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La sociedad en
que vivi(re)mos
Introducción sociológica
al cambio de siglo
T
índice
Reconocimientos 7
Presentación 9
Capítulo 1
La perspectiva del análisis social 13
Capítulo 2
La sociedad del cambio de siglo 25
Capítulo 3
Ética e instituciones. Familia, educación,
discriminaciones 55
Capítulo 4
Política y partidos en la sociedad contemporánea 93
Capítulo 5
La transformación de la sociedad latinoamericana 109
Capítulo 6
Chile entre dos épocas 143
Anexo
Minidiccionario sociológico personal
del cambio de siglo 199
I a s o c i e d a d ™ q u e v i v i (r e )m o s
Reconocimientos
Presentación
lo
La s o c i e d a d e n q u e v iv i( r e ) m o s ,
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La s o c i e d a d e n q u e v i v i ( r e ) m o s
Capítulo 1
La perspectiva del análisis social
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M anuel A n t o n io G a rretón M .
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M anuel A n t o n io G arretón M.
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La s o c i e d a d e n q u e v i v i (r e ) m o s
La transformación de la sociología
Apliquemos lo dicho hasta ahora específicamente al cam
po de la sociología, que fue la disciplina que en América Latina
y Chile creó las mayores expectativas intelectuales, científicas
y profesionales2. Nuestra hipótesis básica, como lo hemos
insinuado más arriba, es que la unidad entre estas dimensiones
2 R. Briceño y H. Sonntag, eds Immanuel Wallerstein, E l legado de la sociología. La
promesa d e la ciencia social (Nueva Sociedad, Caracas 1999); A. Touraine, “Los
problemas de una Sociología propia en América Latina" (En Revista Mexicana de
Sociología, julio-septiembre 1989, México); R. Briceño-León, H. Sonntag (eds.)Pue?
blo, época y desarrollo: la sociología de América Latina (Nueva Sociedad, Venezue
la, 1998). M.A. Carretón, “¿Crisis de la idea de sociedad? Implicancias para la teorfa
sociológica en América Latina” (En Revista de Sociología, N° 10,1996. Santiago).
“La triple problemática intelectual, científica y profesional en la sociología de hoy”
(Revista Némesis, número 1, Junio 1998); “Repensar el paradigma y reconstruir las
disciplinas de las ciencias sociales" (En FLACSO, Sede Chile. “Celebración de los
40 años de FLACSO en América Latina” Informe de Actividades 1997. Santiago,
1998) y “La transformación de la función intelectual crítica en Chile”. (Revista Patri
monio Cultural, Año II, N°7, Agosto 1997),
19
M anuel A n t o n io G arkltón M.
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M anuel A n t o n io G arretón M.
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ÍJV SOCIEDAD EN QUE VIV i ( i ! e ) m OS
*23
M anuel A n t o n io G a iu i e t ó n M.
3 Ver el Anexo para este concepto. Ver, además, F. Dubet et M. Wieworka, coords,
Penser le sujet (Colloque de Cérisy, Fayard, 1995); A. Touraine, ¿Podremos vivir ¡
juntos? Iguales y Diferentes (Fondo de Cultura Económica. 1997) y La recherche de *
soi. D ialogue su r le sujet (con Farhad Khosrokhavar, Fayard, París 2000).
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t A SOCIEDAD EN QUE V lV lfuEÍM O S
Capítulo 2
La sociedad del cambio de siglo
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M anuel A n t o n io G arretón M.
Globalización e identidades4
Hay que distinguir entre las transformaciones reales, a |
nivel estructural, cultural y de la subjetividad individual y co- ]
lectiva, y las ideologías que acompañan estas transformaciones, j
Esta distinción es necesaria si queremos entender el fe- f
nómeno al cual todo el mundo hace referencia hoy día, cual es '
la globalización.
La globalización o mundialización, y usamos estas dos i
acepciones para no identificamos con las ideologías que acom- ;
pañan este fenómeno, tiene diversas dimensiones. La primera \
es económica y se refiere a la interpenetración de los mercados,
en sus aspectos productivos, comerciales y, sobre todo, finan- j
cieros, atravesando los Estados nacionales. La segunda es ■
cultural, principalmente comunicacional e implica el estrecha- ;
miento del tiempo y el espacio, caracterizándose por la i
extraterritorialidad de las redes de información y comunicación. ■
La tercera es la dimensión política, menos cristalizada en la !
medida que supondría instituciones de gobierno mundial, que ¡
implica el debilitamiento del Estado nacional en manos de las ¡
4 En la extensa literatura sobre el tema, puede consultarse M. Castells, L a era de la |
información. Economía, sociedad y cultura. (3 vois. Alianza Editorial, España 2997) i
J. E. Garcés, Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles ;1
(Siglo XXI, España 1996); J. Friedman, Cultural identity and global process (Sage i
Publications, 1999); G. Calhoun, ed. Social theory and the p o litic s o f identity. j
(Blackwell, NYf 1994). S. Hall &P. Du Gay eds. Questions o f cultural identity (Sage, J
1996). ATouraine, ¿Podrem os vivir juntos...ap.cit. Desde unaperspectiva Jatínoame- $
ricana, J. Chonchol, ¿Hacia dónde nos lleva la globalización ? (LOM, Santiago, 2000) j .
V. Flores Olea y A. Mariña Critica de la globalidad Dominación y liberación en <■
n uestro tiempo (Fondo de Cultura económ ica, 1999); N . García C anclini, La |
globalización imaginada (M éxico, Buenos Aires 1999); R. Ortiz, Mundialización y
cultura (Alianza Editorial, Bunos Aires, 1997); M Castelis, Globalización, Identidad '
y Estado en América Latina (PNUD, Santiago, 1999); R. Bayardoy M ónica Lacarrieu.
La dinámica global/local. Cultura y comunicación: nuevos desafíos. (Ediciones Ciccus/ :
La Cmjía, Buenos Aires, 1999); Bayardo y M. Lacarríeu, Globalización e Identidad
Cultural (Ediciones Ciccus, Buenos Aires 1997); M.A. Gairetón, ed. Am érica L a tí
na; un espacio cultural en un mundo globalizado (Convenio Andrés Bello, Bogotá ;
1999).
X a s o c ie d a d e n q u e v iv i(re )m o s
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M anuel A n t o n io G arretón M .
A lo largo de este libro nos referiremos continuamente a las cuestiones de género. Sin
entrar en discusiones teóricas, usaremos indistintamente la palabra género, ya sea f;
para referimos exclusivamente a la dimensión femenino/masculino, ya sea incluyen- i|
do las diversas identidades por orientación sexual. El lector podrá fácilmente hacer la 'I
diferencia en cada caso. $
^SO afflAD EM Q U EVIwW M CIS
é
que deja a la globalización sin su dimensióa política y a manos
de los poderes transnacionales.
Una tercera tendencia es la expulsión de los procesos de
■globalización de vastos sectores de la humanidad. La masa de
excluidos y marginales puede alcanzarj . másjde la mitad de la
humanidad o a dos tercios o más en algunas sociedades y, a
diferencia de las formas clásicas de exchisión vinculadas a la
dominación y explotación, tiene relaciones muy débiles con la
socied ad, y se vincula a la globalización pasivamente en forma.
puramente simbólica o mediática. Además, cada nuevo meca-
jiismo de globalización y cada nuevo principio de innovación
en materia de conocimiento o información, es el origen de nue
vas formas de exclusión, como lo ha mostrado la incorporación
de Internet en muchas escuelas pobres.
La pregunta central que no se hacen los ideólogos de la
globalización, entonces, es quiénes se globalizan o integran:
¿son masas de individuos, algunos países, segmentos de países,
ciertos poderes que actúan en los llamados mercados globaliza-
dos? La globalización, valga la paradoja, es un fenómeno parcial:
no es en todo ni para todos.
'5 En este sentido, no puede hablarse de sociedad global,
simplemente porque ella no existe. Hay ciertos aspectos de la
vida social y ciertos sectores de gente que se globalizan, otros
que se renacionalizan o se comunitarizan, otros que se indivi
dualizan, otros que quedan al margen de todos estos procesos.
Muchas de las conceptualizaciones actuales sobre la “sociedad
global”, todas ellas desde ópticas distintas, son ideológicas por
que no dan cuenta del conjunto de la realidad y ocultan otros
fenómenos y las tendencias mencionadas contrarias a la globa-
lización.
Tampoco debe caerse en el otro extremo ideológico que
es negar la dimensión real de la globalización y considerarla
sólo un discursos de sectores o Estados dominantes. Esto ocu
rre precisamente como reacción al hecho de que ella se nos
presenta como la ideología de un sistema totalizante, que abar
ca y subordina todo. Vivimos mundos mucho más complejos en
que hay globalización y lo contrario a la vez, y en que aquélla
29
M anuel A n t o n io G arretón M .
ML
s ir
i
'
s o c ie d a d e n q u e v i v i ( k e ) m o s
¿ •
l s í estaría condenado a sufrir esta globalización y no a intentar,
3 ‘dirigirla y dominarla.
• Este es el desafío de las sociedades y Estados naciona-
i i^jgS, no identificar la globalización con el modelo de dominación
^que la impone hoy y rescatar sus aspectos positivos (transna-
p*|jj0nalización de actores de la sociedad civil, de los principios
jUSticia y los Derechos Humanos, por ejemplo) para conver-
en una oportunidad para la humanidad.
j§ *
^En qué sociedad vivimos?
[■H fpi*
«|pr> ¿De qué sociedad estamos hablando cuando decimos la
1 sociedad actual?
” Haciendo uso, en términos weberianos, de “tipos idea-
«gi*
jes” que nunca coinciden con los tipos históricos reales,
desarrollaremos dos hipótesis.
”». ,v~. La primera afirma que las sociedades históricas concre-
• tas que conocemos hoy día (por ejemplo, Chile, Brasil,
Argentina, Estados Unidos, Francia, o la sociedad latinoameri
cana o europea, etc.) pueden ser pensadas como una confluencia
de, al menos, dos tipos societales. Uno de ellos es la sociedad
industrial de Estado nacionalJ l otro, es el que denominare-
mos, a falta de otro nombre mejoróla sociedad postindustrial
' globalizada. Üabemdicar que ninguno de ellos se da nunca en
forma pura y que, ~a su vez^~amBos incorporan elementos de
otros tipos societales. Se trata de dos grandes modelos de mo
dernidad que en cada socie'dádl:oncTét a ^ ^ ¿ ñ fe-elab5F¿gos
por la historiad las identidades y las memorias colectivas de cada
una de ellas.
La segunda hipótesis es que estamos en presencia no sólo
de un cambio en el modelo societal o el tipo de modernidad
sino también de una transformación del modelo de desarrollo,
cambio o “modernización” de las diversas sociedades históri
cas. Estos procesos ya no tienen como agentes exclusivos a los
Estados nacionales, sino que a ellos se agregan, a veces debili
tándolos, las fuerzas transnacionales de mercados globalizados.
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W 7 .T
SOCIEDAD. EN QUE V I V I A M O S
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jfeBggg"'-"
I * SOCIEDAD EN QUE VIVIÍREÍM OS
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M a n u e l A n t o n io G A itnirróN M .
••
p rofu n d are los sistemas económicos o político-instítucionales con
el fin de que puedan ser integrados activamente a la sociedad.
, El principio de cambio, avance o transformación de este
típiTs¿H^tifl'y¥m3es~éídésa5olIio^oííce5i3iocomo^recimiento
' ecoflómico y áislnfiücrón de sus beneficios, sino, por un lado,
| el avance tec'ñoldgico y''pQr otro, algo más complejo y multidi-
[ j iffSi5n¡n~que~Io' mduve pero lo sobrepasa y lo redefine. Se
calidad de~vida, la búsqueda de la"
Mciciad y laexpansmñ^aeTaTsübjeüvidad P^ro lacalidad de la
wda y la feircídad ño tienen una definición objetiva en indica-
, ¿ores m tampoco estructuras y actores claramente establecidos
como en el casodei crecimiento económico, ni tampoco un solo
"sitio” como la sociedad nacional. Estos principios combinan
, conceptos universales (la globalización de los Derechos Uni
versales) con las propias percepciones y aspiraciones de los muy
diversos grupos humanos. Por lo que junto a los temas de igual
dad e integración propios de la industrialización y construcción
de los Estados nacionales, en este nuevo tipo societal se plan
tean con igual fuerza movilizadora las cuestiones de la diversidad
■cultural y de la interculturalidad en el seno de una misma socie
dad y más allá de ella10. Ello implica de nuevo un desafío para los
actores sociales, pues no es posible que uno solo exprese o encar
ne este principio como el movimiento obrero o empresarial o el
Estado podían expresar el principio de desarrollo económico.
Si en la sociedad industrial de Estado nacional existie
ron utopías, que se llamaron capitalism o, socialismo,
democracia, etc., y que se definían en términos de modelos de
. desarrollo, las utopías de la sociedad postindustrial globaliza-
da, que coexisten con las de la sociedad industrial en las
sociedades históricas concretas, son la utopía de género, ecoló
gica, la utopía de la aldea global -que es un sin sentido-, la
utopía de la comunicación que tiene corno modelo general a
Internet, el multiculturalismo o la expansión de las identidades,
o la contrautopía neoliberal que identifica mercado con sociedad.
10 J. I'ricdman, Cultural identity ...op.cit.; G. Calhoun, ed. S o cia l theory... op. cit.; S.
Hall & P. Du Gay eds. Questions o f cultural identity. op. cit. A Touraine, ¿Podremos
vivir junios...op.cit
M anuel A n t o n io G arkctón M.
VerPNUD, Informe sobre Desarrollo Humano (1993, Madrid, Cedial; 1994, México,
FCE; 1995, M éxico, Haría).
p ir
• La s o c ie d a d e n q u e v iv i(b e )m o s
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M anuel A n t o n io G a r i ie t ó n M .
The transition to market economy and the transiton ofm arket economy (International
Research Centerfor Japanese studies, 1995). M.A. Garretón y M. Espinosa, From the i
adjustment policies to the new relations between the State an d society (Comisión -j
Independiente de Población y Calidad de Vida, París, 1994). Ver síntesis de este tra- i
bajo en los textos de Oxhorn y Starr, eds, y de Tsuneo y Kashioka, eds., citados en {
esta misma nota. '!
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^ SOOBDAD BN QUE VIVl(RB)MOS
SW-I
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M anuel A n t o n io G arhetón M.
Sobre ciudadanía, el texto clásico es T.H. Marsball, C!ass, citizenship and social
devdopm ent (Doubleday & Compmy, Inc, Carden City, NY, 1964). Para América
Latina, ver Sinesio López, Ciudadanos reales e imaginarios, Concepciones, desarro
llo y m apas d e la ciudadanía en el Perú (Instituto de D iálogo y Propuestas, Lima
1997); E. Jelin y E. Herschberg (coordinadores), Construir la democracia: derechos
humanos, ciudadanía y sociedad en América Latina (Ediciones Nueva Sociedad, Ve
nezuela, 1996). CEPAL 2000, Equidad, desarrollo y ciudadanía (CEPAL, Santiago,
Agosto 2000); M.A. Garretón, “Tres aproximaciones sociológicas a la problemática
actual de la participación y la ciudadanía”. (En Antonio Lucas y Violante Marínez,
eds. Sociedad y Participación, Cultura en las organizaciones y cambios en ¡a socie
dad moderna. Asociación Internacional de Sociología, Madrid, 1995). La distinción
entre las dos dimensiones de ciudadanía me fue sugerida por Hilda Sábato.
I U s o c i e d a d EN QUE v i v i ( r c ) m o s
£
!* La pregunta básica, entonces, es: ¿cómo se ejercen hoy
i , los derechos ciudadanos y cómo se constituye un cuerpo de ciu-
i ^acianos frente a los ámbitos y problemas que hemos enunciado,
} cuando muchos de ellos no parecen tener como ámbito exclusi-
[ ' y0 la polis nacional, otros tocan sólo a ciertas categorías sociales
; j j0 que los aleja del principio ciudadano universal, y, además
vivimos en sociedades atravesadas por el fenómeno de la ex
clusión de masas a la que nos hemos referido? Dicho de otro
‘ modo, ¿cómo ejercen la ciudadanía los inmigrantes o trabaja-
clores en un país con un Estado distinto al de origen sin dejar de
” - ..ser ciudadanos de sus países de nacimiento: los mexicanos en
'Estados Unidos, los habitantes de la frontera chileno-argenti-
í'na? ¿Cómo se ejerce la ciudadanía de género, en el que se dan
relaciones de poder cuya regulación no pasa necesariamente
, ,por el Estado? ¿O respecto de la comunicación, especialmente
la televisión, que afecta a la gente concentrando tiempo signifi
cativo de su vida cotidiana, que antes dedicaba a la esfera del
« trabajo, para la que sí existían instituciones y organizaciones
’' que garantizaban la ciudadanía económico-social? Y en la esfe-
\ ra misma del trabajo, en el mundo del desempleo o del trabajo
informal, ¿cómo pueden ejercerse los derechos del trabajador o
cómo pueden éstos organizarse en el equivalente de los sindica
tos? ¿Cómo se participa en el gobierno mundial o supranacional
hoy día, o, por ejemplo, en un espacio de poder del tipo Tratado
, de Libre Comercio (TLC) o Mercosur?
Si antes las cuestiones de ciudadanía las resolvía, bien o
mal, el régimen político, la democracia cuando éste era el régi
men vigente, estableciendo los derechos y fijando las
' instituciones y mecanismos para ejercerlos, ahora, ¿cuáles son
las instituciones y mecanismos, como lo fueron el voto, el par
tido o el sindicato, para ejercer ciudadanía en todos estos nuevos
campos?
Todo esto plantea dos problemas fundamentales a los
que nos referiremos en otros capítulos. Por un lado, las nuevas
formas de discriminación que exceden las del modelo republi
cano asociado a la sociedad industrial nacional-estatal. Por otro,
la cuestión de la representación frente a las nuevas demandas.
M anuel A n t o n io G arhetón M.
fc llro . . , *
' contraniodemas y procesos de desmodemidad cuando algunos
jl de los elementos en cada una de las vertientes de modernidad
l qUe hemos señalado, atenta contra la constitución de sujetos
¡ individuales o colectivos18.
I En síntesis, el gran riesgo de esta transformación de tipo
'estructural es el estallido de las sociedades y de la humanidad
por el debilitamiento de los espacios de encuentro, sociabili-
¡ . dad, toma de decisiones, cooperación y conflicto, y el
( - ocupamiento de estos espacios por los poderes fácticos de todo
tipo La oportunidad es la reconstrucción de los sistemas políti-
' eos en los diversos niveles de la vida social, desde el local,
r regional y nacional hasta el supranacional y mundial.
A su vez, los grandes riesgos de la transformación cultu
ral son la degradación y banalización de la vida de la gente, por
\ un lado, y la uniformización en un solo sentido y modo de vida
Vi o, al revés, el estallido de las sociedades en ghettos de muy
diversos tipos que no reconocen ni aceptan al otro. La oportuni-
* dad es aprovechar la expansión de la subjetividad para mejorar
■ j la calidad de vida de la gente y construir proyectos de moderni
dad diversificados e incluyentes.
Para concluir esta caracterización, vale la pena insistir
en que no estamos frente a la desaparición de la sociedad indus
trial de Estado nacional ni de sus instituciones ni del Estado ni
menos de la política, sino frente a una profunda transformación
de ella en la medida que tal tipo de sociedad deja de ser el tipo
societal único o que sintetiza los otros. Tampoco puede inten
tarse dar cuenta de toda la diversidad de fenómenos sociales y
de opciones de marcha y contramarcha abiertas a la humanidad
con el instrumento intelectual de los tipos societales y de cam
bio en los modelos de desarrollo que hemos utilizado. Solo
logramos captar problemáticamente algunos de estos fenóme
nos y temáticas emergentes. Nuestra caracterización nos muestra
precisamente que todo es hoy menos previsible que en el pasa
do, porque no hay una opción o una bipolaridad de opciones
sino múltiples direcciones abiertas.
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l / i SOCIEDAD EN QUE VIVl(RE)MOS
$
&* de modernidad con las vertientes de las propias identidades y
| diversidades, por un lado, y con la generación e integración de
,/ ' un espacio supranacional que se inserte con un modelo propio
I ’ de modernidad al mundo que se está constituyendo. A esto nos
| referiremos en otro capítulo.
Xa s o c ie d a d e n q u e v i v i ( r e ) m o s
Capítulo 3
Ética e instituciones. Familia,
educación, discriminaciones
MM
-Ética y Moral
*..« En primer lugar, la desinstitucionalización de la vida
social Se trata de la ausencia o debilitamiento de sistemas de
normas y criterios que fíjen el marco de la vida en común, lo
que implica mayor incertídumbre y la búsqueda de parámetros
lara la vida en comunidad que provienen del mundo privado o
de los “mundos de la vida”, con lo que lo público y lo privado
se redefinen.
Las sociedades históricas han tenido normalmente un
cemento valorativo-normativo que podía provenir de la religión,
la identidad cultural, alguna forma de organización social o un
principio de racionalidad económica o política dominante. En
el caso de la sociedad industrial clásica, ésta proveía un sistema
normativo que respondía a “usted trabaja, usted vive de esta
manera”. Esto es, a una cierta manera de trabajo o de inserción
en el mundo económico-productivo correspondían una o varias
formas de vida, lo que establecía una cierta normatividad.
Vivimos en medio de procesos de desnormativización y
renormativización precaria de la sociedad. Hoy las sociedades
se caracterizan por una falta de parámetros únicos y homogé
neos de las conductas y de los comportamientos. Ello es una
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’ i JLA StJCILDAD HN QUE V IV IA M O S
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^ s o c ie d a d e n q u e v iv i(re )m o s
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M anuel A n t o n io G a im e t ó n M .
H ¿ ' onomía tiene que ver con esto. Sobre los límites de la secula-
volveremos más adelante pero en este punto conviene
¡^ S líia lar que hay esferas, actividades, campos de la política, en
Sülafe-' qUe política y ética están vinculadas, y también que hay es-
¡en que ambos campos no se tocan. La política tiene con la
>Ítica una relación de interrelación, una relación de autonomía
|f|m e significa que hay vinculación, pero también hay amplias
S |a s de independencia o de mutua neutralidad, es decir, de no
:ión.
La segunda idea retoma esta cuestión de la autonomía
pgambas esferas, para revisar algunas posiciones extremas. Una
-éllas opone un principio ético a cualquier acción política y
Mscarta ésta en nombre de ciertos principios. Por ejemplo, en
glpjpoca de la dictadura militar éste fiie el gran dilema: ¿se pue-
negociar con los criminales y violadores de derechos
Suénanos? Si hay algo que define la política es la negociación
-eii términos de objetivos y fines que se consideran buenos. Si
jó se puede negociar con los titulares del poder criminales y
ioladores de derechos humanos, se está aplicando una norma
’ímoral traspasándola directamente al campo de la acción políti-
¡§f||tero ello puede significar destruir, por ejemplo, la finalidad
ética del bien perseguido: desencadenar un proceso que lleve a
ppemocracia, lo que, a su vez, permitiría hacer justicia en la
misma cuestión de los derechos humanos. Esto significa que no
se puede convertir la política en el reino de la moral o en el
reino de la ética.
Un ejemplo del segundo extremo es la frase “la política
ís él arte de lo posible”, a la cual ya hicimos una mención críti
ca respecto del concepto “arte” aplicado a la política. Vamos
jhora a la segunda parte: “la política consiste en conciliar lo
posible”. Fuera de que es una frase banal, por cuanto todo es el
arte de lo posible, la economía es el arte de lo posible, la activi
dad cultural es el arte de lo posible, ¿qué está detrás cuando se
dice la política es el arte de lo posible? Lo que se está diciendo
es que la regla que guía a la política ya no es el principio del
bien, cualquiera sea el sentido que le demos al bien, sino que la
regla es que sólo vale en política la facticidad, aquello que está
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ManuelA n t o n i o G a rre tó n M .
'a
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) EN QUE VlVl(RE)MOS
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¿A SOCIEDAD EN QUE VIVl(ltE)MOS
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f La s o c ie d a d e n q u e v iv i (r e ) m o s
P «
1 tecnologías. Pero no parece generalizable la idea de reconstitu-
{. ción de la comunidad primitiva de tipo familiar por esta vía.
£ Parece más generalizable el fenómeno de disgregación territo-
■( nal o espacial de la familia en el mercado de trabajo, donde no
f 1 coincidan lugar de residencia y lugar de trabajo (o estudio) para
!’ los diferentes miembros.
t Además de las funciones económicas, también otras fun-
Ifc + ciones como la política, la socialización y educación, desarrollo
I*' sexual y afectivo, integración a la sociedad, etc., dejan de ser
J exclusivas de la familia. Pensemos en el papel de la escuela, los
i¡ grupos de amigos, la televisión, las organizaciones sociales.
Pero, ¿podemos hablar de un fracaso de la institución
familiar en la medida que ella aparece reemplazada en funcio
nes que le fueron propias? Todo lo contrario. Muchos de los
valores imperantes hoy, como la educación, la afectividad y de-
$T* sarrollo emocional, la relación interpersonal, la sexualidad e
identidad personales, el posicionamiento individual ante la so-
*• ciedad, son prueba del gran éxito de esta institución que logró
, ’ promoverlos y generalizarlos. Sólo que hoy dejan de estar iden-
■* tificados con ella y son también promovidos y realizados por
otras instituciones y en otros espacios, como ocurre, por ejem-
’ pío, con el desarrollo afectivo de los jóvenes, la educación, la
integración al trabajo, la formación ciudadana.
Entonces, cabe preguntarse qué va a quedar como tarea
y función para la familia desde un punto de vista sociológico,
es decir, como institución social.
Es posible pensar en tres aspectos. El primero es que la
familia va a seguir siendo el lugar por excelencia, a la vez que
complejo, problemático, no definitivo ni monolítico, de tensión
y encuentro, entre parentalidad y conyugalidad.
El segundo es que, a través de tipos muy diversificados
que no se identifican con una sola fórmula de convivencia, va a
seguir siendo un lugar por excelencia de afectividad, de sostén
afectivo y emocional.
El tercero, es que pareciera también que cualquier fami
lia va a ser uno de los lugares -no el único, pero el principal-
donde los niños aprenden a pararse en la vida. Es decir, de ser
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7.
%&!]'■ .
♦ La s o c ie d a d e n q u e v i v i ( r e ) m o s
^Repensar la educación
t Como hemos insistido a lo largo de estas páginas, hoy es
jAproblemático unificar en un solo modelo societal sobre una base
l territorial, las dimensiones económica, política, social y cultural.
Pareciera, por otro lado, que sólo la educación y la política pue-
|?den, al menos, mantenerlas en tensión y relación entre sí, en el
'i- entendido que ninguna de ellas se agota en el espacio territorial
¡i de una sociedad. Si a la política corresponde el encuentro, ten-
sí sión y articulación de estas dimensiones que no se corresponden
■ unas con otras, la educación no puede ser otra cosa que la for
mación de sujetos que puedan internalizar personalmente y
r sociaJÍzarcoIecHymlaiteMÍaa^üIaclgírMénipreprecanar
Para América Latina esta cuestión teórico-práctíca es
i crucial. La idea de una sociedad concebida como unidad en la
: que los actores se constituyen en tomo a su memoria histórica y
en tomo a proyectos y contraproyectos sobre ella y su futuro, es
^intrínseca al pensamiento y práctica sociopolíticos en nuestros
países.
Como veremos en otro capítulo, cuatro grandes proce-
“ sos atraviesan a las sociedades de esta región: la formulación
del modelo propio de modernidad, la construcción de democra
cias políticas, la democratización o integración sociales, la
remserción en la economía mundial. La pregunta fundamental
es cómo se educarán y formarán las personas para constituir los
actores capaces de articular estas cuatro problemáticas inde
pendientes y complementarias entre sí.
En el último tiempo parece imponerse una nueva visión
y un nuevo paradigma para la educación tanto en el mundo como
- en especial para los países en desarrollo. Tales principios y
71
M anuel A n t o n io G arbetón M.
21 Aunque presentan importantes diferencias entre sí, pueden considerarse como parte ^
del gran debate educacional de la época, entre otros, los documentos de la Conferen- í C
cía Mundial sobre Educación p ara Todos (Jomtien, Tailandia, Marzo 1990); La Edu
cación encierra un tesoro (Informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre la r
Educación para el siglo X X, 1996); Prioridades y Estrategias para la Educación
Examen d el Banco Mundial (Banco Mundial, 1996); Educación y Conocimiento: eje
de la transformación productiva con equidad (CEPAL, 1992). Sobre estos temas,
M.A. Garretón, “Cilízenship, national integration and educación: ideology and
consensus”. (Prospects. Quanerly Review o f Comparativa Education. UNESCO,
N°100, vol XXVI, N°4, December 1996).
72
g j l p k i SOCIEDAD BN QUE VIVl(ltE)MOS
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| p ? ' l A SOCIEDAD EN QUE VIVl(RE)MOS
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IS
l A SOCIEDAD EN QUE V IV IA M O S
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SOCIEDAD EN QUE V lV lM lU O S
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i ? :: La s o c ie d a d e n q u e v i v i ( h e ) m o s
hi- .
£ 0 iguales para, todos y una polis-Estado donde la gente vota y
define las cuestiones de la vida pública. Así que, combinado
11 con el modelo republicano, el multiculturalismo afirma los de-
i rechos universales para todos por ser humanos, y que cada uno
se las arregle como pueda con su ghetto. De modo que pode-
mos asistir a sociedades de coexistencia de ghettos, donde un
cierto multiculturalismo, pese a la valiosa carga de tolerancia,
respeto de las diferencias y pluralismo que parece conllevar,
. tiende a transformar una cultura o subcultura en una sociedad
completa y cerrada, con un rechazo etnocéntrico del “grupo di-
ferente” lo que puede destruir la idea de sociedad política o
polis. Más productivo, en este sentido, parece ser el concepto
¡fu de “interculturálidad”, que afirma la interrelación entre las di-
versas culturas en el seno de un espacio mayor que cada una de
yjjfp ellas25.
4tív, Consideremos, por ejemplo, el caso de muchas de las
^ sociedades latinoamericanas con significativa, a veces minori-
§jfw taria a veces mayoritaria, presencia de pueblos originarios o
|p>indígenas, donde se impuso la “nación cívica” por sobre la “na-
fifrción étnica”26. Es evidente que habrá que caminar tarde o
|pfe temprano hacia Estados multinacionales, donde se considere a
i 4' los pueblos originarios como naciones y como sociedades polí-
ticas al interior de ese Estado multinacional. El problema que
se presentará, si se tiene la grandeza de caminar hacia allá, será
it cómo resolver la cuestión de los derechos ciudadanos de los
f" individuos que viven en el territorio de la etnia o pueblo origi-
f’1 nario de que se trate. Es decir cómo evitar el ghetto, y cómo
conjugar los derechos de los pueblos con los derechos univer-
; sales reconocidos a los sujetos individuales.
p La expansión del horizonte de la ciudadanía a través de
»,í. nuevos ámbitos y de nuevos sujetos de derechos adscritos a una
determinada categoría, no encuentran hoy ni un consenso valo-
r rativo y normativo sobre ellos ni instituciones que las canalicen
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M anuel A n t o n io G arrctón M.
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La s o c ie d a d e n q u e v iv i(r e ) m o s
Y
Win
Discriminaciones de género
Veamos ahora las cosas desde la discriminación de gé
nero, que se hace muchas veces extensiva a las discriminaciones
por orientación sexual. Nos referiremos a la situación de las
mujeres y particularmente en el caso chileno.
En primer lugar, hay que reconocer que en las últimas
décadas, a través de la profundización del modelo ciudadano y
también en algunos casos de “discriminaciones positivas” o
29 Departamento de Sociología Universidad de Chile-Mideplán. Orientaciones cultura
les hacia la igualdad (Informe Final, Santiago, Mideplán, 2000).
3 L
M anuel A n t o n io G a urctón M.
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j'f f ' S O C I E D A D E N Q U E V IV I Í H E Í M O S
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M anuel A n t o n io G arretón M.
0
&
I I sólidos y consensúales, que no signifiquen la hegemonía de pe
te, deres de facto espirituales o comerciales.
H' En tercer lugar, es posible desde la perspectiva desarro-
jp Hada, analizar el feminismo en el marco de las luchas contra las
discriminaciones. Sin embargo, no es adecuado confundir ni
mezclar ambos temas. Por un lado, el feminismo ha sido una
%, respuesta a la cuestión de la discriminación pero va mucho más
f “ allá de este problema, no pudiendo reducírsele a esta sola di-
’p mensión. Por otro lado, precisamente por esto, hay movimientos
- ' y políticas antidiscriminatorias y de promoción de la mujer que
{ no se identifican con el feminismo como una visión o teoría
fV particular.
tu.?-.--
En todo caso, es posible distinguir en el feminismo al-
gunas dimensiones, que se han sucedido o han coexistido en el
^ tiempo y que han sido complementarias y a veces contradicto
rias. Una es el feminismo como lucha por igualdades, donde
coincide una demanda propia con la reivindicación ciudadana
' (igualdad de derechos y oportunidades). La segunda, es la con-
' ceptualización de la mujer y del movimiento de mujeres como
el sujeto principal del cambio social global, en una sociedad
cuya contradicción principal es definida como la estructura pa
triarcal. Esta dimensión, propia de lo que se llamó los “nuevos
movimientos sociales”, que buscaban reemplazar el rol central
jugado antaño por el movimiento obrero o de trabajadores, tuvo
su auge en décadas pasadas, y tiende a perder su fuerza en la
medida que se reconoce una sociedad con multiplicidad de con
tradicciones autónomas en que no hay ningún sujeto privilegiado
capaz por sí mismo de asegurar la superación de todas ellas. La
. tercera, que contiene elementos de las dos primeras, caracteriza
más el momento actual. Ella tiende a estar presente allí donde
los problemas de discriminación institucional se han superado
en parte y donde la idea de un sujeto universal único ha desapa
recido. Se trata de la expresión de una demanda y afirmación de
una identidad femeninas, que favorece el aspecto comunitario.
Su riesgo es el desaiTollo de formas de convivencia y militancia
internas que tiendan a perder el carácter unlversalizante de la
convocatoria.
91
M anuel A n t o n io G akhetón M.
La multidimensionalidad de la discriminación
Para terminar, retomemos nuestra idea central. Estamos
frente a una nueva dimensión de viejas discriminaciones, cual
es la exclusión social, sin que los excluidos tengan ideologías y
recursos organizacionales para oponerse. Estamos también frente
a un nuevo tipo de discriminación que proviene de un universa
lismo abstracto, especialmente cristalizado en la idea de la
sociedad-mercado, y que consiste en la negación de la identi
dad de sujetos y de derechos en nuevos ámbitos del poder y de
la vida ciudadana. La mujer está afectada especialmente por
este doble tipo de discriminación. La ausencia de instituciones
a las que interpelar para enfrentar los nuevos tipos de discrimi
nación, obliga a un esfuerzo inédito de creación institucional
democrática. Sin ello, las reacciones espontáneas pueden llevar
a nuevos sectarismos y discriminaciones que desconocen el es
pacio común y él otro. Se trata de un problema de extensión,
profundización, calidad y relevancia de la democracia contem
poránea, sobre el que volveremos en otro capítulo.
92
La s o c i e d a d e n q u e v iv i(k e )m o s
Capítulo 4
;
Política y partidos en la
I sociedad contemporánea
pV-
&
Sfc-i
Democracia y democratización
La política es la dimensión de una sociedad que se refie
re a las relaciones de poder en tomo a la conducción o marcha
general de ella. En toda sociedad humana en que la autoridad
política no se identifica con el cuerpo social, es decir, en que
existe una distancia entre ambos, pueden distinguirse tres ins
tancias de la vida política. Una, el Estado, momento de la unidad
simbólica y de dirección general de la sociedad, donde cristali
zan aspectos universales y relaciones asimétricas de dominación.
La segunda, la base societal constituida por la gente, la socie
dad civil, y los actores políticos, momento de la diversidad. La
tercera, el régimen político, momento ide la representación, que
es la mediación institucional, es decir, regida por normas y or
ganizaciones, entre la sociedad y el Estada
El régimen político tiene, así, por finalidad la resolución
93
M anuel A n t o n io G A im irró N M .
94
L a SOCIEDAD EN QUE VIVI(r e ) m OS
Partidos y democracia
En sociedades mínimamente complej as, y cualquiera sea
su régimen político, se plantea siempre la cuestión de la rela
ción entre el poder y la autoridad política, por un lado, y la
población que constituye esta sociedad, por otro, ya sea en tér
minos de comunicarse con la autoridad, ya sea en términos de
responder o controlar a la sociedad por parte de la autoridad. En
esta necesidad de agrupación para ser objeto o sujeto de la po
lítica yace el origen de los partidos políticos33. Estos son
organizaciones formales de personas en tomo a intereses o ideas
comunes que buscan participar, influenciar y conducir la vida
política de una Sociedad. Si bien pueden existir regímencs po-
lítícos que los suprimen o partidos que actúan en diversos tipos
de regímenes, y se habla así de dictaduras de partido único,
“ellos juegan un rol fundamental en los regímenes democráticos
y no son concebibles democracias modernas sin ellos. Esto,
aunque como venemos, sa papel e importancia en las democra
cias actuales estft hgy d ^ afiado y cuestionado.
Si lo fundamental de la democracia en cuanto forma de
gobierno es la representación de la voluntad ciudadano Ia con-
duccion déla soeledaS por representantes de esa voluntad, hasta
hoy no se conoce un mejor sistema de representación que los
^partidos. Ello, más allá de cualquier crítica que pueda hacérse- .
les a su funcionamiento en las diferentes sociedades. Ni la
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Ideología y política
Mucho se ha hablado del fin de las ideologías y de las
cosmovisiones que ligaban proyectos individuales y grupales
al destino colectivo de la sociedad y que proveían utopías y
arquitecturas completas para ésta. Lo cierto es que hoy no
desaparecen las ideologías ni las utopías, sólo que pierden su
carácter totalizante y son principios tentativos y parciales para
manejarse en las transformaciones y orientarlas hacia formas
mejores y más humanas de vida y convivencia.
Los grandes ejes de sentido de las utopías occidentales,
cuyo campo, para unos, son las sociedades históricas y, para
otros, la humanidad, fueron consagrados en la revolución fran
cesa como un conjunto indisociable. Ellos son la libertad, que
se expresaría en la utopía democrática, la igualdad que se en
camaría en la utopía socialista y la fraternidad o solidaridad
proclamadas, entre otras, por la utopía judeo-cristiana. Hoy no
existen más visiones arquitecturales de la sociedad ideal que
cristalicen estos tres principios. Ellos son más bien impulsos,
horizontes parciales que le dan sentido a la acción colectiva, no
para asegurar un determinado tipo de sociedad sino para opo
nerse a las diversas contradicciones, desgarros y perversiones
de las sociedades. Los Derechos Humanos universales y las rei- ■
vindicaciones de las diversas identidades, constituyen el
horizonte de las luchas por cristalizar de alguna manera tales
principios y el marco de los diversos proyectos históricos que
buscan transformar las sociedades. Como hemos dicho, otra
manera de conceptualizar esto, es referirse a los principios
loo
La s o c ie d a d e n q u e v iv i( r e ) m o s
101
M anuel A n t o n io G arretón M.
33 He desarrollado más los puntos que siguen en “Representad vidad y partidos políti
cos. Los problemas actuales” (En T. Manz y M. Zuazo, eds. Partidos políticos y re
presentación en América Latina. Nueva Sociedad, Caracas 1998) y e n Political Parties
and redemocratisation in Latín America. (ECDPM Working Paper, N ° 34, European
Centre for Development Policy Management, Holanda, 1997),
402-
La s o c i e d a d e n q u e v i v i (r e )m o s
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w
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Capítulo 5
La transformación de la sociedad
I*'
latinoamericana
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M anuel A n t o n io G arretón M.
.0
una reacción contra estas reformas estructurales. Cuando hoy
se habla de ellas o de reforma del Estado no se hace referencia
a ninguno de los significados mencionados, sino a la inserción
de tales reformas en el marco de lo que se ha llamado ajuste y
liberalización económicos, es decir, del denominado
“modelo de economía de mercado” con una ideología antiesta
tal y antiredistributiva, exactamente lo contrario de las reformas
estructurales de las décadas precedentes.
Cabe, entonces, alejarse de una visión ideológica de las
reformas estructurales que busca definir un modelo de sociedad
donde el mercado o las privatizaciones ya no son meros instru
mentos, sino los parámetros de la sociedad deseable. Esta
connotación estuvo presente en las llamadas reformas “de pri
mera generación” identificadas con los ajustes, privatizaciones,
desregulaciones, disminución del gasto fiscal, apertura al mer
cado externo, etc. Pero también las de “segunda generación”
-reformas del Estado y políticas sociales, particularmente, frente
a la pobreza-, orientadas a corregir efectos sociales y estatales
que ponían en peligro la legitimidad de todo el modelo.
En términos de las cuestiones ligadas a la democratiza
ción política, que es lo que nos interesa aquí, independientemente
de sus formas más o menos conservadoras, el nuevo esquema
. económico que se impone a nivel mundial tiene varias conse-
cuencias.,En efecto, hemos dicho que éste es intrínsecamente
desintegrativo a nivel nacional e integrativo, aunque obviamente
asimétrico, a nivel supranacional. Ello, por un lado, implica la
desarticulación de los actores sociales clásicos ligados al mun
do del trabajo y al Estado. Por otro lado, se hace muy difícil la
transformación de los nuevos temas (medio ambiente, género,
seguridad urbana, democracia local y regional dentro del país,
etc.) y de las nuevas categorías sociales (etarias, de género,
étnicas, diversos públicos ligados al consumo y a la comunica
ción) en actores sociales políticamente representables. Esta
desarticulación de actores sociales es coincidente con el debili
tamiento de la capacidad de acción del Estado, referente histórico
básico para la acción colectiva en la sociedad latinoamericana.
112
Como hemos indicado, la existencia de una sociadad-
política, de la polis, es la base indispensable de todo régimen
democrático, y su erosión deja a éste sin enraizamiento en la
sociedad. Y lo que ocurre hoy es que, junto al panorama histó
ricamente excepcional de regímenes democráticos en América
Latina, hay también tendencias que van deshaciendo o erosio
nando la polis. Ello significa que la democracia puede convertirse
en un rito puramente formal de legitimación en el plano político,
de los mecanismos de mercado, que erosionan y descomponen
la unidad contradictoria de la sociedad-polis. Para evitarlo, es
imprescindible la corrección urgente y la generación a largo
plazo de una alternativa al modelo prevaleciente de desarrollo,
en términos de fortalecimento de las bases estructurales y de las
referencias simbólicas de la acción colectiva.
El cuarto proceso puede ser considerado como una sín
tesis de los otros, pero posee su propia dinámica v,,gSBS£Ífiddad.
Se trata de la definición del tipo de modernidad que estos países
van a generar y a vivir. Ya hemos dicho que la modernidad es la
afirmación de sujetos, individuales o colectivos, constructores
de su historia y que cada sociedad combina de ana manera dife
rente estas tres dimensiones e “inventa” su propia modernidad40.
La forma particular de la modernidad latinoamericana,
en tomo a lo que denominaremos la matriz nacional popular, ha
entrado en crisis. Frente a ella se alza como propuesta la simple
copia del modelo de modernidad identificado a procesos espe
cíficos de modernización de los países desarrollados, pero con
un énfasis especial en el modelo de consumo y cultura de masas
norteamericano. El neoliberalismo y los llamados “nuevos au
toritarismos”, básicamente militares, identificaron su proyecto
histórico con la modernidad. Las democratizaciones políticas
40 O. Paz, “La búsqueda del presente”. (Vuelta, Año XV, M éxico, enero, 1991); M.A.
Garretón, ed. América Latina, un espacio,..op.cit. y La f a z sumergida del iceberg.
Estudio sobre ¡as transformación cultural (CESOC-LOM, Santiago, 1994); ILADE5,
Identidad... op.cit; N. García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y
salir de la modernidad. (Edit. Grijalbo, 1980); M . Hopenhayn, N i apocalípticos ni
integrados (Fondo de Cultura Económica* 1994). F. Calderón, M.Hopenhayn, M. E.
Ottone, Hacia una perspectiva crítica de la modernidad. Las dimensiones culturales
de la transformación productiva con equidad (CEPAL; Santiago, 1993).
M anuel A n t o n io G arretón M.
114
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La s o c i e d a d s n q u e v iv i(re )m o s
0
una combinación de estos elementos. De la seriedad de la de
rrota política del núcleo militar en el poder y de la existencia o
no de un marco institucional para el futuro régimen democráti
co gestado por el régimen autoritario, dependen la capacidad de
maniobra y la influencia de la institución militar en el primer
momento de democracia. Se trata, para aquélla, de mantener
sus prerrogativas con el fin tanto de operar como factor de po
der, al menos de veto, como de defender lo que estiman su
“obra”, y cubrirse con la impunidad por los crímenes cometi
dos durante el período dictatorial y de guerra sucia. En el caso
que se mantuvo algún nivel de actividad guerrillera o insurrec
cional, esto les dio a los militares pretexto para recuperar parte
de su influencia y poder perdidos en la transición.
La tercera vía de la democratización política fue la re
forma destinada a la transformación, ampliación o extensión
de instituciones democráticas. Su punto de partida fueron siste
mas en descomposición como en el caso venezolano o regímenes
que no son formalmente militares o autoritarios, sino que ope
ran con predominio de formas autocráticas semi-autoritarias o
bajo la forma de democracias restringidas o excluyentes, como
en el caso colombiano, a inicios de los noventa, o, sobre todo,
mexicano. Estos procesos de reforma política implican la trans
formación institucional, ya sea para incorporar a sectores
excluidos del juego democrático, ya para configurar un sistema
efectivamente poliárquico y pluripartidario, ya para eliminar
trabas al ejercicio de la voluntad popular, ya para controlar po
deres fácticos al margen del régimen, o para combinar todas
estas dimensiones. Los procesos de reforma y extensión o am
pliación democráticas que se hacen desde el régimen y el partido
o partidos gobernantes implican una continuidad político-insti
tucional, en la medida que se trata de cambiar el régimen pero,
en general, manteniendo la situación de poder.
En realidad, en casi todos los casos se combinaron ele
mentos de, al menos, los dos últimos tipos de procesos, aunque
uno de ellos fuera predominante. Y en algunos casos de transi
ciones y reformas, hubo también elementos fundacionales.
M anuel A n t o n io G arrotón M.
31 Ver para otra clasificación délas situaciones, J. Hartlyn, "Contemporary Latín American
democracy...", op.ciL
52 M.A. Garretón, La posibilidad democrática (FLACSO, Santiago, 1988).
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¡ La s o c i e d a d e n q u e v iv j(h e )m o s
ii>v; -
■■ o
i a todos vivir con el trauma sin que éste destruya a quien lo arras
tra. Toda reconciliación es un drama y nunca es reconciliación
para todos (“Luchamos contra la injusticia, no para terminar
! con ella, sino para que ella no termine con nosotros”, Vargas
• Llosa54).
El hecho marcante en la historia de la humanidad en
materia de Derechos Humanos, justicia y reconciliación, es el
Holocausto judío perpetrado por el nazismo. Las sociedades la
tinoamericanas de las dictaduras militares y de los genocidios
indígenas han vivido sus propios Holocaustos. La única dife
rencia es de magnitudes involucradas, pero no de sentido o
contenido. Cómo manejar las cuestiones de justicia e impuni
dad, reparación y reconciliación o reconstrucción de la unidad
de la sociedad o, en el caso de sociedades multiétnicas, cómo
hacerlo sin que la nación cívica avasalle a la nación étnica, son
problemas que las democracias recientes no han aún resuelto.
La segunda cuestión en materia de Derechos Humanos
y reconciliación se refiere al futuro. Las sociedades que sufrie
ron violaciones sistemáticas de Derechos humanos, requieren
un nuevo consenso ético-político, por encima de sus legítimas
divisiones o diversidades. Ello es necesario para replantear la
viabilidad de un país como comunidad política y no como sim
ple agregado de grupos e individuos. En materia específica de
Derechos Humanos, hay varias dimensiones involucradas. Por
un lado, la cuestión del derecho a la vida e integridad física se
reformula en términos de apuntar hacia la demanda al Estado
por protección contra la amenaza física que proviene de la vio
lencia urbana, delictual, familiar, etc. En segundo lugar, la
extensión de los Derechos Humanos a toda la población que
aún no puede acceder al mínimo de ellos. Especialmente entran
aquí los problemas de educación, trabajo, pobreza, desigualda
des, acceso a la justicia. Al mismo tiempo, está el imperativo de
aumentar la calidad de ese acceso. Por último, más allá de la
extensión de derechos y de la profundización de su calidad, está
la cuestión a que ya nos hemos referido de los derechos que
133
M anuel A n t o n io G akhetón M.
136
L a s o c i e d a d e n q u e v iv i(h e )m o s
438-
La s o c ie d a d e n q u e v iv i (k e ) m o s
38 L a discusión conceptual del tema sociedad civil, que no haremos aquí, puede encon
trarse, por ejemplo, en Víctor Pérez Díaz, La primacía de la sociedad civil (Alianza
Editorial, 1994). Para América Latina, A. Touraine, Política y sociedad...op.tit', P.
Hengstenberg, K. Kohut, G. Maihold, eds. Sociedad civil en América Latina: repre
sentación d e intereses y gobem abilidad (Editorial Nueva Sociedad, Caracas, 1999).
M anuel A n t o n io G abuetón M.
Capítulo 6
Chile entre dos épocas
144
BWr‘
P
( La s o c ie d a d en q u e v iv i ( iie ) m o s
Sí
S. otras transformaciones que hemos mencionado. Estas van a dejar
4 obsoletas o al menos reducidas a la parcialidad, las clásicas teo-
F rías críticas de la sociedad moderna, industrial, capitalista o como
I se le quiera llamar. Para las nuevas formas de dominación, opre-
ff sión o alienación de la vida social e individual, no existe ya una
I teoría que dé cuenta en conjunto de ellas y que provea los suje-
l| tos y medios de superarla en una síntesis utópica.
Sin duda que los aspectQs más.e^ ei^ c JjlaBss_y dramáti-
cos de la dominación autoritaria y de su modelo económicosocial
han sido superados o, en el último caso, atenuadas- A sus con
secuencias o herencias aún vigentes se les puede hacer críticas
í de uno u otro lado. Lo mismo puede hacerse con problemas
nuevos que provienen de otro tipo de transformaciones como la
globalización, el medio ambiente, las relaciones de género e
mterpersonales, las cuestiones identitarias y las nuevas formas
de exclusión y manipulación, etc.
Pero no se tiene, como en el pasado, teorías de la síntesis
de estas contradicciones y de su modelo o proyecto alternativo.
Es decir, una visión de conjunto que dé cuenta a la vez de la
economía, la cultura, la política y la estructura social y que, al
mismo tiempo, entienda la autonomía de cada una de estas es
feras. La sociedad parece desgajada o fragmentada en diversas
esferas. La idea de totalidad, inseparable de la tradición intelec
tual crítica, parece haberse esfumado. Ya no parece haber una
esfera de la sociedad, un poder central, que ordena al conjunto
de ella o que determina las otras esferas, con lo que cada crítica
aparece como parcial y permitiendo solo cambios graduales y
mínimos. En este sentido los intentos de definir nuestra sociedad
como un sistema neoliberal, por ejemplo, si bien apuntan a resol
ver la carencia señalada, caen en el antiguo modo de análisis.
Ellos reducen toda la sociedad a un solo mecanismo causal iden
tificando un modelo de ruptura con una estructura definitiva,
frente a la cual ya no hay acción de cambio posible: sólo la
denuncia y el desencanto.
Durante gran parte de los noventa, en medio de la au
sencia de debate general, se hizo predominante la complacencia
basada en el éxito económico y la supuesta “ejemplaridad” de
145
M a n u el A n t o n io G a r r e t ó n M .
Entre ellas mencionaría mis propios trabajos La fa z sumergida del iceberg. Estudios
sobre ¡a transformación cultural. (CESOC-LOM; Santiago, 1994) y Hacia una nue
va era política... op. cit.
Ver una revisión de esta bibliografía en A . Wilde, “Irruptions o f memory. Expressive
politics in Chilean transition to detnocracy” (Journal o f Latín American Studies, 31,2,
Mayo, 1999).
X Moulian, Chile actual: anatomía de un mito (Ediciones LOM, Santiago, 1997).
M anuel A n t o n io G arketón M.
148
L a s o c i e d a d e n q u e v iv i( h e )m o s
El eclipse de la matriz
nacional-estatal-democrática-popular
Hemos dicho que en América Latina y Chile, diversos
procesos entre los que están los autoritarismos y democratiza
ciones, los ajustes y reformas socioeconómicas, que apuntaban
a redefínir el modelo de desarrollo, y las dinámicas de transna
cionalización económica y cultural, han implicado cambios
significativos. Estos han afectado, especialmente, las relacio
nes entre Estado, sistema de representación, y base social o
actores sociales o sociedad civil, como se le quiera llamar. Lo
que hemos denominado matriz sociopolítica.
En el caso chileno, esta matriz se podía caracterizar como
político-partido céntrica. Ella se definía por la imbricación en
tre política y sociedad civil, incluida la economía, con un rol
preponderante y articulador del sistema de actores políticos o
sistema partidario en tomo del Estado. Su régimen político pre
dominante fue la democracia de tipo presidencialista. Su modelo
de desarrollo o base económica fue el denominado “desarrollo
hacia adentro” con papel principal del Estado. Sus orientacio
nes culturales principales, articuladas por la dimensión
político-ideológica, fueron el mesocratismo, la apelación po
pular, el estatismo centralista y la mezcla de reivindicacionismo
concreto e ideologismo.
M anuel A n t o n io G a r iu t t ó n M.
67 Retomo algunas ideas de “Un proyecto democrático, nacional y popular”. (El Mercu
rio, Sección Artes y Letras, Septiembre 1999).
La s o c ie d a d e n q u e v iv i ( r e ) m o s
152
La s o c i e d a d e n q u e v i v i (r e ) m o s
“ Entre las obras que analizan las transformaciones económicas, políticas, sociales y
culturales de ia última década en Chile, pueden consultarse, además de las ya citadas,
P. Drake e I. Jaksic.comps. E l modelo chileno, Democracia y D esarrollo en los no-
venta (LOM 1999); A. Menéndez y A. Joignant eds. La caja de Pandora. E l retomo
d e la transición chilena (Planeta/Ariel 1999); C. Toloza y E. Lahera, eds. Chile en los
noventa (Dolmen, 1998); R. Cortázar y J. Vial, eds Construyendo opciones. Propues
tas económicas y sociales para e l cambio de siglo (Dolmen, 1998); R. Ffrench Davis,
Entre el neoliberalism oy e l crecimiento con equidad. Tres décadas de política econó
mica en Chile (Dolmen, 1999); F. Lairaín y R. Vergara, eds. La transformación eco
nómica d e Chile (Centro de Estudios Públicos 2000).
* He tratado estos temas en “Balances y Perspectivas de la democratización política
chilena” (En A. Menéndez y A. Joignant, eds. La caja de Pandora... op.cit.).
M anuel A n t o n io G arrbtón M.
156
La s o c i e d a d e n q u e v iv i(k e )m o s
• o
71 M .A. Garretón, “El segundo gobierno democrático en Chile. ¿De la transición y con
solidación a la proftindización democrática?'’ (Revista Mexicana de Sociología, val.58
N °l, enero-marzo, 1996).
M anuel A n t o n io G arretón M.
i
• El segundo problema no resuelto por la democra
(i política chilena, corresponde a la contraparte de lo que hemos
j| evaluado como su mayor éxito. Esto es, la continuidad de una
| coalición mayoritaria de gobierno, formada por la mayoría del
$ bloque opositor a la dictadura, es decir, del centro y la izquierda
I de la sociedad chilena. Si esto ha sido posible, es porque en
í, Chile el sistema partidario, cualquiera sea la crítica que se le
haga, es un sistema enteramente legitimado y donde la partici-
ff pación política y el voto extra o antipartidos son minoritarios, a
I diferencia de gran parte de los países latinoamericanos. Ahora
í bien, ocurre que este sistema partidario legitimado está basado
| en fraccionamientos, antagonismos y proyectos sociales de lar-
| ga data. Estos, por supuesto, no han desaparecido, pero no dan
l cuenta plenamente de las nuevas problemáticas y visiones de la
' sociedad.
! A esto hay que agregar que la coalición de gobierno está
formada por partidos que expresaron históricamente los princi-
¿ pales conflictos de la sociedad chilena y a los sectores sociales
que encamaban el cambio social. Su responsabilidad de admi
nistración del proceso de transición y consolidación, deja a los
actores sociales huérfanos de representación en aquello que no
se refiera directamente a la democratización política y les exige
subordinar su dinámica a los requerimientos de ésta. El rol fun
damental jugado por los partidos en la democratización política,
y sin el cual ésta no se habría realizado, tiene, así, como contra
parte la dificultad de representación de la sociedad bajo el
régimen democrático. Y quienes pueden asumir esta represen
tación de la conflictualidad son más bien actores políticos de
ruptura, como el Partido Comunista o los agrupamientos políti
cos altemativistas, estos últimos en general de corta vida. Pero
no poseen otra capacidad política de respuesta que no sea la
pura expresión del descontento.
El tercer problema no resuelto, en parte vinculado al
anterior, ha sido la ausencia de debate sobre los grandes temas
que definen la sociedad y las bases fundacionales de la demo
cracia, compensado sólo por la ilusión del consenso. Este sólo
existió, en realidad, para terminar con la dictadura. Lo que hubo
463-
M anuel A n t o n io G arretón M.
Ú
después fueron acuerdos circunstanciales o puntuales entre go
bierno y oposición. Pero nadie en ninguna parte del mundo habría
osado llamar a estos últimos “democracia de consensos”72. Tal
idea intenta distinguir la democracia mayoritaria de la que re
suelve ciertos aspectos fundamentales por la vía del consenso.
Pero se trata de “acuerdos sobre fundamentos” y no arreglos
políticos puntuales sobre aspectos específicos en los que sí debe
decidir la mayoría.
La ausencia de verdaderos consensos en los temas bási
cos de reconstrucción de la sociedad postdictatorial, se explica,
por un lado, por el veto de la minoría y los poderes fácticos. Por
otro, porque no ha habido debate sobre los temas cruciales o
este debate ha sido ahogado por las exigencias de estabilidad
económica o política. Por último, porque sigue existiendo un
trauma del disenso, el conflicto y la confrontación, a los que
se demoniza o patologiza. Y para que haya consenso societal
básico, debe haber debate y conflicto.
El cuarto problema no resuelto por la transición y demo
cratización políticas está relacionado con el debilitamiento y
dificultad de reconstrucción de la capacidad de acción estatal.
Ello, especialmente, en lo que se refiere al control de las fuer
zas económicas. No hablamos aquí de problemas que no tienen
que ver estrictamente con la cuestión central de la democratiza
ción política, sino de un aspecto que hace a la esencia del régimen
democrático. Se supone que en democracia política todos los
distintos actores o fuerzas, se constituyen en ciudadanos y que,
por lo tanto, están sometidos a las reglas del juego de la mayo
ría y la minoría, de la representación de los partidos, etc. Pero,
la economía no lo está. Y ello plantea, como hemos dicho más
arriba, más allá de la necesaria autonomización de una econo
mía que en un momento puede haber estado demasiado sometida
a la política y al Estado, la necesidad de reconstrucción de la
72 Probablemente quienes generalizaron ingenua y equivocadamente e l concepto de “de
mocracia de consensos” para Chile, tanto en la derecha más democrática como, sobre
todo, en sectores de la Concertacidn ligados a la conducción gubernamental, adapta
ron ligeramente esta idea de la literatura sobre “democracia consociacional o consen
suar*, desarrollada principalmente por A. Lijphart, Las Democracias contemporá
neas (Ariel, Madrid. 1987).
'164
La s o c i e d a d e n q u e v iv i(re )m o s
73 Ver A. Pinto, Tres ensayos sobre Chile y América Latina (Ed. Solar-Hachette, Buenos
Aires, 1971).
165
M anuel A n t o n io G arretón M.
hacer en esta materia, puesto que los marxistas eran los que no*
querían reconciliarse. Posteriormente los partidarios y herede
ros de la dictadura, sostienen que para que haya reconciliación
todos deben reconocer sus responsabilidades y culpas en el de
rrumbe democrático de 1973, decretando un empate moral entre
víctimas y victimarios. Con razón, desde el lado de las víctimas
se señala que hay una diferencia fiandamental entre errores po
líticos y crímenes. Y tales errores han sido reconocidos por la
mayoría de la clase política, con excepción de la derecha. Los
crímenes, en cambio, no han sido reconocidos, esclarecidos ni
castigados en su totalidad debidamente. Mientras no haya ver
dad y justicia, no podrá haber reconciliación.
Circunscrita la reconciliación a la cuestión medular de
los crímenes y violaciones de Derechos Humanos cometidos
bajo la dictadura de Pinochet, y según los conceptos desarrolla
dos en el capítulo precedente, podemos identificar sus hitos
principales. El primero fue el plebiscito de 1988 que desenca
dena el término de la dictadura y la inauguración del primer
gobierno democrático en marzo de 1990, luego de las eleccio
nes de diciembre de 1989. Un segundo hito está constituido por
las demandas e iniciativas de verdad y justicia que incluyen la
Comisión Rettig sobre Verdad y Reconciliación, el juicio y con
dena a los cabecillas de la DINA, la reinterpretación de la ley
de amnistía por el Poder Judicial que ha llevado no sólo a bus
car la verdad sino a abrir procesos en los caso más emblemáticos
de crímenes y violaciones cometidos desde el Estado y sus apa
ratos armados. Finalmente, el desencadenamiento de los
procesos a Pinochet a raíz de su detención en Londres en 1998
y que culmina parcialmente con el desafuero del exdictador por
parte de la Corte Suprema, y la Mesa de Diálogo. Esta última
fue convocada por el Ministro de Defensa del gobierno de E.
Frei, y en ella participaron gobierno, militares, académicos, abo
gados de las víctimas. Tal iniciativa culmina parcialmente con
acuerdos que implicaron un reconocimiento implícito de la res
ponsabilidad de las Fuerzas Armadas en los crímenes cometidos.
169
M anuel A n t o n io G arketón M .
172
j¡ La s o c i e d a d e n q u e v i v i (r e )m o s
r&
a
>'¡ modernizació», dejó a los actores sin un contexto político claro
; donde articular sus intereses particulares con un proyecto más
general. En la ausencia de la definición explícita de un nuevo
contexto o proyecto al que referir la acción colectiva, fueron la
política económica estatal y, especialmente, el sector empresa-
' rial los que definieron los límites de todo conflicto y de la acción
i colectiva en general.
r;,;-
¿ Durante ese gobierno se sucedieron conflictos en los que,
| a partir de una demanda social dirigida al Estado o de una pro-
puesta de gobierno, se desencadenaba una movilización sectorial.
I Esta última provocaba ya fuera el retiro de la propuesta de go
bierno, ya su modificación parcial o total. Desde el conflicto de
| los estudiantes sobre la ley de modernización de las univerida-
í des estatales, pasando por movilizaciones ambientales o el
, dramático problema del carbón, las movilizaciones de los gre-
| mios de funcionarios públicos como profesores, trabajadores
de la salud y municipales, transportistas o portuarios, todos ellos
parecieron seguir el mismo paradigma.
Cabe señalar que la existencia y hasta multiplicación de
conflictos sectoriales y también globales, en sí mismas no son
un indicador negativo. Por. el contrario, parecen reflejar una
capacidad de la sociedad y de los actores sociales de expresar
sus inquietudes y demandas, y del sistema político de absorber
las sin crisis importantes.
En todo caso, el estallido simultáneo o sucesivo de tales
conflictos tiene diferentes explicaciones. Ya hemos dicho que,
durante todo un largo tiempo postdictatorial, las demandas y
movilizaciones sociales se subordinaron a la meta política de
estabilización, evitando cualquier situación que pudiera ser in
terpretada como riesgo de regresión autoritaria, y a la meta
económica de mantener a todo costo los equilibrios macro-eco-
nómicos. A su vez, la estabilidad del crecimiento económico y
los pronósticos positivos al respecto y luego su crisis hacia 1997,
llevaron a muchos a preguntarse por los beneficios de dicho
crecimiento y por los costos diferenciales a pagar con la crisis.
Consecuentemente, a reivindicar una equidad mayor en el ac
ceso a beneficios y en los costos a pagar, la que no resultaba
M anuel A n t o n io G arretón M.
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La s o c i e d a d e n q u e v iv i(u e )m o s
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180
L a s o c i e d a d e n q u e v iv i(k e )m o s
0
vicaria o subordinadamente y el de los excluidos. Es decir, el de
los que ya ganaron, el de los que ya perdieron y el de los que no
pudieron siquiera competir.
Hay que reconocer que por la política y la economía pasa
sólo una parte de las identidades personales y colectivas, y que
ellas se juegan más hoy día en los sentidos de vida individual y
social. Es en el modo de enfrentar estos problemas de sentido
que se van a constituir principalmente las identidades, pero ello
implica el debate sobre ellos y los espacios consiguientes, y no
su mera adaptación a un determinado modelo económico. Y en
esto el Estado y la política son insustituibles. Ya no como cons
tructores únicos de identidades, sino generando los espacios en
que ellas se construyen. En todos los ámbitos y espacios (fami
lia, regiones, educación, etc.) ya no basta con la adaptación a
modelos externos, a la que somos tan afectos. Es necesaria la
creación. Sólo a través de la liberación de las capacidades de
creación e innovación va a ir surgiendo la identidad nacional y
las identidades colectivas diversas que la enriquecen. La identi
dad nacional no se define de una vez para siempre. Ella es
siempre la combinación de tradición, respuesta coyuntural e ima
ginación prospectiva.
182
{f La s o c ie d a d e n q u e v i v i ( k e ) m o s
184
La s o c i e d a d e n q u e v i v i ( b e )m o s
)
$ . El clima electoral durante 1999 estuvo caracterizado, sin
} duda, por la desdramatización de las elecciones, lo que con-
j trastaba con otras ocasiones similares en la historia del país.
f Ello porque algunos pensaban que Chile ya había entra.-
f do en “la nueva época”. Para ellos, ésta se definía por la
! democracia, la economía de mercado y la globalización. Pero
f
bu-.
consideraban que esta entrada el país la hi20 en forma tardía y
F sin la fuerza suficiente. Por ello, había que remover las trabas
[i que aún lo ataban a la sociedad del siglo XX y que impedían a
la globalización y a la economía de mercado su plena realiza-
* ción. Muchos de ellos sostenían que la política debía estar al
servicio de este proceso y que, por lo tanto, las elecciones pre
sidenciales tenían sentido sólo para asegurar que Chile no se
“quede atrás”. Otros no veían que los cambios de gobierno, las
presidencias o la política pudieran jugar ningún rol crucial, como
antes, en las transformaciones sociales. Por lo que considera
ban mejor que los gobiernos se dediquen a administrar lo mínimo
i; posible: la política es más bien irrelevante.
Ambas visiones eran compartidas, en grados diversos,
; por el mundo de la derecha y los empresarios
Otra visión de esta cuestión provenía de sectores de iz
quierda fuera de la coalición gobernante. Ellas giraban,
principalmente, en tomo a las posiciones del Partido Comunis
ta y otras posturas alternativistas y dieron origen a tres
candidaturas presidenciales. Tal visión postulaba un cambio
radical en lo que denominaba el “modelo neoliberal” adminis
trado por la Concertación de Partidos por la Democracia. Y
sostenía que esta coalición era inacapaz, en cualesquiera de sus
versiones, más centristas o más izquierdistas, de realizar tales
cambios. De modo que sólo era posible aprovechar esta elec
ción para constituir un sector de opinión pública que expresara
el descontento frente a lo que consideraban la “administración
concertacionista de la herencia de Pinochet”.
Por último, en la atmósfera intelectual y de opinión de la
Concertación se habían dado dos estados de ánimo principales,
en parte modificados al calor de la última etapa de la campaña.
Había quienes compartían la visión de que no debían existir
187
M anuel A n t o n io G arhetón M.
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La s o c i e d a d e n q u e v iv i(h e )m o s
191 -
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192
L a SOCIEDAD EN QUE VIVlÍREÍMOS
rSirte.
194
»aaB > »B m o ro v m M m o s
¡fe-
W¿¿ convivencia, las identidades que lo constituyen y su inser-
Poián autónoma en el mundo globalizado, son el meollo de la
/política hoy día. Por lo tanto, las propuestas políticas son en defi-
/nitiva propuestas culturales. Es en torno a esta centralidad de la
^'cultura que deberá definirse el proyecto del gobierno que asumid
í en marzo de 2000.
h¡t¡ Sólo con fines de ilustración, pueden indicarse algunos
' cam pos en los que deberán definirse nuevos consensos en la
! ’perspectiva de un proyecto nacional.
Uno de ellos es el problema de la reconciliación y la
resolución de cuestiones que se arrastran desde la dictadura y
{ que la transición y las negociaciones de los dos primeros go-
bienios democráticos no resolvieron. Como hemos indicado, la
4 experiencia de casi una década de democracia muestra que es-
f tos problemas del pasado son problemas del futuro, es decir,
aunque no son los únicos, definen la forma de convivencia y la
herencia ética del futuro. Hay, aquí, al menos dos cuestiones.
La primera se refiere a las tareas de completar la verdad, hacer
justicia que termine con el gran clima de impunidad y mejorar
los mecanismos de reparación. El Estado no puede ser neutro
en esta materia y deberá encabezar la búsqueda de verdad, cas
tigo y reparación. Su responsabilidad es la de generar nuevas
fórmulas, porque las usadas hasta ahora han sido insuficientes
para avanzar en una efectiva reconciliación. La segunda se re
fiere a la superación de los enclaves autoritarios expresados sobre
todo en la limitación de la voluntad popular en la Constitución,
en el peso excesivo de los poderes fácticos y en las propias
negociaciones o “consensos” en que incurrió la transición. No
basta ahora decir que hay que superarlos y que debe haber un
cambio constitucional, sino que hay que proponer fórmulas so
bre cómo se puede llegar a ello.
Un segundo campo tiene que ver con el modelo so
cioeconómico, donde hay diversos problemas que requieren una
drástica redefinición. Uno de ellos es la desigualdad social y la
necesidad de asegurar fórmulas redistributivas, más allá del puro
crecimiento y de la sola superación de la pobreza, en sí misma
indispensable. Otro, es el término del predominio actual irrestricto
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M anuel A n t o n io G a iu i e t ó n M.
196
La s o c ie d a d e n q u e v iv i( rg) m o s
Anexo
Minidiccionario sociológico personal
del cambio de siglo
Nota
La base de este Anexo está constituida por una contribu
ción a El Mercurio (Artes y Letras (14 julio 1996), “Palabras
desvirtuadas”). Hemos corregido y agregado nuevos conceptos
utilizados a lo largo de este libro, presentados todos ellos en
orden alfabético. No hay ninguna pretensión de fijar las defini
ciones correctas, sino sólo se quiere facilitar la lectura haciendo
explícito el significado personal que se hace de estas palabras
en el libro.
1. Actor/Sujeto
No todo lo que se mueve o actúa en una sociedad es un
actor en el sentido sociológico del término. Podríamos llamarlo
simplemente agente. Tampoco todo lo que llamamos actor es
siempre portador de una alta densidad histórica. ¿Cómo una
determinada categoría social, demográfica, ocupacional, etaria,
territorial, de género, etc. se convierte en actor y sujeto? Ese es
todo el problema de la sociología. El concepto de actor-sujeto
(cuyos dos componentes usamos indistintamente) se refiere a
los portadores de acción individual o colectiva que apelan a
principios de estructuración, conservación o cambio de la so
ciedad, que tienen una cierta densidad histórica, que se
involucran en los proyectos y contraproyectos y en los que hay
una tensión nunca resuelta entre el sujeto o principio constitutivo
M anuel A n t o n io C arretón M .
2. Democracia
En nombre de la dem ocracia se instalaron dictaduras.
L a democracia fue para algunos sólo un instrumento para con
quistar sus intereses. Para otros fue una utopía que abarcaba
todos los aspectos de la sociedad. Hoy se aprecia que ella es
una manera de resolver los problemas de gobierno, ciudadanía
y de canalizar demandas y conflictos. Es decir, es nada más y
nada menos que un régimen político, conformada por una ten
sión entre los principios y las instituciones que la conforman,
aunque sus principios éticos puedan extenderse a otras esferas
de la sociedad. La democracia es un valor en sí mismo y no un
puro medio para otra cosa, pero a ella no le toca resolver todos
los problemas de la gente y la sociedad.
3. Derechos Humanos
Como han dicho algunos, se trata probablemente de la
idea más importante y m aravillosa de la humanidad en el mile
nio pasado y probablemente en toda la historia de ésta. Los
Derechos Humanos son una construcción histórico-cultural en
tom o al derecho a la vida, entendida ésta no en su pura m ateria
lid a d b io -p síq u ic a sino com o “ vida h u m an a p le n a ” . El
reconocimiento de los valores asociados a la “vida buena o ple
na”, siempre desigual y diverso y producto de luchas que se dan
para universalizar principios apropiados por grupos particula
re s , lo s tra n sfo rm a en D e re c h o s, es d ec ir, c o n q u is ta s
irrenunciables de la humanidad. Hoy día la doctrina de los de
rechos universales se com plem enta con la idea de derechos
inalienables de las personas por pertenecer a una determinada
categoría o sector social y también de derechos propios de los
La s o c i e d a d e n q u e v iv i(re )m o s
5. Felicidad/consenso
A nivel individual la felicidad y a nivel colectivo el con
senso, han sido vistos com o estados de gracia opuestos a
conflictos, tensiones, desgarros y búsquedas. L a felicidad como
un limbo y el consenso com o ausencia de conflicto, son las uto
pías ingenuas de una época en que, a través de la comunicación,
el mercado, la tecnología o el poder, se quiso controlar y elimi
nar la capacidad constante de personas y colectividades de
recrearse y replantearse frente a sí mismos y los otros. No hay
felicidad que no sea siem pre un desgarro, una difícil combina
ción y permanente tensión entre lucha y búsqueda, por un lado,
y precarios equilibrios, p o r el otro. No hay verdadero consenso
sin debate, conflicto y lucha.
6. Globalización
Es la palabra de m oda a la que se culpa de todos los
males o se le imputan todas las bondades. Todo discurso hoy
201
M anuel A n t o n io G a r r i -t ó n M.
7. Identidad
Autónomamente y, a veces, en paralelo o como respues
ta a los fenómenos de globalización, el mundo asiste a la
explosión, o lo que Castells llama “el poder”, de las identida
des. Pero la identidad no es una esencia sino que es un proceso
de construcción que combina la evolución de las propias auto-
percepciones con las miradas de los otros. Kunderanos recuerda
en su novela La Identidad, que ésta es el resultado de las mira
das de los otros: el día que tú dejaste de mirarme dejé de saber
quién era yo, nos dice un personaje. También la identidad prin
cipal de un actor se combina con otras identidades del mismo.
La cara oscura de la identidad es la autoañrmación total que
lleva a la negación del otro. En el mundo de hoy asumen una
nueva importancia las llamadas identidades adscriptivas, es de
cir, provenientes de un elemento no electivo como la etnia, el
color, la edad, el género, lo que hace difícil la cuestión de la
representación. No cualquier identidad colectiva constituye un
modelo de modernidad. Para que lo sea, debe haber referencia a
alguna relación entre economía, política, cultura y organización
social y una referencia a las otras vertientes de modernidad
(racional, subjetiva, memoria histórica).
202
La sociedad en que vivi(re)mos
I
, 8. Ideología (utopía)
9. Igualdad (equidad)
La igualdad se fue perdiendo como ideal al confrontarse
con el tema de la libertad y luego sufrió el embate del tema de
la diversidad socio-cultural. Hoy se le recupera bajo el nombre
de equidad o igualdad de oportunidades. Pero la igualdad so
cioeconómica no puede confundirse ni con la ausencia203 de
diversidad sociocultural ni tampoco con la equidad. Esta última
M anuel A n t o n io G arretón M .
10. Justicia
La justicia, no como “justicia social” en el sentido de
igualdad y equidad, se refiere en el mundo de hoy a los proce
sos de establecimiento de la verdad, el castigo o perdón y la
reparación de los crímenes y violaciones de Derechos Huma
nos. Su referente contemporáneo básico es el Holocausto judío
perpetrado por los nazis. Así reflexiona el escritor M ario Var
gas Llosa, ante el monumento al Holocausto de Yad Vashem:
“H aber ignorado que ninguna sociedaid, empezando por la pro
pia, está libre de perpetrar o sufrir una iniquidad parecida al
Holocausto. Haber olvidado que todos estamos sumidos en esta
guerra, sin victoria posible, cuyos combatientes encam an pape
les que cambian muy de prisa, y en la que, al menor descuido,
se es derrotado. Porque, curiosamente, esa guerra que no se
puede ganar se puede, en cambio, perder. La grandeza trágica
del destino humano está quizá en esta paradójica situación que
no le deja al hombre otra escapatoria que la lucha contra la in
justicia, no para acabar con ella, sino que para que ella no acabe
con él” . El principio de justicia está en permanente tensión con
los principios jurídicos y las instituciones que se establecen en
nom bre de ella. Así, por ejemplo, el principio de “irretroactivi-
dad” de la ley penal puede convertirse en obstáculo a la justicia
en un determinado momento. O los poderes que la administran
pueden ser la instancia en que ella muere.
11. Libertad
Nuestra época ha afirmado en términos absolutistas vi
siones parciales de la libertad o las libertades. A lgunos la
identifican a la ausencia de ataduras o condicionamientos. Otros
la ponen al servicio de fines o verdades inamovibles para evitar
el relativism o o el libertinaje. Otros la identifican al libre albe
drío. Otros a libertad económica que confunden abusivamente
con la propiedad o ingenuamente con el mercado. Algunos la
L a s o c ie d a d e n q u e v jv j( re ) m o s
205
M anuel A n t o n io G arretón M,
206
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