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El cristo de san Damián

Mayo 2007

El cristo de san Damián

Diapositiva 1. “El Cristo de San Damián”

Hoy quiero hablaros del Cristo de San Damián, por la sencilla


razón de que Él ha sido el que nos ha hablado antes. Y quiero
hablaros del “Cristo” de San Damián no del crucifijo de San
Damián. Voy a intentar que esta reflexión no se centre sólo en la
descripción de una obra iconográfica como ésta. Quiero que esta
reflexión nos ayude a contemplar desde una perspectiva creyente la
persona de Jesucristo muerto y resucitado.

La familia Franciscana “atesora” esta belleza de icono, lo que no


sé es si realmente somos conscientes de que este Cristo, este Icono,
es en realidad un tesoro para nosotros. Lo podemos ver en cientos
de capillas nuestras, en Iglesias de nuestra Orden… pero creo que no
somos conscientes de la gran riqueza tanto artística como espiritual
que tenemos en nuestras manos.

Os decía al principio que quería hablaros de este crucifijo


porque Él nos ha hablado primero. Y nos ha hablado primero en la
persona de Francisco de Asís.
Cuando el “pobrecillo” de Asís vagaba sin rumbo, cuando en su
soledad no sabía qué hacer, qué rumbo debía tomar su vida… este
Cristo le dice: “Francisco, ve y repara mi Iglesia que como ves
amenaza ruina.” Poco importa si habló de verdad o no habló de
verdad a Francisco. Lo que a nosotros nos importa es que Francisco
oyó en su interior una llamada a la misión. Era el mismo Jesucristo el
que, bajo la inspiración del Espíritu, le hacía un encargo.

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Francisco al principio no entendió o no interpretó correctamente


las palabras que le había dirigido el crucificado mientras contemplaba
en la ermita de San Damián este icono… Simplemente se puso a
reparar la Iglesia derruida donde se encontraba este icono.

Pero es el encuentro personal con Cristo el que le hace


entender las palabras que anteriormente le había dirigido. La persona
de Cristo viviente en el hermano, en el leproso, en el Evangelio, hacen
que Francisco entienda que Jesús le encomienda una tarea más
importante que la de levantar las ruinas de una ermita caída.
Comprende entonces Francisco que es la misma IGLESIA la que
necesita de su persona para hacerla resurgir.

Contemplar a Cristo en este icono. Ver que Dios muere por mi


amor, que muere por tu Amor… no puede dejarnos impasibles. Ver a
Dios clavado en la Cruz entregando su vida, derramando su sangre,
entregando su cuerpo por que te ama, no puede dejarnos
indiferentes. Este Cristo nos llama a la misión. Este Cristo nos urge a
llevar su mensaje a toda la creación.
“Ama del todo a aquel que del todo se entregó por tu Amor”…
decía Clara de Asís. Llevar a toda la creación este mensaje, debe ser
nuestra tarea principal como cristianos y como franciscanos. Llevar el
Amor de Cristo a toda criatura.

Pero todo esto no es posible si no hay un encuentro profundo


y personal con Cristo. Sin un encuentro real con el crucificado, no
puede haber ni misión, ni vocación, ni conversión y mucho menos
santidad.
Es en este punto donde yo quiero incidir más profundamente.
En el encuentro personal con Cristo.

Muchas veces hacemos oración delante de este Cristo, pero


desconocemos la riqueza tanto teológica como espiritual que esta

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El cristo de san Damián
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obra encierra en sí. Es por ello que quiero ir desgranando poco a poco
esta obra de arte. Contemplar detenidamente cada uno de sus
personajes colores, etc. porque todo su conjunto es un Evangelio
Ilustrado. Así nuestra contemplación, nuestro encuentro con Cristo,
podrá ser mucho más enriquecedor.

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Quiero empezar haciendo una breve descripción de este crucifijo:

Para empezar este apartado, hay que decir que este icono es
una síntesis admirable del Evangelio de Juan y del Apocalipsis.

Se trata del Crucifijo más reproducido en el mundo cristiano, sin


duda uno de los más conocidos. Fue pintado en la segunda mitad del
s. XII por un monje sirio. Se desconoce quién fue su autor, pero nos
dejó impreso su retrato en el icono.
Quien tiene la dicha de contemplar este Crucifijo in situ
sucumbe ante la hermosura de su magnitud. Mide 2,10 m. de altura y
1,30 m. de largo.
No es una cruz latina habitual en nuestra iconografía, sino que
tiene forma de Cruz de Jerusalén.

Conchas: Si os fijáis en el contorno del crucifijo, veréis que


como un bordado de oro, innumerables conchas rodean el crucifijo. Si
las contáis, podréis encontraros con la cantidad de 200 conchas,
todas de un intenso color amarillo. ¿Por qué conchas? Pues bien, la
concha es símbolo de fecundidad, de vida (nos remite al agua de
donde vienen). Acordaos del nacimiento de Venus de Botticelli. Pero
dentro del arte cristiano, la concha es símbolo de la Resurrección. Así
pues las conchas ya nos están transmitiendo un mensaje de vida y
esperanza. Cristo resucita. Cristo no muere, vive para siempre.

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Colores: Todo el crucifijo se encuentra impregnado de tres


colores principalmente: Rojo, negro y amarillo – oro.
Los dos colores rojo y negro, están alineados a lo largo del
recorrido de la cruz. El rojo es el color de la sangre derramada, la que
vierte por sus cinco heridas. Es por tanto el color de la vida, del amor,
pues la sangre de Cristo, derramada por amor nos da vida.
El negro, en cambio, es la señal de las tinieblas y de la muerte.
Las franjas negras quieren acabar con la vida que nos ofrece el Señor.
Pero “La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la sofocaron” Su
amor, manifestado en su sangre roja, vence la oscuridad de la
muerte.
En el centro del icono sobresale el color amarillo. Una luz
dorada llena el cuerpo de Jesús. La luz brota desde dentro. Es Cristo,
el Resucitado, el SEÑOR DE LA VIDA. Se cumple así lo dicho en el
Evangelio de Juan cap. 1 “En Él está la vida y la vida es la luz de los
hombres.”

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Vamos ahora a centrarnos en la presencia de Cristo en el icono.
¿Qué es una cruz sin Cristo? Dos palos cruzados… nada más. El Cristo
de San Damián no es una cruz desnuda, es una cruz en la que Cristo
se encuentra presente. Él llena poderosamente toda la escena. En
este icono, Cristo se muestra en la plenitud de su obra salvadora.
Todas las dimensiones del misterio Pascual (crucifixión, muerte,
resurrección, glorificación y donación del Espíritu Santo) quedan
reflejadas a la perfección en esta maravillosa obra de arte.
Pero sin duda, si algo llama la atención poderosamente de este
Cristo, son sus ojos. Esa mirada que llega hasta lo más hondo del ser.
¿Cuántas cosas habrán quedado impresas en los ojos de Jesús?.
Recordando pasajes del Evangelio, podemos acordarnos de la mirada
de Jesús contemplando con amor al joven rico, llorando por la muerte

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de Lázaro, mirando silenciosamente a Pedro… Jesús ama, canta y


llora por sus ojos.

Los ojos del Cristo de san Damián, no son ojos alegres o


risueños… tampoco miran olvidadizos hacia otro lado. Son ojos
serenos y acogedores. Generan paz, sosiego a todo aquel que quiere
acogerse a la sombra de estos ojos tan humanos y a la vez, divinos…

Cuando alguien se muere, se queda sin vida y eso se nota en su


mirada. Parece que se le vidrian los ojos, que se nubla su mirada…
Nuestras tallas de Cristo, suelen tener los ojos cerrados. Son
imágenes de un Cristo muerto. Jesús, según lo presenta nuestro
icono, tiene sus ojos completamente abiertos. Porque Jesús en la cruz
está vivo. Y no sólo los mantiene de par en par, sino que los ojos de
Jesús son inmensos, es el Señor de la vida.

Cabría aquí quedarse un buen rato contemplando esa mirada,


preguntándonos qué me dice a mí la mirada de Jesús entregado por
amor…

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Acabo de decir anteriormente que este crucifijo muestra todas
las dimensiones del misterio Pascual de Cristo. Podemos contemplar
fácilmente la crucifixión, la muerte y como hemos visto… la
resurrección.

El medallón rojo que se encuentra en la parte superior del


crucifijo junto al rectángulo donde se encuentran los ángeles es el
encargado de hablarnos de la “glorificación”.
El cuerpo de Jesús no cuelga de la cruz, no está sujeto a los clavos, no
se inclina por su peso natural hacia abajo… La mano derecha y la
cabeza se salen del círculo, adelanta el pie derecho… Todo Él tiende

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airosamente hacia arriba… Representa el momento en el cual Cristo


se eleva hacia el padre.

La explicación profunda de la pasión de Jesús se encuentra


admirablemente representada en este medallón rojo. A la derecha de
Jesús los santos le aclaman; a su izquierda, los ángeles… en suma…
toda la Iglesia celestial proclama a su Señor y Rey.
Os invito a que os fijéis cómo el Señor deja el círculo de las tinieblas,
pues la muerte es incapaz de de retenerlo entre sus lazos. La cabeza
y las manos ya escapan de esa prisión, hasta entonces inexpugnable,
rompiéndola.

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Ahora vamos a fijarnos en esa mano misteriosa que está en lo
alto…

Jesús sube hacia la zona más elevada de este icono, en donde


hay un semicírculo. Podemos ver una parte, la otra mitad se nos
oculta, se pierde ya en la eternidad. En la parte visible aparece una
mano. ¿qué significado tiene esa mano de las alturas?

Se trata, con toda seguridad de la mano derecha de Dios Padre.


La mano de Dios que ha realizado multitud de proezas en lo que se
refiere a la historia de la Salvación.

Esa mano misteriosa del icono puede sugerir también la


presencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es designado en la
revelación bíblica como “dedo de Dios”. Así también lo invocaremos
mañana en la liturgia eucarística y en el rezo del Oficio en el célebre
himno latino “Veni Creador…” “Dedo de la mano derecha del Padre”.

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Así, de esta manera, obtenemos una interpretación Trinitaria de


este icono. El Padre y el Espíritu acogen a Jesús que asciende hacia
ellos.

Diapositiva 6
Brevemente quiero hacer un recorrido por los personajes que
están representados en este icono. Podemos titular a esta parte de la
reflexión: “Cristo siempre con la Iglesia”
La imagen habitual en la mayoría de los crucifijos nos muestra a
Jesús “pendiente” del madero, clavado en soledad, desamparado de
todos, también de sus discípulos, que han desertado y huido. La cruz
más cruel que padece es, sin duda, la soledad; se siente abandonado
hasta de Dios a quien grita: “Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”

El Cristo de San Damián no está solo, está acompañado: el


Padre le espera, los ángeles le aclaman, María y las otras mujeres, los
testigos, Juan, el centurión… permanecen fieles a su vera. La mayoría
de los personajes se sitúan bajo los brazos de Jesús, así el Señor
ampara a su Iglesia. Como el Padre protegía a su pueblo en el Antiguo
Testamento… así ahora Cristo cobija a su Iglesia.

A la derecha del crucificado se encuentran dos personajes:


María y Juan, el discípulo amado.

Dos palabras de cada uno:

Sorprende en este icono cómo María no es la Madre “Dolorosa”.


Parece serena al pie de la cruz, acompaña a su hijo. Tampoco se
encuentra sola, reclina la cabeza sobre Juan. Va vestida como una
reina, porque participa de la realeza de Jesús. Se sitúa en la parte

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más extrema a la derecha de Jesús, en un puesto de honor. El Salmo


canta: “de pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir…”
María mira a Juan y lo acepta como hijo. Y no sólo ve a Juan,
dilata sus ojos de Fe y de amor, ensancha su corazón y nos está
mirando a cada uno de nosotros sus hijos.

De Juan sólo quiero destacar una cosa… En este icono, podemos


ver cómo Juan se siente hijo de María. Ésta le mira con una dulzura, le
sonríe… Como una verdadera madre. Qué reciprocidad se establece
entre los dos, qué mirada de amor se anuda entre madre e hijo…
¿Qué daría cualquiera de nosotros por sentirse mirado así, como
contempla María a Juan en el icono?

Bajo el brazo izquierdo de Jesús, se encuentran las dos Marías.


María Magdalena y María la de Santiago. En una palabra: de estos dos
personajes podemos extraer una enseñanza: La fidelidad al pie de la
cruz. No han huido, no han abandonado a Jesús como sus discípulos,
tampoco están a distancia… Su presencia es una palabra elocuente
que no necesita de más explicación.

Cerca de las Marías se encuentra el centurión. Un detalle


peculiar de este personaje: Fijaos en su mano derecha. Con los dedos
extendidos de su mano derecha, señala una cifra: 3. El centurión
confiesa gráficamente el misterio de la Trinidad. “En verdad este
hombre era hijo de Dios…” El centurión es el hombre de la fe.

Diapositiva 7
Termino ya. El saludo franciscano por antonomasia es este: Paz
y Bien. La contemplación del Cristo de San Damián es un
compromiso: CONSTRUIR LA PAZ, LA FRATERNIDAD.
¿Podemos terminar ya en paz, con los ojos impregnados de la
hermosura de este icono…?

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¿Podemos quedarnos satisfechos después de nuestra reunión


con nuestra tarea cumplida?
¿No habríamos sido acaso meros contempladores o no oiríamos
quizás, aquellas palabras que mencionan los hechos de los apóstoles
y que hemos recordado en el domingo anterior: “Qué hacéis con los
ojos en alto y los brazos cruzados mirando el icono”?

Quien contempla con sinceridad la imagen de Cristo, QUIEN SE


ENCUENTRA PERSONALMENTE CON ÉL, debe saber que se
compromete en una ardua tarea: no vamos a salir de aquí hablando
de una paz beatífica, cándida… salimos a la guerra!!! Y es el mismo
Jesús el que nos habla “a golpes de sangre” que cuesta conseguir el
don de la paz. Que nadie crea que el camino de la Paz, de la
fraternidad, es una senda cuajada de rosas.

Nosotros, seguidores de Jesús y seguidores de Francisco,


debemos saber a lo que nos comprometemos. Se nos ha trazado ya
un camino que conduce a la Paz. No buscamos sino seguir sus
huellas.

Para ello hemos de ser fieles a los signos de los tiempos que la
historia nos viene señalando. Fieles a las enseñanzas del maestro (al
Evangelio) y al carisma de nuestro fundador Francisco de Asís (regla).

A cada uno de nosotros nos habla hoy el mismo Cristo desde la


pequeña iglesia de San Damián, o desde la gran iglesia del mundo,
enviándonos a una heroica misión: “Repara mi casa, que, como ves,
va a la ruina”

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