ara constatar que es común a prácticam ente todas las revoluciones, antiguas
o modernas, su legitimación no institucional. H asta el punto de que la teo­
ría política ha elaborado la categoría de legitimación revolucionaria para
contraponerla a las restantes (religiosa, dinástica, histórica, democrática, etc.).
Los movimientos revolucionarios siem pre han buscado justificar su razón de
ser en las causas o metas que los han impulsado. N orm alm ente, estas ú lti­
mas se han encontrado en conflicto con las que servían de fundam ento al
régim en de instituciones políticas preexistente. De ahí que revolución apa­
rezca asociada a com bate contra la institucionalidad, y que el triunfo de la
revolución haya im plicado el desplome institucional del régim en anterior.
H abría, quizás, que rem ontarse a los siglos VI y V antes de Cristo para
encontrar, en Atenas, un proceso político de cambios revolucionarios desa­
rrollado con el explícito reconocim iento de la validez de los fundam entos
institucionles sobre los que se apoyaba la polis, aunque el significado de aqué­
llos term inó por ser sustancialm ente modificado.
En su esencia profunda, el proceso chileno no se diferencia de la norm a
general. U na revolución auténtica supone transform ación de las estructuras
socioeconómicas. Y ante un cambio de esta envergadura, ningún régim en
político institucional puede dejar de transform arse a su vez. De ahí que el
establecimiento de una nueva institucionalidad política sea uno de los p u n ­
tos program áticos fundam entales formulados p or el Program a Básico de la

135
U nidad Popular, que ha encontrado su prim era concretización im portante
en el proyecto de Reform a C onstitucional presentado en noviem bre de 1971
y que persigue reem plazar la estructura bicam eral del Poder Legislativo,
otorgar al Ejecutivo la facultad de disolver el Congreso y renovar la compo­
sición personal de la Corte Suprema.
Lo particular del caso chileno se refiere a algo distinto: a la gestación del
nuevo poder político revolucionario a través y no enfrentando los mecanismos
institucionales tradicionales. N orm alm ente, las fuerzas revolucionarias han de­
bido quebrar el régim en político institucional para alcanzar el G obierno del
país. La acción revolucionaria lo inhabilitaba de por sí. En general, la violen­
cia física ha servido de instrum ento de ejecución del cambio. A la que ha solido
ir asociada la violencia “ju ríd ica”, el aluvión revolucionario arrastrando tan­
to a los mecanismos institucionales políticos como a la norm ativa legal que
los anim aba. En los sistemas de Constitución escrita, ésta ha sido pura y
sim plemente ignorada, cuando más reem plazada por otra tras la in terru p ­
ción brusca ide su vigencia. Y, por supuesto, sin observar los procedim ientos
formales y m ateriales establecidos para su modificación. Hecho que expli­
caba el constitucionalista Cari Schmitt, en apoyo de un contexto contrarre­
volucionario, al afirm ar que ninguna Constitución ha previsto su m uerte.
En cambio, en Chile, el proceso revolucionario se viene desarrollando
asociando las dos legitimaciones que siempre han aparecido contrapuestas:
la revolucionaria y la institucional. La prim era define la naturaleza y el
contenido del Gobierno Popular. Pero la segunda le ha perm itido instalarse
e iniciar la ejecución de su programa, de transform aciones estructurales. Esta
presencia sim ultánea de ambas legitimaciones es de trascendencia fundam en­
tal para com prender el sentido del proceso revolucionario chileno.

A. La Constitución y la legalidad

Las características propias del sistema político chileno han hecho posible
que las fuerzas sociales antisistemas se desarrollaran dentro de un marco de
com portam iento que no entraba en conflicto antagónico con las norm as cons­
titucionales y legales. Sin solución de continuidad, la evolución de la lucha
social las ha llevado a asum ir el Gobierno dentro de un Estado que podría­
mos calificar de desarrollado en sus capacidades de control adm inistrativo,
económico, político y coercitivo del país. Cualesquiera indicadores que selec­
cionemos para m edir estas capacidades, su aplicación daría resultados neta­
m ente positivos. Pero un Estado que se caracteriza, además, por la total
hegemonía —en lo form al y en lo m aterial— del Ejecutivo, ha supuesto dos
consecuencias:
1”) En el aparato del Estado chileno, toda la capacidad de intervención
económica, de dirección y gestión adm inistrativa, de definición política y
de utilización de las fuerzas de coerción, responden a la dinám ica y orien­
tación del Ejecutivo. Alcanzar la Presidencia de la R epública no sólo per­
m ite form ar un Gobierno con autonom ía respecto del Parlam ento, sino u ti­
lizar en su provecho todo ese cúm ulo de capacidades.
2°) El ejercicio del poder político está sometido a normas, procedim ien­
tos y formas. El nivel de institucionalización del Estado chileno es suficien­
tem ente alto, y los controles paraestatales o extraestatales bastante fuertes,
p ara im poner al Ejecutivo que actúe en conform idad con el orden norm a­
tivo vigente. So pena, en caso contrario, de quiebra del sistema político en
vigor.
U n Gobierno como el que se instala en La M oneda el 3 de noviembre
de 1970, nó ya sólo a través de los mecanismos constitucionales, sino tam ­

136
bién gracias a la solidez de éstos, pudo contar con la utilización de los me­
canismos del Estado conforme a los criterios de su Programa. Pero con una
condicionante fundam ental: que no actuaría fuera de las coordenadas que
la Constitución y la ley le perm itían. La razón de ello es sencilla. D entro
del aparato del Estado, en cualquiera de sus instancias y niveles el Gobierno
P opular coexiste con instituciones y fuerzas sociales que le son adversas en
un grado mayor o m enor y que, en cualquier-caso, no com parten plenam ente
ni sus planteam ientos ideológicos ni sus objetivos programáticos. El Estado
chileno que alcanza a dirigir la U nidad P opular es un Estado de estructura
predom inantem ente liberal-burguesa. Si estas instituciones del Estado —desde
el Parlam ento a la burocracia, pasando por la m agistratura judicial— tole­
ran y reconocen la autoridad del G obierno Popular, es precisamente —y ú n i­
camente— por la legalidad institucional de este últim o. Su legitim idad revo­
lucionaria no sólo no la hacen suya, sino que la cuestionan o la im pugnan.
El lazo que vincula, pues, el contenido burgués del Estado al Gobierno
Popular, no es otro sino el del origen y com portam iento constitucional del
Gobierno Popular. Lazo que puede ser tenue o sólido. Depende de la soli­
dez del G obierno fuera del aparato del Estado. Es decir, de la fuerza polí­
tica, social y económica que, en forma organizada y coherente, acum ulan los
m ovimientos e instituciones que integran o respaldan a la U nidad Popular.
Pero cualquiera que pueda ser la solidez de las fuerzas populares, ello es
algo distinto del vínculo que subordina él aparato del Estado al Gobierno
de Allende. Este vínculo puede rom perse por varias causas, una de ellas es
—sin lugar a dudas— que el Gobierno P opular no respete la Constitución
o las leyes.
El ejem plo de lo que estamos indicando lo constituyen las fuerzas coer­
citivas del Estado. Creadas y desarrolladas en un espíritu de profundo res­
peto a su papel institucional —el prim er requisito para que u n Estado se
institucionalice, es que sus FF. AA. respeten y se integren a la instituciona­
lidad—, han ejercido conscientemente el papel de respaldo arm ado del Es­
tado. La dirección y orientación de este últim o se determ ina m ediante me­
canismos político-electorales, en los que no compete interferir a las FF. AA.
En térm inos lógicos, m ientras los mecanismos de designación de los dirigen­
tes tem porales del Estado funcionen norm alm ente, es exigencia del sistema
político liberal-democrático vigente que las FF. AA. se lim iten a desem peñar
las funciones específicas que les corresponde.
Sin embargo, esto que en térm inos político-institucionales es correcto,
no basta por sí mismo. Hay que considerar, tam bién, el contenido^ social
—de clase— clel aparato del Estado.
Evidentem ente, unas fuerzas armadas que socialmente se identifiquen
con la aristocracia o la alta burguesía, difícilm ente puede concebirse que
respalden a un Gobierno de orientación anticapitalista, por más institucio­
nalizado que sea el Estado. El desajuste no puede resolverse sino m ediante
la elim inación ele uno u otro de los térm inos contrapuestos. Del Gobierno
anticapitalista —cuando vence la contrarrevolución—, de las fuerzas armadas
conservadoras —cuando triunfa la revolución—. En un mismo Estado no pue­
den coexistir unas Fuerzas Arm adas y un Gobierno con características de
clase antagónicas. Ello contradice las exigencias lógicas esenciales de un Es­
tado.
Y esta constante histórica, qué necesidad hay de explicitarlo, tam bién
se da en Chile. La revolución política de nuestro país dem uestra que el
período de predom inio político de los sectores medios, ora aliados con la
izquierda, iniciado en la década de los años veinte, coincide con un conte­
nido social de nuestras FF. AA. predom inantem ente vinculado a los sectores

137
medios. Los gobiernos que se han sucedido en los últim os cuarenta años se
sitúan dentro de un espectro político que recurre al centro-derecha, en unos
casos, y al centro-izquierda, en los otros. Pero siempre con los sectores me­
dios participando de m odo decisivo.
Las FF. AA. chilenas han dem ostrado hasta la saciedad, excepto para
quienes no quieren ver, que no se sienten ya com prom etidas .en la defensa
de los intereses económicos de los latifundistas y de la alta burguesía indus­
trial-financiera. En el caso de los primeros, baste recordar que su elim ina­
ción social se inició con el Gobierno de Frei, en medio de la resistencia más
enérgica de los propietarios afectados y sus representantes. El Gobierno Po­
p u lar no h a hecho sino continuar consumando, a ritm o más rápido, un pro­
ceso antilatifundista ya iniciado. En el caso de la segunda, las realizaciones
del prim er año de Gobierno Popular, sustrayendo del control privado los
principales centros del poder económico burgués, hablan más elocuente­
m ente que cualquiera disquisición.
Q uien se enfrente con realismo al Chile de nuestros días, debe tener
el valor de reconocer que no hay antagonism o social, de clase, entre el Go­
bierno de Allende y las fuerzas coercitivas del Estado. La afirmación puede
parecer tem eraria en estos albores del proceso revolucionario. No hay anta­
gonismo por una razón fundam ental: el Gobierno del Presidente Allende se
ha com prom etido a realizar el program a de G obierno de la U nidad Popular.
Y este Programa, de modo explícito y coherente, se propone acabar con el
poder económico de la alta burguesía y de los latifundistas —de la clase
económica dom inante—. Pero respeta a los sectores medios. No quiere ni
conflictos ni enfrentam ientos con éstos. T o d a la política económica y legis­
lativa del Gobierno ha buscado darles seguridad. Y evitar que se dejaran
arrastrar a una oposición violenta al servicio de la clase dom inante.
Es en función de estos elementos que adquiere su plena connotación
la afirmación de Salvador Allende, varias veces repetida, de que m i mayor
fuerza reposa en la legalidad. U nicam ente observando la Constitución y las
leyes puede el Gobierno P opular utilizar en provecho de su acción los enor­
mes recursos de un Estado burgués m oderno. T odo este potencial, su inercia,
que ahora juega predom inantem ente en su favor —y el balance de los p ri­
meros doce meses de Gobierno habla por sí solo—, se volvería en su contra
si el Gobierno tom ara la iniciativa en actuar al m argen de la legalidad.
O tra cosa es, naturalm ente, el m argen de am plitud de transformaciones
que perm ite la actual legalidad. E duardo Novoa, en un artículo por publicar,
ha desarrollado con mayor detenim iento este punto 5. Las transformaciones
estructurales en curso están produciendo un desajuste cada vez m ayor con
un régim en legal e institucional que regulaba una realidad social muy dis­
tinta, lo que encierra u n a contradicción que sólo se resolverá m odificando
y desarrollando la norm ativa vigente. Cambios que no im plican, por sí mis­
mos, la obligación ineludible de desconocer la legalidad —y sus fuentes ins­
titucionales—, si tiene lugar lo propiciado por el Presidente Allende en su
I. M ensaje al Congreso:
“La flexibilidad de nuestro sistema institucional nos perm ite esperar
que no será una rígida barrera de contención. Y que al igual que nuestro
sistema legal, se adaptará a las nuevas exigencias para generar, a través de
los cauces constitucionales, la institucionalidad nueva que exige la supera­
ción del capitalism o” 6.

5 Cf. E. Novoa M onreal: “ El difícil cam ino de la legalidad” , aparecido después de la redacción de
este trab ajo en la Revista de la Universidad Técnica del Estado, V II, abril 1972, pp . 7-34 (N . de la R .) .
6 “ P rim er M ensaje al Congreso” , en Salvador Allende: N uestro camino al socialismo. La vía chilena,
Buenos Aires, Ed. Papiro, 1971, p. 36.

138
B. E l orden p ú b lico

El Estado es, ciertam ente, el poder organizado al servicio de los intereses


de la clase y sectores sociales que en un m om ento dado son hegemónicos.
Por consiguiente, en forma derivada, es consubstancial al ser del Estado la
función ordenadora. Cuando las fuerzas políticas revolucionarias están m ar­
ginadas de la dirección del Estado, es uno de sus procedim ientos tácticos
cuestionar y desafiar al Estado conservador, para agudizar las tensiones entre
las exigencias de la clase que lo utiliza, por un lado, y las que lo aguantan,
p or otro. El desorden público, las presiones contra el orden del Estado —de
la clase social que lo m aneja—, son la exteriorización de la lucha social.
Que en su grado de mayor intensidad llega hasta la insurrección abierta y
total.
La U nidad P opular ha alcanzado a controlar el centro dinám ico y orien­
tador del Estado chileno sin tener que conquistarlo m ediante la insurrección
violenta, sino utilizando los mecanismos regulares en él previstos para de­
signar a los representantes de la voluntad general en la dirección del aparato
estatal. De nuevo, aquí se repite el esquema considerado en relación con la
legalidad. El Gobierno Popular está dentro del Estado y puede servirse de
las amplias facultades institucionalm ente reconocidas al Ejecutivo. Pero ellas
exigen, insoslayablemente, que no conculque las reglas internas que rigen
la actuación y funcionam iento del Estado. Y que cum pla con las tareas esen­
ciales inherentes a la dirección de éste. Entre ellas, la de ordenación del
proceso social. De la que es una manifestación, entre otras, el orden público.
Nos encontramos, aparentem ente, ante un dilema. O rden público y re­
volución social siempre se han encontrado frente a frente, en relación ex­
cluyeme, en el sistema capitalista. En nom bre del prim ero, se han atacado
las acciones externas de las tensiones revolucionarias. Para algunos, no deja
de ser una paradoja que el Gobierno Popular quiera llevar a cabo una po­
lítica socialmente revolucionaria, m anteniendo el orden público.
No existe tal paradoja. Al contrario, ambos supuestos se com plem entan
en estos momentos, interpenetrándose hasta tal punto que si uno dejara de
darse, la línea táctica del Gobierno de Allende sería insostenible y ciaría
paso al enfrentam iento violento entre chilenos, eventualm ente a la guerra
civil. Si los cambios de contenido revolucionario fueran concebidos y ejecu­
tados más lentam ente de lo que el proceso ex'ge y perm ite, el G obierno se
vería obstaculizado y hostigado por quienes siendo opuestos a él tienen ca­
pacidad para obstruir su gestión económica y política. Así como se darían
propicias condiciones para que no pudiera contener ios intentos de desbor­
dam iento por parte de los sectores revolucionarios más extrem adam ente ra­
dicalizados. Probablem ente, ambos fenómenos se com plem entarían uno a
otro. Y en relación dialéctica.
De modo contrario, una acción gubernam ental que perm itiera la crea­
ción de un estado de cosas en que el orden público se viera desconocido en
un grado estim ado significativo en la presente coyuntura, proporcionaría a
la oposición el m ejor pretexto para negar la existencia efectiva de la auto­
ridad gubernam ental. Lo que supondría rechazarle la legitim idad para usar
los mecanismos ordenadores y coercitivos del Estado, abriendo el paso a la
desobediencia cívica activa. En sem ejante circunstancia, el Gobierno Popular
puede recu rrir a dos medios de defensa, uno institucional y otro extrainsti-
tucional. El prim ero son las Fuerzas Armadas y Carabineros. El segundo, la
movilización combativa de las masas y trabajadores organizados. En términos
realistas, más allá de los principios formales, una circunstancia de desorden
general sem ejante pondría a las Fuerzas Armadas en una posición cuando

139
menos am bigua e incierta. No ya sólo por el hecho de que la oposición
invocaría su intervención para “restablecer el orden” (alterar el curso de la
revolución), sino, sobre toda otra consideración, por la debilidad en que se
encontraría el Gobierno. En efecto, es obligatorio reconocer que el G obier­
no llegaría a esta situación con su autoridad negada por los sectores conser­
vadores. Pero tam bién discutida o desconocida por los sectores revoluciona­
rios radicalizados. ¿En qué base reposa, en ese caso, la autoridad del Go­
bierno? En una base muy endeble, y que institucionalm ente se la calificaría
de “m inoritaria”. Y es razonable pensar que el Gobierno Popular puede con­
tar, en principio, con un apoyo de las Fuerzas Armadas directam ente pro­
porcional al respaldo popular con que cuenta. Por ello, para un Gobierno
<le naturaleza revolucionaria sin ascendiente real sobre las grandes masas
populares y atacado abiertam ente por los sectores conservadores, resulta di­
fícil que las Fuerzas Armadas se alineen unánim em ente detrás de su política.
El 8 de junio de 1970 tuvieron lugar acontecimientos reales que p ru e­
ban el razonam iento anterior. El asesinato del ex m inistro DC Edm undo
Pérez Zujovic provocó la crisis más grave por la que ha atravesado el Go­
bierno Popular, hasta la fecha. T o d a la oposición se unió para clamar con
vehemencia la responsabilidad indirecta del Gobierno en este crimen. D u­
rante tres días, la invocación abierta de la intervención m ilitar por unos, el
tem or de que ello ocurriera, para otros, recorrió el am biente político. No
cabiendo al Gobierno obra ni arte en la acción de un grupo de activistas
paranoicos totalm ente aislado, el Gobierno superó la situación sin mayores
consecuencias. Y las Fuerzas Armadas estuvieron, desde el principio hasta
el fin, íntegram ente, en la posición que institucionalm ente es la suya. El
Gobierno, apenas dos meses después de la m anifestación de respaldo popu­
lar que recibió en las elecciones m unicipales del 4 de abril, encontraba en
este apoyo político y en su cohesión interna fuerza suficiente para hacer
frente a la m arejada de la oposición airada.
A quí tenemos, pues, dos grandes factores que el Gobierno P opular tie­
ne que equilibrar día a día: orden público y revolución social. U n desajuste
entre ambos puede resultar grave para la continuidad clel proceso. El Go­
bierno Popular tiene que encontrar una acción política cuyo desarrollo no
los distancie, ya que en el equilibrio m utuo se halla uno de los supuestos
de la vía política revolucionaria. El desequilibrio llevaría, por una concate­
nación de hechos perfectam ente previsibles, al éxito de la contrarrevolución
o al enfrentam iento armado.
Hay, sin embargo, dirigentes revolucionarios que no perciben suficien­
tem ente todas las modificaciones que supone el paso de la oposición al Go­
bierno. La prim era impone, particularm ente al m ovim iento obrero, el recur­
so de la presión —en cualquiera de sus formas— para m anifestar y, eventual­
mente, hacer prevalecer muchas de las reivindicaciones que nó logran ab rir­
se camino por otro medio. Pero el m anejo de los mecanismos institucionales
reservados al G obierno perm ite, en general y particularm ente en la estruc­
tu ra actual del Estado chileno y su contexto social, un campo de acción infi­
nitam ente mayor, más eficaz y profundo que los logros de cualquier tipo
de presión externa al poder político del Estado.
Las transformaciones ¡levadas a cabo por la U nidad P opular en sus p ri­
meros meses de Gobierno, lo dem uestran fehacientem ente. Sin disparar un
tiro, sin haber expuesto a la m uerte a ningún trabajador, ha acum ulado
más realizaciones que muchas revoluciones armadas en el mismo período,
aun después de instaladas en el poder.
Lo cual no excluye pensar en el recurso a la presión social —desde la
base— en determ inados casos o para objetivos bien concretos. Y así ha ocu­

140
rrid o en muchas oportunidades en los meses últimos, pero en form a subsi­
diaria y subordinada a la acción gubernam ental. Por ello representa una
inversión de lo que es el realismo político y una visión deform ada de lo
que es un proceso político afirm ar: “nosotros le sugerimos a la U P y al
Gobierno que les habría resultado más serio y valiente referirse a los reales
protagonistas del proceso social en m archa: entre febrero y octubre de este
año han participado en huelgas y tomas ilegales 345.000 obreros, campesi­
nos, pobladores y estudiantes que con sus familias sum an más de i . 700.000
personas en el país” 7.
Esta posición táctica, necesaria en una vía revolucionaria violenta, lleva
en su seno —como característica propia y norm al— la exigencia de recurrir
a prácticas autoritarias de Gobierno para hacer avanzar cualquier proceso
revolucionario. Lo que, en el terreno de la prospectiva program ada, no es
deseado por el Gobierno de Allende.
El m antenim iento del orden público, ju n to con ser una exigencia para
todo Gobierno, favorece siempre a quien controla a este últim o. En la si­
tuación chilena, un revolucionario que apoye el proceso actual con respeto
por el orden público, requiere com partir previam ente dos supuestos: a) el
Gobierno actual está llevando a cabo una política de orientación revolucio­
naria, b) el aparato institucional con que cuenta el Gobierno le perm ite
avanzar en su acción revolucionaria. Si niega alguno de ellos, es lógico que
no acepte la idea de una revolución social que exige el orden público de
un Estado con raíces burguesas. Pero si com parte ambos supuestos, debe ser
consecuente en su razonam iento y entender la necesidad para el Gobierno
de llevar adelante su program a m anteniendo el orden público.
No es éste el m om ento para extenderse enum erando las razones que
dan a la obra del Gobierno P opular pleno sentido revolucionario. En cuan­
to a la flexibilidad del sistema institucional para franquear el paso al pro­
ceso revolucionario, es otra cuestión. Demostrarlo requiere un análisis deta­
llado y porm enorizado. Pero que los máximos responsables de la dirección
del Gobierno lo creen posible, lo prueba en los hechos la orientación de su
evolución y en lo program ático las declaraciones de los partidos de G obier­
no, y particularm ente del Presidente de la República:
“Queremos, eso sí, que se tenga una com prensión muy clara de que una
cosa es el orden público y otra cosa es un nuevo orden social. El orden p ú ­
blico obedece a fórmulas jurídicas, a fórmulas legales. El orden social im ­
plica cosas m ateriales, posiciones de clase, enfrentam iento de intereses. El
Gobierno que yo presido es producto de un esfuerzo de los sectores popu­
lares. Hemos m antenido el orden público porque esa es nuestra obligación.
Harem os transform aciones para cam biar las estructuras sociales, porque para
eso fuimos elegidos. Pero las festamos haciendo y las haremos dentro de un
marco legal y jurídico. La Constitución Política ele Chile franquea la posi­
bilidad de dictar una nueva C onstitución distinta de la actual, y éste es un
camino que tam bién utilizarem os” 8.
En esta afirm ación está resum ido lo esencial de la posición del Gobierno
sobre el particular. En prim er lugar, que respetando el orden legal e insti­
tucional se está progresando en la transform ación social. Prerrequisito nece­
sario para que pueda tener alguna posibilidad real de m aterialización la
voluntad de m antener el orden público. En segundo lugar, la inevitabilidad
de m odificar el sistema institucional y legal para adecuarlo a la nueva rea­

7 D eclaración del Secretariado Nacional del jyiovimiento de Izquierda Revolucionaria, Santiago, 8 de


noviem bre de 1971.
8 Salvador A llende: N uestro camino al socialismo, op. cit., pp. 87-88. Discurso de inauguración de
la V III Feria Internacional de T alca, 6 de marzo de 1971.

141
lidad social en desarrollo. Aquí, de nuevo, un desajuste entre ambos pro­
cesos amenazaría con la quiebra del camino político actualm ente seguido.
El Gobierno P opular debe esforzarse perm anentem ente en llevar ade­
lante una política económica y social transform adora, con profundidad revo­
lucionaria y toda la rapidez perm itida por los recursos hum anos y técnicos
actualm ente disponibles. Al mismo tiempo, sin embargo, debe calcular con
antelación, y muy cuidadosam ente, el plan de realizaciones concretas y su
concatenación, sus efectos manifiestos y latentes, para que éstos se m anten­
gan sincronizados con el increm ento de la capacidad de control por parte
ue los movimientos populares y, particularm ente, del Gobierno. De modo
tal que ésta aum ente significativam ente y sea capaz de absorber o n eu trali­
zar fas tensiones que los cambios están produciendo, tanto entre los sectores
sociales cuyos privilegios se ven atacados como, tam bién, entre los sectores
que asumen responsabilidades mayores y ven abiertas nuevas expectativas.
Si en cualquier proceso revolucionario la unidad y cohesión de las fuer­
zas populares es de la mayor relevancia, en el caso ciineno es un requisito
sine qua non. C uando un Gobierno revolucionario dispone del m onopolio
de la fuerza coercitiva, subordinada a sus propios criterios políticos, puede
pensar en utilizarla para preservar el futuro üe su política ante quienes la
amenazan dentro de la propia izquierda. Es lo que na ocurrido, en un mo­
m ento u otro, en todas las experiencias socialistas, con resultados positivos
o negativos según casos y circunstancias. Pero en Chile, en los momentos
presentes, cuando el aparato del Estado inspira y legitim a su funcionam iento
según fundam entos de orientación predom inantem ente burguesa, cuando la
clase capitalista no sólo conserva parte im portante de su poder económico,
sino que tiene plena libertad para actuar como oposición política —inclusi­
ve para hacer uemagogia—, cuando el contorno internacional inm ediato no
se siente solidario del proceso revolucionario chileno —a nivel de Estado—,
cuando el Gobierno P opular se apoya exclusivamente sobre la adhesión li­
brem ente expresada —y que sólo librem ente puede ser m antenida— de los
sectores populares, fragm entar la identificación consciente de éstos con el
Gobierno supondría erosionar o quebrar, sencillamente, su base política.
Y con m ucha mayor gravedad si entre sectores populares se desarrolla ya no
sólo la indiferencia o la pasividad, sino la hostilidad activa hacia el G obier­
no Popular. M antener el orden público contra presiones anormales de los
sectores populares significaría enfrentar el Gobierno consigo mismo. Con las
consecuencias negativas que ello implica.
Por eso, desde el prim er día, la oposición ha intentado quebrar la u n i­
dad de los sectores populares favorables al Gobierno. Lo ha hecho con todos
los recursos con que cuenta una oposición política que puede hablar —y
ofrecer— sin responsabilidad. Tergiversando el sentido de las realizaciones
que responden a la lógica de desarrollo hacia una organización socioeconó­
mica socialista. Por ejemplo, la propiedad social de una empresa no signi­
ficaría para sus trabajadores sino reem plazar al patrón particular por el
patrón-Estado, aunque los propios trabajadores asum an la más am plia res­
ponsabilidad en la gestión de su empresa. O contraponen a las realizaciones
revolucionarias quim eras demagógicas que, puestas en práctica, significarían
la disolución del cuerpo social a corto plazo, en m edio del mayor caos. Por
ejemplo, que la gestión de las empresas monopólicas nacionalizadas —inclui­
dos los bancos— y su excedente sean dejados al libre arbitrio de sus traba­
jadores, en el seno de un sistema económico capitalista y de acuerdo con la
lógica interna de éste.
Pero el escepticismo, la quiebra del m ovim iento obrero, el enfrenta­
m iento entre trabajadores, y aun el caos, es lo que d u ran te todo el año 1971

142
ha venido buscando la oposición en forma sistemática y muy concreta. Por­
que de por sí ello debilita al Gobierno. Pero, además, lo pone ante un
amargo dilema: o intenta m antener el orden público —lo que le enfrenta
con los trabajadores—, o dem uestra ser incapaz de m antenerlo —lo que abre
la p u erta a soluciones autoritarias de “pacificación”. T a n to en uno como en
otro caso, la contrarrevolución sincroniza la plena utilización de su capaci­
dad pertu rb ad o ra con las tensiones trabajadores-G obierno Popular, para h u n ­
dir definitivam ente a éste y reprim ir después a aquéllos. Es la triste lección
de la II R epública española.
Día tras día, desde la misma fecha en que Salvador Allende asumió la
Presidencia, la prim era página de todos los periódicos de oposición ha reco­
gido y magnificado cualquier incidente que pudiera ser interpretado como
anorm al o desordenado. Desde los relevantes hasta los nimios, tanto si su
causa se encuentra en una acción política consciente o en circunstancias to­
talm ente ajenas a la dinám ica del Gobierno Popular, El objetivo es m ani­
fiesto: crear la imagen de desgobierno o caos. Así, poco im porta que el n ú ­
m ero de propiedades agrícolas ocupadas por los campesinos no supere el
0,5% del total del país. La situación es presentada como anarquía y violen­
cia en el campo. C am paña inteligente de utilización de la inform ación orien­
tada, a la que ha contribuido —bien a su pesar— la incapacidad técnica
m anifestada abundantem ente por los mass-media de izquierda no ya sólo
para elaborar una inform ación con criterios m odernos y eficaces, sino ni
siquiera la contrainform ación de respuesta a las campañas de la oposición.
Algo totalm ente distinto sería el supuesto contrario: que el desorden
público tuviera como agente a movimientos, grupos o personas conserva­
doras. Si la cohesión del m ovim iento popular se m antiene sólida ju n to al
Gobierno, éste puede contar con la seguridad de disponer de la fuerza coer­
citiva institucional para hacer real la función ordenadora del Estado. Quizás
la m ejor pru eb a de ello, a contrario, ha sido la extrem a precaución que la
oposición —inclusive la fascista— ha tenido para no crear una situación se­
m ejante d u ran te 1971. Cuando, llevados por la pasión y los nervios, pierden
la serenidad y fuerzan la entrada del Palacio de la M oneda, el 18 de no­
viembre, hacen regalo al G obierno de la posibilidad de someter a la Ley de
Seguridad In terio r del Estado a quince diputados de oposición. Q uerella de
la que se hace parte, tam bién, el propio Cuerpo de Carabineros.
M ientras el Gobierno P opular cuente con el respaldo popular mayorita-
rio, organizado y disciplinado, cualquiera alteración del orden público por
los sectores conservadores enfrenta a éstos con la propia lógica represiva del
Estado liberal. Y no es paradoja, aunque lo parezca, en un Estado cuya di­
rección está confiada, institucionalm ente, a los representantes de la mayo­
ría, de la volonté genérale rousseuniana. La aparente paradoja no es fruto
sino del hecho esencial de que los propios mecanismos del sistema político
liberal han sido utilizados con éxito por los movimientos socialistas para la
conquista del Estado, empezando de esa forma a cam biar el sentido de cla­
se de éste. Pues no son tanto las instituciones las que dan a un aparato esta­
tal la naturaleza burguesa, sino las fuerzas sociales que lo anim an y lo
utilizan.

C. E l orden económico

El socialismo persigue crear las condiciones m ateriales y culturales que ha­


gan del hom bre un ser libre en todas las manifestaciones del vivir hum ano.
El crecimiento de las fuerzas sociales revolucionarias y de valores políticos

143
anticapítalistas es fruto, en prim er lugar, de la explotación económica, sub­
ordinación social y miseria a que el sistema económico capitalista condena a
las grandes masas populares. En cada país, los movimientos, anti-sistema al­
canzan un nivel de poder mayor o menor, en térm inos absolutos, según la
expansión que de su potencialidad interna ha logrado cada estructura eco­
nómica particular. Pero la explotación, subordinación y miseria, hablando
en térm inos relativos, diferencia a unas clases sociales de otras en cualquier
país capitalista. En la rebelión contra esta situación se halla la causa y le­
gitim ación de las revoluciones modernas.
La conciencia política acerca de un régim en socioeconómico no siem­
pre es concreta y precisa. P articularm ente entre los sectores sociales de m enor
nivel cultural. En una sociedad capitalista contem poránea, el control directo
o indirecto ejercido por las instituciones del capital sobre los engranajes
neurálgicos del proceso social es tan grande, y puede ser tan eficaz con los
medios tecnológicos y científicos actuales, que se requiere un cúm ulo de
circunstancias muy excepcionales para lograr que las grandes masas lo elu­
dan y logren hacer explícitos y manifiestos los valores, creencias y sentim ien­
tos anticapitalistas. Se necesita m ucho tiempo, además de esfuerzo perseve­
rante, para ello.
R esultaría vano pensar que sólo cuando los nuevos valores políticos fa­
vorables al socialismo se han hecho concretos y específicos entre la m ayoría
de la población, sólo entonces un m ovimiento político revolucionario pue­
de esperar recibir su respaldo. N unca ha ocurrido así y no tiene ¡sor qué
ocurrir. En prim er lugar, porque no todos los sectores sociales —aunque ex­
plotados y discriminados—, reúnen las condiciones económicas y sociocultu-
rales para generar una conciencia política revolucionaria socialista. Si siem­
pre se ha afirm ado que sería el proletariado quien asumiera la vanguardia
del combate contra el régim en capitalista, es porque el proletariado —más
que ningún otro sector social— reúne esas condiciones. Pero nunca el prole­
tariado propiam ente dicho, en una sociedad industrial m oderna, ha ido más
allá del tercio de la población económicamente activa. Y, con mayor m oti­
vo, en los sistemas económicos de m enor desarrollo industrial. H a tenido
que aliarse a otros sectores sociales explotados, tanto en la etapa de lucha
por el poder político como en la de transición al socialismo, después de con­
quistado el poder.
En segundo lugar, porque en la realidad política no se requiere que
los valores políticos lleguen a ser explícitos y concretos para que influyan
en el proceso político. A un encontrándose en estado latente, pueden actuar
en sentido funcional al desarrollo del m ovimiento social en torno del cual
giran.
Con lo anterior quiero significar que en el 36,2% del electorado que
votó en septiem bre de 1970 en favor del Program a de Gobierno de la U ni­
dad Popular, y en el 50% que respalda en abril siguiente el Gobierno de
Salvador Allende, sólo u n porcentaje lim itado —cuya am plitud exacta sería
demasiado complejo estudiar aquí—, está votando conscientemente en favor
de concepciones socialistas de ordenación económica, política y social. El
resto, actúa por rechazo deliberado a las manifestaciones negativas que so­
bre su vida personal o de grupo hace pesar el régim en económico vigente.
Y que, en su concreción m aterial más hiriente, son bien conocidas: miseria
económica y fisiológica —stricto sensu—, cesantía forzosa, desempleo disfra­
zado, altísimas tasas de inflación crónica, falta de viviendas,, etc. R esultan­
tes de una estructura económica profundam ente desequilibrada, estancada
y sometida a limitaciones internas y externas para su desarrollo.

144
U n G obierno revolucionario como el del Presidente Allende, cuyo ori­
gen formal y cuya autoridad real reposan en la adhesión librem ente expre­
sada de las masas postergadas, enfrenta el tem ible reto que supone tener
que satisfacer —sim ultáneam ente— parte de las necesidades m ateriales más
dolorosamente sentidas por los trabajadores, campesinos, empleados y demás
sectores postergados, por un lado, y llevar a cabo las profundas transform a­
ciones socioeconómicas que el proceso revolucionario exige, por otro lado.
En todas las experiencias de revolución hacia el socialismo que han pre­
cedido a la chilena, este problem a ha sido atendido m ediante m últiples y
variadas fórmulas. Pero todas ellas caracterizadas por una nota común: la
supresión de la libertad de dem anda, según las normas del mercado capita­
lista. El Estado ha controlado no sólo la oferta de bienes y servicios, sino
tam bién la demanda en torno de éstos. Cuando no es posible ofrecer ciertos
productos, por u na razón u otra, el Estado dispone de los mecanismos eco­
nómicos adecuados para controlar esta situación. Desde la supresión total
de la venta del producto hasta su racionam iento en cualquiera de sus for­
mas. Y el Estado tam bién ha contado con el aparato adm inistrativo y polí­
tico necesario para dem ostrar y persuadir a la ciudadanía de la razón de
ser ele esta ausencia. En últim o extremo, el control de la inform ación y
mass-media incluso perm ite evitar que juegue en torno de estos bienes el
“efecto de dem ostración”, estim ulando la sensación de carencia.
Lo anterior im plica que el sistema económico funcione sobre supuestos
totalm ente distintos a los del capitalismo. No son las grandes empresas las
que orientan la producción y el consumo, a través de sus vastos y sofistica­
dos engranajes, buscando el aum ento incesante del consumo según las reglas
clel mayor lucro, sino el Estado, de acuerdo con criterios orientadores que
persiguen satisfacer las necesidades generales según criterios de prioridad
social y hum ana superiores en su racionalidad, a los que se subordina la pro­
ducción económica de empresas socializadas —al menos, las fundam entales—.
Lo que exige, en form a com plem entaria, controlar la dem anda para ajustar­
la al proceso de producción general. Im plica, tam bién, que el poder del Es­
tado socialista repose en supuestos muy distintos de los que inform an la ac­
tividad del Estado liberal-democrático. En una etapa del desarrollo econó­
mico en que las necesidades de todo tipo, individuales y colectivas, son muy
superiores a la capacidad de satisfacerlas, controlar la iibre expresión de la
dem anda económica lleva a otra exigencia derivada: lim itar, cuando no su­
prim ir, la libre manifestación de la oposición política. La que siempre ex­
plota en su provecho las dem andas —económicas tanto como políticas— no
satisfechas. C ualquiera oposición tiende a subrayar las expectativas existen­
tes, y a crear nuevas.
Parece este un círculo vicioso. U n Gobierno revolucionario, para llevar
adelante las transform aciones económicas, sociales y políticas, necesita lim i­
tar o suprim ir las reglas capitalistas del mercado que rigen la dem anda. Y
esto puede llevarle, de grado o por fuerza, a lim itar la libre expresión —y
aun la existencia— de la oposición política. ¿No es posible, acaso, transfor­
m ar un sistema económico capitalista aceptando la oposición política?
Desde el punto de vista teórico, la transición hacia el socialismo no
implica, necesariamente, suprim ir la libertad de oposición al G obierno re­
volucionario. T odo depende de las circunstancias en que se desarrolla el
proceso. Y, fundam entalm ente, de la correlación de fuerzas entre el movi­
m iento revolucionario y la oposición no revolucionaria. No sólo en el inte­
rior del país sino tam bién en el contorno externo y aun m undial. En el
últim o tercio del siglo XX, con el grado de integración e interdependencia
alcanzado a nivel planetario, ningún proceso nacional puede desarrollarse

10,-CEREM 145
independientem ente de la situación concreta en el resto del m undo. Y en la
lucha entre socialismo y capitalismo, del estado en que se encuentren los
bloques capitalistas y socialistas, así como de las relaciones entre ellos.
Cuando el enfrentam iento violento_entre fuerzas revolucionarias y an-
tirrevolucionarias tiene lugar en circunstancias de recíproca exclusión y de
precaria superioridad de una sobre otra, la preponderancia de las segundas
ha im plicado él baño de sangre para los trabajadores y la dictadura autori­
taria de la reacción. Y el predom inio de las primeras, la exigencia de afir­
marse y consolidarse m ediante la sumisión forzada de los anturevoluciona­
rios. En uno u otro caso, la negación de la oposición aparece como requisi­
to de sobrevivencia. La dura realidad de los hechos se im pone sobre los de­
seos más tolerantes.
Sin embargo, es posible concebir el desarrollo de la revolución hacia el
socialismo en u n régim en de respeto a la libre oposición. En prim er lugar,
se requiere que el m ovim iento revolucionario haya logrado crear los facto­
res sociales, económicos y políticos que le perm itan considerarse en una si­
tuación objetiva de superioridad sobre las fuerzas capitalistas organizadas
adversas —nacionales y extranjeras—. En segundo lugar, el sistema político
debe haber alcanzado un alto nivel de institucionalización democrática, que
le perm ita absorber las actividades de la oposición sin el riesgo perm anente
de derrum be institucional.
En la m edida en que el G obierno del Presidente A llende increm ente su
base popular, que desarrolle la organización de los partidos y sindicatos que
le respaldan, y que avance en la transform ación de los valores políticos de
las grandes masas, puede pensarse razonablem ente que se está asegurando
la solidez suficiente para continuar la revolución reconociendo a la oposi­
ción política. C ontando con el apoyo m ayoritario del país, la nueva institu­
cionalidad puede ser construida progresivam ente sin ru p tu ra violenta de
la heredada.
P ara vencer este magno desafío, el G obierno P opular tiene que superar
dificultades enormes, que se suceden cuando no se acum ulan. En el terreno
estrictam ente económico, aparece claro que el Gobierno tiene una gran ca­
pacidad de control de la oferta a través de los mecanismos de intervención
que ha venido reuniendo el Estado de Chile, de larga trayectoria. No así en
el caso de la dem anda, para la que tiene que hacer uso de los mecanismos
tradicionales de precios y salarios, profundam ente viciados y tarados por la
inflación crónica arrastrada durante decenios. El consum idor chileno se guía
según los criterios de la libertad de dem anda, y alterar este factor entra en
contradicción con el contexto de plena libertad política, en todas sus p ro ­
yecciones, para la oposición. El G obierno no controla la inform ación, ni m u­
cho menos la propaganda. Apenas el 50% de las emisoras y prensa periódi­
ca responde a su línea política. Su política económica está al servicio de las
masas en situación más mísera y postergada. Necesita satisfacer sus necesi­
dades más imperiosas a un ritm o rápido si no veloz. En caso contrario, los
sectores de m enor conciencia política pueden verse atraídos por las prom e­
sas demagógicas de la oposición. El Gobierno de Allende tiene que demos­
trar algo bien poco usual, que revolución significa mejoras m ateriales inm e­
diatas y no sólo futuras. Necesita aum entar la capacidad de consumo de las
masas. Pero en un contexto de economía de mercado en que rige plenam en­
te aquella clásica norm a según la cual las necesidades subjetivas aum entan
con los recursos m ateriales disponibles. Y donde, por consiguiente, el mayor
poder de compra exige la existencia de los bienes buscados. R ecurrir al ra ­
cionam iento de algunos de ellos, es presentado por la oposición como un

146
fracaso del Gobierno. Y sentido así por la m ayoría de los consumidores. Lo
que se refleja, inevitablem ente, en el com portam iento electoral.
El Gobierno popular necesita de la expansión económica ininterrum pi­
da y acelerada. Asegurar una mayor capacidad de satisfacción al consumo.
De ahí la insistencia con que se ha llevado a cabo, durante todo 1971, la
movilización en torno de la batalla de la producción. Sólo un increm ento
espectacular de ésta, puede perm itir evitar la escasez generalizada o el racio­
nam iento de bienes.
Es esta una simple m anifestación parcial de un supuesto más general.
El poder político del Gobierno Popular está indisolublem ente unido a su
éxito económico a corto plazo. Las revoluciones socialistas que se han con­
solidado, han podido sobrevivir profundas crisis económicas porque su poder
reposaba sobre fundam entos totalm ente distintos de los del G obierno de
Allende. El camino que se ha trazado el Gobierno chileno, exige como re­
quisito sine qua non la eficacia económica.
De nuevo surge la interrogante. ¿Es posible la transform ación de las es­
tructuras socioeconómicas sin menoscabo del crecim iento económico? No
hay respuesta definitiva aún. Como en el caso del orden público, el G obier­
no de Allende tiene la obligación institucional —y la exigencia revoluciona­
ria— de lograr el buen orden económico. Puede alcanzarlo en la m edida en
que controle los factores económicos internos estratégicos, y que los utilice
adecuadam ente. Necesita, tam bién, que los factores económicos externos a
Chile, cuyo control le escapa, no le sean excesivamente adversos. T odo ello,
según secuencias de tiem po que no supongan retrasos pero tampoco precipi­
taciones temerarias.
De algo podemos convencernos. Avanzar por sendero tan angosto ha­
brá supuesto la demostración de que las fuerzas anti-capitalistas chilenas son
objetivam ente más poderosas que las capitalistas. En el interior del país. Y
que en el contorno internacional de Chile, el capitalism o ya no puede de­
rro tar fácilmente una revolución naciente.

D. Las relaciones entre los poderes del Estado

La estructura actual del Estado chileno es la de equilibrio-autonom ía de


Poderes. U na de las más rígidas autonom ías establecidas en las Constitucio­
nes modernas. El Poder Judicial es más independiente del Ejecutivo en Chi­
le que en Estados Unidos. En W ashington, los m inistros de la Corte Supre­
m a son nom brados por el Jefe del Estado con la aprobación de la Cámara
Alta del Congreso. En Santiago, es la propia Corte Suprem a la que presen­
ta la quina de en tre cuyos miembros el Jefe del Estado nom bra al nuevo
M inistro del más alto T rib u n a l de Justicia. El Ejecutivo chileno no puede
disolver el Congreso, y sólo después de 1969 se le reconoció la facultad de
in ten tar superar la oposición del Parlam ento m ediante el recurso al refe­
réndum . Pero ello únicam ente cuando se trata de reform ar el texto de la
Constitución y tras un largo y complicado procedim iento en cuyo transcur­
so el Parlam ento puede alterar profundam ente la iniciativa del Ejecutivo,
de modo tal que el texto finalm ente sometido a consulta popular puede sei
totalm ente diferente del inicialm ente propuesto por el Ejecutivo.
U n G obierno como el de la U nidad Popular, m inoritario en el P arla­
mento, puede, por lo tanto, verse enfrentado a la obstrucción y bloqueo ins­
titucional. T an to más cuanto que el Parlam ento puede acusar, juzgar y con­
denar a los m inistros por desacato a la Constitución. Así como al propio
Presidente de la República. De modo que uno de los requisitos esenciales

147
sobre los que reposa el proceso chileno, la ausencia de enfrentam iento en­
tre el Gobierno P opular y el régimen constitucional, puede hipotéticam ente
ser provocado por la oposición parlam entaria sin que el Ejecutivo disponga
de mecanismos legales adecuados para superarlo. Hipótesis que fue pública­
m ente lanzada como program a de acción por un Senador de Derecha, de la
Democracia Radical, el 13 de enero de 1971.°.
El Gobierno P opular se ha esforzado por evitar que se presentara una
situación de enfrentam iento con los otros Poderes independientes del Esta­
do. H a respetado las decisiones de los T ribunales de Justicia, aunque de­
nunciando vigorosamente el espíritu de clase que anim a algunas de sus sen­
tencias (p. ej., el rechazo por la Corte Suprema, a comienzos de 1971, de la
petición de desafuero al senador Morales Adriazola, acusado de conspirar
contra la seguridad del Estado para evitar que Salvador Allende asum iera
la P residencia). De hecho, sin embargo, durante 1971 ninguna m ateria de
im portancia vital para la acción del Gobierno llegó a la consideración de
los tribunales jurisdiccionales. No se ha dado aún, por consiguiente, la opor­
tu n idad real que hiciera posible un enfrentam iento Ejecutivo-Poder Ju d i­
cial. Es una situación sobre cuyas características y consecuencias habrá que
reflexionar cuando se produzca. Por el momento, ésta no ha sido causa de
conflicto para el Gobierno.
Sí han sido de trascendencia, por el contrario, las m aterias de que ha
tenido que ocuparse la C ontraloría G eneral de la República. Como orga­
nismo institucional autónom o de fiscalización de la A dm inistración Pública,
la vasta acción transform adora e inovadora llevada a cabo por el Gobierno
Popular, en uso de su potestad adm inistrativa, no ha podido evitar el con­
flicto con las prácticas y criterios de actuación tradicional de la C ontralo­
ría. En particular, al proceder a poner bajo control directo del Estado y de
los trabajadores empresas de propiedad privada. Si las decisiones de la Con­
traloría hubieran sido en sí mismas inapelables, el conflicto entre ella y el
G obierno hubiera sido insoluble. La confrontación habría term inado en cri­
sis. Pero no es este el caso. El Gobierno ha ejercido en varias oportunida­
des la facultad regular del Decreto de Insistencia, que le perm ite superar la
oposición de la C ontraloría. La cual, al rem itirse al Parlam ento, en otras
tantas oportunidades, ha dado ocasión a que el Poder Legislativo enjuicie
y sancione las decisiones del Gobierno.
Con lo que llegamos al centro de gravedad de la oposición institucio­
nal al Gobierno Popular. El Parlam ento. En el m om ento de hacer el balan­
ce de lo que ha sido el prim er año de Gobierno P opular en sus relaciones
con el Parlam ento, uno podría recurrir a lo m anifestado reiteradam ente por
el Presidente Allende: “N ingún Presidente de la R epública ha hecho menos
reproches al Parlam ento que yo”. ¿Por qué? En prim er lugar, porque el Go­
bierno ha rehuido el enfrentam iento con el Poder Legislativo. Pero ello es
más bien efecto derivado que causa. Las razones fundam entales son dos,
complementarias:

1? porque el Ejecutivo dispone, institucionalm ente, de un amplísim o com­


plejo de facultades, norm adas o discrecionales, para llevar a cabo su
program a político en todos los órdenes, sin la intervención del P arla­
m ento;
2° porque el P artido eje del Parlam ento, el Demócrata Cristiano, no ha
querido aparecer negándose abiertam ente a los cambios sociales prom o­
vidos por la U nidal Popular.

9 Discurso de R . M orales A driazola en el C lub A udax, el 13 de enero de 19/1.

148
Detrás de estas dos razones políticas, hay otras de naturaleza social que
las hacen posibles. En prim er lugar, que el Gobierno P opular cuenta con
un am plio respaldo popular, en alto grado consciente y organizado. Que
fue ratificado en las elecciones m unicipales del 4 de abril de 1971. En se­
gundo lugar, que lo que algunos han denom inado “em pate electoral” a nivel
nacional, entre G obierno y oposición, es algo muy diferente de “em pate po­
lítico”. El prim ero ha sido una realidad en 1971. El segundo, no. Desde el
m om ento en que un sector im portante del principal Partido de oposición,
de la D.C., com parte muchos de los fundam entos programáticos de la U ni­
dad Popular, aunque no su instrum entación y sus metas últimas, el em pate
político resultaba imposible. Porque m ientras el bloque de la coalición de
Gobierno tiene un program a homogéneo, en el bloque de la oposición hay
un sector im portante que está más identificado con una política anti-capita-
lista y anti-im perialista que no pro-im perialista y anti-socialista.
Del hecho ele que no hay em pate político en Chile, sino desequilibrio
social en favor de transform aciones revolucionarias, se han derivado conse­
cuencias de la mayor trascendencia:

1. Nacionalización del cobre


La mayoría opositora que controla ambas Cámaras del Congreso aprobó por
unanim idad la nacionalización de las grandes minas del cobre, en confor­
m idad con los criterios fundam entales propuestos por el Gobierno —11 de
ju lio de 1971—. Que legitimó la decisión del Presidente Allende de reducir
del m onto de indem nización en 774 millones de dólares, por concepto de
utilidades excesivas de las empresas norteam ericanas entre 1955 y 1969 —De­
creto del 28 de septiem bre de 1971—. Lo que implica, de hecho, que la más
trascendente m edida de enfrentam iento con el capital norteam ericano la ha
llevado a cabo el Gobierno de Allende prácticam ente sin pago de indem ni­
zación, pero con el respaldo institucional y político explícito ele todo Chile.
Lo que supone u na gran victoria nacional, sin precedente equivalente.
La nacionalización del cobre pudo hacerse de este m odo porque el Go­
bierno optó por incorporarla al texto de la Constitución. Ello le abría el
paso al referéndum en el supuesto de que el Congreso se opusiera. Lo que
im plicó una gran presión política sobre los partidos ele oposición. Ya que
h ubiera significado para ellos un grave costo político regalarle al G obierno
P opular una fácil victoria electoral, en la que la postura nacional la hubie­
ra asumido A llende y la pro-norteam ericana la oposición.

*2. Legitim ación constitucional de la política del Gobierno

Se ha aludido anteriorm ente a la hegem onía del Ejecutivo en la estructura


vigente del Estado chileno. Tam bién, a las amplias facultades legales que
han acum ulado los sucesivos Gobiernos en un sistema político históricam en­
te caracterizado por la intervención y control profundo del proceso econó­
mico por el aparato del Estado burgués. Ambos supuestos eran indispensa­
bles para ejue el Gobierno P opular pudiera empezar a aplicar su Program a
respetando la norm ativa legal. Pero epié eluda cabe ele que, en últim o extre­
mo, se trata ele u n aparato de Estado burgués, utilizado por un G obierno
esencialmente anticapitalista. R esultaba inevitable que aparecieran con­
tradicciones. Así como que el Gobierno actuara, en ciertas medidas funda­
m entales como el traspaso de mohopolios privados al área socializada, en
el lím ite de tolerancia de la legalidad.

149
El Parlam ento ha registrado esas contradicciones y actuaciones-límite.
En m últiples y agitados debates. Pero tam bién m ediante acusaciones consti­
tucionales a varios Ministros. Sucesivamente, el Partido Nacional ha acusado
de violación de la Constitución, de las norm as legales a los M inistros de Jus­
ticia, T ra b ajo y E conom ía10. Pero han resultado infructuosas y, finalm ente,
desestimadas precisam ente porque en el país no hay em pate político-social.
El PDC ha negado en el Parlam ento su decisivo apoyo para que progre­
saran.
El Gobierno ha eludido el enfrentam iento con el Parlam ento. El PDC
lo ha esquivado con el Gobierno Popular. Es la principal característica po­
lítica del prim er año del Presidente Allende. Pero ello no ha impedido,
naturalm ente, que el PDC haya rechazado de plano medidas legislativas del
Ejecutivo —por ejemplo, la creación de T ribunales Vecinales o de Barrio,
sustitución del régim en bicam eral por el unicam eral—,' lo que no ha term i­
nado en impasse porque el Gobierno ha retirado la “urgencia” a estos pro­
yectos, sustrayéndolos del debate parlam entario. Como tampoco ha im pedido
que la DC haya aceptado legislar sobre materias propuestas por el Ejecutivo,
para tratar de im poner sus propios criterios sobre los del Gobierno. Como
en el caso fundam ental del proyecto ele ley estableciendo las tres áreas de
la economía, que perm ite legalizar la nacionalización de las empresas estra­
tégicas y los mecanismos de participación de los obreros en su gestión, hasta
hoy llevados a efecto por la vía “adm inistrativa” 11. El debate parlam enta­
rio está en curso, pero la DC ha enm endado casi en su totalidad la propo­
sición original del Gobierno.
En síntesis, los supuestos tácticos que han perm itido al Gobierno P opu­
lar llevar a cabo su política durante 1971, sin crisis con el Parlam ento, son:
a) la disponibilidad de un am plio m argen de acción reservado a decisiones
propias de la potestad ordenadora y adm inistrativa del Ejecutivo; b) la de­
liberada voluntad de evitar entrar en conflicto con los sectores medios y sus
instituciones representativas (en lo social, económico y político); c) la deci­
sión del Gobierno de actuar dentro del marco institucional.
Por su parte, la Democracia Cristiana ha guiado su actuación durante
1971 de acuerdo con principios propios de una oposición que desea moverse
dentro del marco democrático del sistema chileno, buscando objetivos como
los siguientes:
a) deteriorar la imagen del Gobierno, presentándose como alternativa
que asegura m ejor la “evolución social en libertad”;
b) erosionar la base popular del Gobierno, estim ulando aquello que p u ­
diera hacer entrar en contradicción a los trabajadores con el Gobierno (au­
m ento de salarios, satisfacción inm ediata de necesidades sociales, propiedad
privada de tierra^ expropiadas, “empresas de los trabajadores”, etc.);
c) m antener la actual correlación de fuerzas en el Parlam ento, que la
sitúa en el fiel de la balanza; y asegurar la continuidad en sus funciones de
las personas que actualm ente dirigen el Poder Judicial, rechazando su reno­
vación m ediante la limitación tem poral en el ejercicio del cargo de los M i­
nistros de la Corte Suprema, como propuso el Ejecutivo en el proyecto de
Reform a Constitucional del 10 de noviem bre de 1971.
En cuanto a la derecha —P artido Nacional y Democracia R adical—, su
aislam iento relativo les ha reducido a tener que ser la fuerza de apoyo de
la DC cuando de oponerse al G obierno se trata. Supeditándose, por consi-

10 E. P. N acional acusó constitucionalm ente al M inistro d e Justicia en enero de 1971, al M inistro


del T rab a jo y e l 10 de marzo, al de Econom ía el 7 de septiem bre.
11 El provyecto de ley de las T res Areas y la participación de los trabajadores fue firm ado p o r el
Presidente A llende el 19 de octu b re de 1971.

150
guíente, a las posibilidades que la política parlam entaria dem ocristiana
les perm itía.
Pero el proceso revolucionario lia progresado considerablem ente a lo
largo de 1971. Y las posiciones de partida se h an m odificado correlativa­
mente. El que en noviem bre de 1970 era un “am plio espacio" de poder re­
glam entario a disposición del Ejecutivo, ha sido cubierto en su m ayor parte.
Cada vez son más imperiosas las -transform aciones en la estructura institu­
cional del Estado para ajustarla a la nueva realidad socioeconómica y a su
dinámica. Por otro lado, las diferencias iniciales con el PDC han aum en­
tado en conform idad con el desarrollo lógico de las contradicciones existen­
tes entre la línea program ática de la U nidad P opular y la Democracia Cris­
tiana. El hecho de que el 3 de diciem bre la Dirección Nacional del PDC
haya resuelto, por 10 votos contra 8, acusar constitucionalm ente al M inistro
clel Interior, es un buen testimonio de ello y prefigura el endurecim iento
de este partido contra el Gobierno. Así como la crisis interna que ella con­
citará.
La próxim a consulta electoral debe tener lugar en marzo de 1973, para
elegir a la totalidad de los miembros de la Cám ara de D iputados y a la m i­
tad de los del Senado. Queda por delante todo 1972, un año difícil pero
decisivo. En el que, eventualm ente, podría tener lugar u n enfrentam iento
electoral definitivo en la m edida en que algún proyecto de Reform a Cons­
titucional presentado en noviem bre desemboque en el referéndum .
La revolución chilena exige im periosam ente transform aciones institu­
cionales para proseguir por la vía que se ha trazado. La llave para ellas se
encuentra en el Parlam ento, cuya composición sociopolítica depende de la
voluntad electoral del pueblo. En las manos de éste está decidir el conte­
nido y el camino futuro para la superación del régim en capitalista en Chile.
V oluntad que estará en función, particularm ente, de la fortuna con que se
hayan desarrollado los elementos considerados en las páginas anteriores.

Santiago, 12 de diciem bre de 1971.

151
El segundo camino hacia el socialismo:
aspectos institucionales

J o sé A n t o n io V i e r a -G a l l o Q uesney

Subsecretario de Justicia,
Profesor del CEREN.

“Las circunstancias de R u sia en el año 1917 y de


C hile en el presente son m uy distintas. Sin em bargo,
el desafío histórico es sem ejante.
La R usia del año 1917 tom ó las decisiones que más
afectaron la h isto ria contem poránea.. Allí se llegó a
pensar que la E uropa atrasada p o d ría encontrarse
delante de la E uropa avanzada, q u e la p rim e ra revo­
lución socialista no se d aría, necesariam ente, en las
e n trañ as de las potencias industriales. A llí se aceptó
el re to y se edificó una de las formas de construcción
de la sociedad socialista que es la dictadura del pro­
letariado.
Com o R u sia entonces, C hile se e n cu e n tra a n te la
necesidad de iniciar una manera nueva de construir
la sociedad socialista: la vía revolucionaria nuestra, la
vía p lu ralista, a n ticip ad a p o r los clásicos del m arxis
m o, pero jam ás antes concretada. Los pensadores so­
ciales h a n supuesto q u e los prim eros en recorrerla
serían naciones m ás desarrolladas, p robablem ente
Ita lia y Francia, con sus poderosos partid o s obreros
de definición m arxista.
Sin em bargo, u n a vez más, la historia p e rm ite ro m ­
p e r con el pasado y co n stru ir itn nuevo m odelo de
sociedad, n o sólo donde teóricam ente era m ás p re v i­
sible, sino donde se crearon condiciones concretas m ás
favorables p a ra su logro. Chile es hoy la primera
nación de la tierra llamada a conformar el segundo
modelo de transición a la sociedad socialista” t.

En Chile estamos enfrentados a la ingente tarea de abrir un nuevo camino


hacia el socialismo. A veces, en la vertiginosa sucesión de los acontecim ien­
tos, perdemos la perspectiva de la im portancia de lo que entre nosotros
ocurre: Rusia en 1917, Chile ahora.
U na de las tareas más urgentes es in ten tar desentrañar la naturaleza
del segundo modelo de transición a la sociedad socialista. Este modelo no se
inventa ni se crea en la pura imaginación. No es una lucubración de inte­
lectuales. Nace de la lucha del pueblo, de su praxis de liberación. Pero no
surge fácilmente, sin esfuerzo teórico. Por eso es necesario buscar, desde la
fuerza de la revolución, la explicitación teórica de lo que se ha dado en

1 P rim er M ensaje del Presidente Salvador A llende al Congreso N acional, 21 de mayo de 1971.

152
llam ar “la vía chilena” o, no sin cierta connotación peyorativa hacia expe­
riencias socialistas distintas a la nuestra, “la vía dem ocrática hacia el socia­
lismo”.
U na de las mayores dificultades teóricas radica en que la izquierda ha
vivido encerrada dentro de los moldes del prim er modelo de construcción
socialista, al pu n to que ha llegado, aunque sea inconscientem ente, a abso-
lutizarlo, olvidando la relatividad de todo fenómeno histórico. T a n rica ha
sido además la formulación teórica de ese prim er modelo, sobre todo gracias
al genio creador de Lenin, que difícilm ente se descubre la necesaria y p ro ­
funda ligazón que existe entre esa form ulación y la experiencia que le dio
origen. Flaco favor se hace sin embargo a Lenin y, en general, a los teóricos
de la revolución soviética, cuando se convierte su experiencia en un arque­
tipo. Así se m ata su inm ensa riqueza. Es preciso descubrir en los escritos de
Lenin, siempre referidos a problem as específicos de la revolución rusa o
m undial de su época, las líneas gruesas del marxismo. El hecho de que Lenin
sea el gran teórico del prim er camino hacia el socialismo no resta valor a su
obra para quienes lo buscamos por una ruta diferente, ni por eso puede
d ejar de ser la experiencia chilena heredera de su pensam iento y de su obra
revolucionaria. Debemos entender el método que los hizo posibles.
El camino adecuado no es el de la cita fragm entaria, parcial e intere­
sada. Debemos em paparnos de la experiencia del prim er modelo de cons­
trucción socialista, analizando tanto sus realizaciones específicas cuanto su
teoría, para poder crear el nuevo derrotero que tenemos que seguir en las
condiciones actuales de Chile.
Desmitificar para valorizar, esa es la tarea
En este esfuerzo de elaboración teórica se corren muchos riesgos. “Pisa­
mos un camino nuevo: marchamos sin guía por un terreno desconocido,
apenas teniendo como b rújula nuestra fidelidad al hum anism o de todas las
épocas —particularm ente al hum anism o m arxista— y teniendo como norte el
proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más honda­
m ente enraizados en el pueblo chileno” 3. Estamos conscientes del proble­
ma. Sólo a través del intercam bio ele ideas, de la capacidad para percibir las
exigencias de la realidad concreta y específica de Chile, del trabajo colec­
tivo, podremos ir descubriendo el significado de aquello que, paradojalm en-
te, estamos haciendo. No es que hagamos la revolución a ciegas. Pero la luz
no se da previam ente: se hace en la acción. Por eso' la iniciativa del c e r e n
en orden a publicar una serie de ensayos sobre los problem as institucionales
que vive el país, reviste gran interés.

2 En su p en etran te análisis de la revolución rusa, Rosa L uxenburgo precisaba el e sp íritu con que
d ebía ser analizado “ el hecho más prodigioso de la guerra m u n d ia l” . El carácter polémico de
esta obra es de gran im portancia y au n q u e no se com partan todas sus afirm aciones, no cabe
d u d a de que su e sp íritu crítico nos abre u n a perspectiva. Refiriéndose a la revolución rusa a fir­
m aba: “ No es, p o r cierto, la apología ciega, sino la crítica p ro fu n d a y N reflexiva la que nos
p e rm itirá ex traer todos sus tesoros de experiencia y enseñanza. Sería insensato im aginar que
la prim era tentativa de im portancia m un d ia l de instaurar una dictadura de la clase obrera
sería plenam ente fructuosa, sobre todo en las circunstancias más difíciles que es dable im aginar:
en m edio de la conflagración m u n d ial y del caos de un genocidio im perialista, en el corazón de
acero de la más reaccionaria de las potencias m ilitares europeas, en el abandono com pleto del
p ro letariad o in tern acio n al, lo que R usia hace o deja de hacer en la experiencia de u n a dictadura
obrera, en condiciones tan extrem adam ente anorm ales, no podría alcanzar la cima de la perfec­
ción. Al contrario, los conceptos elem entales de la política socialista y el necesario análisis de
las condiciones históricas, obligan a reconocer que en circunstancias tan dram áticas, ni el más
gigantesco idealismo, ni u n a energía revolucionaria in q uiebrantable h a b ría n sido capaces de
realizar la democracia y el socialismo, sino solam ente rudim entos caricaturescos e im potentes de
la u n a y del o tro ” .
Y más adelante afirm a q u e Lenin y T rotsky, cabezas visibles de la revolución rusa, se asom ­
b ra ría n de ver “ a la In tern acio n al considerar lo q u e 'e llo s han realizado bajo la am arga presión,
en el tu m u lto y la efervescencia de los acontecim ientos, como u n m odelo sublim e de p o lítica so­
cialista digno de la adm iración beata y de la im itación fervorosa” .
R osa L uxenburgo, “ La révolution russe” , O Euvre I I (écrits politiques 1917-18) F. M . P etite
collection M aspero 1969, pp. 57-8.
3 P rim er M ensaje del Presidente Salvador A llende al Congreso N acional.

153
En esta ocasión quisiéramos reflexionar sobre las directrices fundam en­
tales que caracterizan, en su dim ensión institucional, política y jurídica, el
segundo modelo de transición al socialismo.
T om ando pie en la experiencia vivida du ran te el últim o año y medio
de Gobierno Popular, procurarem os dilucidar las condiciones objetivas y
subjetivas que hacen posible la nueva form a de construcción socialista, como
asimismo sus peculiaridades propias.
Para realizar esta tarea, como en general para conceptualizar adecuada­
m ente cualquier fenómeno político, es necesario tener presente que la razón
especulativa se mueve sim ultáneam ente en tres niveles diferentes, los cuales
en el proceso real, que la razón pretende ilum inar, se dan en indisoluble
unidad. Sólo a p artir de esta claridad, la razón abstracta puede llegar a ser
dialéctica. Estos niveles son:
a) el nivel básico, en el cual el hom bre se constituye y se emancipa,
m ediante la hum anización del m undo y, consecuencialmente, de sí mismo.
Es el nivel que nos indica el rum bo del proceso histórico, en el cual a
tientas, y aun entre sombras, descubrimos quiénes somos, de dónde venimos
y a dónde vamos: las directrices básicas de la acción, que nos perm iten lo­
g rar aquello que en la actualidad se nos da como llam ado o vocación a la
existencia. Es el nivel de la lucha por la vida y de la dialéctica del amo
y del esclavo;
b) el nivel estructural, plano en el cual se traban las relaciones sociales
como polo objetivo de nuestra existencia. En la producción de sí mismo
y del m undo, el hom bre se expresa —aunque sea parcial y desfiguradam ente—
en un conjunto estructural. En este nivel se verifica la lucha de clases, en
cuanto factor dinám ico y explicativo del proceso histórico. Es el campo de
la larga duración subyacente a la apariencia;
c) el nivel fáctico del acontecer, de la coyuntura política. Es el lugar
de la m ultiplicidad en que se desarrolla nuestra existencia.
Estos tres niveles constituyen la tram a de la realidad —el ser del fenó­
m eno es el fenómeno de ser, decía Sartre—, cuya lógica interna debe ser
conocida a través de la m ediación de categorías abstractas. Pero si nos que­
dáramos en la abstracción, moriríamos. La dialéctica exige un esfuerzo suple­
m entario para reubicar las ideas en su lugar propio: el corazón de las cosas.
El esfuerzo revolucionario supone trascender el instante y la inmediatez
del acontecim iento para descubrir su significado en la com plejidad global
del proceso de totalización del cual el hecho vivido form a parte. No es un
capricho, sino una exigencia. La realidad se trasciende perm anentem ente a
sí misma: “el hom bre supera infinitam ente al hom bre”. Para seguir la diná­
mica, la fuerza y las deficiencias de los procesos políticos, tenemos que re­
construir teóricam ente —hasta donde sea posible— su dialéctica.
La reflexión política, quizá como ninguna, se mueve en los tres planos
a que hemos hecho referencia. La llam ada “ciencia política” no se lim ita
jam ás al plano estructural, sino que perm anentem ente lo trasciende hacia
connotaciones valorativas, y tam bién es deudora de los hechos específicos
que condicionan sus formulaciones 4. En esta ocasión el objeto analizado está
perfectam ente bien delim itado: el aspecto institucional del segundo modelo
de tránsito al socialismo, m otivado por la realidad chilena. Sin embargo, no
se trata de un estudio empírico concreto, que correría el riesgo de carecer
de todo valor general. Tam poco pretendem os ubicar la discusión en la va­
guedad de los “tipos ideales”. Intentam os reflexionar, a p artir del caso chi­

4 Sobre este p u n to ver el trab ajo c o n junto con H ugo Villela, “ Consideraciones prelim inares p ara
un estudio del Estado en C hile” , Cuadernos de la Realidad Nacional, N? 5.

154
leño, sobre una nueva forma ele construir el socialismo, de la cual Chile
ha llegado a ser un ejem plo prim ero y prototípico.
T o d o lo que aquí se diga es a vía de auscultación, de penetración en
el misterio de la historia que construimos y que nos constituye. Sólo en tal
entendido nos atrevemos a proponer estas reflexiones.

T R A N S IC IO N D EM O C R A TIC A AL SOCIALISMO

El socialismo nace del capitalismo, como fruto y resultante de sus contra­


dicciones estructurales, como estadio más avanzado de liberación hum ana.
Ese nacer supone un corte histórico, un salto cualitativo, una reorientación
de destino. No es que la voluntad de unos hom bres violenten la historia,
la pretendida naturaleza de las cosas, sino que la historia misma —es decir
los hom bres— cambia de dim ensión estructural y ese cambio es vivido con­
cretam ente como enfrentam iento entre clases, grupos y tendencias.'
“Los obreros no tienen ninguna utopía lista para im plantarla ‘par décret
du p eu p le’. Saben que para conseguir su propia emancipación, y con ella
esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblem ente la sociedad
actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas
luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transform arán las cir­
cunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino
sim plem ente dar rienda suelta a los elementos de la nueva sociedad que la
vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno” 5.
Las fuerzas de la nueva sociedad se gestan en el seno de la antigua y
el alum bram iento supone la m uerte. Hay algo que se va para siem pre y que
los poetas cantan con sonido melancólico. Con el viejo m undo que el viento
barre, acaba una forma de existir que de tan vivida, cuesta abandonar, tan­
to a quienes usufructuaron de ella, cuanto a quienes la padecieron anhelán­
dola secretamente.
La revolución es una discontinuidad en la continuidad de la historia;
es la necesaria readecuación para que pueda desarrollarse el progreso de la
hum anidad. La revolución no parte de cero. P retender que es preciso de­
rru m b ar la vieja sociedad hasta sus cimientos para desde allí, desde la deso­
lación de sus ruinas, construir la nueva casa del hom bre, es una ingenuidad
anarquizante. M arx com prendió la aparente paradoja que encierra la super­
vivencia en el socialismo de las conquistas de la hum anidad a través de su
historia. El socialismo supera dialécticam ente las contradicciones del capi­
talismo y éste genera en su seno los gérmenes de su destrucción como siste­
ma, así como antes ocurrió con otras formaciones sociales. Esa superación
no implica anulación total o aniquilación. El avance exige la ruptura: las
fuerzas desatadas en la vieja sociedad no pueden seguir creciendo aprisio­
nadas en el marco estrecho de sus relaciones.
Este tránsito, que sigue las leyes generales ele la historia, puede revestir
m últiples formas, según las circunstancias concretas en que se da. Nos ocu­
pamos en este trabajo de una form a “típica” de transición, de la cual la vía
chilena es un ejem plo palpable: se habla de transición “dem ocrática” por
oposición a la dictadura del proletariado.
Urge aclarar conceptos.
No se trata, en este m om ento, de hacer la reseña histórica de las polé­
micas habidas en el seno del m ovimiento proletario desde sus orígenes y,
particularm ente, aquella que tuvo lugar entré Lenin y Kautsky sobre la dic­

5 C. M arx, “ La G uerra Civil en F ran cia” . Obras Escogidas, Ed. Progreso, Moscú, 1966. T om o II, p . 512.

155
tad ura del proletariado, las desviaciones de la socialdemocracia alem ana y
la posibilidad de lo que este últim o denom inaba la “vía pacífica” para con­
quistar el poder. Lo que nos interesa es saber si el camino chileno hacia el
socialismo, el llam ado segundo modelo, se ubica en la auténtica tradición
revolucionaria y, en tal caso, cuáles serían las características institucionales
—políticas y jurídicas— de un tal proceso revolucionario. La vieja polémica
sólo nos puede servir como punto de referencia para clarificar posiciones.
T o d a revolución socialista constituye un proceso de democratización de
la sociedad: rom pe y deshace los mecanismos autoritarios que fundam entan
el orden capitalista, principalm ente la propiedad privada de los medios de
producción. De allí, pues, que no sea conveniente ni justo calificar a una
determ inada m anera de construir el socialismo como “dem ocrática”, pues con
ello pareciera darse a entender que las otras no lo fueran. No es esa nuestra
convicción, ni menos nuestra intención.
El problem a que realm ente está en juego es la distinción de por lo
menos dos m odalidades diferentes de construir el socialismo, desde el punto
de vista institucional, consiste en determ inar las m odalidades diferentes de
ejercer el poder en uno y otro caso, en delim itar la posición frente al Estado
burgués y el ordenam iento jurídico correspondiente y la forma en que se
produce la transform ación del Estado y la construcción del socialismo, toda
vez que se da por supuesta y establecida la existencia de dos alternativas
para conquistar el poder: la insurrección y la vía electoral.
El segundo modelo se caracteriza, en prim er lugar, por la conquista del
poder por la vía electoral; en segundo, por la construcción socialista, m an­
teniendo o acrecentando las libertades públicas y los derechos del sistema
democrático burgués; y, en tercer lugar, por una form a peculiar de trans­
form ar el Estado: cobrándole la palabra al liberalismo, de tal m anera que
aparezcan a la luz las contradicciones existentes entre los postulados dem o­
cráticos y la realidad autoritaria y represiva del capitalismo (igual cosa puede
afirmarse del derecho burgués). T odas estas características se dan sim ultá­
neam ente como elementos de un solo proceso político.
El Program a Básico de la U nidad P opular tiene un acápite relativo a
“la profundización de la democracia y las conquistas de los trabajadores”,
en el que se afirma: “Se extenderán todos los derechos y garantías dem ocrá­
ticas entregando a las organizaciones sociales los medios reales para ejercer­
los y creando los mecanismos que les perm itan actuar en los diferentes n i­
veles del aparato del Estado. El Gobierno Popular asentará esencialmente
su fuerza y su autoridad en el apoyo que le brinde el pueblo organizado.
Esta es nuestra concepción de Gobierno fuerte, opuesta por tanto a la que
acuñan la oligarquía y el im perialism o que identifican la autoridad con la
coerción ejercida contra el pueblo” °.
Se trata de una doble tarea: a) hacer más profundos los derechos dem o­
cráticos conquistados por el pueblo; y b) transform ar las actuales institucio­
nes para instaurar un nuevo Estado, en el cjue los trabajadores y el pueblo
tengan el real y efectivo ejercicio del poder.
Por lo que respecta al derecho, el Presidente A llende afirmaba:
“No es el principio de legalidad lo que denuncian los movimientos po­
pulares. Protestamos contra una ordenación legal cuyos postulados reflejan
un régim en social opresor. N uestra norm ativa jurídica, las técnicas ordena­
doras de las relaciones sociales entre chilenos, responden hoy a las exigencias
del sistema capitalista. En el régim en de transición al socialismo, las normas

6 Presidente A llende, op. cit.

156
jurídicas responderán a las necesidades de un pueblo esforzado en edificar
una nueva sociedad. Pero legalidad h abrá” 7.
Refiriéndose más adelante al aparato institucional reiteraba conceptos
similares:
“La flexibilidad de nuestro sistema institucional nos perm ite esperar que
no será una rígida barrera de contención. Y que al igual que nuestro siste­
ma legal, se adaptará a las nuevas exigencias para generar, a través de los
cauces constitucionales, la institucionalidad nueva que exige la superación
del capitalism o”.
“El nuevo orden institucional responderá al postulado que legitim a y
orienta nuestra acción: transferir a los trabajadores y al pueblo en su con­
junto, el poder político y el poder económico. Para hacerlo posible es prio­
ritaria la propiedad social de los medios de producción fundam entales” 8.
Y después de un año, el 21 de mayo de 1972, Allende reafirm aba esta
posición diciendo:
“No vemos el camino de la revolución chilena en la quiebra violenta
del aparato estatal. Lo que nuestro pueblo ha construido a lo largo de varias
generaciones ele lucha, le perm ite aprovechar las condiciones creadas por
nuestra historia para reem plazar el fundam ento capitalista del régim en ins­
titucional vigente por otro que se adecúe a la nueva realidad social.
Los partidos y movimientos políticos populares han afirm ado siempre,
y así está contenido en el Program a ele Gobierno, cjue acabar con el sistema
capitalista es transform ar el contenido de clase del Estado y de la propia
C arta Fundam ental. “Pero tam bién hemos afirm ado solemnemente nuestra
voluntad de llevarlo a efecto conforme a los mecanismos que la Constitución
Política tiene expresam ente establecidos para ser m odificada”.
“La gran cuestión que tiene planteada el proceso revolucionario, y que
decidirá la suerte de Chile, es si la institucionalidad actual puede abrir paso
a la de transición al socialismo. La respuesta depende del grado en que
aquélla se m antenga abierta al cambio y ele las fuerzas sociales que le cíen
su contenido. Sólo si el aparato elel Estado es franqueable por las fuerzas
sociales populares, la institucionalidad tendrá suficiente flexibilidad para
tolerar e im pulsar las transform aciones estructurales sin desintegrarse” 9.
En ambas ocasiones el Presidente Allende señala los peligros de tal em­
presa, que se encuentra amenazada por los embates ele la reacción y la teme­
raria e im paciente “acción voluntarista de una m inoría osada”.
Como puede verse, la U nidad Popular plantea la necesidad de trans­
form ar sustancialm ente el Estado, cambiando su contenido de clase y crean­
do una nueva institucionalidad acorde con los fines revolucionarios. Esta
voluntad política se ve reafirm ada en el proyecto de nueva Constitución
propuesto por el Presidente A llende a los partidos de la UP, a la C U T y
al pueblo en su conjunto, el últim o 4 de septiembre, proyecto m ediante el
cual se pretende generar una am plia discusión de base sobre los cambios
institucionales que deben ser im pulsados en el período de transición al so­
cialismo. Este pu nto es esencial, pues como bien recuerda Lenin, los oportu­
nistas siempre h an rehuido el tema del Estado 10 y han sostenido la tesis
7 Prim er M ensaje del Presidente Salvador A llende ante el Congreso P leno, p. X I.
8 Prim er M ensaje del Presidente Salvador A llende ante el Congreso Pleno, p. X I.
9 Mensaje del Presidente A llen d e ante el Congreso Pleno, el 21 de mayo d e 1972, p. IX.
10 “ La cuestión de las relaciones en tre el Estado y la revolución social, entre ésta y el Estado,
como en general la cuestión de la revolución, ha preocupado 'm u y poco a los más conocidos
teóricos y publicistas de la I I Internacional (1889-1914). Pero lo más característico, en este
proceso de desarrollo g rad u al del oportunism o, q u e llevó a la b ancarrota de la II Internacional
en 1914, es q u e incluso cuando abordaban de lleno esta cuestión -se esforzaban en eludirla o no
lo advertían.
En térm inos generales, p uede decirse de esta actitud evasiva ante la cuestión de las re la ­
ciones en tre la revolución p ro letaria y el Estado, actitud evasiva favorable p a ra el oportunism o y
de la que se n u tría éste, surgió la tergiversación del m arxism o y su com pleto envilecim iento” ,
V. I. L enin, El Estado y la R evolución, Ed. en Lenguas E xtranjeras, P ekín, p p . 126-7.

157
equivocada de que basta con que el m ovimiento revolucionario tome pose­
sión del Estado burgués y lo adm inistre en su propio beneficio. Pues bien,
la U nidad P opular plantea como m eta básica de su program a traspasar el
poder a los trabajadores, establecer una democracia real y efectiva, alteran­
do sustancialmente la naturaleza del Estado democrático burgués. En este
aspecto la segunda vía hacia el socialismo no se distingue radicalm ente de
la prim era, salvo en las peculiaridades propias del período de transición y
la forma en que se ejercerá la dom inación popular en la construcción so­
cialista.
G ráficam ente podríam os representar la tarea del segundo camino al
socialismo de la siguiente m anera:

R e la ció n clase
d o m in a n te -E s ía d o
Su p e re stru ctu ra
d e m o c rá tic a -fo rm a l
m
C la se
d o m in a n te

Infraestructura
autoritaria Clase
dominada

A.— El cuadro prim ero representa la contradicción que existe en la sociedad


capitalista entre una infraestructura autoritaria y una superestructura
institucional de carácter democrático formal. Lo norm al sería que la
sociedad fuese au toritaria en su conjunto: el régim en político que más
se aviene con el capitalismo es la autocracia y 110 por casualidad en las
épocas de crisis surgen, en el seno del sistema, tendencias fascistas. Sin
embargo, la ideología liberal oculta la realidad de la sociedad de clases
tras el m ito del ciudadano libre, y surge la posibilidad de que existan
sociedades capitalistas con un Estado democrático form al relativam ente
sólido y abierto a las presiones populares.
B.— En el segundo gráfico se m uestra cómo la clase dom inada, utilizando
los mecanismos del régim en democrático, toma en sus manos los centros
neurálgicos del poder estatal, generalm ente el Ejecutivo.

158
C.—En el últim o cuadro se representa la acción de un Gobierno Popular
tendiente a dem ocratizar la sociedad alterando sus estructuras básicas,
para lo cual utiliza el sistema jurídico, al tiem po que se esfuerza por
conquistar definitivam ente el poder y transform ar su expresión institu­
cional: el Estado.

En el segundo modelo, la revolución socialista no sólo constituye —como


es la regla común a toda revolución— un proceso general-de democratización
de la sociedad, sino que sim ultáneam ente se traduce en el establecimiento
de un régim en político no autoritario. No quiere ello decir que el grado de
libertad del régim en burgués se m antenga inalterable. Al contrario, debe
ser am pliado a fin de alterar el contenido clasista del Estado capitalista.
T am bién puede, en ciertos casos extremos, restringirse, tal como lo -contem­
pla la propia legislación burguesa, cuando se está, por ejemplo, en presencia
de una conmoción interna o de una agresión externa, fruto las más de las
veces de la reacción desesperada de la clase dom inante que pierde la espe­
ranza de recuperar el poder siguiendo el camino legál y democrático. Esta
am plitud o restricción de la libertad es relativa al parám etro conquistado
por el pueblo al Estado burgués.
¿Cuáles serían las condiciones de la libertad en el socialismo, es decir,
cuáles son los mecanismos de la dom inación burguesa que deben ser elim i­
nados? El núcleo de relaciones hom bre-naturaleza y hom bre-hombre, que
constituye la base del sistema capitalista, enm arca la producción y reproduc­
ción del hom bre y del m undo dentro de límites represivos. Especial im por­
tancia tiene en esta m ateria la propiedad privada, en cuanto m stitucionali-
zación de este conjunto de relaciones. Este h a 's id o el punto m ayorm ente
divulgado de la teoría m arxista. Pero no puede desconocerse que esas rela­
ciones adoptan tam bién otras formas institucionales, que contribuyen a con­
figurar una sociedad de mercancías. Nos referimos particularm ente al p ro ­
ceso tecnológico como productor de “instrum entos” tanto m ateriales como
organizativos1X. El tipo de “instrum entos” de la sociedad capitalista indus­
trial y la form a en que se aprovecha el quantum energético del universo
anulan al hom bre y refuerzan la estructura de clases, produciendo y acen­
tuando la desigualdad: el sistema industrial, el sistema escolar, el régim en
hospitalario, el sistema de transporte y comunicación, la forma de habitar
y vivir, el sistema legal y su expresión judicial y carcelaria, tal cual los co­
nocemos, constituyen otras tantas m aneras de crear privilegios. Estamos ante
una sociedad que se institucionaliza y profesionaliza en pos de lo que Hegel
llam aría el falso infinito del progreso cuantitativo ilim itado, que justifica y
santifica la organización opresora de la sociedad como garantía de eficiencia.
P ara conquistar la libertad es preciso, entonces, deshacer todas las m a­
nifestaciones autoritarias de la dom inación burguesa, alterando las relacio­
nes básicas a través de las cuales se produce y reproduce la opresión y re­
orientando el proceso histórico hacia el verdadero infinito del progreso cua­
litativo. Sólo así los hombres podrán llegar a ser protagonistas de su des­
tino creando una sociedad a su imagen y semejanza.
En esta dialéctica de liberación surge el ¡problema ele la dictadura del
proletariado. Las palabras del Presidente A llende que encabezan este traba­

11 I. Illich lia puesto de m anifiesto la im portancia de los instrum entos ( “ tools” en inglés) en la
existencia de u n a sociedad represiva, como consecuencia de las contradicciones que genera el uso
e increm ento indiscrim inado de la tecnología m oderna más allá de ciertos lím ites. P o r ejem plo,
m ientras más au m en tan los gastos en salud en EE. U U. más dism inuye, desde hace unos años,
la vida prom edio de los norteam ericanos: m ientras más aum enta la velocidad de los medios de
transporte, más tiem po se dem oran las personas en ir de u n lugar a otro. T odo ello lleva a
Illich a p ro p o n e r la necesidad de “ re-to o lin g ” la sociedad industria]. Ver su trab ajo “ T h e Re-
T o o lin g society” . Cuadernos de CIDOC. Cuernavaca, México.

159
jo son las palabras de un político responsable. Su sentido debe ser descu­
bierto y precisado. No cabe una lectura superficial e interesada.

LA D IC TA D U R A DEL PR O L E T A R IA D O Y EL SEGUNDO M ODELO


DE T R A N S IC IO N AL SOCIALISMO

Algunos han pretendido que el segundo camino hacia el socialismo excluye


la dictadura del proletariado, y han buscado am paro en las palabras presi­
denciales. Esta ha sido una vieja pretensión de la socialdemocracia europea,
que encontró eco en el seno de la II Internacional, pretensión que en los
hechos se ha dem ostrado infecunda. El socialismo supone un largo período
de transición caracterizado políticam ente por la dictadura del proletariado,
y ningún camino que hacia él conduzca puede evadir el punto. Estamos
ciertos que no es ésta la posición del Presidente Allende.
No obstante, subsisten numerosos equívocos referentes a la dictadura
del proletariado, los más de los cuales originados en un enfoqué simplista
del marxismo y la realidad, enfoque que con frecuencia es utilizado por los
diversos partidos políticos con afanes inmediatistas. Hay quienes ven en la
dictadura del proletariado una eficaz arm a de am edrentam iento de las m a­
sas, un elem ento de “terro r”; otros, en cambio, la identifican mecánicam ente
con alguna de las experiencias socialistas conocidas; no faltan tampoco quie­
nes buscan ser individualizados como “dem ócratas” por su oposición a la
dictadura del proletariado. Aprovechándose de alguna de estas circunstan­
cias surgen tam bién grupos “u ltra ” que en nom bre de la dictadura del pro­
letariado desahucian como reform ista cualquier avance específico hacia el
socialismo.
La confusión es grande y el tema complejo. Nos lim itarem os a hacer
algunas precisiones.

I.—En prim er lugar, la dictadura del proletariado no es una form a de


Gobierno. Es algo m ucho más sustancial: un tipo de Estado 12. Kautsky acer-?
tó al hacer la distinción entre “situación de dom inio” y “form a de gobierno”.
Acertó tam bién al sostener que la dictadura clel proletariado se caracteriza
por ser u n tipo, form a o situación de dom inación política; en cambio, erró
rotundam ente cuando contrapuso dictadura y democracia, pues sin darse
cuenta se estaba contradiciendo al conceptualizarlas como regímenes de go­
bierno alternativos y excluyentes. Kautsky sostenía: “literalm ente la palabra
dictadura supone supresión de la democracia”. Y, como veremos más ade­
lante, esto es un error garrafal.
El debate sobre la dictadura del proletariado no se puede enm arcar,
como pretenden algunos cientistas políticos burgueses, dentro de la discusión
sobre las tipologías de las formas de gobierno. Lo que interesa al marxismo
prim ordialm ente es la situación de clase que caracteriza al Estado y no la
form a institucional que asuma el ejercicio del poder por una clase. Este
pu n to es de vital im portancia, pues la ideología burguesa pretende —y en
sus redes cayó Kautsky— contraponer irreductiblem ente los conceptos de
dictadura y democracia, centrando el análisis no en la esencia del Estado,
sino en la form alidad de sus instituciones políticas. Pero éste no es sólo un

12 L enin en su polém ica con Kautsky atvtwvaJav. ” \. a Ove\ proletariado no es una “ form a
^m v cm U ació n ” , sino u n Estado de otro tipo. . . “ La d ic ta d u ra Y\0 \\WA ‘form a (\e gobierno’ ,
CSQ CS \\\\ a ta m d o Ti AlClllo. M arx no habla de ‘form a de gobierno’, sino de form a o tip o de
Estado, lo que es absolutam ente d istinto, lo que se dice absolutam ente d istin to ” .
V. I. Lenin. La revolución proletaria y el renegado K autsky.

160
error burgués. Proviene desde antiguo. Platón y Aristóteles, al hacer el es­
tudio de la política, centraron su atención en las formas de gobierno, des­
cribiendo su naturaleza y evolución y señalando las perversiones o formas
aberrantes que podrían adoptar: la tiranía o dictadura es una degeneración
de la m onarquía, la oligarquía de la aristocracia y la anarquía de la demo­
cracia. Desde entonces el concepto de dictadura aparece como una forma
espúrea de gobierno. Es preciso reconocer, sin embargo, que el análisis de
estos autores y posteriorm ente de los liberales que siguieron una línea simi­
lar, no es puram ente formal: a cada tipo de gobierno correspondía lo que
im precisamente llam aban su “espíritu” particular, y este “espíritu” guardaba
estrecha relación con las costumbres y hábitos sociales de la población. El
“espíritu” daba vida al régim en 13.
En la república rom ana la dictadura poseía un origen jurídico, y por
ello adquirió cierta pátina de legitim idad. La entrega del poder del Estado
al dictador era decidida librem ente por las instituciones republicanas como
u na m anera de enfrentar algún peligro inm inente. La dictadura era: a) un
régim en de excepción caracterizado por el poder personal. El dictador se
identificaba con el Estado y por su voluntad se expresaba —supuestam ente—
el pueblo ciudadano; b) la dictadura se justificaba como m edida transitoria
frente a una amenaza grave a la república, y duraba m ientras ésta subsis­
tiera; c) el poder del dictador era omnímodo, pero encuadrado adentro de
ciertos lineam ientos jurídicos fundam entales. Posteriorm ente, en cambio, la
dictadura perdió todo fundam ento legal. Los dictadores invocaban —e invo­
can— la voluntad popular para vulnerar el régim en jurídico, calificando a
su arbitrio las circunstancias excepcionales que justificarían su pretensión
de asumir el poder. La dictadura, en cuanto forma autocrítica de gobierno,
se im pone por la violencia y perdura m ientras subsista la fuerza.
T a l como decíamos anteriorm ente, M arx y Engels no se referían a un
tipo específico de régimen político cuando hablaban de la dictadura del
proletariado, sino al aspecto político de una determ inada relación estructu­
ral caracterizada por la hegemonía del proletariado. Incluso más: por su pro­
pia naturaleza, la dictadura del proletariado excluye la autocracia política.
Consecuente con lo anterior, la dictadura del proletariado puede asu­
m ir diversas y m últiples formas de gobierno 14, según sean las condiciones
de cada revolución socialista. En los tiempos de la revolución bolchevique,
se había conocido solamente una experiencia concreta de dictadura obrera:
la C om una de París. Engels term inaba su famosa Introducción a La Guerra
Civil en Francia con el siguiente párrafo: “U ltim am ente, las palabras ‘dicta­
d ura del proletariado’ han vuelto a sum ir en santo horror al filisteo social-
demócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dic­
tadura? M irad a la Com una de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!”.
Es decir, ¿queréis un ejemplo de dictadura del proletariado?, pues ahí lo
tenéis; ¿queréis saber cómo puede ser su faz, cuáles son sus mecanismos
políticos?, ved la Com una de París. Difícil sería im aginar una forma más

13 En u n interesante estudio sobre M ontesquieu, L. A lthusser sostiene que existe una dialéctica en
germ en en tre el régim en de gobierno y e l e sp íritu q u e lo anim a, dialéctica que, pasando por
Hegel, llegó a M arx en la contraposición en tre sociedad civil y Estado, entre infra y sobreestructura.
14 “ Las form as de los Estados burgueses son ex traordinariam ente diversas, pero su esencia es la
misma: todos esos Estados son, bajo u n a form a o bajo o tra, pero, en últim a instaincia, necesaria­
m ente, u n a dictadura de la burguesía. La transición del capitalism o al com unism o no puede,
n atu ralm en te, p o r menos de pro p o rcio n ar u n a enorm e abundancia y diversidad d e formas p o lí­
ticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariam ente u n a: la dictadura del proletariado” .
V. I. L enin. El Estado y la revolución.
“ T a n to más diferentes son, pese a su hom ogeneidad en lo fundam ental, las formas políticas en
los países im perialistas avanzados: los EE. U U ., In g laterra, Francia y Alemania. La mism a diversi­
dad aparecerá en el cam inor q ue h a de recorrer la h u m an idad desde el im perialism o de hoy hasta
la revolución socialista d e m añ an a” .
V. I. L enin. Sobre la caricatura. del m arxism o y el econom ism o im perialista.

11.-CEREN 161
democrática de gobierno que la de la Comuna. T odo el énfasis fue puesto
en la elim inación de los mecanismos burocráticos del Estado burgués y su
reemplazo por nuevas formas institucionales de poder popular.
Este prim er intento revolucionario marcó profundam ente el pensamien­
to de M arx y la práctica revolucionaria. Mostró las equivocaciones de diver­
sas tendencias socialistas desviadas, como, por ejem plo, el anarquism o y las
teorías de P roudhon y Blanqui. Con posterioridad a la Comuna, las revolu­
ciones socialistas triunfantes han buscado instaurar la dictadura del prole­
tariado siguiendo diversos caminos y m odalidades: el más rico en experiencia
ha sido el sistema de los soviets.
Sin em bargo es preciso confesar que estas experiencias —quizás por las
circunstancias históricas en que tuvieron lugar— han adoptado formas insti­
tucionales no siempre exentas de autoritarism o. T a l vez esto se deba, entre
otras razones, a la subsistencia inerte de algunas manifestaciones de las rela­
ciones sociales capitalistas, que perm anecen pese a la apropiación colectiva
de los medios de producción esenciales, subsistencia que es reforzada por el
no cuestionam iento de la orientación del proceso técnico-económico y por
el m antenim iento de las formas “instrum entales” —tanto m ateriales como
organizativas— inherentes a ese proceso: en vez ele dar un salto cualitativo
hacia un nuevo tipo de civilización, se pretende superar al capitalismo den­
tro de su propia lógica.
Cada revolución socialista tiene el derecho y la obligación de crear la
forma de gobierno a través de la cual se ejercerá del m odo más claro y defi­
nitivo posible la hegemonía política del proletariado. No hay dogmas. No
hay modelos preestablecidos. No hay recetas. Sólo la libertad creadora de
las masas que, conforme a las particularidades de su experiencia de lucha,
determ inará el sistema político más adecuado a cada situación y etapa his­
tóricas.

II.—En segundo lugar, la dictadura proletaria constituye una situación


infinitam ente más democrática que cualquiera otra que haya existido con
anterioridad. Sobre este punto es preciso hacer una reflexión más general.
Cuando hablamos de democracia hacemos referencia tanto a la situación
estructural de la sociedad cuanto a su régimen político. Cuando hablamos
de democracia lo hacemos en el entendido de un proceso que tiende hacia
la democracia, en los hechos y en la mente, en el ser y en la conciencia.
En ese proceso, todo sistema democrático aparece como algo relativo, parcial,
lim itado, superable. La plena democracia consiste en una form a de vivir y
hacer la historia caracterizada por la libertad. Políticam ente es el autogo­
bierno, en el cual sujeto y objeto de la política se confunden. Es la forma
de sociedad que Rousseau buscaba equivocadam ente m ediante el contrato
social: una asociación libre en lá cual cada individuo al entregar sus bienes
y su libertad a la sociedad, los recuperaba plenam ente; es la sociedad com u­
nista que M arx im aginó como un inmenso y universal Robinson social, una
vez superada definitivam ente “la subordinación esclavizadora de los indivi­
duos a la división del trabajo”, sociedad en la que “la libertad de cada uno
será la condición de la libertad de todos”.
No es utopía en sentido estricto. Es la constatación de una ley histórica
que apunta hacia la plena democracia. La democracia en plenitud es una
categoría “trascendental”, es decir, una realidad que sólo puede ser pensada
y vivida más allá de los límites de la historia, fuera de la tem poralidad.
Estas palabras son sin duda desconcertantes. Evocan de inm ediato las tradi­
cionales oposiciones del pensam iento m ítico (tierra y cielo, aquí y más allá).
Sin embargo, al calificar de trascendental la democracia, queremos significar

162
que su factibilidad exige la superación cualitativa de esta historia y de esta
tem poralidad, que ella trasciende, por decirlo así, la actual forma de ser
-en- el- m undo del hom bre, y que esa trascendencia adviene del propio pro­
ceso histórico, que lleva en sí la virtualidad de la “form a perfecta del m un­
do” (E. Bloch). Esa virtualidad no puede llegar a ser más que gracias al
principio de transform ación de la cantidad en cualidad, de donde resulta
falso suponer que la perfección política será el resultado del m antenim iento
y funcionam iento más eficaz de una dada realidad estructural; la eficiencia
estructural conducirá necesariamente hacia formas diferentes y más perfec­
tas de organización o, incluso, al desaparecim iento de la estructura como
exigencia de una historia alienada. Por otra parte, la trascendencia no está
fuera de la inm anencia, pues si así fuese ni siquiera podríam os pensarla.
La experiencia crítica m ediante la cual asumimos existencialm ente el pro­
ceso de totalización histórica, nos revela una realidad verdadera que late y
palp ita dentro del m undo. N egando la negación del ser, negándola determ i­
nadam ente, se constituye el ser y el tiempo. La dialéctica tiene una dim en­
sión trascendental porque la historia tam bién la tiene 15.
El largo período que m edie entre la sociedad capitalista y la total tras-
cendentalidad del ser y el autogobierno libre de los hombres, en cuyas p ri­
meras etapa» existirá la dictadura del proletariado, supone, con respecto a
la situación “dem ocrática burguesa”, un gran avance. En efecto, la dictadura
del proletariado es la democracia popular. Refiriéndose a la oposición que
Kautsky establece entre dictadura y democracia y que Rosa Luxenburgo
achaca, aunque equivocadamente, tam bién a los bolcheviques, ella afirm a
que el proletariado debe “ejercer la dictadura, pero una dictadura de clase,
no de un partido o de una corte; u n a dictadura de clase, es decir, una dicta­
dura que se ejerce con la mayor apertum posible, con la participación activa
sin obstáculos, de las masas populares en una democracia sin límites”. “En
cuanto marxistas, no hemos sido jam ás idólatras de la democracia form al”,
escribe Trotski. “Es verdad, nunca hemos sido idólatras de la democracia
formal. Pero tampoco hemos sido idólatras del socialismo o del m arxism o. . .
No hemos idolatrado la democracia formal, esta frase sólo tiene un sentido:
distinguim os siem pre el nudo social de la form a política de la democracia
burguesa, hemos separado siempre el áspero corazón de desigualdad y servi­
dum bre sociales que se esconde tras la cáscara azucarada de la igualdad y
la libertad formales", no para rechazar estas últim as, sino para incitar a la
clase obrera a no contentarse con la cubertura, a conquistar el poder polí­
tico para llenarla de un nuevo contenido social: la tarea histórica del prole­
tariado una vez que toma el poder en sus manos, es reemplazar la democra­
cia burguesa por la democracia socialista y no suprim ir toda democracip.
La democracia socialista no comienza solamente en la ‘tierra prom etida’,
una vez que ha sido creada la infraestructura de la economía socialista, no
es un regalo de Navidad listo para el pueblo bueno que, entre tanto, ha
sostenido fielm ente a un puñado de dictadores socialistas. La democracia
socialista comienza con la destrucción de la hegem onía de clase y la cons­
trucción del socialismo. Comienza con la toma del poder por parte del p ar­
tido socialista. Ella no es otra cosa que la dictadura del proletariado” ls.
No está de más recordar que son numerosos los pasajes en que L enin
afirm a categóricamente el carácter insuperablem ente más democrático del
Estado durante la construcción del socialismo en relación con el más cierno-

15 Para u n a m ayor profundización de este p u n to , puede verse el libro Ideologías del desarrollo y
dialéctica de la historia de F. H inkelam m ert. E. Paidos.
16 Rosa Luxenburgo, op. cit., p p . 87-8.

163
crático de los regímenes burgueses. Y es im portante destacar que al refe­
rirse a las formas del poder soviético, L enin lo hace argum entando desde el
p u n to de vista de la m ejor democracia posible en esa etapa. En efecto,
afirm aba:
“El carácter socialista de la democracia soviética —es decir, proletaria,
en su aplicación concreta presente— consiste, prim ero, en que los electores
son las masas trabajadoras y explotadas, quedando excluida la burguesía;
segundo, en que desaparecen todas las formalidades y restricciones burocrá­
ticas en las elecciones: las propias masas determ inan las normas y el plazo
de las elecciones, gozando de plena libertad para revocar a los elegidos;
tercero, en que se crea la m ejor organización de masas de la vanguardia
trabajadora, del proletariado de la gran industria, la cual le perm ite dirigir
a las más vastas masas de explotados, incorporarlas a u n a vida política inde­
pendiente y educarlas políticam ente sobre la base de su propia experiencia;
en que, de este modo, se aborda por vez prim era la tarea de que la pobla­
ción en su totalidjad aprenda a gobernar y comience a gobernar”.
“Tales son los principales rasgos distintivos de la democracia aplicada
en Rusia, que constituye el tipo superior de democracia, que significa la
ru p tu ra con la deform ación burguesa de la misma y el paso a la democracia
socialista y a condiciones que perm itan el comienzo de la extinción del Es­
tado”.
Como puede verse, la dictadura del proletariado no se lim ita a un sim­
ple cambio en el grupo o clase gobernante. El cambio de las relaciones de
clase se traduce en una superación definitiva de la democracia formal, de la
contradicción entre el corazón autoritario de la sociedad capitalista y la for­
ma dem ocrática que a veces asumen las instituciones políticas liberales, cons­
truyendo —desde los inicios— una sociedad cuyo sujeto sea el pueblo sobe­
rano, que se expresa políticam ente m ediante el ejercicio del poder a través
de un régim en de gobierno lo más democrático posible, posibilidad que está
determ inada por las condiciones objetivas del país. Es así como la construc­
ción socialista ap u n ta tendencialm ente hacia el autogobierno y la supera­
ción del Estado.

III.—En tercer lugar, es preciso insistir en que, por ser el pueblo el


protagonista del proceso revolucionario, las masas organizadas deben ejercer
el poder y participar activamente en la adm inistración del Estado, en los
m anejos de la “res pública”. La revolución es un amplio, fenómeno de m a­
sas, desencadenado una vez que m aduran las contradicciones estructurales
de la vieja sociedad, contradicciones que form an parte de la existencia de
los hombres que protagonizan la revolución. El marxism o nada tiene en
común con las teorías de B lanqui y sus manifestaciones posteriores, que con­
ciben la revolución como un “golpe de Estado” realizado por una m inoría
audaz. Engels se refería a la derrota de los blanquistas en la Com una de
París en los siguientes términos: “No fue m ejor la suerte que corrieron
los blanquistas. Educados en la escuela de la conspiración y m antenidos en
cohesión por la rígida disciplina que esta escuela supone, los blanquistas
p artían de la idea de que un grupo relativam ente pequeño de hom bres de­
cididos y bien organizados estaría en condiciones no sólo de adueñarse en
un m om ento favorable del tim ón del Estado, sino que,- desplegando una ac­
ción enérgica e incansable, sería capaz de sostenerse hasta lograr arrastrar
a la revolución a las masas del pueblo y congregarlas en torno al puñado
de caudillos. Esto llevaba consigo, sobre todo, la más rígida y dictatorial
centralización de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucio­
n ario”. B lanqui tiene una visión elitaria y aristocratizante de la historia.

164
Existe una relación estrecha entre la concepción que se tenga del pro­
ceso revolucionario en la etapa de la conquista del poder y la form a que
asum irá el poder revolucionario. En efecto, si se piensa, como B lanqui y sus
seguidores, que la revolución es obra de una m inoría en nom bre de los inte­
reses generales del pueblo, no cabe duda de que será exclusivamente esa m i­
noría la que accederá al poder y lo ejercerá con prescindencia de las grandes
masas; en cambio, si se sostiene que el proceso revolucionario es obra de una
clase social organizada y consciente, el nuevo poder revolucionario será de­
m ocrático en cuanto tendrá una am plia base de sustentación y participarán
directam ente en su ejercicio las organizaciones del pueblo. La prim era con­
cepción desemboca en el “despotismo ilustrado”, en que un grupo se auto-
erige en portavoz de los intereses del pueblo; la segunda, en una democracia
de nuevo corte, donde tienda a ser cada vez mayor la participación populai
en el poder.
Es preciso reconocer que durante la prim era fase de la construcción so­
cialista el Estado subsiste y adquiere un papel relevante. En este período se
m antiene todavía la subordinación del trabajador a su función y, por tanto,
aún no existe una total identidad entre racionalidad y libertad. Marcuse
sostiene que en u n comienzo “el modo racional de desarrollar la sociedad
está en conflicto con el desarrollo del individuo por sí mismo. El interés de
la totalidad exige todavía el sacrificio de la libertad, y la justicia para todos
todavía im plica injusticia” 17. T odo lo cual se traduce en la subsistencia de
una especialización funcional del poder encargado de coordinar la división
del trabajo y de com patibilizaren la práctica la racionalidad con la libertad,
hasta que se creen las condiciones que perm itan superar la etapa inicial de
la construcción socialista.
La contradicción básica de la sociedad de clases radica en la distinción
estructural entre quienes trabajan y producen y quienes, en cambio, coor­
dinan el trabajo ajeno y se apropian de su producción. El origerí^de las
clases hay que buscarlo en esta separación, que no podría ser tal si no se
relacionaran los polos de la contradicción a través de cambiantes y variadas
formas institucionales (las relaciones de parentesco en las tribus prim itivas,
el sistema esclavista, la propiedad feudal, el Estado en el modo de produc­
ción asiático y la propiedad privada en el capitalismo). La revolución pro­
letaria expresa históricam ente el esfuerzo colectivo por superar la estructura
de clases de la sociedad. Este esfuerzo tiende al mismo tiem po a liberar al
individuo de su subordinación a una racionalidad social que le es ajena.
Individuo y sociedad logran su unidad. Este planteam iento está presente
desde que se agita la prim era bandera revolucionaria, se proclam a la prim era
consigna proletaria o se reúne por vez prim era el pueblo con objetivos de
liberación. No obstante, en el áspero camino que se inicia con la revolución
—sim ilar a la travesía del desierto por parte del pueblo judío una vez aban­
donada la dom inación faraónica— subsistirán elementos de la antigua situa­
ción y constantem ente asecharán posibles desviaciones, que es fuerza com­
b atir y prever. El becerro de oro reviste nuevas y atrayentes formas.
T a l cosa puede ocurrir con la división social clel trabajo y el Estado que
pasa a ser el instrum ento institucional fundam ental en su coordinación. De
donde aparece claram ente la im portancia de que los productores directos
—los trabajadores— sobrepasen los estrechos límites de la división social del
trabajo hasta llegar a ser el Estado.
La subsistencia del Estado y la im portancia que adquiere durante este
período, exige poner el acento en la transform ación no sólo de su n atu ra­

17 E l m arxism o soviético, Ed. R evista de O ccidente. M adrid, 1967, p p . 41-2.

165
leza o contenido de clase —lo que viene asegurado por el propio proceso
revolucionario—, sino tam bién de su instrum entalidad institucional a través
de la cual cum ple sus nuevas funciones.
U no de los peores males, heredados del Estado liberal, es la burocracia,
cuadro adm inistrativo autónom o e independiente del pueblo, m ediante el
cual la clase dom inante ejercia el poder. La burocracia tiene su origen en
la tajante separación que existe en el capitalism o —y particularm ente en el
de Estado— entre la función pública, sea legislativa, adm inistrativa o ju d i­
cial, y el pueblo form alm ente reconocido como soberano. El poder se con­
vierte en servicio público y la ciudadanía en beneficiaría o consum idora de
ese servicio.
La burocracia, en el sistema capitalista no está controlada. Es irrespon­
sable y servil: es el instrum ento de la clase dom inante. En El 18 de Brumario
de Luis Bonaparte, M arx describe el burocratism o del Estado burgués, so­
bre todo cuando el poder radica fundam entalm ente en los órganos ejecutivos.
El extrem o burocratism o va acompañado siempre del militarism o. U na vez
acontecida la toma del poder, el m ovimiento revolucionario se encuentra
con un Estado alejado de las masas, acostum brado a operar exclusivamente
a través de funcionarios. Debe, entonces, comenzar la difícil tarea de des­
m ontar la burocracia perm itiendo el más amplio acceso de las masas a los
centros de decisión del Estado, lo cual supone transform ar sustancialm ente
las instituciones tradicionales del régim en político burgués. No sólo el par­
lam ento. T am bién la adm inistración pública y la justicia. Y por cierto el
sistema educacional.
La burocracia capitalista implica:
a) La existencia de una ideología tecnocrática que identifica el pro­
greso con la prolongación cuantitativa de la situación existente: el m ito del
crecimiento sin limites dentro de los marcos institucionales de la sociedad;
b )'U n a relación entre individuo y Estado sem ejante a la que existe en­
tre el consum idor y el productor. El Estado produce viviendas, educación,
tecnología, derecho, adm inistración de justicia y cárceles, produce salud y
transporte, y el individuo consume todos esos servicios y bienes;
c) La democratización de la sociedad es buscada m ediante la m era ex­
tensión de esos servicios, para lo cual hay que aum entar su eficiencia y, por
ende, sacrificar cada vez más a los productores directos:
el) En fin, se arrebata al hom bre toda posibilidad de decidir su vicia y
la de la sociedad, las que se encuentran “program adas” técnicam ente en for­
m a independiente a su voluntad: el hom bre es tam bién un producto tecno­
lógico.
El infinito negativo: burocracia, tecnocracia, sociedad de mercancías,
crecim iento falso de las fuerzas productivas.
La única form a efectiva de com batir el burocratism o es incorporando
las masas directam ente al ejercicio del poder en todos los niveles. Esta ta­
rea recibe en la actualidad el nom bre de participación. El térm ino no deja
de ser equívoco, pues puede dar la im presión —y en tal sentido lo utiliza
la derecha— de que el pueb'o clebe “p articipar” en un poder que sigue per­
teneciendo fundam entalm ente a otros, es decir, que clebe aparentem ente
participar con el objeto de m origerar las contradicciones de clase surgidas
de una estructura de explotación. La izquierda habla de participación, en
cambio, no porque sostenga la existencia y m antención de un poder estruc­
turado a espaldas del pueblo, sino porque, pese a que éste asume la hege­
m onía política, el problem a de establecer la forma de su ejercicio supone
la subsistencia du ran te un largo período del Estado y sus cuadros burocrá­
ticos. La democracia directa y total es im posible en un prim er momento.

166
D : allí, pues, que la participación sea la forma concreta de ir logrando y
-'.-ju ra n d o la hegemonía proletaria. Esta participación, como puede verse,
::ene un sentido radicalm ente diferente al prim ero. No es un paliativo pa­
ra evitar la tom a del poder por el pueblo, sino, por el contrario, la forma
específica en que éste ejerce el poder.
La participación revolucionaria exige:
a) Cam biar las metas que perseguía la vieja sociedad, estableciendo re­
laciones sociales hum anas que perm itan redefinir el sentido, el ritm o, la
m odalidad y los objetivos de lo que estamos acostumbrados a llam ar “cre­
cim iento económico”;
b) Establecer limites al “crecim iento” y al “progreso tecnológico”, lím i­
tes que provienen de la combinación de dos factores: el estado de civiliza­
ción que se tiene y el que se pretende alcanzar en un plazo tam bién lim ita­
do, y, por otra parte, las exigencias provenientes del acento puesto en la ne­
cesidad de establecer relaciones sociales hum anas (convivíales). U na socie­
dad no puede hacerlo todo para todos. Hay q u e lim itar ciertas formas de
falso crecimiento y progreso para asegurar a todos la mayor igualdad en la
conquista del infinito verdadero;
c) Crear fprmas tecnológicas y sistemas de producción que puedan ser
controlados por la clase obrera. La tecnología y las formas de producción
en serie surgidas de la industrialización capitalista, someten los productores
a la lógica de la m áquina. La m áquina que sustituye el trabajo denigra al
hom bre. La m áquina debe prolongar y m ultiplicar el trabajo hum ano en
condiciones tales que sea expresión verdadera de su creatividad. Vuelve a
surgir el problem a de los instrum entos o herram ientas (tools) y el de los in­
centivos a la producción, que no deben ser ni m ateriales ni morales, sino
placenteros. El trabajo ha de asemejarse cada vez más al juego y la tecnolo­
gía, al arte;
d) C am biar la relación individuo-Estado en térm inos tales que aum en­
te constantem ente el ám bito del poder del pueblo en detrim ento del sistema
burocrático, lo que supone un enfoque diferente de los problem as socia­
les: vivienda, salud, transporte, justicia, educación, etc. Sólo así el socialis­
mo podrá ser tal, abriendo paso a formas directas de autogobierno y devol­
viendo a los hom bres el ejercicio de sus derechos fundam entales;
e) Desprofesionalizar la cultura y el saber, elem ento esencial de la de­
mocratización. H ay que elim inar la separación entre el trabajo m anual y el
trabajo intelectual y la discrim inación clel prim ero, lo cual exige una trans­
formación total ele la educación en la sociedad.
T odos estos elementos dan contenido real a la libertad y a la sobera­
nía del pueblo sobre la historia. Para lo cual no sirve el Estado liberal-ca­
pitalista.
Quizá ahora puedan entenderse m ejor las afirmaciones de los marxis-
tas en el sentido de que el m ovim iento revolucionario debe “desm ontar” e
incluso “destruir” el aparato estatal heredado de la burguesía. En la intro­
ducción a La Guerra CÁvil en Francia, Engels sostiene: “La C om una tuvo
que reconocer desde el prim er m om ento que la clase obrera, al llegar al
Poder, no puede seguir gobernando con la vieja m áquina del Estado, que
para no perder de nuevo su dom inación recién conquistada, la clase obrera
tiene, de una parte, cpie barrer toda la vieja m áquina represiva utilizada
hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios
diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables
en cualquier m om ento”.
D urante la construcción socialista, sin embargo, la burocracia puede
llegar a tener intereses propios distintos del pueblo, emanados del control

167
que ejerce sobre la división social del trabajo. Es verdad que no llega a cons­
titu ir las más de las veces una clase, pero no se puede negar que existe en
su situación de privilegio dentro del aparato estatal, si no se tom an las pre­
cauciones aconsejadas por Engels, la virtualidad de poder llegar a consti­
tuirse en clase dom inante. Su m anejo del Estado puede servirle para apro­
piarse directa o indirectam ente del excedente, ejerciendo el poder a espaldas
de las masas. Muchos críticos del socialismo han com parado algunos regí­
menes socialistas existentes con el m odo de producción asiático analizado
por M arx, en el cual no había propiedad privada de la tierra y, no obstan­
te, existía un fuerte “despotismo estatal” que capitalizaba, invertía y u tili­
zaba en beneficio propio el excedente producido por el trabajo de todos. No
cabe duda de que las condiciones son muy distintas en ambos casos desde
todo pu n to de vista; pero es verdad que la apropiación social de la riqueza,
m ientras no sea realizada directam ente por los productores, sino a través de
una estructura de poder estatal, puede sufrir distorsiones que engendren
nuevas relaciones de dom inación clasista.
La lucha contra el burocratism o es garantía de socialismo. Su realiza­
ción exige cuando menos:
a) Reconocim iento del principio de representación cuando no sea posi­
ble establecer gérmenes de autogobierno, de m anera que la participación
del pueblo en el poder se haga siguiendo criterios efectivamente dem ocráti­
cos. En este punto es fundam ental hacer referencia a los mecanismos y sis­
temas de elección, a fin de que se asegure que los “diputados, delegados y
representantes” interpreten fielm ente el sentir popular. M ucho se insiste
en la revocabilidad de todos los m andatos y en la extensión de la represen-
tatividad a las esferas judiciales y educacionales;
b) L a más am plia y total inform ación del pueblo respecto a todos los
asuntos públicos, elem ento esencial de la educación política de una nación
que perm ite el control efectivo del pueblo sobre el Estado. Lenin afirmaba:
“El viejo poder desconfiaba constantem ente de las masas, tem ía la luz y se
m antenía en pie con ayuda de la m entira. El nuevo poder, la dictadura de
la enorme mayoría, podía m antenerse y se m antenía exclusivamente con ayu­
da de la confianza de las grandes masas, porque incorporada a éstas, de la
m anera más libre, más am plia y más activa, a la participación en el poder.
N ada de oculto, nada de secreto, nada de reglamentos, nada de form alida­
des . . . Es un poder abierto para todos, que lo hace todo a la vista de las
masas, accesible a ellas, dim anante directam ente de ellas, es un órgano di­
recto e inm ediato de la masa popular y de la voluntad 'de ésta”.
c) Reglam entación estricta de las condiciones de trabajo de los funcio­
narios públicos, particularm ente de sus remuneraciones. No deben ser cas­
ta privilegiada.
El proceso de participación popular debe ser sancionado por la ley, no
en forma rígida, pero sí clara y precisa. La ley debe recoger la experiencia
que sobre la m ateria acum ulen los trabajadores. Se podrá com prender m e­
jo r entonces la razón por la cual el Presidente A llende afirm a que el p rin ­
cipio de legalidad subsiste en el socialismo m ientras se m antenga la distin­
ción entre gobernantes y gobernados, es decir, m ientras sea' necesario un ré­
gimen de participación popular. La legalidad es garantía, en estas nuevas
circunstancias, de un poder no arbitrario y de racionalidad de la vida so­
cial, pues se establecen normas claras a las que deben ajustarse las accio­
nes jurídicam ente relevantes.
La independencia de la burocracia engendra los peores males. Cabe
aquí recordar cómo Lenin luchó siempre contra la autonom ía de la adm i­
nistración, tanto en el Estado como en el partido. C uenta Trotsky que Lenin

168
vivió los últim os meses de su vida bajo la angustia de ver la forma en que
Stalin, a la sazón Secretario General del partido, m ontaba una m aquinaria
burocrática a espaldas de las instancias de decisión política, y cómo u tili­
zando los recursos adm inistrativos se iba apoderando del poder. En su tes­
tam ento Lenin llega a afirm ar que es preciso remover a Stalin y anterior­
m ente había propuesto una reorganización sustancial del partido y del Es­
tado tendiente a evitar toda desviación burocrática. La m uerte lo sorpren­
dió con la tarea inconclusa.

IV.—Por lo general se asocia la dictadura clel proletariado con la violen­


cia. No faltan algunos textos de M arx, Engels y L enin que abonan esta po­
sición. Es un problem a abierto.
No podemos entrar aquí a un análisis más o menos porm enorizado del
tema. Baste sim plemente recordar:
a) La polém ica de Engels con D uhring sobre el papel de la violencia en
la historia, en la que aquél sostiene que no es la fuerza la prim era causa
de la historia y de la relación hum ana, sino el trabajo 18. La violencia no
tiene la palabra decisiva en los fenómenos políticos;
b) La lucha de clases no es sinónimo de enfrentam iento violento, ni
menos armado. La lucha de clases asume m últiples y variadas formas y su
intensidad en el período revolucionario no supone fatalm ente la guerra
civil;
c) Específicamente en política la violencia ha llegado a ser sinónimo de
utilización de las armas, que en realidad no es más que una m anifestación
de la misma. El debate sobre la lucha armada, surgido en América latina a
p artir de la revolución cubana, se plantea hoy en térm inos estratégicos por
los diferentes grupos revolucionarios. Se ha perdido el fanatism o del prim er
momento. Las cosas han vuelto a su lugar. Hay discrepancias, pero ellas se
ubican en el plano político y no en el cielo metafísico;
d) Es im portante reconocer la diversidad de formas de lucha habidas
en el presente siglo. Se puede recordar el m ovim iento pacifista de Gandhi,
de L u th er King y otros; la lucha violenta de Argelia y las teorías de Franz
Fanón; los movimientos de liberación nacional encabezados —principalm en­
te en el M edio O riente— por grupos de oficiales progresistas; y las expe­
riencias españolas, china, cubana y vietnam ita. A hora Chile. No hay cabida,
pues, para posiciones rígidas;
e) Por últim o, es preciso dejar muy en claro que la' exaltación de la
violencia como form a ele realización hum ana, filosófica y políticam ente per­
tenece al fascismo;
f) El cristianismo nunca ha sido ni puede ser pacifista. Hay una larga
tradición de lucha en contra de la opresión que justifica en determ inadas
circunstancias recurrir a la violencia. Sólo para referirnos a un docum ento
oficial, podemos citar el de los Obispos latinoam ericanos en M edellín, don­
de al denunciar ‘‘la violencia institucionalizada” advierten la posibilidad de
u na contra-violencia revolucionaria. O bviam ente se inclinan —como cual­
quiera persona con sano criterio— por una solución no violenta del proble­
m a latinoam ericano, pero no excluyen del horizonte político la insurrec­
ción popular.
T res son los momentos principales en que se topan revolución y vio­
lencia:

18 La relación q u e existe e n tre los dos elem entos de la dialéctica hegeliana —el trab ajo y la lucha—,
elem entos esenciales en la constitución del hom bre, no es algo fácil de establecer, y menos aún
la form a en q u e M arx reelaboró el tem a. No obstante, ambos elem entos son indispensables en la
dialéctica.

169
1 —La toma del poder. Teórica y prácticam ente es factible la conquis­
ta del poder m ediante el empleo de los mecanismos contem plados por el
sistema democrático burgués. No significa esto que la vía sea “pacífica”,
que no haya lucha de clases y que incluso no surjan focos parciales de vio­
lencia física; significa únicam ente que el camino electoral puede llegar a
ser expedito para que el pueblo alcance el poder;
2.—La llamada “destrucción” del Estado burgués. Es obvio, como hemos
visto, que el m ovim iento revolucionario no puede lim itarse a adm inistrar
el estado burgués en su beneficio: debe transform arlo para poder realizar
la revolución o, m ejor dicho, la propia construcción socialista supone la
“destrucción” de la m aquinaria estatal, alterando la actual relación Estado-
individuo.
En numerosos pasajes Engels y L enin hablan de que esta destrucción
debe ser “violenta”. Pero este no es ni puede ser un axioma. Lo fundam ental
es reconocer la im portancia que atribuyen a la transform ación profunda de
la estructura estatal, tanto en su contenido de clase, cuanto en la form alidad
de sus instituciones políticas. D entro del segundo camino hacia el socialis­
mo esta transform ación se realiza siguiendo los cauces jurídicos preestableci­
dos. El derecho no es el principal obstáculo a la revolución. El factor real­
m ente decisivo es la correlación de fuerzas que existe en cada m om ento del
proceso revolucionario.
Destrucción llega a ser sinónimo de transform ación y la violencia, algo
accidental, circunstancial.
3.—El ejercicio del poder revolucionario. El poder debe ser dem ocrá­
tico, según lo hemos visto anteriorm ente. Pero el poder revolucionario pue­
de suponer una cierta restricción de las libertades públicas, la que incluso
contem pla la legislación burguesa. El poder revolucionario no supone nue­
vam ente la violencia ni la represión.
Sin quererlo tocamos, aunque sea tangencialm ente, un problem a deli­
cado y complejo: la intim idación como arm a política. La intim idación con­
siste en la acción de amenazar —directa o indirectam ente— al adversario
con un mal futuro posible a fin de provocar una conducta determ inada de
su parte. D entro de los análisis de la ciencia política funcionalista ocupa un
lugar im portante el estudio del binom io investigación-respuesta, estructura
básica de la acción política. En la m ateria que nos ocupa la instigación va
acom pañada de intim idación. Es una situación extrem a, pero no descarta-
ble. Como alguien dijo, ha habido revoluciones que han fracasado porque
tuvieron miedo de infundir miedo en sus enemigos. El miedo desarma. No
debemos olvidar, por otra parte, que la clase dom inante se especializa en
el uso del “terro r”: el fantasm a del comunismo es u n buen ejemplo.
Hay momentos en que el poder revolucionario puede legítim am ente
utilizar la intim idación. El problem a radica en que ello no puede conver­
tirse en práctica perm anente. El terror tiene su propia lógica: se vuelve in­
cluso en contra de quienes lo utilizan sistemáticamente. Produce inseguri­
dad general para todos los ciudadanos. El stalinismo alcanzó esas caracte­
rísticas; el nazismo las tuvo desde sus inicios.
N i violencia, ni intim idación, ni terror pueden ser el eje de una polí­
tica de liberación, aunque aparezcan como legítim a reacción ante un siste­
ma que de suyo es violento, recurra a la intim idación y siembre el terror.

V.—La duración del período de transición no puede ser preestablecida.


Depende, en definitiva, del estado inicial de desarrollo de la sociead en que
la revolución ocurre, de las condiciones en que ésta se desenvuelve y de las
metas que se proponga lograr. M ientras mayor sea el nivel de desarrollo del

170
capitalismo, más corto será el período de construcción socialista; en cambio,
cuando la revolución va acom paña del subdesarrollo la transición exige un
esfuerzo suplem entario; la lucha contra el im perialism o y la miseria. Fidel
Castro ha llegado a decir que es más fácil hacer la revolución que ganar la
batalla contra el subdesarrollo. En este caso el proceso revolucionario se en­
carna en un m ovimiento de liberación nacional, cuya tarea consiste en in ­
troducir profundas transformaciones estructurales al tiem po que hacer cre­
cer la economía. No hay nada que desgaste más una revolución que la m an­
tención de condiciones infrahum anas de vida. La liberación no es algo abs­
tracto: incide en la form a de vivir del pueblo, condicionada por las posibi­
lidades económicas del país.
Hay, pues, dos tipos de revoluciones socialistas, según Monde tengan
lugar: si en el polo desarrollado o en el subdesarrollado del macrosistema
capitalista internacional.
Esta “tipología” corre el riesgo del esquematismo. Parece hacer caso
omiso de la com plejidad histórica. Trotsky, analizando la revolución rusa,
habla de un fenómeno general al desarrollo histórico de cualquiera socie­
dad: la desigualdad de grados de desarrollo de los diferentes aspectos de la
realidad y la combinación (le elementos correspondientes a distintos estadios
de evolución o progreso históricos. Es la ley del desarrollo desigual y com­
binado, que se m anifiesta especialmente en lo que solemos denom inar so­
ciedades atrasadas, que asimilan los adelantos alcanzados por otras culturas
m anteniendo su estructura tradicional. Es preciso hacer mención a un can­
dente problem a: la posibilidad de que una sociedad precapitalista y, por
tanto preindustrial, pueda lograr el socialismo quem ando etapas, aprove­
chando justam ente la ley del desarrollo desigual. N orm alm ente, sin em bar­
go, se considera imposible ir hacia el socialismo obviando el camino de la
industrialización surgida conjuntam ente con el sistema capitalista. Pero dos
hechos nuevos han puesto en cuestión este principio: la crisis del capitalis­
mo de opulencia e incluso de algunos regímenes socialistas que han intensi­
ficado la industrialización sin modificaciones cualitativas, y la búsqueda de
nuevas formas socialistas por parte de países africanos y asiáticos, que pre­
tenden aprovechar sus respectivas organizaciones tribales o tradicionales de
corte “com unista”.
T a l como veíamos, la crítica al capitalism o ha alcanzado al sistema in­
dustrial de producción, principalm ente por las contradicciones generadas
por el tipo de progreso tecnológico que le es propio. De aquí surge una nue­
va corriente que, inspirándose en M arx y recogiendo la experiencia del cre­
cim iento técnico indiscrim inado, pone el acento en las relaciones sociales
de producción, en la búsqueda de una form a hum ana de obtener el incre­
m ento de las fuerzas productivas, en privilegiar sistemas de producción de
valor de uso sobre los de valor de cambio. Esta nueva posibilidad se ha ju ­
gado en parte en China, y en un próxim o futuro se jugará en las diversas
formas del socialismo africano, latinoam ericano o asiático y, de m anera di­
ferente, en la contracultura norteam ericana y en la evolución del sistema
soviético.
Los caminos hacia el socialismo son m últiples y diversos. En cada uno
de ellos el período de transición tiene características propias y su duración
experim enta tam bién variaciones.
M arx y Engels pensaban que el período de transición sería relativam en­
te breve, dado el desarrollo industrial de Europa. Pero la cadena capitalis­
ta se rom pió por “su estalabón más débil” y el socialismo, en este siglo, ha
sido principalm ente bandera de lucha de los pueblos -subdesarrollados. Ca­
da vez que un pueblo del tercer m undo se decide a liberarse de la miseria

171
y la dependencia externa, aflora el socialismo. Debemos, pues, visualizar un
período de transición prolongado, en el que existirán .sucesivas etapas, ca­
da una de las cuales tendrá sus problem as y características propias.
A esta m ayor com plejidad de la transición, es preciso añadir un factor
nuevo, peculiar del segundo camino hacia el socialismo: la conquista del
poder tam bién tiene sus etapas. En el prim er modelo de construcción so­
cialista la revolución tiene fecha. El poder del Estado se conquista de una
vez, aun cuando subsistan focos de resistencia im portantes. En el segundo
modelo no ocurre lo mismo. El sistema electoral, por regla general, estable­
ce elecciones no simultáneas para el poder ejecutivo y el parlam ento y, si
así no fuera, aún restaría el poder judicial y el poder local o m unicipal.
Lo corriente es, en consecuencia, que el m ovimiento revolucionario conquis­
te prim ero una parte del poder estatal y luego otra y así sucesivamente. En
Chile se ha hecho un lugar común afirm ar que el pueblo conquistó el go­
bierno, pero no todavía el poder.
Lina de las mayores dificultades con que se topó la socialdemocracia
europea del siglo pasado fue que daba su lucha al interior de un sistema
parlam entario, donde la cuota más im portante del poder se encontraba en
manos de la mayoría de representantes del poder legislativo. Es evidente
que ganar una elección parlam entaria en térm inos de tener la mayoría ab­
soluta de la asamblea, es algo difícil. En este tipo de comicios intervienen
factores de muy diversa índole, muchos de los cuales no guardan relación
directa con la conciencia política y la claridad ideológica de la clase obrera
y del pueblo. Juega en mayor grado el regionalismo y el caudillismo. Aho­
ra bien, supuesto el triunfo en una elección parlam entaria, no es fácil, en­
tonces, entrar a gobernar el Estado. En cambio, si se trata de un sistema
presidencialista, en el que la predom inancia pertenece al poder ejecutivo,
el movimiento popular puede más fácilmente ganar la elección presidencial
y, luego, comenzar a tom ar las medidas revolucionarias de construcción so­
cialista. El poder que se alcanza es un poder directam ente ejecutor.
En esta últim a hipótesis es dable la existencia de un gobierno popular
con clara orientación socialista sin que la situación pueda ser definida como
dictadura proletaria, debido a la correlación de fuerzas existentes en la so­
ciedad. No existiría una clara hegem onía política del proletariado, sino una
p arte del poder en manos de un m ovim iento de coalisión, fundado en una
alianza de clases, con un program a antiim perialista y prosocialista. Esta si­
tuación de “coexistencia” de clases a nivel estructural se refleja en la orga­
nización del Estado, en la subsistencia sepalada de poderes públicos con
orientaciones políticas divergentes y antagónicas.
U na tal situación es por su naturaleza transitoria e inestable y puede
desarrollarse hacia una nueva etapa, que sería de hegemonía política pro­
letaria, sin que se alteren las m odalidades propias del segundo camino ha­
cia el socialismo, o bien puede retroceder vertiginosam ente hacia inédi­
tas versiones del fascismo. La ley de toda revolución es avanzar. Se equivo­
caban quienes afirm aban en la Rusia de 1917 que era imposible la revolu­
ción socialista; se equivocaron quienes quisieron lim itar la revolución cuba­
na a su etapa democrático-liberal; y se equivocan los que en Chile anhelan
consolidar una etapa dem ocrático-nacional19. Su visión es mecánica y lineal.
No dialéctica: si de etapas se puede hablar, cada una late en la que la pre­
cede y cada cual se consolida en la que le sigue. D entro del segundo camino
hacia el socialismo es condición de avance el lograr, en el m om ento adecúa-

19 Creo sinceram ente q u e pese a lo que se diga, el PC chileno no se encuentra en esta posición: su
experiencia, su com batibidad y su lucha h ablan de o tra m anera.

172
do, una mayoría ciudadana que respalde el proceso y/o un m ovim iento po­
pular fuerte y organizado capaz de arrastrar a una m ayoría indecisa.
R adom iro Tom ic, que fuera candidato a la presidencia en 1970, insis­
tía e insiste en la necesidad de lograr una sólida “m ayoría institucional” como
requisito esencial para realizar el socialismo respetando el sistema institu­
cional preexistente.
Por eso postuló la idea de la “unidad social del pueblo”. No cabe duda
de que tal mayoría sería un factor muy positivo para el proceso revolucio­
nario, pero ella no es un requisito inicial. La conquista de la mayoría,
en el segundo m odelo de transición socialista, coincide con la con­
quista del poder: es una m eta irrenunciable del propio proceso, no una con­
dición sine qua non para comenzarlo. No obstante, ¿quién duda que de ha­
berse podido lograr desde la partida, la “mayoría institucional” habría faci­
litado enorm em ente el proceso revolucionario? Lo que enturbia la discusión
al respecto es que constantem ente se hace alusión a la coalición de partidos
( u p -d c en el caso) que realizaría esa m ayoría institucional, con lo cual se
pasa de una consideración general correcta a postular una solución coyun-
tu ral cuando menos problem ática.

Vl.^-Por lo que respecta a los mecanismos políticos de la dictadura del


proletariado, Lenin desarrolló uno en particular: el partido. M arx ya había
indicado que la clase obrera debía organizarse y tom ar conciencia de sus
reales intereses form ando un partido político. La clase se estructura en un
partido, cuya misión histórica consiste en conducirla hacia el poder. Entre
partido y clase debe haber una dialéctica constante, entre la espontaneidad
y la organización, entre la masa y la vanguardia.
Pero lo que nos preocupa en este m om ento no es la teoría leninista del
partido, sino la form a en que ella influye dentro de la concepción de los
mecanismos políticos de que se vale la dictadura del proletariado.
El partido es el vínculo orgánico fundam ental entre el Estado y las m a­
sas. A través suyo se ejerce la democracia. Es el eje del nuevo régimen, el
principio ordenador. En principio L enin pensaba que a cada clase debía
corresponder un solo partido, que los intereses comunes debían organizarse
en una form a única, en torno a un solo núcleo. Adm itía, sin embargo, que
fruto de la alianza de clases que hacía posible el proceso revolucionario,
podría llegar a configurarse un gobierno pluripartidista. En especial se re­
fería a la alianza entre obreros y campesinos en Rusia y pensaba que ella
podía llegar a expresarse en una coalición de diversas colectividades polí­
ticas. Es decir, la dictadura del proletariado no supone la existencia de un
partido único. T a l es, por lo demás, la experiencia de numerosos países
socialistas.
Esta situación de pluralism o partidario es más nítida en la etapa previa
a la dictadura del proletariado, cuando existe un gobierno popular en el
Estado burgués, con clara vocación revolucionaria. Pero es preciso ir más allá.
No sólo hay que adm itir que puedan existir diversos partidos que ex­
presen —cada uno por separado— a las clases aliadas —obreros, campesinos
y pequeños burgueses—, sino que puedan existir tam bién diversos partidos
que expresen a una misma clase. Cada partido, en este caso, representa a
u na fracción de clase, que sin perder la solidaridad básica, m anifiesta su
propia forma de ser y entender la realidad, determ inada por su tradición
de lucha, por su ideología, por su praxis específica.
Este pu n to es muy im portante para el segundo camino hacia el socia­
lismo. Así se logra un efectivo pluralism o. Existen ciertos lincam ientos co­
munes a todas las fuerzas revolucionarias, lo que perm ite su aglutinam iento

173
en un solo gran m ovimiento; pero, en su interior, coexisten numerosos m a­
tices y puntos de vista, como expresión de la creatividad libre del pueblo.
Ello es garantía de que el proceso revolucionario es una experiencia abierta
a todas las posibilidades del progreso hum ano.
Hemos dado seis características de la dictadura del proletariado. P odría­
mos seguir enum erando otras tantas. Pero éstas nos parecen esenciales para
poder concluir que la especialidad institucional del segundo modelo de tran ­
sición al socialismo no reside en la prescindencia de la dictadura del prole­
tariado, sino en la form a de alcanzar, ejercer y desarrollar el poder por parte
del m ovimiento revolucionario.
No se abandona la idea de la dictadura del proletariado, pero sé la
ubica en su nivel específico: el estructural, como expresión de la correlación
de fuerzas entre las diversas clases que com ponen la sociedad.
Se m antiene y se profundiza el sistema democrático burgués hasta alte­
rar su contenido de clase. Llevando hasta sus últim as consecuencias los pos­
tulados democrático-liberales se llega necesariamente a una democracia po­
pular. En ese afán de cobrarle la palabra al liberalismo, se adm ite el p lu ra­
lismo ideológico, tanto en el seno de las fuerzas políticas que lo construyen,
como en el resto de la sociedad respecto a las fuerzas opuestas al proceso
revolucionario. Es imposible fijar abstractam ente el grado de libertad de
una sociedad, cualquiera que sea su organización. En el caso que nos ocupa,
baste con reafirm ar la voluntad de que exista un libre juego de ideas, opi­
niones y creencias, las que podrán ser expresadas y difundidas librem ente^
Es decir, las libertades públicas conquistadas por el régimen burgués, que
no son burguesas, serán redefinidas en el socialismo a p artir de la libertad
básica del hom bre de constituirse como señor de su trabajo y del producto
del mismo, m ediante un sistema social de apropiación de los bienes de pro­
ducción.
Se term ina el m ito liberal de asociar libertad y propiedad privada. La
libertad se conquista gracias a la superación de la propiedad privada; no a
su difusión. La búsqueda de la libertad nace del hecho irrefutable de que
nadie tiene por anticipado la clave de la historia, nadie conoce la concre­
ción de su últim a palabra. Rosa Luxenburgo decía insistentem ente que la
“receta” del socialismo nadie la posee. A través de la experiencia crítica
—personal y colectiva— sólo podemos intuir, a p a rtir de la negación deter­
m inada de la negatividad presente, la dirección básica del m ovimiento his­
tórico y las características fundam entales, en térm inos de exclusión y no de
modelo, de la próxim a etapa histórica.
P or eso im porta la libertad. Pero la libertad no supone transacción,
colusión de intereses o de clases. La lucha de clases construye la libertad.
El segundo camino hacia el socialismo no se logra sin hegemonía pro­
letaria del poder, elemento básico de la dictadura del proletariado. Pero
puede ser transitado en “democracia, pluralism o y lib ertad ”. Rusia en 1917
con una forma propia de gobierno; Chile en la actualidad cam inando hacia
una inédita experiencia política.

¿Y el derecho?

T al como hemos dicho anteriorm ente, la revolución conlleva un factor de


ruptura, de trastocam iento de un orden o sistema social. Por eso es que
norm alm ente es visualizada como equivalente a quebrantam iento del orden
jurídico existente. Para muchos la revolución es sinónimo de ilegalidad. L a
reacción se encarga de difundir esta asimilación, pues en el lenguaje común

174
la ilegalidad tiene una carga valonea negativa. La reacción habla entonces
de legalidad sobrepasada, de legalidad envilecida e incluso de franca pres-
cindencia del derecho, con la finalidad evidente de restar legitim idad al m o­
vim iento revolucionario. Es preciso no caer en las redes de la argum enta­
ción burguesa.
No todo quebrantam iento de la ley es revolucionario. Por el contrario,
con frecuencia la propia clase dom inante viola y vulnera el derecho, cuando
éste deja de ser un eficaz instrum ento de defensa de sus privilegios. Basta
adentrarse en el discurso fascista sobre el régimen democrático burgués, para
com prender hasta qué extrem o la ultraderecha está dispuesta a desconocer
el derecho vigente.
La izquierda, como dice Lukacs, no puede caer ni en el romanticismo
de la ilegalidad, ni en el fetichismo del derecho burgués. Para entender esta
paradoja hay que tener en cuenta lo siguiente:
El derecho, como estructura objetivante de la existencia, encierra en sí
una fuerza antihum ana, que la historia elim inará. El derecho nunca ha sido
expresión fiel de la libertad. En su origen y en su aplicación está presente
la fuerza, la imposición, la coerción. 1.a norm a aparece al individuo como
ajena a su voluntad y su conducta, muchas veces como algo arbitrario. En
los tiempos prim itivos, incluso en Grecia, se concebía la ley como em ana­
ción de una racionalidad divina. Sócrates se niega a escapar de la cárcel,
aduciendo que el desconocimiento de las leyes y del tribunal de Atenas que
lo ha condenado injustam ente, acarrearía a la plebe un m al mayor que la
pérdida de su vida: su falta socavaría el orden garantizado por el im perio
de la ley. Esta irracionalidad de la ley que aparece como racionalidad de
la sociedad frente al individuo y que recurre a la fuerza para imponerse,
es fruto de la no identificación de la voluntad de los ciudadanos con la vo­
luntad general, debido a que el derecho —en últim a instancia— es siempre
un derecho de clase.
La elim inación de esta característica del derecho será la culm inación
de un largo proceso de superación paulatina de la arbitrariedad en la socie­
dad, de elim inación de las condicionantes estructurales del poder arbitrario,
hasta que llegue a coincidir el hom bre abstracto del derecho con el indi­
viduo concreto, el ciudadano con el hom bre, el Estado con la sociedad, la
norm a con la libertad.
D urante ese proceso el derecho se presenta a la vez como expresión de
la dom inación de clase y como conquista frente al capricho del poder irres­
ponsable. Dando otro sentido a las palabras de M ax W eber, se puede afir­
m ar que gracias al derecho existe una dominación racional. Es claro que
toda dom inación es irracional por definición, pero no cabe duda de que una
dom inación por la vía de la ley es menos odiosa, inhum ana y b ru tal que
una dom inación que sólo utiliza la fuerza. En ese sentido se puede decir que el
derecho es un avance frente al despotismo del más fuerte, pese a que sub­
sista la relación amo-esclavo.
El derecho burgués tiene dimensiones de justicia y libertad que no po­
demos desconocer. Pueden ser parciales, formales e hipócritas, pero existen
al fin y al cabo: la igualdad ante la ley, el reconocim iento de la soberanía
popular, las libertades públicas, la irretroactividad de la ley penal, etc.
En el proceso de construcción socialista subsiste el derecho burgués tan­
to en lo que tiene de positivo como en sus aspectos negativos, debido en este
últim o caso al insuficiente desarrollo del socialismo. Marx, refiriéndose a la
tesis del Programa de Gotha sobre la proporcionalidad que postulaba entre
el trabajo realizado y el reparto de su fruto, considerando este principio
como algo propio del derecho burgués, afirm aba: “ . . . el derecho igual sigue

175
llevándo im plícita una lim itación burguesa. El derecho de los productores
es proporcional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en
que se mide por el mismo rasero: por el trabajo. Pero unos individuos son
superiores física o intelectualm ente a otros y rinden, pues, en el mismo
tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tie m p o ... Este derecho igual
es un derecho desigual para trabajo d e sig u a l... En el fondo es, por tanto,
como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede
consistir, por naturaleza, en la aplicación de una m edida igual; pero los
individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desigua­
les) sólo pueden medirse por la misma m edida siempre y cuando se les en­
foque desde un punto de vista igual, siempre y cuando se les m ire solamente
en un aspecto determ inado. . . el derecho no tendría que ser igual sino
desigual. Pero estos defectos son inevitables en la prim era fase de la socie­
dad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un
largo y doloroso alum bram iento. El derecho no puede ser nunca superior a
la estructura ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado”.
Es decir, existe una dialéctica igualdad-desigualdad que se expresa jurídica­
m ente: en un prim er m om ento reinaba la desigualdad sin derecho, luego
vino el derecho igual para todos y, por últim o, llegará el m om ento del pleno
reconocimiento del individuo a través de un derecho que exprese la diver­
sidad de la sociedad y abra las puertas a una igualación real a través de la
desigualdad.
El derecho burgués subsiste en la prim era fase de la transición hacia
el socialismo o, m ejor dicho, el nuevo derecho socialista no puede descono­
cer absoluta y totalm ente el sistema jurídico anterior. N o puede hacer tabla
rasa de aquello que ha sido conquista y avance de la hum anidad, ni puede
liberarse de todos los deféctos del derecho-preexistente, en razón del insufi­
ciente desarrollo del socialismo, tam o de la economía cuanto de la cultura.
El nuevo derecho nace del antiguo, ju n to a la sociedad socialista que sale
“de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus
aspectos, en el económico, en el m oral y en el intelectual, el sello de la vieja
sociedad de cuya entraña procede” 20. Y nace negando determ inadam ente
el derecho antiguo, negación que se expresa dialécticam ente en una supe­
ración del viejo orden jurídico en la cual subsiste todo lo que en él había
de positivo, con una nueva orientación, y en la que las limitaciones de la
historia im piden el advenim iento del verdadero y auténtico derecho.
La revolución socialista no supone la elim inación total e inm ediata del
derecho burgués, cualquiera que sea el camino que siga: sea el del descono­
cim iento de ese derecho, sea el de la utilización de sus mecanismos para
construir el socialismo. En todos los países socialistas han- subsistido durante
u n tiem po más o menos prolongado no sólo ciertos principios del derecho
burgués, sino incluso im portantes cuerpos legales dictados con anterioridad
a la revolución.
Ello no significa, sin embargo, que la revolución en sí misma no sea un
hecho normativo, que genera un nuevo ordenam iento jurídico. No vamos
a entrar aquí a las exquisitas discusiones de los juristas sobre la revolución.
Nos contentamos con reconocer la realidad innegable de que todo proceso
revolucionario produce, por la praxis que lo constituye, una nueva norma-
tividad. En este nuevo ordenam iento jurídico se plasma el proyecto histó­
rico socialista y se expresa la sensibilidad desatada por el m ovim iento de
liberación. La construcción del socialismo tiene efectos en el ám bito ju rí­
dico: cambia la m entalidad jurídica de la sociedad y aparecen nuevas nor­
mas que reglam entan los distintos aspectos del proceso de transición.
20 C. M arx, Crítica del Programa de Gotha.

176
¿De dónele viene el nuevo derecho? Pregunta crucial a p artir de la cual
se puede desentrañar la naturaleza de cualquier proceso revolucionario.
La praxis tiene siem pre una instancia norm ativa: es una dim ensión de
la conciencia. En efecto, la praxis es un m om ento de la totalización en m ar­
cha, m om ento p articular y determ inado. Existe una estructural relación de
la m ultiplicidad en el proceso de unificación, sea con el proceso en su con­
junto, sea con las demás unidades particulares; y esta relación tiene una
instancia norm ativa dada por la orientación fundam ental del proceso, que
no le viene de afuera, sino de su propia dialecticidad. Esto ocurre en lo
práctico-individual y tam bién en lo práctico-de-conjunto, o sea, en la praxis
de clase. Hay u na norm atividad intrínseca a la praxis de clase, que varía
según ésta refleje con mayor o m enor intensidad el ser mismo de la clase:
sus reales intereses.
La praxis tiene un polo objetivo: el m undo del hom bre. T am bién su
norm atividad se expresa objetivam ente, como objeto cultural. Esta objetiva­
ción de la norm atividad im plícita en la praxis sufre una serie de mediaciones,
determ inadas por el insuficiente desarrollo de la sociedad, de m anera que
la norm a objetiva no representa la confluencia arm ónica de todas las praxis
individuales o de clase dentro de la totalidad social. La norm a objetiva no
es la libertad de todos, sino la de algunos y la imposición de éstos sobre
los demás. La praxis de clase se traduce en un derecho de clase. La clase
tampoco expresa directam ente a sus componentes individuales.
En toda sociedad estructurada sobre la dom inación existe una praxis
contradictoria que constituye —y está condicionada por— la estructura básica
de dom inación. El Estado sanciona como derecho la norm atividad de la clase
dom inante, aunque siempre haga ciertas concesiones frente al desafío de los
oprimidos. Ante ese derecho form alm ente reconocido y declarado por el Es­
tado, existe un derecho latente, potencial, fruto de la praxis de la clase do­
m inada. Es un derecho efectivo: en ciertos ámbitos de la vida social se ex­
presa y tiene facultad de im perio. Se rige por otros valores y consagra otras
pautas de conducta. Ambos derechos se suponen, se im plican y se contra­
dicen.
La lucha de clases tiene tam bién una expresión jurídica.
Producido el fenómeno revolucionario y desplazada la clase dom inante
de los centros de poder, la clase dom inada empieza a im poner un nuevo de­
recho: el Estado reconoce y sanciona, entonces, la norm atividad del pueblo
como derecho de la sociedad. Sin embargo, este proceso de producción del
nuevo derecho no es fácil, por cuanto el orden jurídico antiguo sobrevive
a la clase que le dio origen. Además la constitución del nuevo derecho va
aparejada de una m aduración de la conciencia: es fruto de una revolución
en la cultura.
Es im portante destacar que el nuevo derecho nace del pueblo, de la
clase dom inada, sea como nueva norm a, sea como reinterpretación de leyes
preexistentes. El nuevo derecho no es obra de los “juristas revolucionarios”.
No es una tarea “profesional o técnica”. El derecho debe ser obra de las
masas. El papel de los abogados, en esta m ateria, se debe lim itar a servir
al pueblo en su empresa creadora. Para que esto sea posible es fundam ental
alterar los mecanismos institucionales a través de los cuales se creaba y apli­
caba antiguam ente el derecho. Eran mecanismos de clase, bajo el disfraz del
tecnicismo: el parlam ento, los tribunales, las universidades, etc. Las institu­
ciones que, desde este punto de vista, deben sufrir una mayor transform a­
ción son la adm inistración de justicia y la universidad. Hay que levantar
la bandera de la desprofesionalización del derecho.
El pueblo, al lograr el poder, conquista el derecho a hacer el derecho.

12.—CEREN 177
Aflora la libertad y la cárcel pierde terreno. Las funciones represivas
que aún tiene el Estado en el período de transición son traspasadas paula­
tinam ente a las organizaciones sociales y populares. Se produce, entonces,
una solidaria responsabilidad por dism inuir los índices de crim inalidad, com­
batiendo las causas sociales del delito y asum iendo la tarea de educar al
delincuente para que pueda vivir dignam ente en la nueva sociedad. La so­
ciedad burguesa siente un profundo desprecio por el individuo, manifestado
sobre todo en su derecho penal: la falla se im puta irrem isiblem ente al indi­
viduo que delinque, sin cuestionar el grado de culpabilidad de la sociedad;
las penas por excelencia son la privación de libertad y la imposición de la
soledad, aplicadas burocráticam ente. Cuando el pueblo tom a el poder, en
cambio, surge una desconocida valorización del individuo, como veíamos en
el pasaje que citamos del Programa de Gotha, que se m anifiesta en una for­
m a diferente de aplicar la ley.
El camino que se siga para construir el socialismo tiene im portancia
p ara dilucidar la especifidad de los problem as jurídicos que deben ser re­
sueltos, pero ambos caminos ap u n tan a la misma m eta de transform ación
del derecho. Algunos de estos problem as serán analizados más adelante, refe­
ridos a la segunda vía hacia el socialismo.
Como puede observarse, el papel del derecho en el período de transi­
ción es extrem adam ente complejo.

¿Dónde y cuándof

M arx y Engels nunca descartaron la posibilidad de un tránsito “pacífico”


del capitalismo al socialismo. Su pensam iento se refería, fundam entalm ente,
a países con aito grado de industrialización en los que se reunieran diversas
condiciones. N unca sistematizaron sus ideas sobre esas condiciones, pero se
pueden desprender de sus obras.
El surgim iento del capitalismo im perial ha producido una transform a­
ción de fondo en los países ubicados en el polo dom inante del sistema en
térm inos diferentes a los previstos por M arx y Engels. H. Marcuse es quizá
quien h a insistido más en este punto: el avance tecnológico de la sociedad
ele consumo ha perm itido a la clase dom inante disfrazar la dom inación me­
jorando el nivel de vida de la clase obrera; la libertad aparente o form al
se basa en la introyección, por parte del pueblo, de las necesidades que la
sociedad requiere satisfacer para poder funcionar; unificación de los opues­
tos políticos; desublim ación represiva del er'os; en ú n a sola idea, m undo
unidim ensional, en el que la oposición y el rechazo han quedado circuns­
critos a fuerzas diferentes a la clase obrera —estudiantes y movimientos ra­
ciales— incapaces de realizar la revolución. La ideología dom inante, ingre­
diente del conformismo generalizado, afirm a que la “revolución es un hecho
pretecnológico”. Surgen entonces las diversas formas de la “new left”, hasta
ahora incapaces de conquistar el poder, debido a su alejam iento —no volun­
tario, sino estructural— de la clase o b re ra 21. El mismo Marcuse reconoce

21 “ Pero m ientras la im agen del potencial libertario de la sociedad in dustrial avanzada es reprim ida
(y odiada) p or los adm inistradores de la represión y sus consum idores, aquélla m otiva la o po­
sición radical y le confiere su carácter extraño y heterodoxo. M uy diferente de la revolución en
anteriores etapas de la historia, esta oposición se dirige contra la to talidad de una sociedad prós­
p e ra y q u e funciona bien; es u n a protesta contra su l;orm a: la form a-m ercancía de hom bres y
cosas, contra la imposición de falsos valores y de una falsa m oralidad. Esta nueva conciencia y la
rebelión de los instintos aíslan tal oposición respecto de las masas y de la m ayor p a rte de las
organizaciones obreras, la m ayoría integrada, y propician la concentración de la política radical
en m inorías activas, prin cip alm en te en tre la joven intelligentsia de clase m edia y entre los h a b i­
tantes de los ghettos. A quí, antes q ue toda estrategia y organización política, la liberación se
transform a en u n a necesidad vital, ‘biológica’ ” .
“ P ara la teoría m arxiana, la localización (o más bien, la contracción) de la oposisión en ciertos

178
que “la transform ación radical de un sistema social depende todavía de la
clase que constituye la base hum ana del proceso de producción. En los paí­
ses capitalistas avanzados, ésta es la clase trabajadora industrial” 22.
Esta paradoja originada en la “integración” estructural de la clase obre­
ra al sistema capitalista en los países industriales dom inantes, especialmente
en e e . u u v determ ina un cierto pesim ism o de las fuerzas revolucionarias.
N ingún camino les parece viable: se “reexam ina el concepto de transform a­
ción dem ocrática-pariam entaria así como el de transform ación revoluciona­
ria ’. INo obstante, el mismo Marcuse afirm a constantem ente la contradicción
creciente que existe entre las p o sib ilid a d es ele vida que ofrece el progreso
tecnológico y el sistem a de vida im perante: “ . ..la s capacidades de esta so­
ciedad y la necesidad de una productividad aún mayor engendran fuerzas
que parecen m inar los fundam entos del sistema” 23._ Más adelante, al anali­
zar las posibilidades de una civilización no represiva fundada sobre un p rin ­
cipio de la realidad cualitativam ente diferente, sostiene: “el mismo progreso
de la civilización bajo el principio de actuación ha alcanzado un nivel de
productividad en que las exigencias sociales sobre la energía instintiva que
uebe ser gastada en el trabajo enajenado pueden ser reducidas considerable­
mente. Consecuentemente, la continua organización represiva de los instin­
tos parece ser menos necesaria para la “m cha por la existencia” que para el
interés de prolongar esta lucha —el interés de la d o m inación”2i
El capitalismo industrial m onopólico, detrás de su aparente uniform i­
dad, más allá del conformismo generalizado, esconde una gran debilidad
estructural: la contradicción entre el crecimiento de las fuerzas productivas
expresadas principalm ente como progreso tecnológico, y las relaciones de
producción, que organizan lim itativa y represivam ente ese progreso. La re­
volución no es un necho pretécnico. El problem a es que esta contradicción
puede tard ar indefinidam ente (siempre, en térm inos históricos) antes de m a­
nifestarse en la política.
En este tipo de sociedades la protesta adquiere visos anarquistas: frente
al hermetism o del lenguaje establecido, recurre al del absurdo y ante el
cierre de los mecanismos de la política institucional, la rebelión aparece
como apolítica. M arcuse dice que “Esta enajenación de la oposición radical
respecto del proceso e instituciones de la democracia existente nos sugiere
un reexam en a fondo de la democracia (la democracia ‘burguesa’, el gobierno
representativo) y de su papel en el tránsito del capitalismo al socialismo o,
hablando en general, de una sociedad sin libertad a una sociedad libre.
Como quiera, la teoría m arxiana evalúa positivam ente el papel de la dem o­
cracia burguesa en esta transición —hasta llegar a la etapa de la revolución
misma. En virtud de su compromiso (por más lim itado que éste sea en la

estratos de la clase m edia y en la población de los ghettos representa un intolerable desvío —co­
mo tam bién el énfasis en las necesidades biológicas y estéticas: u n regreso a la ideología b u r­
guesa o, lo que es peor, a la aristocrática. Pero, en los países avanzados m onopolistas-capitalistas,
el desplazam iento de la oposición (de las clases trabajadoras industriales organizadas a m inorías
m ilitantes) está causado p o r el desarrollo in tern o de la sociedadt y la ‘desviación
teórica sólo refleja ese desarrollo. Lo que parece un fenóm eno superficial indica
tendencias básicas q u e sugieren no sólo diferentes prospectos de cam bio, sino tam ­
bién u n a p ro fu n d id ad y a m p litu d del cam bio q u e van m ucho más allá de las expectativas
de la teoría socialista tradicional. Bajo este aspecto, el desplazam iento de las fuerzas negadoras
fuera de su base tradicional entre la población subyacente, más que u n s ig n o -d e la debilidad de
la oposición contra el poder in teg rad o r del capitalism o avanzado, puede muy bien resultar la
len ta form ación de u n a nueva base, q u e lleve a p rim er plano al nuevo sujeto histórico del cam ­
bio, q u e responda a las nuevas condiciones objetivas, con necesidades y aspiraciones cualitativam ente
diferentes. Y sobre esta base (probablem ente in term iten te y prelim in ar) tom an form a metas y
estrategias q u e reexam inan el concepto de transform ación dem ocrática-parlam entaria así como el
de transform ación revolucionaria” .
Un ensayo sobre la liberación, Ed. J o aq u ín M ortiz, México, 1969.
22 O p. cit., p. 58.
23 Eros y civilización, p. 9, Ed. Jo aq u ín M ortiz, México, 1965.
24 Eros y civilización, p . 141.

179
práctica) con los derechos y libertades civiles, la democracia burguesa sum i­
nistra el ám bito más favorable para el desarrollo y la organización de la
discrepancia. Esto es aún verdad, pero las fuerzas que vician los elementos
‘protectores’ dentro de la propia armazón democrática están ganando im ­
portancia. La democracia de masas desarrollada por el capitalism o m onopo­
lista ha configurado los derechos y libertades cpie otorga de acuerdo con su
imagen y su interés peculiares; la m ayoría del pueblo es la m ayoría de sus
amos; las desviaciones son fácilm ente ‘contenidas’, y el poder concentrado
se perm ite tolerar (quizás incluso defender) el disentim iento radical siempre
y cuando éste cum pla con las reglas y costumbres establecidas (y aun si se
aleja un poco de ellas). La oposición es absorbida así por el mismo m undo
al que se opone, y por los mismos mecanismos que perm iten su desarrollo
y organización; sin una base de masas la oposición se ve frustrada en sus
esfuerzos por conseguir esa base de masas. Bajo estas circunstancias, el tra­
bajo de acuerdo con los métodos y reglas de la legalidad democrática parece
una entrega a la estructura del poder prevaleciente. Y sin embargo, sería
fatal abandonar la defensa de los derechos y las libertades civiles dentro de
la armazón establecida. Pero conform e el capitalismo m onopolista sea obli­
gado a extender y fortificar su dom inio doméstico y en el exterior, la lucha
dem ocrática entrará en creciente conflicto con las instituciones democráticas
existentes: con sus barreras intrínsecas y su dinám ica conservadora”. T erm ina
afirm ando casi la necesidad de que la izquierda adopte métodos de lucha
extraparlam entarios, antidem ocráticos e ilegales.
No cabe duda de que Marcuse está profundam ente m arcado por la ex­
periencia norteam ericana y por la situación de Alem ania Federal. Los acon­
tecimientos de mayo de 1968 en Francia provocaron en gran m edida “Un
ensayo sobre la Liberación”. Su visión es parcial. En cierto sentido, fatalista.
No se puede desconocer que existen en el macrosistema capitalista interna­
cional grandes posibilidades revolucionarias y, más aún, que en cierto tipo
dé países es dable un tránsito “pacífico” hacia el socialismo, incluso en algu­
nos de aquellos que Marcuse catalogaría de “unidim ensionales”.
En prim er lugar están los países capitalistas desarrollados que ocupan
un lugar satélite respecto a la potencia hegemónica. En este tipo de socie­
dades el capitalismo alcanza un alto grado de desarrollo y afloran las con­
tradicciones que anuncian el socialismo. El sistema institucional es demo-
crático-liberal y el espectro ideológico se encuentra relativam ente abierto.
Las contradicciones internas 110 pueden ser m origeradas, ya que estos países
no disponen de un im perio capaz de proporcionar el excedente suficiente
para producir la abundancia del régimen. H an perdido sus colonias y su
situación satélite les reporta una enorme desventaja política y económica.
Los casos típicos son Francia e Italia, así como en la preguerra lo fuera
España. Son países con una más que centenaria tradición revolucionaria:
en ellos la segunda vía hacia el socialismo tiene posibilidades de éxito.
En segundo lugar, en las antípodas del sistema capitalista, en el llam ado
tercer m undo, están dadas las condiciones de la revolución: un proceso que
necesariamente será antiim perialista, de liberación nacional y con una clara
orientación socialista. D entro de este vasto horizonte hum ano, que com­
prende las dos terceras partes de la población m undial, existen casos aisla­
dos en los cuales es dable esperar una transición “dem ocrática” hacia el so­
cialismo, sin solución de continuidad en el orden jurídico-institucional. La
expectación está centrada en Chile, prim er país que busca el socialismo por
este camino nuevo.
En estos dos tipos de sociedades es posible esperar que" en un futuro
cercano el socialismo pueda ser conquistado de una m anera diferente, que
abre insospechadas perspectivas al m ovim iento revolucionario internacional.
180
Nos interesa, ahora, reseñar brevem ente cuáles son, a nuestro juicio,
las condiciones que deben reunirse para que pueda ocurrir un proceso co­
mo el descrito.

1.—Existencia de una prolongada crisis económica. No se trata simple­


m ente del pensam iento m arxista clásico sobre las crisis cíclicas del capita­
lismo, sino de reconocer —sin entrar a pronunciarse sobre las causas o n atu ­
raleza de las crisis— que cuando el pueblo sufre una situación que lesiona
sus intereses vitales inmediatos, nace con mayor realidad la conciencia revo­
lucionaria. La crisis se m anifiesta en inflación, desempleo, escasa participa­
ción en el consumo y renta nacional por parte de los trabajadores, elevados
índices de m ortalidad infantil, desnutrición, falta de vivienda, pocas opor­
tunidades educacionales, en una palabra: miseria.
La crisis genera descontento. Su prolongación facilita la comprensión,
por parte de las grandes mayorías nacionales, de que su origen esté en la
estructuración de la sociedad, y no en circunstancias de orden secundario,
como una equivocada política económica o la existencia de un gobierno
ineficaz.
A lo largo del tiem po se producen sucesivos intentos por superar la
crisis, encarnados en diversos partidos políticos, con distintas ideologías: del
conservantismo al reformismo más audaz y de éste ál prefascismo. El pueblo
recorre todo el espectro político del “stablishm ent”. De la frustración ante
el fracaso de estos ensayos, surge fortalecida, acrecentada y difundida la con­
ciencia revolucionaria de los obreros, campesinos y pequeña burguesía.
Si la crisis llegase a adquirir las dimensiones y características de un caos
económico, el segundo camino hacia el socialismo se cierra. La sociedad se
disloca y los diversos grupos sociales, seguros ya de un pronto naufragio,
desatan una lucha que no conoce tregua ni matiz. Es el m om ento de la
revolución violenta o de la represión fascista. El estallido estructural se tra­
duce a nivel político en un colapso social.
Cada vez que las fuerzas revolucionarias se encuentran a punto de con­
quistar cuotas significativas de poder siguiendo los cauces democrático-bur-
gueses, la clase dom inante trata por todos los medios de desatar el caos eco­
nómico y de producir el pánico social. En Chile, justo después de las elec­
ciones que dieron el triunfo a Salvador Allende y antes de la ratificación
del Congreso Pleno, hubo m aquinaciones internas y foráneas destinadas a
provocar una tal situación: los m anejos de la IT T , un discurso m inisterial,
llam adas telefónicas anónimas incitando a una huelga de consumidores, etc.
Por otra parte, d u ran te los eventos de mayo de 1968 en Francia, De Gaulle
sorprendió al país cuando volvió de su retiro calificando la situación de
“chienlit”, anacrónico vocablo francés que quiere decir justam ente caos.
El segundo camino hacia el socialismo supone, pues, una crisis prolon­
gada y acentuada; pero excluye el descalabro económico.
2.—Am plio desarrollo del sistema democrático burgués de gobierno.
Sería absurdo y demencial seguir una vía “pacífica” en países donde existe
una férrea dictadura. A lo más, en esos casos, como ocurrió en la etapa an ti­
zarista dé la revolución rusa, es posible unir fuerzas en torno al ideal demo-
crático-burgués y utilizar revolucionariam ente esa bandera. Pero sería im po­
sible proponerse, como tarea inm ediata, construir el socialismo siguiendo
derroteros democráticos inexistentes.
El desarrollo del sistema institucional democrático a que nos hemos
referido supone:
a) Fuerte organización sindical y política de la clase obrera y del pueblo
en general, de tal m anera que llegue a ser un im portante grupo de presión

181
dentro del sistema político. La clase obrera no tiene el poder en sus manos,
pero quienes lo ejercen no pueden desconocer su existencia y com batividad,
decidiendo el destino del país a sus espaldas. No se trata de que la clase
obrera esté integrada al sistema político, sino que, sin perder su vocación
revolucionaria, juegue un papel im portante, cada vez más decisivo, en la
política nacional.
G. Burdeau, en su estudio sobre la democracia, considera tal situación
como típica de una- “democracia gobernante”, por oposición a la “democracia
gobernada” del liberalism o clásico. En la prim era existe un am plio enfren­
tam iento social, una diversidad de grupos que presionan por hacer prim ar
sus intereses; en la segunda, en cambio, la vida política languidece en manos
de una clase dom inante om nímoda, sin contrapeso social.
M arx y Engels pensaban que facilitaría el acceso político de la clase
obrera al poder la existencia de un régim en parlam entario y descentralizado
de gobierno 2ñ, pues consideraban que la preponderancia del poder ejecutivo
iba acom pañada fatalm ente por un aum ento de la burocracia adm inistrativa
y m ilitar, elem ento que consideraban como contrario a cualquiera transfor­
mación revolucionaria. Por eso, entre otras razones, M arx y Engels sostenían
que un tránsito “pacífico” al socialismo era posible principalm ente en In ­
glaterra y e e . uu. y no en Alemania. M arx afirm aba: “En Inglaterra, por
ejemplo, la clase obrera tiene el camino abierto para m ostrar su poderío
político. La insurrección seria una locura allí donde la agitación pacífica
puede conducir hacia el objetivo por una vía más rápida y más segura.
En Francia, la m ultiplicidad de leyes represivas y el antagonism o m ortal
entre las clases hacen, como se ve, inevitable el desenlace violento de la
lucha social” 26. T am bién M arx adm itía la misma posibilidad para H olanda
y Suiza, y al respecto Engels sostenía que, por ser países en los que, al igual
que Inglaterra, no había una m onarquía absoluta en los siglos XVI-XVIII,
poseían “ciertas ventajas, como son, en particular, los restos de adm inistra­
ción autónom a local y provincial sin auténtica burocracia al estilo francés
o prusiano. Esto es una gran ventaja para el progreso de carácter nacional,
como tam bién para el desarrollo sucesivo; realizando relativamente pocos
cambios, el pueblo trabajador podría instaurar una autoadministración libre,
que debe ser nuestro mejor instrum ento en la transformación del modo de
producción. N ada de eso hay en Alem ania ni en Francia, donde habrá que
crearlo” 27.
Esta argum entación estaba influida por la experiencia de la Com una
de París, que pese a su fracaso fue considerada como m odelo de autoadm i­
nistración libre propio de la dictadura proletaria, y por la práctica de la
socialdemocracia europea que buscaba el poder tratando de ganar la m a­
yoría parlam entaria.
La experiencia, sin embargo, ha dem ostrado que el segundo camino
hacia el socialismo no está determ inado por el tipo de régim en de gobierno
existente en un país. En Chile el Poder Ejecutivo es extrem adam ente fuerte
y, sin embargo, ha sido el prim er país en intentar recorrer este nuevo ca­

25 “ Es posible imaginarse la integración pacífica de la vieja sociedad en la nueva en países donde


la representación p o p u lar concentra en sus manos todo el poder, donde se puede hacer por vía
constitucional todo lo q u e se q u iera si se cuenta con la m ayoría del pueblo: en las repúblicas d e­
m ocráticas como Francia y N orteam érica, en las m onarquías como Inglaterra, donde la fu tu ra
abdicación de la dinastía p o r u n a recompensa en metálico se discute a diario en la prensa y
donde esa dinastía no está en condiciones de hacer nada contra la voluntad del pueblo. Pero
en A lem ania, donde el gobierno es casi om nipotente y el Reichstag y todas las demás instituciones
no tienen poder efectivo, proclam ar algo sem ejante y sin la m enor necesidad significaría q u ita r
j la hoja de p arra d'cl absolutism o y ponérsela uno mismo para c u b rir la desnudez” . F. Engels.
C ontribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891. C. M arx y F. Engels.
T . 22, pp. 236-237.
26 A puntes de la entrevista de C. M arx con un corresponsal del periódico T h e W orld.
27 C arta de F. Engels a F. D om ela-N ieuw enhuis 4-II-1886.

182
mino. Algo sim ilar podría decirse respecto de la estrategia de la izquierda
francesa, que encuadra su acción dentro de los marcos de la constitución
gaullista de la V República, que confiere al Jefe del Estado un papel abso­
lutam ente preem inente. Im porta más el tipo de democracia que el régim en
de relaciones entre los poderes públicos para determ inar la factibilidad del
segundo camino hacia el socialismo.
b) Existencia de partidos políticos organizados, con una ideología clara
y definida, que expresen a las distintas clases sociales. El régim en m ultipar-
tidista favorece el posible triunfo electoral de la izquierda, la que se pre­
senta como una alternativa entre otras muchas. Así ocurrió en Chile, donde
la división de la derecha y la Democracia C ristiana posibilitó el triunfo de
Allende; en cambio en Francia, pese a haber un sistema m ultipartidista, en
los comicios decisivos suelen presentarse dos grandes bloques, polarizando
la contienda electoral entre derecha e izquierda; y a tal finalidad obedece
la institución de la segunda vuelta en la elección presidencial. En Italia, en
cambio, la lucha antifascista dificulta la formación de un esquema bipolar.
En todo caso, el sistema bipartidista es propio de una sociedad política m u­
cho más homogénea; unidim ensional y cerrada: EE. UU., Alem ania Federal
e Inglaterra. Los partidos dejan de ser alternativas de destino para la ciu­
dadanía y pasan a convertirse en camarillas de poder que se alternan en el
m anejo del Estado al vaivén de las circunstancias. En tales condiciones existe
u na dificultad mayor para constituir una expresión política de izquierda
que llegue a las masas. U ruguay y Colombia son buenos ejem plos en Amé­
rica latina. El pluripartidism o es un factor no despreciable.
c) Ejercicio real y efectivo de la libertad por grupos im portantes de la
población; garantía del derecho a discrepar de la autoridad y a organizar
la discrepancia. Así se abre la posibilidad a la “concientización” del pueblo,
sobre todo m ediante los medios masivos de difusión. La prensa obrera, los
medios audiovisuales y la libertad de cátedra se convierten, entonces, en
verdaderas trincheras de lucha popular. T am bién libertad de asociación y
reunión para que el pueblo se organice y se exprese.
d) Elecciones libres, limpias y periódicas, con una irrestricta base elec­
toral. La izquierda ha luchado siem pre contra la restricción del sufragio
universal: el voto censitario, la exclusión de la m ujer, del analfabeto y del
m enor de edad. Es el pueblo en su conjunto el que debe manifestarse en
las elecciones. Obviam ente no aceptamos el m ito liberal del ciudadano que
en el acto de votar expresa la voluntad general; sin embargo, hay que reco­
nocer que, pese a las tram pas que encierra todo sistema electoral, éste cons-
* tituye un mecanismo democrático que perm ite m ejor a la mayoría p ronun­
ciarse sobre los destinos de la sociedad.
La izquierda deberá esforzarse por perfeccionar al máxim o el sistema
electoral para evitar cualquiera distorsión de la voluntad popular, sea por
el financiam iento de la propaganda, sea por el cohecho directo, sea por la
form a de elegir a los representantes, mecanismos que siempre ha buscado
la clase dom inante para m anejar a su am año al electorado.
e) Sistema jurídico abierto, en el que exista un conjunto im portante
de disposiciones que hayan ido recogiendo las aspiraciones populares, es de­
cir, un derecho que sin dejar de ser clasista no haya podido menos que reco­
nocer ciertos derechos del pueblo: la legislación d e l trabajo, de la seguridad
social, el sistema electoral, normas que reglam entan la vida económica, que
establecen la reform a agraria, etc. Estos preceptos jurídicos de inspiración
progresista y dem ocrática contradicen al resto clel ordenam iento legal, que
responde a otros intereses, dándole una cierta flexibilidad para adaptarse
a las diversas circunstancias políticas.

183
La instancia generadora de la ley debe ser perm eable al influjo popu­
lar, sea por la form a de nom inar los componentes del cuerpo legislativo, sea
por la existencia de hábitos parlam entarios sensibles al sentir popular y a
la opinión pública.
Esta peculiar característica del ordenam iento legal perm ite el acceso al
poder de un gobierno revolucionario y otorga una fundam entación jurídica
a sus medidas de cambio estructural, con lo cual la clase dom inante sufre
la tentación de la ilegalidad a fin de com batir a quienes, utilizando el dere­
cho que ella creó, atacan sus privilegios. Engels visualizaba esta circunstan­
cia cuando afirm aba: “ . . . e n el m om ento presente no nos hallamos en la
situación de los que ‘la legalidad m ata’. Por el contrario, la legalidad tra­
baja tan bien en beneficio nuestro que, mientras las cosas marchen de esta
manera, seriarnos unos necios si la violáramos. Sería más lógico preguntar
si no vulnerarán la ley y el derecho precisam ente la burguesía y su gobierno
con el fin de aplastarnos por medio de la fuerza. Vivir para ver. Y m ientras
tanto, ¡hagan el favor de disparar los primeros, señores burgueses!” 28.
“Eso les duele —decía una vez A llende—: lo hicimos todo con sus pro­
pias leyes”.
El grado de flexibilidad del sistema jurídico no permanece inalterable.
U na vez establecido un gobierno popular, la clase dom inante se esforzará
por restringirlo al máximo, por cerrar las puertas al cambio revolucionario
m ediante el uso de la ley o buscará el “llam ado golpe legal” a fin de forzar
al m ovim iento popular ante la alternativa de abandonar el camino legal o
claudicar. El año y medio de gobierno de la U nidad P opular ha mostrado
este fenómeno, cuya culm inación se h a dado en torno a un proyecto de
reform a constitucional de la oposición que tiene una doble finalidad: a) res­
tar facultades legales al Ejecutivo, derogando numerosas disposiciones lega­
les y reglam entarias, y b) exigir acuerdo del Congreso, donde la oposición
es mayoría, para llevar a cabo la socialización de los medios de producción
estratégicos para el desarrollo nacional.
El sistema jurídico se abre y se cierra al vaivén de los acontecimientos
políticos, de la correlación de fuerzas que se m anifiesta en cada m om ento
y etapa del proceso.
g) Secularización de la vida política; separación de la Iglesia y del Es­
tado. El poder pierde su directa justificación religiosa. Los teólogos hablan
del fin de la “era constantiniana”, es decir, de aquel largo período de la
historia occidental en que se unieron indisolublem ente el poder civil y el
poder religioso.
La sociedad conquista el pluralism o ideológico y la más am plia libertad
de conciencia. Las instituciones religiosas ya no pretenden intervenir directa
y específicamente en el devenir político.
h) Existencia de Fuerzas Armadas profesionales, respetuosas del poder
civil, obedientes a ia Constitución y a la ley, que tienen por finalidad p rin ­
cipal resguardar la soberanía y la integridad del territorio. Cuando estos
m ilitares se proponen custodiar la seguridad nacional, lo hacen dentro de
los marcos del sistema jurídico. No podemos, en este trabajo, entrar a ana­
lizar las causas del profesionalismo de los m ilitares. Nos limitamos a cons­
tatar que su existencia es requisito sine qua non para que sea posible el
segundo camino hacia el socialismo.
Todos estos elementos configuran un sistema democrático burgués desa­
rrollado, capaz de encauzar los cambios revolucionarios hacia el socialismo
y de adm itir su propia transform ación a condición de que se respeten las

28 F. Engels, El socialismo en Alem ania.


normas nomogenéticas establecidas o que se les altere siguiendo su propia
norm atividad.
3.—Fuerte conciencia revolucionaria del pueblo, particularm ente del pro­
letariado, conciencia nacida de la experiencia vital negativa del funciona­
m iento de las estructuras de dom inación. No se trata de una conciencia
puram ente abstracta o especulativa, sino más bien de la comprensión vital
de una situación. Existe un prim er nivel de la conciencia, que consiste en
la coherencia de la unidad de los diversos momentos de la praxis, unidad
no sólo in terna sino referida al m undo: es la practognosis, conocimiento
experim ental de la vida. Este prim er nivel llega a ser experiencia critica
gracias al propio desarrollo de la praxis y de la conciencia, que responden
negando la negatividad del m undo de la dom inación. “ . . . L a experiencia
crítica se hace en el interior de la totalización y no puede ser una aprehen­
sión contem plativa del m ovimiento totalizador; tampoco puede ser una to­
talización singular y autónom a de la totalización conocida, sino que es un
m om ento real de la totalización en curso, en tanto que ésta se encarna en
todas srn partes y se realiza como conocim iento sintético de sí misma por
la m ediación de algunas de ellas. Prácticam ente, esto significa que la expe­
riencia crítica puede y debe ser la experiencia reflexiva de cualquiera. . .
la aparición en cada uno de la conciencia reflexiva y crítica se define como
intento individual para alcanzar a través de su propia vida real (com pren­
dida como expresión del todo) el m om ento de la totalización histórica” 29.
La experiencia práctica —la vida— debe llegar a ser crítica de sí misma
y del m ovim iento totalizador que la atraviesa y gracias al cual ella es lo
que es. Esto no sólo vale para el individuo, sino principalm ente para la clase.
En efecto, cada clase, m ediante la toma de conciencia de su experiencia vital,
en cuanto se encuentra determ inada por el todo social, pasa a ser una clase
“para sí”, consciente de su destino histórico y de sus tareas políticas.
Cuando se habla de conciencia de clase y de conciencia revolucionaria
se apunta a la experiencia prim aria de la solidaridad con quienes se com­
parte una misma condición y destino, y al convencim iento íntim o, crítico
y reflexivo de la necesidad de rechazar el m undo existente, la injusta orga­
nización de una sociedad que niega las posibilidades de desarrollo del hombre.
A esta conciencia puede sumarse, además, el conocimiento teórico que
busca desm itificar la estructura de la sociedad y revelar los mecanismos de
su funcionam iento. La teoría social carece de im portancia política en la me­
dida en que no nazca de la experiencia crítica y, por tanto, en que perm a­
nezca alejada de la clase obrera y del pueblo, que no se integre, como un
m om ento más, en la lucha del pueblo por su propia identidad.
Pues bien, para que pueda iniciarse un proceso revolucionario, es fun­
dam ental que se encuentre difundida la convicción en las grandes masas
de que la sociedad debe ser superada, transform ando sus estructuras. Esta
convicción, para ser real, presupone incluso una reorientación de los ins­
tintos básicos del hom bre, falsamente sublimados o reprim idos por el m un­
do burgués, hacia objetivos políticam ente adecuados. Es obvio que ello sólo
constituye un pu n to de partida, y no puede ser de otro modo, pues la con­
ciencia no se desarrolla en el vacío; se alim enta de la praxis, se funde con
ella y la vitaliza haciéndola hum ana. La horm iga construye el horm iguero,
pero no tiene el proyecto, decía M arx. El hom bre debe ser capaz, al menos,
de sacar las consecuencias de su negación particularizada y determ inada del
m undo en que vive y desde allí proyectarse hacia una sociedad diferente,

29 J . P . Sartrc, Crítica de la razón dialéctica, Ed. Losada 1963, T om o I, p p . 196-7.

185
que no se presenta como un “ideal”, sino como desarrollo de la dialecticidad
de la historia.
A m edida que el proceso revolucionario va progresando, va tam bién
transform ándose la representación de la nueva experiencia vivida. No debe,
p o r lo tanto, ser óbice para la revolución la existencia, en un comienzo, de
una actitud difusa de rechazo, sin mayor consistencia ideológica; lo que real­
m ente im porta es que tal rechazo sea suficientemente profundo para poder
desarrollar, desde el abismo de esa negación, la positividad de lo nuevo.
La conciencia revolucionaria de la clase obrera evita cualquiera desvia­
ción del proceso revolucionario: com bate el espontaneismo anárquico de las
masas, el ausentismo laboral y cualquiera postura “rom ántica” frente a la
producción. La conciencia de las masas es la m ejor arm a ele la revolución.
El proceso revolucionario supone tam bién una transform ación radical
de la cultura, com batiendo la división social del trabajo que sirve de base
al antiguo orden. La supervivencia de valores y pautas de la vieja sociedad
pueden producir distorsiones imprevisibles en el funcionam iento ele las nue­
vas instituciones. El orden socialista supone nuevos valores, pautas y metas
sociales. Im porta recalcar una vez más que la nueva cultura sólo puede ser
obra del pueblo mismo, que rom pe con el sistema de opresión en que se
basaba el viejo saber. No puede ser obra de “intelectuales”. T a l categoría
de hombres está llam ada a desaparecer, una vez que term ine la separacie'm
del trabajo m anual y del trabajo intelectual. Es el pueblo que, haciendo la
revolución y construyendo el socialismo, va echando las bases de la nueva
cultura: de sus praxis nace la libertad y la ciencia.
4.—Existencia de un sistema internacional m ultipolar, que perm ita a un
núm ero crecido de países luchar por su liberación sin la amenaza directa
de una intervención im perialista.
La división del m undo en dos bloques abrió ciertas posibilidades de li­
beración para los países del T ercer M undo, las que dependían básicamente
de la correlación de fuerzas existentes entre EE. UU. y la URSS. U na vez
que el abanico internacional se m ultiplicó y aparecieron nuevos centros ele
poder dentro de cada bloque, esas posibilidades se am pliaron favoreciendo
la viabilidad de un camino “dem ocrático” hacia el socialismo. La dism inu­
ción de la tensión Este-Oeste y el enfriam iento de la guerra fría son hechos
de indudable im portancia.
Surge así en el panoram a internacional un vasto m ovimiento de libe­
ración socialista de los países del hemisferio sur, con una clara connotación
antiim perialista y nacionalista. Se va configurando, aunepie no sin tropiezos,
una solidaridad de los países pobres que buscan entrar en “el banquete de
la vida”. Este m ovim iento es tan fuerte e irreversible que el imperialismo,
debilitado en su propio seno por las contradicciones internas y los roces
frecuentes con otras potencias de m enor calibre, pero no por ello sin capa­
cidad de m aniobra internacional, se ve coartado en su acción represiva y
obligado frecuentem ente a tolerar un proceso socialista “dem ocrático”. La
dism inución de la tensión con los países socialistas no exige del imperialismo
una reacción unívoca e inm ediata en todos los ámbitos de la vida in ter­
nacional.
Este hecho irredargüible se vuelve más potente y prom isor cuando el
m ovimiento de liberación se da respetando los cauces jurídicos de la dem o­
cracia burguesa, pues ello mismo resta justificación ideológica a la acción
del imperialismo: la democracia se vuelve en su contra y la libertad lo ame­
naza desde los confines del horizonte.
Tales nos parecen ser las condiciones que deben concurrir para que en
un país se dé la coyuntura propicia para que pueda tener lugar el segundo
modelo de construcción socialista. Hemos de confesar que estas condiciones
las hemos inferido del caso chileno, de cuanto hemos vivido este últim o
tiempo; p o r lo cual, no pretendem os que tengan valor universal y perm a­
nente.
5 —Algunos problemas insoslayables. D entro de la llam ada vía “dem o­
crática” hacia el socialismo surgen diversos tipos de problem as instituciona­
les, algunos de los cuales son propios de este tipo de proceso revolucionario.
A ellos nos referirem os a continuación.

A. Los conflictos de poderes


La lucha de clases continúa en el tránsito al socialismo y adquiere, durante
este período, su mayor intensidad. Esta lucha se expresa en la actitud que
asumen los diversos poderes del Estado liberal. Lo corriente es que el trán ­
sito hacia el socialismo comience con la conquista de uno de los poderes
por parte del m ovimiento popular organizado; en el caso chileño, el Ejecu­
tivo. Los otros dos poderes se convertirán, entonces, en trincheras de defen­
sa del sistema vigente.
De donde resulta absolutam ente insoslayable el hecho de que se vayan
produciendo, como expresión del conflicto ele clases, diversos tipos de roces
y tensiones entre el poder controlado por las fuerzas revolucionarias y el
resto de los poderes del Estado. La form a concreta de estos conflictos depen­
derá de la m anera en que se encuentre estructurado el régim en político,
particularm ente si se trata de un régim en presidencial o parlam entario, si
de un sistema de derecho anglosajón o de uno de tradición napoleónica, pol­
la im portancia diferente que en uno y otro tienen el Poder Judicial y la
costumbre.
Estos conflictos no aparecen, sin embargo, como enfrentam ientos entre
grupos sociales con intereses divergentes, sino como disputas legales.
Los poderes se cuestionan recíprocam ente sus atribuciones, el ám bito
de su competencia, la forma de ejercer la autoridad y, en definitiva, el hecho
de haber sobrepasado la norm a jurídica que legitim a el ejercicio del poder.
El país se traba en un debate jurídico-político, del cual muchas veces el pue­
blo no alcanza a descubrir sus líneas gruesas. Es norm al tam bién que no
estando ninguno de los bandos seguros del triunfo, se busque cualquier arti-
lugio para evitar un conflicto o instancia (plebiscito) definitorios. Es preciso
no perder la perspectiva: estos conflictos no son puram ente de índole ju rí­
dica. Son principalm ente políticos y se resuelven según sea la fuerza de los
bandos en lucha.
T a l como decíamos anteriorm ente, los conflictos entre los poderes del
Estado están estrecham ente relacionados con el grado de flexibilidad que
la clase dom inante sea capaz de conferir al sistema jurídico. T ra ta rá de que
sea el m enor posible a fin de obligar al m ovimiento revolucionario a sobre­
pasar la ley, pero antes de producir la situación del “golpe legal” m edirá
muy bien sus fuerzas. La clase dom inante, igual que un tigre aparentem ente
cercado, aguarda el m om ento oportuno para desplegar todas sus fuerzas,
tanto a nivel de masas como en la superestructura jurídico-política. O tro
tanto ocurre con el m ovim iento revolucionario, con una diferencia funda­
m ental: debe estar siempre a la ofensiva. No avanzar es re tro ced e r30. Y para
ello debe apelar perm anentem ente a las masas.

30 “ N in g u n a revolución puede g u ard ar el ‘justo m edio’. \Su ley natu ral exige decisiones rápidas: o
bien la locom otora sube la pendiente histórica a todo vapor hasta el final, o bien, arrastrada por
su p ropio peso, desciende la pendiente hasta el p u n to desde donde había partid o , precipitando
con ella al abism o, sin esperanza de salvación, a todos aquellos que con sus débiles fuerzas in te n ­
tab an reten erla a m edio cam ino” . Rosa Luxenburgo, La Revolución Rusa, p. 64

187
B. La movilización de las masas

El proceso revolucionario por la vía legal plantea un problem a político de


prim era im portancia: la conciencia de clase. En efecto, en la praxis revolu­
cionaria se gesta y m adura la conciencia que el proletariado tiene de sí mis­
mo, de su fuerza y su destino histórico. La conciencia es poder. Para que
surja y se profundice, es preciso que los hom bres se desconecten de los h á­
bitos, costumbres y pautas valorativas de la vieja sociedad, que pierdan el
respeto a lo que la tradición ha sancionado, que descubran la injusticia que
está por detrás de las instituciones y del derecho. Ocurre, sin embargo, que la
revolución que am olda su acción a los cauces jurídicos, constantem ente pone
frenos a la acción de las masas, límites que no sólo vienen de la necesidad
de evitar el espontaneísmo, sino tam bién de respetar un derecho de clase
cuyos intereses son ajenos al pueblo. Las directivas políticas im parten nor­
mas sobre lo que es bueno hacer y no hacer y, con frecuencia, el llam ado
a la conciencia de las masas no se hace tom ando pie en la dialéctica concreta
de lo factible y de lo no factible, es decir, rem itiendo los problem as políticos
específicos al problem a central del poder, sino utilizando un discurso abs­
tracto sobre el deber, la disciplina y la necesidad de acatar la ley.
Este estilo de trabajo de masas, propio de un m ovimiento popular que
pretende ajustar su acción al derecho existente, puede producir una misti­
ficación en la conciencia popular al reiterar y divulgar el aforismo simplista
de que la ley se debe cum plir porque es la ley. Así se dificulta que el pueblo
entienda la mecánica de poder que hay detrás del derecho, el juego de las
fuerzas sociales en pugna, y puede caerse en el inmovilismo de las masas.
Así no se fortalece la conciencia de clase que necesariamente supone el re­
chazo no sólo de la figura del amo, sino tam bién de su m undo y de las
norm as que ordenan la sociedad de clases. La desmovilización y la falta de
conciencia redunda en burocratism o y dism inución del poder popular. ¿Cómo
rom per la correspondencia que pareciera existir en una sociedad de clases,
entre legalidad y m arginación popular del poder, entre respeto al derecho
burgués y desmovilización de las masas?
Quienes no consideran viable el segundo modelo de transición al so­
cialismo, quienes hasta se espantan de que pueda existir un “segundo ca­
m ino”, aprovechan la contradicción entre legalidad burguesa y movilización
p opular para Crear hechos políticos tendientes a dem ostrar su hipótesis de
que el nuevo camino no es transitable por el pueblo.
La clave del éxito de una experiencia socialista que se enm arque den­
tro de los cauces jurídicos consiste en saber abrir mecanismos eficaces de
participación y movilización popular a todos los niveles, a fin de que go­
bierno y pueblo unidos férream ente puedan derrotar a los enemigos de cla­
se, alterando desde dentro la naturaleza del Estado burgués.

C. La compatibilización de las metas

Un Gobierno revolucionario dentro de un Estado que sigue siendo burgués,


tiene tres objetivos que alcanzar y com patibilizar: a) la conquista del poder;
b) iniciar la construcción del socialismo y c) gobernar bien. Estas tres di­
mensiones de la acción gubernativa y de masas pueden presentar entre sí
numerosas contradicciones, que es preciso preveer y resolver correctamente.
La conquista del poder exige la introducción en la sociedad capitalista
de una serie de medidas tendientes a alterar sus estructuras fundam entales,
sobre todo aquellas que dicen relación con la producción, afectando inte­

188
reses nacionales y extranjeros; estas medidas, aunque adoptadas masivamen­
te en un corto lapso, no son suficientes para desarm ar el poder de la b u r­
guesía m onopólica y del imperialismo, lo cual genera su reacción; esta re­
acción se puede traducir, cuando menos, en una grave desarticulación del
sistema económico y social; todo ello, a su vez, redunda en la agudización
—aunque sólo sea m om entánea— de los problem as inherentes al subdesarro­
llo. El pueblo siente en carne propia estos problem as y ve, a veces con des­
concierto, cómo el Gobierno popular no los resuelve. A ello hay que sum ar
las campañas de desprestigio sistemático de los reaccionarios que aprove­
chan la libertad existente hasta llegar a desnaturalizarla, pasando más allá
de los límites que le im pone el orden público, a fin de provocar reacciones
del Gobierno que después puedan ser exhibidas como pruebas irrefutables
de su vocación “totalitaria”.
El cambio acelerado desconcierta al hom bre común, asusta a la llam a­
da clase media. El m undo parece inseguro, imprevisible, hostil. Se busca
tranquilidad, aquel m ínim o de paz que perm ite vivir y que todo proceso
revolucionario, cualquiera que sea su m odalidad, afecta de alguna m anera.
La propiedad deja de ser garantía. Pierde sus privilegios. ¿Qué queda?
De esta interrogante vital surge una fuerza antihum ana, que sólo busca
recuperar el equilibrio perdido, por más injusto y despótico que sea, devol­
ver a la propiedad sus garantías, reencontrar la paz aunque sea a costa de
la sangre, sofocar la libertad que ha acarreado tales males a la sociedad: es
el fascismo.
Los hom bres comunes y corrientes vuelven la espalda a la historia.
Si este círculo vicioso no se rom pe gracias a una concientización masi­
va del pueblo, a una verdadera y auténtica revolución cultural que perm a­
nentem ente recuerde las metas de la revolución más allá de las dificultades
inherentes al proceso, se corre el peligro de que las masas resten su apoyo
al m ovim iento p opular al com probar que sus reivindicaciones inm ediatas
no son satisfechas en la forma en que lo esperaban. Y es así como el Go­
bierno puede llegar a aparecer ante el ciudadano anónimo, especialmente
ante las capas medias, como un “m al” Gobierno. Los criterios y parám etros
para definir el buen o m al G obierno son, obviam ente, criterios tradiciona­
les, cuyos indicadores fundam entales están dados por la ecuación necesidad-
satisfacción.
Como no se han alterado los mecanismos institucionales de constitución
y legitim ación del poder, que sigue em anando de los electores que expre­
san su voluntad m ediante comicios periódicos, es posible que ello determ i­
ne conductas electorales contrarias al Gobierno, pudiendo incluso afectar
la existencia misma del poder popular.
Hay que alterar la relación ciudadano elector-Gobierno, cam biando los
juicios que configuran la imagen del buen Gobierno. En este punto es pre­
ciso ser tajante y veraz. El peor error consistiría en pretender “com prar”
el apoyo p opular halagando y fortaleciendo el espíritu tradicional. Las lla­
madas tareas “democráticas”, para ser eficaces, deben ser concebidas y rea­
lizadas en función de poder enfrentar efectivam ente los problem as del pue­
blo, para lo cual es preciso que éste pase a ser el agente principal en la
búsqueda de las soluciones, abandonando la cómoda actitud de consumir.
Por eso es que todo Gobierno popular debe saber trazar adecuada­
m ente la resultante entre las tres metas señaladas, de m anera que dialécti­
camente, aunque puedan oponerse en algunos momentos del proceso, a la
larga se com binen para asegurar el éxito de la revolución.
A m anera de conclusión podemos sostener que el segundo iñodelo de
construcción socialista tiene peculiaridades propias en sus aspectos institu­

189
cionales —políticos y jurídicos—, sin que ellas lo aparten de las reglas ge­
nerales de todo proceso revolucionario.
Hemos tratado, en este trabajo, de sistematizar esas características, re­
cogiendo lo que tiene valor universal en la experiencia acum ulada durante
estos dos últim os años en Chile. No estamos ciertos de haber alcanzado la
m eta propuesta. V erdaderam ente, más allá de todo convencionalismo y de
cualquiera fórm ula adocenada que los autores suelen colocar al final de
sus obras, verdaderam ente, no lo estamos. Hemos trabajado con sinceridad.
Sin contem plar intereses inm ediatos o parciales. Por eso nos atrevemos a
proponer a la discusión estas reflexiones nacidas del compromiso con la
revolución chilena.
H acia la conquista del derecho popular

J osé R o d r íg u e z E i .iz o n d o

Profesor de Política y Relaciones Internacionales,


en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile,
Fiscal de la CORFO

LA C O Y U N TU R A IN SO LITA

Es un hecho que en el m undo se em plea la expresión “vía chilena hacia el


socialismo”. Correcta o incorrecta desde el punto de vista teórico, tiene, por
lo menos, el m érito de ap u n tar gráficam ente hacia ciertas circunstancias
excepcionales. Por la vía del subrayado ella está diciendo que en el proceso
chileno se han producido una o varias coyunturas que antes no se habían
dado o que no se habían desarrollado en toda su extensión.
A grandes rasgos, la gran coyuntura —la coyuntura insólita— está dada
por el desencadenam iento de un proceso revolucionario dentro de los cauces
de la institucionalidad preexistente. O, en otros términos, por el desencade­
nam iento de un proceso revolucionario al m argen de la vía armada, sin que
por esto p u e d a caracterizárselo como un proceso pacífico. Porque “vía pací­
fica” no es la antípoda exacta de la “vía arm ada”.
Aceptando que ésta es la gran coyuntura, aparece en toda su dimensión
el problem a de la naturaleza, función y fines del ordenam iento jurídico.
De la presencia y significado del derecho burgués —o hegemónicam ente b u r­
gués— como conjunto norm ativo p ara unas masas cuyo proyecto social las
encam ina al socialismo.
Las circunstancias de que tanto la U nidad Popular, en su conjunto,
como el Presidente Allende, en particular, hayan repetido que ajustarán la
actuación del Gobierno P opular a las norm as del derecho vigente, ha dado
motivo, entonces, a las más arduas discusiones abstractas. Y, como es n atu ­
ral, en las discusiones abstractas han surgido dos polos supuestam ente anta­
gónicos, representados por los extremismos de izquierda y de derecha. Y de­
cimos “supuestam ente antagónicos” porque, pese a encam inar la elaboración
teórica por senderos contrapuestos, llegan a la misma conclusión: la de que
se trata de una misión imposible.
De este modo, los abogados del P artido N acional son consecuentes con
su posición al plantear con desenfado, en una de las acusaciones constitu­
cionales contra Pedro Vuskovic, que “la tentativa de construir el socialismo
sin rom per con la legalidad y la democracia se ha m anifestado imposible.
Son térm inos contradictorios e im practicables”. Del mismo modo son conse­
cuentes los ultraizquierdistas, m ilitantes o no, cuando plantean que lo que
im pide el desencadenam iento del proceso revolucionario en Chile (para ellos
lo que hay es sólo u n a variante del reformismo) es “la legalidad de los p a­

191
trones”. De ahí que llamen a 110 hacerse mayores problem as con ella y a
rom per con la legalidad de una buena vez.
T a n trem endam ente complicado debe ser el problem a que Regis Debray
se ha visto en la penosa necesidad de contradecirse a sí mismo al sostener,
por una parte, que “se ha dado a la legalidad burguesa un uso revolucio­
nario” y, por otra, que “el respeto a la legalidad burguesa significa que el
Gobierno, digamos, no se ha salido de los marcos reformistas” '.
Al parecer, Debray ignoraba lo que ya Engels había descubierto y expli-
citado en su prólogo a La lucha de clases en Francia. Eso de que “la ironía
de la historia universal lo pone todo patas arriba” ; de que “nosotros los
revolucionarios, los elementos subversivos, prosperamos mucho más con los
medios legales que con los medios ilegales y la subversión”, y de que “los p ar­
tidos del orden, como ellos se llam an, se van a pique con la legalidad creada
por ellos mismos”.
Es que; en realidad, y tal como han hecho otros intérpretes o investi­
gadores, hay que profundizar en la discusión, alejándola de la superficie
dilettantesca, para com prender que no resulta posible analizar el caso como
un “fenómeno en sí” sino en relación con el peso de las fuerzas en pugna,
con el desarrollo histórico, con las relaciones vigentes de p ro d u c c ió n ... con
la lucha de clases concreta, en suma, que se ha desarrollado en el país.
Enfocar correctam ente el problem a significa aportar verdaderam ente al
desarrollo del proceso, tanto por su comprensión como por el abandono de
ese facilismo que, al no hacerse problem as con las cosas complejas, lo com­
plica todo m ucho más. En buenas cuentas, no resulta gratificante extraer y
aislar a la legalidad como si se tratara de un quiste dentro del proceso chi­
leno. A ctuar así, es el equivalente izquierdista de ese asombro derechista,
traducido en la creencia de que sólo en virtud de un “descuido” su derecho
—tan burgués— fue infiltrado por un germen revolucionario que supo eludir
el cinturón de castidad del aparataje convencional.

EL ARM A P O L IT IC A

El com portam iento jurídico-político del proceso chileno tampoco puede con­
siderarse al m argen de la situación internacional. Dicha realidad viene a ser
la ejem plificación o realización más acabada del desgarram iento que experi­
m enta la reacción política en el período del imperialismo, y que la lleva a
ponerse en pugna con sus propias instituciones. Como dice A lexandrov en
su Teoría del Estado y del Derecho, en dicho período “la burguesía destruye
la legalidad por ella creada, renuncia a los principios democráticos formales
antes proclamados en el Derecho, por cuanto en las nuevas condiciones no
garantizan ya su dominación en la sociedad y en el Estado” 2.
Las fuerzas retardatarias, en medio de la contradicción básica del m un­
do contem poráneo, empiezan a darse cuenta de que hasta las instituciones
creadas hegemónicam ente por ellas se vuelven insoportables. Por ello, tratan
de actuar en consecuencia. Su prim er impulso —su “estado de ánim o”— las
llevaría, de buen grado, a la destrucción violenta de esa legalidad que se les
aparece, ahora, como imperfecta. Sin embargo, no por nada la conciencia
social ha asimilado al ordenam iento jurídico (al m argen del sistema econó­
mico que institucionaliza) como un valor instrum ental, esto es, como una
creación útil o “civilizada”.

1 V. Entrevista de D ebray a Allende, Rev. P unto Final, N9 126, pp. 46 y 56.


2 V. ob. cit., E ditorial G rijalbo, 1962, p. 81.

192
Los poetas de las cosas simples tienden a no considerar que existe una
relación directa entre la legalidad m antenida y el estada de la conciencia
social. Olvidan, o no saben, que la continuidad del sistema jurídico no es la
p u ra y simple existencia en los códigos, en las constituciones, en los regla­
mentos, de norm as de conducta, sino que es o puede ser m ucho más que eso.
E rare otras cosas, una aceptación o una indiferencia social frente al derecho.
Actitudes ambas que distan m ucho de constituir una base subjetiva sólida
"ara destruir el aparato legal, desde posiciones de izquierda o de derecha.
Por ello, los aprendices de bru jo de la oligarquía tienen que adecuarse a su
situación concreta. A las posibilidades que les brinda la correlación de fuer­
zas vigente en un medio determ inado y en un período determ inado. Lógica-
dam ente, sus pasos y contrapasos deben ser previstos por las fuerzas de iz­
quierda. Analizarlos, desmontarlos y contraatacarlos, form a parte de las obli­
gaciones políticas de los m ilitantes de la U nidad P opular y del pueblo chi­
leno, en general.
“O bviar” esta tarea rom piendo con la legalidad, sobre la base de que
se trata de una “m araña”, de que por ese lado ya se ha llegado al “techo”,
de que nos “em pantana”, etc., significa lisa y llanam ente regalarle la insti­
tucionalidad al enemigo de clase. Y regalarla en el m alentendido de que,
al m argen de ella, la cosa sería sum am ente fácil y de que la revolución se
haría en coche. Lo cierto es que el quiebre de la institucionalidad (y del
ordenam iento jurídico que la contiene) desde la izquierda, no está llam ado
a movilizar .masas, en este instante, sino a confrontar masas. A colocar a las
fuerzas responsables del Gobierno en el medio de un enfrentam iento que
sólo los extremistas desean y ante el cual las fuerzas organizadas del pueblo
se encontrarían en una situación precaria, por haber cedido voluntariam ente
la legitim idad institucional que ahora refuerza su legitim idad revolucionaria.
A ctuando como gobernante del país, la U nidad Popular, como alianza
política, debe actuar y actúa responsablem ente en lo que a este problem a
atañe. Sus dirigentes com prenden que no van a hacer desaparecer las trabas
formales o sustantivas de la legalidad con sólo recitar sus defectos o su
pecado original, sino gracias a la más am plia y combativa movilización de
las masas para la solución de los problem as estructurales. Desde este punto
de vista, está claro que no corresponde a las fuerzas revolucionarias rom per
el aparataje jurídico-institucional, m áxim e cuando, bajo la presión de las
masas, éste soportó su propio acceso al Gobierno.
En buenas cuentas, su ru p tu ra forma parte indisoluble de la violencia
reaccionaria y, por lo tanto, la actitud revolucionaria debe ser concebida
como una réplica. La m ente fría y el corazón ardiente, propios de la form u­
lación leninista, aconsejan evitar la provocación extrem ista de derecha y la
“fácil” solución legal del extremismo de izquierda. Como decía Engels, en
el prólogo antes citado, “si no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al
com bate callejero para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que
rom per ellos mismos esta legalidad que les es tan fatal”. En térm inos tác­
ticos, rom per la legalidad, en estos momentos, es renunciar a un arm a polí­
tica, con el pretexto de que su m anejo resulta difícil. Es echarle la culpa
al em pedrado de las debilidades surgidas en otros frentes y que, de no haber
existido, habrían facilitado grandem ente el empleo del arm a de la legalidad.

EL T E R R E N O JU R ID IC O DE LA LU C H A P O L IT IC A

Si entendemos las cosas m atizadam ente, en toda su com plejidad dialéctica,


no incurrirem os en el vicio m aniqueo de sostener que, entonces y en vista
de lo anterior, la cosa es sum am ente fácil. Que el camino de la legalidad

13.—CEREN 193
está pavim entado y que sólo falta arreglar un poco la berma. Ni tanto ni
tan poco. Ni imposible, ni fácil. Simplemente real.
Es un camino que no se ha trazado en virtud de una decisión de alto
ni de bajo nivel, sino como consecuencia de una lucha social concreta en el
contexto internacional correspondiente. Las complejidades que presenta y
que a algunos llevan a la desesperación, al derrotism o o al escepticismo, son
los escollos propios de nuestro proceso revolucionario real. Escollos que no
podían crearse ni evitarse voluntariam ente, sino que surgieron y se desarro­
llaron dialécticam ente en nuestra historia de clases.
Es bastante obvio, en este razonam iento, que nuestro derecho sigue sien­
do consustancialmente burgués y que, como tal, brinda posibilidades estu­
pendas para entorpecer la liberación de nuestro pueblo. Es bastante obvio,
tam bién, que en el aparataje vinculado a la superestructura jurídica pesan
todavía mucho más las posiciones retardatarias que las progresistas. Es bas­
tante obvio, finalm ente, que los sectores más lúcidos del im perialism o y de
la burguesía deberían aferrarse a las dos evidencias anteriores, descartando
transitoriam ente la secuencia sedición-guerra civil.
En efecto, si cuentan con un derecho que en lo básico los interpreta,
y con funcionarios, autoridades y dirigentes de Colegios Profesionales que
interpretan tanto a los reaccionarios como a las normas jurídicas, todo indica
que no van a ser tan ingenuos como quisieran los extremistas de su tendencia.
Lo cual indica que tienen que valorar la potencialidad política del derecho
y que, en tal terreno, seguirán dando la batalla, m ientras la correlación de
fuerzas no cambie significativamente. R esulta im portante, entonces, conocer
desde la izquierda cuáles son las posiciones jurídicas que ha conquistado el
pueblo en su lucha, para saber cómo se pueden am pliar o desarrollar.
Y, más que im portante, resulta decisivo que sobre la base del conocimiento
exacto, las masas reasum an la ofensiva en este campo para com pletar las
secuencias de su avance victorioso. Para consolidar, en la superestructura,
los cambios revolucionarios que se iniciaron en Chile con la conquista del
Gobierno, cuyo aparato fue concebido por la burguesía como el de mayor
peso e im portancia para la protección de sus intereses m inoritarios.

REALIDAD Y ABSTRA CCIO N

En este punto del debate, un m ínim o de claridad nos debe alejar de la


tentación de ver en el proceso político-jurídico chileno la mano de la casua­
lidad.
La tesis del triunfo fortuito de Allende, basada en ese “providencial”
desencuentro de la burguesía con sus representantes políticos (el “error de
cálculo”), tiene su correlativo en el campo del desarrollo del program a de la
U nidad Popular. Así, la circunstancia histórica de que se hayan concretado
medidas revolucionarias tales como la nacionalización del cobre, la estatiza-
ción de la banca y el surgim iento del Area Social en la Economía, aparece
p ara algunos intérpretes como una sucesión de jugadas habilidosas, perm i­
tidas por la existencia de vacíos legales, de normas dictadas en períodos
políticos convulsionados y que no fueron derogadas, o de contenidos norm a­
tivos lo bastante ambiguos como para legitim ar una aplicación antisistema.
Lo cierto es que demasiadas coincidencias desvalorizan la regla y obligan
a plantearse un poco más allá.
Y plantearse un poco más allá sigirifica reconocer que las instituciones
de la superestructura —como el derecho— no son necesariamente estáticas.
Que existe en ellas una dinám ica norm al que las lleva de la atrofia a la
hipertrofia y viceversa, de acuerdo con los fenómenos reales que ocurren en

194
la estructura. En las relaciones- vigentes de producción. Significa reconocer,
tam bién, que dentro de su dinám ica natural los fenómenos superestructu-
rales no reaccionan m ecánicam ente frente a los estímulos que se producen
en la estructura. En el terreno del arte, por ejemplo, y a p artir de form u­
laciones del propio Marx, se ha podido detectar perfectam ente este “desa­
rrollo desigual” de la superestructura, que im pide filiar a un artista y a su
obra de acuerdo con la caracterización exacta de su época, y que hasta puede
ponerlo en contradicción con su propia posición política. El caso de Balzac
es paradigm ático en este terreno.
Por ello es que en nuestro caso resulta más correcto definir al derecho
como “hegem ónicam ente burgués” y no como sim plemente burgués, sin vuel­
ta de hoja. Esto, porque pese a estar concebido como un estatuto de dom ina­
ción de los poseedores-propietarios-individuales-de-los-me dios-ele producción.
no ha perm anecido estático, rígido o inm utable frente al devenir histórico.
Porque su calidad de reflejo normativo ha tenido que ponerse en evidencia
en el fragor de la lucha social.
Encarnando el medio, por una parte, y respondiendo a las presiones,
por otra, el aparato norm ativo ha seguido de cerca el flujo y reflujo de las
fuerzas en pugna. Esta adecuación, correlativa a los estímulos, le ha perm i­
tido recorrer un camino que va desde la bendición sacram ental de la pro­
piedad privada en el máxim o nivel norm ativo —y sin mayores atenuantes—,
hasta la elaboración de un com plejo de disposiciones que perm iten contro­
lar, intervenir o expropiar la adm inistración de los bienes~privados por parte
de la autoridad social. De este modo, se han producido una serie de efectos
poco frecuentes pero no aberrantes, que dem uestran qué es lo que sucede
o debe suceder cuando un aparato jurídico hegemónicam ente burgués es
consecuente consigo mismo. Es decir, cuando no resulta transgredido con el
cinismo o con el oportunism o “norm al" en otros contextos históricos.
Prim ero y principal de estos efectos, para nuestro desarrollo, ha sido el
de que el derecho chileno ha tenido que institucionalizar, que acoger, las
conquistas de los trabajadores.
La circunstancia de que en nuestra legislación, en todos sus niveles y
hasta en el de la institucionalidad, se reconozcan las reivindicaciones básicas
de las masas no es, ni mucho menos, una concesión de la “oligarquía ilus­
trad a”: es el precio que ésta ha debido pagar al especial desarrollo político
de nuestro pueblo.
Poco im porta, para este análisis, que el im perialism o y la reacción ha­
yan tenido la intención gatopardesca de someterse para m aniobrar. De aga­
char el m oño con hipocresía seudodemocrática, para violar en los hechos la
finalidad de los derechos conquistados por el pueblo. Lo que im porta es
la verificación de que esos derechos se conquistaron y se insertaron en el
ordenam iento global y que, consecuentemente, se transform aron en una he­
rram ienta política para el desarrollo ulterior. Así sucedió con la democra­
tización de nuestras instituciones políticas; con la legislación destinada a
rep rim ir las perversiones de la democracia burguesa; con la legislación labo­
ral, y, principalm ente, con la legislación económica, que hasta ha dado m ar­
gen para la autonom ización del Derecho Económico en nuestras Universi­
dades. Legislación esta conseguida, muchas veces, por vías poco normales,
en épocas convulsionadas y traducidas en decretos leyes o en decretos con
fuerza de ley. Pero, irregular y todo en su gestación, sancionada después
como legítim a por la práctica social y jíor los sacerdotes oficiales de la Juris­
prudencia, porque correspondía a una ecuación de la época. A un hito de
la lucha que se daba en el nivel de las estructuras y de las masas insertas
en ellas.

195
En razón de lo anterior es que, analizando antes del 4 de septiem bre
de 1970 la legislación económica vigente, sostuvimos que el G obierno dis­
ponía de “un bonito surtido de instrum entos formales, que institucionalizan
su intervención en lo económico” y que su operatividad dependía, funda­
m entalm ente, de la decisión política que hubiera en los niveles de mando.
Ello mismo nos llevaba a afirm ar que era “concebible” que el edificio ju rí­
dico presentara una línea continua m ientras se transform aban sus cimientos,
pues “el vuelco revolucionario, en muchos aspectos, no hará más que llevar
a un ámbito real las formulaciones programáticas e idealizantes, contenidas
en los ordenamientos jurídicos vigentes” 3.
Las dificultades y las frustraciones que muchos revolucionarios experi­
m entan al topar con nuestro derecho, como Sancho con la Iglesia, derivan,
muy verosímilmente, de un acendrado idealismo filosófico que los hace ver,
por doquier, fenómenos puros en su estado puro. A este respecto, resulta
interesante transcribir un lúcido párrafo de Joan Garcés:
“Quienes se dicen marxistas y conciben la táctica revolucionaria en el
Chile de hoy a partir de una conceptualización genérica del Estado burgués,
dan la impresión de manejar una concepción del Estado que tiene poco
de materialista. Más bien, por el contrario, están empleando categorías
dialécticas idealistas, de ascendencia hegeliana. A l contem plar el Estado
chileno no como objeto material real específico, sino como objetivización
ideal del Estado burgués, invierten el orden lógico que construye lo gene­
ral partiendo del previo análisis de lo particular. Y, en cierto modo, con­
vierten las atribuciones propias del Estado burgués tipa en algo inm anente,
en una fin itu d ideal” 4.
Los que piensan como supone Garcés no pueden captar, con exactitud,
la distancia que hay entre el hecho y el derecho, ni la interacción del uno
sobre el otro. No conciben que en virtud de u n a especial correlación de
fuerzas, por ejemplo, la clase dom inante sea capaz de im poner una ley reac­
cionaria que no va a poder aplicar por enfrentarse a una resistencia victo­
riosa de la clase dom inada. O que, a la inversa, la clase dom inada pueda,
en un m om ento dado, arrancar una'conquista que sea vaciada de contenido
p or la clase dom inante, sin derogación legal, en v irtu d de una aplicación
o interpretación restrictiv a5. En resumidas cuentas, la abstracción ensimis­
mada choca con el estudio directo y analítico de un com portam iento legal
tan determ inado y concreto como el chileno.

LA R EB ELIO N DEL ENEM IGO

U na segunda consecuencia del com portam iento de nuestro derecho hegemó­


nicam ente burgués, es la ya anotada: la de que fuerza al im perialism o y a
sus aliados internos a la rebelión contra la legalidad. R ebelión que, en nues­
tro caso, se traduce, en la inducción a un com portam iento aberrante del
derecho y de las instituciones que éste contiene. Es decir —y hasta el m o­
m ento en que se escriben estas líneas— el im perialism o y la reacción han
estimado, al m argen de su odio de clase, que no pueden darse el lujo de
aparecer rom piendo frontalm ente con la legalidad, pues ello les dejaría en
posición de debilidad. Con frialdad han trazado una táctica tendiente a exas­
p erar la legalidad vigente en contra del Gobierno; a violarla perm anente­

3 V. Teoría Secreta de la Democracia Invisible, Editorial O rbe, 1968, pp. 42 y 130.


4 V. R evolución, Congreso y Constitución. E l caso Tohá, Editorial Q u im antú, 1972, p. 43.
5 V., en este sentido La part d u droit dans la realité et dans Vaction, de M onique y R oland W eyl.
E ditions Sociales, París 1968, p. 123.

196
mente, siempre que exista alguna interpretación que legitime la violación,
por peregrina que sea; a movilizar sus cuadros especializados en todo el apa-
rataje judicial, adm inistrativo y profesional, y a inducir a sectores de la iz­
quierda para que les obsequien la legalidad. Esto es, para que la quiebren
prim ero, porque estim an con lucidez que hoy día, en Chile, el que quiebra
paga.
Así es como el im perialism o no perpetra contra nuestro país un bloqueo
“honesto”, como el de Cuba, sino un bloqueo “hipócrita”. Usando todos sus
resortes internos y externos, toda la fuerza de presión que éstos le otorgan
en el seno de las entidades norteam ericanas, internacionales o transnaciona­
les, conduce im placablem ente a la toma de decisiones estrangulantes. A pli­
cando su ley im perial en contra de Chile, nos cierra el acceso al crédito;
nos im pide ju g ar con variables lícitas para el cum plim iento de los com pro­
misos contraídos precisam ente en virtud de nuestra dependencia; nos clau­
sura el mercado de m aquinarias o de repuestos para industrias básicas o es­
tratégicas; nos em barga bienes de entidades públicas, pasando por encima
del respeto diplom ático —ya que no jurídico— que debería merecerle una
disposición de nuestra Constitución Política. Y todo ello sin hablar de las
actividades de “legalidad sobrepasada”, como aquellas en que se especializan
sus agentes y sus compañías telefónicas.
La reacción interna, por su parte, pone lo suyo. Y no sólo desde el 4 de
septiem bre de 1970, sino desde que avizoró la posibilidad de qué llegara
ese día.
Consecuentes con su posición de clase y con su clarividencia frente a
la verdadera entidad del derecho en Chile, las fuerzas del status capitalista
usaron desde el principio el derecho como un arm a política im portante.
La irónicam ente llam ada “Ley de Defensa Perm anente de la Democracia”
(la “m aldita”, como decía directam ente nuestro pueblo) y la Ley Sobre A bu­
sos de Publicidad dictada en el período de Alessandri (la “Ley M ordaza”),
son ejem plares distinguidos de la conciencia político-legalista de nuestra de­
recha. Paradigmas de su afán ele violar la ley por medio de la ley; de violar
la Constitución, guardando las formas legales; de atentar contra los dere­
chos hum anos, previo aviso en el Diario Oficial.
Esta com postura se manifestó, por supuesto, después del triunfo de
Allende. La “ingeniosa” segunda vuelta que propusieron representantes de
la derecha y cuya paternidad oficial se adjudicó al señor Alessandri, era
sencillam ente un fraude a la Constitución. Pero un fraude “con todas las
de la ley”. ¿Qué tiene de extraño, entonces, que desde la asunción de Allende
hasta la fecha se hayan empleado todos los resortes legales e institucionales
para frenar el proceso revolucionario? ¿Qué tiene de insólito el que la reac­
ción interna se las ingenie para desnaturalizar y para festinar los instrum en­
tos más serios y severos de nuestra institucionalidad, entre ellos la acusación
constitucional?
¿Es que alguien piensa, por ejemplo, que el Colegio de Abogados actúa
seriam ente cuando pretende castigar a las autoridades o funcionarios de
G obierno que son abogados, o cuando pretende im pugnar la legalidad de sus
actos adm inistrativos, sustituyéndose a los tribunales que establece el artícu­
lo 87 de la Constitúción?
¿No era previsible que la reacción iba a quem ar im púdicam ente lo que
antes adoró y adorar lo que antes quemó, tratando de desplazar el centro
del poder del Gobierno al Parlam ento; tratando de com prom eter a la opo­
sición parlam entaria en una Santa Alianza con el Poder Judicial y con la
C ontraloría, y tratando de derogar las facultades normales que tuvieron el
G obierno y las entidades del sector público hasta la fecha?

197
Claro. No hay por qué m aravillarse por esta torcida posición legal. Del
enemigo de clase no se pueden esperar felicitaciones.
Pero lo que tiene de ejem plar esta somera descripción de sü conducta
es que revela en toda su com plejidad su análisis táctico y estratégico y el
énfasis puesto en el derecho como arm a política. Antes que ceder a la ten­
tación ultrista de quebrar de inm ediato-la legalidad, por la vía de la sedi­
ción, han escogido un camino m atizado que va desde negar la sola posibi­
lidad de que el G obierno respete la ley burguesa, hasta com petir con éste
por su “posesión”, m ediante una guerrilla en la cual los ardides leguleyescos
sepultan a los principios, como el propio T rib u n al Constitucional se ha visto
obligado a verificar en m últiples ocasiones. Sin que esto signifique, en nin­
gún momento, una renuncia a las vías de hecho sino, más bien, un acondi­
cionam iento de la opinión pública para que dichas vías aparezcan legitim a­
das, cuando consideren llegada la ocasión.

LA IN E FIC IE N C IA DE LA U NIDAD PO PU LA R

Después de lo expresado quizás se entienda más claram ente por qué no


es la legalidad hegem ónicam ente burguesa la culpable directa de todos los
males que aquejan a nuestro proceso revolucionario.
Si aceptamos que las vanguardias organizadas del pueblo entienden la
necesidad de no regalar la legalidad porque ésta es un arma, y si aceptamos,
consecuentemente, que el im perialism o y la reacción tratan de quitarnos
esa arma, habrá que concluir que el mayor éxito del enemigo de clase ra­
dica en circunstancias ajenas al derecho mismo. Concretam ente, en que ha
encarado la lucha por el derecho como una parte de la lucha por el poder,
y en que en tal com bate no ha escatimado medios. En que su convicción
relativa a la im portancia de la lucha legal es superior a la convicción de las
fuerzas de la U nidad Popular.
Corresponde analizar, entonces, por qué las fuerzas de la U nidad Po­
p u lar han m alencarado esta parte de la lucha. O por qué la han encarado en
peor pie. A este respecto, lo prim ero que detecta un observador es la falta
de univocidad sobre el problem a. La existencia de diversos grados de con­
vicción que oscilan entre el m áxim o y el mínimo, con indicadores que es­
tán muy cerca del cero, en el últim o caso.
Puede decirse, en este orden de consideraciones, qué el indicador m áxi­
mo radica en el Presidente de la República, quien ha aclarado absolutam en­
te el problem a y su proyección. En innum erables oportunidades ha tratado
de descorrer los velos del dogma y del negativismo afirm ando con energía,
que la legalidad es uno de los pilares de la fuerza del Gobierno y estable­
ciendo, muy didácticam ente, la relación dialéctica entre dicha fuerza y el
derecho. Del mismo m odo se ha preocupado de dejar p u n tal constancia de
los m últiples atropellos al ordenam iento jurídico cometidos por la reacción.
Así es como en uno de los momentos de mayor tensión vividos en nues­
tro proceso, cual es el originado por el conflicto de poderes derivado de la
tram itación del “proyecto H am ilton-Fuentealba”, Salvador Allende ha sos­
tenido con serenidad que “lo que sí compete al Gobierno es asegurar el
normal funcionam iento del régimen democrático, que empieza por la plena
vigencia de la Constitución, así como tomar las medidas para que el dese­
quilibrio entre la realidad revolucionaria en desarrollo y lo que la oposición
capitalista pretende im poner en el Congreso no lleve al país a una situación
de caos incontrolable 6.
6 D iscurso rad io d ifu n d id o el 10 de ju lio de 1972.

198
Lo cual no significa que valore o hipervalore las cualidades del derecho
rigente, pues, sim ultáneam enté, h a manifestado que “en las presentes cir-
ciinstancias del desarrollo del proceso revolucionario, pocos hechos encie-
rran mayor riesgo para la estabilidad de las instituciones mdemocráticas en
Chile, que el desajuste entre la realidad socioeconómica, por un lado, y las
formas jurídicas, por otro” 7
Sin embargo, y lam entablem ente, no se da la m ism a claridad en otros
sectores progresistas o revolucionarios. Muchos de ellos dan la im presión
de e n tra r derrotados a la cancha, con visibles complejos de inferioridad,
debido a que sus enemigos se sienten “como peces en el agua” en la m araña
legal. Esta sensación de inferioridad no la compensan, como parecería lógi­
co, subsanando su incompetencia, trabajando con más ahinco en este sec­
tor, sino disparando verbalistam ente contra la institucionalidad. Es la acti­
tud prim itiva del ser hum ano —tan gráfica en el niño— de destrozar aquel
artefacto sofisticado que no puede m anipular. Falta de esos sectores, enton­
ces, la dosis m ínim a de convicción. La conciencia clara de la necesidad de
trab ajar con lo que existe y no con lo que debería existir.
Explicaciones o excusas las hay. Indudablem ente. Ahí está, fundam en­
talm ente, una universidad de clase que forjó especialistas para servir los in ­
tereses de su clase. A hí están las propias colecciones de norm as jurídicas
elaboradas bajo la hegemonía burguesa, para institucionalizar su dom ina­
ción (sin perjuicio de su dinám icidad natural, como se 1ra v isto ).
E n este campo es una realidad el que si bien podemos tener a los me­
jores, en ningún caso tenemos a los más.
Por su parte, la falta de convicción anotada se traduce en escepticismo
y en omisiones. En lo que pudiera llamarse “trabajo lento” y que se con-
cretiza en el no ejercicio de todos los derechos que el ordenamiento vigente
—burgués y todo— brinda a la autoridad gubernam ental y al aparataje que
de ella depende. Y esto es grave, porque significa no sólo entrar derrotado
a la cancha, sino que ceder el terreno al adversario. La reflexión vulgar que
se da a este nivel es la que “no se saca pacía”.
—No se saca nada con querellarse, porque los tribunales van a absol­
ver al querellado.
—No se saca nada con aplicar determ inadas medidas adm inistrativas,
porque la C ontraloría va a devolver el decreto.
—No se saca nada con enviar proyectos de ley de evidente aceptación
para las masas, porque la oposición los va a destrozar.
Si se analiza bien este tipo de motivación, podrá entenderse que por
encima del derrotismo, del escepticismo o del negativismo aflora u n a acti­
tu d muy especial y m ucho más peligrosa: la desconfianza en la potencialidad
de las masas y en la capacidad propia para movilizarlas. En otras palabras,
aparece la actitud que más puede complacer a la reacción. La de im poner
su juego en el solo terreno de las superestructuras y —m iel sobre h o ju e la s-
contra un adversario que, psicológicamente, está program ado para rechazar
hasta las propias reglas que lo favorecen.
En este punto, no pudo ser más significativa la actitud de El Mercurio
cuando empezó a experim entar el rigor de la línea gubernam ental dirigida
a ejercer integralm ente los derechos que contem pla la ley civil y la ley
penal. En editorial del 2 de julio de 1972, después de explicar a su público
con cuanto estoicismo había soportado las amenazas, presiones, etc., del Go­
bierno, se conduele por el perverso empleo de la táctica com unista de “per­
seguirnos ante la justicia”. Así, cubre de cenizas sus cabellos debido a que

7 Id.

199
“la R am ona P arra” se querelló contra el diario porque “se dio por ofen­
dida con una de nuestras noticias (“la inocente” noticia de que los jóvenes
comunistas se dedicaban a estrangular guaguas), y porque el M inisterio del
In terio r interpuso otras querellas sucesivas. Su clarividente com entario aco­
ta que dicha “ofensiva judicial” tendría motivaciones extras: “Se trata so­
bre todo de provocar comentarios desdoroso y tal vez de perjudicar a los
magistrados del Poder Judicial. .. Con estas querellas de puro signo per­
secutorio el M inistro del Interior no debe lograr éxito, pero los inspirado­
res de la nueva estrategia tal vez consigan hacer aparecer a los jueces como
adversarios del Gobierno en circunstancias de que su rol es ajeno al con­
flicto que el Ejecutivo tiene con los periodistas”.
En térm inos claros y concisos, El Mercurio confesaba lo que algunos
izquierdistas no querían suponer. Esto es, que el ejercicio integral de sus
derechos, por parte del Gobierno, está llam ado a sacar por lo menos de
la im punidad m oral a quienes lo atacan con armas teóricam ente vedadas.
Que está llam ado a form ar conciencia pública sobre muchos problem as
que perm anecen cóm odam ente vigentes y ocultos, sobre la base ele la deja­
ción. En buenas cuentas, el tem or al fin del veranito de la inactividad,
traduce el tem or a la opinión pública, y a la mayor movilización de masas
que dicha opinión puede engendrar.

EL FE T IC H ISM O DE LA LEY
'

Acá es donde, verdaderam ente, llegamos al meollo del problem a. D onde


descubrimos la cojera y dejamos tranquilo el empedrado. El dilem a radica
en que la movilización de masas no debe detenerse, para perm itir u n a lucha
al nivel de las altas instituciones. O, a la inversa, que el com bate al nivel
de las altas instituciones no puede darse con las masas como espectadores.
Si las masas se dedican sólo a observar si se absuelve o se condena a un
in juriador; si se consuma o no la trasgresión constitucional que significa
volver al parlam entarism o, vía acusación constitucional; si se cursa o no
un decreto que tiene por finalidad solucionar problem as de abastecimiento,
y que se dicta en virtu d de atribuciones discrecionales del G o b ie rn o ...
quiere decir que la participación no opera en su nivel más legítimo. En el
del interés por la cosa pública, por la gestión del aparato estatal. Q uiere
decir que el viejo estilo de puertas cerradas no ha sido desterrado, pese a
que es uno de los resortes del poder de la reacción política. Y que no ha
sido desterrado en virtud de que no ha existido decisión a nivel de bases
para hacerlo.
Es indudable, para un m arxista, que ni los más lúcidos y preclaros m a­
gistrados de la burguesía podrían im poner su dirección lregemónica si la
masa dirigida tom ara conciencia de sus intereses y se organizara para actuar
en consecuencia. La organización, la discusión, la formación de opinión
antagónica a la gestión reaccionaria, son perfectam ente lícitas y capaces de
neutralizar, por lo menos, la labor de individualidades reaccionarias. Son
las “armas de la crítica”, como diría M arx, que están en el origen de todo
desarrollo revolucionario, microcósmico o macrocósmico.
T a n cierto es lo anterior, que basta con señalar el máxim o triunfo
jurídico-político del Gobierno Popular, para darse cuenta de que resulta hasta
obvio consignarlo. En efecto, la nacionalización del cobre, que por sí sola
ubicará en lugar preem inente de la historia al gobierno de Salvador Allende,
no fue el resultado de una discusión académica en el seno del poder consti­
tuyente. No fue la p u ra y simple tram itación de un mensaje presidencial,

200
que se destinó a las comisiones correspondientes, que pasó raudam ente
por las Cámaras del Congreso, y que culm inó con la publicación del texto
aprobado en El Diario Oficial.
M ucho más que eso, la nacionalización fue la culm inación de un vasto
trabajo de las vanguardias organizadas de nuestro pueblo, que consiguió
encarnar unánim em ente en todos las fuerzas patrióticas del país. En síntesis,
remachó un excelente trabajo de masas y con las masas, que obligó a ple­
garse a ellas hasta a los defensores del im perialism o, a quienes no les que­
dó otra vía que la de desprestigiar la gestión ulterior de los chilenos. Sin
considerar para nada, lógicamente, las condiciones reales de la nueva ad­
m inistración nacional.
Del mismo modo, las masas deberían movilizarse y ser movilizadas por
los partidos de vanguardia para consolidar la liberación económica del
país en el terreno menos trascendental, pero de igual modo vital, de la
querella perm anente sobre la legalidad.
Sin embargo, si cuesta entender la verdadera naturaleza y funciones
de nuestro derecho en nuestro proceso, al nivel de los cuadros m ilitantes,
más cuesta al nivel del pueblo no m ilitante. Así, descartando los pequeños
sectores que siguen las consignas de lo que Garcés llam a “izquierda dastro-
fista”, u n a p arte im portante del pueblo no m ilitante delega —de hecho—
en los representantes populares la solución de los problem as de la superes­
tru ctu ra jurídica.
Lo anterior se traduce en la misma antigua tendencia a esperar que
las leyes, elevadas a la categoría de fetiches, solucionen los problemas. A
esperarlo todo, o casi todo, de la dictación o de la derogación de una ley,
sin poner nada, o casi nada, de su parte. Esta tendencia que implica, como
decíamos, u n a ausencia de participación, es el otro ángulo de la parte fa­
vorable de la historia de nuestra legalidad.
E n efecto, si aceptamos que en todo el derecho chileno es obra de la
burguesía, ya que está en parte desbordado por las conquistas populares
(factor p o sitivo), debemos aceptar, tam bién, que el camino de la legalidad
h a acostum brado a algunos sectores de nuestro pueblo a esperar demasiado
del puro juego institucional (factor negativo).
“N o com prendiendo a cabalidad que las conquistas dentro del juego
eran fruto de la acción de las masas organizadas, se sintieron tentados a
adjudicar al instrum ento las virtudes de la conducción” 8.
Esto, sumado a la falta de convicción en algunos sectores m ilitantes,
com pleta el cuadro analizado. El de la inferioridad psicológica frente a una
legalidad que en lo fundam ental —políticam ente hablando— favorece al
G obierno y el de la pasividad u om isión frente al empleo de todos los re­
cursos que franquea el ordenam iento legal. Por ello es que hay que tener
muy en claro que no debe haber nada que se parezca a una opción entre
la lucha por la legalidad y la lucha de masas.
Luchando con las masas por una legalidad que garantiza el desarrollo
básico, institucional, de nuestro proceso revolucionario, se cum ple una la­
bor revolucionaria. Es la única m anera de no capitular ante las dificultades.

U N NUEVO D ER EC H O PARA C H IL E

Más allá del problem a principal de la hegem onía de la alianza de clases


representada por la U nidad Popular, que se refleja en la lucha por el de­

8 V., en revista Principios, N9 143, artícu lo “ Chile: la revolución y la ley” .

201
recho, está el problem a de cam biar las norm as y las instituciones de ese
derecho. Porque, aunque resulte m ajadero repetirlo, com batir en defensa
de la Constitución vigente no es com batir por la m antención de derecho
hegemónicam ente burgués, sino partir de la base más sólida para trans­
formarlo.
Desde esta perspectiva, la continuidad norm ativa y el desencadenam ien­
to del proceso que se ha producido sin que se quiebre, dem uestran que la
institucionalidad es lo suficientem ente flexible como para ser superada
desde adentro. Usando, para ello, las propias norm as genéticas del ordena­
m iento global. A ctuando dentro de la correlación de fuerzas vigente, lu­
chando por m ejorarla, sin olvidar que los sectores contrarrevolucionarios
pueden triunfar en sus tentativas de inducir a com portamientos jurídicos
aberrantes, y m anteniendo vigilancia sobre los factores de la sedición, puede
decirse que en Chile la destrucción del aparataje burgués ha adquirido una
connotación distinta.
Siendo claro que las relaciones socialistas de producción suponen una
legalidad cualitativam ente diferente, en la cual se invierta la proporcionali­
dad negativo-positiva actual, debe ser claro, tam bién, que ese salto puede
ser canalizado en la huella del ordenam iento condenado a desaparecer.
Así como quedó demostrado, por la práctica, que no había “vías ú n i­
cas” p ara acceder al gobierno, así debe entenderse que el salto cualitativo
al ordenam iento socialista no está sujeto a dogmas.
Con “la razón del derecho y la fuerza del G obierno”, como ha dicho
Allende, más la voluntad coincidente y actuante de quienes están por cam­
bios significativos de un avance hacia formas de producción socialista, es
concebible u n a vía chilena hacia un nuevo derecho. U n derecho que insti­
tucionalice la nueva relación de fuerzas, reconociendo la hegemonía de los
trabajadores; que establezca claram ente la dirección social de los sectores
decisivos o estratégicos en el campo de la economía; que siente las bases
de la propiedad socialista en la ciudad y en el campo; que im ponga las
normas relativas al desarrollo planificado de la economía nacional, enca­
m inado a la construcción del socialismo y al increm ento del nivel de vida
de los trabajadores; que establezca la obligación, con incum plim iento san­
cionado crim inalm ente, de defender las conquistas de los trabajadores
frente a los ataques de im perialismo y de sus agentes nativos, y que provea
al desarrollo de la solidaridad de los trabajadores de Chile con los de los
demás países del m undo.
Q ue esto se transform e en una utopía o en una realidad, es algo que
depende de la calidad y cantidad de trabajo de las fuerzas revolucionarias
consecuentes. De la mayor o m enor com prensión hacia la necesidad de am­
pliar la plataform a social de apoyo al Cobierno, sobre la base del interés
de las clases o capas trabajadoras. De la m ejor o peor labor en los centros
de trabajo, en lá lucha por increm entar la productividad y la producción.
Del más alto o más bajo grado de participación de los trabajadores en la
gestión de sus empresas. De la correcta o incorrecta com prensión del fenó­
meno cultural, traducido fundam entalm ente en la actividad a través de los
medios de comunicación.
En todo caso, resulta innegable que nuestro pueblo, ubicado en el centro
de esta coyuntura histórica, está plenam ente capacitado para consolidar
su victoria. A ctuando unido, en el interés de su p atria y de la clase, puede
institucionalizar septiembre, arrebatando para siempre a sus enemigos la
im portante arm a de la legalidad.

Julio de 1972

202
H acia una nueva conceptualización jurídica

E duardo N o vo a M o nreál

Presidente del Consejo de Defensa del Estado

1. IN T R O D U C C IO N

El socialismo gana terreno en todos los campos y en todos los frentes. Abier­
tam ente en unos, subrepticia o sutilm ente en otros. En el curso de pocos
años hemos visto cómo se introduce en el lenguaje pontifical y cómo se
le da entrada en la fraseología de partidos que nacieron como puram ente
reformistas, esto es, cuya finalidad original era com batirlo.
Con el térm ino no aludimos solamente al socialismo más característico
y definido, que lo es el m arxista, sino tam bién a toda idea conscientem ente
opuesta al individualism o como concepción destinada a explicar y orientar
la estructura de una sociedad y que pugne por establecer en la vida social
el criterio de que las manifestaciones del poder público han de estar ins­
piradas en las exigencias del bien colectivo, aun cuando ello im ponga o
suponga el sacrificio de intereses individuales o de grupos m inoritarios.
P ara el hom bre de derecho que observa este fenómeno resulta desolador
observar que, m ientras el socialismo sube de nivel y lo alcanza e im pregna
todo gradualm ente, para la convivencia política, económica y social persis­
ten casi intocados en el terreno jurídico los mismos conceptos, las mismas
instituciones e idénticas formulaciones de principios jurídicos que los que
regían cuando el individualism o im peraba a sus anchas, a mediados del
siglo pasado. Porque el hecho real, que la experiencia nos muestra, es que
el Derecho perm anece aferrado a sus viejos moldes y que lo que de él se
presenta como avance son, en la m ayor parte de los casos, reform ulaciones
de añejos moldes, que m iran más lo formal y a lo accidental que a su fon­
do y a la esencia de sus instituciones y conceptos.
Con justísim a razón, por consiguiente, se tiene al Derecho como una
disciplina que m odela m entes conservadoras, que resisten la revisión de sus
esquemas tradicionales y que procuran m antener y aun proyectar hacia el
futuro cánones que ya hicieron época, incapaces de satisfacer las tendencias
sociales de hoy ni, m ucho menos, las verdaderas necesidades de los pueblos.
El generalizado conocim iento del efecto socialmente paralizador que
ejerce el Derecho que oficialm ente se formula, se aplica y se enseña, lleva
a los revolucionarios a abom inar de él como ciencia y como técnica, pues
no logran encontrar allí otra cosa que un conjunto caprichoso y empírico de
reglas sociales destinadas a perpetuar un orden injusto, revestido de una fra­
seología rim bom bante en la que se mezclan hábilm ente términos como “li­
b ertad ”, “Orden”, “respeto m u tu o ” y tantos otros, para sim plem ente consa­

203
grar la explotación de los más por un grupo reducido. Si a esto se agrega
que ellos lo conciben teóricam ente como un simple reflejo de las relaciones
concretas de producción que se dan en una sociedad determ inada, destinado
a desaparecer en la fase superior del desarrollo social, y que de hecho, en
los países en que se ha im puesto un auténtico socialismo, lo aplican como
una m era “legalidad socialista”, conjunto práctico de normas obligatorias
destinadas a que la clase trabajadora conserve el poder, com bata la contra­
revolución y consiga afianzar y desarrollar el socialismo, podrá entenderse
claram ente la conclusión. Esta no es otra que el Derecho carece de autono­
mía, que su contenido es puram ente empírico y determ inado por las circuns­
tancias históricas y que carece enteram ente de principios generales que valga
la pena analizar o estudiar.
De allí que en el campo m arxista el Derecho quede reducido a una
condición dism inuida, que no preocupe casi a nadie y que muy pocos se
ocupen de estudiarlo o le reconozcan algún valor técnico. De altura cientí­
fica, ni siquiera hablar.
No postulamos que el Derecho pueda ser un agente im portante de
transformaciones sociales; mucho menos que puede convertirse en arm a re­
volucionaria. Pero pensamos que es un error del marxismo, que ya empieza
a percibirse y que ojalá se corrija, esta prescindencia de un instrum ento de
organización social —no creemos que sea más que eso —valioso para im plan­
tar una sociedad socialista y para encauzarla hasta que se alcance la etapa,
bastante lejana, de una sociedad sin Estado y sin Derecho.
Las líneas que siguen intentan dem ostrar que cuando se quiere y se sa­
be utilizar el Derecho, éste puede ser empleado con ventaja dentro de una
sociedad socialista. Y si la demostración fracasara, siempre quedará el caso
de países como el nuestro, dentro del cual, en las circunstancias históricas
presentes, no es posible concebir una organización social por avanzada que
ella sea, que no se asiente en principios de Derecho.
Razones de lim itación de espacio nos fuerzan a esbozar en apretado es­
quem a lo que podría ser una nueva conceptualización jurídica para una so­
ciedad socialista o en vías de alcanzar el socialismo. Poco podremos hacer
fuera de enunciar sim plemente las ideas, que en alguna otra oportunidad
podrán alcanzar más pleno desarrollo. Vamos a desplegar, por consiguiente,
en rápida revista, que a algunos podría parecer superficial, una parte del
vasto catálogo de conceptos, instituciones y principios jurídicos que son apro­
piados para una sociedad dispuesta a abandonar el Derecho caduco, hasta
ahora tenido por el único Derecho no solamente por sus sumos sacerdotes
tradicionales, sino tam bién por los revolucionarios.
La tarea la acometemos bien huérfanos de aportes ajenos que pudieran
ayudarnos en ella o darnos esa confianza y seguridad que se adquiere al
transitar por caminos que otros recorrieron antes. Porque la verdad es que
no conocemos —y de antem ano pedimos excusas por nuestra ignorancia en
el caso de que ellas existan —verdaderas teorías generales jurídicas aptas pa­
ra los países que quieren vivir un socialismo.

2. PLAN
El concepto es el medio por el que el conocimiento resume en ideas cada
vez más profundas lo que ha llegado a aprehender. T iene por objeto deli­
m itar m entalm ente los objetos centrales que nos interesan dentro de un
ám bito determ inado. M ediante él se obtiene un conocim iento más acabado,
aun cuando en forma abstracta, ele la realidad, precisando las notas esen­
ciales y diferenciales de los objetos que la componen.

204
U na ciencia que cambia, especialmente si es una ciencia social que se
adapta a realidades nuevas o interpretadas en form a más verdadera, como
e'_ Derecho, debe crear nuevas conceptualizaciones que reem placen las an­
tiguas.
Para alcanzar la nueva conceptualización necesaria es posible usar de
. entes métodos, con predom inio natural, puesto que se trata de ciencias
- vía ¡es, del m étodo inductivo y experim ental.
Sin embargo, no puede excluirse, a priori, un m étodo puram ente de-
—ctivo, como el que empleamos hace algunos años, siempre que tengamos
siempre en vista su confrontación perm anente con la realidad social. Y por
tratarse, en el caso del Derecho, de una disciplina que tiene aspectos im por­
tantes de abstracción, podrá ser ú til tam bién una combinación de ambos
métodos.
En nuestro trabajo La Renovación del Derecho, publicado en 1968, in­
currimos en el error de intentar agotar el estudio de los cambios que deben
sobrevenir en un Derecho puesto al servicio de un ideal socialista, usando
únicam ente del m étodo deductivo. Si bien el procedim iento nos perm itió
captar algunos aspectos de los cambios necesarios, quedamos tan sólo en el
plano de lo discursivo y abstracto, sin tom ar el necesario y vivificante con­
tacto con la realidad.
En esa oportunidad nuestro plan se redujo a esquematizar m entalm ente
los aspectos en que el individualism o lia encauzado al Derecho vigente para,
m ediante una simple operación m ental, poner al revés todos esos aspectos,
al igual que alguien vira un guante volviendo su superficie interior al ex­
terior y viceversa. Obtuvimos algunos resultados, escasos pero im portantes,
que no vacilamos en aprovechar ahora. Pero frente a toda la problem ática
de un Derecho Nuevo, m anifiestam ente quedamos cortos, por error de un
correcto enfoque.
No imaginamos, por cierto, haber alcanzado tampoco ahora el deside­
rátum , pero pensamos que, desde aquel trabajo, estamos en condiciones de
aum entar los conceptos jurídicos que debieran estar en la base de un nuevo
Derecho.
Será por razones lógicas que comenzaremos por los conceptos que indi­
camos en el trabajo m encionado, pensando que es lo propio ir de lo abs­
tracto a lo concreto.

3. LOS P R IN C IP IO S GENERALES

M ientras todo lo que concierne al interés individual tiene en el sistema


legal vigente instituciones, doctrinas y postulados a cuyo estudio, análisis y
desarrollo se han dedicado numerosos juristas y se han aplicado infinidad
de tratados y obras menores, el interés general, bien se le llame con el ape­
lativo tom ista de “bien com ún”, bien se le denom ine, como es más frecuente,
“interés colectivo”, “bienestar general” o en cualquiera otra forma, ha sido
m ateria de estudio casi exclusivo de filósofos y políticos, pero casi no existen
estudios jurídicos que lo traten desde el punto de vista del Derecho. Para
lo prim ero, lo que conviene al interés individual, han surgido conceptos co­
mo los de derechos subjetivos, derechos adquiridos, autonom ía de la volun­
tad, obligaciones personales, etc. En lo segundo no existe ni siquiera, al me­
nos en la legislación chilena, u n solo precepto general que disponga su preva-
lencia sobre el interés individual. U na regla de esta clase, que tan vastos
efectos tendría para la interpretación y aplicación de todo el Derecho po­
sitivo, no ha tenido cabida dentro de la legislación nacional, ni en el plano

205
constitucional, que es donde debiera estar por su trascendencia a todo el
sistema, ni en la legislación común.
Pese a las sucesivas reformas constitucionales que han tendido a desta­
car en alguna forma el predom inio del interés general sobre el particular,
especialmente las ele los años 1967, 1970 y 1971, ninguna se ha ocupado de
afirm ar, en form a general e inequívoca, que los intereses privados solamen­
te pueden hacerse valer cuando no se hallan en pugna con los colectivos.
Es cierto que en todas esas reformas se encuentran preceptos que se inspi­
ran en una regla como aquella cuya omisión anotamos; pero una cosa es
aplicarla en casos concretos o hacer a ella una referencia im plícita y muy
otra, darle expresa y enfática cabida, que es una necesidad im postergable
para que empiece a virar en redondo la herm enéutica legal y el criterio con
que los tribunales, adoradores del pasado, aplican la ley.
La “función social” de la propiedad, acogida recién en 1967 por el cons­
tituyente chileno; la nacionalización y reserva al Estado del dom inio ex­
clusivo de recursos naturales y bienes de producción, introducidas en una
p arte en 1967 y en otra en 1971; la regulación de indemnización en caso
de expropiación, hecha en forma “equitativa” y “tom ando en consideración
los intereses de la colectividad y de los expropiados”, provenientes de la
reform a de 1967; la fijación del avalúo fiscal para el caso de expropiación
de predios rústicos, introducida en la misma reform a; la nacionalización
de la gran m inería y bases para fijación de su indem nización considerando
los costos originales, deducidas las amortizaciones y castigos y con posibi­
lidad de deducir rentabilidades excesivas, fruto de la reform a de 1971, son,
todas, manifestaciones clel principio que reclamamos. Pero éste mismo,
form ulado en térm inos amplios y generales, de m anera afirmativa, como
lo reclamaifios, aún no figura en la legislación chilena.
La otra deducción obtenida por vía puram ente especulativa fue que,
si un derecho individualista ponía particular acento en la“ afirm ación de
los “derechos” de los individuos, lanzando a los exégetas y jurisperitos a
una torrencial producción de teorías sobre ellos y sobre su efecto para p ro ­
teger a los individuos, un derecho inspirado por el socialismo había de
m arcar la im portancia de los “deberes” de los ciudadanos. Así como exis­
ten muchas, históricas y colmadas de consecuencias jurídicas Declaraciones
de Derechos, era preciso enunciar una Declaración de los Deberes de los
individuos y esos deberes habían de ser considerados a la luz de las obli­
gaciones que los hom bres tienen para con la colectividad dentro de la cual
viven y a la cual tanto deben.
Anotábamos, entonces, que la más reciente de las declaraciones de
derechos hum anos, la de las Naciones Unidas de 10 de diciem bre de 1948,
debió ser seguida de otra análoga en que se consignaran las obligaciones
jurídicas que pesan sobre los miembros de una com unidad hum ana en re­
lación con ésta. T am bién señalábamos que en las Constituciones de muchos
Estados socialistas se empiezan a enunciar esas obligaciones, entre las que
se cuentan principalm ente las de acatar la disciplina de trabajo, salvaguar-
diar la propiedad colectiva, cum plir honradam ente los deberes sociales,
asegurar la defensa de la patria, aceptar las funciones no ren u n era d as exi­
gidas por el bien general, etc. Destacábamos asimismo que el prim er deber
debía ser el de rendir en trabajo y creatividad lo más posible, conforme a
la capacidad de cada cual y que éste se incluía ya en la Constitución Che­
coslovaca de 1960.
Hay que convenir que esas disposiciones legales nos parecen aún em­
brionarias, tanto en su form ulación como en la extensión y naturaleza de
los deberes que consignan, pero no puede reprocharse que al cabo de po-

206
eos años no haya alcanzado el-desenvolvim iento teórico de un Derecho so­
cialista el altísimo grado de culm inación al que fue capaz de llegar desde
un punto de vista puram ente técnico el Derecho individualista en casi dos
siglos.
Debe recordarse, sin embargo, que en la legislación chilena tam bién es­
tán ausentes disposiciones de esta clase. Se regulan, como corresponde a un
sistema legal individualista, en form a minuciosa los derechos y las garantías
de los ciudadanos, pero para nada se nom bran las obligaciones que éstos
tienen para con la com unidad. No aparecen en la ley chilena otras obliga­
ciones que las derivadas de los actos privados, en cuanto ellas generan obli­
gaciones de índole personal, de individuo a individuo. Las escasísimas refe­
rencias que encontram os a una obligación de contribuir al sostenimiento
del Estado, figuran, apenas, como meras limitaciones a los derechos y ga­
rantías de los particulares.

4. LOS CO N C EPTO S INDUCIDOS: EL NUEVO ESTADO

Visto está que fue magro el resultado obtenido m ediante la pura deducción
jurídica. Vamos ahora al extrem o opuesto y m ediante examen de los hechos
sociales intentem os inducir algunas conclusiones que deriven en conceptos
jurídicos nuevos.
M ientras más acepta el Estado actual una misión socialista, más forza­
do se ve a tom ar a su cargo funciones que para el individualism o eran pro­
pias y exclusivas de los particulares. Servicios de utilidad pública, como los
transportes; industrias necesarias para el abastecimiento general de produc­
tos ue prim era necesidad; m anufacturas fundam entales para la economía
nacionai; explotaciones de los recursos naturales básicos del país; produc­
ciones de im portancia preem inente para la vida social y cultural; etc., figu­
ran entre aquello que va cayendo dentro de lo que el Estado estim a su mi­
sión al servicio de- la colectividad. Eso significa un crecimiento enorme de
los organismos del Estado y una necesidad de darles una nueva estructura,
com patible con un buen desempeño en las m últiples tareas nuevas que
asume.
Uno de los medios encontrados para hacer frente a tan gran increm en­
to de funciones en la form a más eficiente y con el mayor orden, consiste
en la creación de entidades públicas nuevas encargadas de cada una de esas
nuevas tareas. Van surgiendo así empresas estatales de distribución de pro­
ductos, de producción de riquezas naturales, de siderurgia e industria pe­
sada, y tantas otras.
Esto im porta que el Estado se diversifica en su presentación jurídica,
puesto que va adquiriendo formas y figuras muy variadas, todas ellas ten­
dientes a darle la debida flexibilidad y soltura en el m anejo de negocios
que, en muchos aspeetqs por ahora, se parecen a los negocios de los p a rti­
culares. Ello origina el nacim iento de numerosos entes estatales autónomos,
dotados de patrim onio y de personalidad jurídica propios, que empiezan
a actuar en el campo jurídico como separados del Estado, no obstante, que,
en el fondo, son una emanación de él y no pueden concebirse aisladamente.
Ju n to al Estado, como órgano central con todas sus características tra­
dicionales, brotan estos entes que, esencialmente form an parte de él, pero
que para fines prácticos, de autonom ía de dirección, de patrim onio afecta­
do a ú n fin determ inado, de evitar las restricciones a que están sometidos
norm alm ente los servicios estatales, parecen tener una existencia jurídica
independiente. Y la tienen n todo lo concerniente a su gestión, al punto
que no h ab ría inconveniente para que contrataran con el Estado

207
mismo; pero en el fondo, no son sino u n a máscara (personae) que el Estado
toma para aligerar algunos im pedim entos que pesan sobre él, conforme a
las normas tradicionales.
Con ello está dicho que el nacim iento y existencia de estos entes autó­
nomos es propio de un período de transición hacia el socialismo y que,
cuando se haya estudiado cabalm ente la estructuración que corresponde al
Estado socialista, debieran desaparecer para integrarse en un Estado orgá­
nicam ente constituido, en el que las funciones hasta ahora a cargo de p ar­
ticulares que haya de asum ir serán declaradas abiertam ente como estatales,
y no, como ahora ocurre, en que en form a casi vergonzante, se les entrega
a empresas que im presionan como que quisieran disim ular que son estata­
les. T a l es el caso, entre nosotros, de la Empresa de Comercio Agrícola, de
la Empresa D istribuidora Nacional, de las Empresas Estatales del Cobre, de
la Com pañía de Acero del Pacífico y de tantas otras.
Todo lo que ahora conocemos como el “área social”, tendría que tener
inserción en este punto. Y tam bién lo que concierne al “área m ixta”. Si es
la colectividad toda la que toma a su cargo medios de producción y de ser­
vicios de interés general, será un Estado concebido con nueva estructura el
que asum irá francam ente estas tareas, como una de las propias del órgano
encargado de dirigir autoritativam ente a toda la com unidad nacional.
Tenemos, por consiguiente, dos conceptos nuevos: uno prim ero de tran­
sición, del Estado polifacético en el que ju n to a la estructura maciza del
Estado tradicional aparece la proliferación de pequeños entes creados por él
y destinados a atender tareas que él estima que deben estar a su cargo, pero
que por el m om ento se atribuyen a estos organismos adjuntos, que con muy
variadas denominaciones jurídicas van naciendo en todos los países. O tro
definitivo, un Estado concebido de acuerdo con principios socialistas en que
dentro de sus funciones propias está tam bién la dirección, gestión y dom inio
de los grandes medios de producción social.

5. LA DEFENSA C O N T R A EL B U R O C R A TISM O

El mismo increm ento de las funciones que asume el Estado al tom ar a su


cargo muchas que antes eran, en el sistema individualista, de exclusiva com­
petencia de los particulares, conduce a un aum ento enorme de los funcio­
narios públicos, ya que serán tales los que hayan de realizar las nuevas fun­
ciones del Estado. Esto aum enta excesivamente el peligro del burocratism o
y exige mecanismos jurídicos capaces de conjurarlo.
El riesgo de que funcionarios puedan olvidar su función al servicio de
la com unidad y la pongan al servicio ele grupos o, lo que es peor, al servicio
de sus propios intereses, obliga a adoptar las medidas adecuadas para fisca­
lizar la actuación de los servidores del Estado, para adoptar en contra de
ellos las sanciones debidas en caso de violación de sus deberes y para im pe­
dir que el desempeño de éstos puecla transform arse en fuente de enrique­
cim iento ilícito.
No queremos decir que estos mecanismos jurídicos y las consiguientes
instituciones sean exclusivas de las sociedades que se estructuran como so­
cialistas o que tienden a alcanzar el socialismo, pero no cabe dudar que es
en éstas donde el problem a adquiere mayor relieve y donde un legislador
atento clebe tom ar las medidas apropiadas al gran desarrollo que en ellas
debe tener la función pública.
La necesidad de fiscalizadores activos, dotados de gran iniciativa propia
y de un cierto grado de autonom ía, que velen perm anentem ente por el recto

208
desempeño de los encargados dé la atención del servicio público, pasa a ser,
en el últim o caso, cuestión vital para el éxito del sistema. Ju n to a ellos, un
sistema de sanciones expeditas y los expedientes legales adecuados para que
los beneficios ilícitam ente obtenidos por el m al funcionario retornen en for­
ma expedita al patrim onio social, son igualm ente indispensables.
Dos instituciones, nacidas en el Estado tradicional, pero una de ellas
muy desarrollada en el Estado socialista, pueden m encionarse aquí. Ellas
son: la P rocuraduría G eneral de la Nación, como organismo nacional, jerá r­
quicam ente organizado, dotado de bastante autonom ía, im plem entado con
todos los medios necesarios a su m ejor desempeño, destinado a velar por el
cum plim iento de la legalidad socialista en todos los ámbitos de la vida na­
cional, pero preferentem ente, por la im portancia tan grande que adquiere,
en el campo del desempeño correcto de las funciones públicas y del cabal
cum plim iento de su función prim era, que lo es el servicio de todos los ciu­
dadanos. La otra es el “om budsm and” de origen sueco y difundido ya no
solamente en los países escandinavos, sino tam bién en Nueva Zelandia, In ­
glaterra y otros países, como ciudadanos encargados de controlar los actos
de 'adm inistración del Estado en defensa ele los demás ciudadanos, con pode­
res jurídicos amplios para realizar por sí mismos actos de fiscalización en
cualquier organismo estatal o para recibir de los particulares u otros fun­
cionarios reclamaciones que im pugnan decisiones y actos adm inistrativos que
lesionan la ley o los deberes de los denunciados.
Es posible que la institución del “om budsm and” tenga características
más apropiadas que la otra organización, de índole estatal y que correría
el riesgo de burocratizarse a su vez, como es la Procuraduría G eneral de la
Nación, pues en aquélla son ciudadanos caracterizados por sus condiciones
morales, sociales y de carácter los que son designados, por el Parlam ento o
por otras autoridades públicas, para que realicen esta m oderna función de
“tribunos de la plebe”. Esto, por una parte, asegura una mayor participa­
ción del pueblo en la función y, por la otra, evita la tentación al burocra­
tismo de quienes la desempeñen.

6. NUEVOS SISTEMAS FIN A N CIERO S

En la actualidad, lo común es que los Estados obtengan lo necesario para


sus gastos de la contribución de tocios los ciudadanos, a los cuales se grava
tributariam ente en sus rentas, en ciertos actos económicos (como producción,
ventas, importaciones) o en algunos actos jurídicos (impuestos de timbres
y estampillas), etc. Pero desde el m om ento en que el Estado se estructura
conforme al m odelo socialista, parte im portante de estos ingresos pierde su
razón de ser y hasta su existencia. En efecto, si los ingresos que percibe la
generalidad de los ciudadanos se obtienen de las empresas estatales, será su­
ficiente que el Estado, dueño de éstos, calcule las rentas que se les paguen
en form a que le quede un excedente, para que sea innecesario un impuesto
sobre las rentas, y en cuanto a las actividades económicas que hoy son base
de tributación, asumidas por el Estado, dejarán de ser tales.
Básicamente, no es admisible que el Estado se grave a sí mismo, pues
no tendría ello sentido. Bastaría que el Estado destinara una parte de sus
ingresos provenientes de las nuevas actividades estatales a cubrir sus gastos,
para que se evitara esa ficción que sería el tributo en contra de organismos
estatales. Por consiguiente, en un país en que el “área social” va en incre­
m ento y en el que se m ultiplican las “empresas estatales” es preciso que el
Derecho Financiero busque nuevas fórmulas para hallarse en condiciones de

14.—CEREN 209
satisfacer los gastos del Estado. En lugar de continuar aplicando tributos a
las empresas del área social o estatizadas, un poco como olvidando que su
condición jurídica ha variado sustancialmente, pues son ahora del Estado
mismo, este Estado socialista debe organizar sus entradas, tam bién las que
provienen de estas nuevas actividades económicas que toma a su cargo bajo
el nom bre de las empresas nom bradas, a fin de reu n ir lo necesario para cu­
b rir sus gastos. Esto im pone un nuevo sistema de obtener recursos y de
contabilizarlos y supone, por ende, la creación de conceptos nuevos en m a­
teria de financiam iento fiscal.
La idea misma del lucro, desterrada de un sistema socialista, hará que
el térm ino mismo “utilidades” caiga en desuso y que se hable más bien de
“excedentes” para designar al saldo líquido que arrojen las empresas esta­
tales después de deducidos los costos necesarios para producirlas. Y de estos
excedentes será que han de salir, en la parte que una política financiera y
económica bien planificada establezca, la parte que deberá pasar al Estado
para ayudarlo a cubrir sus gastos propios y la que habrá de ser capitalizada
para la respectiva industria.

7. LEGISLA CION FLEXIBLE Y CONCISA

U na de las más grandes dificultades que ofrece el sistema legal que im pera
entre nosotros es el de su falta total de adaptabilidad a las cambiantes cir­
cunstancias de la vida social.
La dictación de las leyes ha sido concebida, desde tiempos en que las
sociedades y sus costumbres eran más o menos estables y perduraban por
años, conforme a reglas que procuran evitar que se adopten medidas no su­
ficientem ente m editadas, para lo cual disponen varias revisiones de los pro­
yectos antes de que se transform en en ley. El bicameralismo es típico en este
sentido. Con los trám ites previstos en nuestra Constitución, no puede pen­
sarse, en térm inos ordinarios, en una ley cuya tram itación dure menos de
cinco o seis meses. Son extrem adam ente raras las leyes que duran menos y
casi todas duran muchísimo más. Además, las leyes se dictan para el futuro,
en form a indefinida, salvo escasas situaciones en que se dictan para un
período daclo.
Todo esto pudo estar muy bien para sociedades que alguien h a llam ado
“sociedades en reposo”. Pero en los momentos actuales, difícilm ente podrían
encontrarse países en los cuales no se estuvieran produciendo cambios y
transform aciones constantes en todos los planos, culturales, científicos, socia­
les, económicos, políticos, etc. A estas sociedades cambiantes no les son apro­
piadas estas legislaciones que intentan fijar por períodos más o menos dura­
deros las reglas conforme a las cuales deben obrar sus miembros. Y cuando
se trata de codificaciones, por su naturaleza destinadas a regir por decenas
de años, cuando no por siglos, el problem a se destaca aún más.
Es ésta, en últim o térm ino, la razón por la cual en Chile el núm ero
de leyes dictadas aum enta paradójicam ente en proporción geométrica, a me­
dida que pasan los años, en form a que ya nadie puede conocer toda la legis­
lación y, ni siquiera, saber con certeza qué parte de ella está vigente y cuál
ha sido derogada. Se trata de que el legislador, consciente a medias de que
la dinám ica social se le escapa de las manos, porque no tiene posibilidades,
conforme a los antiguos esquemas, de sustituir la legislación existente por
otra más adecuada a los tiempos, intenta, en forma desordenada y asistemá-
tica, poner parches en todos los puntos que le parecen más urgentes. Pero
estos puntos aum entan día a día y la capacidad legislativa no da abasto.

210
Viene, entonces, la dictación de leyes de toda clase, sin orden ni concierto,
al sabor del grupo legislativo que tenga mayores posibilidades de im poner
su criterio o del grupo de presión que sepa hacer valer m ejor sus exigencias
y caemos en la m araña legislativa en la que estamos sumidos. R esulta fran­
camente sarcástico denom inar, como lo hacemos en teoría del Derecho, “o r­
denam iento jurídico positivo” a este descomunal desorden de leyes.
Si la realidad nos dice que vivimos en una sociedad muy fluida en
cuanto a sus proyectos sociales, a sus costumbres y a sus necesidades, lo lógico
sería introducir un sistema legal simple, escueto, conciso y fácilmente modi-
ficable conforme a las exigencias sociales. La flexibilidad y sim plicidad de
las norm as jurídicas debiera ser, por consiguiente, una m eta muy decidida­
m ente buscada dentro de una sociedad en proceso de cambios. C ontradicto­
riam ente, sin embargo, tenemos cada vez una legislación más profusa y desor­
denada. Ello podría ser una buena demostración de que las instituciones
jurídicas que nos rigen no están al servicio del hom bre y de la sociedad,
sino que continúan con la inercia de épocas ya pasadas, y llegan a consti­
tuirse en un lastre social pesadísimo.
N ada más lejos que esta legislación abrum adora, im penetrable, laberín­
tica, despegada de las vivencias y del conocim iento del hom bre común, de
lo que habría dé ser una legalidad socialista destinada a la liberación del
hom bre y a la superación de las estructuras capitalistas. D entro de aquéllas,
por su confusión e incoherencia, pueden encontrarse norm as de todas clases,
especialmente de índole inesperada, que perm iten frustrar cualquier intento
de organización racional de una política de bien colectivo en el país.

8. LOS CO N CEPTO S IN D U C TIV O -D ED U C TIV O S

Pero, finalm ente, hay tam bién la posibilidad de que la nueva conceptuali-
zación jurídica se examine con ayuda sim ultánea de los métodos inductivo
y deductivo, tanto aprovechando las observaciones del acontecer social, como
aplicándole los principios que se deducen de algunas ideas jurídicas que no
pierden su vigencia ante los nuevos requerim ientos.
D entro de este orden de reflexiones, estimamos de interés situar ante
nuestra consideración u n problem a que se arrastra del viejo Derecho indi­
vidualista.
Deriva él de la form a tan desigual como han ido penetrando entre los
cultores del Derecho algunas ideas más progresistas. No existen casi, hoy día,
quienes nieguen, por ejemplo, la función social de la propiedad, vale decir
que éste es un derecho real para su dueño, pero que está sujeta a lim ita­
ciones en cuanto lo exigen los intereses generales del Estado y el bien del
com ún de los demás ciudadanos. Pero esta idea, que im porta la relativiza-
ción de los derechos subjetivos, ya de am plia aceptación, no ha sido tras­
pasada, en todos sus alcances, a otras esferas de lo jurídico, como podría ser,
por ejemplo, el derecho privado de las obligaciones.
La idea tradicional de que los contratos son leyes para las partes, que
éstas no pueden dejar sin efecto por su voluntad unilateral, una vez cele­
brados legalmente, se transform a, sin más, en la afirmación de la absoluta
intangibilidad de los contratos celebrados, al eco clel aforismo latino “pacta
sunt servanda”.
Algunos, procurando introducir en el derecho de las obligaciones algu­
nos elementos nuevos, pero sin salir del marco básico tradicional, han ¡le­
gado hasta a afirm ar que las exigencias sociales m odernas im ponen que haya
de entenderse que actualm ente en todo contrato, aparte de los contratantes,

211
está incorporado tam bién, como parte de él, el Estado en calidad de repre­
sentante del bien común. Esto haría que las jDartes no fueran plenam ente
libres para llevar adelante obligaciones que fueran o se tornaran contrarias
al interés general.
Es notorio que esta tesis del Estado o del bien común como tercer fac­
tor de un contrato de derecho privado agregado a la intervención de ambas
partes contratantes, intenta resolver una dificultad sin salir del campo que
precisamente está produciéndola. En efecto, procura dar una solución que
m antenga al contrato dentro de la noción privatista de que solamente quie­
nes intervienen en él pueden hacer valer derechos relativos a los vínculos
jurídicos que de él em anan. Para esto incorpora ficticiam ente al Estado o
al derecho de la colectividad en el contrato mismo, que finalm ente no es
sino una convención en que dos o más personas acuerdan someterse a vincu­
laciones de orden patrim onial que les interesan particularm ente.
Fuera de que la fórm ula trastorna absolutam ente la concepción misma
de contrato, como m ateria propia de decisiones de individuos que libre y
voluntariam ente desean someterse a determ inadas obligaciones entre ellos,
al d ar por supuesta una intervención que de hecho no se ha producido y al
conferir derechos a quien permaneció ajeno a su celebración; es obvio que
ella no perm ite resolver el problem a en forma lógica. Porque de lo que se
trata es, justam ente, de si dos o más personas particulares que han cele­
brado entre ellas un cierto acuerdo con alcance jurídico, reconocido como
sólido por la ley, están facultadas para m antener o invocar en sus relaciones
con los demás sujetos los derechos que em anen de su relación privada, no
obstante que ésta llegue a constituirse en un obstáculo o en un daño para
los intereses generales.
Si el contrato privado, al igual que el dom inio, tiene su origen en la
necesidad de que el Derecho conceda protección al individuo, perm itién­
dole convenir con otros la concertación de acuerdos de índole patrim onial
que puedan ser favorables a sus intereses, al igual que le perm ite adquirir
los bienes que necesite para su vida y su desarrollo como ser hum ano, pa­
rece m anifiesto que aquél, em anado de la “libertad contractual”, no tiene
por qué escapar a las reglas que se han dado para éste y que im portan la
sumisión del derecho real de dom inio a los intereses generales. La autono­
m ía de la voluntad no es algo, por consiguiente, absolutam ente ajeno a toda
limitación, sino una facultad que debe encauzarse, en cuanto generadora de
derechos personales que se incorporan al patrim onio privado, por marcos
semejantes a los que operan sobre los derechos reales.'
Cierto es que aun las leyes tradicionales, infiltradas de individualismo,
adm iten vallas a la libertad contractual, declarando que ella no puede ir
más allá de los principios de orden público, de las buenas costumbres, ni
contravenir la ley. Pero esto sucede en relación con las circunstancias exis­
tentes al m om ento de su celebración y la dificultad nace precisam ente cuan­
do se ha celebrado un contrato que en sus inicios no pugnaba en contra de
estos límites, pero que después llega a convertirse en atentatorio ele los inte­
reses generales. La idea tradicional es que, habiéndose celebrado conforme
a la ley, queda convertido en norm a obligatoria p ara las partes, que éstas
no pueden quebrantar y que los demás no pueden im pugnar. La única so­
lución tradicionalm ente admisible sería una expropiación de los derechos
personales emanados del contrato por causa de utilidad pública, que obli­
garía a pagar a las partes privadas de esos derechos una indem nización que
les com pensara lo que pecuniariam ente les significaba la m antención del
contrato. Lo que, de esta m anera, significa sostener la intangibiliclael abso­
lu ta de un contrato que pugna en contra del interés general, desde que no

m
puede ser desconocido sino al precio de una compensación a los contratan­
tes, que será de cargo del Estado.
Lo anterior nos conduce necesariamente a concluir que así como los
derechos de m ayor jerarquía, que son los reales, adm iten limitaciones en
favor del interés general, con mayor razón han de adm itirlo los derechos
personales; de lo que se sigue que la intangibilidad de los contratos no es
absoluta y que, después de su celebración conforme a la ley, podrían ser
desconocidos por razones de interés general que hayan llegado a producirse
y que los pongan en contradicción con este interés.
Esto im porta dejar establecido que la libertad contractual, al igual que
el derecho de dom inio, no puede ser opuesta en contra de los intereses ge­
nerales y que los derechos y obligaciones personales emanados de fuente
contractual son intangibles solamente en cuanto no se opongan a esos inte­
reses.

9. EL C O N C E PTO DE RESPONSABILIDAD

Conforme al sistema jurídico tradicional, la responsabilidad del hom bre se


daba, prim ordial, si no exclusivamente, sobre la base de sus acciones, vale
decir, de com portam ientos que significaran una afirm ación de voluntad con­
traria al orden legal establecido, traducida en exteriorizaciones que alteran
los hechos existentes.
En un Derecho socialista, destinado a regular la vida social de hombres
que no solamente reclam an sus derechos sino que están dispuestos a cum ­
p lir a cabalidacl con sus deberes hacia la comunidad, hay una mayor exi­
gencia. No basta sim plemente con no transgredir la ley o con no lesionar
derechos concretos de otros individuos, aspiración m áxim a del Derecho indi­
vidualista; sino que es indispensable que cada cual ponga de su parte todo
lo necesario y conveniente para que la vida social se desenvuelva de la m a­
nera más favorable a la liberación y al más pleno desarrollo de las posibi­
lidades hum anas de cada uno de sus miembros. Esto im pone una actitud
atenta y diligente para la obtención de tal finalidad y no puede ser colmada
con la disposición puram ente negativa de no violar la ley, sino con un áni­
mo positivo de cada m iem bro del cuerpo social de poner de su parte, afir­
m ativam ente, todo lo que sea m ejor para alcanzar los fines de participación
de todos los individuos en una sociedad realm ente integrada y sin clases.
De esto se concluye que en una sociedad socialista se espera mucho más
de cada uno de sus componentes. No basta solamente el m ínim o de no que­
b ran tar la ley o no dañar a otro; es m enester que cada uno ponga esfuerzo
para ren d ir lo más posible conforme a sus aptitudes personales y para que
éstas sean puestas a disposición de los demás y de la colectividad entera.
Se requiere, por tanto, de una disposición activa y llena de iniciativas. Y el
quedar atrás, el no rendir todo lo posible, el no participar a los demás de
la propia capacidad, podrá constituirse en fuente de responsabilidad.
La responsabilidad en una sociedad socialista, por consiguiente, va m u­
cho más allá que la responsabilidad im puesta por el Derecho liberal indi­
vidualista. No se reduce norm alm ente, como en éste, a las acciones violato-
rias de las prohibiciones legales, sino que alcanza a las omisiones originadas
en el no cum plim iento de los deberes sociales y a la falta de diligencia que
se ponga en el com portam iento propio al no poner la debida iniciativa, el
adecuado interés y la atención apropiada, en la actividad personal que se
inserta en el marco de la com unidad organizada. En resumen, en el Derecho
individualista se espera que el individuo no atente contra los demás me­

213
d iante acciones prohibidas por las leyes; en el Derecho socialista se espera
que cada com ponente del cuerpo social esté dispuesto a vivir de m anera que
su actividad sea fuente de bienestar, cooperación y creatividad en beneficio
común. Y esto deriva de que hay deberes jurídicam ente exigibles que pesan
sobre los individuos. Esta consecuencia se aplica a todos los órdenes de res­
ponsabilidades dentro de un Derecho socialista. Por consiguiente, rige con
las responsabilidades penales (lo que significa un aum ento de los tipos pu­
nitivos de peligro, de omisión y m eram ente culposos), adm inistrativas, labo­
rales, y sim plemente civiles.

10. LA N ACIO NALIZA CION

U no de los conceptos más característicos de un nuevo Derecho que abandona


los moldes del sistema legal individualista es el de nacionalización. La n a­
cionalización nace en el campo de los conceptos jurídicos a raíz de la Prim e­
ra G uerra M undial, empieza u n m uy lento desarrollo debido a la desafec­
ción que ella produce a las m entalidades tradicionales que predom inan en
el campo del Derecho teórico, de m anera que solamente en los últim os años
empieza a ser reconocida como un concepto autónom o, diferente de la an­
tigua expropiación. Viene a incorporarse en el lenguaje del Derecho Posi­
tivo chileno solam ente con la reform a constitucional efectuada m ediante la
ley N ° 17.450, de 15 de julio de 1971, en cuanto modifica el artículo 10
N ° 10 de la Constitución para d ar cabida a la “nacionalización” como expe­
diente que el Estado utiliza para poner bajo su directa dependencia recur­
sos naturales o bienes de producción de im portancia preem inente para la
vida económica, social o cultural del país.
La nacionalización no es un m odo de transform ar en nacionales indus­
trias o riquezas que se hallen en manos extranjeras, sino un medio que tiene
el Estado para recuperar recursos naturales que estatutos precedentes hubie­
ren dejado en poder de particulares o para poner bajo su control industrias,
medios de producción o bienes de cualquiera clase que por su relevante in ­
terés colectivo no deban continuar entregados a la libre decisión de los p ar­
ticulares.
En la Declaración N? 1803 de la Asamblea G eneral de las Naciones
Unidas, de 14 de diciem bre de 1962, docum ento de gran fuerza jurídica en
el plano de las relaciones internacionales de los Estados, se había reconocido
a la nacionalización como uno de los medios por los cuales un Estado recu­
pera o pone a su propia disposición los recursos y riquezas naturales básicos,
como form a de que tengan aplicación los principios de plena soberanía y
de igualdad entre los pueblos y el derecho de éstos a su libre determ inación.
Debido a que la nacionalización supone que pueblos que no tienen so­
beranía sobre sus recursos o riquezas naturales se valen de ella para recu­
perarlos para sí, la institución im plica que la compensación que haya de
pagarse a los afectados por la m edida, esto es a quienes en virtud de esta­
tutos anteriores,hayan detentado esos recursos y riquezas naturales, no ten­
d rá que ser una compensación equivalente al valor de los bienes. Esto tiene
una doble justificación; por una parte, porque si se trata de recursos y ri­
quezas que debieron estar en poder del Estado y se hallaban en poder de
particulares, comienza por reconocerse que el derecho de éstos a la situación
preexistente no es un derecho perfecto y completo, sino que envolvía un
contenido de despojo al verdadero titular, aun cuando ese derecho particu­
lar pudiera haber estado reconocido por legislaciones antiguas; por otra p ar­
te, porque si se trata de Estados que no pudieron conservar o m antener en

214
su poder y a su disposición, bajo su plena soberanía, riquezas y recursos n a­
turales de tan ta im portancia para su libre determ inación, se está entendien­
do que se trata de Estados débiles desde el punto de vista político o econó­
mico p o r lo que no podría exigírseles una compensación integral a los deten­
tadores anteriores, ya que una exigencia de esta clase convertiría en ilusoria
la facultad de recuperación por parte del Estado. Por consiguiente, se habla,
en el caso de nacionalización, de una compensación o una indem nización
“adecuada”, que significa un pago que guarde relación con las posibilidades
económicas del Estado que hace valer sus derechos soberanos y con las cir­
cunstancias y condiciones en que la utilización o explotación de los recursos
y riquezas estuvo en manos de los particulares.
Así se explica que en la historia internacional de tantas nacionalizacio­
nes producidas en el curso de los últim os treinta años, no solamente en paí­
ses socialistas sino tam bién en naciones como Francia, Inglaterra y otras que
se pliegan abiertam ente a las tradiciones occidentales y al neocapitalismo,
ha habido compensaciones por la m itad del valor real ele los bienes nacio­
nalizados y tam bién de porcentajes muy inferiores a ese cincuenta por ciento.
Este concepto nuevo de nacionalización constituye una verdadera cul­
m inación del principio que consagrábamos en las páginas iniciales de este
trabajo, sobre subordinación de los intereses particulares a los intereses ge­
nerales de la colectividad. A unque pudieran existir algunas razones para
explicar o incluso fundam entar un derecho de los particulares sobre los bie­
nes que pueden ser objeto de nacionalización, el derecho del Estado a n a­
cionalizar y los pagos que éste haga con este fin, deberán examinarse con
entera subordinación a las exigencias generales y hasta con sacrificio de los
intereses individuales, si ello es necesario.

11. U N EJEM PLO DE LA LEGISLA CION C H ILEN A

De lo antes expuesto queda explicado que el ordenam iento jurídico chileno


tiene sólidas raíces individualistas y que dentro de él han aparecido, en
form a bastante inorgánica y desarticulada, algunas leyes o preceptos que
procuran darle una tónica más social. Estas leyes se han producido con más
frecuencia d u ran te la A dm inistración anterior a la actual encabezada por
el ex Presidente Frei y consisten, principalm ente, en la reform a constitucio­
nal al derecho de propiedad, en la ley sobre reform a agraria y en algunas
leyes que prom ueven y facilitan las organizaciones sociales de base. Por su
inspiración y contenido, dichas leyes, sin embargo, no logran exceder de una
política de puro corte reformista. Si bien en ellas se empieza a dar im por­
tancia a los intereses generales por sobre los particulares, hay cuidado espe­
cial en que no sobrepasen los límites de una especie de equilibrio entre el
interés general y el particular. Prueba de ello son el concepto de “función
social” introducido en el m encionado artículo 10 de la Constitución y las
norm as sobre regulación de indemnización en el caso de expropiaciones.
T a l vez en estas últim as reglas aparezca más evidente el nítido balanceo que
se intenta entre el interés general y el particular, cuando se expresa que el
m onto y condiciones ele pago de la indem nización se determ inarán “equita­
tivam ente, tom ando en consideración los intereses de la colectividad y de
los expropiados”. Porque, salvo m encionar en prim er térm ino a los intereses
de la colectividad (lo único que habría faltado es que se hubieran mencio­
nado al final), nada indica en la letra de la ley, en la única oportunidad
en que a ambos se les ju n ta y en cierta m edida se les confronta, que el p ri­
m ero deba prevalecer sobre el interés particular de los expropiados.

215
D urante el período corrido del Presidente Allende, la situación política
de falta de apoyo de una mayoría parlam entaria le ha im pedido llevar ade­
lante leyes que hubieran expresado un contenido nuevo, propio de una po­
sición socialista o que tiende hacia el socialismo.
Sin embargo, excepcionalmente, y por circunstancias políticas muy es­
peciales que no es el caso de explicar aquí, el Presidente A llende pudo ob­
tener la aprobación unánim e de una ley que, pese a las alteraciones que le
in tro d ujo la mayoría parlam entaria, conserva mucho de sus características
de ley concebida y redactada con arreglo a los nuevos conceptos que aquí
se exponen. Se trata de la ley N 1? 17.450, de 15 de julio de 1971, sobre refor­
ma constitucional para la nacionalización del cobre, que nos parece ú til co­
m entar, como una verificación experim ental de las ideas que hemos estado
sustentando.
La ley referida introduce reformas perm anentes dentro de la C onstitu­
ción Política para afirm ar el absoluto dom inio del Estado sobre toda la ri­
queza m inera existente en el suelo nacional, sin perjuicio de que él otorgue
concesiones a los particulares que quieran explotarla; introduce por prim era
vez en la legislación chilena el concepto de “nacionalización”, al indicar que
ella cabrá respecto de los recursos naturales, bienes de producción y otros
que sean de im portancia preem inente para la vida económica, social y cul­
tural del país; establece normas especiales para la nacionalización de la gran
m inería, fijando principios enteram ente nuevos en m ateria de regulación de
la indemnización; perm ite desconocer sin pago de indem nización los llam a­
dos “contratos-leyes”. En disposiciones transitorias que incorpora a la Cons­
titución, dicha ley ordena la nacionalización total y com pleta de la gran m i­
nería del cobre, incluida la Com pañía M inera Andina.
Analicemos por separado, aunque muy brevem ente, esta reform a cons­
titucional, por su valor ya dicho de ser una auténtica expresión de nuevo
Derecho.

12. D O M IN IO PLEN O DEL ESTADO SOBRE LAS MINAS

Dispone la reform a que el “Estado tiene el dom inio absoluto, exclusivo,


inalienable e im prescriptible de todas las m inas. . . y demás sustancias fósi­
les, con excepciones de las arcillas superficiales”.
A nteriorm ente ordenaban lo mismo el artículo 1° del Código de M ine­
ría y el artículo 591 del Código Civil, pero, en el hecho y en la práctica,
se había desarrollado un sistema de ¡propiedad m inera que estaba concebido
sobre líneas muy semejantes a la propiedad civil. De allí que entre los ju ­
ristas especializados se discutiera sobre la exacta naturaleza del dom inio que
las leyes mencionadas asignaban al Estado y que no faltaran quienes sola­
m ente lo redujeran a un dom inio radical, no acompañado de todos los atri­
butos del dominio. Aun cuando parte im portante de los especialistas se in­
clinaran en sentido contrario e invocaran en su apoyo los orígenes históri­
cos de los preceptos correspondientes, era lo cierto que la m ateria reque­
ría de u n a aclaración, con mayor razón cuando en la reform a de 1967,
a petición del G obierno de Frei, se había om itido un precepto entera­
m ente sim ilar al que vino a introducir en la Constitución la ley N 1? 17.450.
El precepto de que tratamos, por consiguiente, no solam ente vino a de­
clarar el verdadero sentido de normas legales anteriores y a poner fin a los
debates doctrinales que m entalidades jurídicas dom inadas por el individua­
lismo suscitaban, sino que con la fuerza incontrarrestable de una afirmación
del constituyente, sostuvo que la riqueza m inera nacional pertenecía al Es­

216
tado y no a los particulares, lqs cuales no podían obtener sobre ellas otros
derechos que los que el mismo Estado les concediera en forma tem poral.
De esta afirmación resulta una consecuencia trascendente, que es que,
en cualquiera oportunidad en que sea menester nacionalizar o expropiar ex­
plotaciones mineras, no hay lugar a pago de indem nización alguna por los
yacimientos mismos. Este punto, del cual hizo aplicación la misma reform a
constitucional al tratar específicamente de la nacionalización de la gran m i­
nería del cobre, adquiere, pues, una im portancia práctica considerable.

13. FIN DE LOS CONTRATOS-LEYES

A lo largo de muchos años, el ingenio siempre fértil de los defensores del


statu quo había ideado un mecanismo jurídico que les parecía apropiado
para consolidar a perpetuidad sus situaciones de privilegio adquiridas con
arreglo a leyes del más puro individualism o. Consistía él en que m ediante
ley se sancionaran determ inadas situaciones, planteadas en forma contrac­
tual, para que el legislador apareciera como dando seguridades absolutas de
que ellas no serían cambiadas, por un lajsso prolongado de años en algunos
casos y en forma perm anente en otros. Este mecanismo, llam ado de los
“contratos-leyes”, llevaba a la dictación de leyes que aprobaban convencio­
nes o contratos celebrados por particulares con el Estado en condiciones muy
ventajosas para aquéllos y a la elaboración, bastante complicada a veces,
de artificios jurídicos destinados a perpetuar privilegios o beneficios, espe­
cialm ente de orden tributario. En el últim o caso se hallaban, por ejemplo,
las norm as del D.F.L. NT<? 2, de 1959, llam ado sobre Plan H abitacional, en
el que so pretexto de fom entar la construcción de viviendas populares se
facilitó a las clases económicamente "más poderosas un tipo de inversión que
quedaba al margen, prácticam ente, de toda clase de impuestos. En el hecho
las viviendas construidas ni siquiera fueron de nivel popular, sino habita­
ciones muy acomodadas y, en algunas oportunidades, de lujo, que no im po­
nían lim itación alguna de renta m áxim a a sus poseedores y que los libera­
ban de todo im puesto. Por cierto que fortunas enteras se destinaron a tan
brillante inversión. Él que construía una de estas viviendas, mal llamadas
“económicas”, celebraba un “contrato” con el Estado, m ediante el cual éste
le aseguraba para el futuro, en form a indefinida, que las rentas de esa vi­
vienda no estarían afectas a lim itación alguna, que no quedarían gravadas
por tributo de rentas o de herencias y que tampoco habría para ellas gra­
vamen sobre la propiedad misma, esto aparte de otras ventajas.
Para los depositarios oficiales de la interpretación del Derecho, esto
confería a los propietarios de tales viviendas un derecho inam ovible e into­
cable, que les perm itiría disfrutar para siempre de un régim en tributario y
de ingresos de excepción. Los tribunales, especialmente la Corte Suprema,
ratificaron la plena eficacia de tales reglas, plenam ente asimilados a los in­
tereses y designios de quienes habían urdido el ingenioso mecanismo. A fir­
m aron que ellas conferían a los beneficiados un verdadero “derecho adqui­
rid o ” del cual no podían ser privados constitucionalm ente, salvo que por la
vía de una ley de expropiación y previa compensación de todos los daños
que la m odificación de su estatuto pudiera acarrearles, se dispusiera otra
cosa. Fueron inútiles los argum entos de alto nivel jurídico m ediante los cua­
les se intentó convencer a los jueces de que tal mecanismo estaba entera­
m ente viciado, puesto que no podía aceptarse que el legislador quedara com­
prom etido para el futuro a no ejercer los derechos de adoptar todas las me­
didas que estim ara convenientes al interés general. P ara los jueces, cuyo

217
criterio clasista queda dem ostrado tan sólo con estas decisiones, la m edida
adoptada con estos particulares beneficiados pesaba más que el interés ge­
neral.
La reform a constitucional declara en forma expresa que estos contratos
podrán ser modificados o extinguidos por la ley cuando lo exija el interés
general, pese a que por ley se hubiera asegurado antes su m antención a los
particulares.
La discusión de este punto en el Congreso sirve para exhibir el criterio
con que los diversos partidos políticos aprecian esta clase de normas. Los
miem bros del P artido Nacional defendieron a todo trance la validez y la
subsistencia de estos llamados “contratos-leyes”, en la com pañía del ala de­
recha del P artido Demócrata Cristiano. El profesor de Derecho Constitucio­
nal A lejandro Silva Bascuñán, de este últim o partido, rasgó sus vestiduras
y fulm inó con frases apocalípticas el proyecto gubernativo en esta parte,
acusándolo de quebrar “la tradición jurídica chilena”. El senador Patricio
Aylwin, pese a declarar que no veía inconvenientes para que por la vía de
otra ley se revocaran los contratos-leyes, exigió para los afectados u n a in ­
demnización que cubriera daños que habrían de soportar como consecuencia
de la pérdida de sus privilegios. La m ayoría del P artido Demócrata Cristia­
no tendía a establecer algún derecho a indemnización. Finalm ente, casi más
po r consecuencia de la mecánica legislativa que por obra consciente de sus
im pugnadores originales, el texto fue aprobado en form a que el pago de una
indemnización queda entregada a la libre voluntad del legislador y, por
consiguiente, no se im pone obligatoriam ente en favor de todos los afectados
por la extinción de sus beneficios particulares.
El precepto que comentamos tiene una im portancia fundam ental y pue­
de ser considerado, a justo título, como una m anifestación palm aria de un
nuevo Derecho, en que pretendidos “derechos adquiridos” ceden antes las
exigencias de bien colectivo y en que el legislador no queda coartado en sus
posibilidades de regir la sociedad, por ligámenes que no tienen otra expli­
cación que intereses de simples particulares.

14. LA IN V A LID A CIO N DE CONVENIOS Y C O N T R A T O S

La reform a constitucional contenida en la ley N? 17.450 aplica el nuevo


concepto de nacionalización a la gran m inería en general y lo hace efectivo
concretam ente respecto de la gran m inería del cobre. Consecuente con él,
dispone para las empresas nacionalizadas una indem nización que no preten­
de ser equivalente del valor real de sus bienes para los efectos comerciales,
sino que deberá fijarse tom ando en consideración varios aspectos que m iran
a los justos derechos del Estado. Además, perm ite efectuar el pago hasta a
treinta años plazo y con interés no inferior al 3% anual.
Pero, aparte de la introducción del concepto de nacionalización, con
todas las consecuencias jurídicas que él implica, esta parte de la reform a
constitucional trae al ordenam iento jurídico chileno, como una novedad,
dos conceptos nuevos. El prim ero es el que se indica en el título de este
párrafo, o sea, la invalidación de convenios y contratos legalm ente celebra­
dos por razones de interés general, a la cual aludimos en su expresión p u ra­
m ente doctrinaria en el párrafo 8 de este trabajo. El segundo será m ateria
del párrafo que sigue.
T eniendo en vista que de aplicarse los principios jurídicos privatistas
que han predom inado en la interpretación del Derecho en general a lo largo
de tantos años, no podría haberse efectuado la nacionalización del cobre en

218
la form a que ella se hizo, en razón de que lo im pedían los “Convenios del
C obre” celebrados por el Presidente Freí con las compañías norteam ericanas
que entonces realizaban en Chile la principal explotación del m etal rojo, y
de que tam bién lo im pedían los contratos celebrados en cum plim iento de
lo que el Gobierno de ese mismo Presidente llam ó “la nacionalización pac­
tad a”, m ediante la cual Chile adquirió una parte del dom inio de las gran­
des empresas cupríferas extranjeras, fue preciso, por razones de interés ge­
neral y, además, como único m edio de poder hacer efectivo en form a eficaz
el derecho de recuperación de esa riqueza natural básica por el Estado,
declarar modificadas algunas estipulaciones celebradas por la Corporación
del Cobre con dichas empresas norteam ericanas y declarar sin efecto, esto
es invalidas, otras estipulaciones y diversos contratos.
E ran contratos que podrían haber cum plido con las normas legales vi­
gentes al m om ento ele su celebración, pero que con posterioridad, frente a
las nuevas circunstancias, a la voluntad unánim e del pueblo ‘para nacionali­
zar el cobre, a la necesidad que tenía el país de llegar al pleno ejercicio de
su soberanía y, especialmente, en ejercicio del derecho a su libre determ i­
nación, se habían tornado absolutam ente contrarios a los intereses nacionales.
Si ellos se m antenían, la nacionalización quedaba, en gran parte, frustrada.
Se trataba, por consiguiente, de una confrontación entre los derechos adqui­
ridos por las empresas norteam ericanas Anaconda y Kennecott en virtu d de
esos contratos, y los derechos soberanos de una nación. La elección no ofre­
cía eludas y fue hecha responsablem ente por todos los representantes del
pueblo, aun por aquellos que en momentos iniciales de la discusión de la
reform a se habían m anifestado disconformes con estas ideas.
Es que no pueden aplicarse en el campo del derecho público las normas
de protección casi absolutas de los derechos individuales que son originarias
del derecho privado. El particular que contrata con un Estado sabe que no
se halla frente a un sim ple particular que pueda com prom eter sus bienes y
su suerte individual m ediante acuerdos más o menos convenientes para él;
se encuentra frente a un órgano que es la expresión de los intereses de todo
un pueblo, encargado de velar por el presente y futuro de él, cuyas deci­
siones están siem pre condicionadas a lo que más adelante pueda exigirse
p ara u na m ejor tuición de los intereses generales del país. En consecuencia,
ni puede pretender ese particular equipararse al Estado con el cual contrata,
al extremo de sentirse autorizado para forzarlo a m antener acuerdos que
claram ente están com prom etiendo los destinos de una nación, ni puede su­
poner que los pactos convenidos podrán ser cumplidos, por m ucha que sea
la buena fe o sana disposición aním ica con que fueran celebrados en su
época, aunque ellos vayan en evidente perjuicio de esa nación.
Con ello quedan otra vez de relieve las diferencias que existen entre
u n Derecho concebido a la m anera individualista, que erige a cada indivi­
duo en poder autónom o para celebrar o exigir cuanto hubiere sido objeto
de estipulación, según norm as que la sabiduría de todos los tiempos insti­
tuyó solamente para los pactos entre particulares, esto es, entre sujetos ju ­
rídicos del mismo nivel, y un nuevo Derecho, que aleja de las reglas indi­
vidualistas a todo aquello que com prom ete los intereses generales, haciendo
prim ar a éstos p o r sobre cualquiera pretensión privada.

15. LAS REN TA BILID A D ES EXCESIVAS

Constituyen las rentabilidades excesivas otro de los conceptos nuevos intro­


ducidos por el constituyente de 1971 en la Constitución Política chilena y,

219
por consiguiente, en todo el ordenam iento jurídico nacional, con motivo de
las nacionalizaciones de la gran m inería.
D urante muchos años las empresas norteam ericanas dedicadas a la gran
explotación cuprífera gozaron en nuestro país de desmedidas ventajas. No
solamente estaban favorecidas con tratam ientos tributarios y económicos es­
peciales, sino que habían recibido en concesión del Estado las minas más
grandes y más ricas del mundo, que les producían utilidades tan altas que
no adm iten parangón con las que ordinariam ente obtienen en otras partes
del m undo empresas semejantes en cuanto a m agnitud, técnica e inversión
de capitales. Seguramente podría causar asombro que se m anifestara que
esas empresas lograban utilidades superiores al 25% de las inversiones que
ellas habían efectuado, calculadas después de haber aplicado altas am orti­
zaciones a su capital aportado. En muchas oportunidades esas utilidades so­
brepasaron el 40% de los capitales invertidos y, en algunos casos, excedie­
ron el ciento por ciento y aun el doscientos por ciento de ellos (escribimos
en letras para que no se suponga, como cualquiera podría joensar, un error
tipográfico).
T o do esto, tratándose de empresas extranjeras que retiraban fuera del
país no solamente sus utilidades, sino tam bién las amortizaciones del capital
y subidísimas sumas por gastos realizados en el exterior. Esto significa, des­
de que la riqueza m inera es esencialmente agotable, que esas empresas esta­
ban dejando en el país grandes hoyos y que la riqueza que la naturaleza
situó en Chile se estaba trasladando, por obra y gracia de los regímenes
cambiarios, tributarios y contables que ellas habían logrado, a un país tan
altam ente capitalizado como los Estados Unidos. O sea" que m ientras Chile
iba en vías de un progresivo em pobrecim iento y a la pérdida gradual de su
principal riqueza, el coloso más grande del ám bito capitalista se enriquecía
cada vez más. Se trataba de una verdadera expoliación del país.
No im porta que las ventajas y regímenes especiales a que se habían
acogido esas empresas se hubieren adquirido conforme a la legislación vigen­
te en Chile, porque de seguir así las cosas, el país podría sucum bir víctima
de los errores cometidos por los gobernantes y funcionarios que los habían
otorgado. A esto debe agregarse que las empresas norteam ericanas no eran
tan inocentes frente a todo esto. En más de una oportunidad habían acu­
dido al engaño para alcanzar ventajas injustas y en otras se habían valido
de la corrupción de funcionarios y políticos.
Era necesario provocar una rectificación histórica de tantos errores con­
secutivos y esa fue la decisión del Gobierno de la U nidad Pojaular cuando
resolvió proceder a la nacionalización clel cobre.
Pero no bastaba solamente con una rectificación hacia el futuro. Era
necesario, tam bién, corregir los errores más evidentes y recientes, m ediante
los cuales el país se había perjudicado gravísim am ente para inconm ensura­
ble lucro de las compañías norteam ericanas. A ello tendió el concepto de
“rentabilidades excesivas”. M ediante él se procuró que las utilidades muy
superiores a rentabilidades normales que hubieren obtenido las empresas
extranjeras en los últim os quince años, fueran restituidas al país, descon­
tándolas de la indem nización que se les hubiera de pagar por la nacionali­
zación de sus bienes.
Claro es que, según los “principios” de un Derecho individualista, apo­
yado en reglas que se originan para contratos celebrados entre particulares
y no referidos a actos en que están de por m edio los intereses de todo un
país, eso constituía un despojo. El senador de derecha Francisco Bulnes lo
expresó así en el Senado, durante la discusión de la reform a constitucional,
al expresar: “Consideramos ajeno a toda justicia y, sobre todo, contrario al
interés público envuelto en ja necesidad de dar estabilidad a los derechos
y a la vida eco n óm ica.. . la deducción de todo o p a r t e ... de las rentabili­
dades excesivas. . . porque ello significa que las empresas tendrán que de­
volver, a la hora de la expropiación, utilidades que hicieron en estricto
acuerdo con las leyes chilenas o con contratos autorizados por la ley. . . esas
utilidades están incorporadas al patrim onio de esas empresas y es contrario
a todo Derecho que se obligue a devolverlas”. T odo esto, no obstante que
hubo de reconocer textualm ente: “Yo adm ito que las empresas de la gran
m inería del cobre han obtenido utilidades excesivas en los últim os años”
Las palabras del senador nacional resum en las objeciones tradicionales,
conforme a un Derecho individualista, que se form ulan a medidas de esta
especie. A ellas se las ataca principalm ente porque: a) violan derechos ad­
quiridos legítim am ente; b) atentan contra la seguridad jurídica y económica
y originan inestabilidad en los negocios, y c) operan con efecto retroactivo,
afectando actos ya realizados. Lo que no consideran tales im pugnadores es
que antes que los derechos adquiridos de individuos o compañías privadas
están los intereses de todo un país y los derechos a reaccionar en contra de
una expoliación en aquello que por su im portancia para la vida del país
es considerado por las Naciones Unidas como básico para una plena sobe­
ranía, para la igualdad con las demás naciones y para la libre determ ina­
ción. Tam poco tom an en cuenta que si es respetable una seguridad para
los inversionistas y la irrevocabilidad de los negocios que ellos han realiza­
do, es más digna de estima aún la seguridad de una nación para el pleno
goce de sus riquezas y el restablecim iento de la justicia violada.
Pero lo más extraordinario en todas estas im pugnaciones es la diversa
p au ta con que los criterios jurídicos tradicionales juzgan las posibilidades
del Estado de defender los intereses generales que tutela, en relación con
las facultades que, sin vacilación, reconocen a un particular que parezca
haber sido menoscabado en sus derechos en el trato con otros individuos
privados. Porque, curiosamente, no dudan en reconocer a cualquier sujeto
privado, sea él persona natural o jurídica, el derecho de pedir la nulidad
de un contrato, si lo ha celebrado con un vicio del consentim iento, t a l como
el error o la fuerza. T am bién aceptan que un particular, según las leyes
de derecho privado, no puede enriquecerse injustam ente, ni puede aprove­
charse de una ventaja excesiva adquirida en relación con otro particular
en ciertos contratos de im portancia (por ejemplo, Ja lesión como causal de
invalidación de algunos contratos). No im pugnan la usura, destinada a evi­
tar que un individuo privado obtenga utilidades excesivas en ciertos con­
tratos conmutativos. Pero cuando se trata del Estado, tras el cual no se halla
el interés m eram ente privado, sino el interés de todo un pueblo, olvidan
hasta esos conceptos “privatistas” para negarle toda m anera de revisar o de­
ja r sin efecto legalm ente los contratos que haya celebrado con los particulares.
Si hay casos en que el error debiera funcionar, conforme a principios
generales de derecho reconocidos hasta por los más recalcitrantes individua­
listas, con la mayor am plitud, es en el caso de las contrataciones del Estado,
porque siendo éste una persona jurídica, que solamente puede m anifestar
su voluntad a través de funcionarios que debidam ente autorizados asumen
su representación, sucede a m enudo que esos funcionarios, por desidia, ig­
norancia o desigualdad de aptitudes en relación con la contraparte particu­
lar, celebren el contrato entendiendo equivocadam ente su alcance o efectos
en materias esenciales. Por consiguiente, tratándose del Estado, no solamente
no debieran ellos restringir las posibilidades de una invalidación en razón
de error, sino darle aún más am plia cabida. Sin embargo, hemos visto que
se extrem an las cosas y se intenta privar al Estado de razones que serían

221
valederas hasta para el sujeto privado, conforme a las reglas adm itidas por
el Derecho individualista.
Tam poco faltan las oportunidades en que el Estado debe celebrar con­
tratos que afectan en forma im portante los intereses nacionales, bajo la
presión de acontecimientos que le restan libertad para decidir. U na situación
in terna o externa crítica del país puede conducir a los representantes de un
Estado a convenir con particulares acuerdos que favorezcan a éstos desme­
didam ente y que, en la misma medida, perjudiquen al Estado. Es tan osten­
sible el derecho que en tal caso asiste al Estado para desconocer las obliga­
ciones contraídas en razón de que su voluntad no fue libre, sino viciada,
que ante los tribunales norteam ericanos el propio Gobierno de los Estados
Unidos ha intentado dem andas de esta clase, dirigidas a solicitar que se de­
claren sin efecto contratos perjudiciales, debido a que fueron celebrados en
circunstancias que se vio forzado a aceptarlos (atención: el débil y desvalido
Gobierno de los Estados Unidos invoca haber sido presionado por empresas
industriales). Es lo que ocurrió con la dem anda entablada por el Gobierno
de los Estados Unidos en contra de la Bethlehem Steel Corporation, para
pedir judicialm ente que contratos de construcción de barcos de guerra con­
venidos a un precio que posteriorm ente consideró excesivo, pero que hubo
de aceptar en su tiem po debido a circunstancias bélicas, debían invalidarse.
Esta tesis, apoyada por varios Procuradores Generales de los Estados Unidos,
no hace sino ratificar lo que aquí se está sosteniendo; que un Estado no
puede quedar en condiciones de inferioridad frente a un particular y que,
por el contrario, sería menester, además, asignarle una situación especial en
atención a que representa intereses generales.
T oca ya poner térm ino a estas páginas.
En forma desordenada, por el cúm ulo de situaciones y conceptos que
era del caso exponer, y que reconocemos además como superficial, pese a
la extensión que ellas llegaron a adquirir, superior al marco que se señaló
a este trabajo, hemos intentado fijar algunos criterios de m ucha im portan­
cia para la visualización de lo que ha de entenderse como conceptos propios
de u n nuevo Derecho, de un Derecho que esté más de acuerdo con una
verdadera equidad, con los intereses de todos los hom bres a los cuales debe
ser aplicado y que sea prenda de una vida social más justa y no de sojuz-
gam iento de unos para con otros.
SEGUNDA PARTE

PROBLEMAS ESPECIFICOS
DE LA TRANSFORMACION
INSTITUCIONAL

P R I M E R A SE C C IO N

EL APARATO ESTATAL CHILENO


El aparato estatal según el derecho
constitucional chileno

F r a n c is c o C u m p l id o C ereceda

Profesor de la Universidad de Chile,


Investigador de ICIS

1. IN T R O D U C C IO N

Hemos estimado interesante abordar el tema del aparato estatal en el Dere­


cho C onstitucional chileno apartándonos de su enfoque estrictam ente jurí-
dico-formal, de tipo tradicional; hay buenas obras en nuestra literatura
jurídica que describen o divulgan las norm as constitucionales que regulan
al Estado chileno -1. A través de este artículo pretendem os dar una visión
que perm ita com prender lo que realmente es el Estado en Chile, no sólo
desde el punto de vista del constituyente (1833, 1925, 1943, 1957, 1959, 1963,
1967, 1970 y 1971, fechas de reformas constitucionales), sino tam bién del de­
sarrollo efectivo de algunas instituciones. En tal sentido, entonces, se pon­
drá más énfasis en el ám bito del poder del Estado y en los centros de poder
que la Constitución Política reconoce, que en los principios jurídicos que
lo organizan form alm ente. De otro lado, nos dedicaremos a estudiar el Esta­
do de "hoy, el actual, tal como es, m irando al futuro circunstancialm ente.
Aceptamos que dentro de la sociedad política chilena existen, además
del Estado, otras instituciones consagradas en la Constitución, como los par­
tidos políticos, las iglesias, las universidades, los sindicatos, las organizaciones
profesionales, las organizaciones com unitarias, etc., pero, sin duda, el Estado
es la institución política más im portante, por lo que nos referiremos prefe­
rentem ente a él, aludiendo a las otras instituciones en sus relaciones con
el Estado.
En la prim era parte, estudiaremos el ám bito del poder del Estado y sus
limitaciones, tanto en la Constitución como en la realidad. En la segunda
parte, analizaremos los principales centros de poder dentro del Estado: el
Presidente de la República, el Congreso Nacional, los T ribunales y órganos
de control, las Fuerzas Armadas y la Adm inistración Pública. En cada centro
de poder, examinarem os cómo se gesta y cómo se ejerce. Por últim o, deja­
mos testimonio de que las conclusiones que se exponen en este trabajo las
hemos elaborado teniendo en cuenta, especialmente, el resultado de investi­
gaciones realizadas sobre algunos aspectos del régim en político chileno y,

1 Tratado de Derecho C onstitucional, de A lejandro Silva B ascuñán.


L a C onstitución de 1925, de José G. G uerra.
Derecho Constitucional, de M ario B ernaschina G.
Derecho Constitucional chileno, Carlos A ndrade G.
La R eform a C onstitucional de 1910, E duardo Frei, Francisco C um plido y otros.

15.—CEREN 225
tam bién, sobre la Adm inistración Pública chilena, que hemos efectuado o
dirigido.

2. EL PO D ER DEL ESTADO

La Constitución de 1925 no innovó fundam entalm ente los valores y estruc­


turas consagrados en la Constitución de 1833 y sus modificaciones, esto es,
valores y estructuras que reflejan cabalm ente el pensam iento político liberal-
individualista. El pueblo chileno sólo se pronunció en el plebiscito de 30
de agosto de 1925 sobre la m ejor forma de gobierno, presidencial o parla­
m entario, para proteger y desarrollar esos valores2. T riu n fó la tesis presi-
dencialista de A rturo Alessandri Palma. Ideológicam ente el Estado chileno
de 1925 es un Estado liberal; sus poderes, funciones y limitaciones corres­
ponden a esa idea.
En efecto, la Constitución de 1925, en su texto original, establece un
Estado, formado por órganos de gobierno, por un aparato adm inistrativo y
por una fuerza pública, destinada a cum plir, entre otras, las siguientes fun­
ciones:
1°) M antener la paz externa y las relaciones exteriores;
2°) Conservar el orden público en el interior;
3?) Asegurar la igualdad ante la ley, igualdad jurídica abstracta;
4°) Proteger la inviolabilidad de la propiedad, resguardando con espe­
cial cuidado la propiedad privada, y asegurar la libertad de trabajo, indus­
tria y comercio;
51?) Proteger la libertad personal y las libertades espirituales;
6*?) Velar por la salud pública y el bienestar higiénico del país.
T odas estas son típicas funciones de un Estado liberal. Esta afirmación
se corrobora exam inando la prelación de esos valores, expresada por una
m ayor o m enor protección jurídica: 1?) Seguridad externa e interna; 2?)
Propiedad; 3?) Vida, libertad personal y libertades espirituales, y 4*?) Liber­
tad de traslación y de reunión. La legislación com plem entaria de la Cons­
titución ratifica esta prelación de valores. Así, en m ateria civil, im peran la
autonom ía de la voluntad, la libertad contractual, etc., y, en m ateria penal,
se sanciona con igual pena el hom icidio común y el robo de vehículos o de
animales; los atentados contra la propiedad tienen mayor sanción que la
detención arbitraria; las trasgresiones a la fe pública más que los delitos
que protegen la salud, etc.
Además, se establecen para el Estado algunas funciones económico-so­
ciales, pero en el carácter de program áticas, es decir, dejando su cum pli­
m iento como sugerencia al gobierno. T a l ocurre con la protección al trabajo,
la división de la propiedad, la constitución de la propiedad fam iliar, la aten­
ción preferente a la educación pública, etc.
En suma, el Estado, en la Constitución originaria de 1925, tiene poder
am plio sobre la vida y la libertad de las personas, como que por simple ley
puede tipificar conductas antisociales que lleven aparejada la pena de m uer­
te o la privación de libertad; puede lim itar el desarrollo de ideas políticas
a través de declararlas abuso de la libertad de opinión; puede hacer iluso­
rio los derechos de traslación y reunión al regularlos por reglam ento; pue­
de restringir por ley el derecho de asociación; puede privar de la propiedad

2 U n estudio de estos valores y estructuras se encontrará en el artículo “ C onstitución Política de


1925, hoy crisis de las iustituciones políticas chilenas” , F. C um plido. Revista Cuadernos de la R ea ­
lidad Nacional, N? 5, septiem bre de 1970.

226
i . 5 particulares, pero previa indemnización; puede prohibir alguna clase
ie ::_bajo o industria, cuando lo exija el interés nacional, y en general, re-
r - l i r cualquiera actividad en virtud de una ley dentro de los marcos cons­
titucionales.
Estos poderes del Estado se han visto aum entados por las leyes dicta-
- en conform idad a la Constitución, especialmente, a p artir del año 3939
; i decretos leyes, producto de los escasos gobiernos de facto habidos en
nuestro país.
En efecto, algunos gobiernos de facto y el Frente Popular, ascendido
ai poder en ese año, con el Presidente Pedro A guirre Cerda, iniciaron el
otorgam iento al Estado de atribuciones destinadas a perm itirle, cada vez
más, su intervención en la economía chilena, apartándolo del carácter es-
ti idam ente liberal-clásico. Las posteriores reformas constitucionales reafir­
m an la tendencia a robustecer los poderes del Estado en m aterias económi­
co-sociales. Así, el Estado autoriza la instalación de industrias y controla el
cum plim iento cíe las leyes sobre industria fabril, regula todo el comercio
exterior, tanto de exportación como de im portación, fija precios a los ar­
tículos de prim era necesidad, interviene o requisa empresas comerciales o
industriales, clausura establecimientos, expropia empresas, fija zonas de cul­
tivo agrícola obligatorio, interviene y expropia predios o fundos, fija pre­
cios a los productos agrícolas, es dueño de todas las minas, explota mono-
pólicam ente el petróleo, es dueño del cobre de la gran m inería, tiene
amplias facultades para proveer al abastecim iento de productos esencia­
les, etc.
La reform a constitucional de 1967, sobre el derecho de propiedad, dis­
m inuye de valor a este derecho y facilita las expropiaciones por el Estado,
perm itiendo el pago a plazo de parte de la indem nización y la toma de po­
sesión m aterial op ortuna de los bienes expropiados, abriendo la posibilidad
de que el Estado pueda efectuar u n a reform a agraria y una remodelación
urbana modernas.
Por su parte, la reform a constitucional de 1971, estatuto de garantías,
am plía las atribuciones del Estado en m aterias económicas y sociales, seña­
lándole que deberá adoptar todas las medidas que tiendan a la satisfacción
de los derechos sociales, económicos y culturales necesarios para el libre
desenvolvimiento de la persona hum ana, para la protección integral de la
colectividad y para propender a u n a equitativa redistribución de la renta
nacional. Asimismo, le exige al Estado retnover los obstáculos que limiten.
en el hecho, la libertad e igualdad de las personas o grupos.
Lato sería enunciar el cúm ulo de atribuciones formales que dan poder
al Estado, toda la vida colectiva está enm arcada en normas jurídicas dicta­
das, aplicadas e interpretadas por sus órganos, lim itadas en algunos muy
concretos aspectos por la Constitución. Más, este pocler formal se encuentra
m ultiplicado muchas veces por la real dependencia de los chilenos al Estado.
En efecto, el Estado de Chile desde los inicios de la R epública ha teni­
do un papel protagónico en el desarrollo de la economía, tanto en los pe­
ríodos de expansión como de crisis. El Estado “portaliano”, de gobierno im­
personal, autoritario, presidencialista, de estabilidad burocrática, im pulsa el
prim er período de expansión económica, especialmente en la m inería del
norte y la agricultura de la zona central, a través de una política proteccio­
nista y de fom ento; la economía se basa fundam entalm ente en el comercio
exterior de exportación de los productos mineros, plata, oro y cobre y de
los productos agrícolas, principalm ente el trigo. El Estado tam bién afronta
la prim era gran crisis de la economía, producida a mediados de la década
de 1870, contratando empréstitos externos, declarando la inconveitibilidad

227
del billete de banco y el curso forzoso del papel m oneda, entre otras m e­
didas.
L a segunda expansión económica se produce después de la guerra del
Pacífico, con el auge de la industria del salitre. Sin embargo, en ella la in ­
fluencia del Estado es m ucho menor, pues ya habían penetrado hondam en­
te las ideas liberales antiestatistas. Sólo el Presidente Balmaceda, político li­
beral, paradojalm ente fue partidario del proteccionismo y nacionalismo
económicos, expresados en su intención de reservar al Estado parte de los
terrenos salitreros fiscales, controlar los transportes en la zona del salitre y
desarrollar una política de inversión de la riqueza del salitre en nuevas
fuentes de producción más perm anentes. Después de la Revolución de 1891,
derrotada la política ele Balmaceda, el Estado sufre u n vuelco total, al esta­
blecerse un sistema parlam entario que produce el desgobierno del país, lo
que sumado a la pérdida de la capacidad em presarial de los chilenos, hace
que ya en 1920, presidencia de don A rturo Alessandri Palma, se observe
una fuerte tendencia a la vuelta al Estado portaliano, de gobierno fuerte,
proteccionista y nacionalista. Estas nuevas políticas del Estado se desarro­
llan en los gobiernos de Alessandri Palma, Ibáñez y Pedro A guirre Cerda.
A p artir de la presidencia de A guirre Cerda, en la que se crea la Corpora-
cieín ele Fomento de la Producción, el Estado ejerce, casi sin contrapeso,
una dirección decisiva en el desarrollo económico y social de Chile, con el
correspondiente poder que tal actividad produce.
Desde luego, el Estado m aneja las fuentes crediticias más im portantes
a través del Banco del Estado, Banco C entral y hoy, de los Bancos estatiza­
dos. D ependen de él, la industria nacional, la agricultura y la m ediana y
pequeña m inería, y el comercio. Puede ejercer un fuerte poder real m edian­
te la distribución y concesión del crédito. Es tal la dependencia de estas
actividades que muchos pensaron que podía realizarse la reform a agraria
con sólo cobrar cum pulsivam ente los créditos que el Banco del Estado te­
n ía en contra de los grandes agricultores. (En 1967 se hicieron préstamos por
u na suma aproxim ada de mil m illones de escudos a la agricultura). Pero,
por otra parte, el Estado fija la mayoría ele los precios de los productos
agrícolas y tiene abierto un fuerte poder com prador de esos productos por
la Empresa de Comercio Agrícola (E.C.A.).
En relación con la m ediana y pequeña m inería, la Empresa Nacional de
M inería ( e n a m i ) efectúa préstamos a los mineros (en 1967, alrededor d e
E? 40.000.000). El Estado fija las tarifas, y es el principal adquirente de los
m inerales (en 1967, aproxim adam ente 890.000 toneladas).
El Estado es el m ayor inversionista en Chile. Así en 1967, las inversio­
nes totales del país en capital fijo fueron de 4.900 m illones de escudos. La
inversión pública fue de 3.466 millones de escudos. El Estado, entonces, de­
sarrolla una política de obras públicas de la que depende m ucha m ano de
obra y empresas contratistas. Igual ocurre con la industria de la construc­
ción ele viviendas; el Estado prom ueve el establecimiento ele industrias, con­
cede los créditos, otorga franquicias tributarias y aduaneras y regula el co­
mercio interno y externo de los proeluctos, es elueño de industrias estratégi­
cas, o principal accionista, como electricidad, acero, petroquím ica, azúcar,
etc. Si el Estado desea destruir una industria le basta con negarle el crédito
o no fijarle precio a sus productos. Por si fuera poco, el Estado controla
l a s telecomunicaciones ( e n t e l ) , tiene diarios ( l a n a c i ó n ) y, ju n to con
l a s Universidades, el m onopolio de la televisión (hoy el único canal n a­
cional).
¿Cuáles son las limitaciones que tiene el poder elel Estado, este levia-
than chileno? Muy pocas; su conelucta debe encuadrarse a la Constitución,

228
que asegura tam bién algunos derechos individuales y sociales, en términos
que examinamos precedentem ente, pero que, en últim a instancia, él mismo
define a través de sus órganos (legislativo y judicial). A su vez, el poder
constituyente en Chile lo integran el Presidente de la República, el Sena­
do, la Cám ara de Diputados y el Congreso Pleno (diputados y senadores en
sesión conjunta), es decir, órganos del Estado. Sólo eventualm ente puede
participar el cuerpo político (ciudadanos), cuando lo determ ina el Presiden­
te de la R epública, por ende, el Estado. Este sistema perm ite al Estado ir
acrecentando su poder.
El ciudadano frente al Estado no tiene otra posibilidad real que la de
ejercer periódicam ente sus derechos políticos para elegir a los gobernantes
que van a integrar los principales órganos del Estado (Presidencia de la R e­
pública, Senado y Cám ara de Diputados) sin poderlos remover de sus car­
gos por el tiem po de su m andato. Rige el principio de la soberanía nacional,
el m andato libre y la irresponsabilidad directa de los representantes ante los
electores.
Para asegurar el ejercicio de los derechos políticos de los ciudadanos,
la R eform a C onstitucional de 1971, estatuto de g a ran tías3, estableció que
los partidos políticos gozan de autonom ía respecto del Estado. En efecto, el
Art. 99 de la Constitución asegura a los chilenos el derecho a agruparse li­
brem ente en partidos políticos, a los que se reconoce la calidad de personas
jurídicas de derecho público y cuyos objetivos son concurrir de m anera de­
m ocrática a determ inar la política nacional. Los partidos políticos gozan de
libertad para darse la organización interna que estimen conveniente, para
definir y m odificar sus declaraciones de principios y programas, para pre­
sentar candidatos, para m antener secretarías de propaganda y medios de co­
m unicación. El Estado, a través de la ley sólo puede fijar norm as que tengan
por exclusivo objeto reglam entar la intervención de los partidos políticos
en la generación de los poderes públicos.
T am bién existen otros órganos del cuerpo social que gozan de autono­
mía relativa respecto del Estado. T a l ocurre con las iglesias, después de la
separación de la Iglesia Católica, apostólica y rom ana en la Constitución de
1925. El Estado es laico. Las universidades gozan, por su parte, de autono­
m ía académica, adm inistrativa y económica, correspondiendo al Estado, pre­
cisamente, proveer a su adecuado financiam iento para que puedan cum plir
sus funciones plenam ente, de acuerdo a los requerim ientos educacionales
científicos y culturales del país. (Reform a C onstitucional de 1971).
Los sindicatos y las federaciones y confederaciones sindicales tam bién
gozan de personalidad jurídica por el solo hecho de registrar sus estatutos
y actas constitutivas. El Estado, a través de la ley, exclusivamente determ i­
na la form a y condiciones en que ha de hacerse el registro. Los sindicatos
son libres para cum plir sus propios fines (Reform a C onstitucional de 1971).
Por últim o, los organismos com unitarios, m ediante los cuales el pueblo p ar­
ticipa en la solución ele sus problem as y colabora en la gestión de los servi­
cios del Estado y de las M unicipalidades, son personas jurídicas dotadas de
independencia y libertad para el desempeño de las funciones que por la ley
les corresponda y para generar dem ocráticam ente sus organismos elirectivos
y representantes, a través del voto libre y secreto de sus miembros. (Refor­
m a Constitucional ele 1971).
Hemos pretendido m ediante estas líneas m ostrar el poder form al y real
del Estado que, en suma, abarca la vida, la libertad y el desarrollo económi­

3 U n estudio de esta R eform a se enco n trará en el artícu lo “ El estatuto de la lib e rta d ” , F. C um plido,
R evista de Derecho Público, N» 12, año 1971.

229
co y social de los chilenos. Estos frente a su Estado no tienen otra posibili­
dad que la de ejercer sus derechos políticos para elegir a los gobernantes
y participar en los órganos autónomos. T a n to poder del Estado hace inte­
resante precisar los centros de decisiones y de influencias, ahora dentro del
Estado 4.

3. LOS C EN TR O S DE PODER EN LA C O N S T IT U C IO N

Hemos señalado anteriorm ente que limitarem os nuestras conclusiones sólo


a los centros de poder que la Constitución reconoce dentro del Estado. Nos
parece que los más im portantes son el Presidente de la R epública, el Con­
greso Nacional, el T rib u n a l Calificador de Elecciones, el T rib u n a l C onstitu­
cional, los T ribunales de Justicia, la C ontraloría General de la República,
la A dm inistración Pública y las Fuerzas Armadas. Examinaremos cómo se
generan las autoridades de estos centros de poder.
El Presidente de la R epública tiene en nuestro ordenam iento jurídico
el carácter de órgano supremo. Así ya lo estableció el artículo 59 de la Cons­
titución de 1833. Don José G uillerm o G uerra comenta al respecto que la
adopción de esta fórm ula por los Constituyentes viene a dem ostrar muy a
las claras el espíritu republicano en la forma y m onárquico en la sustancia
que los movió a dotar a su patria de una sólida organización constitucional
destinada a servir de soporte a un gobierno fuerte y eficiente. Don Alcibía-
des R oldán agrega que al darle este calificativo, nuestra Constitución quiso
realzar la autoridad del Presidente, sobre la cual iba a hacer descansar el
m antenim iento del orden público y, puede agregarse, de todo el régim en
político.
En doctrina se ha criticado duram ente el carácter de órgano supremo
que se le ha dado al Presidente de la República. T a l ocurre con las opinio­
nes de José Victorino Lastarria, Alcibíades R oldán, M anuel Carrasco Alba-
no y otros, pero la verdad es que por las atribuciones que se le ha conferi­
do el Presidente tiene ese carácter y, tanto la Constitución de 1925, como
sus reformas posteriores lo han acentuado. Esta misma circunstancia ha he­
cho que algunos tratadistas extranjeros, como Georges Burdeau, hayan cali­
ficado nuestro régim en de cesarismo legal.
¿Cómo se elige a este Presidente de la R epública dotado de tantas atri­
buciones? ¿Cuál es ¡a imagen que tiene el elector del Presidente?
Ya la Constitución Política de 1818, otorgada por don B ernardo O ’Hig-
gins y ratificada por suscripción popular, define, en forma magistral, a
nuestro juicio, las características que deberá reu n ir el Presidente de la R e­
pública, en aquel entonces Director Supremo: ser un chileno, “de verdade­
ro patriotism o, integridad, talento, desinterés, opinión pública y buenas
costumbres”, como asimismo, el papel que le deberá corresponder en el sis­
tema político: “tendría el D irector especial cuidado de extinguir las divisio­
nes intestinas que arruinan los Estados, y fom entar la unión que los hace
im penetrables y felices”.
R eitera la Constitución de 1925 la imagen del Presidente trazada con
rasgos precisos en las etapas anteriores. Para ser elegido Presidente de la
R epública se exige ser chileno por nacim iento en el territorio de Chile, te­
ner treinta años de edad, a lo menos, y no haber sido condenado jamás por
delito que merezca pena aflictiva. Fuerte vínculo de nacionalidad, edad m a­
d u ra y buenas costumbres.

4 U n estudio sobre el Estado se encontrará en el artículo “ Consideraciones prelim inares para el


estudio del Estado en C hile” , J. Viera-Gallo, H . Villela. Revista Cuadernos de la Realidad N a­
cional, N? 5, septiem bre de 1970.

230
La im portancia del cargo reclama am plio respaldo de opinión pública,
m anifestado en elecciones libres. El Presidente de la R epública es elegido
en votación directa por todos los ciudadanos chilenos, hombres y mujeres,
inscritos en los registros electorales. La base electoral ha sido am pliada pau­
latinam ente y hoy vota en las elecciones de Presidente más del 30% de la
población (en la elección de don M anuel Bulnes, en 1840, participó el 0,4%
de la población). Ahora votarán más, al incorporarse a la ciudadanía a los
mayores de 18 años y a los analfabetos.
En la gestación de las candidaturas tienen un papel relevante los p ar­
tidos políticos. De los Presidentes elegidos en los últim os 40 años sólo dos
tuvieron el carácter de independientes (Ibáñez y Alessandri Rodríguez), los
otros seis: m ilitantes de partidos políticos (Alessandri Palma, liberal; Agui­
rre Cerda, Ríos y González Videla, radicales; Frei dem ocratacristiano, y
Allende, socialista).
Ahora bien, la m ilitancia de los ciudadanos en los partidos políticos
chilenos es m uy baja. En los más organizados su núm ero no pasa del 10 ó
15% de los votos que obtienen en las elecciones. Los candidatos a Presiden­
te de la R epública son nom inados en Convenciones internas de los partidos
o en convenciones de agrupaciones de partidos, en las que participa un m a­
yor o m enor núm ero de m ilitantes según la estructura autocrática o dem o­
crática del partido. En consecuencia, la opción de los electores se encuentra
muy reducida, pues la participación en la designación de los candidatos a
Presidente corresponde a un grupo muy pequeño de personas, a una élite
política. Pero, la falta de m ilitancia política hace que haya m ucha m ovili­
dad en el com portam iento político de los ciudadanos; los “independientes”
han elegido en los últim os 40 años, a un m ilitar (Ibáñez), a dos derechistas
(los Alessandri), a un socialista m arxista (Allende) y a cuatro de centro iz­
q uierda (los radicales A guirre Cerda, Ríos y González, y el democratacris
tiano Frei).
Respecto a la extracción social de los candidatos, los Presidentes de C hi­
le han pertenecido a la aristocracia terrateniente, a la burguesía industrial
y a las capas medias o clase media. En los últim os decenios prevalecen los
estratos medios profesionales (Aguirre Cerda, Ríos, González Videla, Frei,
Allende), abogados, profesores y médicos. Por excepción encontramos un re­
presentante de la burguesía industrial, el ingeniero A rturo Alessandri R o­
dríguez.
En fin, en cuanto al talento, la ciudadanía se ha inclinado por genera­
les victoriosos, como Prieto y Bulnes, grandes estadistas, como Balmaceda,
A guirre Cerda y Frei, grandes políticos, como Santa M aría, Alessandri Pal­
ma y Allende, intelectuales, como M anuel M ontt, hom bres de negocio, co­
mo Alessandri Rodríguez, etc., toda una gama de expresiones del talento.
Hemos afirm ado que el Presidente de la R epública debe tener am plio
respaldo de opinión pública. Por esto la Constitución exige que para que
un candidato resulte elegido por los ciudadanos debe obtener más de la
m itad de los sufragios válidam ente emitidos. Si ninguno de los candidatos
obtuviera esa mayoría, corresponde elegir Presidente al Congreso Pleno (re­
unión pública de los diputados y senadores), pero no librem ente, sino entre
los candidatos que hubieren obtenido las dos más altas mayorías relativas.
El Congreso Pleno tam bién debe elegir al Presidente por m ayoría absoluta,
en votación secreta. En caso de reiterados empates puede llegar a designar
al Presidente de la R epública el Presidente del Senado.
El sistema de elección por el Congreso Pleno ha sido criticado, no obs­
tante que se ha aplicado varias veces (1946, González Videla; 1952, Carlos
Ibáñez; 1958, Jorge Alessandri, y 1970, Salvador Allende). Se sostiene, a

231
nuestro juicio con fundam ento, que el Congreso Pleno no representa debi­
dam ente la realidad política existente a la fecha de la elección. En efecto,
al no coincidir las elecciones de parlam entarios con la de Presidente, se da
en el Congreso Pleno una superposición de realidades políticas de épocas
diferentes. (El Congreso Pleno lo constituyen los diputados y senadores cu­
ya elección puede ser muy distante en el tiempo a la de Presidente. Si se
agrega a este hecho la circunstancia de que el Senado se renueva por p ar­
cialidades cada cuatro años y que la Cám ara de Diputados se elige sobre la
base del Censo de 1930, podemos afirm ar que no hay seria coincidencia
entre la base de elección directa por los ciudadanos y el Congreso Pleno).
Esta distorsión es muy peligrosa, porque si bien hasta ahora el Congreso
Pleno ha elegido al candidato que ha obtenido la prim era mayoría relativa,
el candidato que obtuvo la segunda tam bién ha recibido votos. Los prece­
dentes en Derecho Público no obligan, y m añana perfectam ente una mayo­
ría del Congreso Pleno, no representativa, puede elegir al candidato de la
segunda mayoría relativa. Por otro lado, puede ocurrir que las fuerzas po­
líticas, p ara votar por un candidato, le exijan contraer compromisos. Es el
caso de la elección de Salvador Allende, en que la democracia cristiana, pa­
ra darle sus votos en el Congreso Pleno, pidió la aprobación de un Estatuto
de G arantías de carácter político. Sería preferible, para m antener la repre-
sentatividad del Presidente que, o bien se realizaran las elecciones de parla­
m entarios conjuntam ente con la del Presidente, o fueran los ciudadanos los
que, en una segunda elección definieran entre los candidatos que hubieren
obtenido las dos más altas mayorías relativas.
O rdinariam ente, sesenta días después de la votación, el Presidente elec­
to toma posesión del cargo, en presencia de ambas ramas del Congreso,
prestando juram ento o promesa, ante el Presidente del Senado, de desem­
peñar fielm ente el cargo de Presidente de la República, conservar la inte­
gridad e independencia de la Nación, y guardar y hacer guardar la
Constitución y las leyes. Para cum plir este juram ento o prom esa la C onstitu­
ción lo inviste de plenas atribuciones que examinaremos más adelante.
D urante seis años de m andato, para algunos muy extenso, pues aleja al
Presidente de su base electoral por m ucho tiempo, para otros no suficiente
p ara cum plir un program a de gobierno, el Presidente ejercerá la dirección
política y adm inistrativa del país.
R eafirm ando el carácter de Ejecutivo vigorizado, en caso de ausencia
o im pedim ento del Presidente de la República, lo subroga como Vicepresi­
dente el M inistro de Estado que señala el orden de precedencia establecido
por la ley. La ley, a su vez, autoriza al Presidente de la R epública para m o­
dificar el orden de precedencia al nom brar a los M inistros. En el fondo, en­
tonces, es el propio Presidente el que designa a su subrogante.
El Poder Ejecutivo está estructurado de m anera que la autoridad del
Presidente de la R epública se ejerce sin problemas. Sus M inistros, los In ten ­
dentes y Gobernadores, los Alcaldes de las ciudades más im portantes, los
Jefes de los Servicios Públicos, son de su exclusiva confianza o libre desig­
nación. Los Ministros, los agentes del Gobierno interior-y la mayoría de los
jefes de servicios pueden ser removidos por el Presidente sin expresar cau­
sa. Igual ocurre con los Em bajadores y demás agentes diplomáticos. Más
adelante estudiaremos el poder real que al respecto tiene el Presidente de
la República.
El Congreso N acional es bicam eral desde 1822, lo form an la Cám ara
de D iputados y el Senado. El Constituyente justificó el bicameralismo en un
Estado U nitario en la necesidad de que la ley fuera la expresión de una
Cám ara política, joven, imaginativa, y otra Cám ara que represente la trad i­

232
ción legislativa, la razón, y de cuya acción conjunta resultare una lenta evo­
lución de las instituciones sociales, económicas y culturales. Nos parece que
de la intención del Constituyente subsisten la finalidad, evolución lenta, y la
diferenciación en la base de elección, la Cám ara de D iputados representan­
do la población de los departam entos, y el Senado las regiones del país. 5
La Cám ara de D iputados consta de 150 miembros, elegidos por depar­
tam entos o agrupaciones de departam entos. U n diputado por cada 30.000
habitantes y por una fracción que no baja de 15.000. En la actualidad la
Cám ara de D iputados ha perdido su representatividad. En efecto, la base
de población en la elección de los Diputados se rige por el Censo de 1930,
correspondiente a la realidad social de 40 años atrás. Está desvirtuada esa
base. Los diputados no representan cabalm ente las actuales agrupaciones de
la población y luego no proyectan con la intensidad necesaria los problemas
que los afectan. Son diputados de un país irreal. Si agregamos que tam po­
co se ha revisado la base territorial (agrupaciones que están lejos de tener
características comunes), la representación es precaria.
El Senado está formado por 50 miembros que se eligen por circunscrip­
ciones que representan los intereses regionales. Los senadores duran 8 años
y el Senado se renueva por parcialidades, cada cuatro años. Esto hace, a
nuestro juicio, que el Senado no represente la idea política m ayoritaria im ­
perante en el país, sino que es una superposición de realidades políticas di­
ferentes. La m itad del Senado, hoy 25 Senadores, se m antiene, en tanto
que los otros 25 deben elegirse ju n to con la renovación total de la Cám ara
de D iputados; los que se quedan representan la realidad política de 4 años
atrás, los elegidos la nueva realidad política. Esta superposición de realida­
des crea conflictos que detienen el cambio: el orden social se defiende.
L a generación de las candidaturas a diputado y senador se produce ca­
si exclusivamente por los partidos políticos. A ellos protege la ley de elec­
ciones y el sistema de representación proporcional. Las candidaturas inde­
pendientes son escasas y frecuentem ente no tienen éxito. Valgan al respecto
los comentarios que hicimos anteriorm ente sobre la m ilitancia de los ciuda­
danos y sobre las estructuras de los partidos. N uevam ente una élite políti­
ca nom ina los candidatos, entre los que la ciudadanía ejerce su mero dere­
cho de opción.
Respecto a la extracción social, los diputados y senadores, tom ando el
actual Congreso Nacional, elegido en 1965 y 1969, pertenecen en gran m a­
yoría tam bién a las capas sociales medias (intelectuales, profesionales, técni­
cos, pequeños y medianos empresarios); le siguen los integrantes de la b u r­
guesía industrial y agraria, y en m enor grado el proletariado obrero; cam­
pesinos en el Congreso se cuentan con los dedos de una mano.
Los T ribunales, el tercer centro de poder dentro del Estado, están cons­
tituidos por miembros en su m ayoría letrados, es decir, abogados. Así ocu­
rre con el T rib u n a l Calificador de Elecciones, en el que se eligen por sor­
teo dos miembros entre los M inistros de la Corte Suprema, uno entre los
M inistros de la Corte de Apelaciones de Santiago y dos entre ex-presidentes
y ex-vicepresidentes del Senado y de la Cám ara por más de u n año, predo­
m inio de abogados.
Los integrantes del T rib u n a l Constitucional, cinco miembros, dos M i­
nistros de la Corte Suprema, elegidos por la Corte, y tres miembros nom ­
brados por el Presidente de la República, con acuerdo del Senado, tam bién
deben ser abogados.

5 U n estudio sobre algunos aspectos de los intereses que representa el Congreso N acional a Chile
puede consultarse en el artícu lo “ El Legislador” , F. C um plido, Revista* de Derecho Público N* 12,
año 1971.

233
Los miembros de los T ribunales Ordinarios, abogados, son tam bién
nom brados por el Presidente de la R epública a propuesta en quina o terna
del propio poder judicial.
Los abogados que integran los T ribunales tienen una extracción social
de clase media y de la burguesía agrícola e industrial. Los hijos de obreros
y campesinos que ingresan a las carreras de derecho en las universidades
del país durante muchos años han representado un porcentaje bajísimo. En
los últim os cinco años este porcentaje ha subido, con las becas concedidas
a trabajadores y alumnos de escasos recursos.
El C ontralor G eneral de la R epública, principal órgano fiscalizador,
tam bién es nom brado por el Presidente de la República, pero con acuerdo
del Senado. Debe ser abogado. Los contralores que ha habido en los últim os
trein ta años pertenecen a las capas medias profesionales y a la burguesía.
Respecto a las Fuerzas Armadas, la Constitución en su artículo 22 las
define como instituciones esencialmente profesionales, jerarquizadas, disci­
plinadas, obedientes y no deliberantes. La ley fija las dotaciones y la incor­
poración a ellas sólo puede hacerse a través de sus propias escuelas institu­
cionales especializadas. Las fuerzas armadas son pluriclasistas, prevaleciendo
la extracción de clase media y obrera. En los m andos superiores hay tam ­
bién miembros de la burguesía industrial y agraria.
El últim o centro de poder cuya generación estudiaremos es la Adm i­
nistración Pública. Los funcionarios de la Adm inistración Pública son nom ­
brados por el Presidente de la R epública o por representantes de él, jefes
superiores, vicepresidentes, directores, etc. En los últim os decenios se ha es­
pecializado la Adm inistración, ingresando a ella muchos profesionales y
técnicos con título universitario, lo que ha significado el dom inio de las
capas medias intelectuales.
La posibilidad del Presidente de la R epública de nom brar librem ente,
sin concurso, a los m andos medios y superiores de la Adm inistración ha sig­
nificado que en la generación de este centro de poder hayan tenido singu­
lar gravitación los partidos políticos, provocando una relativa inestabilidad
cada seis años. De otro lado, el ingreso a la A dm inistración Pública ha he­
cho crecer a la clase m edia a expensas del proletariado.
En suma, entonces, los centros de poder electivos están muy determ ina­
dos p o r las élites de los partidos políticos; en la generación de los otros
centros de poder tienen una influencia preponderante el Presidente de la
R epública y, en algunos el Senado, y en la extracción social de los gober­
nantes prevalecen las capas medias o clase media.
¿Cómo se ejercen esos centros de poder? Exam inarem os este problem a
estudiando la acción del órgano supremo, el Presidente de la República, en
sus relaciones con los demás centros de poder.
A pesar de ser el régim en de gobierno presidencial, se aparta del mo­
delo tradicional de la Constitución de Filadelfia, al conferírsele al Presiden­
te de la R epública atribuciones legislativas que, a juicio de muchos, son su­
periores a las del propio Congreso Nacional. Su solo enunciado dem ostra­
rá nuestra afirmación. El Presidente de la R epública tiene iniciativa de ley,
al igual que los diputados y senadores, pero además, tiene iniciativa exclu­
siva sobre im portantes materias. La Constitución originaria le otorgaba ini­
ciativa exclusiva en relación con las leyes de presupuestos; las reformas cons­
titucionales de 1943 y de 1970, aum entaron su iniciativa exclusiva extraor­
dinariam ente, a tal pu n to que el Presidente m aneja todo el sistema de re­
m uneraciones del sector público, la creación de cargos públicos y empleos
rentados, la fijación de sueldos y salarios mínim os de los trabajadores del
sector privado, el establecimiento o modificación de los regímenes previsio-

234
nales o de seguridad social, las exenciones tributarias, supresión de contribu­
ciones, condonación de impuestos, etc.
El Presidente participa en los debates de la Cám ara de D iputados y del
Senado a través de sus Ministros, los que tienen derecho preferente a voz
y en la Cám ara pueden pedir la clausura del debate. Es, además, el único
que puede declarar la urgencia en la tram itación de un proyecto de ley en
cualquiera o todos sus trámites. T ien e derecho a veto suspensivo, tan am­
plio, como si se tratara de una Cám ara revisora. Puede, por ende, vetar to­
talm ente el proyecto aprobado por las Cámaras o adicionarlo, sustituirlo o
suprim ir alguna de sus partes. Las Cámaras, para insistir en su prim itivo
proyecto, necesitan el voto favorable de los dos tercios de sus miembros pre­
sentes en la sesión respectiva. Luego, al Presidente de la R epública le basta
contar con un tercio más uno de los diputados o senadores para im poner su
voluntad en el proceso de formación de la ley, con excepción, naturalm en­
te, del veto aditivo en que requiere mayoría en ambas Cámaras. El Presi­
dente prom ulga y ordena la publicación de la ley.
En relación con el funcionam iento del Congreso tiene el Presidente
tam bién poderosas atribuciones. Así, es el único que puede prorrogar la le­
gislatura ordinaria. No lo hace porque no le conviene, ya que puede con­
vocar al Congreso a legislatura extraordinaria y, en tal caso, el Congreso
sólo puede conocer de los negocios legislativos que el Presidente incluya en
la convocatoria. En consecuencia, el Presidente controla las sesiones del Con­
greso durante 8 meses en el año (la legislatura ordinaria dura del 21 de
mayo al 18 de septiem bre y, aunque la Constitución perm ite al Congreso
autoconvocarse a legislatura extraordinaria, el Presidente de la República
lo antecede siempre).
Es más, desde la vigencia de la Constitución de 1925, el Congreso N a­
cional ha delegado periódicam ente en el Presidente de la R epública sus fun­
ciones legislativas, particularm ente en materias económicas y adm inistrativas.
La mayoría de las instituciones jurídicas, económicas y adm inistrativas se
rigen por decretos con fuerza de ley dictados por el Presidente de la R epú­
blica. Esta práctica constitucional de delegar funciones legislativas en el
Presidente de la R epública se ha incorporado expresam ente m ediante la R e­
forma de 1970.
Como contrapartida de este cúm ulo de atribuciones legislativas del Pre­
sidente, el Congreso Nacional tiene, a través de la Cám ara de Diputados,
la posibilidad de fiscalizar los actos del gobierno. Pero esta fiscalización no
tiene sanción directa ni afecta la responsabilidad política de los ministros.
Por otra parte, la acusación constitucional que puede intentar la Cámara
de Diputados ante el Senado, que com prom eta al Presidente o sus ministros,
tiene por fin hacer efectiva su responsabilidad penal por delitos o abusos
de poder y no su responsabilidad política. La Jurisprudencia del T ribuna!
Constitucional (creado en la Reform a de 1970) ha venido a fortalecer el
poder del Presidente de la R epública, al reconocerle el derecho de poder
designar m inistro de otra cartera a un m inistro suspendido por la Cám ara
de Diputados.
En relación con el Poder Judicial el Presidente de la R epública nom bra
a los m inistros y fiscales de la Corte Suprema, a propuesta en quina de la
propia Corte; a los m inistros y fiscales de las Cortes de Apelaciones, a pro­
puesta en terna de la Corte Suprema, y a los jueces letrados, a propuesta en
terna de la Corte de Apelaciones respectiva. Refuerza el poder del Presi­
dente de la República, además, el hecho de que son de su iniciativa exclu­
siva las leyes que fijan o aum entan las rem uneraciones de los miem bros del
Poder Judicial. Aún más, es atribución especial del Presidente de la Repú-

235
blica velar por la conducta m inisterial de los jueces y demás empleados del
Poder Judicial y requerir, con tal objeto, a la Corte Suprem a para que si
procede declare su mal com portam iento, o al M inisterio Público para que
reclame medidas disciplinarias del T rib u n a l competente.
A su vez, el Presidente de la R epública tiene atribuciones jurisdiccio­
nales como las de conceder jubilaciones, retiros y goce de m ontepío y con­
ceder personalidades jurídicas a las corporaciones privadas, y otorgar y can­
celar cartas de nacionalización a extranjeros. U na gracia puede dar tam bién
el Presidente, como los antiguos monarcas: conceder indultos particulares.
Le corresponde, asimismo, el m anejo de las relaciones exteriores. Es fa­
cultad privativa del Presidente determ inar con qué potencias extranjeras
Chile m antendrá relaciones diplomáticas; nom bra a los em bajadores y agen­
tes diplomáticos, con acuerdo del Senado; concede el agreem ent y el exce-
q u a rtu r a embajadores y cónsules extranjeros, conduce las negociaciones,
hace las estipulaciones prelim inares, concluye y firm a todos los tratados.
Los tratados antes de su ratificación deben ser aprobados por el C ongreso,,
el cual no puede modificarlos.
El Presidente de la República dispone de las fuerzas de m ar, tierra y
aire, las organiza y las distribuye. Es el generalísimo de las Fuerzas Armadas;
no tiene el m ando efectivo norm alm ente, pero es el superior. Los m ilitares
son de la exclusiva confianza del Presidente de la República, cualquiera que
sea su grado o función; puede llam arlos a retiro en conform idad a los regla­
mentos. Los nom bra, pero los grados de coroneles, capitanes de navio y de­
más oficiales superiores del Ejército, A rm ada y Aviación los confiere con
acuerdo del Senado.
Después de este agobiador enunciado de atribuciones debemos agregar
las propias de Jefe del Poder Ejecutivo: le corresponde “la adm inistración
y gobierno del Estado, y su autoridad se extiende a todo cuanto tiene por
objeto la conservación del orden público en el interior y la seguridad exte­
rio r de la República, de acuerdo con la Constitución y las leyes”. Para cum ­
p lir estas finalidades es el Jefe Superior de la Adm inistración Pública y de
él dependen la fuerza pública, Carabineros e Investigaciones; asimismo, dicta
los decretos, reglamentos e instrucciones para la aplicación de las leyes, cui­
da de la recaudación e inversión de las rentas públicas y, en general, tiene,
a través de los servicios públicos y empresas, el m anejo de la intervención
del Estado en la economía chilena.
Para com prender la m agnitud del poder del Presidente de la República
basta, a mi juicio, con resum ir los nom bram ientos que, entre otros, efectúa:
1.—Magistrados y Jueces del Poder Judicial;
2.—Tres miembros del T rib u n al Constitucional, con acuerdo del Se­
nado;
3.—C ontralor G eneral de la República, con acuerdo del Senado;
4.—D irector del Registro Electoral, con acuerdo del Senado;
5.—Em bajadores y Agentes Diplomáticos, con acuerdo del Senado;
6.—Generales, Coroneles de Ejército y Aviación y Alm irantes y C apita­
nes de Navio, con acuerdo del Senado;
7.—Director Nacional de Salud, con acuerdo del Senado;
8.—M inistros de Estado, por su sola voluntad;
9.—Subsecretarios, por su sola voluntad;
10.—Intendentes y Gobernadores, de su confianza;
11.—Vicepresidentes Ejecutivos y Jefes de Servicios, por su sola voluntad;
12.—Los empleos civiles y m ilitares, en conform idad a los Estatutos.
¿Cuántas personas? Miles, muchas de ellas destinadas a cum plir funcio-
nés im portantísim as en el régim en político chileno.

236
La legislación com plem entaria de la Constitución ha m ultiplicado por
cien las atribuciones de que dispone el Presidente de la República. Baste
señalar, por ejemplo, las concedidas por leyes genéricas de expropiación, in­
tervención, requisam iento; otorgam iento de concesiones de radiodifusión,
ingreso y perm anencia de extranjeros, reuniones públicas, etc.
En tiempos de anorm alidad en la vida del Estado, la Constitución ha
previsto situaciones que otorgan amplias facultades al Presidente de la R e­
pública para afrontarla. T a l ocurre en caso de agresión exterior o conmo­
ción interna en que, declaradas en estado de sitio una o más provincias, el
Presidente puede arrestar a los habitantes en sus casas o lugares no h abi­
tuales de detención de reos comunes, o trasladarlos de un departam ento a
otro. Leyes excepcionales pueden autorizarlo para restringir la libertad p er­
sonal o de im prenta y restringir o suspender el derecho de reunión. Aum en­
ta sus atribuciones en esta m ateria la Ley de Seguridad del Estado N ° 12.927,
que le perm ite declarar el estado de emergencia y, en caso de sabotaje con­
tra la seguridad nacional, la Ley N? 7.200 lo autoriza, previo inform e del
Consejo Superior de Defensa Nacional, para declarar zonas de emergencia.
Por últim o, tratándose de una emergencia financiera, la Reform a Cons­
titucional de 1943 lo autoriza a ordenar pagos no contemplados en la ley,
en caso de necesidades impostergables derivadas de agresión exterior, con­
m oción interior, calam idad pública o agotam iento de recursos de servicios
que no puedan paralizarse sin grave daño para el país, y hasta el 2% del
presupuesto de gastos de la Nación (2% constitucional).
Después de este exhaustivo enunciado de las atribuciones formales del
Presidente de la R epública creemos haber com probado su carácter de órga­
no supremo d el'rég im en político y, al mismo tiempo, formulam os dos re­
flexiones. ¿Puede un hom bre controlar el ejercicio de tal cúm ulo de atrib u ­
ciones? De no ser posible, cobrarían singular im portancia los hom bres que
lo acom pañan en el Gobierno, sus colaboradores inm ediatos y, luego, el
elector deberá no sólo ponderar al candidato, sino a su equipo hum ano. La
otra reflexión se refiere a la responsabilidad del Presidente. A tantas a tri­
buciones debiera corresponder una estricta responsabilidad. Sin embargo,
como veremos, el Presidente y sus m inistros tienen sólo responsabilidad pe­
nal y civil muy excepcional.
Desde luego, siendo el régim en presidencial de ejecutivo vigorizado, ni
el Presidente n i sus ministros tienen responsabilidad política directa ante
los ciudadanos ni ante el Parlam ento. Como se ha expresado anterioim ente,
la fiscalización de los actos del Gobierno por la Cám ara de D iputados no
tiene sanción y no lleva aparejada, por expresa declaración constitucional,
responsabilidad política de los ministros. Agregaremos que esta fiscalización
no alcanza a destacados Jefes de Servicios de la A dm inistración Pública con
im portantes atribuciones.
La acusación constitucional contra el Presidente de la R epública y sus
m inistros tiene por objeto hacer efectiva su responsabilidad penal por los
delitos o abusos de poder que com etan en el ejercicio de sus funciones, y
puede dar lugar a una responsabilidad civil subsidiaria. Pero, exam inando
con cuidado el sistema establecido por el constituyente, veremos que se con­
firm a nuestra tesis señalada precedentem ente.
En efecto, el Presidente de la República puede ser acusado por la m a­
yoría en ejercicio de los diputados ante el Senado sólo por haber com pro­
m etido gravemente el honor o la seguridad del Estado, o infringido abier­
tam ente la Constitución o las leyes. Las causales exigen com prom eter grave­
m ente o infringir abiertam ente, calificativos difíciles de apreciar, que la p ru ­
dencia inclina a interpretar restrictivam ente. Pero, además, para que pros­
pere la acusación y el Senado declare culpable al Presidente de la R epú­
blica, se requiere el voto conform e de las dos terceras partes de los senadores
en ejercicio. Burdam ente podríam os decir que al Presidente de la R epública
le bastaría contar con un tercio más uno de los senadores para gobernar al
m argen de la Constitución, sin ser sancionado legalmente.
Respecto de los ministros de Estado, las causales son más específicas v
el quorum para aceptar su culpabilidad es la mayoría de los senadores en
ejercicio, mas, como hemos señalado anteriorm ente, la jurisprudencia per­
m ite al Presidente nom brar en otro cargo de m inistro al que ha sido sus­
pendido por la Cám ara o condenado por el Senado, a menos que en este
últim o caso haya sido condenado por los T ribunales a pena aflictiva. Agrava
la situación descrita la falta de concordancia entre las causales de acusación
constitucional de la Constitución de 1925 y los delitos tipificados por el
Código Penal de 1874, que deja im pune a la mayoría de los acusados.
Justo es señalar que la Constitución exige que para que los actos del
Presidente de la República tengan valor deben llevar la firm a del m inistro
correspondiente, y que los m inistros tienen una am plia responsabilidad civil
por los daños que causen injustam ente en el ejercicio de sus cargos, respon­
sabilidad que se hace efectiva previa declaración de culpabilidad del Senado.
Por últim o, en cuanto a la fiscalización de los actos del Presidente de
la República, debemos agregar a la fiscalización de la Cámara de D iputa­
dos la que corresponde a la C ontraloría General de la R epública respecto
de los decretos supremos.
M ediante la toma de razón de los decretos supremos la C ontraloría exa­
m ina su constitucionalidad y legalidad. Si estima que algún decreto supremo
infringe la Constitución o la ley, lo representa. Pero, una vez más, el sistema
coloca al Presidente de la República sobre otro órgano del Estado, al facul­
tarlo para que con la firm a de todos los ministros de Estado pueda dictar
un decreto de insistencia. Este decreto ordena a la C ontraloría G eneral to­
m ar razón del decreto representado y, ju n to con hacerlo, la C ontraloría debe
rem itir los antecedentes a la Cám ara de Diputados. No opera el decreto de
insistencia en los casos de emergencia financiera ya descritos, en que los que
ordenen pagos fuera de los casos previstos por la Constitución responden
del delito de malversación de caudales públicos y solidariam ente del reinte­
gro de la cantidad ilícitam ente pagada.
Fuera del control preventivo de la C ontraloría G eneral de la República
no hay vigente otro. ¿Cómo se encuentra el ciudadano frente a este extenso
poder que el sistema confiere al Presidente de la República? Prácticam ente
indefenso. Es verdad que excepcionalm ente se le perm ite recurrir a alguna
otra autoridad, como por ejem plo a la Corte Suprem a en el caso de cance­
lación arbitraria de la carta de nacionalización, o a las Cortes de Apelacio­
nes, p or medio del recurso de am paro, en resguardo de su libertad personal.
Sin embargo, la falta de dictación de la ley orgánica ele los T ribunales Ad­
ministrativos, establecidos hace más de 45 años, deja al ciudadano indefenso
frente a los actos arbitrarios de las autoridades políticas y adm inistrativas.
¿A quién favorece esta grave omisión? Fortalece, a nuestro juicio, al Poder
Ejecutivo, constituyendo un serio quebranto del Estado Social de Derecho.
E n suma, el sistema jurídico chileno nos m uestra al Presidente de la
R epública elegido dem ocráticam ente, con am plio apoyo de opinión pública,
órgano supremo dentro elel régim en político, capaz de im poner su voluntad
en el proceso legislativo con un tercio más uno de los diputados o de los
senadores, capaz de gobernar al m argen de la Constitución con un tercio
más uno de los senadores, dotado de atribuciones que requieren de u n gran
núm ero de colaboradores para ejercerlas, y con una muy leve responsabili­

238
dad jurídica de sus actos. Frente a él el ciudadano, prácticam ente indefenso,
sólo con su voto para elegir al mejor.
El poder formal del Presidente descrito en el apartado anterior sufre
en su ejercicio práctico modificaciones cpie lo acrecentan o lo lim itan. Del
análisis conjunto de esos más y menos resultará la m edida de su poder real.
El Presidente de la R epública ve acrecentado su poder con la inform a­
ción centralizada que le proporciona el m anejo de las relaciones exteriores.
Los embajadores y demás agentes diplomáticos están constantem ente rem i­
tiendo al M inisterio de Relaciones Exteriores la oportuna inform ación de
todos los problemas, resoluciones o políticas que afectan a los demás países,
en especial, de los del área de influencia de los Estados Unidos de N orte­
américa, de América latina, y hoy de algunos países socialistas. El M inisterio
procesa esta inform ación y sus análisis los recibe el Presidente ele la R epú­
blica.
El Presidente usa el conocimiento de toda la problem ática internacio­
nal como fuente de sus propias resoluciones, pero al mismo tiem po ésta le
sirve para aum entar su poder interno. En efecto, esta inform ación la entrega
dosificada a los demás órganos del Estado; son escasas las sesiones del Con­
greso, preferentem ente del Senado, en que se tratan problem as internacio­
nales, a las cuales concurre el m inistro del ram o a proporcionar su versión
e interpretación de los hechos; es más frecuente que el Presidente de la R e­
pública, para vencer resistencias de sus partidarios o adversarios frente a una
determ inada política o petición, use ese conocimiento como instrum ento de
presión. Es corriente escuchar a los Presidentes de la R epública el argum ento
de que “los dem ás” sólo tienen la inform ación interna y no la internacional
y que tienen, en consecuencia, una visión parcial. La reserva con que se
transm ite la inform ación internacional le excusa de tener que revelar los
hechos o la fuente, de m anera que hay que hacer fe en su palabra y aceptar
su decisión. Es obvio que ésta es una ventaja frente a los otros poderes y
a los partidos políticos.
Facilita en gran medida la oportunidad de la inform ación que recibe
el Presidente de la R epública la residencia en Santiago de un núm ero im ­
portante de organismos internacionales, establecidos principalm ente por la
estabilidad institucional de nuestro país.
Las Fuerzas Armadas en Chile han dem ostrado una proverbial dedica­
ción a sus funciones profesionales y con justicia tienen la gratitud y el reco­
nocim iento de todos. Con excepción del golpe m ilitar de 1924 y después
algunas pequeñas intervenciones, han sido garantía del libre desenvolvi­
m iento de las instituciones democráticas. Sin embargo, el carácter descrito
no les resta ser un grupo de presión que debemos analizar en este trabajo,
aunque sea someramente.
Fiemos dicho que el Presidente de la R epública es el generalísimo de
las Fuerzas Armadas y, aunque no tiene m ando efectivo, es el superior. Mas,
su poder radica en ser el interm ediario entre ellas y el gobierno civil; el
Presidente es el que m ejor le puede tom ar “el pulso” a las Fuerzas Armadas;
es el que tiene la inform ación ele sus aspiraciones, de sus objetivos, ele su
potencial, etc.
Las Fuerzas Armadas presionan legítim am ente para ser consideradas
dentro de las prioridades de inversión del Estado. El equilibrio arm am en­
tista debe ser m antenido como razón de subsistencia del territorio e inde­
pendencia de la República. Chile ha sido un defensor de las limitaciones
de arm am entos en los países de América latina, pero otros gobiernos hacen
fuertes gastos que obligan a nuestro Ejército, M arina y Aviación a requerir
del Presidente de la R epública especial preocupación. Nos parece que el

239
k
Presidente de la R epública muchas veces pierde el sueño cuando se inform a
por la prensa u otros canales que un país vecino va a ad q u irir un p o rta­
aviones o una flota de aviones M irage o proyectiles teledirigidos, tanques
poderosos, etc. Nuestras Fuerzas Armadas, de alta eficiencia técnica, necesi­
tan de arm am ento m oderno para m antener esa calidad y presionan con
tal fin.
Existe tam bién el problem a económico de los miembros de las Fuerzas
Armadas y, como tales, hacen llegar sus peticiones al Presidente. En más
de alguna oportunidad su no atención oportuna ha traído graves consecuen­
cias (Tacnazo). Como hemos expresado anteriorm ente, la C onstitución Po­
lítica nos señala que las Fuerzas Armadas son instituciones jerarquizadas,
disciplinadas, esencialmente obedientes y nos agrega que, como instituciones,
no pueden deliberar, pero existe la “presencia” de las Fuerzas Armadas, por
una parte, y por la otra, los oficiales tienen la plenitud de sus derechos
políticos.
Las limitaciones que puede sufrir el poder del Presidente de la R epú­
blica frente al grupo de presión que examinamos, se convierten en fuente
de poder interno del Presidente ante los otros poderes y partidos políticos.
En efecto, la inform ación del estado y “pulso” de las Fuerzas Armadas puede
perm itir a un Presidente lograr muchos fines de índole política ante p arti­
darios y adversarios. La situación es muy parecida a lo que ocurre con la
inform ación internacional: hay que hacer fe de su palabra.
U na reflexión más exige la situación descrita en el apartado anterior y
en lo que va de éste. ¿Cómo, teniendo tanto poder el Presidente de la R e­
pública, los Presidentes de los últim os períodos en sus Mensajes al Congreso
Pleno y en declaraciones a la prensa, se quejan de que no han podido go­
bernar? Culpan al Congreso N acional o a la politiquería. La verdad es que
hay dos factores que gravitan lim itando el extenso poder del Presidente de
la República: la m ultiplicidad de partidos políticos y la estructura del Con­
greso.
U n Presidente de la R epública que quiera m antener la situación social
existente en Chile y no efectuar cambios, tiene a su favor el sistema de go­
bierno creado por la Constitución Política de 1925, y con un tercio más uno
de los diputados o de los senadores, usando el veto suspensivo, puede m a­
n ejar cualquier intento de transform ación de las estructuras sociales. Pero
u n Presidente de la R epública que desee efectuar la sustitución total o p ar­
cial del sistema social existente encontrará serios problem as si no cuenta con
un apoyo parlam entario am plio y, por ende, con u n a base de partidos po­
líticos con fuerte representación en el Congreso.
La realidad chilena de los últim os 40 años ha obligado a los Presiden­
tes de la R epública a buscar apoyo en coaliciones o alianzas de partidos
políticos, ele las más curiosas combinaciones o matices, con excepción del
gobierno del Presidente Frei que descansó en la democracia cristiana (su
aliado el Padena representaba un porcentaje bajo de la votación nacional).
Así, el Presidente Pedro A guirre Cerda basó su gobierno en el P artido R a­
dical, en combinación con los Partidos Socialista y Comunista, form ando el
F rente Popular. El Presidente Gabriel González Videla inició tam bién su
gobierno con una combinación de partidos, en la que se contaban el P ar­
tido R adical y el P artido Comunista; a poco andar, el P artido Com unista
salió del gobierno y fue puesto fuera de la ley, formándose una combinación
del P artido Radical con partidos de derecha. El Presidente Ibáñez inició su
gobierno con el apoyo del P artido Agrario Laborista y el Socialista Popular
y una serie de movimientos; en las elecciones de parlam entarios de 1953
hubo más de 30 partidos políticos con derecho a elegir.

240
El Presidente Jorge Alessandri Rodríguez comenzó su gobierno con los
Partidos Conservador y Liberal, a los cuales se sum aron más tarde los radi­
cales. El Presidente Allende fue el candidato de una coalición de partidos
m arxistas y democráticos (Partidos Comunista, Socialista, R adical y Social-
demócrata, y m a p u y a p i ) a los cuales se ha agregado una fracción del Par­
tido Demócrata Cristiano, la Izquierda Cristiana; sin embargo, esta coalición
no le da mayoría en las Cámaras. ¿Qué sucede?
El Presidente Allende fue elegido por la votación de un tercio de los
electores y la mayoría del Congreso Pleno. En las elecciones de regidores
de 1971 los partidos que lo apoyan obtuvieron cerca del 50% de los sufra­
gios. De m antenerse esta cifra en las elecciones de diputados y senadores de
1973, su coalición unida podrá lograr mayoría en la Cám ara de Diputados,
pero no en el Senado. El Presidente Frei resultó elegido por los ciudadanos
con más del 50% de los sufragios válidam ente emitidos. Al año siguiente,
1965, la Democracia C ristiana logró en el Congreso 82 diputados y una fuer­
te representación en el Senado, pero no alcanzó la mayoría.
El problem a radica en la diferente duración del m andato del Presidente
de la República, de los diputados y los senadores, en la renovación parcial
del Senado, y en la falsa representación de la Cám ara de Diputados. En efec­
to, al d u rar el Presidente seis años en sus funciones, al renovarse la Cámara
de D iputados totalm ente cada cuatro años, al tener los senadores un m an­
dato de ocho años y al renovarse el Senado por parcialidades, resulta que
cada uno refleja una realidad política distinta. No existiendo coincidencia
o proxim idad en la renovación de las aludidas autoridades, es muy difícil
que el Presidente de la República, aun apoyado por coaliciones de partidos,
logre mayoría en ambas Cámaras.
Agrava la situación el hecho de que el Senado se renueve por parcia­
lidades, porque subsisten en él senadores que representan la realidad polí­
tica de cuatro años atrás; la m ultiplicidad de partidos políticos, la m ovili­
dad de los independientes y las divisiones de los partidos, prácticam ente
im piden que los partidos que apoyan al Presidente tengan mayoría en el
Senado. Los técnicos y algunos políticos chilenos justifican la realidad des­
crita aduciendo que es conveniente que las transformaciones sociales cuenten
con un am plio apoyo ciudadano y, de lo contrario, se efectúen por una lenta
evolución. En el fondo se trata de que el Presidente y sus partidarios prue­
ben su idoneidad para gobernar, pero el sistema no se los perm ite fácil­
mente. Si no pueden hacer las. transform aciones que han prom etido, ¿cómo
pueden p robar su capacidad?
L a situación del Presidente Allende es algo distinta, pues la Reforma
Constitucional de 1970 lo dotó de un instrum ento que, si efectivamente tie­
ne el apoyo de la mayoría de los chilenos, puede perm itirle hacer las refor­
mas de estructura. Este instrum ento es la consulta plebiscitaria en el caso
ele que la m ayoría del Congreso le rechace un proyecto de reform a consti­
tucional. Los anteriores Presidentes no pudieron usar el plebiscito, pues el
procedim iento de reform a constitucional dejaba, en la práctica, en manos
del Congreso N acional la posibilidad de plebiscito. En efecto, al Congreso
le bastaba con rechazar los vetos del Presidente y no insistir en el proyecto
de reform a constitucional para que el Presidente no pudiera usar el plebis­
cito. Así, los anteriores Presidentes tuvieron que lim itar su poder o debieron
form ar coaliciones de partidos que los apoyaran, aunque no tuvieran una
ideología común, o, como el caso del Presidente Frei, debieron obtener apo­
yo de un partido u otro, fuera de izquierda o de derecha, para proyectos ele
ley específicos. Evidentem ente que no tuvo apoyo de los partidos ni de iz­

16.—CEREN 241
quierda ni de derecha para proyectos im portantes, como reestructuración
adm inistrativa, prom oción popular, etc.
T am bién los anteriores Presidentes su frieron de la lata tram itación le­
gislativa de los proyectos de ley, como el caso del proyecto de Reform a Agra­
ria en el Gobierno de Frei, que dem oró cerca de dos años con la reform a
constitucional al derecho de propiedad. Por lo menos, la Reform a C onstitu­
cional de 1970 da al Presidente Allende la eventual posibilidad de que se
apliquen trám ites más breves en sus proyectos y destierra las leyes “miscelá­
neas” con los recursos al T rib u n al Constitucional. Por últim o, dentro de las
limitaciones al poder del Presidente de la República, necesariamente debe­
mos señalar el excesivo detalle de las leyes que, en la práctica, perm iten que
la mayoría se aplique sin necesidad de reglamentos. Las leyes del siglo pa­
sado y principios de este siglo eran verdaderas leyes, por su carácter general
que dejaba al Presidente de la R epública con una am plia potestad regla­
m entaria. Las leyes posteriores a 1925 son extraordinariam ente complejas
y se llega hasta los menores detalles. En el fondo, los partidos tratan de
am arrar al Presidente en la ejecución de las leyes. Se dirá que la m ayoría
de las leyes im portantes tienen su iniciativa en el Presidente. Es verdad,
pero no hay que olvidar que el Presidente ha debido form ar coaliciones de
partidos que lo apoyen en el Parlam ento, o bien las Cámaras, al trata r los
proyectos incorporan, por la vía de la indicación, norm as destinadas a lim i­
tar o regular la acción ejecutiva del Presidente.
Sin embargo, el Presidente de la R epública tiene tam bién algunos ins­
trum entos para presionar a parlam entarios y partidos políticos, como la ini­
ciativa exclusiva de ciertos proyectos de ley en que la ley anual de presu­
puestos tiene singular valor, pues distribuye los gastos variables por servicios
y por áreas geográficas; los nom bram ientos de m inistros y demás funciona­
rios im portantes (en muchos gobiernos se ha hablado del “cuoteo” en la
distribución de “cargos claves”), la fijación de prioridades en la inversión
de los fondos públicos, etc.
La Adm inistración Pública, como centro de poder, requiere tam bién
un examen más detenido. El Presidente de la R epública es el jefe superior
y goza de toda la influencia que tal calidad le perm ite: nom bram ientos de
funcionarios, distribución de recursos entre los servicios, recepción de infor­
mación oportuna, etc. Indudablem ente que tiene poder el Presidente frente
a los otros órganos del Estado por contar con la colaboración de la Adm i­
nistración Pública; la sola posesión de los bancos de datos y el m onopolio
de la com putación pública le dan un poder im portante, pero tam bién la
A dm inistración tiene poder frente al Presidente de la República. En efecto,
la A dm inistración Pública constituye los ojos del Presidente de la R epública
a través de todo el país; ve por ella, y actúa por ella. El análisis de la in­
formación que recibe el Presidente lo hace ella. En el fondo el Presidente
conoce la m archa del país de la m anera que la A dm inistración Pública se
la presenta. Por mucho que el Presidente recorra el territorio sólo tendrá
u n a visión superficial de la situación y muchas veces escenificada de ante­
m ano. Los m inistros y jefes de servicios tienen la hum ana tendencia de mos­
tra r al Presidente el lado positivo de la acción de gobierno; es tal el cúmulo
de atribuciones que tiene que ejercer el Presidente que le es imposible re­
visar todas las resoluciones, debe confiar en un grupo bastante numeroso
de colaboradores. Los Presidentes se aislan del contacto con los ciudadanos,
muchas veces círculos de personas tienen influencia sobre él por confiar él
más en ellas que en otras; otras veces los m inistros o subsecretarios tienen
fundado tem or en inform ar a los Presidentes de los aspectos negativos del
gobierno. La prensa en que el Presidente confía le es, generalm ente, incon­

242
dicional. El poder de la A dm inistración frente al Presidente queda compro­
bado cuando se trata de m odificar o trasladar las atribuciones de un m inis­
terio o servicio a otro. La resistencia es heroica. Nosotros hemos llegado a
la conclusión de que para hacer una reform a adm inistrativa seria y racional
hay que in ten tarla en el prim er año de gobierno, antes de que los m inistros
y jefes de servicios com prueben el poder que tienen, después es muy difícil.
Cuando en el gobierno existen diversos partidos políticos que colaboran
con el Presidente, la situación descrita se m ultiplica muchas veces, porque
cada partido quiere dem ostrar o hacer creer al Presidente que los m iniste­
rios, las prioridades a su cargo y sus m inistros y funcionarios son los más
im portantes, los más eficientes, etc.
A lo anterior debemos agregar que el m ando efectivo del Presidente de
la República y los m inistros en la A dm inistración Pública se refiere princi­
palm ente a los servicios centralizados, pues los descentralizados no dependen
sino que se relacionan con el Presidente a través de algún m inisterio. Los
servicios descentralizados gozan de bastante autonom ía y, si bien los dirige
un vicepresidente o director nom brado por el Presidente, las decisiones im ­
portantes le corresponden a los consejos o directorios en que el Presidente
tiene algunos miem bros de su libre designación.
En los últim os decenios, en cada gobierno surgen nuevos servicios des­
centralizados que, a pesar de lo expresado, tienen a su cargo el cum plim iento
de las prioridades de esos gobiernos. Es el caso, por ejemplo, de c o r f o y sus
subsidiarias, de c o r a , i n d a p , s a g , c o r v i , c o r h a b i t , c o r m u , c o d e l c o , etc.
En más de alguna ocasión, los consejos de instituciones descentralizadas han
acordado medidas ajenas o contrarias a la política de los gobiernos, dem o­
rando mucho tiem po su posibilidad de corrección.
No pretendem os criticar injustam ente a la A dm inistración Pública chi­
lena, sólo queremos destacar la necesidad de hacer una reform a adm inistra­
tiva racional que acreciente su prestigio y le dé un carácter profesional, por
una parte y, por la otra, com probar su real poder que, sin duda, constituye
una lim itación al poder del Presidente de la R epública ft.
Hemos dicho anteriorm ente que dentro de la com unidad política hay
otras organizaciones que tienen poder además del Estado, y es muy im por­
tan te para el ejercicio del gobierno que el Presidente de la R epública logre
hacer que esas organizaciones concurran a apoyar la política que desarrolle
o, a lo menos, obtenga su neutralización. T a l ocurre con los sindicatos, aso­
ciaciones de empresarios, universidades, juntas de vecinos, centros de madres
y otras organizaciones com unitarias.
Si el Presidente ele la República, a través de los partidos políticos que
lo apoyan, no está en condiciones de que los sindicatos acepten sus medidas
de política económica, es im posible en la práctica que pueda cum plir pro­
gramas de estabilización o luchar en contra de la inflación. N ada se obtiene
con fijar por ley los aum entos de rem uneraciones del sector público, si por
su lado el sector privado, a través de sus sindicatos, usando la huelga como
instrum ento de presión, en las negociaciones colectivas logra aum entos sus­
tancialm ente mayores al alza del costo de la vida, sea directam ente o usando
el subterfugio de asignaciones especiales, bonificaciones, etc. Un Presidente
de la República que no cuenta con verdadera solidaridad de los trabajado­
res tiene una trem enda lim itación en su poder para cum plir su program a.
En verdad, es difícil convencer a los empleados y obreros de que en sus pe­
ticiones deben ajustarse a una determ inada política, pero es casi imposible

6 U n estudio sobre la A dm inistración Pública es la investigación que efectuó el In stitu to de C ien­


cias Políticas de la U niversidad de Chile en tre 1967 y 1970, que dio origen a más de diez p u ­
blicaciones, destacándose Diagnóstico de la Burocracia. E ditorial Jurídica, 1971.

243
tai convencim iento cuando lo requieren partidos que estando en la oposi­
ción han estim ulado una actitud diferente. La solidaridad no se produce por
órdenes de autoridad o por medio de una propaganda falaz, sino que con
el ejemplo, sin verbalismo, desterrando la persecución sectaria e inform ando
honestam ente a los ciudadanos. Los hombres entienden que nada se cons­
truye en un día con cimientos sólidos y que muchas veces hay que sacrificar
algo o m ucho hoy para ser felices m añana, pero racionalm ente exige aboli­
ción de privilegios, igualdad real, la “pobreza” de los que ejercen la auto­
ridad y muchas limitaciones a los que deben prestar su servicio a la com u­
nidad.
U n Presidente de la R epública que desee afectar profundam ente las
estructuras sociales tam bién se enfrentará con las asociaciones de empresa­
rios, de productores y con los colegios profesionales o asociaciones gremiales.
Es im portante la influencia que en ellos tengan los partidos políticos que
apoyan al Presidente, pero nos parece que por sobre todo se logrará una
actitud racional frente al gobierno si éste m uestra oportunam ente las “reglas
del juego” que afectarán a productores de bienes y servicios.
Ju n to con el trem endo desarrollo de la sindicación campesina, en el
Gobierno del Presidente Frei se estim uló y facilitó la constitución de orga­
nizaciones com unitarias de diferente índole: juntas de vecinos, centros de
madres, cooperativas diversas, comités de pequeños productores, medieros,
arrendatarios, etc., siguiendo la acertada política de que el servicio público
llega m ejor al pueblo organizado que al individuo aislado. Pero no basta la
organización, es m enester además que el servicio llegue oportunam ente. De
lo contrario, estas organizaciones de fuerte base de apoyo al gobierno se
transform an en un poderoso grupo de presión adversario del Presidente de
la R epública y sus colaboradores. Si, además, la participación del pueblo or­
ganizado en las decisiones de la autoridad es m eram ente form al y no real,
se desvirtuará un valioso instrum ento para la subsistencia del régim en dem o­
crático.
Por últim o, en este largo recorrido, debemos exam inar el papel de las
iglesias y de las universidades, instituciones sociales de naturaleza especial
por las funciones que cumplen. La influencia de las iglesias y, particular­
m ente, la de la Iglesia Católica, apostólica y rom ana, en el gobierno, se ha
debilitado en los últim os decenios. Desde luego, para esta últim a, no es la
misma la situación de que gozaba bajo el im perio de la Constitución de
1833, en que era la religión oficial del Estado, que la actual separación con
privilegios que se pactó en Rom a en 1925 y concretó la reform a constitu­
cional de ese año. No obstante, todos los gobiernos han m antenido buenas
relaciones protocolares con la Iglesia Católica, respetando su participación
en las fiestas oficiales. En la transm isión del m ando al Presidente Salvador
A llende hubo un T edeum ecuménico. La religiosidad de los chilenos hace
que todavía sea im portante la opinión de las iglesias respecto a los grandes
problem as nacionales y los presidentes buscan o su franco apoyo o su neu­
tralidad.
Las universidades cum plen una función im portante en Chile y en la
m ayoría de los países de Latinoam érica: son los centros de educación supe­
rior y de casi exclusiva investigación científica y tecnológica. En los últim os
años han recobrado su tarea de ser conciencia crítica del país y com prom e­
terse más con la realidad chilena. Constituyen, por ende, un fuerte grupo
de presión que aúna a académicos, estudiantes y funcionarios. Los presiden­
tes de la R epública han demostrado especial preocupación por ellas, y no
hay duda de que los gobiernos tienen buen cuidado de, respetando su auto­

244
nomía, obtener su colaboración para el cum plim iento de sus metas. La soli­
daridad de los universitarios, expresada a través de sus específicas funciones,
es realm ente valiosa en muchas tareas de gobierno.
En síntesis, entonces, el poder real del Presidente de la R epública es
el resultado de todos los aspectos que hemos señalado, con algunas disgre-
siones que consideramos útiles para ilustrar su contenido; al poder jurídico
form al el Presidente suma la valiosa inform ación que posee de la realidad
internacional, el conocimiento del “pulso” de las Fuerzas Armadas, el m ono­
polio de los bancos de datos y com putación públicos, el m anejo de la Ad­
m inistración Pública, la fijación de prioridades del gasto público, etc.; lim i­
ta su poder la estructura del Parlam ento, la necesidad de apoyarse en coali­
ciones de partidos políticos, la obligación de confiar en un gran núm ero
de colaboradores, el poder de la Adm inistración Pública, de los sindicatos,
de las empresas de productores de las organizaciones com unitarias, de las
iglesias, de las universidades, etc. Concluiremos destacando el valor de la
persona del Presidente de la R epública en el régim en político chileno, pero,
al mismo tiempo, recordando que solo es muy poco lo que puede, y reve­
lando la im portancia de los partidos políticos y del equipo gobernante.
Para com pletar el cuadro de la form a cómo los centros de poder ejercen
sus facultades de decisión y sus influencias nos referiremos, brevem ente, a
los órganos de control y a los T ribunales.
La C ontraloría General de la República, organismo autónom o consti­
tucional, tiene la fiscalización jurídica y financiera de los actos del Presi­
dente de la R epública y de los servicios públicos. A través de esta fiscaliza­
ción ejerce un poder im portante, acrecentado por la falta de funcionam ien­
to de los T ribunales Administrativos. La tendencia últim a de la política
legislativa es la de liberar a los servicios del control jurídico de la C ontra­
loría, en busca de un sistema más ágil que esté de acuerdo con una adm i­
nistración m oderna, a través de la Superintendencia de Bancos o de la Su­
perintendencia de Seguridad Social.
El T rib u n al Calificador de Elecciones, tam bién un tribunal autónom o,
ejerce un poder muy fundam ental al corresponderle efectuar los escrutinios
generales y resolver las reclamaciones en las elecciones de Presidente de la
República, diputados, senadores y regidores y proclam ar a los elegidos en
los tres últim os casos. Los miembros del T rib u n a l Calificador son irresponsa­
bles y sus fallos inapelables, como lo ha ratificado en reciente fallo la Corte
Suprema. Las sentencias del T rib u n a l Calificador tienen una im portancia
decisiva en la generación de los poderes públicos, como lo dem uestra la reso­
lución sobre federaciones y confederaciones de partidos políticos, que tendrá
gran significación en las elecciones de 1973.
El T rib u n a l Constitucional, a nuestro juicio, constituye un poder del
Estado, en la m edida en que, ejerciendo su competencia, se pronuncia sobre
la constitucionalidad de los proyectos de ley, decretos con fuerza de ley y
tratados internacionales. Nos parece errado jurídica y políticam ente exten­
der su poder a los proyectos de reform a constitucional.
Por últim o, nadie puede desconocer el poder de la Corte Suprem a en
Chile, al resolver sobre la inaplicabilidad de la ley por inconstitucionalidad
y corresponderle la interpretación de la ley civil y penal, a través del recurso
de casación en el fondo y del recurso de queja.

245
La burocracia como grupo social *

J osé Sulbrandt C.
icis -f l a eso
Investigador Instituto Sociología, U.C.

IN T R O D U C C IO N

In ten ta r un análisis de la burocracia es, evidentemente, una tarea compleja.


Las distintas perspectivas desde las cuales esta problem ática se puede enfo­
car, delim itan aspectos diferentes de un mismo problem a común. Así, por
ejemplo, un enfoque institucional pondrá énfasis en la estructura global de
la adm inistración pública distinguiendo el centro del poder ejecutivo, de
los ministerios, los servicios públicos y sus ámbitos de competencia. Por otro
lado, un enfoque organizacional de la burocracia tiende a centrarse en el
problem a de las normas, la im personalidad en el desempeño de las funcio­
nes, los mecanismos de selección y prom oción del personal, etc. O tro acer­
camiento posible, y que es el que hemos adoptado, es exam inar la burocra­
cia en cuanto grupo social, privilegiando por lo tanto su forma de constitu­
ción, los grupos sociales desde los cuales se recluta y el sistema de sus in­
tereses particulares.
N uestro propósito en este trabajo es, prim eram ente, fijar el contexto
y génesis de la burocracia en sus líneas gruesas y dar cuenta, desde una
perspectiva objetiva, de su desarrollo histórico, tratam iento que se realiza­
rá directam ente conectado a la problem ática del Estado. En otras palabras,
en este punto desarrollaremos la idea de una burocracia directam ente con­
dicionada por el funcionam iento del aparato estatal, y visto éste en estrecha
conexión con la clase dom inante en determ inados momentos históricos.
En segundo lugar, nuestra intención es exam inar su situación de clase,
entendiendo por esto el lugar de la burocracia en la estructura de clases y
paralelam ente analizar la extracción de clase de la burocracia chilena, en­
tendiendo por esto el lugar de donde se recluta el grupo burocrático como
tal. Esta perspectiva de análisis es im portante, ya que sirve como elemento
para dilucidar ciertas confusiones teóricas qüe existen con respecto a este
problem a, y que se genera básicamente a p artir de la errónea concepción
de la burocracia como grupo de pequeña burguesía.
Paralelam ente, al desarrollar este planteam iento crítico, formulamos
una conceptualización distinta. Se estudia la burocracia como categoría so­
cial específica, con posibilidades de llegar a convertirse en una determ ina­

* Este trab ajo p u d o ser realizado gracias a la invaluable colaboración de M aría Alicia F errera; el
au to r agradece a Sergio Bagú y a M anuel A. C arretón sus penetrantes com entarios críticos que
ayudaron a m ejorarlo. P o r supuesto la responsabilidad por lo aq u í afirm ado es exclusiva del autor.

246
da fuerza social, y que está conform ada por profesionales y empleados pro­
venientes, a su vez, de sectores preferentem ente profesionales y empleados.
Siguiendo está perspectiva, se hace necesario desarrollar el problem a de
la posibilidad de la existencia de conciencia de clase al interior de grupos
medios, análisis que perm ite detectar, por un lado, los intereses de dichos
grupos y, a la vez, la conciencia psicológica de ellos (criticando los estudios
que se basan en la autoidentilicación como indicador de conciencia de
clase).
Para finalizar, formularem os una serie de conclusiones, que en suma
se derivan del análisis ele la inform ación que señalan algunos elementos pa­
ra la form ulación de una política con respecto a estos sectores. Es necesa­
rio, sin embargo, explicitar que nuestro trabajo, basado principalm ente en
u n estudio empírico, está lim itado a señalar algunos rasgos del fenómeno
burocrático, y es en este sentido que se desarrollarán los puntos anterior­
m ente explicitados.

N O TA S SOBRE EL DESARROLLO DE LA BUROCRA CIA C H ILEN A

U no de los elementos específicos más característicos de la formación social


chilena es el de la burocracia pública. Para entender su especificidad debe­
remos entender su origen o génesis. En prim er lugar, digamos que nos esta­
mos refiriendo al grupo social del aparato del Estado, es decir una catego­
ría específica, o como lo dice Poulantzas: “Si se toma en consideración el
todo complejo de un modo de producción y la eficacia específica de sus di­
versas instancias, se ve que la burocracia es el efecto específico de la estruc­
tu ra regional del Estado sobre sus agentes, en una formación s o c ia l...” 1.
Si queremos com prender la burocracia no podemos desligarnos de un
intento de explicación histórica de su desarrollo. Sólo unas breves notas nos
indicarán los elementos más gruesos que la caracterizan. Ciertam ente su in­
vestigación en profundidad sería una im portante contribución al estudio de
los sectores medios y las relaciones ele. clase en Chile.
El aparato burocrático desarrollado por España no fue desm antelado si­
no en algunos aspectos por el proceso ele independencia y él es el origen de
todo el desarrollo del aparato estatal chileno 2. Pero, es necesario señalar
que con la Independencia en 1818 se produce un cambio de personal, re­
em plazando al grupo que adm inistró los intereses coloniales. Este cambio
provocó acusaciones ele incom petencia e improvisación, especialmente du­
rante el gobierno de O ’Higgins.
Luego ele un corto período que ha sido llam ado ele anarquía, Portales
organiza, a comienzos ele la década ele los 30 y basándose en las fuerzas pro­
ductivas de la época, un Estado conservador que supone una adm inistración
eficiente de los intereses básicos del grupo terrateniente. Este aparato del
Estado aplica políticas proteccionistas y una acción elesarrollista en la base
económica. Se ha indicado la ideología m ercantilista y estatista de la élite
ad m in istrativ a3. Se inicia así la conformación de un Estado, producto cla­
ro elel dom inio ele una clase hegemónica, y que por lo tanto genera un gru­
po burocrático que satisface las necesidades ele esa clase.

1 Poulantzas, Nicos, Clases Sociales y Poder Político en el Estado Capitalista, E ditorial Siglo X X I,
1969, p. 335.
2 U rzúa, G erm án y G arcía, A na M aría. Diagnóstico de la burocracia chilena 1818-1969. Ed. Ju ríd ica
de Chile, 1971, p. 19.
3 P in to , A níbal, ‘‘D esarrollo Económico y Relaciones Sociales” , en Chile, H oy. Siglo X X I Editores
S. A ., Santiago, 1970, p p . 7-8.
v / Sunkel, Osvaldo y C arióla, C arm en. La Historia Económica de Chile en el período 1830-1930.
v Ensayo y Bibliografía. ICIS-ELACSO. M imeo. p p . 21-27.

247
La integración de la economía chilena, preferentem ente en términos
de agricultura y m inería, en el mercado m undial, va causando cambios en
el sistema social y político. De ellos, lo que más nos interesa es el desarrollo
de un complejo financiero comercial y, por tanto, de todo un sector de ser­
vicios. Este desarrollo im plica la emergencia de sectores medios en el “sec­
tor privado” y en la adm inistración del Estado.
Con la abolición de mayorazgos, la depresión de 1859-61 que hace bajar
la propiedad agrícola, la emergencia de nuevos grupos en m inería, banca y
el comercio, se inicia la prim era quiebra del régim en de burguesía terrate­
niente. Parte de la nueva burguesía financiera y comercial que se genera en
este proceso, desarrolla paralelam ente funciones de burguesía terrateniente
en la m edida en que aum enta su poder económico a través de la propiedad
agrícola. Estos nuevos grupos ayudan a increm entar el personal de la ad­
m inistración pública, al incorporar a ella elementos que sirvan como res­
puesta a sus necesidades de apoyo y legitimación.
Después de la G uerra del Pacífico (1879-83), se desarrolla la explotación
del salitre y surge en esa explotación un enclave inglés. P arte de la riqueza
así generada financia la actividad estatal; el gobierno es el que recauda los
tributos y dispone de esa recaudación. Se inician obras públicas, se am plía
y afirm a el aparato estatal y se trata de extender su alcance a todo el terri­
torio nacional. Este proceso viene a reafirm ar la tradición de un “estatis­
m o” o del rol im portante del Estado, que había estado presente desde la in­
dependencia. Como lo ha señalado Pinto, la posibilidad de que sea el go­
bierno y no entes privados los que usan y disponen de este ingreso, es lo que
determ ina una estructura de demandas y empleos que favorece a las “cla­
ses m edias” en los “centros urbanos” 4. El uso de estos recursos estatales ex­
traordinarios va destinado preferentem ente a obras públicas, escuelas, puer­
tos, ferrocarriles, lo que determ ina un aum ento del núm ero de funcionarios.
Este fenómeno posibilita resolver el problem a planteado por grupos medios
que buscan una salida ocupacional a una situación creada por acelerado in­
crem ento de la urbanización, una disponibilidad de individuos con educa­
ción secundaria y universitaria y el desarrollo de una pequeña burguesía
de industriales y comerciantes.
El crecimiento de un grupo im portante de empleados públicos y de
empleados del sector privado, ju n to al desarrollo de sectores de pequeña
burguesía, cía las bases para que las clases medias comiencen a presionar so­
bre el sistema político a través de organizaciones partidarias, dem andando
un grado mayor de participación en dicho sistema. Aun cuando desde las
organizaciones partidarias estos grupos form ulan proyectos propios sobre in­
corporación al s:'stema político, el sector de la burocracia sigue, desde el apa­
rato gubernam ental, siendo instrum entalizado por el grupo hegemónico.
Es en el decenio de los veinte cuando estos sectores buscan una alianza
con los sectores obreros y mineros para forzar a la oligarquía a com partir
parte lim itada de su poder. Esta alianza logra sus objetivos en los gobiernos
de Alessandri e Ibáñez. U na de sus m últiples consecuencias es am pliar el
campo de acción del Estado, lo que se expresa en la extensión de los servi­
cios de la adm inistración pública, básicamente en el sector economía, espe­
cialm ente en organismos ele crédito y de control de actividades produc­
tivas 5.
La alianza se rom pe ju n to con la crisis del sector exportador, la que
afecta profundam ente a Chile. Los sectores medios, ante la presión de los

4 P in to A níbal. “ D esarrollo Económico y Relaciones Sociales” , en C hile, H oy. Ed. Siglo X X I,


p p . 11-12.
5 U rzúa, G erm án y G arcía, A na M aría. Diagnóstico de la burocracia chilena 1818-1969. Ed. Jurídica
de C hile, 1971, p . 48.

248
obreros, buscan una alianza con la oligarquía, que se expresa claram ente en
el segundo gobierno de Alessandri (1932-1938), con la cual inician una eta­
pa de represión del m ovimiento popular. Sin embargo, esos mismos secto­
res medios in tentan luego una nueva alianza con los grupos obreros, lo que
da origen al Frente Popular. Este Frente se articula básicamente en torno a
los grupos medios, los que ejercen una hegemonía al interior de dicha alian­
za. D u rante la vigencia del Frente P opular y en general, bajo los gobiernos
radicales (1938-1946) y en función de la ideología del intervencionism o es­
tatal, se genera una política de estímulo al desarrollo industrial en el país
y su im plem entación es entregada a una serie de organismos institucional­
m ente descentralizados que se crean para estos efectos.
A otro nivel, lás políticas económicas articulan los intereses de nuevas
capas empresariales con los sectores altos de la burocracia. Los sectores de
la burguesía más tradicionales se oponen en un principio a las medidas con­
sideradas como intervención estatal, pero con gran oportunism o comienzan
a apoyarse en esta misma intervención, cooptan a los altos burócratas y las
políticas económicas comienzan a reflejar cada vez más la articulación de in­
tereses de estos sectores. Es interesñte señalar que representantes de los sec­
tores “privados” logran controlar centros neurálgicos de decisión en m ate­
rias económicas, y sus representantes son m iem bros perm anentes en los dis­
tintos comités que dirigen los nuevos organismos de fomento público.
Con todo, la experiencia del Frente P opular se agota sin haber p rodu­
cido cambios estructurales profundos, pero ayuda a generar el proceso de
industrialización sustitutiva e increm enta la intervención estatal en la eco­
nomía. Los funcionarios del Estado experim entan un considerable aum ento
num érico y se constituyen en una poderosa fuerza de presión que les per­
m ite obtener privilegios especiales respecto del resto de los trabajadores
chilenos, especialmente en relación a increm entos de salarios, leyes previsio-
nales y beneficios sociales. Esto, unido a problem as de prestigio social, basa­
do en una educación preferencial y por tipo de ocupación, los va distancian­
do de los sectores o b re ro s6.
El desarrollo del aparato estatal continúa en aum ento en función de
necesidades específicas de los distintos grupos de poder o de presión que
operan en el sistema político y para ellas se van creando nuevos servicios
públicos que se agregan a la estructura institucional. Este m odo de creci­
m iento —por agregación— es una de las características perm anentes de la ex­
pansión del sistema del aparato estatal.
En el gobierno de Ibáñez (1952-58), los sectores burocráticos ejecutan
políticas contradictorias. En efecto, políticas redistributivas y medidas de
am pliación de la participación popular, al comienzo del período, son con­
trarrestados en la segunda parte de éste con m edidas de redistribución re­
gresiva del ingreso, y se reform an bases legales que den paso a una nueva
form a de dependencia no centrada ya en los enclaves mineros, en este caso
el del cobre, sino en el sector industrial.
Estas últim as tendencias se continúan bajo la adm inistración de Jorge
Alessandri (1958-64), en la cual se articulan más claram ente los intereses de
una burocracia, y en especial de la tecnocracia burocrática, con los intereses
de la burguesía, continuándose en especial, a pesar ele un nacionalismo
superestructura!, el proceso de desnacionalización ele la industria m anufac­
turera.
Con la llegada al gobierno de Eduardo Frei (1964-70) se inicia un pro­
ceso de reform as estructurales en ciertos sectores del sistema productivo y

6 H irscham n: Journeys toward progress. Cap. 3: “ Inflación en C hile” . A nchor Books, 1965, pp . 245-257.

249
se acentúan las políticas redistributivas directam ente relacionadas a las alian­
zas de carácter populista. M uchas de estas políticas tienen como efecto es­
tim ular el proceso de am pliación de sectores medios.
Las políticas populistas reflejan una gran am bigüedad de intereses, que
tienen su origen en el policlasismo básico del partido gobernante, y en sus
representantes en la adm inistración pública. Así, por ejemplo, por una p ar­
te la política agraria articula los intereses de los sectores campesinos con
los del grupo más progresista de la A dm inistración, m ientras que por otra
parte, la política referente a construcción com patibiliza objetivos y metas
de los grupos empresariales y de los sectores tecnocráticos de esa adm inis­
tración.
D u rante estos últim os tres decenios el aparato estatal continúa su pro­
ceso de crecimiento por agregación, interviniendo en m últiples actividades
societales, convirtiéndose en elem ento central de la economía chilena, así
como en el eje de negociaciones y articulación de intereses de sectores so­
ciales. Este crecim iento constante se refleja tam bién en el núm ero de fu n ­
cionarios, que sólo en la adm inistración central crece de 42.338, en 1937 a
118.723 en 1967 7. Debe tam bién tenerse en cuenta que es justam ente en
estos decenios que se desarrolla todo el sector descentralizado.
Los elementos que hemos señalado nos perm iten afirm ar que el control
del Estado, en un país con tradición eslatista, sirve como elemento para que
la burguesía desarrolle su hegemonía com prom etida, en la m edida en que se
ve en la necesidad de articular sus intereses con los de los grupos medios.
Esta necesidad se debe a que, como ya ha sido señalado, sus bases económi­
cas son demasiado débiles para operar desde allí una dom inación política s.
Su posibilidad de instrum entalizar el Estado puede reducirse a determ ina­
dos tópicos: en prim er lugar, que sirva como instrum ento ele apoyo a sus
intereses directos de clases y que le genere una clase-apoyo en un sector m e­
dio dependiente como el burócrata. En segundo lugar, que sirva de instru­
m ento de control sobre el m ovimiento popular a través de mecanismos de
coacción, y por últim o, que desarrolle un intento serio de hegemonía o con­
senso, a p artir del Estado o de organismos directam ente controlados o esti­
mulados por éste.
A hora bien, un resumen nos daría el siguiente cuadro: en prim er lugar,
tenemos un aparato estatal extendido en cuanto a su acción, e im portante
por el m onto de recursos que controla y la asignación que hace de ellos.
En segundo lugar, dicho aparato estatal experim enta un crecimiento
paulatino y perm anente por agregación, que perm ite un proceso ele incor­
poración ele grupos medios y la creación de un mercado ele trabajo particu­
lar con condicionantes específicas. Todos estos procesos determ inan que, en
ciertos momentos, los sectores medios aparezcan controlando el aparato del
Estado.
En tercer lugar, los sectores medios buscan alianzas sucesivas, ya sea con
la burguesía —lo que se ha dado en llam ar burguesía gen érica0—, o bien
con los grupos asalariados y populares.
Por últim o, los empleados ele la burocracia pública actúan instrum en-
talizando o ejecutando políticas que son el reflejo ele las fuerzas sociales y

7 U rzúa, G erm án y G arcía, A na M aría. Diagnóstico de la burocracia chilena (1818-1969). Ed. Ju ríd ica
de C hile, Santiago 1971, p. 75.
8 Ver los estudios:
' Falctto, Enzo y R u i/, Eduardo: “ La crisis de la dom inación oligárquica” en Génesis Histórica del
proceso político. Ed. Q u im an tú , Santiago, 1971.
Faletto, E n/o y R u i/, E duardo: “ Conflicto político y E structura social” en Chile, H oy. Ed. Siglo
X X I, 1970.
9 Ver: G lauser, Kalki: “ Crisis social del capitalism o en C hile” . Revista M ensaje N? 202-203, Bep-
tiem bre-octubre, 1971.

250
alianzas dom inantes de cada coyuntura histórica, sin oponerse o interferir,
y sin actuar autónom a y creadoram ente en ningún momento.
T om ando en consideración lo anterior, es necesario señalar que cuando
el Estado se percibe como un centro autónom o de poder y de decisión, apa­
rece la errónea perspectiva de considerar el poder de las clases medias como
un rasgo característico de la estructura económico-social chilena, la cual es
la m ejor forma que ha tenido la clase dom inante de oscurecer su política
de dominación. A hora bien, para finalizar esta prim era parte, nos parece
necesario señalar que debería hacerse un estudio en especial sobre ciertos
aspectos institucionales, en particular el que se refiere a la necesidad que
se tuvo de desarrollar en la adm inistración pública un sector descentralizado,
en los que se produce la más am plia integración de intereses de los sectores
burocráticos y de los empresarios privados y sectores que son favorecidos con
políticas de estímulo y desarrollo por las diferentes administraciones. Pero
nos interesa más, en esta ocasión, centrar el problem a en el sector social,
burocracia y sus características, antes que definir más específicamente estos
contextos institucionales.

B U RO CRA CIA COM O G R U PO SOCIAL

Situación de clase y extracción de clase

Ya anteriorm ente habíam os definido la burocracia en térm inos de “efectos


de la estructura estatal sobre sus agentes en una formación social”. Pero es
necesario aclarar nuestro concepto de burocracia en términos de categoría
social específica.
Entendemos por categoría social, siguiendo a Poulantzas 10, un conjunto
social especificado por una relación sobredeterm inante con estructura distin­
ta de la económica. En el caso de la burocracia, la relación sobredeterm,i-
nante es con el Estado. Tom ado en sentido estricto puede llevar a afirm a­
ciones, como la del mismo Poulantzas, que nos parece que necesitan algunas
especificaciones más directas: “La pertenencia a clase de la burocracia, vale
decir de las clases sociales o fracciones de donde se reclutan los miembros
de ella, puede ser un condicionante secundario, pues depende prim ariam ente
del funcionam iento correcto del aparato del Estado, aunque afectado por su
pertenencia a clase” J1.
El punto que nos merece dudas es el que se refiere al carácter secun­
dario que adquiere la pertenencia a clase de la categoría social específica
que es la burocracia. Lo que nos interesa señalar es que aunque la deter­
m inación que ejerce el sector estatal sobre la burocracia es un hecho real
e indiscutible, es necesario poner énfasis en la determ inación paralela que
ejerce tam bién la clase o fracción de donde son reclutados sus miembros
componentes.
Si pretendem os hacer un análisis de clase de la burocracia, no es posi­
ble otorgar la determ inación al Estado y sólo en pequeño grado a la clase;
más bien dicho, no desconocemos la determ inación de factores no económi­
cos (pues es sobre la base de ellos que se da la posibilidad de existencia de
una categoría social), pero aparece como necesidad el establecer el condicio­
nam iento que ejerce la clase sobre la burocracia. Por lo tanto, cuando nos
/_---------
V 10 Poulantzas, Nicos: Clases Sociales y Poder Político en la Sociedad Capitalista. E ditorial Siglo X X I,
México 1969, p. 436.
11 Poulantzas, Nicos: op. cit., p. 439.

251
referimos a la burocracia como categoría social específica, lo que estamos
señalando es que nos encontram os en presencia de un conjunto social, que
no puede ser considerado como clase, ya que sus posibilidades de autonom i-
zación están condicionadas por la determ inación que sobre ella ejercen tan­
to el aparato del Estado como la fracción de clase o clase de donde se reclu­
tan sus miembros.
A hora bien, en términos más directam ente concretos, y para presentar
una visión global de la im portancia num érica de este sector, es necesario
señalar que éste representa el 14% de la población activa en 1970, y se dis­
tribuye de la siguiente m anera:
CU AD RO n ? i
M ANO DE OBRA EN EL SECTO R PU B LICO (1970) *

1.— G obierno G eneral 313.837


a) A dm inistración C entral 133.700
b ) Desarrollo Social 180.137
2.— Em presas del Estado 109.914 109.914

423.751

* Fuente: C ornejo, Luz Elena y otros: “ El Balance de m ano de obra “ 1970” en N ueva Econom ía N ? 1.
Editorial U niversitaria, 1971, p. 51.
N ota: Debe advertirse q u e el cuadro incluye a obreros y personal de servicios en el sector público.

H abiendo señalado, en térm inos generales, la m agnitud num érica de la


burocracia, es necesario dar cuenta en form a detallada de su extracción de
clase, en otras palabras, analizar los sectores desde donde se reclutan los
miembros que la conforman.
Se ha indicado, por la mayoría de los autores, la procedencia pequeño-
burguesa de los empleados públicos. Entendemos por pequeñoburgués a los
pequeños industriales y comerciantes urbanos ju n to a los agentes que poseen
bienes de capital, pero que no explotan trabajo ajeno. El asignar esta ex­
tracción de clase a la burocracia lleva a planteam ientos erróneos en lo que
se refiere a los intereses que como fuerza social puede sustentar.
N uestro propósito en este punto es dar cuenta, haciendo uso de ciertos
datos muéstrales, de una realidad que es en gran m edida im portante, dife­
rente a lo que com únm ente se im puta como la extracción de clase de la
burocracia. Los datos a los que haremos referencia están tomados de una
encuesta sobre funcionarios públicos realizada en 1968. La extracción social
de dicho sector será analizada en referencia a la ocupación del padre.

Ocupación del padre * Frec. absoluta Frec. relativa

1. G randes em presarios y grandes directivos 1 0,3


2. M edianos em presarios y médianos directivos 9 3,1
3. Profesionales universitarios independientes y funcionarios 44 15,1
4. Pequeños em presarios e industriales y medianos comerciantes 44 15,1
5. Em pleados públicos y particulares con funciones directivas lim itadas
o con capacitación profesional no universitaria 42 14,4
6. Em pleados públicos y particulares con escasas o sin funciones
directivas y sin capacitación profesional 91 31,2
7. C om erciantes m inoristas o al detalle, técnicos sin títu lo universitario,
artesanos que poseen taller, obreros especializados y obreros con
funciones directivas 22 7,5
8. T rab ajad o res no-especializados con actividad rem unerada estable y
personal de servicio doméstico 28 9,6
9. T rab ajad o res no-especializados con actividad rem unerada inestable 3 1,0

* La escala ocupacional u tilizada fue p rep arada p o r el Profesor O rlando Sepúlveda, y fue facilitada
p a ra la realización de nuestro estudio, hecho que agradecemos.

252
Los datos m uéstrales utilizados adolecen de un sesgo, pues los em plea­
dos profesionales están sobremuestreados. (Con todo, este sesgo no afecta
nuestra conclusión general). Ahora bien, si examinamos los datos vemos que
la proporción de individuos que podrían ser calificados como de pequeña
hurguesía es decididam ente baja (alrededor de un 20%).
Como podemos ver, la extracción de clase preponderante del total de
individuos viene de sectores profesionales y empleados (más de 60%) y obre­
ros (más de 10%), sean éstos especializados o no.
En térm inos muy generales, lo que nos interesa concluir del análisis de
estos datos es que la extracción de clase de la burocracia chilena no es de
pequeña burguesía (aunque esto no significa que algunos elementos de ella
no puedan estar presentes), sino de empleados y profesionales, en resumen
básicamente individuos que prestan servicios y que como sector se reproduce
a través de mecanismos organizacionales.
Ahora bien, el elemento que nos perm ite definir más concretam ente a
la burocracia, que en térm inos teóricos hemos denom inado categoría especí­
fica, es su situación de clase. Desde esta perspectiva, lo que nos interesa
plan tear en este pu n to es que la relación de la categoría específica con la
clase, se da sobre la base de un conjunto de asalariados, por su posición en
el proceso productivo, pero que dicha posición se ve condicionada por una
serie de factores que indicaremos a continuación.
A muy grandes rasgos, esta posición de asalariados condicionados es pro­
ducto de que los empleados en general disfrutan de una serie de garantías
que los diferencian claram ente del resto de los asalariados, como por ejem ­
plo, el caiácter no m anual de su trabajo, la necesidad genérica de una m a­
yor especialización, la seguridad en el empleo, las posibilidades de acceso a
ciertas labores directivas que im plican un m ayor control y, por lo tanto, un
mayor poder, etc. Tales elementos se reflejan al interior de la burocracia,
como form a de organización jerárquica, en térm inos de una distribución
diferencial del poder, ocupaciones y remuneraciones, por señalar algunos
ejemplos. En otro sentido, tales diferenciaciones generan un cierto tipo de
estratificación que en términos de grupos reales podríam os llam ar los fun­
cionarios o alturas de la burocracia, encargados de tom ar las decisiones, y los
grupos subordinados, encargados de ejecutar esas mismas decisiones.
Ahora bien, lo que nos interesa señalar, siguiendo esta perspectiva, es
que nos encontramos básicamente frente a un sector asalariado, prestadores
de servicios, y que si lo examinamos al interior detectamos diferenciaciones
internas relevantes. Para exam inar la diferenciación o jerarquización interna
basta observar las “plantas” que señalan los distintos cargos y sus atribucio­
nes. Estimamos que una clasificación más apropiada está presente en este
trabajo más adelante. O tra clasificación de m uestra representativa y que
obedece a criterios similares a los que hemos expuesto, señala la siguiente
distribución en la burocracia 12.
CU AD RO N« 2

Frec. absoluta Frec porcentuales

Elite adm inistrativa 46 8,0


Profesionales y técnicos 196 34,2
Semiprofesionales 72 12,6
Oficinistas 85 14,8
Asistentes técnicos 111 19,4
Servicio no especializado 63 11,0

573 100,0

12 Petras, Jam es: Politics and Social Torees in Chilean D evelopm eni, U niversity of C alifornia Press,
1970, p. 302.

253
Estos párrafos anteriores han tendido a dem ostrar la existencia de una
determ inada categoría social con características específicas y concretas, vale
decir un grupo asalariado no productivo con diferenciaciones internas.

Conciencia de clase

Este grupo social que hemos denom inado burocracia ha sido tradicional­
m ente tratado como un sector medio o clase media. Desde una perspectiva
“objetiva” de clase, esto podría entenderse así. Lo mismo podemos decir de
su extracción de clase. Un problem a igualm ente relevante que ese es el
de determ inar qué intereses sociales son los que están presentes en la con­
ciencia ele este grupo. Este es el estudio de la conciencia de clase posible de
la burocracia.
Para trascender las posibilidades de un estudio puram ente psicoló­
gico de ‘clase, hemos intentado, en otra parte, establecer el conjunto de intere­
ses básicos de clase que correspondan a la burguesía, al proletariado y a la
“clase m edia”. Para estos efectos, la idea orientadora es la de que los inte­
reses sólo aparecen en el campo de la práctica política y en el de la lucha
de clase. Allí son expresados por la clase organizada o por los partidos po­
líticos que la representan.
Es im portante señalar aquí que durante m ucho tiem po se ha intentado
establecer la conciencia de clase m edia de los empleados recurriendo a la
idea de autoidentificación. Según algunos autores, estamos en presencia de un
grupo medio pero sin conciencia, y se atribuye a esta falta de conciencia
“p ro p ia” el oportunism o y la falta de propósitos claros de la clase media.
Según otros, estamos en presencia de sectores medios que tienen u n a clara
conciencia, cuyo reflejo es una identificación con la “clase m edia” si se les
interroga respecto 4 su pertenencia a clase. Este últim o es el planteam iento
de Jam es Petras, aunque calificado después por el estudio de la adhesión,
p or parte de los burócratas, a elementos de políticas desarrollistas. Por lo
tanto, surge como necesidad desm itificar la tesis tan difundida de que la
burocracia, y en general los grupos medios, tendrían básicamente una con­
ciencia de “clase m edia”, formulaciones que tom an como base la verbaliza-
ción de los individuos que dicen “pertenecer a la clase m edia”. No se puede
d eterm inar la existencia de una clase y su posible conciencia sobre la base
de un elemento tan extrem adam ente confuso como es la autoubicación de
los individuos en la sociedad.
Es necesario tener en cuenta, en prim er lugar, el conjunto de intereses
que asumen como propios, considerar tam bién la claridad con que se asu­
m en esos intereses, en suma, elementos que sean directam ente relevantes
desde una perspectiva de clase.
En un estudio se determ inó, m ediante un análisis de contenido, una
serie de intereses expresados por organizaciones de clase en la lucha política
y luego se destacaron algunos de los más im portantes m ediante la técnica de
validación por grupos conocidos. En esta form a hemos detectado que los
grupos o sectores medios expresan intereses cualitativam ente distintos a los
de las clases principales en pugna, intereses que no sirven como base para
la constitución de un orden social específico, y que dicen relación más bien
con pautas de m ovilidad, directam ente concernientes a la educación, el pres­
tigio, la planificación, la seguridad, etc. En cambio, los intereses de la b u r­
guesía o del proletariado fundan un orden social, en un caso el capitalismo
y en otro el socialismo.

254
Si tomamos en cuenta los intereses en función de los cuales los grupos
medios actúan, podemos ver el porqué de su carácter de sector y el problem a
de la im posibilidad de una conciencia de clase en el sentido estricto de la
palabra. Esto es el producto de que sus intereses no son necesariamente con­
tradictorios con ninguna de las clases principales consideradas separadam en­
te, y por lo tanto, legitim an sim ultáneam ente los intereses de los sectores
medios y de alguna de las clases principales. Así pues, con intereses propios
que no fundan un orden social, intereses que no corresponden a su situación
de clase, no pueden actuar en la historia más que como encargados de dar
fluidez o m ovilidad a sistemas que ellos no crean, no controlan. Están con­
denados a ser actores secundarios aun en la hora de sus triunfos p o lítico s13.
A p artir del estudio de los intereses de clase se intentó, por medio de
una encuesta, una aproxim ación a la conciencia de intereses sociales que
tengan los empleados públicos, y la forma en que ésta es afectada por la
posición del individuo en el interior de la organización burocrática 14.
En nuestro plan, una prim era aproxim ación al problem a es m antener
la idea de autoidentificación y exam inar la expresión verbal de los indivi­
duos, frente a una pregunta, de pertenencia a clase social. Como podría es­
perarse, un altísimo porcentaje del total de la m uestra dice pertenecer a la
clase media. Aun cuando este indicador fue m ejorado por las preguntas rea­
lizadas, nos parece que esta adhesión a una determ inada etiqueta social no
puede ser considerado como un indicador válido de conciencia de clase. En
vez de esta alternativa, preferim os presentar una lista de diferentes intere­
ses de clases a estos burócratas y exam inar qué pauta de intereses son los
que ellos asumen como propios. Como es de esperar, nos encontramos con
algo bastante diferente del cuadro inicial de autoidentificación, como puede
observarse en el cuadro siguiente.

CU AD RO N« 3
IN TER ESES DE CLASE PR E F E R E N T E S

Burguesía “Clase M edia” Proletariado T otal

Clase Alta 20 (48,8) 18 (43,9) 3 (7,3) 41 (100)


14,0

Autoubi* “ Clase M edia” 58 <26,5) 97 (44,3) 64 (29,2) 219 (100)


ración 76,0
de clase
Clase Baja 3 (10,7) 9 (32,1) 16 (57,1) 28 (100)
10,0

T o tal 81 124 83 288


28,0 , 43,0 29,0

U na simple inspección d e los datos perm ite observar que m ientras los
entrevistados se identifican en un 76% con “clase m edia” y en un 14% y
10% con la clase alta y la clase baja respectivamente, frente a las preguntas
sobre intereses preferentes, esos mismos individuos asum en como propios los
intereses de la “clase m edia” sólo en un 43%, y en un 28% los intereses de
la burguesía, y en un 29% los del proletariado.

X 13
14
Ver: Georg Lnkacs. Historia y conciencia de clase. Ed. Gigalbo. México,
Encuesta sobre em pleados d irig id a p o r José S u lb ran d t, 1969.
1969, pp . 64 y siguientes.

255
Las diferencias porcentuales nos señalan claram ente que si bien bajo
preguntas de autoidentificación se puede afirm ar la “conciencia de clase m e­
d ia” de los empleados, esto es bastante menos claro cuando se trata de asu­
m ir los intereses objetivos de las clases y que en definitiva es, teóricam ente
fundado, una aproxim ación más seria a la conciencia de clase. (El análisis
interior del cuadro merecería un tratam iento especial, pero éste se realizará
en otro estudio).
Ciertam ente la consistencia o no entre “autoubicación” e “intereses pre­
ferentes” no es lo más im portante. Lo central es el .conjunto de intereses
preferentes asumido. Esta inform ación debe ser com plem entada con el grado
de claridad que se posee al diferenciar los intereses de clases preferentes de
aquellos de las otras clases, y con este objeto construimos un índice especial
de “claridad” que discrim inaba entre aquellos que aparecen con un grado de
claridad alta, claridad relativa y los que presentan un mayor grado de am­
bigüedad. Como podía esperarse, sólo un muy escaso núm ero de individuos
tenían claridad alta respecto de los intereses de su propia clase, identificán­
dolos como diferentes y contradictorios con los intereses de las otras clases
y por lo cual usamos la dicotom ía presentada en el siguiente cuadro.

CU AD RO N? 4
CLARIDAD DE IN TER ESES

A m bigüedad Claridad Relativa Total

F>urguesía 48 (60,0) 32 (40,0) 80 (100,0)


28,0

Intereses “ Clase M edia” 74 (60,0) 50 (40,0) 124 (100,0)


43,0
de Clase
Proletariado 53 (64,0) 30 (36,0) 83 (100,0)
Preferente 29,0

T otal 175 112 287


61,0 39,0

Esta inform ación nos señala que la “am bigüedad” predom ina sobre la
“claridad relativa” en los intereses de clase en el grupo total de empleados
públicos y que prácticam ente no hay diferencias respecto de esta situación
entre los subconjuntos que asum en intereses preferentes de la burguesía, del
proletariado o de los sectores medios.
Ya anteriorm ente habíam os señalado la presencia de una cierta jerar-
quización al interior de la organización burocrática. Lo que nos interesa
hipotetizar, en este punto y en relación al planteam iento anterior, es que
esta determ inada jerarquización puede afectar las pautas de intereses por
p arte de los burócratas. Los criterios en que esta jerarquización se da, son
preferentem ente los que se refieren a la distribución desigual del poder o la
autoridad, por una parte, y del ingreso y la ocupación, por otra.
De la inform ación que poseemos se determ inó un índice de situación
de mercado específica, en términos de ingreso y ocupación, que derivó, fi­
nalm ente, en una tricotom ía que discrim inaba entre estratos altos, medios
y bajos.
La conceptualización de la situación de poder de los individuos se hizo
básicamente en relación a su posición en una cadena de transm isión de deci­

256
siones, que abarca desde el individuo que realm ente genera las órdenes hasta
el que las ejecuta, y en la cual todos los individuos tienen algún grado de
poder, excepto aquel que al fin de la cadena no tiene a quién transm itir
u na orden, sino que es el encargado de ejecutarla. Siguiendo este criterio
se dicotomizó entre aquellos individuos con subordinados (con poder) y sin
subordinados (sin poder), que perm ite una aproxim ación más real al pro­
blem a que nos interesa.
A hora bien, relacionando estas situaciones con los intereses que los em­
pleados públicos sustentan, se obtuvieron los siguientes resultados:

IN TERESES PR EFER EN T ES

Situación de B M P
Mercado

Baja 20 38 48 106 (1 0 0 ,0 )'


18,9 35,8 45,3 36,3

M edia 29 52 21 102 (100,0)


28,4 51,0 20,6 34,9

Alta 34 36 14 84 (100,0)
40,5 42,9 16,7 28,8

83 126 83 292
28,4 43,2 28,4

x2 = 27,345 4 gl.
C = 0,29

IN TER ESES PR EFER EN T ES

Situación de B M P
Poder

Con 45 64 30 139 (100,0)


Poder 32,4 46,0 21,6 47,6

Sin 38 62 53 153 (99,9)


Poder 24,8 40,5 34,6 52,4

83 126 83
28,4 43,2 28,4 292

x2 ■ = 6,338 2 gl.
C. = 0,14

Sin in ten tar aquí un análisis detallado de estos cuadros, podemos, sin
embargo, desprender de los datos que, a situación de mercado más alta, la
identificación con intereses ele clase alta se increm enta y viceversa. Por otro
lado, los individuos que ocupan posiciones de poder tienden a identificarse
con intereses de clase alta en mayor m edida que los individuos sin poder,
aunque en ambos casos la mayoría asume intereses de los sectores medios.
La inform ación perm ite determ inar que las variables no son independien­
tes pero, al mismo tiempo, el coeficiente de asociación es bajo.
f
17.—CEREN 257
A parte del problem a del estudio concreto de los datos, lo que nos inte­
resa de este análisis es que la jerarqui/ación presente en el interior de la
burocracia puede afectar el proceso de canalización de sus intereses en fun­
ción de políticas más globalizantes, en otras palabras, puede afectar la posi­
bilidad de instrum entalización de estos grupos en relación a ciertas tareas
concretas. Sin embargo, parece necesario aclarar que, si bien de este análisis
puede surgir una posible línea de com portam iento consistente, de la cate­
goría o de los estratos, debe tenerse presente la falta de claridad de los inte­
reses sustentados que caracteriza a la mayoría de los miembros de este grupo.
El cuadro final nos presenta un grupo social que: 1) siguiendo su situa­
ción de clase adhiere a intereses de clase media en form a m ayoritaria; 2) que
aunque m ayoritariam ente hace eso, por otras influencias hay un porcen­
taje im portante que adhiere a intereses de clase ele la burguesía o del p ro ­
letariado. Esto, en alguna m edida, está relacionado con la situación de m er­
cado de cada individuo o su situación en la estructura de poder; 3) final­
mente, en cualquiera de las circunstancias anteriorm ente señaladas, los indi­
viduos tienen una gran am bigüedad respecto de los intereses de clase.
T odo esto nos hace concluir que, como sector social, aun con pequeñas
diferencias entre los sectores más altos de la adm inistración y los sectores
más bajos, tiene una incapacidad sustancial para iniciar un program a o pro­
yecto propio que perm ita una autonom ización de la adm inistración pública.
Con todo, es un grupo que podrá usar su capacidad lim itada dentro del
aparato estatal en función de los intereses de las clases principales, depen­
diendo del grado de hegemonía que ellas posean y del sentido que tengan
para im poner una articulación de intereses que com prenda la de los secto­
res medios y de la otra clase. En suma, nuestro planteam iento es que la
diferencia cualitativa de intereses de los grupos medios, respecto de las cla­
ses principales, los lleva inevitablem ente a cum plir una función de grupo
sin capacidad de dominio.

CONSIDERACIONES FINALES

Lo que ha caracterizado a los sectores medios y dentro de ellos a los em­


pleados y burócratas en el Estado y fuera de él en la lucha política, es un
rol zigzagueante que ha sido puesto de relieve por todos los autores. Un tono
condenatorio, planteado incluso como problem a moral, los ha llevado a usar
como supremo argum ento el snobismo, arribism o y otros calificativos sobre
las capas medias.
Creemos que estamos en condiciones de plantear una alternativa de ex­
plicación sociológica a esta conducta. Los sectores medios, considerados o no
como clase, no son homogéneos. Las diferenciaciones form uladas por muchos
en térm inos de m odernos y tradicionales apuntan a fenómenos reales; sin
embargo, para análisis concretos de situaciones, nos parece más adecuada una
separación entre pequeña burguesía, como el pequeño industrial y comer­
ciante urbano, y los sectores de empleados y profesionales que sólo venden
su fuerza de trabajo en condiciones relativam ente peculiares. N inguno de
estos sectores medios, por su inserción en el proceso productivo y cierta­
m ente tampoco por su inserción en el sistema político-jurídico, puede alcan­
zar a la totalidad del sistema lr>, con lo cual les es imposible actuar “cons­
cientem ente” en el desarrollo social y no pueden aspirar a dom inar una so­
ciedad, pues, aun cuando en un determ inado m om ento la dom inen, están

15 En el sentido dado a esta expresión p o r G eorg Lukacs. Ver su H istoria y Conciencia de Clase, p. 54.

258
condenados a ser derrotados y a seguir un camino zigzagueante en el largo
plazo. Sus intereses son de una naturaleza distinta de aquellos de las clases
principales, burguesía y proletariado. Estas clases, a través de sus organiza­
ciones, expresan intereses que fundan un orden social y que tienen su m a­
nifestación en el sistema capitalista o el socialista. Los sectores medios ex­
presan intereses que no fundan un orden social, sino expresan problem as
de m ovilidad y movilización en el interior de uno de estos sistemas, fluc­
tuando y dando fluidez a ese sistema, legitim ando los intereses ora de la
burguesía ora de los proletarios. Su am bigüedad básica está fundada en su
situación de clase y en su inserción en el sistema productivo de la sociedad
y allí reside la fuente de su oportunism o, que es un problem a social de ese
grupo.
A pesar de esto han surgido proposiciones en el sentido de que los b u ­
rócratas, por esta tradición estatista y por una especial situación chilena,
usando el lugar central que ocupan, se pueden constituir en un sector autó­
nomo que negocia con las clases sociales a p artir de intereses propios. Para
trata r este problem a, resumiremos brevem ente una serie de conclusiones que
se derivan del análisis anterior.

a) Q ue estamos en presencia de un grupo social que pertenece a los


sectores medios.
b) Que sus integrantes son reclutados de sectores medios como capas
asalariadas de empleados (y en alguna m edida de la pequeña burguesía),
con lo cual esta categoría tiene sus propios medios de reproducción.
c) Que su situación de clase los coloca como asalariados no productivos
en un centro de decisiones im portante, aunque no autónom o.
d) Que el estudio de intereses de clase m uestra la existencia de una di­
ferencia cualitativa entre los intereses de los sectores medios y de las clases
principales.
e) Que existe una dispersión entre miem bros de la burocracia que asu­
m en preferentem ente los intereses de la burguesía, del proletariado y de los
sectores medios.
f) Que las pautas de intereses asumidos son diferentes, aunque no de
form a significativa, entre los distintos sectores internos de la burocracia, ba­
sados en criterios de situación de mercado o de situación de poder.
g) Que una general am bigüedad, respecto de los intereses asumidos,
afecta a la burocracia y cada uno de sus sectores internos en forma similar.
h) Que este grupo históricam ente ha articulado sus intereses principal­
m ente con los de la burguesía industrial en las últim as décadas, pero que
esto no ha sido perm anente, considerando que su rango de variación con
respecto a alianzas ha alcanzado en determ inadas coyunturas históricas los
sectores populares.
Considerando estas conclusiones anteriorm ente señaladas, podemos des­
p render que en estas condiciones los datos apoyan un planteam iento en el
sentido de considerar rem ota la posibilidad de un grado alto ele autonom i-
zación del sector público respecto de las fuerzas sociales y en especial ele las
clases sociales- en pugna en este m om ento en Chile. Más aún, en un período
de cambio y transición, se pueele pensar en el valor sobredeterm inante del
sistema jurídico-estatal y por ello en la posibilidad de una relativa autono­
m ía del aparato estatal. La idea es que, en un período de transicieín, en un
m om ento de inestabilidad del poder, es el Estado el que se torna determ i­
nante, pues podría jugar un papel en favor de 'la clase m antenedora no
hegemónica, en este caso capas medias, creando las condiciones de su llegada
al poder.

259
Este no es el caso del sistema político chileno. A quí se da el caso de
una alianza en que la hegemonía, centrada en los partidos obreros, ha lle­
gado a controlar el poder ejecutivo y el aparato estatal y que para su llegada
al poder contó con los sectores medios como aliados relativos. Además, los
resultados de nuestro trabajo m uestran que el grupcj burocracia, por su con­
ciencia de intereses, está disponible para políticas que armonicen sus inte­
reses con los de la burguesía o con el proletariado. Sin embargo, este sector,
p or no tener intereses contradictorios con los de la alianza en el poder, pue­
de ser su aliado, bajo la condición de que sus intereses propios de movili­
dad, movilización y fluidez sean respetados y se articulen con los de la alian­
za en el poder. En otros términos, más que una estrategia que corresponde
a otros plantear, lo que nuestra inform ación perm ite avanzar es que no hay
n ada específico de la burocracia por la cual ésta se oponga a las políticas
de los sectores en el poder siempre y cuando en las bases de articulación se
encuentren presentes los intereses de los sectores medios y proletarios asu­
midos por la gran mayoría de esa burocracia.
U na nota de cautela: una autonom ización del aparato del Estado, es­
tando la clase m antenedora form ada por los estratos profesionales y la pe­
queña burguesía, sólo puede significar el freno del proceso de cambio.
Para que exista la posibilidad de una autonom ización es necesario, al
menos, que el grupo o sector burocracia haya logrado un consenso sobre
intereses objetivos, como fue el caso de las tecnocracias generadas en el sec­
tor descentralizado que pudieron dar origen a una burguesía burocrática,
en la década de los cuarenta. Este no es el caso cuando la U nidad P opular
toma el poder en Chile.
La generación del burocratism o sería el triunfo escondido de la ideo­
logía de los sectores medios que, en últim o térm ino, ni siquiera im pondrían
un esquema propio de orden social. Pero, a pesar de cualquier intento de
autonom ía relativa, m ucho más determ inante para su conducta son hoy las
fuerzas sociales que operan en el sistema político, y la alianza en el poder
no tiene más que buscar para la burocracia como totalidad, y en especial
para los sectores que asumen intereses de grupos medios y proletariado, las
políticas que m ejor articulen intereses de esos grupos con los de la U nidad
Popular. En el caso de intereses del proletariado, existiría una identidad;
en el caso de los intereses de los sectores medios, existiría una no contra­
dicción, y el problem a estaría planteado respecto del sector m inoritario que
asume los intereses de la burguesía.
En esta form a se habrá resuelto un problem a serio de form ulación de
políticas para los sectores medios, de los cuales la burocracia no es sino un
segmento, aunque de los más relevantes por su ubicación en el sistema polí­
tico y su núm ero. Considerada así, la burocracia no será un sector “recalci­
tra n te ” a los cambios, sino un factor positivo para ellos.

260
SE G U N D A SECC IO N

INSTITUCIONALIZACION
DE LA CONDUCCION ECONOMICA
Problemas de dirección económica
y planificación en Chile

H um berto V eg a F ernández

Subdirector de Presupuesto ,
Profesor de Economías V. de Ch.

IN T R O D U C C IO N

U no de los problem as centrales del proceso de transición al socialismo en


Chile es la transform ación de la m odalidad de funcionam iento del aparato
estatal. Constituye casi un lugar común en los estudios sobre el desarrollo
del capitalismo en nuestro país, la subordinación creciente del Estado a los
intereses de los grupos monopólicos nacionales y extranjeros. Sin embargo,
poco se ha avanzado en la explicación del aum ento constante de las funcio­
nes y responsabilidades económicas de éste, su desarrollo heterogéneo y desi­
gual, la anarquía de su funcionam iento y su resistencia al proceso de trans­
formación, que se traducen en fenómenos de burocratism o, rigidez para el
cum plim iento de nuevas tareas y obstáculos legales y adm inistrativos para
el avance del proceso de participación de los trabajadores.
En estas circunstancias, se ha centrado la atención en los problem as
de dirección económica y planificación para cam biar las formas de funcio­
nam iento del Estado, y en el desarrollo del proceso de participación de los
trabajadores para rom per con las pautas y valores del com portam iento b u ­
rocrático y legalista. Sin embargo, la experiencia en estas materias no ha
sido exitosa, de tal form a que hoy, más que nunca, existe la necesidad del
análisis y crítica científica de las mismas.
La gravitación del Estado en la economía chilena se basa en su capa­
cidad de captar parte del excedente económico generado y en el destino y
formas de asignarlo. En estas funciones el proceso de asignación de recursos
se expresa bajo formas presupuestarias, de m anera que la base m aterial y
legal de la planificación la constituye el proceso presupuestario. En otras'
palabras, podríam os decir que el proceso de planificación se inicia con el
proceso presupuestario, y si ambos procesos no se integran no hay planifi­
cación y, p o r lo tanto, ninguna posibilidad efectiva de im plenfentar la di­
rección económica. De ahí la im portancia que en este trabajo daremos al
proceso de asignación de recursos por parte del Estado. En este trabajo que­
remos analizar los problem as que entraban el desarrollo de un sistema de
planificación y dirección económica, capaz de responder a los problemas
coyunturales de la lucha de clases y de hacer avanzar el proceso de transfor­
mación socialista de nuestra economía y sociedad.

263
I. D IR EC C IO N ECONOM ICA Y PLA N IFIC A C IO N

El virtual fracaso ele las experiencias ele planificación y ele im plantación de


algunas técnicas presupuestarias ligadas a ellas, no puede ser explicado ex­
clusivamente por fallas en la aplicación o en la decisión y apoyo político
que requieren. Es necesario revisar las bases y fundam entos últim os que ins­
p irab an dichas experiencias.
La m ayor parte de los sistemas ele planificación implantaelos en América
latina se han concebido inelependientes de la estructura y organización ins­
titucional del aparato del Estado, sin considerar el graelo de desarrollo ele
las fuerzas proeluctivas del país y los problem as específicos y concretos de
cada estructura económica. En otras palabras, la innovación o el aporte que
la planificación realiza se reducen a la aplicación de algunas técnicas e ins­
trum entos adscritos a los mismos procesos tradicionales de preparación, dis­
cusión y aprobación de leyes anuales de presupuestos de cada nación. En este
contexto, con oficinas ele planificación sin poder efectivo para orientar las
tareas del aparato estatal y sin ingerencia en la asignación concreta de recur­
sos, la planificación —o m ejor dicho, la labor ele las oficinas de planificación
en Chile— ha llegado a ser una fuente inagotable ele documentos y elatos
estadísticos de indudable valor académico, pero sin capacidael alguna de di­
rigir el funcionam iento real ele la economía y la socieelad.
Colaboran y acentúan estas características de la experiencia de planifi­
cación los estudios ejue sobre ella se realizan, al enfatizar los problem as que
surgen de la aplicación de las técnicas e instrum entos que se em plean en el
proceso de planificación y program ación presupuestaria; elescuidando la re­
lación y el lugar que estos elementos desempeñan en el aparato institucio­
nal y estructural clel Estado, que constituye uno de los polos o bases sobre
los cuales se construye el sistema ele planificación. U no de los principales
factores que explican la orientación de dichos estudios es el carácter prag­
mático que asume la teoría neoclásica y postkeynesiana y la aplicación me­
cánica de sus modelos ele interpretación y program ación a la realidad latino­
americana. Sobre la base de esta teoría se establece una relación mecánica
entre algunos problem as económicos (inflación, desocupación, estancamiento)
y la política fiscal correspondiente, y sus principales instrum entos (trib u ta­
ción, ahorro, déficit, precios, tipo ele cambio, etc.). De ahí que la planifica­
ción se reduzca a proyectar el com portam iento ele dichos instrum entos y se
olvide concebirla como una estructura y m odalidad de funcionam iento de
la economía.
El otro factor que explica la orientación de los estudios de planifica­
ción y el peculiar diseño de sus sistemas, es el pretendido carácter ele neu­
tralidad política e ideológica ele la “técnica” ele la planificación y ele los
planificadores. Con esta concepción se busca eludir los problem as políticos
que genera la im plantación de un sistema ele planificación, o por lo menos
de reducir los obstáculos a simples cuestiones ele tradicionalism o que enfren­
ta inevitablem ente el proceso de modernización de la sociedad. Olvidan que
la planificación constituye una alternativa al funcionam iento anárquico de
las fuerzas del mercado, que necesita de una estructura e institucionalidad
de las que requiere el libre mercado y que, por lo tanto, hiere intereses po­
líticos, económicos y sociales internos y externos al aparato estatal. En sín­
tesis, la elim inación del proyecto de sociedael, histórico e ideológico, que
inspira el diseño e im plantación de un determ inado sistema ele planificación,
así como de los requerim ientos concretos que surgen de los conflictos y con­
tradicciones de la sociedad en un determ inado nivel y etapa ele su desarro­
llo, es el resultado ele la concepción pretendidam ente apolítica e ideológica­

264
m ente neutral de la planificación. De’ la misma m anera, el otro polo sobre
el cual se basa la planificación, formada por la progresiva conciencia de las
masas abre su participación en la vida politica, económica y cultural de cada
país, no aparece considerado explícitam ente en dichos análisis. A lo más,
se presenta como un intento de planificación participada, pero una vez rea­
lizada la distinción entre planificación económica y planificación social, se
reduce la participación a esta últim a. De esta forma, la planificación perm a­
nece al m argen o sobrepuesta al tipo de relaciones de producción im peran­
tes, a la estructura y organización económicas de la sociedad misma.
En este trabajo concebiremos la planificación como una estructura de
dirección de la economía que, a p artir de una determ inada organización de!
aparato estatal, está destinada a prever, coordinar y decidir las principales
orientaciones que operacionalizan un determ inado proyecto de sociedad, his­
tórica e ideológicamente condicionado. De acuerdo a la naturaleza de este
proyecto se define el carácter de la planificación y no por el grado de cen­
tralización o descentralización, concentración o desconcentración, etc., que
obedecen a los problem as y condicionantes objetivos para la aplicación y
concreción del proyecto de sociedad. En este sentido la planificación es so­
cialista, capitalista o reform ista; sus formas históricas, las funciones que de­
se n s e ñ a y los objetivos que cum ple se explican por la situación concreta
en que se desarrolla y por el proyecto de sociedad que busca im plem entar.
Conforme a nuestra concepción de la planificación, tratarem os de des­
cribir y analizar los avances en el proceso de im plantación de un sistema
de dirección y planificación económica, de acuerdo a la experiencia de cons­
trucción de las bases del socialismo en Chile.

II. LOS PROBLEM AS DE D IR EC C IO N ECO N O M ICA Y PLA N IFIC A ­


C IO N EN EL PROCESO C H IL E N O DE C O N STR U C C IO N DE LAS
BASES DEL SOCIALISMO

Los problem as que enfrentam os en la im plantación y aplicación de un sis­


tem a de planificación que integra el proceso presupuestario, derivan de las
características centrales del proceso de transform ación de la sociedad chilena.
A p a rtir de esta realidad sustantiva, que palpam os cuotidianam ente, vamos
a desarrollar el análisis de nuestros problemas. Se nos plantea una alterna­
tiva m etodológica que necesitamos aclarar para com prender las limitaciones
de nuestra exposición.
El análisis más completo y exhaustivo se lograría al realizar u n estudio
de conjunto del proceso; descubriendo sus principales características, el de­
sarrollo de sus contradicciones y las leyes que lo determ inan. En síntesis,
ubicando los problem as de planificación y presupuestos en el conjunto de
la experiencia. Este análisis, que es el más riguroso y científico, no estamos
en condiciones de hacerlo, por problem as ligados a la gran com plejidad de
nuestra situación, el corto período de tiem po que lleva transcurrido, la con­
ciencia de que aún no es irreversible y las limitaciones personales para hacer
u na investigación de esta naturaleza.
La otra posibilidad es la de analizar la experiencia concreta de planifi­
cación y presupuestos, de m anera de vincular los problemas que enfrentan
las características más generales del proceso; sin detenerse a fundam entar
si esas y no otras son los rasgos más determ inantes y globales del mismo.
En este enfoque se pierde com prensión de la totalidad del proceso en bene­
ficio de destacar, y de alguna m anera exagerar, los problem as vinculados a

265
las m aterias que nos interesan. Como la alternativa es más teórica que prác­
tica nos abocaremos necesariamente a esta forma de análisis.

1. La planificación

En la introducción de este trabajo fiemos establecido la hipótesis básica de


nuestro esquema de análisis, que vincula el carácter de la planificación a
la naturaleza del proyecto que la inspira. En nuestra situación el proyecto
que inspira el Program a de Gobierno de la U nidad P opular y su Política
Económica es un proyecto socialista.
El carácter socialista del proyecto no se puede traducir directam ente
en la práctica, sino una vez creadas determ inadas condiciones políticas, eco­
nómicas, sociales y culturales. La transform ación de las condiciones existen­
tes y la formación de nuevas formas de propiedad, organización y funciona­
m iento en los sectores estratégicos de la economía es lo que proporciona la
base m aterial para la aplicación y desarrollo de un sistema socialista de pla­
nificación. El período de transición que se m anifiesta en parte por la gene­
ración y m aduración de las nuevas condiciones, es la etapa que vivimos;
por lo tanto, la planificación expresa las características y problem as de ésta
y su institucionalización —como toda institucionalización— está inevitable­
m ente desfasada respecto clel proceso de cambios en la estructura económica.
De esta m anera aparecen como cambios en la m odalidad de toma de deci­
siones y funcionam iento de las instituciones del aparato estatal, más que
como una transform ación de las mismas.
La emergencia de un sistema de planificación transicional no obedece
solam ente al desfase entre los cambios en la base m aterial de la sociedad y
la superestructura, sino, tam bién, a uno de los rasgos más resaltantes de la
experiencia chilena. De la comparación con otras experiencias de desarrollo
y aplicación de proyectos socialistas, es posible señalar que lo más específico y
original de la situación chilena radica en la combinación de tareas propias
de la etapa de construcción socialista con aquellas labores pertenecientes al
período de conquista del poder por el proletariado y sus aliados.
Este rasgo distintivo de nuestro avance hacia el socialismo no lo refleja
directam ente la planificación, sino a través de las necesidades y problemas
que busca superar la política económica. Es la política económica la que
recoge esta característica al tratar de realizar, sim ultáneam ente, los cambios
estructurales y de satisfacer los problem as inm ediatos de las grandes mayo­
rías. La experiencia en la aplicación de la política económica, con estos ob­
jetivos durante 1971, ha sido en térm inos generales exitosa. Sin embargo,
han emergido problem as-en los campos de los abastecimientos, la inflación
y el comercio exterior, que dañan en alguna m edida el apoyo que las masas
y sectores medios otorgan al Gobierno.
En la revisión y autocrítica que el Gobierno y los partidos de la U nidad
P opular han realizado de estas cuestiones, ha surgido con m eridiana claridad
la necesidad de contar con una dirección y planificación económicas acordes
con los requerim ientos que plantean estos problemas, capaces de implemen-
tar efectivamente la Política Económica y de darle una orientación efectiva
y creadora a la movilización y participación de los trabajadores.
¿Por qué surge con tanta fuerza y urgencia la necesidad de dirección
y planificación a esta altura del proceso? La explicación profunda de este
hecho no puede radicar en problem as de “voluntarism o” para aplicar los
sistemas de planificación existentes, ni en meras dificultades de coordina­
ción entre M inisterios e Instituciones. La razón fundam ental y objetiva p a­
ra centrar la atención y el esfuerzo corrector en la planificación está dada

266
por el propio proceso de transform ación que genera dos contradicciones. La
prim era de ellas dice relación con la incom patibilidad entre el sistema de
planificación y el avance del proceso de cambios estructurales. La segunda
expresa la creciente incapacidad de la actual organización del aparato esta­
tal para responder a los nuevos requerim ientos y problem as derivados de
la política económica y de la creciente organización, com batividad y con­
ciencia de la gran masa de los trabajadores. En el análisis de estas dos con­
tradicciones se resumen, en gran m edida, los problem as centrales de la pla­
nificación en Chile.

2. La contradicción entre el sistema de planificación y el avance del proceso


de cambios estructurales

a) E l sistema de planificación

El origen del actual sistema y concepción de la planificación se rem onta a


la ley N? 6.640 del 10 de enero de 1941, que creó la Corporación de Fo­
m ento ( c o r f o ) . En dicho texto se define a esta institución como “una
personalidad jurídica encargada de form ular un plan de fom ento de la
producción nacional”.
E ntre sus principales atribuciones estaría la de “form ular un plan ge­
neral de fom ento ele la producción nacional elestinaelo a elevar el nivel de
vida de la población, m ediante el aprovecham iento de las condiciones na­
turales etel país y la dism inución de los costos ele producción y a m ejorar
la situación ele balanza ele pagos internacionales, guardando, al establecer
el plan, la debida proporción en. el desarrollo de las actividades de la m i­
nería, la agricultura, la industria y el comercio, y procurando la satisfacción
de> las necesidades de las diferentes regiones del país.
El 31 ele octubre de 1960, por Decreto Supremo N ° 874 era creado el
Com ité de Program ación Económica y de Reconstrucción ( c o p e r e ) . Su
finalidad esencial fue la de servir como organismo consultor del Gobierno
en el análisis de los estudios y proyectos de reconstrucción, fom ento y desa­
rrollo económico; así como controlar el cum plim iento ele sus planes y pro­
gramas. E n 1961 se am plía la labor del c o p e r e , sienelo reestructurado por
Decreto Supremo N9 1.377: dicho decreto crea los Comités Provinciales de
Desarrollo, cuyo objetivo fue el ele im pulsar el desarrollo del país, m edian­
te una labor ele descentralización y de divulgación del Program a Nacional
ele Desarrollo Económico ele la Corporación (Plan Decenal 1961-1970). Es­
tos Comités funcionaron hasta marzo ele 1965, siendo reemplazados por el
sistema actualm ente vigente.
El Gobierno anterior estableció una Oficina ele Planificación Nacional
( o d e p l a n ) , ubicada a nivel presidencial, en calidad ele asesora para cum­
p lir las funciones de planificar el desarrollo económico y social del país. Es­
ta Oficina inicia su labor en 1964 quedando constituida legalm ente el 5 de
julio ele 1967 por la ley N° 16.635. Se la define como “servicio fundam ental­
m ente descentralizado, con patrim onio y personalidad jurídica ele derecho
público, sometida a la supérvigilancia directa del Presidente de la R epúbli­
ca a quien asesorará en todas aquellas m aterias que digan relación con el
proceso de planificación económica y social”.
El mecanismo de planificación se organizó en tres niveles: nacional, sec­
torial y regional. La dim ensión nacional está dada por la elaboración ele
planes y program as globales de desarrollo económico. La sectorial por la
creación de Oficinas sectoriales de planificación en algunos Ministerios. La
regional en la creación de Oficinas regionales de planificación y program as
regionales de desarrollo.
Si se analizan las funciones que la ley confiere a o d e p l a n , s e obser­
vará la repetición de conceptos como “coordinar”, “form ular”, “proponer”,
“elaborar”, “o rien tar” e “inform ar”. Todas estas funciones establecen y de­
sarrollan el concepto de planificación como una actividad asesora, vincula­
da a la elaboración form al de planes y programas, sin capacidad ejecutora
y sin poder efectivo para hacer realidad sus planes y orientaciones.
En los comienzos del actual Gobierno se ha tratado de establecer un
sistema nacional de planificación, cuya misión es “dirigir, coordinar y racio­
nalizar la acción del Estado”. Este sistema se ha im plantado a p a rtir de los
organismos de planificación existentes, completándose con la creación de
u na serie de organismos de carácter superestructura! como el Consejo Nacio­
nal de Desarrollo (decreto N ° 180), el Comité de Dirección Económica y
Planificación (decreto N ? 928), los Consejos de Desarrollo R egional (decre­
to N ° 303), los Comités Coordinadores de la A dm inistración Provincial (de­
creto N? 303) y las Corporaciones de Desarrollo, para Atacama y Coquimbo
y para Valparaíso y Aconcagua, creadas por la ley de reconstrucción a raíz
del sismo del 8 de julio de 1971. La mayoría de estos organismos e institu­
ciones no han funcionado y su operabilidad fu tu ra es de difícil pronóstico,
debido a su comjDosición m u ltitudinaria, al formalismo de sus funciones y
a que am plían y desarrollan la concepción de un sistema de planificación
separado del aparato ejecutivo y orientador del Estado y, lo que es más gra­
ve, sin vínculo alguno con los nuevos organismos e instancias de decisión
creadas por el proceso de cambios estructurales.

b) E l proceso de cambios estructurales

El otro polo de nuestra contradicción está constituido por el proceso ele cam­
bios estructurales que el Gobierno de la U nidad P opular ha iniciado o com­
pletado, como es el caso ele la Reform a Agraria.
En los veinte prim eros meses de Gobierno se han realizado cambios en
las relaciones de propiedad de los siguientes sectores estratégicos de la eco­
nomía:
— Nacionalización de nuestras riquezas básicas: cobre, hierro, salitre y
carbón.
— Estatización del sistema bancario, pasando a propiedad o control del Es-
taelo todos los bancos privados.
— Expropiación de todos los predios agrícolas mayores de 80 hectáreas de
riego básico, com pletándose así la fase expropiatoria del proceso de R e­
form a Agraria.
— C ontrol parcial ele los monopolios industriales y ele la elistribución m a­
yorista, m ediante los mecanismos legales de expropiación, intervención,
requisición o compra de acciones.
— C ontrol casi absoluto del comercio exterior, al pasar a propiedad del Es­
tado las principales empresas exportadoras y desarrollar las instituciones
estatales el grueso del comercio ele im portación.
Este vasto ¡proceso ele transform aciones plantea una serie de cuestio­
nes fundam entales para hacer realm ente del área de propiedad social así
formada, el sector dom inante ele la economía, la base donde se generan nue­
vas relaciones ele producción, relaciones ele producción socialistas.
La prim era de estas cuestiones es la de im plem entar el área de propie­
dad social como herram ienta fundam ental de la política económica. En otras

268
palabras, servirse de los centros estratégicos conquistados para resolver los
problem as inm ediatos de las grandes mayorías. La segunda cuestión funda­
m ental en relación al área de propiedad social es la de proporcionarle una
dirección única, capaz de resolver arm ónicam ente sus problem as y de con­
vertirse en el sector dom inante de la economía. La tercera cuestión por re­
solver dice relación con las formas orgánicas y la m odalidad de funciona­
m iento del área de propiedad social. Estas formas orgánicas deberán conci­
liar la especialización sectorial, dada su heterogeneidad, con la exigencia de
u n a dirección central; ser capaces, además, de com patibilizar la participación
de los trabajadores con la adopción de normas y criterios definidos por la
política económica, centralm ente adoptada.
La solución correcta de estas cuestiones está estrecham ente vinculada a
la efectividad de las formas de dirección y planificación económicas que se
asumen. H e aquí donde surge la contradicción señalada. No es necesario
abundar en razones para darse cuenta de que el sistema de planificación
vigente es incapaz de resolver estas cuestiones, por m ucho que se hip ertro ­
fie su desarrollo y se aum enten las instancias asesoras a todos los niveles.
Los puntos centrales en que esta contradicción se m anifiesta son los si­
guientes:
—La im plem entación del área de propiedad social para resolver los proble­
mas inm ediatos de las grandes mayorías nacionales, requiere un sistema de
planificación ágil y operativo, en que no esté separada la función planifica­
dora con la ejecutora.
—La dirección económica corresponde a las instancias con poder real
(competencia, atribuciones legales y recursos). El crear un sistema paralelo
conspira contra la dirección única y las posibilidades de planificar efectiva­
mente.
—Los cambios estructurales abren paso a nuevas formas de organización
y funcionam iento del área de propiedad social, en la que la participación
de los trabajadores debe jugar un rol im portante. La única form a de ele­
var el nivel de conciencia de los trabajadores y de poder participar efecti­
vam ente en el control social de los medios de producción es m ediante un
sistema de planificación del cual form an parte y no separado de su trabajo.

3. La contradicción entre la actual organización del aparato estatál y


los requerim ientos y problemas derivados de la política económica y
la creciente organización, com batividad y conciencia de las masas

Señalábamos anteriorm ente que la característica específica de la transición


al socialismo en Chile era la de com binar tareas del período de la conquis­
ta del poder con aquellas propias de la etapa de construcción socialista. Es­
ta característica no es el único rasgo distintivo de nuestra experiencia, a
ella es necesario agregar la condición de enmarcarse en los preceptos cons­
titucionales y legales, de m anera de transform ar la institucionalidad vigen­
te a p artir ele la propia institucionalidad.
La factibilidad del proyecto socialista en estas condiciones se basa en
la división del Estado en tres poderes y la concentración relativa del poder
en el Poder Ejecutivo, de tal form a que la am plia red de sus facultades
configuran un sistema acentuadam ente presidencialista. Se funda, asimismo
en u n avanzado grado de organización de las masas populares, bajo diver­
sos tipos: sindicatos obreros, campesinos, juntas de vecinos, organizaciones
estudiantiles, centros de madres, clubes juveniles. Este proceso ele organiza-

269
cíón popular actúa como contrapoder del sistema jurídíco-institucional y le
confiere flex ilid ad 1.
Sin embargo, la flexibilidad del sistema jurídico institucional tiene su
límite, en lo que respecta a nuestro enfoque particular, cuando la organiza­
ción del aparato estatal (Poder Ejecutivo) se transform a en un obstáculo al
desarrollo mismo.
La organización del sector público chileno refleja las principales carac­
terísticas del proceso de desarrollo del capitalismo dependiente y de la lu­
cha de clases que genera. Se pueden distinguir tres segmentos fundam enta­
les del mismo. El prim ero de ellos corresponde al sector centralizado que
com prende la Presidencia de la República y los M inisterios; es el sector más
tradicional y antiguo, se rige por una legislación estricta que le confiere
poca flexibilidad, aunque tenga form alm ente más poder y capte gran parte
de los recursos públicos a través del sistema tributario. Corresponde a la
concepción portaliana de Estado fuerte y austero.
El segundo segmento del sector público corresponde al sector descen­
tralizado que com prende un conjunto muy heterogéneo de instituciones y
servicios públicos, propios ele la etapa de ascenso de los grupos medios y
de la industrialización del país. Su régim en legal es distinto cíel centraliza­
do, tiene más flexibilidad y está orientado a diversos grupos sociales (Cajas
de Previsión, Instituciones del agro, c o r f o , Corporación de la Vivienda,
etc.)
El tercer segmento del sector público lo form an las empresas públicas,
conjunto de unidades productoras de gran autonom ía, sin ningún control
por parte del sector centralizado y con una dependencia de la c o r f o o de
los M inisterios respectivos. Este sector ha realizaelo los grandes proyectos de
infraestructura y las inversiones iniciales que requería el proceso de indus-
trialización. Corresponde al período de emergencia de la nueva burguesía
industrial y de las capas profesionales y técnicas de la clase media.
Si a estos tres segmentos del sector público chileno se le superpone la
división por sectores que corresponden a los distintos Ministerios, a la Pre­
sidencia de la R epública y a su Secretaría General, se podrá tener una vi­
sión de la falta de instancias de decisión y coordinación efectivas. Más bien,
dicha estructura corresponde a una sistematización d e la anarquía del sector
público chileno, que cada vez que se suscita un problem a entre sectores o
entre instituciones tiene que requerir a la instancia política superior, el Pre­
sidente de la República. En esta realidad orgánica y ele funcionam iento se
incuban los fenómenos de burocratización, falta ele dirección política y eco­
nómica y las limitaciones al desarrollo de cualquier sistema de planifica­
ción socialista.
Si la anarquía del sector público, la falta de instancias legitimadas de
coordinacióñ y la carencia ele sistemas adecuados de inform ación y control
le lim itan mucho de su potencialidad orientadora y dirigente para imple-
m entar la política económica; con mayor razón esta misma organización en­
tra en aguda contradicción con el proceso de organización y lucha de las
masas por lograr mayores niveles ele vida y rom per el sistema ele explotación
vigente.
El ascenso al Gobierno de la U nidad Popular transform ó las funciones
y el lugar que el aparato estatal desarrollaba en el sistema de dominación.
El carácter popular del Gobierno se m anifestó en la supresión ele sus fun­
ciones represivas y perm itió la emergencia masiva de los conflictos y las con­

1 Ver el artícu lo de José A. Viera-G allo, “ Problem as institucionales de la vía chilena al socialismo” ,
en esta misma Revista.

270
tradicciones del sistema de explotación capitalista. A p artir de esta realidad
se ha generado un proceso de formación acelerado de organizaciones popu­
lares de todos los tipos, se han transform ado los contenidos de las reivindi­
caciones populares y todo parece apuntar hacia la participación real y efec­
tiva de los trabajadores en todos los ámbitos de la vicia del país.
Este proceso necesita de orientación y dirección políticas, para que tra­
duzca con p lenitud la energía y creatividad de las masas. Sin embargo, su
desarrollo pasa por el cambio radical de la organización estatal. En esto re­
side la contradicción señalada y en esas tareas de crear una nueva estructu­
ra del aparato estatal, que favorezca la participación de las masas y les dé
una dirección y orientación al proceso, reside la im portancia crucial que
asume el sistema de planificación.

El Presupuesto -

Conforme a nuestras categorías, el proceso de asignación de recursos forma


liarte del nuevo sistema de planificación e inicia los avances que en esta
etapa de transición requiera dicho sistema. Los problem as del proceso pre­
supuestario se pueden reducir a las siguientes cuestiones:
1.—R esponder a las exigencias de la dirección y planificación económica.
2.—R eflejar el avance de los cambios estructurales y los cambios clel sector
público.
3.—Im plem entar eficientem ente las orientaciones definidas por la política
económica.
4.—Favorecer el proceso de participación de los trabajadores incorporándo­
los a su elaboración y formulación.

Dirección económica, planificación y presupuestos

El proceso de asignación de recursos se empieza a elaborar, por vez prim e­


ra, bajo la dirección de un Com ité Superior de Dirección Económica form a­
do por el Presidente de la República, un Vicepresidente que lo preside en
ausencia del Presidente, el M inisterio de Economía y el M inisterio de H a­
cienda. Lo im portante de este Com ité es la dependencia directa que de él
tienen el Banco C entral, la Dirección de Presupuestos, la Corporación de
Fomento, la Secretaría ele Comercio Exterior y la Oficina de Planificación
Nacional.
Sobre la base de este comité y de la nueva m odalidad de funcionam ien­
to se puede preparar el plan y los presupuestos de 1973 como una totalidad
única. Se rom pe así con la anarquía del sector público al nivel superior, y
el o los presupuestos puedan responder a los requerim ientos de una direc­
ción única.
Las exigencias más generales que la dirección económica im pone al pro­
ceso presupuestario dicen relación con garantizar la utilización plena de los
recursos m ateriales disponibles, com patibilizar la asignación financiera con
los balances m ateriales de m anera de no crear cuellos de botella artificiales,
reflejar las prioridades de la política económica en program as y proyectos y,
finalm ente, respetar los marcos globales del program a m onetario.

Los cambios estructurales y el proceso presupuestario

Las exigencias que la dirección económica im pone al proceso presupuesta­


rio no podrían llevarse a cabo si éste no hubiese incorporado a su form u­
lación y diseño las posibilidades que genera el proceso de cambios estruc­

271
turales. En este sentido la elaboración del presupuesto abarca e integra los
tres segmentos del sector público. Incorpora la totalidad del sistema banca-
rio como fuente alternativa de financiam iento y a través del sistema de lí­
nea de créditos capta los excedentes generados en el área de propiedad social.
Los problem as fundam entales en este aspecto dicen relación con los
criterios para determ inar si la asignación de recursos se hace m ediante apor­
tes fiscales, créditos o aum ento de precios y tarifas. En térm inos generales
se ha establecido que las instituciones del sector centralizado se financien
con aportes fiscales, las instituciones del descentralizado con aportes fiscales
y créditos si los pueden recuperar con ventas de bienes o servicios futuros
y, por últim o, las empresas reciben exclusivamente créditos a través del sis­
tema bancario en la form a de líneas de créditos centralm ente aprobadas y
controladas.

E l presupuesto y la política económica

Las orientaciones de la política económica no pueden traducirse directa­


m ente en asignaciones presupuestarias cuando éstas están lim itadas en su
nivel y ofrecen grandes resistencias a los cambios en su composición, funda­
m entalm ente por la elevada incidencia de las remuneraciones.
Esta rigidez de los presupuestos sólo puede superarse m ediante un au­
m ento im portante de los ingresos públicos, del excedente que el Estado cap­
ta de la economía. A hora bien, los ingresos tributarios no han crecido en
la misma proporción que los gastos públicos que se han tenido que fin an ­
ciar con déficit, generando presiones inflacionarias y desabastecimientos lo­
calizados. En la medida en que este problem a no se resuelva, los presupues­
tos difícilm ente van a poder apoyar los cambios cualitativos que persigue
alcanzar la política económica. (Queremos, en esta parte, enfatizar este p ro ­
blem a exclusivamente porque la relación política económica-presupuestos
la desarrollamos más extensam ente en la segunda parte de este trabajo).

La participación de los trabajadores y el presupuesto

Los problem as de form ulación y ejecución presupuestarios no son meros


problem as contables, reflejan las características, problem as y contradicciones
del proceso de transform ación mismo. La solución de estos problemas re­
quiere de la movilización de los trabajadores. Esta movilización debe actuar
sobre los factores reales que determ inan los desequilibrios financieros. En
este sentido se pueden establecer varios campos de trabajo donde nada se
conseguirá sin la conciencia responsable, esfuerzo y vigilancia de las masas,
a saber:
a) E l ahorro de divisas.—U no de los sectores más vulnerables de la eco­
nom ía chilena es su comercio exterior. Esta debilidad estructural se ha vis­
to agudizada por la lucha antiim perialista que libramos, lucha que asume
por parte de nuestros enemigos la forma de un bloqueo invisible. En este
contexto las divisas adquieren para nosotros un valor y significación dife­
rentes, su uso debe ser muy cuidadoso y el esfuerzo e im aginación por eco­
nomizarlas tiene que generalizarse y extenderse a todos los campos. Entre
éstos podemos señalar la sustitución de bienes de consumo im portado por
productos nacionales (carne de vacuno por merluza, por ejemplo); la ela­
boración de repuestos, partes y piezas que tradicionalm ente se im portaban;
la utilización preferente de aceites y combustibles de fabricación nacional;
la erradicación definitiva del consumo suntuario im portado, etc. T odas es­

272
tas tareas deben realizarse aplicando una línea de masas en su ejecución
y lo estamos intentando.
b) E l control tributario y previsional —En el punto anterior expresá­
bamos nuestra preocupación por el lento crecim iento de los ingresos p ú b li­
cos. Este lento crecimiento se debe a la incapacidad del sistema tributario
por captar mayores recursos, debido a que una parte sustantiva del exce­
dente económico asume la forma de consumo suntuario, fácil de ocultar y
difícil de controlar, y a las limitaciones legales y estructurales de los siste­
mas de fiscalización trib u taria y previsional. El problem a no tiene solución,
en el m ediano plazo, aum entando los impuestos o exacerbando la fiscaliza­
ción. La única salida es entregarle a las organizaciones de masas el control
de estos ingresos y el cum plim iento de sus propios derechos, como es el caso
de la previsión.
c) La batalla de la producción.—ha base para calcular los ingresos p ú ­
blicos y el lím ite a la expansión de los gastos está determ inada por el ritm o
de crecim iento de la producción, en el corto plazo. Asimismo, la factibili­
dad real del proceso de redistribución descansa, en las actuales condiciones,
en el proceso productivo. ¿
Los trabajadores organizados, de cualquier área de la economía, tienen
en el aum ento de la producción la tarea básica de este período. Por esta
razón, la única form a de superar los problem as financieros y m onetarios
descansa en el éxito que logramos en esta batalla. Su curso futuro y los
avances que se realicen se verán reflejados en el proceso de asignación de
recursos.
Se podrían señalar otras tareas en las que sin el concurso, creatividad
y conciencia de las masas nada se resuelve con los métodos e instrum entos
tradicionales de la política económica. No es nuestra intención hacerlo, sólo
queríam os m ostrar que en el campo presupuestario, como en el conjunto
de la experiencia chilena, la resolución de los problem as centrales depende
de la movilización consciente y responsable de los trabajadores.

III. D IR E C C IO N ECONOM ICA, ASIGN ACION DE RECURSOS Y


LIN EA DE MASAS: PROBLEM AS Y PERSPECTIVAS PARA 1973

A. Consideraciones generales

La preparación del proyecto de presupuestos para el año 1973 inicia el pro­


ceso de planificación y se realiza en condiciones sustancialm ente diferentes
a las que tradicionalm ente se plantean en la elaboración del presupuesto
fiscal. Estas nuevas condiciones son producto de los avances en la aplicación
del Program a de G obierno de la U nidad P opular y de los problem as propios
de u na economía en tensión y transform ación, en que se están fundando las
bases de u na nueva sociedad. Estas nuevas condiciones dicen relación con el
proceso de cambios en la estructura económica, con los problem as económi­
cos que enfrentam os y con el proceso de participación de los trabajadores
en las decisiones fundam entales y en las tareas cuotidianas que exige la trans­
formación revolucionaria de nuestro país.
El proceso de cambios en la estructura económica que se ha iniciado
con la transform ación de las relaciones ele propiedad en los centros estra­
tégicos de la economía, genera nuevas y urgentes tareas en el terreno de la
dirección y planificación económica y en la creación y fortalecim iento de
18.—CEREN 273
nuevas formas de organización. T odas estas cuestiones se traducen en un re­
querim iento de m anejo integrado y planificado de los recursos financieros,
ya sean aportes fiscales, créditos internos y externos propios de las institu­
ciones. Es a p artir de este mismo requerim iento que surge Ja necesidad de
elaborar, como una totalidad integrada, los presupuestos del sector fiscal
centralizado, del sector descentralizado y de las empresas del área de pro­
piedad social.
La form ulación del presupuesto integrado no sólo responde a los cam­
bios estructurales de la economía, sino que tam bién en sus prioridades, ni­
veles y composición debe reflejar los criterios y restricciones que le im pone
la política económica. A hora bien, la política económica para 1973 no está
definida, aunque sí se pueden visualizar las siguientes grandes áreas de pro­
blemas que esta política debe enfrentar, a saber:
a) Los problem as de comercio exterior que repercuten directam ente en
nuestras disponibilidades de divisas y señalan la tarea d e usarlas racional­
m ente y de economizar divisas para los trabajadores y el Gobierno.
b) Los desequilibrios financieros internos y sus repercusiones en el abas­
tecim iento de bienes de consumo generalizado y en la generación de presio­
nes inflacionarias.
c) El problem a de aum entar y reorientar la capacidad productiva de la
economía en función del consumo popular y de superar los “cuellos de bo­
tella” del sistema productivo.
d) Las tareas de generar y consolidar nuevas formas de organización en
el comercio exterior, la producción y la distribución en el área de propiedad
social, la planificación y control de las inversiones y la capacitación de los
trabajadores de m anera de aum entar la productividad general de la eco­
nomía.
e) La asignación de los recursos financieros de m anera de m antener los
niveles de utilización de los recursos productivos y la correspondencia entre
las disponibilidades de m ateriales y las financieras.
El esfuerzo por form ular un presupuesto integrado en form a coherente
con los objetivos de política económica, se em prende reflejando en él todos
los avances y posibilidades que ofrecen los cambios estructurales realizados.
Sin embargo, no pretendem os realizarla por los métodos tradicionales sino,
p o r el contrario, querem os que sea una tarea que contando con la respon­
sabilidad de los objetivos de las instituciones, se extienda al conjunto de los
trabajadores del sector público. En otras palabras, la iniciación del proceso
de elaboración del presupuesto debe aprovecharse para desarrollar la p arti­
cipación de los trabajadores, elevar su nivel de conciencia y su responsabili­
dad en las tareas de Gobierno.

B. Aspectos financieros del presupuesto

Por las características especiales en que se desarrolla la preparación del pre­


supuesto para 1973, y p ara que efectivamente represente un instrum ento útil
en el esquema general de planificación, este proceso se enm arca en las con­
diciones que se señalan:
a) La presentación de los antecedentes financieros se hace de acuerdo
a los precios y tarifas, tanto de ingresos como de gastos, existentes a la fecha
de preparación del presupuesto.
b) Se form ula un presupuesto básico considerando un nivel de disponi­
bilidades financieras de origen estatal (aporte fiscal, transferencias, créditos
internos del sistema bancario, etc.) sim ilar al del año 1972, señalando en

274

*
cada uno de los servicios, instituciones y empresas el volum en de acciones
que con este nivel de financiam iento es posible alcanzar de acuerdo al uso
más eficiente que pueda dárseles, de modo de asegurar un desarrollo arm ó­
nico de las actividades prioritarias en el esquema del program a de Gobierno.
c) En caso que, de acuerdo con las políticas generales de Gobierno, sea
necesario expandir determ inadas acciones, que representan requerim ientos
adicionales de los recursos de origen estatal por sobre los niveles del año
1972, se presenta en proyectos apartes, justificando dicha expansión en los
mismos térm inos conceptuales de la presentación del presupuesto básico.
d) Las restricciones planteadas en el comercio exterior hacen indispen­
sable una program ación m uy cuidadosa de los requerim ientos en m oneda
extranjera, del mismo m odo en la utilización de créditos externos para fi­
nanciar determ inadas actividades o proyectos, por lo que su asignación queda
circunscrita sólo a aquellos aspectos más prioritarios en el marco general
de la política de Gobierno.
e) Dada la im portancia del proceso inversionista en las perspectivas de
desarrollo del país, se requiere de una especial dedicación en la presentación
de los antecedentes que justifican cada uno de los proyectos, además de la
jerarquización dentro de las prioridades del respectivo sector.
f) En m ateria de personal, es indispensable la presentación del máximo
de antecedentes que justifiquen la necesidad de los increm entos de dotación
solicitados, los cuales serán considerados en el contexto general de la polí­
tica de personal.

C. Orientaciones globales

Las restricciones planteadas anteriorm ente se fundam entan en u n a aprecia­


ción objetiva de la situación económica y de las metas prim ordiales qüe sus­
ten ta el G obierno Popular. En este contexto la preparación del presupuesto
considera como una de las tareas fundam entales el análisis en conjunto por
todos los trabajadores y responsables jerárquicos del Estado de los siguientes
aspectos:
a) En el área del comercio exterior, dadas las dificultades en el equi­
librio de la balanza de pagos, se analizan todas las alternativas de acciones
que llevan a un aum ento de las exportaciones: ahorran al m áxim o la u tili­
zación de productos im portados indispensables; se dedica especial atención a
la posibilidad de sustituir productos im portados por producción nacional,
para lo cual se efectúa un esfuerzo im portante por conocer las potenciali­
dades de la capacidad productiva nacional que puede orientarse a estos fines.
b) Como u n aporte al desarrollo del país es indispensable una preocu­
pación sistemática por los equipos e instalaciones productivas, tarea ésta que
corresponde a todos los ^abajadores y, en especial, a los encargados de la
m anipulación directa de las m áquinas. Esta preocupación no sólo debe refle­
jarse en un uso cuidadoso, sino que tam bién en las labores de m antención
estudiadas técnicamente para cada uno de los casos, siendo en estos aspectos
todos los trabajadores los que, dado su conocimiento directo, proponen las
formas más adecuadas y, en particular, hacen en lo posible las sugerencias
en cuanto a m ejoram ientos tecnológicos que perm iten un m ejor aprovecha­
m iento de la capacidad instalada, reducción en los costos de producción,
mayor rendim iento del trabajador, m ejoram iento de las normas de seguri­
dad en el trabajo, etc.
c) En general, se prom ueve una preocupación constante por aum entar
la eficiencia con que se usan los recursos, m anteniendo una actitud vigilante

275
frente al despilfarro y a la desidia en el m anejo de los bienes sociales. Esta
lucha contra la ineficiencia tam bién se refleja en una atención preferente
por los mecanismos que perm iten aum entar la recaudación financiera del
Estado en general, participando activam ente en las campañas de fiscalización
tribu taria, como en lo que diga relación a los ingresos generados en la pro­
pia institución o empresa, ya que en la mayoría de los casos los ingresos
recaudados efectivamente por los organismos del Estado corresponden a una
proporción ínfim a de los que el sistema estaría en condiciones de generar.
d) Por últim o, se em prende la tarea de todos los trabajadores del Estado
de luchar contra el burocratism o y el sectarismo, expresado en cualquiera
de sus formas. Si en las bases del proceso productivo no se toma conciencia
de la im portancia de esta tarea es poco probable que se obtengan cambios
reales en el com portam iento del aparato del Estado. Por lo que en la pre­
paración del presupuesto deben tam bién introducirse las modificaciones en
la asignación de recursos que perm itan m ejorar la eficiencia en la realiza­
ción de las acciones, asegurar una atención más expedita al público, y todo
ello con el uso más racional de todos los elementos de la entidad, con la
única lim itación de su idoneidad.

IV. CONCLUSIONES

Hemos afirm ado nuestra conciencia de que la experiencia chilena de tran ­


sición al socialismo no es aún irreversible. Su profundización y desarrollo
futuro depende de la resolución de un conjunto com plejo de problemas,
algunos de los cuales hemos analizado en este trabajo, todos ellos vinculados
al problem a central de la lucha por el poder. Sin embargo, la experiencia
de estos prim eros veinte meses de Gobierno reafirm an y dan plena validez
a los conceptos fundam entales expresados en la introducción y utilizados en
el análisis de los problemas de planificación y presupuestos.
Hemos deliberadam ente om itido los problem as surgidos en la utiliza­
ción de algunas técnicas e instrum entos, tanto de planificación como de p re­
supuestos. El haber obrado así obedece a nuestro afán de enfatizar la con­
cepción de la planificación como una estructura de dirección de la economía
y no como un conjunto de técnicas, como tradicionalm ente se la concibe.
Esto no significa que no utilicemos los instrum entos más desarrollados de
planificación y presupuestos, sin perder de vista que ellos no constituyen lo
m edular del sistema de planificación.
Existen, además, algunos problemas, casi im prescindibles en el análisis
y concepción de cualquier sistema de planificación, que no hemos abordado.
E ntre éstos es necesario señalar dos. El problem a del plazo de la planifica­
ción y el de las estructuras interm edias del sistema de planificación, regio­
nales y sectoriales. Respecto del problem a del plazo de la planificación, te­
nemos conciencia de que el ideal sería tener un plan de largo plazo que
se expresara en planes anuales operativos; sin embargo, creemos que en el
contexto de transformaciones tan profundas como las que estamos realizan­
do, y p or los requerim ientos de la encarnizada lucha de clases por el poder
en que vivimos, es una ilusión plantearse planes de largo plazo, salvo en lo
que se refiere a una estrategia muy general de desarrollo y el asum ir los
compromisos que dem andan las inversiones de larga m aduración. En rela­
ción a las estructuras interm edias de planificación no se ha realizado ningún
avance, salvo el de aprovechar el sistema regional como instancia de coor­
dinación zonal.

276
Damos nuestras excusas por las limitaciones formales de esta exposición
y por no haber desarrollado con mayor acopio de antecedentes sus argu­
mentos principales. Estos problem as obedecen a la falta de tiem po de re­
flexión y crítica por el compromiso personal y colectivo que se tiene con el
Gobierno de la U nidad Popular y a la dificultad que ofrecen los procesos
revolucionarios para ser com prendidos y evaluados con precisión y rigor
científicos.

277
La nacionalización de la banca

E duardo J ara M ir a n d a

Abogado Jefe de la Corporación de Fomento


Profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Chile

1.—El Program a de la U nidad P opular contem pló como una de las tareas
básicas e inm ediatas del Gobierno, la reform a total del sistema bancario,
sobre la base de nacionalizar la banca privada, como u n a m anera de trans­
form arla en un m edio eficiente de orientación de los recursos m onetarios
de la economía, en función de los intereses de las grandes mayorías y de la
política económica del Gobierno. Consecuente con esta idea, el 30 de diciem­
bre de 1970, a menos de dos meses de asum ir el Gobierno, el Presidente
A llende anunció al país la adaptación de diversas medidas tendientes a hacer
realidad los criterios fundam entales que inspiraban esta parte del Programa.
Es así como anunció una rebaja im portante de la tasa m áxim a de interés,
al mismo tiem po que contem pló otras, sustancialm ente inferiores, para cier­
tas actividades económicas y determ inados sectores empresariales; u n a fuerte
redistribución del crédito y una efectiva descentralización del mismo. Sin
embargo, para que esta política pudiera aplicarse en form a efectiva se re­
quería que el sistema bancario fuera de propiedad estatal. Era necesario
superar el sistema de mero control adm inistrativo —que la práctica había
dem ostrado ser insuficiente— por el de adm inistración directa de dichas ins­
tituciones por representantes del Estado. Por ello, en esa oportunidad, el
Presidente de la R epública anunció el envío de un proyecto de ley al Con­
greso Nacional, que otorgara las herram ientas legales al Ejecutivo para dis­
poner la incorporación de las empresas bancarias al área de propiedad social.
P aralelam ente ofreció, como alternativa, ab rir un poder de com pra vde ac­
ciones de diversos bancos, p o r interm edio del Banco del Estado, m ediante
la acción conjunta de esta institución, la Corporación de Fom ento y el Ban­
co C entral. De esta m anera daba cum plim iento a una parte im portante del
Program a de Gobierno, sujetándose, además, a una norm a básica del mismo,
cual era la de ajustarse a la legalidad vigente, respetando las norm as del
Estado de Derecho que nos rige.
La m anera cómo ha sido posible obtener el control de la gran mayoría
de los bancos, eñ especial desde el punto de vista jurídico, es lo que desea­
mos puntualizar en estas líneas, en form a simple, sobre la base de los di­
versos antecedentes que se han acum ulado en el lapso com prendido entre el
anuncio de la m edida y esta fecha, en que el Estado es accionista m ayoritario
de 12 bancos comerciales, de un total de 14, y en que se ha colocado a la
actividad bancaria en situación de participar directam ente en los planes de
Gobierno.

278
2.—Como se ha señalado, con fecha 30 de diciembre de 1970, el Presi­
dente de la R epública anunció al país una nueva política bancaria y credi­
ticia que consultaba una rebaja sustancial de la tasa m áxim a de interés, una
adecuada redistribución y descentralización del crédito y la decisión de in­
corporar la actividad bancaria al área de propiedad social de la economía.
Al efecto, ofreció a los accionistas de bancos comerciales la opción de vender
sus títulos al Estado, en Ja forma y condiciones que detalló y que consulta­
ban un trato preferente para los pequeños y medianos accionistas. Esta de­
cisión se hizo efectiva por interm edio de tres instituciones del Estado, la
Corporación de Fomento, el Banco C entral y el Banco del Estado. Las res­
pectivas leyes orgánicas de estas instituciones, a través de claras disposicio­
nes, respaldaban tal procedim iento.
Así, en cum plim iento de la decisión gubernativa, el Vicepresidente Eje­
cutivo de la Corporación de Fom ento de la Producción, con fecha 11 de
enero de 1971, otorgó al Banco del Estado un m andato para que adquiriera
acciones de los bancos comerciales chilenos que le fueran ofrecidas en venta
por personas naturales o jurídicas, con la sola excepción de las acciones del
Banco de A. Edwards y Cía., atendida la situación de falencia económica
en que dicha empresa se encontraba. Al mismo tiem po, la Corporación de
Fomento obtuvo del Banco C entral de C hile u n préstam o de hasta cuatro­
cientos millones de escudos, el que fue acordado por el Directorio de ese
banco en sesión celebrada el 13 de enero de 1971. E n atención a la brevedad
del plazo que se fijó para la operación, el Vicepresidente Ejecutivo de la
Corporación llevó a cabo estas medidas sin acuerdo previo del Consejo de
la Corporación de Fomento, el que en sesión de fecha 13 de enero de 1971
conoció de los antecedentes y acordó “segunda discusión” del proyecto, a so­
licitud de los consejeros representantes' del sector privado. Más tarde, el
Consejo de la Corporación de Fomento, en sesión N ° 1.132 celebrada el 18
de enero del mismo año, luego de conocer los antecedentes sometidos a su
consideración, adoptó el siguiente acuerdo:
“19 R atifícanse y convalídanse las actuaciones realizadas por el Vicepre­
sidente Ejecutivo para adquirir, m ediante u n m andato otorgado al Banco
del Estado de Chile, la totalidad de las acciones de bancos comerciales chi­
lenos que le sean ofrecidas en venta, por los precios y en las condiciones
que se establezcan en el convenio que para este efecto suscribieron el Banco
del Estado de Chile y la C orporación de Fom ento de la Producción y al que
concurrió tam bién el Banco C entral de Chiíe.
2° Facúltase al Vicepresidente Ejecutivo para contratar con el Banco
C entral de Chile una línea especial de créditos hasta por la cantidad de
E° 400.000.000 destinada a la com pra de las acciones de que trata el núm ero
anterior y para pagar la totalidad de los gastos, impuestos y demás desem­
bolsos que se produzcan con motivo de la referida adquisición.
El crédito que la Corporación obtenga del Banco C entral de Chile será
restituido en el plazo de cinco años, contados desde su otorgam iento, con
un interés anual de hasta 1,5%, pagadero conjuntam ente con el capital, a
menos que la legislación especial que proponga el Supremo Gobierno con
el objeto de estatizar los bancos cuyas acciones se adquieran, disponga condi­
ciones diferentes.
3? Q ueda autorizado tam bién el Vicepresidente Ejecutivo para hacer
los ajustes o modificaciones presupuestarias que sean necesarias para dar
cum plim iento al presente acuerdo”.
Perfeccionada jurídicam ente la actuación del Vicepresidente Ejecutivo
de la Corporación de Fomento, en la form a que se ha señalado, el Consejo de
la Corporación, en atención al éxito de las operaciones de com pra y a que

279
el m andato referido sólo tenía vigencia hasta el 31 de enero, en sesión de
fecha 29 de enero lo prorrogó por 40 días hábiles, am pliándolo, además,
en la forma siguiente:
a) “En casos calificados, tales como aquellos que digan relación con su­
cesiones, instituciones de beneficencia y sin fines de lucro, en casos de fuerza
m ayor y, en general, cuando sea de conveniencia social, el banco podrá
establecer formas, condiciones y modalidades de com pra de acciones distin­
tas a las contenidas en el m andato que se prorroga;
b) D entro del térm ino de m andato y en casos calificados o cuando fuere
necesario para su debida ejecución, el banco podrá celebrar con los dueños
de acciones contrato de prom esa de com praventa sobre dichos valores, esta­
bleciendo los plazos, requisitos y demás m odalidades necesarias para la cele­
bración del contrato definitivo de com praventa;
c) Finalizado el plazo del m andato que se prorroga, el banco deberá
continuar realizando todas aquellas actuaciones y gestiones necesarias para
q u e la c o r f o figure' como dueña de las acciones en los Registros de Accio­
nistas de los bancos respectivos y para que reciba los títulos correspondientes”.
Posteriorm ente, en sesión celebrada el 14 de abril de 1971, se prorrogó
indefinidam ente la autorización al Vicepresidente Ejecutivo para adquirir
acciones, ya fuere directam ente o a través de m andatos otorgados tanto al
Banco del Estado como a otros bancos comerciales en los cuales el Estado
tuviere participación m ayoritaria.

3.—Los grupos económicos oligárquicos que hasta el m om ento habían


usufructuado del crédito, y para los cuales la decisión del Gobierno consti­
tuía un serio golpe, se movilizaron desde el prim er m om ento para oponerse
a estas medidas, usando de todos los mecanismos que nuestra legislación les
otorga. Sin embargo, como lo demostraremos a continuación, la legitim idad
del procedim iento no lia podido ser discutida y uno a uno, los diferentes
organismos que se. han pronunciado, han dem ostrado que ellas se han ajus­
tado plenam ente a la legislación vigente. Es que p ara ellos resultaba inex­
plicable que el Presidente A llende y su G obierno hubieran podido poner
en práctica im portantes puntos programáticos, valiéndose de una legislación
dictada en regímenes de corte capitalista o sim plemente reform ista (Eduardo
Novoa, Vías legales para avanzar hacia el socialismo) .
Sin embargo, para nadie que conozca a fondo las posibilidades del orde­
nam iento jurídico chileno, podía resultar extraño. La imaginación, ju n to al
dom inio de la técnica jurídica, dem ostraron una vez más que era posible
institucionalizar la dinám ica social, sin salirse de los cauces que la propia
clase dom inante había señalado.
En el caso concreto que nos preocupa, ello ha sido posible en gran parte
por la visión creadora de los legisladores de 1939, los que inspirados én las
concepciones del Presidente A guirre Cerda fueron capaces de dar a la Cor­
poración de Fomento una ley orgánica ágil y flexible, capaz de ser adaptada
a las grandes, transform aciones políticas y económicas que ha experim entado
nuestro país. Ello, unido al im portante aporte de la fiscalía de la institu­
ción, que m antuvo invariable e hizo reconocer, desde el nacim iento de la
Corporación, la doctrina según la cual su Consejo tiene atribuciones priva­
tivas y exclusivas para calificar si un acto o contrato quedaba com prendido
en el concepto de fom ento de la producción. Es así como sobre la base de
otorgar sentido y actualidad a dicho concepto, la Corporación pudo crear
organismos tan disímiles como e n d e s a , la Empresa H otelera Nacional o la
Fundación Pedro A guirre Cerda y hoy constituirse en la herram ienta más
eficaz para el cum plim iento del program a de Gobierno, en todo lo que dice

280
relación con la transform ación de nuestra economía y la creación de las
áreas m ixta y social de nuestra economía.

4.—Antes de continuar con la relación del proceso de nacionalización,


es ú til reiterar lo dicho anteriorm ente, en cuanto a que la actuación de las
instituciones del Estado que han intervenido, Corporación de Fom ento de
la Producción, Banco C entral de Chile y Banco del Estado de Chile, lo han
hecho en virtud de claras y precisas disposiciones de sus respectivas normas
orgánicas. En efecto, en lo que se refiere a la Corporación de Fomento de la
Producción, el artículo 25 letra i) de la Ley N<? 6.640 dispone lo siguiente:
El Consejo tendrá las siguientes atribuciones:
i) En general, ejecutar todos los actos y contratos que sean necesarios
p ara la consecución de los fines de la Corporación.
Por su parte, el artículo 10 letra t) del Decreto del M inisterio de Eco­
nom ía N? 360, de 1945, que establece el Reglam ento General de la C orpo­
ración, dispone:
El Consejo tendrá las siguientes atribuciones:
t) Acordar todos los contratos, actos y operaciones que sean necesarios
para la consecución de los fines de la Corporación y que deban surtir efecto
dentro o fuera del país.
U na jurisprudencia adm inistrativa uniform e ha señalado que entre esos
actos y contratos están aquellos que tienen por objeto adquirir acciones,
derechos o cuotas en sociedades o comunidades y form ar otras personas ju ­
rídicas.
En cuanto al Banco C entral de Chile, el artículo 39 letra a) del decreto
con fuerza de ley 247, de 1960, señala lo siguiente:
El Banco C entral de Chile, con arreglo a las finalidades establecidas en
el artículo 21? del presente decreto con fuerza de ley, y en ejercicio de su
facultad emisora, podrá efectuar las siguientes operaciones:
a) Conceder créditos al Fisco, instituciones semifiscales, de adm inistra­
ción autónom a y M unicipalidades, en las condiciones establecidas en leyes
especiales.
Finalm ente, en virtud de lo prescrito en los artículos 2” y 32 letra c)
del DFL 251 en relación con el artículo 48 N “ 1 del DFL 252, ambos de 1960,
estas disposiciones de la Ley O rgánica del Banco y de la Ley G eneral de
Bancos, le otorgan al Banco del Estado de Chile facultades para desempeñar
comisiones de confianza, con arreglo a las disposiciones del T ítu lo VI de la
Ley General de Bancos, dentro de las cuales se com prenden las de “aceptar
m andatos generales o especiales para adm inistrar bienes de terceros”.
La sola mención de las disposiciones legales y reglam entarias a que se
ha hecho referencia, cuyo alcance no merece dudas, ni aun para los legos,
nos ahorra mayores comentarios al respecto.
5.—Como ya lo señalamos, el cum plim iento del program a de la U nidad
Popular en lo relativo a la nacionalización de la banca provocó una inm e­
d iata respuesta negativa ele los sectores afectados que, a su vez, detentaban
el poder político y económico. Esta respuesta negativa se planteó en el te­
rreno político, jurídico e incluso recurriendo a im putaciones calumniosas,
como fue aquella de ejue personas vinculadas al Gobierno, conocedoras de la
m edida, habían adquirido grandes cantidades de acciones, para venderlas
con posteriorielael al Estaelo, con una apreciable ganancia.
Esta últim a “denuncia” fue claram ente desm entida con la publicación
de una lista de todos los com pradores de acciones bancarias, preparada por
la Bolsa de Comercio a solicitud de la Cám ara de Diputados, la que demos­
traba que ningún personero allegado al Gobierno había adquirido acciones.

281
En el terreno político, la m edida fue atacada diciendo que la apertura del
poder de com pra de acciones bancarias era una m anera de sustraer al cono­
cim iento y debate del Poder Legislativo una ley de expropiación bancaria.
La verdad es que dem ostrado el éxito de la m edida adm inistrativa de abrir
poderes compradores de acciones y su procedencia desde el punto de vista
legal, se hizo innecesario establecer una m edida coactiva como era aquella
de la expropiación, razón que im pulsó al Gobierno a no enviar un proyecto
de nacionalización de la banca.

6.—La oposición, con mayoría en el Congreso Nacional, quiso aprove­


char, desde un comienzo, esta circunstancia, utilizando todos los medios que
esa situación le franqueaba y, al efecto, provocó la formación de u n a “Co­
misión Investigadora” que se abocara al conocimiento de las operaciones rea­
lizadas por las instituciones estatales mencionadas, en cum plim iento de las
instrucciones del Presidente de la República. Esta Comisión reunió el m áxi­
mo de antecedentes requiriendo informes, dictámenes y diligencias a quie­
nes de una u otra m anera habían o debían intervenir en el proceso. Al mis­
mo tiempo, la Cám ara de Diputados, a solicitud del diputado señor Penna,
solicitó de la C ontraloría General de la R epública un pronunciam iento acer­
ca de la legalidad de la operación, adelantando juicio en el sentido de que
la Corporación de Fom ento había cometido un acto ilegal, por lo que “la
m aterialización de com pra es nula, de nulidad absoluta, y no puede ser sa­
neada por un acuerdo posterior, aunque ello im portara una ratificación que
en Derecho A dm inistrativo no es aceptada cuando se trata de organismos
públicos de adm inistración autónom a como es la c o r f o ” y de que “el señor
Vicepresidente ha trasgredido el artículo 10 del Reglam ento de la c o r f o san­
cionado por el Decreto Supremo N9 360 de 1945 del M inisterio de Economía,
que fija que este orden de m aterias es solamente atribución del Consejo, y
además, se ha excedido en lo dispuesto por los artículos 17 y 24 del mismo
cuerpo legal que fija las atribuciones del Vicepresidente”. T erm ina solici­
tando una investigación de los hechos y la aplicación de las sanciones que
procedieran.
L a C ontraloría G eneral de la República, en virtud del requerim iento
precedentem ente reseñado, designó un Inspector de Servicios que acreditó
las circunstancias de hecho que servirían de base al pronunciam iento del
Organismo C ontralor y que no son otros que los que hemos dejado presen­
tados en los párrafos anteriores.
El Contralor, pronunciándose en el dictam en N" 13.529, de 26 de fe­
brero de 1971, acerca de la solicitud de la Cám ara de Diputados, y en espe­
cial acerca de si “la m aterialización de la com pra e§ n ula de nulidad abso­
lu ta ”, entra, prim eram ente, a dem ostrar que las disposiciones sobre nulidad
contenidas en el Código Civil, no son aplicables a las actuaciones de la Cor­
poración de Fom ento de la Producción, tanto porque los principios gene-
rales del Deiecho Adm inistrativo señalan que las personas públicas se rigen
por leyes especiales de Derecho Público, cuanto porque textos expresos de
nuestra Constitución Política y del propio Código Civil así lo señalan. Asi,
se invocan en el dictam en que glosamos los artículos 87, 23 y 75 de nuestra
C arta Fundam ental que configuran la llam ada “n ulidad de Derecho P ú­
blico” y el inciso 2? del artículo 547 del Código Civil que excluye de la
aplicación de las reglas del T ítu lo X X X III del Libro I de ese Código a las
Corporaciones o Fundaciones de Derecho Público, las que se “rigen por le­
yes y reglamentos especiales”.
Pasa, en seguida, el C ontralor a analizar, desde la perspectiva del Dere­
cho A dm inistrativo, la posibilidad de ratificar lo actuado por el Vicepresi-

282
dente Ejecutivo de la Corporación de Fomento, antes de obtener el acuerdo
del Consejo de la Corporación, organismo com petente para perfeccionar las
operaciones de que se trata. Al efecto transcribe párrafos del Inform e en
Derecho, preparado por la Fiscalía de la Corporación, que el C ontralor tuvo
a la vista. Dice, en lo pertinente, el referido inform e en Derecho: ,TPara evi­
tar trastornos y males que pudieran producir actuaciones lentas e intem pes­
tivas, muchas veces funcionarios, agentes u órganos que —dentro de un mis­
mo Servicio y con el objeto de cum plir fines que les Son propios— no tienen
facultades explícitas para realizar determ inados actos, los ejecutan, empero,
con el sano y deliberado propósito de superar una emergencia, de finiquitar
una situación que no adm ite espera. Q uien actúa en esta form a está come­
tiendo una irregularidad desde el punto de vista conceptual y creando con
ello un problem a o cuestión de competencia puram ente interna, que por no
constituir un vicio de fondo que afecte a la legitim idad misma del acto,
puede subsanarse a posteriori, por otro em anado de la autoridad compe­
ten te. . . ”. Agrega que “esto es, precisamente, lo que ha ocurrido en la c o r f o
con m ucha frecuencia'. Motivos superiores de interés nacional y /o externos,
instrucciones u órdenes perentorias y urgentes del Supremo Gobierno para
realizar un determ inado cometido o la necesidad im postergable de concretar
cierto negocio jurídico que interesa al organismo, dejarían de atenderse o
formalizarse si hubiere que aguardar un pronunciam iento previo del Con­
sejo, el que para reunirse con el quorum legal y estar en condiciones de
resolver sobre el caso específico que se le somete necesita de una convoca­
toria y de un lapso prudencial cuando logra sésionar válidam ente a la p ri­
m era citación”.
“En situaciones como las señaladas, el Vicepresidente Ejecutivo —que
tiene la representación legal de c o r f o y es, de hecho, coadm inistrador de
la misma ju n to con el Consejo— en uso de las facultades implícitas que le
confiere el artículo 17 letra e) del Decreto Supremo N ° 360 de 1945 (Regla­
m ento General de c o r f o ) tom a la iniciativa de llevar a la práctica, sin
mayor demora, el acto, hecho, cometido o negocio que es preciso finiquitar,
en el bien entendido de que sus actuaciones están claram ente comprendidas
dentro de los fines u objetivos del Servicio y de que serán ratificadas a pos­
teriori por el órgano superior y de indiscutible competencia que es el Con­
sejo (o Comité Ejecutivo en su caso)”.
Sobre la base de estos antecedentes, el C ontralor G eneral de la R epú­
blica, acogiendo en form a im plícita esta y otras de las argum entaciones de
la Fiscalía de la Corporación de Fomento, situó el problem a jurídico en la
posibilidad de ratificar el acto realizado por el Vicepresidente Ejecutivo, la
que a la luz de la doctrina y de la propia jurisprudencia de la C ontraloría,
que en el dictam en se menciona, es clara. En estas circunstancias, el dicta­
m en aludido concluye que “la nulidad en el Derecho Público se rige por
norm as constitucionales y legales distintas del Código Civil que en el ám­
bito adm inistrativo interno, las causales de irregularidad de un acto dictado
por una autoridad adm inistrativa dan origen a la invalidación, teniendo esas
autoridades el deber de invalidar sus actos contrarios a derecho, que el vicio
de incom petencia interna puede ser regularizado m ediante la convalidación
que es un vehículo de regularización jurídica que sanea el vicio de incom­
petencia que, p o r últim o y con los antecedentes tenidos a la vista, cabe con­
siderar que la operación de com pra de acciones bancarias dispuesta por un
órgano incom petente (Vicepresidente Ejecutivo de la Corporación de Fo­
m ento de la Producción) y luego convalidado por el órgano respectivo —Con­
sejo de ese organism o— implica sanear el acto prim itivo, el que debe tenerse
por legítim o”.

283
De esta forma, y de m anera definitiva, se ponía térm ino a la discusión
respecto de la legalidad de los actos realizados por el Vicepresidente Ejecu­
tivo de la Corporación de Fomento, en cum plim iento de los planes de Go­
bierno, tanto desde el punto de vista formal, cuanto desde el punto de vista
de fondo, ya que im plícitam ente aceptaba que la operación de compra de
acciones bancarias quedaba com prendida dentro de las funciones propias
de la Corporación.
La Comisión Investigadora de la Cám ara de D iputados, con am plia m a­
yoría de oposición, concluyó su labor declarando que había com probado
“una confabulación (sic) de organismos públicos dependientes del Gobierno,
para producir o al menos facilitar la ’e statización de la banca privada, me­
diante la compra de acciones bancarias con el evidente propósito de sustraer
del Congreso la resolución de esta m ateria que —en conform idad al régim en
jurídico im perante— debe ser m ateria de ley”. T an to la composición de la
Comisión como el tono de su resolución le restan toda validez al análisis
que hicieran del punto. A juicio de la citada Comisión Investigadora, las
actuaciones de la Corporación de Fom ento y demás organismos infringen
disposiciones de la Ley N'-’ 13.305. La C ám ara de D iputados, por su parte,
aprobó estas conclusiones y acordó solicitar un pronunciam iento de la Co­
misión A ntim onopolios sobre la posible infracción a las norm as de la Ley
N ° 13.305.

7.—Es ésta la últim a de las objeciones que los grupos afectados por la
decisión del Gobierno de estatizar la banca plantearon en relación con una
supuesta infracción a las disposiciones de la Ley N? 13.305 que establecen
norm as para fom entar la libre competencia, vulgarm ente antimonopolios.
En el seno de la Comisión Investigadora de la Cám ara de D iputados
prim ó la opinión del diputado señor Gustavo Alessandri, quien trajo a
debate el punto al sostener que las actuaciones de la C orporación de Fo­
m ento vulneraban los preceptos del T ítu lo V de la Ley N? 13.305. O pinión
que la propia Cám ara de D iputados aceptó, acordando req u erir a la Comi­
sión A ntim onopolios para que se pronunciara acerca de si dichas operacio­
nes de com pra de acciones infringían las disposiciones de la Ley N® 13.305.
Finalm ente, don Eduardo Vial Cox, en ejercicio de la acción pública que
le confiere la ley, planteó una nueva denuncia, en la que solicita se declare
el carácter ilícito de los hechos denunciados, se deje sin efecto los ya reali­
zados, se apliquen m ultas y demás sanciones a los responsables y se requiera
el ejercicio de la acción penal.
De conform idad con el procedim iento establecido para el conocimien­
to de las denuncias form uladas ante la Comisión Antim onopolios, se solici­
tó inform e al Fiscal de la misma, el que en un largo inform e, luego de ana­
lizar los requerim ientos a que se ha hecho referencia, las disposiciones de la
Ley N<? 13.305, la historia del establecimiento de ella y otros documentos
allegados al proceso, concluye que “no ha encontrado en la Ley Orgánica de
la Corporación de Fomento de la Producción ni en ninguna otra, ni en re­
glam ento alguno, facultad ninguna de dicha Corporación para constituir
monopolios, ni tampoco ha encontrado ley alguna que faculte a ninguna
autoridad para establecer el m onopolio bancario”. Y agrega que “como los
hechos denunciados, según se ha visto, son idóneos para constituir u n m ono­
polio respecto de la banca, como este propósito ha sido m anifestado p ú b li­
ca y oficialm ente y finalm ente, como no existe ninguna disposición legal de
ninguna fecha, ni reglam entaria anterior al 6 de abril de 1959 que justifi­
que o legitim e tales actos de m onopolio” . . . “estima que debe acogerse en
todas sus partes la denuncia de don Eduardo Vial Cox y las conclusiones del

284
M em orándum del H. D iputado don Gustavo Alessandri Valdés, acom paña­
do con el requerim iento de la H. Cámara, y declarar que la com pra de ac­
ciones bancarias efectuada por la Corporación de Fomento, a p artir desde
el 11 de enero últim o, es contraria al T ítu lo V de la Ley N? 13.305 y debe
ser dejada sin efecto, en todas sus partes”.
Evacuado el inform e del Fiscal, se dio conocimiento del mismo a las
Instituciones, afectadas, esto es, la Corporación de Fomento, el Banco Cen­
tral y el Banco del Estado de Chile. Estas instituciones en conjunto, form u­
laron observaciones a dicho informe, en un escrito que contem pla diversas
argumentaciones, a las cuales nos referiremos brevemente.
En prim er térm ino, sostuvieron las Instituciones afectadas que la Comi­
sión A ntim onopolios carecía de jurisdicción para conocer de estos hechos,
por cuanto se trataba de actos efectuados por el Poder Ejecutivo
y diversos organismos del Estado que ordenaban y cum plían una
política económica que les compete en forma exclusiva. Sostienen,
a este respecto, que “m ediante las denuncias de que conoce la Comisión se
pretende someter al juzgam iento del Poder Judicial una política general de
orden económico y financiero del Gobierno elegido dem ocráticam ente y en
cum plim iento de su program a aprobado por la ciudadanía al elegirlo”.
Agregan: “no se trata, por tanto, de someter a juicio un conflicto específico
de contenido patronal. Tam poco se trata del conflicto de un particular afec­
tado económicamente con la decisión de una autoridad adm inistrativa to­
mado en un asunto de que ha conocido —conflicto contencioso adm inistrati­
vo— para lo cual sería com petente el T rib u n a l instituido en el artículo 87
de la Constitución Política del Estado”.
En seguida, el mismo escrito argum enta que la Comisión A ntim onopo­
lios es incom petente para conocer de actos que se refieren a la legislación
bancaria, puesto que de acuerdo con lo prescrito en el artículo 181 inciso
prim ero de la Ley N- 13.305, los preceptos del T ítu lo V no se aplican a la
organización y funcionam iento de las empresas bancarias. Señalan sobre es­
te p articular que “al prescribirse en el inciso citado que, no obstante los
preceptos del T ítu lo V, continuarán vigentes en todas sus partes las dispo­
siciones legales y reglam entarias relativas a las empresas bancarias, la crea­
ción y organización de dichas empresas sobre la base de sociedades anóni­
mas, supervigiladas y controladas por la Superintendencia de Bancos, se re­
girá exclusivamente por dichas leyes y reglamentos. Así, cada vez que haya
que determ inar quiénes puedan adquirir, conservar y vender acciones ban­
carias, el núm ero de acciones que pueda tener cada persona, el núm ero de
accionistas que puedan crear un Banco, el núm ero de Directores que deban
form ar su Directorio, el m onto total o individual de los créditos, el m onto
de las colocaciones en relación con el capital, ya sea de la empresa bancaria
o del deudor, etc., no puede recurrirse a las norm as del T ítu lo V, por ex­
preso m andato legal”.
Por consiguiente, estiman las Instituciones afectadas que la Comisión
“carece de competencia para entrar a conocer y juzgar los actos relativos a
venta, adquisición y dom inio de las acciones bancarias, ya que dichos actos
solo están sometidos al control de la Superintendencia de B an co s.. . ” Lue­
go, en el escrito que se comenta, m anifiestan que no existe infracción a las
norm as del T ítu lo V de la Ley N? 13.305, puestó que ninguno de esos pre­
ceptos es aplicable al Estado, a sus Organismos y a las actividades que uno
y otro desarrollan en conjunto o separadam ente, para, en seguida, hacerse
cargo de las argum entaciones del Fiscal de la Comisión en orden a que las
operaciones realizadas son medios idóneos para constituir monopolios. Ex­
presan, a este respecto, que la com pra de acciones por parte de la C orpora­

285
ción de Fom ento no tiene otro efecto que convertir al adquiriente en accio­
nista de la o de las empresas cuyo capital está representado por esos títulos.
En consecuencia, agregan, el hecho de que la Corporación de Fom ento po­
sea un porcentaje im portante de acciones dentro del sistema bancario, no
puede considerarse, bajo ningún respecto, como un arbitrio tendiente a eli­
m inar la libre com petencia en las actividades bancarias del país, porque di­
cha participación como accionista no cambia la estructura jurídica de los
Bancos; porque la Corporación de Fom ento no puede legalm ente efectuar
depósitos de esos Bancos, por lo cual jam ás podrá obtener créditos para sí;
porque los Bancos deberán continuar operando en la misma form a que lo
hacían antes, esto es, sujetos al. control y directivas de la Superintendencia
de Bancos y el Banco C entral de Chile; porque los préstamos que otorguen
se orientarán al fom ento de la producción del país, para cum plir con lo es­
tablecido en la Ley General de Bancos y finalm ente, porque subsiste la fa­
cultad de los particulares para organizar empresas bancarias.
Más adelante, se sostiene que la Corporación de Fom ento de la Pro­
ducción y sus filiales están excluidas de la aplicación de las disposiciones
del T ítu lo V de la Ley N? 13.305, ya que así quedó constancia en la histo­
ria de la Ley al suprim irse una disposición aprobada por la Cám ara de D i­
putados que exceptuaba expresam ente a las sociedades en que la C orpora­
ción de Fom ento pudiere o llegare a tener más del 50% del capital. Esta
disposición fue suprim ida por cuanto era innecesaria. Finalm ente, luego de
analizar detalladam ente la historia de la Ley N? 13.305, y de analizar el
alcance del artículo 181 de la misma Ley, la Corporación de Fomento, el
Banco C entral y el Banco del Estado de Chile, concluyen solicitando de la
Comisión el rechazo de todas las denuncias de que conoce.
Del mismo modo, el Consejo de Defensa del Estado —Organismo for­
m ado por profesionales de los más diversos credos políticos—, rechazó, por
am plia mayoría, el inform e del Fiscal de la Comisión Antim onopolios, se­
ñalando su criterio en orden a que la Comisión carece de atribuciones para
pronunciarse acerca de esta operación.

8.—Sobre la base de los antecedentes relacionados, la Comisión A ntim o­


nopolios —form ada por un M inistro de la Corte Suprema; el Superinten­
dente de Sociedades Anónim as y el Superintendente de Bancos— dictó su
fallo, concluyendo que la Comisión carece en absoluto de jurisdicción para
conocer y fallar la denuncia sometida a su conocimiento; que se declara in­
com petente para pronunciarse sobreT los hechos m ateria de este proceso, por
lo que no le cabe pronunciam iento sobre las demás alegaciones hechas va­
ler y expuestas en la causa.
El fallo se acordó contra la opinión del vocal M inistro de la Corte Su­
prem a señor Rivas, el que estuvo por resolver que la Comisión es la llam a­
da a conocer y fallar de los reclamos que se han propuesto relativam ente
con la adquisición de acciones bancarias por parte de la Corporación de Fo­
m ento. La m ayoría del T rib u n a l fundam entó su resolución en el distingo
entre “actos de G obierno” y “actos adm inistrativos”, entendiendo por los
prim eros aquellos que están “encaminados a la dirección y ejecución de po­
líticas determ inadas del Estado, que corresponde a la función social de im­
perio jurídico, a la práctica ejecución de las leyes y a la condensación de
la opinión pública” . . . Luego, recuerda que “los actos denunciados tuvie­
ron su origen en una orden dada públicam ente por el Jefe del Estado con
la que definió y señaló las pautas a que se ajustarían las diversas Institucio­
nes del Estado para efectuar la com pra de acciones de los Bancos privados
en una perspectiva destinada a la fu tu ra estatización de ellos, m edida que

286
por otra parte estaba claram ente expresada en su program a de G obernan­
te”. Sobre la base de estos argumentos, señala que “los actos ejecutados por
el Presidente de la R epública como representante del Poder Ejecutivo no
pueden ser revisados por el Poder Judicial en virtud del principio de la
separación de los poderes del Estado” . . . “y que la doctrina sobre los actos
de G obierno expresam ente señala que tales actos no son revisables por los
T ribunales de j u s t i c i a .. . ”.
9.—De este fallo, el denunciante señor Cox recurrió de reclam ación an­
te la Corte Suprema, T rib u n a l que, hasta la fecha, no se ha pronunciado
al respecto.

10.—Perdidas las distintas batallas que en el terreno jurídico pretendie­


ro n p lantear los grupos económicos afectados por las medidas del G obier­
no, movilizaron las fuerzas políticas representadas en el Parlam ento, las que
presentaron un Proyecto de R eform a C onstitucional que exigía una dispo­
sición legal expresa para el traspaso de empresas desde el área privada al
área social o m ixta. Al mismo tiem po declaraba nulas todas las operaciones
realizadas por el Estado, destinadas a la adquisición de acciones, derechos
o cuotas en sociedades o comunidades, a p artir del 14 de octubre de 1971,
fecha de presentación de dicho Proyecto. Esta iniciación se presentó en. los
mismos m om entos en que el Ejecutivo, cum pliendo con lo prom etido a la
opinión pública y recogiendo la experiencia del prim er año de Gobierno,
sometía a la consideración del Parlam ento el Proyecto que definía las áreas
de propiedad.
El Proyecto de Reform a C onstitucional fue despachado por el Congre­
so Nacional, lim itando gravem ente las atribuciones del Ejecutivo en m ate­
ria económica, por lo que fue ve.tado por el Presidente de la República, ve­
to que se encuentra en trám ite en el Congreso Nacional.

11.—El análisis de los antecedentes jurídicos del proceso de nacionaliza­


ción bancaria, m ateria de este artículo, dem uestra cómo un adecuado apro­
vecham iento de la legislación vigente ha perm itido al Gobierno de la U ni­
dad P opular avanzar en el camino de transición al socialismo. Y lo que es
más im portante, cómo este avance se ha hecho con un costo social mínim o,
sujetándose plenam ente a las norm as del Estado de Derecho im puesto por
la sociedad capitalista.
No obstante que los intereses oligárquicos se jugaron con todas las ar­
mas —lícitas e ilícitas— en definitiva han sido derrotados. H an perdido to­
das y cada una de las batallas jurídicas que intentaron y hoy, con la sola
excepción de dos Bancos nacionales y 4 Bancos Regionales, la totalidad del
sistema bancario cuenta con m ayoría de Directores estatales.
Se acusó al Gobierno de pagar precios discrim inatorios; luego se hizo
cam paña para desalentar la venta de acciones con diversos pretextos. Los
grupos dom inantes se han erigido en defensores de los pequeños accionis­
tas, a los que p or años de años, explotaron con baja rentabilidad y con la
desvalorización sistemática de sus valores, usando en su beneficio el control
de los bancos.
Sin embargo, queda un hecho en pie. Todas las acusaciones fueron de­
sestimadas y el balance definitivo indica que otro instrum ento im portante de
conducción económica está al servicio del interés público superior, de los
trabajadores y de la gran mayoría de los empresarios. La política crediticia
ha pasado a ser un mecanismo esencial de apoyo a la pequeña y m ediana
empresa y de im pulso a la política económica general del Gobierno de la
U nidad Popular.

287
T E R C E R A SECC ION

EL DELITO Y SU SANCION
Derechos humanos y Derecho Penal

S e r g io P o l it o f f
J uan B ustos

J orge M era

I. D ER EC H O PENAL Y DERECHOS HUM ANOS DEL D E L IN C U E N T E

No es por azar, desde luego, ni por pedantería sistemática, que los juristas
burgueses se em peñan en m antener el concepto de derechos húm anos (“de
todos los hombres y para todos los tiem pos”), esto es, los llamados derechos
civiles y políticos, bien separados y distintos de los derechos económicos,
sociales y culturales 1. A quella noción de derechos hum anos daría conteni­
do a la esfera de libertad del individuo frente al Estado o, para decirlo sin
eufemismos, a la esfera de incolum idad de la propiedad privada, de donde
emerge la capacidad de m anipulación sobre los demás hombres por parte
de quienes detentan la propiedad de los medios de producción.
La revolución chilena, sin renunciar a las conquistas en el plano de
los derechos civiles, no se lim ita a im pugnar la discrim inación capitalista
hacia los derechos sociales, sino que coloca a estos últim os como presupues­
to y garantía de la efectiva realización de aquéllos. El proceso ele control
y participación de los trabajadores y ciudadanos, en todos los niveles de las
actividades productivas, adm inistrativas y de dirección de la vida social y
economía, abre un ancho cauce hacia el lúcido ejercicio de los derechos
democráticos y posibilita la creciente desalienación del individuo abrum ado,
desorientado y solitario de hoy, inmerso en la inseguridad y en la apología
del lucro.
Las condiciones de vida en la sociedad capitalista son tales que hacen
de la alienación del ser hum ano una regularidad 2. Al decir de Lekschas,
en la misma m edida en que la m oral y las normas jurídicas portan consigo
los antagonismos y lás contradicciones de la sociedad fundada en la explo­
tación, en este “derecho y m oral tienen la función de hacer pasar lo inna­
tural por natu ral y por la ética más elevada”. De ahí que no haya valor al­
guno en “el rudo clim a” de la vida económica que pueda subordinar el de
la “caza en pos del lucro”.
Si en el plano objetivo la fundam ental causa de la crim inalidad reside
en las contradicciones antagónicas entre el individuo y la sociedad, en el

1 Cfr. B ern h ard G raefrath , D ie w irtschaftlichen, sozialen and k ulturellen M enschenrechte in der
D entschen D em okratischen R e p u b lick, B erlín , 1970.
2 Cfr. JO H N LEKSCHAS, Studien zur Beiuegung der Jugendkrim inalitat in D eutschland u nd zu
ihren Ursachen, en la obra colectiva ST U D IEN ZU R JU G E N D K R IM A N IL IT A T , STAATSVERLAG
D ER D EU TSC H EN D EM O K RA TISC H EN R E PU B L IK , Berlín, 1965.

291
plano subjetivo tiene a lo menos dos m odalidades definidas, que pueden,
en últim o térm ino, ser referidas a la alienación y a la “ceguera social”.
Las fáciles fórmulas, en boga en la demagogia y el diletantism o crim ino­
lógico, que se expresan en el slogan, “crim inalidad igual subdesarrollo”,
prescinden de la “in n atu ralid ad ” radical de todo el sistema, en los países
pobres y en los países ricos, cuando las leyes de la explotación, de la alie­
nación y de la hegemonía del lucro, enfrentan despiadadam ente al indivi­
duo con una sociedad que les es ajena. No de otro modo se explica la som­
bría confesión de Dickopf en la sesión 109 de la Comisión de Asuntos In ­
ternos del Bundestag, de 24 de octubre de 1968, en el sentido que Alem ania
Occidental “u n día será un pueblo de crim ínales”.
En un caso, la “ceguera social” del individuo tiene su expresión en una
salida anárquia y bárbara, desesperada e ilegal, como dice Lekschas, “para
sí y contra los demás” 3. Todo lo que hay de im portancia, de desesperanza
y falta de perspectiva en la sociedad de explotación del hom bre por el hom ­
bre im pone su sello a esta clase de delincuentes. O tras variantes correspon­
den a individuos entregados al proceso general de desmoralización y corrup­
ción inherente a las relaciones de producción capitalista, de tal suerte que
hay aquí otra form a de “ceguera social”, no ya como una protesta desespe­
rada, sino que se expresa a través de la captación por los desvalores del
sistema.
Esta raíz subjetiva de la crim inalidad, consistente en la ceguera del
individuo respecto de las leyes que rigen la vida social, explica, al decir de
Lekschas, que, aun bajo la presión de las condiciones de vida de la socie­
dad de explotación, en sus formas más duras e implacables, la clase obrera
organizada, particularm ente en la form a de sus partidos revolucionarios, se
libere de la seducción de la crim inalidad. Al egocentrismo el m ovimiento
obrero revolucionario opone la conciencia de las leyes del desarrollo social.
U na sociedad que destierra progresivam ente el individualism o, el egoís­
mo, el egocentrismo y la ceguera social, juntam ente con la elim inación de
las condiciones objetivas en que se cim enta la crim inalidad, podrá propo­
nerse como m eta el desaparecim iento del delito, cuya subsistencia, aunque
en una gradual disminución, como m uestran elocuentem ente las estadísti­
cas 4, corresponde al rudim ento del pasado; restos que perm anecen todavía
en el pensamiento, los hábitos y el com portam iento de las personas, sin con­
ta r el influjo del m undo capitalista circundante. Las microrrelaciones, p ar­
ticularm ente las que se derivan del grupo fam iliar y del empleo del tiem po
libre, juegan aquí un papel decisivo en la conservación de la ideología
burguesa.
Las expresiones de las diversas teorías criminológicas que prescinden,
en el ám bito de la sociedad de explotación y aun en la sociedad de tránsito
hacia el socialismo, de las condiciones m ateriales (antagonism o de clase, ne­
cesidad y miseria de las masas), así como de los factores subjetivos (“guerra
social de todos contra todos”, miedo a la existencia, desmoralización y ena­
jenación), no logran sino dar vueltas en torno a un problem a insoluble, co­
mo el asno en torno a la noria.
Siendo el delito una enferm edad social que tiene u n a explicación cau­
sal, científica, ¿por qué todos los burguesfes que han exam inado el delito no
han sido capaces de localizar la fuente de la infección? Porque esta gente
ha de aplicarse a sí misma las palabras de Herzen; “Nosotros no somos los
doctores, somos la enferm edad”.

3 IDEM .
4 C fr. W ilfried Friebel, K urt M anecke y W alter O rschekowski,, Gezvalt- und Sexualkrim inalitat,
Staatsverlag der D D R, B erlín 1970, p. 8.

292
Los llamados derechos civiles y políticos en el ám bito del derecho pe­
nal burgués, aunque en nada desdeñables por lo que contienen, especial­
m ente en el plano de las garantías procesales, como fruto de las luchas h u ­
manistas libradas d u ran te siglos contra la crueldad y prepotencia del apa­
rato represivo del Estado, muy poco significan en el sentido más profundo
de ofrecer al individuo otras alternativas que el delito y la alienación en
una sociedad hostil. Los derechos hum anos, entendidos al modo de la socie­
dad de explotación, son una fnínim a concesión piadosa que no se opone,
sino que al revés, tiene como supuesto la pregunta de Caín: ¿Soy acaso el
guardián de mi hermano? Un desvalido puede m orir de ham bre en la puer­
ta de una panadería y el panadero no comete delito alguno. Ambos tienen
un ám bito de derechos políticos, entre los cuales están los de votar y ser ele­
gidos y tam bién el de que nadie puede ser condenado por un hecho que no
está descrito como delito. El hom icidio por omisión, del mismo modo que
el abandono de personas desvalidas, sólo se castigan cuando el actor es guar­
dián de la víctima.
Derechos políticos y civiles que llevaron al bueno de Dorado M ontero
a sostener que el Derecho Penal debería denom inarse “Derecho Protector
de los delincuentes”, carecen de otro alcance que no sea el m ínim o del m í­
nim o para una sociedad que se esmera en no revelar su imagen de sociedad
de lobos, en guerra social de los unos contra los otros. Pero como decía Car­
los M arx en uno de sus escritos juveniles: “El castrado es una persona im­
perfecta aunque tenga bonita voz”.
En las condiciones especiales del Gobierno de -la U nidad P opular en
Chile, no debe exasperarse el “hum anitarism o” y la Comprensión hacia los
delincuentes y el lumpcn-proletariado en general, a través de diversas inicia­
tivas fundadas en la buena voluntal, pero desprovistas de una com prensión
científica de las condiciones objetivas y subjetivas de la crim inalidad en la
sociedad de explotación y en la sociedad de tránsito. Es bien sabido que el
sector que sufre en forma más brutal la agresión bárbara y anárquica de los
delincuentes está compuesto precisam ente por los pobres, los más desampa­
rados, los habitantes de las poblaciones marginales, los que no están prote­
gidos en sus casas por gruesas verjas y otros resguardos, sin contar el copio­
so dispositivo de abogados diligentes y jueces comprensivos con que la socie­
dad de la libre iniciativa cuida la integridad de sus dilectos grupos hege-
mónicos.
En tales condiciones la pregunta actual sobre los derechos hum anos y
el derecho penal no puede desembocar en bruscas innovaciones rotundas y
mucho menos en un afiebrado hum anitarism o que vaya más allá de las tra­
dicionales garantías liberal-burguesas.
Algo muy diverso es que la participación popular en todos los niveles
en el marco del proceso hacia la nueva sociedad sin clases, lleve consigo
tam bién, ju n to al emerger de los nuevos derechos sociales, la superación
gradual del delito como un asunto que no se ventila entre el juez y el de­
lincuente, ante una sociedad enajenada, sino como un problem a que con­
cierne a todos resolver y prevenir.
En el ám bito puram ente jurídico, el individuo aparece colocado, en
la sociedad capitalista, todo a lo más, como destinatario inerte de las normas,
a cuya conformación es com pletam ente ajeno. En el plano social y puesto
que el entero sistema reposa en la ficción de la coordinación de libertades,
ese destinatario de los preceptos jurídicos no puede sino reaccionar de m a­
nera toscamente desigual frente al m andato abstracto, creando un régim en
norm al de transgresiones que ha llevado a los juristas a profetizar para el
delito un carácter ineluctable y fatalista, “ligado a la naturaleza hum ana”,

293
inseparable del individuo como la enferm edad y la m uerte. El concepto pe­
simista, que encubre una suerte de fatalismo biológico social, no se desin­
teresa, por razones propedéuticas o, lo que es lo mismo, para no aparecer
demasiado descarado, del alma bienaventurada del delincuente, al que se
le espetan discursos sobre su m ala conciencia. La culpabilidad es —al decir
de Gallas— “reprochabilidad del hecho en cuanto m anifiesta una Gesin-
nu n g (un ánimo, un sentim iento), jurídicam ente desaprobada”. “Al desven­
turado le reprochamos su mala conciencia pese a que ella “está ligada a la
naturaleza hum ana” y ni siquiera “una ideal conformación de las relacio­
nes sociales” podría elim inarla. La buena conciencia del jurista desaprueba
la m ala conciencia del delincuente y con ello el derecho penal adquiere
respetabilidad y belleza” ®.
Este fatalismo no impide, sin embargo, que para los efectos de la per­
fección formal del sistema, la culpabilidad, concebida al modo del derecho
penal burgués, se funde, paradojalm ente, en la ilusión de que los hombres
son libres para determ inarse en conform idad con las normas jurídicas inde­
pendientem ente de su situación real en la sociedad. Y es a ese hom bre “li­
b re” al que se le reprocha su apartam iento de las prohibiciones. El derecho
penal burgués se encuentra puesto irrem isiblem ente en la contradicción de
castigar en defensa de la sociedad a aquellos precisam ente a los que la so­
ciedad no proporcionó los medios para m antenerse dentro de las exigencias
jurídicas. La defensa de la sociedad es el artilugio que se utiliza para en­
noblecer la defensa de los valores burgueses y el modo de vida burgués. En su
afán de hacer pasar lo in n atu ral por natural se afirm a que la prohibición pe­
nal trasunta los más elementales sentimientos de justicia y solidaridad, de suer­
te que los que la desafían se colocan al margen de los valores fundam entales y
desconocen la condición hum ana. T o d a esta mascarada, que se expresa de m a­
nera altisonante, esconde, en verdad, la realidad de que, en el sistema jurídico
burgués, la sanción penal refleja intereses que no son los de la sociedad sino
que los de una clase de la sociedad. La sanción penal aparece así como la
culm inación de la opresión de una clase por otra clase. T ras una respetable
fachada de instituciones democráticas, cloncle, teóricamente, se garantiza la
igualdad de posibilielaeles, se oculta, en verdad, la violencia de u n sistema
injusto que crea y m antiene las condiciones de su autoconservación. D entro
de este sistema los derechos humanos, nada tienen en común con la idea de
la determ inación consciente y la opción entre alternativas conocidas, reales
y posibles, sino que significan solamente la ficción ele que el explotaelo y el
explotador son igualm ente libres.
U n viejo jurista prusiano, no muy dado a los raptos ele hum or, tuvo
razón, sin embargo, en no poca medida, cuando escribió que “el derecho pe­
nal no le toca al delincuente un pelo”. De ahí que el énfasis aparezca pues­
to, generalm ente, cuando se piensa en las relaciones entre derechos civiles
y derecho punitivo, dentro del marco ele la socieelael liberal-burguesa, en es­
pecial sobre las garantías políticas y procesales. El concepto penal sustan­
tivo de la exigencia de culpabilidad sirve apenas para excluir la responsa­
bilidad puram ente objetiva, ya que la libertad m oral aparece concebiela con
independencia ele las posibilidades que el individuo haya recibido de la so­
ciedad para com portarse de un modo que no sea hostil a las normas.
En el ám bito de una socieelael socialista, empero, la necesidad ele un
concepto de culpabilidad, se transform a en presupuesto de la autoeducación
y readaptación del infractor, ya que éste sólo puede reconocer el sentido

5 C fr. Sergio Politoff, E l N u evo Código Penal de la R epública Democrática Alem ana. Separata de la
Revista de Ciencias Penales, T om o X X IX , N? 1, Santiago 1970.

294
de la sanción cuando la pone en parangón con las posibilidades recibidas
de la propia sociedad, para un com portam iento conforme a las exigencias
sociales.
De este modo, la culpabilidad, como presupuesto de la ¡:>ena, pasa a
ser un auténtico derecho, en el plano de los derechos civiles; inseparable y
connatural a los derechos sociales, económicos y culturales, cuyo pleno ac­
ceso a todos los individuos autoriza y legitim a la pretensión de la sociedad
de que éstos se abstengan de realizar atentados antisociales.

II. D ER EC H O PENAL Y T U T E L A JU R ID IC A DE LOS DERECHOS


H UM ANOS

A hora bien, al plantearse de este m odo la culpabilidad, se hace necesaria una


revisión de todo lo que envuelve la posición que ocupa el individuo den­
tro de la sociedad y la interrelación que hay entre ambos. Tendrem os, en­
tonces, que reexam inar los conceptos de valor, desvalor, bien jurídico y, en
últim o térm ino, el concepto de antijuricidad.
T radicionalm ente se ha señalado que el Derecho Penal protege los in­
tereses fundam entales del individuo; la vida, la libertad, el honor, etc.,
y que justam ente su menoscabo es lo que se sanciona. La consideración de
estos intereses aparece fundam entada, ya en la razón, ya en la existencia de
un derecho más allá de la razón, base del derecho natural. T an to una como
otra visión escamotean un análisis histórico social del problem a y preten­
den que sólo se dé al nivel de la metafísica, esto es, de la fraseología abs­
tracta y sin contenido. Un estudio elem ental del tem a nos dem uestra que
no en todas las sociedades se concede protección a los mismos intereses y que
tampoco el orden jerárquico de éstos es igual. De una u otra m anera las
sociedades expresan su tutela de acuerdo a lo que interesa a las clases en
juego y, específicamente, a lo que interesa a la clase dom inante. Así en R o­
ma, la vida de los esclavos no tenía ninguna im portancia y en muchas so­
ciedades, aun actuales, la vida de los viejos tampoco la tiene, lo mismo que
en la Alem ania nacista no la tuvo la vida de los no arios. Esto mismo se
puede predicar respecto de cualquier otro interés que se considere funda­
m ental. Es decir, la calificación de interés o bien fundam ental de una socie­
dad no es dado a ésta, ni por la razón ni por lo que está más allá de la ra ­
zón, sino que tales intereses o bienes fundam entales surgen de la lucha so­
cial y del enfrentam iento de las clases en conflicto. Y esto no sólo en rela­
ción con los bienes o derechos que se protegen, sino tam bién en relación a
su ordenam iento jerárquico. Para ello valgan algunos ejemplos de nuestro
propio Código. Como se sabe, éste es un subproducto de la Revolución
Francesa y fundam entalm ente de todo el pensam iento hum anitario de ilu-
m inistas y racionalistas europeos, expresión por su parte de la lucha social
de los trabajadores y la burguesía en contra del feudalismo im perante, y en
que, en una prim era instancia, sus objetivos e intereses aparecieron con­
fundidos. De allí resultaron determ inados intereses amparados; la vida, la
libertad, el honor, la propiedad, etc. Los bienes fundam entales que se pro­
clam aron para todos los individuos eran su derecho a la vida y a la liber­
tad, expresión m áxim a de los derechos humanos. Sin embargo, si analiza­
mos nuestro Código con la perspectiva del correr de los años, vemos clara­
m ente una inversión en la escala de los valores: no son ya la vida y la liber­
tad los bienes fundam entales, aunque así se siga afirm ando, por considera­
ciones protocolares, sino la propiedad. El transcurso del tiem po separó cla­
ram ente los intereses y objetivos de clase; la burguesía plantea y lucha por

295
su dom inación y su propio esquema de la sociedad, el capitalismo, en el
cual desde un punto de vista de protección jurídica la propiedad reviste la
im portancia fundam ental. Y es por eso, entonces, que se aum enta en form a
abrum adora el núm ero de hechos castigados en relación con este bien y que
las penas adquieren un rigor extrem ado. La propiedad pasa a ser de facto
y de jure el bien más im portante y no, por cierto, en obedecim iento a los
dictados de la razón o el derecho natural. Es más; contra sus propias pro­
testas farisaicas, ya que para ofrecer una presentación decorosa al asunto tie­
nen que pedir prestado su pensam iento a autores que son expresión de otro
contexto social, en el cual se dio una lucha en com ún y, por tanto, con ob­
jetivos comunes, contra la clase entonces dom inante. Los derechos hum a­
nos surgen así, pues, dentro de un nuevo contexto; no son dados por nadie
ni establecidos por ningún ordenam iento jurídico, sino que son el produc­
to de la lucha de las clases explotadas en contra de las explotadoras. C ual­
quiera otra aseveración nos lleva a plantearnos en un esquema formal, abs­
tracto y en últim o térm ino irreal, campo propicio para la metafísica idea­
lista o escolástica.
Así analizados los bienes jurídicos, tam bién resulta diferente el análisis
que es preciso hacer respecto al rol que desempeñen dentro del ordenam ien­
to social y, por tanto, precisar desde este punto de vista el fundam ento de
la pena. Se señala por los autores que como todo bien jurídico es funda­
m ental para la sociedad, el m antenim iento de su iiicolum idad es un valor
y, por tanto, su menoscabo un clesvalor. Otros agregan, con razón, que no
sólo es un valor el m antenim iento de su incolum idad, sino que tam bién el
hecho que los individuos con sus conductas m anifiesten su respeto por esa
incolum idad. Tendríam os, pues, que es un valor el m antenim iento de la
incolum idad de estos bienes y el hecho de que las conductas respeten tal
incolum idad; en el prim er caso valor de resultado —luego su correlato es
el desvalor de resultado— y en el segundo caso valor de acto —luego su corre­
lato es el clesvalor de acto. El fundam ento, pues, de la pena estaría, desde
este punto de vista, en la existencia de un desvalor en dos niveles: de acto
y de resultado.
Pero siguiendo con el análisis anterior habría que preguntarse si real­
m ente esto es tan verdadero. Es posible que si nos contentáram os con un
análisis formal y abstracto del problem a, pareciera así y hasta el problem a
podría darse por agotado. No obstante, un solo ejem plo de nuestro Código
es bastante expresivo para advertir que esto no es tan simple. Hemos dicho
que para nuestro Código la propiedad es el bien fundam ental, es decir, que
es el que recibe una m ayor protección y, por tanto, respecto de él la inten­
sidad del desvalor de resultado y de acto es mayor. Sin embargo, al leer el
Código observamos, por ejemplo, para tom ar el caso más obvio, que la pena
es insignificante cuando se afecta la propiedad inm ueble. En otros términos,
la usurpación tiene una pena ínfima. R esulta esto verdaderam ente contra­
dictorio y, desde un punto de vista m eram ente formal y abstracto, sin expli­
cación y un error garrafal del legislador, ya que no es bastante el argum ento
sobre las características particulares de los bienes afectados, en especial la
ausencia del riesgo de consumición o pérdida. El legislador se equivocó, se­
ría la respuesta. Pero, en verdad, la razón es otra: a la época de la dictación
de nuestro Código no se daba para la naciente burguesía terrateniente el
problem a de la ocupación de inmuebles. T odo lo contrario: era necesario
tener las manos libres, pues las tierras que había que ocupar pertenecían
a los indios y al Estado; defender ese tipo ele propiedad no tenía m ayor im­
portancia, pues ello iba en contra de los intereses de la clase que entraba
a dom inar. En cambio, sí se exigía el respeto a la propiedad m ueble y en

296
el caso de los animales en form a bastante dura, lo que no se puede explicar
sim plemente en forma abstracta y racional.
Luego, ¿hasta dónde es válido h ablar de desvalor de acto y desvalor de
resultado, cuando nos encontramos con estas contradicciones internas, que
nos im piden explicar de modo satisfactorio el problem a desde un punto de
vista m eram ente formal?
Si nos detenemos en el ejemplo anterior y analizamos el tema tal como
lo enunciáramos, esto es, desde u n punto de vista histórico social, debe con­
venirse en que tanto desvalor de resultado como de acto son sólo momentos
de una unidad estructural mayor y de ahí que jueguen esas contradicciones.
E n verdad, lo que interesa es el m antenim iento de determ inadas relaciones
sociales y allí quedan enclavados los bienes jurídicos y los-valores y desvalo­
res señalados. Lo que interesa exclusivamente es la posición de los indivi­
duos dentro de esas relaciones sociales; de lo que se trata es, pues, de m an
tener a los individuos dentro de una determ inada posición. Esto se encubre
con las ideas de valor y desvalor de acto y resultado; pero las propias con­
tradicciones internas nos revelan que se trata de simples esquemas formales
para escamotear la realidad. El valor o desvalor, en todo caso, no sería de
acto o de resultado sino de relación social, pues son éstas las que dentro
de la dinám ica de la sociedad hacen surgir y cam biar los intereses y bienes
comprometidos. Y como dentro de la relación social es el hom bre el que
las mueve, se trata, pues, en últim o térm ino, del hom bre, pero del hom bre
particular y concreto dentro de una relación social dada. Allí, pues, se le
trata de encerrar y detener m ediante esquemas formales. La sociedad b u r­
guesa, pues, in ten ta que las relaciones 'sociales se den de un m odo determ i­
nado y que dentro de ellas el trabajador m antenga su posición de depen­
dencia y dom inación por parte del capitalista. La antijuricidad como aspecto
fundam ental de la cuestión de la culpabilidad nos revela que en esto no
está en juego sólo la concepción que se tenga sobre el delincuente y de sus
derechos como hom bre, sino tam bién está en juego la posición de toda una
clase y sus derechos.
El avance hacia una nueva sociedad, en que, para em plear las palabras
del propio M arx, cada cual reciba “el m argen social necesario para exterio­
rizar de un modo esencial su vida”, esto es, el m argen necesario para que
el interés privado coincida con el interés hum ano, no puede ser caracterizado
sólo por la irrupción de nuevos intereses que se sustituyen a los antiguos y
por una nueva definición de lo que es socialmente dañoso, La posición del
trabajador como protagonista y no como objeto, colocado en una relación
de contradicción y superación creciente con respecto de la dom inación capi­
talista, lo que adquiere un carácter especialmente complicado y hasta flúido
en las condiciones de un proceso revolucionario como el que vive Chile, en
el marco de lo que se ha llam ado con razón el difícil camino de la legalidad,
significa, pues, el trastrueque del concepto tradicional de la antijuricidad
burguesa. Desde este punto de vista, el valor y el desvalor, referidos a la
relación social, conducen inevitablem ente y por la dinám ica del proceso a
una nueva juricidad, en que lo tutelado por el derecho penal y por el de­
recho en general, 110 será ya la posición subordinada del explotado respecto
de la hegemonía capitalista, apenas encubierta por el eufemismo de los dere­
chos humanos, sino la libertad del hom bre en arm onía y no en oposición
con el interés general.

297
El delito en una sociedad de clases

B er ta B ravo J.
L oreto H oecker P.
R oberto L ir a R.

Profesores e Investigadores del Instituto de Criminología


de la Fac. de Ciencias Jurídicas y Sociales, V. de Ch.

Colaboradores
C r is t ia n A lfaro M.
G io v a n n i P ie r a t t in n i -

1. M ARCO T E O R IC O GENERAL

U n problem a —cualquiera sea su índole— puede ser analizado y discutido


desde diferentes puntos de vista; es así que un tema como el que nos ocupa
puede ser desarrollado a p artir de distintos enfoques; policial, religioso, ju ­
dicial, anecdótico, etc. Es por esto que estimamos necesario explicitar que
nuestros planteam ientos serán realizados desde un ángulo criminológico.
A hora bien, ¿qué queremos decir con “enfoque crim inológico”? R esponder
esta interrogante implica realizar una caracterización de esta área del cono­
cimiento que es la Crim inología. La Crim inología, al igual que cualquier
otro tipo de conocimiento, presenta características diferentes de acuerdo al
tiem po y lugar en que se desarrolle. Así, en determ inadas épocas y en deter­
minados tipos de sociedad, el interés de la Crim inología se ha centrado en
el problem a del control del delito, en otros, en cambio, el centro de aten­
ción lo ha ocupado el sujeto que delinque y en otros el objeto de estudio
ha sido el delito mismo. De la misma m anera que el objeto de estudio, el
m étodo de la Crim inología está determ inado por el contexto general en que
se ubique esta disciplina; es por esto que en una época el m étodo no pudo
ser sino especulativo elucubrativo, y en otras, en cambio, busca la contrasta-
ción con la realidad. Es decir, el conocim iento criminológico no constituye
un ente aislado sino que una de las formas particulares en que se concre-
tizan las concepciones del hom bre y la sociedad vigentes en un determ inado
m om ento histórico, concepciones que —a su vez— surgen, se desarrollan y
se m antienen o desaparecen de acuerdo a las características que presenten
las condiciones de vida im perantes. Así, por ejemplo, cuando en la historia
de la Crim inología (en el siglo X V III) nos encontramos con el planteam iento
de que las conductas delictivas son producto del ejercicio de la libertad del
hom bre (el hom bre decide delinquir), vemos que tal postulado no tiene sen­
tido en sí, sino que aparece profundam ente enraizado en las concepciones
liberales que se extienden a todos los planos de la sociedad de esa época
(se postula la libertad en lo económico, lo político, en lo religioso, etc.).
Ahora bien, estas concepciones liberales que subyacen tras los planteam ien­
tos criminólogos enunciados, tampoco aparecen porque sí, sino que surgen
de lo que constituye la m édula de las condiciones de vida de ese momento,
esto es, la reacción contra el absolutismo. Se encuentra en formación una
nueva clase social, la burguesía, que para poder existir y desarrollarse como

298
tal necesita rom per los rígidos marcos impuestos por la m onarquía. \ e n s e
lucha con ella gesta —justam ente como un arm a de com bate— la idea de la
libertad en todos los planos: la libertad económica es im prescindible : i : :
la burguesía; se requiere poseer la libertad del comercio, pero elle nc es
posible si no se posee la libertad política, la cual a su vez para poder
efectiva debe term inar con el poder de carácter divino, etc. C uando esta
clase que esgrime las banderas de la libertad, igualdad y fraternidad lle^a
al poder y empieza a ejercerlo, se encuentra con situaciones que aparecer
como contradictorias con dichos principios, lo cual le obliga a hacer un ajus­
te en sus concepciones. Problemas como la miseria, la prostitución, la delin­
cuencia, etc., no se compadecen con un sistema en el que im pera la libertad,
la igualdad y la fraternidad, por lo tanto, se atribuye su existencia a falla;
de los sujetos, fallas que en algún momento se buscan en lo biológico, en
lo psiquiátrico o en lo psicológico, pero que en todo caso quedan dentro
del marco de lo individual y no cuestionan la sociedad misma. Aparece clara
entonces la relación de lo criminológico con el resto del conocimiento y del
conocimiento todo con la realidad, siempre ubicándose en un m om ento his­
tórico determ inado.
Por lo tanto, de acuerdo a lo expuesto, no basta con decir que nuestro
enfoque del tem a será el criminológico, ya que éste tendría un contenido
y un sentido diferentes de acuerdo a la época y lugar en que surja; tenemos,
por lo tanto, que aclarar cuál es el sentido de ese enfoque aquí y ahora.
El enfoque criminológico actual, el que nosotros sustentamos, deja de con­
siderar la realidad en forma parcelada. Ya no se estudia al delincuente inde­
pendientem ente del delito o de la sociedad; interesa el fenómeno delictivo
como un todo en el que juegan perm anentem ente tanto el delito como el
delincuente y la reacción social; a su vez, este m odo tampoco se cierra en sí
mismo sino que form a parte de un todo más general, más inclusivo, en la
m edida en que el fenómeno delictivo no es sino un producto más de las
relaciones que se establecen entre el hom bre y la sociedad. Ya no interesa
u na mera descripción de los hechos o la form ulación de teorías que sólo se
sustentan en la capacidad de elucubración de sus autores; se intenta buscar
explicaciones que sean capaces de superar lo aparente para ap u n tar real­
m ente a los mecanismos de fondo que dan cuenta del problem a, explicacio­
nes que em erjan del enfrentam iento del científico con su realidad tanto
práctica como teórica y cuyo criterio de verdad sea la perm anente contras-
tación con dicha realidad, explicaciones que en ningún caso tendrán un ca­
rácter absoluto, ya que tanto el pensam iento como los objetos sobre los cua­
les trabaja —en este caso el problem a delictivo— son procesos; no son cosas
acabadas y estáticas, ya no se concibe a la Crim inología como un quehacer
independiente sino como una práctica estrecham ente ligada y determ inada
p o r el marco general de interpretación de la realidad en que se sustente,
el cual le da una dirección y un sentido.
En síntesis, nuestro enfoque es el criminológico, esto significa que nos
interesa explicar el fenómeno delictivo concibiéndolo como una totalidad,
form ada tanto por el delito como por el delincuente y la reacción de la
sociedad, totalidad ésta que a su vez forma parte del todo social. Este enfo­
que, como cualquiera que tenga pretensiones científicas, no se plantea como
u na verdad absoluta y acabada sino como una etapa en el proceso del cono­
cimiento, etapa que se ha construido a través de la superación de los conoci­
mientos anteriores y que a su vez en algún m om ento pasará a constituir un
peldaño más desde el cual se dé un nuevo paso.
Por lo tanto, la criminología, al igual que otras ciencias, no escapa a la
regla general en su quehacer científico, estando orientada por determ inados

299
esquemas, teóricos, lógicos, filosóficos, cuya raíz es socio-histórica. En este
sentido, du rante muchos decenios se ha dado una lucha entre dos corrientes
de pensam iento contradictorias entre sí. Por un lado encontram os una serie
de escuelas (biológicas, psicológicas y psiquiátricas, fundam entalm ente) que
han centrado sus explicaciones del fenómeno delictivo en factores absoluta­
m ente individuales; el delito tendría su origen sea en taras físicas o psiquiá­
tricas de los individuos, sea en la natural expresión de los instintos del hom ­
bre, reprim idos por la vida social, “instintos de raíz biológica que de vez en
cuando irrum pen a través del control social’’.
A un cuando en esta línea de pensam iento se efectuaron numerosas in­
vestigaciones, ella no ha sido capaz de dar respuesta a una serie de inte­
rrogantes fundam entales y a los datos arrojados por las investigaciones he­
chas en otras líneas de trabajo: ¿Por qué en diferentes estructuras sociales
varía sustancialm ente la frecuencia en que se presentan casos de conductas
desviadas de tipo delictivo? ¿Cómo explicar el hecho de que estas desvia­
ciones adopten formas y pautas distintas en estructuras sociales y en distin­
tos momentos históricos dentro del desarrollo de una misma sociedad? ¿Cómo
explicar, por ejemplo, los datos que entregaron las escuelas ecológicas que
dem ostraban la presencia de sectores “crim inógenos”, con altas tasas delic­
tivas y de reincidencias?
A esta corriente de pensam iento que podríam os denom inar “individua­
lista” se opone una tendencia —compuesta por muy diversas escuelas— que
concibe la delincuencia como una realidad cuya raíz es esencialmente social.
N o obstante, expresarlo en estos térm inos globales resulta extrem adam ente
esquemático, ya que decir que un hecho es “social” no supone una nom en­
clatura homogénea; no supone que todos queramos significar lo mismo
cuando hablam os de lo social.
En el planteam iento de una escuela, el hom bre es form ado por su “am ­
biente social”, entendiendo por tal fundam entalm ente las relaciones del in­
dividuo con sus padres y grupos íntim os (especialmente las experiencias de
los prim eros años de vida). Estas relaciones darían cuenta de su delictividad
o conformismo social. No obstante, esta orientación en su esencia no difiere
de las otras escuelas individualistas en la m edida en que centra la explica­
ción del hecho en el propio sujeto, le interesa el am biente en relación al
individuo y desvinculado de la estructura social que lo genera.
Por otro lado, encontram os una serie de escuelas (sociológicas y antro­
pológicas en su mayoría) que entienden el delito como un hecho social, que­
riendo decir con ello que la delincuencia es una resultante de la estructura
del sistema social en que éste se da y buscan la explicación sea en factores
culturales y grupales (pandillas como generadoras de delincuencia, subcultu-
ras delictivas, conflictos culturales, etc.), sea en factores ecológicos (movi­
mientos migratorios, áreas criminógenas dentro de las ciudades, etc.) o en
otros factores sociales. Aun cuando esta línea de pensam iento dio lugar a n u ­
merosas y positivas investigaciones, sus explicaciones perm anecen a un nivel
causal inm ediato más que m ediato o sustancial, ya que en su mayoría tam ­
bién concibieron estos factores como generadores en sí de delincuencia, sin
establecer la relación entre tales factores y la estructura social como un todo
dinámico. De este modo, aun cuando existe una contradicción objetiva entre
esta concepción y las escuelas individualistas, finalm ente se pueden identi­
ficar en un aspecto fundam ental, en cuanto ambas han perm itido esconder
el papel de la estructura social como un todo y su dinámica, en relación al
delito.
Enfocando la búsqueda explicativa más allá de las apariencias, se ha
desarrollado lentam ente un enfoque teórico que plantea como una premisa

300
básica el origen esencialmente social cíe la delincuencia y que apunta a rela­
cionar ésta con los procesos fundam entales de la vida social, abandonando
la versión de la delincuencia como problem a de origen patológico (indivi­
dual o socialmente), o como un problem a de m arginación o tangencial a la
estructura social, y planteando que, a la inversa de lo que las apariencias
señalan, el fenóm eno delictivo es una parte constitutiva —una resultante y
un com ponente— de los procesos fundam entales de la vida social; una parte
intrínseca y característica del desarrollo norm al de la estructura de cada
sociedad.
Especificando aún más, podemos apreciar que habiendo cierto acuerdo
entre algunas escuelas respecto a la necesidad de relacionar el fenómeno de­
lictivo con los procesos sociales fundam entales, encontram os profundas dis­
crepancias en cuanto a marcos teóricos que se utilizan para d ar cuenta de
cuáles serían esos procesos sociales fundam entales que explicarían el carác­
ter y desarrollo de la delincuencia en las diferentes sociedades. Acorde al
marco general, los elementos básicos que definen una sociedad y explican
su desarrollo, estarían dados por un determ inado m odo de producción.

II. ANALISIS DEL FEN O M EN O D ELIC TIV O

Hemos planteado nuestra concepción general respecto al fenómeno delictivo


y la hemos ubicado en relación a las otras concepciones existentes; concep­
ción ésta que en lo básico plantea el fenómeno delictivo como un todo, como
un proceso estrecham ente vinculado y condicionado por los procesos sociales
fundam entales, entendiendo por tales los que dicen relación con un deter­
m inado m odo de producción. Analizaremos ahora la form a específica en que
se da esa relación general en cada uno de los aspectos m odulares que con­
form an el fenómeno delictivo; vale decir, nos interesa analizar la forma có­
mo se da la relación entre el delito y la estructura social; ubicar el delin­
cuente y las conductas delictivas en esa estructura y la reacción social en
relación a las ideologías y clases predom inantes. Como ya lo hemos afirm a­
do, este análisis adquiere su verdadero significado en relación al marco teó­
rico general que lo sustenta.

1. D elito, Derecho, Sociedad

El delito supone la trasgresión de norm as jurídicas que regulan la conducta


social a objeto de proteger ciertos valores. Estas norm as se expresan en de­
term inadas fórmulas normativas, cuya especificidad está dada por su perte­
nencia a un determ inado sistema o conjunto de normas, que configuran un
marco más am plio de regulación de las conductas y que denom inam os orden
jurídico o Derecho. La característica esencial de este conjunto de normas
que constituyen el Derecho, y que lo diferencia de los otros esquemas nor­
mativos, radica en el hecho de que su eficacia, es decir, su cum plim iento
o acatam iento, está reforzado por la existencia de una sanción externa e ins­
titucionalizada y cuya aplicación está garantizada por la coercibiliclad, es
decir por la amenaza o el uso que se haga de la fuerza.
A hora bien, dados la función ordenadora de la categoría delito y el
fundam ento de su especificidad, se hace necesario vincular el análisis y es­
tudio de este concepto al conjunto de norm as al cual pertenece. Aparece
claro que ocuparse de la categoría delito en sí misma, es decir en forma
aislada, carece totalm ente de sentido.

301
La perspectiva de análisis que hemos adoptado nos lleva, a su turno,
a ocuparnos del origen, desarrollo y funciones del orden jurídico, tanto en
sus aspectos generales como específicos. Comencemos entonces por la expli­
cación de estos tres problem as fundam entales relativos al Derecho, según
nuestra concepción, en sus aspectos generales.
T o d a agrupación social, cualquiera sea el grado de desarrollo en que
esté, se encuentra perm anentem ente abocada a la necesidad de producir de­
term inados bienes, cualquiera sea la época y el lugar en que ello ocurra.
Es más, dicho proceso productor está condicionado —tanto respecto a las ne­
cesidades que satisface, a los bienes que produce, y lo que es más im por­
tante, al modo cómo produce, es decir a los caracteres que adquiere ese pro­
ceso y que lo diferencian de otros sistemas productivos— por las condiciones
materiales, concretas, objetivas que reviste el m om ento histórico en que sur­
ge y se desarrolla ese modo de producción. Dicho proceso productor supone
y requiere, objetivam ente, un determ inado orden o esquema norm ativo.
Este prim er esquema norm ativo se va constituyendo y se compone me­
diante la integración de una gama variada de norm as de convivencia social,
sin que dichas normas, en un prim er momento, reconozcan una diferencia­
ción más o menos notable; por el contrario, lo que es posible reconocer y
com probar es un sólo conjunto abigarrado de costumbres y prácticas que
de un m odo u otro inciden en el proceso productor; ya sea de una m anera
directa como indirecta.
Desde otra perspectiva, es posible tam bién advertir que en esta prim era
época —que podríam os denom inar como aquella de la sociedad prim itiva,
en la que todavía no aparecen las clases sociales en los térm inos en que hoy
las concebimos— el conjunto de norm as que regulan la vida social aparecen
nítidam ente vinculadas a las necesidades concretas de los individuos que más
específicamente consistían en las de producir para poder subsistir. O sea, que
habría la consagración de un auténtico interés general, colectivo, común a
todos los integrantes de esa sociedad prim itiva, y que no era otro que el
de la conservación de la especie. Y era precisam ente por este estrecho vínculo
a una cuestión práctica vital y general que este conjunto de norm as podía
constituir un solo sistema muy general, que abarcaba todas las pautas de
conducta y que no necesitaba de un reforzam iento especial para lograr la
adhesión a él, o su cum plim iento.
A hora bien, en la m edida en que dicho proceso productivo se va ha­
ciendo cada vez más complejo, de acuerdo al desarrollo de las fuerzas pro­
ductivas, es como van apareciendo divisiones técnicas del trabajo más espe­
cíficas y más desarrolladas, trayendo aparejado todo este m ovimiento una
diferenciación cada vez más notable entre los individuos o grupos que p ar­
ticipan en el proceso productor. Diferenciación ésta que va perm itiendo que
algunos queden en condiciones de apropiarse de los medios de producción,
constituyéndose así las clases sociales; una poseedora de los medios de pro­
ducción y p or ende dom inante y otra desposeída y por ende dom inada.
En este momento, en que u n grupo se apropia de los medios de pro­
ducción, se le presenta como necesario p erpetuar el sistema m ediante la crea­
ción de un órgano destinado al uso adecuado de la fuerza, la que a su vez
es legitim ada m ediante una norm atividad jurídica que protege los intereses
y valores de la clase dom inante. Surge así el Estado y, consecuencialmente,
el Derecho, como una form a específica de norm atividad. Se hace nítida la
pérdida del carácter de interés general que poseían las norm as hasta aquí
vigentes. Se produce entonces una prim era escisión im portante dentro del
esquema norm ativo general y que consiste en el hecho de la separación de
esas norm as del resto, llegando a constituir un sistema específico de regula­

302
ción de las conductas. El acatam iento de este especial conjunto de normas,
que no representan ya un interés general, necesita estar reforzado por otros
medios, medios que consistirán fundam entalm ente en la posibilidad de usar
la fuerza, y tam bién en hacer pasar ese interés particular por un interés
general, m ediante el expediente de vincularlo a otras nociones de aceptación
más. generalizada, ya sean de orden mítico, mágico, religioso, filosófico, o por
últim o contem plando algunos intereses de las otras clases, con lo cual se va
haciendo aparecer desvinculado el Derecho del proceso de producción, lo
que en definitiva conduce erróneam ente a presentar el Derecho como un
producto de la evolución general del pensam iento hum ano.
Lo anteriorm ente planteado nos dem uestra cómo el origen y perfeccio­
nam iento del Derecho están indisolublem ente vinculados a la aparición de
las clases sociales; son elementos que se suponen y condicionan recíproca­
mente.
Establecidos el origen de las clases sociales y la constitución y perfec­
cionam iento del Derecho, es como liquidamos la concepción de esquemas
norm ativos con funciones indistintas. Aquellas funciones se hicieron cada vez
más específicas según lo requirieron las necesidades de las clases dom inantes
en el ejercicio de su poder, tanto económico como político e ideológico.
T a l es así que el Derecho (o norm as jurídicas existentes) se presenta divi­
dido en dos grandes ramas, según sean sus funciones específicas: Derecho
P riv ad o , y Público, o lo que es lo mismo, normas directam ente vinculadas
al proceso de la producción, distribución y cambio de determ inados bienes,
y norm as m ás.b ien vinculadas de u n modo indirecto a dichos procesos, o
m ejor dicho, vinculadas casi exclusivamente al problem a del dom inio y con­
trol del poder de esa clase que se erige en dom inante dentro de la sociedad
en su conjunto, reforzándose así las funciones del Estado, concebido como
un instrum ento de dom inación de una clase sobre otra.
Volviendo al problem a del origen del Derecho u ordenam iento ju ríd i­
co, es vital señalar que éste surge siem pre de una realidad social contradic­
toria, dada la existencia —precisam ente— de clases sociales antagónicam ente
opuestas entre sí: las poseedoras de .los medios de producción y las posee­
doras de sus fuerzas de trabajo. De ahí que dicho ordenam iento jurídico ha
de reflejar ese m ovimiento social contradictorio. Como instrum ento de do­
m inación necesita reconocerlo y resolverlo en su interior de alguna m anera
y con un sentido determ inado, en suma, con un sello de clase. Pero a la vez
que requiere resolver estas contradicciones para encauzarlas de acuerdo a los
intereses y concepciones que representa, necesita tam bién ocultar, no reco­
nocer estas contradicciones, negarlas de un modo u otro, con el fin preciso
de suscitar u na adhesión m ayoritaria en torno a este ordenam iento y una
actitud de acatam iento y sumisión. No hacer esto, por parte de la ideología
jurídica, significaría que el Derecho —al reconocérsele y describir su vincu­
lación con la práctica social— perdería autom áticam ente un grado conside­
rable de su poder persuasivo, cohesionador y justificatorio del orden de cosas
al cual se aplica. En la m edida en que el concepto de delito adquiere un
sentido al in terior de un ordenam iento jurídico, en él se reflejan las carac­
terísticas fundam entales del desarrollo de dicho ordenam iento.
Por lo tanto debemos ubicar la categoría jurídica de delito dentro de
la ram a del Derecho Público, reconociéndole por función precisa la que le
señalábamos a este conjunto norm ativo en las líneas precedentes. A la cate­
goría jurídica de delito se le com unican características del todo al cual per­
tenece, es decir, el carácter de clase que lo orienta e inform a: la historicidad
de sus contenidos; su función reforzadora y de afianzam iento de determ i­
nados tipos de relaciones sociales de producción, su visión conservadora y

303
justificatoria del orden de cosas al cual se aplica y configura, es decir, su
carácter de instrum ento.

2. Sujeto, Delincuente, Estructura Social

Si dirigimos nuestra atención hacia el delincuente o indagamos el origen de


sus conductas delictivas, podemos sostener que la explicación de ellas, al
igual que de cualquiera conducta hum ana, está íntim am ente relacionada con
el carácter de la vida social, en cuanto el hombre, y por lo tanto el hom bre
que delinque, es un producto de la relación entre sus potencialidades bioló­
gicas y el medio en que se desenvuelve, siendo este últim o altam ente decisivo.
A su vez, las características de ese medio no son azarosas, sino por el con­
trario están profundam ente determ inadas por la estructura general de la
sociedad y su ubicación en ella; vale decir, las características fundam entales
del medio inm ediato en que se desenvuelve el sujeto y la ubicación de éste
en aquél, encuentran su explicación en la estructura social.
Al decir que las conductas de los individuos son la resultante de la re­
lación constante entre sus potencialidades biológicas y el medio en que se
desenvuelven, estamos sustentando que las conductas hum anas, tanto en el
plano manifiesto (acciones directam ente perceptibles) como en el plano no
m anifiesto (juicios, valores, afectos, etc., cuya captación es sólo in d ire c ta ),
son el producto de dos factores principales: lo biológico y lo aprendido. Lo
biológico corresponde al bagaje somático del individuo y lo aprendido se
refiere a todas aquellas adquisiciones y/o modificaciones de la conducta que
son producto de la experiencia. Esto es, postulamos que el ser hum ano al
nacer se encuentra en posesión de un m aterial biológico que le posibilita
el desarrollo de numerosas conductas, pero el que algunas conductas se de­
sarrollen y otras no, va a depender en gran m edida de la interrelación que
se establezca con el medio am biente. Es a través de esta relación que el
individuo aprende a tener determ inado tipo de conducta y a rechazar otros.
Hablam os de aprendizaje, cuando hay un cambio relativam ente perm a­
nente en el com portam iento, logrado como resultado de la experiencia. El
aprendizaje de conductas se realiza fundam entalm ente a través ele dos m e­
canismos: la contigüidad y el refuerzo. La contigüidad se refiere a aquellas
situaciones en que el aprendizaje depende del hecho de que estímulo y res­
puesta ocurran juntos. El refuerzo se refiere a aquellas situaciones en qqe
el aprendizaje depende de la recompensa obtenida por la realización o evi­
tación de una conducta determ inada.
En forma analítica podemos plantear que aprendemos:
a) los estímulos que llegarán a sernos significativos, aquellos que influi­
rán en nuestro actuar y que pueden ser tanto externos como internos;
b) las m aneras de analizar la situación en que nos encontramos;
c) las respuestas mismas, y
d) los objetos y acciones (nuestros o ajenos), que constituirán un re­
fuerzo para nuestra conducta.
Este es un proceso que longitudinal y transversalm ente se da como un
todo, de modo que en una situación determ inada no sólo influirá cada uno
de los elementos que participan en ella, sino tam bién los aprendizajes prece­
dentes. Sin embargo, no basta con definir lo que entendem os por aprendi­
zaje y los mecanismos a través de los cuales opera; es necesario explicar poi­
qué se aprenden determ inadas cosas y otras 110 ; explicar —en suma— el con­
tenido diverso de los aprendizajes. En térm inos generales la experiencia
—tanto científica como de la vida diaria— nos perm ite sustentar la afirm a­

304
ción de que se aprende, se incorporan, aquellas conductas que son aproba­
das por el medio. Sin embargo, ¿es todo el medio social el que está apro­
bando o reprobando nuestras conductas?, ¿hay elementos del m edio que ju e­
gan un papel más decisivo? Si nos remitimos al m aterial que nos aportan
las investigaciones científicas realizadas en este campo, vemos que la con­
ducta de un sujeto no está directam ente determ inada por todos y cada uno
de los estímulos presentes en la sociedad en que se ubique, sino sólo por
aquellos que le son significativos por provenir de personas, grupos, institu­
ciones, etc., a los cuales a través de su experiencia les ha otorgado este ca­
rácter significativo. El tipo y características de estas experiencias no resultan
sólo de un juego del azar, sino se enm arcan dentro de un m argen de pro­
babilidades que —en lo fundam ental— está condicionado por la ubicación
del sujeto dentro de la estructura social. A hora bien, estos elementos signi­
ficativos del medio social que están condicionando la conducta de un sujeto,
pueden tener un carácter inm ediato, es decir, pueden estar representados
p o r personas o grupos con los cuales el sujeto tiene un contacto directo
(amigos, familia, relaciones laborales, etc.), pero tam bién pueden tener un
carácter m ediato, ya que puede tratarse de elementos que jueguen un papel
im portante por vía indirecta (medios de com unicación de masas).
Estos elementos del aprendizaje que explican el cómo y qué se aprende
en tran en juego a través de las interacciones sociales que el sujeto m antiene
necesariam ente por vivir en sociedad. El participa en diversos grupos hum a­
nos, los que a través del proceso de socialización lo preparan para desem­
peñar una serie de roles y por medio de esta preparación va internalizando
la cultura de sus grupos, es decir, sus norm as y valores. Además internaliza
ciertas pautas básicas para organizar sus percepciones y concepciones de las
cosas y el medio. Por otro lado, es en estos grupos y en las interacciones que
m antiene, donde el individuo busca satisfacer sus necesidades básicas; por
ocupar una determ inada posición social en ellos se le da un determ inado
acceso a ciertos bienes por medio de los cuales intenta lograr tal satisfac­
ción. En suma, en estas relaciones sociales se forja su experiencia, particular
y com partida.
Pues bien, la posición que ocupe el individuo dentro de cada uno de
los sistemas de relaciones sociales básicas a que él pertenezca, está condicio­
nada por las características de la estructura social en que se den dichos sis­
temas de relaciones sociales. Más aún, los rasgos de la estructura de los gru­
pos mismos a los cuales él pertenece están condicionados por su ubicación
dentro de la estructura social en que se encuentran. Es en este sentido que
decíamos que el medio inm ediato no puede ser desligado de la estructura
social más inclusiva.
N o obstante, no pretendem os plantear un condicionam iento mecánico
de la formación de conductas a través de una relación lineal con la ubica­
ción del sujeto en la estructura social. Efectivamente, aun cuando el indi­
viduo se ubica en ciertos status sociales básicos que le proporcionan deter­
m inado m argen fundam ental de probabilidades dentro del cual se pueden
dar sus experiencias, los grupos se relacionan directa o indirectam ente con
muchos otros grupos hum anos y el sujeto mismo entra en interacción no
sólo directa sino tam bién indirecta con otra serie de grupos, algunos de los
cuales pueden llegar a jugar papel im portante en su formación y aprendiz
zaje en general. Más aún, las características mismas del sujeto, a p artir de
su base biológica y de lo aprendido en experiencias previas y que han ido
form ando su personalidad, entran a jugar un rol activo especialmente en la
selección de grupos, con los cuales se identifica y que utiliza como punto
de comparación para evaluar su situación o aprender sus norm as y valores.

20.—CEREN 305
Cabe señalar, además, que no siempre los grupos que sirven de referencia
son aquellos a los que pertenece el sujeto; él puede orientarse hacia grupos
a los cuales no pertenece y que sin embargo llegan a constituir puntos de
referencia significativos; tales puntos de referencia que adquiere el sujeto
pueden ir desde amplias categorías sociales a sólo un individuo. Es decir,
con ello se incluye una variada gama de posibilidades de relaciones e interac­
ciones sociales directas o indirectas que pueden darse entre el individuo y
los ‘‘otros significativos”. En resumen, pensamos que las conductas dependen
de factores biológicos y del aprendizaje, el que resulta de las experiencias
del sujeto; tales experiencias se dan a través de la constante interacción entre
el individuo y su medio inm ediato; y de m anera directa, con el m edio más
amplio. Las características del medio inm ediato en que se desenvuelve el
sujeto pueden explicarse, en sus aspectos fundam entales, por su relación con
la estructura social mayor que lo incluye.
A hora bien, las conductas delictivas se forjan a través de los mismos
procesos de las conductas no delictivas; la diferencia fundam ental no la
constituyen los mecanismos mismos del aprendizaje que experim entan los
sujetos sino los contenidos de lo que aprende.
Los sujetos, a través de su apredizaje en contacto con los grupos y ele­
mentos significativos del medio, van incorporando una serie de valores, de­
finiciones, concepciones y patrones conductuales. D entro de la sociedad po­
demos constatar tanto la existencia de valores, patrones conductuales, etc.,
antidelictivos y no delictivos como de otros de tipo delictivo y algunos, aun­
que no delictivos, propiciatorios (por ejem plo el valor atribuido al d in e ro );
definiciones éstas que están presentes tanto en el m undo no delictivo como
en el m undo delictivo, aun cuando organizados y sobre todo jerarquizados
de una m anera distinta. Cuando los individuos están en contacto con gru­
pos, sujetos u “otros significativos” en los cuales predom inan estas definicio­
nes y valoraciones favorables a la delincuencia (valores delictivos y “para-
delictivos”), los aprende y hace propios. La traducción de estos valores ad­
quiridos en conductas manifiestas, dependerá a su vez de condiciones obje­
tivas tales como su propia habilidad, el acceso a medios legítimos y el acceso
tam bién a los medios ilegítimos. Así, un individuo puede haber internaliza­
do el valor del dinero, pero su situación objetiva de clase no le da acceso a
obtenerlo; si en su m edio significativo esta situación se resuelve m ediante el
robo, tenderá a actuar de esta m anera. No obstante, el hecho de que apren­
da a ser un ladrón no asegura que realm ente lo será por cuanto el m edio de­
lictivo tam bién lo selecciona a él, y el desempeño de su rol delictivo, estará
tam bién condicionado por la selección que estos grupos hagan de él.
En este análisis del proceso que da cuenta de la delictividad de suje­
tos concretos, hemos utilizado algunos elementos que van más allá del pro­
pio individuo, vale decir, los valores, norm as conductuales (institucionaliza­
das o n o ) , las definiciones sociales y las condiciones objetivas en que se desen­
vuelve la persona. Estos elementos son en realidad hechos sociales cuya ex­
plicación debemos buscarla en los fundam entos de la estructura social; su
m odo de producción y las contradicciones que en el desarrollo de éste se
originan.
T ales contradicciones son las que dan cuenta de las características y
rasgos típicos de la delictividad en cada sistema social. Esas contradicciones
son siempre concretas, históricas, y por ende su análisis debe ser referido
tam bién de m anera concreta. Por esto, esbozamos una hipótesis respecto a
cuál sería la forma que adquiere la contradicción fundam ental, de modo de
d ar cuenta de la delincuencia en nuestro país, en la actualidad. La form a
que adquiere la contradicción fundam ental se expresa en la contradicción

306
entre la superestructura y las condiciones reales de vida que entrega el sis­
tema (productos de la infraestructura nuestra, típicam ente dependiente y
superexplotada). Esa superestructura, ideológica-juríclica, supone exigencias
valorativas y norm ativas a los sujetos concretos, las que, además de ser con­
tradictorias entre ellas, resultan irreconciliables con las condiciones de vida
de tales sujetos.
Las contradicciones secundarias son las que dan cuenta de la aparición
de conductas delictivas específicas, y están dadas por la forma que asume la
contradicción fundam ental, entre ciertos sistemas de relaciones sociales espe­
cíficos y la superestructura. Así tenemos, por ejemplo, la contradicción en­
tre el modo de vida real en poblaciones m arginales y las exigencias jurídico-
penales y valorativas generales. O bien entre el “subm undo” de la prostitu­
ción y el “vicio” y la ideología general. Este modo de vida, atacado por la
sociedad, no sólo es engendrado sino tam bién sustentado por ella; podemos
ver así que tanto los que le protegen (policías, políticas, público, etc.) y usu­
fructúan de él como los que le atacan, (policías, políticos, público, etc.) son
igualm ente miembros del sector “norm al” de la sociedad. Estas contradiccio­
nes a nivel superestructural y en relación a las condiciones de vida son el
reflejo de las contradicciones del sistema productivo que las sustenta.

3. El control del delito

U na determ inada posición respecto del problem a del control del delito siem­
p re se sustenta en una posición más general respecto al origen del delito y
de las conductas delictivas. Sería difícil que pudiéram os sustentar una polí­
tica de tipo punitivo ya que detrás de ella subyace una concepción que su­
pone al delito producto ilel ejercicio del libre albedrío hum ano. En la me­
dida en que, como hemos planteado, nuestra concepción supone a las con­
ductas delictivas condicionadas (al igual que todas las conductas), no pode­
mos sino que sustentar una política de control del delito a través del tra­
tam iento. A hora bien, no basta con definir nuestra posición respecto de los
dos grandes enfoques sobre el control del delito y decir que nos inclinamos
p o r el tratam iento, sino que debemos in ten tar explicitar cuál es el tipo de
tratam iento que consideramos adecuado. Una política de tratam iento supo­
ne el control del problem a delictivo a través del m anejo de aquellos fac­
tores que hipotéticam ente inciden en la génesis de este problem a. De la po­
sición que se adopte respecto a cuáles son estos factores significativos deri­
va la diferencia entre los distintos métodos de tratam iento. Así, una políti­
ca de tratam iento adquirirá caracteres diferentes según sea sustentada por
concepciones que entienden el problem a como un fenómeno individual con­
dicionado por factores biológicos, psiquiátricos o psicológicos, etc., o por
concepciones que lo entienden como un problem a social condicionado por
factores culturales am bientales, estructurales, etc. A su vez tales concepcio­
nes, al igual que cualquiera otra form a del pensam iento social, son un pro­
ducto histórico. Por otro lado, la traducción de ellas en un sistema practi­
co de control del delito (por ejemplo, en un determ inado sistema judicial
penitenciario) depende de las concepciones existentes en los grupos de la cia­
se dom inante que im planta y m aneja tal sistema.
Hemos planteado que el fenómeno delictivo constituye un producto y>
cial cuyas características particulares dependen de las característica? particu­
lares del sistema social que lo origina. Sustentamos que nuestro sistema so­
cial se caracteriza por estar basado en la existencia de la propiedad privada
de los medios de producción, lo que genera la existencia de clases sociales
antagónicas: por una parte los poseedores de esos medios de producción

307
y por otra, los no poseedores de los medios de producción; la po­
sesión de los medios de producción determ ina el rol de clase dom inante.
Por lo tanto, la contradicción fundam ental que caracteriza nuestro sistema
está dada entre los poseedores (burguesía nacional o extranjera) por una p ar­
te y los desposeídos, por la otra.
N inguna clase dom inante existe, es decir, dura en la historia, si al pro­
ducir 110 reproduce las condiciones m ateriales y sociales de su existencia (de
su producción).
La condición básica de la existencia de nuestra sociedad (capitalista y
dependiente) es la explotación; ello supone que debe reproducirla y para es­
to la burguesía entabla u n a lucha de clases perm anente contra las clases ex-
jjlotadas (desposeídos), reproduciendo entonces las condiciones materiales,
políticas e ideológicas de la explotación. Estos dos últim os aspectos consti­
tuyen propiam ente la superestructura de la sociedad. En este sentido, ella
está consolidando el sistema todo.
Hemos analizado que la nuestra es una sociedad de clases, cuya contra­
dicción fundam ental está dada, determ inada, por los intereses antagónicos
de esas clases (burguesía y explotados). Por lo tanto la ubicación de un su­
jeto en una de esas clases —en un pu n to determ inado de ella— le posibili­
ta el acceso a determ inados tipos de condicionam iento m aterial de vida y a
determ inados tipos de definiciones sociales, tanto específicas como genera­
les. Definiciones éstas que el sujeto incorpora, aprende a través de su rela­
ción con los elementos significativos que dicha posición le posibilita. En la
m edida en que estas definiciones sean favorables a la delictividad y se unan
a condiciones objetivas, surgirán las conductas delictivas.
Así, para nosotros el control del delito es un problem a que al abordar­
se científicam ente implica la elaboración de una política de tratam iento
que presenta dos caras. Por un lado, ap u n ta a la modificación de aprendi­
zajes de los sujetos que han delinquido, lo cual im plica —en nuestro con­
cepto— la m odificación de sus relaciones con los grupos sociales, y por otra
parte, apunta hacia la modificación de los elementos que dan cuenta d e
estas relaciones grupales y por ende de los aprendizajes del sujeto, lo cual
im plica resolver la contradicción fundam ental que caracteriza esta sociedad.
Esto nos perm ite no sólo la modificación de los aprendizajes de los sujetos
que han delinquido, sino tam bién evitar el que otros sujetos se vean expues­
tos a dichos aprendizajes.

B I B L I O G R A F I A

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