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De Onganía al regreso de Perón. Selección de textos.

Desde los hechos de Córdoba, el Ejército a través de su jefe, el general Alejandro Agustín Lanusse, venía
presionando a Onganía para que compartiera las decisiones políticas con las Fuerzas Armadas y tomara
conciencia de la gravedad de la situación nacional, en la que ya no cabía su proyecto de una dictadura
autoritaria y paternalista sin plazos, que tomaba como modelo al régimen instaurado por Franco en
España. En ese contexto comenzaron a formarse en la Argentina los primeros grupos guerrilleros, que
eran la expresión local de un fenómeno continental. La Revolución Cubana obró como un poderoso imán
sobre ciertos sectores de la juventud latinoamericana, que la tomaron como modelo y trasladaron la
metodología de la guerrilla rural utilizada en Cuba a los diversos países de la región.
En la Argentina, antes de 1968, se produjeron algunos intentos guerrilleros, que no tuvieron mayor
relevancia, básicamente en el ámbito rural. (…) La guerrilla argentina tuvo dos vertientes: el peronismo y
el marxismo. Entre las primeras actuaron tres grupos principales: las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas),
Descamisados y Montoneros. Esta última organización sería la más importante y terminaría incluyendo en
su seno a todas las expresiones de la guerrilla peronista, desprendimientos de grupos marxistas y a las
FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) una organización que se había originado en fracciones de partidos
de izquierda, especialmente el Partido Comunista y el Partido Socialista de Vanguardia, para integrarse
con grupos provenientes de la Juventud Peronista. Por el contrario, el núcleo fundador de Montoneros,
provenía de grupos de la extrema derecha católica, y fue evolucionando junto con algunos sectores de la
Iglesia, conocidos como sacerdotes del Tercer Mundo, hacia posiciones más progresistas hasta situarse a
comienzos de los 70 a la izquierda del peronismo.
Sus intenciones eran lograr el regreso de Perón y a partir de entonces concretar “la revolución socialista”.
Eran conscientes de que ésta no era la línea mas difundida dentro del Movimiento Justicialista y por ello,
en esta primera etapa, se encargaron de mostrar su fuerza asesinando a dirigentes sindicales, golpeando
al ejército y pretendiendo ser una “alternativa de poder”. “En realidad”, señala el historiador R, Gillespie
en su libro Montoneros Soldados de Perón, “los Montoneros eran muy útiles a la estrategia de Perón de
golpear y negociar y ayudaban a fortalecer su imagen de enemigo de la dictadura, útil para la campaña
electoral. De ahí los telegramas y las cartas de felicitación ante cada acción montonera. Una vez en el
poder, distintas serían las cosas”.
Uno de los primeros operativos de los Montoneros fue el secuestro, “juicio revolucionario” y posterior
asesinato del ex-presidente general Eugenio Pedro Aramburu, concretado el 29 de mayo de 1970, en el
primer aniversario del Cordobazo. El hecho conmovió y dividió a la opinión pública, mientras muchos
peronistas se alegraban por lo que consideraban un acto de justicia, otros tantos peronistas contrarios a la
violencia y los antiperonistas, repudiaron el hecho.
Perón declaró desde Madrid: “La vía de la lucha armada es imprescindible. Cada vez que los muchachos
dan un golpe, patean para nuestro lado la mesa de negociaciones y fortalecen la posición de los que
buscan una salida electoral limpia y clara. Sin los guerrilleros del Vietcong, atacando sin descanso en la
selva, la delegación vietnamita en París tendría que hacer las valijas y volverse a su casa”.
Por el lado del marxismo el grupo más importante sería el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), brazo
armado del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Esta agrupación, liderada por Mario Roberto
Santucho, nació en 1965. En un congreso partidario desarrollado en 1970, el PRT decidió crear su brazo
armado: el ERP e iniciar la lucha armada.
Todas estas organizaciones tenían una convicción común: para ellas, la violencia era un instrumento
legítimo para la toma del poder. Sus militantes provenían, en gran número, del estudiantado de clase
media y alta. Se encontraban desencantados con la izquierda tradicional y con la imposibilidad de actuar
políticamente a causa de la veda política decretada por el gobierno militar.
Ambas vertientes de la guerrilla tenían similitudes en su accionar y en la elección de sus víctimas,
generalmente empresarios o miembros de las fuerzas de seguridad. Habitualmente operaban en
comandos integrados por hombres y mujeres que realizaban copamientos de localidades como Garín, en la
provincia de Buenos Aires, y La Calera, en Córdoba, asaltos a bancos, secuestros a empresarios para
obtener fondos, robo a camiones de leche y su posterior reparto en barrios populares y lo que ellos
llamaban “ajusticiamientos”, es decir el asesinato de algún dirigente sindical o algún jefe militar.
El secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, llevado a cabo por los Montoneros, y la
incapacidad del gobierno para esclarecer el hecho fueron el detonante para un nuevo golpe interno,
producido en junio de 1970. El general Lanusse, líder indiscutido del Ejército, optó por permanecer en
segundo plano y preservar su figura e impulsó el reemplazo en la presidencia de Onganía por el general
Roberto Marcelo Levingston, que cumplía funciones como agregado militar en Washington.
El general Levingston pretendió constituir un movimiento político propio y tomar distancia del general
Lanusse. Durante su breve presidencia se incrementaron las protestas populares y la actividad guerrillera.
El ERP secuestró a distintos empresarios y los montoneros coparon pueblos de Buenos Aires y Córdoba por
algunas horas. Los dos grupos guerrilleros asaltaban comisarías y bancos en busca de armas y dinero y se
tornaban cada día más poderosos. Perón desde Madrid alentaba la actividad guerrillera y hablaba del
Socialismo Nacional como la solución para los problemas argentinos mientras que, para frenar los intentos
políticos de Levingston tendientes a frenar todo intento democratizador, alcanzó un acuerdo conocido
como “La Hora del Pueblo” con las principales fuerzas políticas, entre ellas el radicalismo. Los firmantes se
comprometían a luchar por un proceso electoral limpio y a respetar los principios democráticos.
En lo económico, Levingston trató de dictar medidas de corte nacionalista que desviaran la atención sobre
la cada vez más importante presencia de las multinacionales y los inversores extranjeros. Convocó para
ocupar la cartera de economía a Aldo Ferrer, un economista progresista. En ese contexto promovió la “Ley
de compre argentino” que intentaba dar a las industrias nacionales gran parte del mercado interno. La
nueva apolítica marcaba una ruptura con la línea económica liberal impuesta por Adalberto Krieger
Vasena.
Pero la opinión pública mantenía su escepticismo frente a estos cambios. Levingston no logró con su
política “populista” conquistar la adhesión de los gremios peronistas y de los partidos volcados a la lucha
por la apertura política y perdió, además, el apoyo decisivo de los grandes grupos económicos nacionales
y extranjeros, que no veían con buenos ojos esta vuelta al nacionalismo económico.
En febrero de 1971, el gobernador de Córdoba, Camilo Uriburu declaró que aspiraba a terminar con la
oposición estudiantil y gremial que había llevado adelante el Cordobazo a la que comparó con una víbora
venenosa. Uriburu le “pedía a Dios que le depare el honor histórico de cortar de un solo tajo la cabeza de
esa víbora”. A los pocos días el país se sacudió con un segundo Cordobazo, llamado por sus protagonistas
“Viborazo”. El Vivorazo pondrá fin a la breve gestión de Levingston y a su delirio de crear un movimiento
político sin tener en cuenta la opinión del pueblo.
El 26 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia en un clima político totalmente desfavorable. La
violencia guerrillera crecía, el descontento popular también, Perón sumaba día a día más adictos, y la
continuidad del gobierno militar se tornaba muy difícil de sostener. Lanusse evaluó correctamente que el
principio de solución a los múltiples conflictos pasaba por terminar con la proscripción del peronismo y
decretar una apertura política que permitiera una transición hacia la democracia. En este contexto nombró
en el ministerio del interior a Arturo Mor Roig, de reconocida militancia radical, propuso un Gran Acuerdo
Nacional (GAN) entre los argentinos y anunció la convocatoria a elecciones nacionales sin proscripciones
para el 11 de marzo de 1973. A los partidos políticos se les restituyeron sus locales, cerrados desde el
golpe de Onganía, y se los proveyó de fondos para que pudieran desarrollar sus actividades proselitistas.
El gobierno entabló conversaciones con Perón en el marco de las cuales, el 3 de septiembre de 1971, le
fue devuelto el cadáver de su esposa Eva Perón, que había sido secuestrado del edificio de la CGT por un
comando de la Marina en noviembre de 1955.
Lanusse se esforzó por preservar la unidad de las Fuerzas Armadas mientras administraba la transición a
un gobierno civil.
El 22 de agosto de 1972, dieciséis guerrilleros fueron fusilados en una base de la marina en Trelew tras un
intento de fuga. El hecho conmovió a la opinión pública y acrecentó el clima de violencia que vivía el país.
El jefe de la aviación naval y futuro director del campo de concentración de la ESMA, contralmirante
Horacio Mayorga, declaró: “Los hechos ocurridos en Trelew han despertado dos actitudes en la gente que
nos rodea. Unos pretenden acusar a la Armada de haber provocado una masacre intencional. Los otros,
ante el hecho consumado, lo justifican y hasta lo aplauden, dada la peligrosidad de los presos. Ni unos ni
otros tienen razón. La Armada no asesina. No lo hizo jamás, no lo hará nunca”.
El 17 de noviembre de 1972 Perón pudo volver tras 17 años de exilio. El Ejército impidió a sus partidarios
acercarse a Ezeiza. Miles de jóvenes peronistas coparon la calle Gaspar Campos en Vicente López, donde
se alojó el viejo líder. A poco de llegar, Perón designó como candidato a la presidencia a Héctor J.
Cámpora, su delegado personal, y a Vicente Solano Lima, un dirigente conservador, para ocupar la
vicepresidencia.
El radicalismo en elecciones internas, eligió la fórmula Ricardo Balbín-Eduardo Gamond.
El país se preparaba para volver a la democracia.
El 11 de marzo de 1973 se realizaron las primeras elecciones sin proscripciones desde la caída del
peronismo. Triunfó el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), que había sido avalado por Perón, con la
fórmula Héctor J. Cámpora – Vicente Solano Lima, que obtuvo más del 49% de los votos. El peronismo ya
no era el movimiento monolítico del período 1945-55. Convivían en su interior conflictivamente, distintos
sectores, en algunos casos de ideología opuesta, y todos ellos parecían contar con el aval de Perón.
Durante los 18 años de proscripción, fueron muchas las incorporaciones al movimiento, que desde la
derecha y también desde la izquierda, se habían sumado al aparato tradicional.
El 25 de mayo asumió la presidencia el Dr. Cámpora, conocido como “el Tío”, elegido por Perón debido a
que se trataba de uno de sus hombres más leales. Este dentista de la provincia de Buenos Aires había sido
el último delegado personal de Perón durante su exilio. En la ceremonia de asunción del mando, se
encontraban presentes los presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende y de Cuba, Osvaldo Dorticós
Torrado. La Juventud Peronista (JP) se adueñó del acto e impidió a los militares realizar el desfile
tradicional, mientras coreaban “Se van, se van, y nunca volverán”, creyendo que nunca más se produciría
un golpe de Estado en la Argentina.
Esa misma noche, los presos políticos, en su mayoría integrantes de grupos guerrilleros, se vieron
beneficiados por una amplia Ley de Amnistía, reclamada por los manifestantes que, desde la Plaza de
Mayo, se trasladaron hasta la cárcel de Villa Devoto, donde comenzaron a ser liberados los detenidos.
El gobernador de La Rioja, Carlos Menem, declaró: La Revolución del 25 de mayo de 1973 tiene su sentido
más profundo en la defensa que harán de ella la Juventud, las FAR y los Montoneros. Hay aún muchos
conservadores en el Movimiento y en el gobierno nacional, y ésta es una lucha a muerte.”
La composición del nuevo gobierno era un fiel reflejo de las diferentes tendencias del peronismo y
preanunciaba inevitables enfrentamientos. Convivían en el gabinete, en el Congreso o en las
gobernaciones, funcionarios de izquierda y de derecha. Se destacaba el ultraderechista José López Rega,
secretario privado de Perón y ministro de Bienestar Social, quien parecía tener intereses propios y se
presentaba como el intermediario entre Perón y sus diferentes interlocutores.
A la hora de gobernar se hicieron evidentes las contradicciones de los nuevos funcionarios. La discusión
pasaba por planteos tan profundos como la distribución de la riqueza y hasta la permanencia o no dentro
del sistema económico capitalista. Mientras los jóvenes ligados a los Montoneros se hacían eco de la
promesa del propio Perón de instaurar un “Socialismo Nacional”, los sectores mayoritarios del movimiento,
vinculados a los poderosos sindicatos y al aparato partidario, recordaban que el líder hablaba de
comunidad organizada y de acuerdo social.
Perón seguía en España y su presencia en Argentina se hacía imprescindible para poner orden en su
movimiento y cumplir con la que había sido la consigna electoral “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
El 20 de junio de 1973 fue la fecha elegida para el retorno de Perón. Acompañado por artistas, políticos,
sindicalistas, deportistas y hasta el propio presidente Cámpora y el ministro, López Rega, el viejo líder
viajó desde Madrid en un avión especialmente preparado para la ocasión.
En los bosques de Ezeiza, a la altura del puente 12 sobre la autopista Riccheri, se había preparado el palco
y una multitud de alrededor de dos millones de personas aguardaban la llegada de Perón, quien dirigiría
un discurso a la concurrencia. El lugar estaba custodiado por el coronel retirado Jorge Manuel Osinde,
perteneciente a la derecha del peronismo, junto con un grupo fuertemente armado que tenía la orden de
reservar los sectores más cercanos al palco a los grupos más tradicionales del justicialismo e impedir el
acercamiento de la izquierda peronista. Cuando las columnas de FAR y Montoneros intentaron ingresar en
las primeras horas de la tarde, fueron sorpresivamente atacados a tiros desde el palco por los hombres de
Osinde. Se produjeron 13 muertos y 365 heridos.
Ante la falta de seguridad, Perón decidió aterrizar en la base aérea militar de Morón y se dirigió por la
noche al país por la cadena de radio y televisión. En su discurso evitó referirse a los incidentes. Dijo “para
un argentino no hay nada mejor que otro argentino”, parafraseando su famosa frase “para un peronista
no hay nada mejor que otro peronista”, intentando de este modo unir a su movimiento y a todo el país.
Pocos días después, el 13 de julio de 1973, el presidente Héctor J. Cámpora y el vicepresidente Solano
Lima fueron forzados a renunciar por los sectores tradicionales del peronismo con el consentimiento de
Perón. Luego de varias negociaciones, fue designado como primer mandatario interino, Raúl Lastiri,
presidente de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega. Comenzaba una nueva etapa en la historia
argentina en la que el sueño de la patria socialista, prometida por Perón y anhelada por los sectores
juveniles del movimiento se tornaría cada vez más inalcanzable.
PIGNA, F- RINS, M.C. et.al (Dirs.)(2009) Historia de la Argentina, el siglo XX. Bs.As.: Estrada.

La Plaza de Mayo fue escenario de la ruptura definitiva entre Juan Domingo Perón y Montoneros, la
organización político militar que él mismo había alentado cuando seguía proscripto en el exilio madrileño y
la Argentina era gobernada por una seguidilla de dictadores. Los montoneros ya no eran la “juventud
maravillosa” del General: se habían convertido en “infiltrados que trabajan adentro y que, traidoramente,
son más peligrosos que los que trabajan desde afuera”, como también les dijo desde el balcón de la Casa
Rosada aquel 1° de mayo de 1974. Muchos jóvenes ya no lo escuchaban porque le habían dado la espalda
y se estaban yendo. El acto terminó con la mitad de la plaza vacía y con la otra mitad, la que había sido
movilizada por los sindicatos, gritando victoriosa: “¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas!” y ¡Perón, Evita,
la patria peronista”. Perón había bendecido a los gremialistas “sabios y prudentes” y a los sindicatos que
formaban “la columna vertebral de nuestro Movimiento”.
Fue el día en que Perón los echó de la Plaza de Mayo y de su Movimiento o, como siguen sosteniendo los
ex jefes guerrilleros, cuando ellos decidieron irse empujados por la presión de sus bases. Lo cierto es que
ya no hubo retorno porque Perón, que era Presidente por tercera vez, murió dos meses después.
Montoneros había planeado el acto del 1° de mayo como una asamblea popular ante la cual Perón debía
rendir cuentas de su gobierno, y la consigna que llevó a la plaza fue punzante: “¿Qué pasa, qué pasa, qué
pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?” La gritaron con fuerza cuando el Presidente
salió al balcón a las cinco de la tarde. También insultaron a su esposa, la vicepresidenta Isabel Perón. Con
fastidio, Perón esperó que se callara, luego les hizo gestos con las manos pidiendo silencio y, como no lo
consiguió, se largó a hablar.
Perón comenzó así: “Compañeros: hace hoy veinte años que en este mismo balcón y con un día luminoso
como éste, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que
ajustasen sus organizaciones porque venían días difíciles. No me equivoqué ni en la apreciación de los días
que venían ni en la calidad de la organización sindical, que se mantuvo a través de veinte años, pese a
estos estúpidos que gritan”.
La disputa había comenzado hacía ya un año, en abril de 1973, cuando Perón conoció a la cúpula
montonera en el Hotel Excelsior, donde la Via Veneto de la Dolce Vita hace una curva, calle de por medio
con la embajada de Estados Unidos en Italia. Perón había viajado a Roma en una visita a autoridades
italianas y vaticanas. Allí, luego del triunfo del peronismo en las elecciones del 11 de marzo, el General
recibió a Mario Firmenich, Roberto Perdía y Roberto Quieto.
…” meses después Firmenich lo admitió en una recordada charla a los dirigentes de Montoneros en la
Ciudad Universitaria de la Universidad de Buenos Aires, donde señaló que hasta la reunión en Roma ellos
no conocían al verdadero Perón y que recién en aquel momento se dieron cuenta de la “contradicción
principal” que los separaba: “nosotros somos socialistas, pero él no lo es”. De allí derivaban otras
diferencias como, por ejemplo, que ellos creían en la lucha de clases como motor de la historia mientras
Perón defendía la conciliación entre empresarios y trabajadores arbitrada por el Estado.
En ese contexto, Firmenich, Perdía y Quieto rechazaron la propuesta de Perón de dejar las armas e
insertarse en la política. Para él, los grupos guerrilleros eran “formaciones especiales” para luchar contra
la dictadura, que debían desarmarse ahora que el país había vuelto a la democracia y el peronismo al
poder; ellos pensaban, en cambio, que “el poder brota de la boca del fusil” y que la conquista del aparato
estatal para impulsar la revolución socialista imponía un “momento militar”, un choque a todo campo
contra las Fuerzas Armadas.
A partir de allí, la disputa derivó en nuevos enfrentamientos, cada vez más profundos, de los cuales ya no
pudieron retornar: la matanza en el aeropuerto de Ezeiza, cuando Perón regresó al país luego de su exilio;
la renuncia del presidente Héctor J. Cámpora, a quién Perón acusó de haberse dejado influenciar por
Montoneros; las nuevas elecciones presidenciales, que consagraron a Perón con casi el 62 por ciento de
los votos, del brazo, esta vez, de los sindicatos, enemigos jurados de la Juventud Peronista; el asesinato
del líder de la CGT, José Ignacio Rucci, la mano derecha de Perón en el gremialismo y uno de los garantes
del pacto social con los empresarios; la “purga” de los montoneros y sus aliados de todos los cargos
relevantes que ocupaban en el peronismo, el gobierno nacional y las administraciones provinciales; el
debut de la Triple A, un grupo paraestatal organizado para matar montoneros e izquierdistas; el
endurecimiento de la legislación represiva; la expulsión de ocho diputados díscolos, como Carlos Kunkel;
la escisión de Montoneros con la formación de la Juventud Peronista Lealtad, en la que participaron el
padre Carlos Mugica, Chacho Álvarez, Horacio González y Alberto Iribarne, entre otros, y la destitución de
gobernadores afines a los montoneros, como el bonaerense Oscar Bidegain y el cordobés Ricardo Obregón
Cano. Todo eso ocurrió en apenas un año. Para el acto del 1° de mayo de 1974, la situación ya estaba
clara: Perón y Montoneros no se soportaban; tenían proyectos muy distintos. Se iniciaba la espiral de
violencia.
REATO, C. (2010) “Operación Traviata”, Bs.As.: Sudamericana. Selección pp. 32-33.

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