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Una Teoría de los Conflictos basada


en la complejidad

Jorge Bolaños Carmona y Alberto Acosta Mesas


Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada (España)

El «Conflicto» es indudablemente un elemento esencial de los estudios


de la Paz. Cualquiera que sea su definición y su enfoque epistemológico
y metodológico, la Paz puede ser vista como la superación o la regula-
ción de los conflictos. La elaboración de una Teoría de la Paz pasa por
la necesidad de disponer de una Teoría del Conflicto, y así se asume en
el marco de los debates de este volumen.
El interés particular de la Investigación para la Paz fue inicialmente
la búsqueda de las causas de la violencia y de sus soluciones, de modo
que el conflicto se ha ido convirtiendo en la base teórica, epistemológica
y práctica de la paz y la violencia. Pero el conflicto es un concepto útil
no sólo para estudiar la violencia, sino también como un proceso bené-
fico de crecimiento y desarrollo del ser humano y sus colectividades. El
análisis de conflictos ha de trascender lo negativo para englobar todas las
situaciones dinámicas de la vida, todas las oportunidades de realización
correcta o incorrecta, de acierto o error, de los individuos y los grupos.
De manera parecida a como el propio concepto de Paz se ha ensanchado
y ya no describe sólo circunstancias caracterizadas por la ausencia de
guerra, el conflicto no debe considerarse sólo como un heraldo de la
violencia o de la guerra. El conflicto está presente continuamente en la
vida humana y debe entenderse como una oportunidad de progreso.
Pero, además, se pretende en este encuentro abordar la Paz desde
la perspectiva de la globalidad y de la complejidad actual de los retos
humanos, desde el respeto a la ecología, desde el evolucionismo como
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visión antropológica y con la inspiración de las dinámicas fisiológicas


de la homeostasis como metáfora de las dinámicas de la Naturaleza, en-
tendida ésta como incluyente de la Humanidad y no sólo de su entorno.
En este contexto, el conflicto ha de verse con la generalidad derivada
de ser un ingrediente básico de la vida humana pero también con la
diversidad proveniente de la enorme complejidad de las relaciones de
individuos y grupos en nuestros días; es más, creemos que el conflicto
como concepto debe abarcar no sólo el ámbito humano, sino el conjun-
to de la Naturaleza o del Universo, en virtud de la complejidad de las
relaciones entre lo inerte, lo vivo y lo humano. El conflicto es universal,
no sólo humano.
Por tanto resulta de interés la investigación del concepto de conflic-
to: Suficientemente amplio para incluir las definiciones y los modelos
conocidos; que permita la utilización de los métodos de regulación
conocidos; que exprese la complejidad evolutiva de la Naturaleza y de
la vida humana.
Este trabajo se estructura en dos partes. En la primera, se aborda la
propia definición de conflicto y la relación entre conflicto y paz, desde
los conceptos de conflicto inevitable y de paz imperfecta y un enfoque
en que el primero es elemento constituyente de la segunda. Pretende-
mos llegar a una nueva definición de conflicto que trata de generalizar
e integrar las ideas y definiciones conocidas.
En la segunda, se centra directamente al análisis de algunos de los
modelos de conflicto disponibles y la búsqueda de un modelo de análisis
integrador y suficientemente flexible que permita una gestión integrada
del conflicto.

1. EL CONFLICTO COMO ELEMENTO PARA LA PAZ

Aún en este comienzo de siglo, para muchas personas, especialmente


para las que han vivido experiencias bélicas, el concepto de conflicto
está asociado con el de «conflicto armado», entendido como riesgo cierto
para la paz, y viendo a ésta sólo como una ausencia de guerra. Además
de su evidente obsolescencia, esta idea produce una cierta pasividad en
la conservación de un estado de «no guerra» que constituiría el óptimo
de las aspiraciones humanas. Ya hace tiempo, tal idea del conflicto ha
sido superada en los estudiosos de la paz y sustituida inicialmente por
otra que veía al conflicto como un «riesgo de violencia» que había que
una teorÍa de los conflictos basada en la complejidad 57

evitar o superar en una suerte de prevención de catástrofes, en particular


de catástrofes bélicas.

1.1. Convivir con el conflicto

Pero si pensamos que la paz es algo más que la ausencia de guerra, es


necesaria otra definición y otro reconocimiento del concepto de conflicto.
En primer lugar, creemos que es imprescindible adoptar una idea realista
y dinámica del conflicto. En un mundo en el que miles de millones de
personas viven por debajo del mínimo umbral admisible de dignidad y
derechos, y en el que cualquier localismo está superado porque la econo-
mía, la ecología, la demografía, la capacidad de educación e información
y la salud pública del conjunto del planeta influye e influirá cada vez más
en cada ser humano, hay que considerar absurda y reaccionaria la idea
de que lo deseable es una situación estática, inmutable y esencialmente
eterna para la Humanidad y absolutamente disparatada la pretensión de
mantener paraísos locales para grupos desconectados del resto: el mundo,
el pequeño de cada uno y el grande de todos, cambia continuamente y
continuamente se enfrenta a una infinidad de nuevas situaciones.
Uno de los elementos comunes, y a nuestro juicio erróneo, que ha
dominado el pensamiento filosófico y, como consecuencia la mente de
los seres humanos, desde hace siglos es el utopismo, entendido como
el sueño de una Arcadia feliz donde el conflicto no exista. Esta idea
está obviamente presente en las religiones monoteístas pero también en
las ideologías socio-políticas totalitarias: la vida humana se ve en ellas
como una sucesión de esfuerzos, sacrificios y desgracias destinada a la
consecución de algún paraíso sin conflictos donde la Humanidad (o lo
que quede de ella después de eliminar a los pecadores, a los capitalistas
o a los miembros de razas inferiores) pudiese vivir en cuerpo y/o en
alma durante églogas infinitas e inmutables. No es necesario insistir en
cuánto sufrimiento y retraso en el progreso ha generado este utopismo
falaz y cuántos problemas aún nos ocasiona.
Frente a ello, sólo cabe entender que nuestra búsqueda, individual
y colectiva a la vez, de la felicidad, está llena de conflictos porque es
dinámica, compleja y global, y tiene además obvias limitaciones físicas,
fisiológicas, emocionales e intelectuales. Nunca alcanzaremos como es-
pecie, ni alcanzará nuestro universo, un estado de inmutable perfección.
Es, por tanto, necesario superar definitivamente la visión del conflicto
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como una catástrofe, o como sinónimo de desgracia, porque los con-


flictos forman parte esencial del desarrollo humano y de la naturaleza
y, además, la mayor parte de ellos evolucionan de forma adecuada o, al
menos, no violenta. Dicho de otro modo, convivimos con los conflictos
y la clave es su correcta gestión o regulación, para obtener el mejor
resultado posible, siendo imposible su completa erradicación.
Por lo que se refiere a los estudios de la Paz, puede argumentarse
que estamos materializando en ellos un salto conceptual similar al que
en recientes décadas ha dado, por ejemplo, la Medicina encauzándose
hacia la Medicina Preventiva o la Arquitectura abordando el Urbanismo,
o en otras muchas artes y ciencias. Se trata de cambios integradores
(la enfermedad se integra en la salud, lo urbano en lo rural o espacial)
que han cambiado lo «patológico» o «especial» por lo general y han
introducido una visión transdisciplinar y cooperativa. Incluso desde
ámbitos acostumbrados a actuar a posteriori, como por ejemplo el De-
recho, se comienza a ver la utilidad de ampliar los marcos conceptuales
en el mismo sentido integrador, superando, como ha hecho la Física y
la Matemática, antiguas ideas maniqueas. Por tanto, si la Paz se ve de
una forma constructiva y dinámica como el fomento de las condiciones
de realización y búsqueda de la felicidad del ser humano, es necesario
cambiar también nuestra visión del conflicto.

1.2. Un universo conflictivo

Si se quiere ver con suficiente perspectiva el pasado y el futuro de


la Humanidad hay que inscribirlos en el conjunto de la Naturaleza y
analizarlos de una forma científica. Una de las aportaciones de la teo-
ría evolutiva fue hacernos entender al Hombre como un elemento del
Universo, conectado completamente con la Naturaleza, y no como un
ente esotérico y aislado, que había «caído» por «casualidad» o «desig-
nio divino» en nuestro mundo. Estamos integrados en el planeta y éste
en un universo en constante dinámica: el avance de las ciencias físicas
en el último siglo nos ha mostrado la complejidad del Universo, con
la multitud de fuerzas, materias y energías en colisión desde el micro
hasta el macro cosmos, muy lejos del modelo de «maquinaria de relo-
jería» que tenían en mente nuestros antepasados. Nuestro Universo es
complejo y conflictivo.
una teorÍa de los conflictos basada en la complejidad 59

Pero, además, en este universo, y al menos en nuestro planeta, se


inscribe la Vida como elemento cualitativamente diferenciado. Si puede
discutirse que una galaxia tenga un proyecto de existencia o que un
protón esté llamado a realizar alguna misión, de lo que no cabe duda
es de que la Vida tiene como característica esencial que cada uno de los
elementos o individuos vivos tienda a la conservación y a la compleji-
dad: aunque no de forma consciente, podemos decir que una bacteria o
un roble tienen una secuencia temporal de «proyectos» a realizar en el
universo, que se facilitan o dificultan por su interacción compleja con
el entorno, en el que ocurren múltiples coincidencias o «colisiones» con
otros seres vivos o inertes que modifican su «trayectoria vital» en cada
instante. La Vida es compleja y conflictiva.
Sin entrar en matices sobre la «psicología animal», es claro que la
Humanidad añade a la Vida el elemento de la «consciencia racional»
y, por tanto, un nuevo nivel de complejidad. Por primera vez, hay en
la naturaleza un ser vivo que descubre su relación con ella y valora las
facilidades y dificultades para desarrollar un cierto «destino instintivo»
que también comienza a identificar: el ser humano «ve» sus necesidades,
sus intereses y los conflictos que ha de superar, y entiende que existen
en su entorno elementos facilitadores y opresivos: vive, cada vez más
conscientemente, la sucesión de conflictos que constituye su dinámica
vital.
Pero hay otra componente básica de la vivencia del conflicto desde
la consciencia racional: el descubrimiento de la cooperación, puesta de
manifiesto ya desde el propio nacimiento del ser humano, que requiere de
la intervención cuidadora de los progenitores, y que se desarrolla rápida-
mente en la formación de familias y tribus como mecanismos de mejora
de sus condiciones vitales: somos una especie cooperadora frente a los
conflictos y, por primera vez en la Vida, con creciente sentimiento de la
utilidad de esa cooperación. A la complejidad y conflictividad de la vida,
la Humanidad añade nuevos e importantes matices: los contactos «ciegos»
del mundo mineral, e incluso del vegetal y animal, se complementan en
el mundo humano con la acción consciente y relativamente libre.
En nuestros días, y en la civilización occidental que incluye, o in-
fluye, a la mayor parte de la humanidad, vivimos también crecientes
niveles de «complejización» de las relaciones humanas y sociales: cada
vez, afortunadamente, tenemos menos marcado ese camino tradicional,
patriarcal o matriarcal, que limitaba el conflicto pero también la liber-
tad, cada vez tenemos más responsabilidad individualizada en todas las
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fases de nuestra vida, y podemos buscar la felicidad de forma cada vez


más libre y activa. Pero esto significa también mayor conflictividad y
mayor necesidad de toma adecuada de decisiones, como se refleja, por
ejemplo, en la creciente responsabilidad asumida por el individuo (y
favorecida por los poderes públicos) en el cuidado de su salud o en
el desarrollo de su formación; estamos cada vez menos en un «túnel»
vital, y más en «campo abierto». Lo que dijo Ian Stewart1: vivimos
en un mundo complicado, donde nada es tan simple como solía ser, ni
tan simple como aparenta ser. Las Matemáticas mantienen ese mundo
unido por su urdimbre. Podría decirse también de los conflictos. Lo que
es seguro es que la «urdimbre del conflicto» va siendo una red cada vez
más compleja.

1.3. Una definición general e integradora

Para avanzar en este marco universal, ecológico y complejo de la


conflictividad, se requiere una definición que, como se indicó en un
apartado anterior, sea lo suficientemente general y flexible para poder
integrar la enorme diversidad de realidades y de enfoques posibles. Como
se verá en el apartado siguiente, hay un gran número de definiciones en
la literatura provenientes de muy diversas especialidades científicas y
filosóficas, lo que no es de extrañar por la universalidad del fenómeno
(por ejemplo, Schmidt y Tannenbaun2 escriben que «el conflicto es el
tema que ha ocupado el pensamiento del hombre más que ningún otro,
con las dos posibles excepciones de Dios y el sexo»)3.
¿Que es un conflicto? Lo primero que nos viene a la mente, aparte
de la sensación emotiva de negatividad y de dificultad, es que se trata
de un choque, de una incompatibilidad, o de una escasez, o de una in-
adecuación o inconveniente en un proceso. Pero, cabe preguntarse qué
tienen en común los conflictos relacionados con los fenómenos físicos
del Universo, con el desarrollo de la vida vegetal y animal y con los

1. Citado por Lamberto GARCÍA DEL CID (2006) La sonrisa de Pitágoras, Editorial
Debate, Barcelona , pp. 122.
2. SCHMIDT, W.T. Y TANNENBAUM, R. (2000) Negotiation and Conflict Resolution.
Harvard Business School Press. Boston, MA.
3. Citado por Francisco LACA en su Tesis Doctoral (2005) Elección de estrategias de
afrontamiento del conflicto bajo presión de tiempo, Universidad del País Vasco, pp.11.
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seres humanos, individual o colectivamente considerados. ¿Qué hay, en


esencia, igual en la explosión de una estrella, en la desintegración de
un cometa, en la desaparición de una especie animal, en el movimiento
de un girasol, en el reparto del presupuesto nacional, en un accidente
de tráfico o en el horario de una escuela? ¿Qué tienen en común mul-
titud de fenómenos, hechos o posibilidades de la realidad que, en un
sentido amplio, podemos considerar como conflictos o como conjuntos
o sucesiones de conflictos, o como provenientes de la buena o mala
resolución de un conflicto?
La Teoría de Sistemas Complejos permite contemplar la realidad como
un conjunto de elementos y dinámicas interrelacionadas que podrían
«modelizar» o explicar partes de esa realidad si se dispusiera de infor-
mación y capacidad de cómputo suficiente. Hay sistemas micro y macro
espaciales, micro y macro temporales, como la vida de un mosquito en
comparación con la evolución de una estrella, de forma que podemos
imaginar a todos ellos compuestos de dinámicas instantáneas y sucesi-
vas. Por ejemplo, la vida de una persona puede imaginarse como una
sucesión de dinámicas o proyectos que pueden subdividirse en el tiempo
de forma infinita, de modo que cada «instante» infinitesimal fuese una
fase del sistema, y en cada uno de esos momentos se pudiera desarrollar
o no un cierto «proyecto» proveniente de los «estados» anteriores pero
también de un cierto acto de modificación de trayectoria que podríamos
imaginar, para entendernos, causado por su voluntad, un accidente, etc.
Pero las dinámicas y trayectorias de los sistemas complejos pueden verse
también con un enfoque mucho más amplio en el tiempo y, así, describir
la vida de un ser humanos en pocas palabras a partir de unos cuantos
procesos como la niñez, la adolescencia, la juventud, etc.: no hay escala
que nos esté vetada al contemplar un conflicto, pero todas ellas estarán
ordenadamente incluidas, de menor a mayor intervalo de tiempo (y, en
términos de información, de mayor a menor detalle).
Así pues, si admitimos que en menor o mayor tiempo toda la realidad
del universo es cambiante, los elementos sustentadores de una razonable
cosmovisión son los proyectos, dinámicas o trayectorias, los cuales de-
ben ser considerados como caminos evolutivos que seguirían todos los
elementos en que podamos entender que está dividido el Universo, ya
sean inertes, vitales o humanos. Entonces, en una primera aproximación
el conflicto, podría verse éste como una modificación de, al menos, uno
de esos procesos.
62 jorge bolaÑos y alberto acosta

Pero, ¿por qué razón se modificaría un cierto «proyecto» de un de-


terminado «elemento»? Es razonable pensar que cada elemento o cada
sistema en su conjunto tiende a realizar su proyecto en cada unidad
de tiempo, salvo que «algo» se lo impida, tal vez porque los sistemas
tienden a la una cierta estabilidad o armonía que se puede ejemplificar
con la «homeostasis» de los sistemas vivos, que sería «el mantenimiento
de las constantes internas por la acción coordinada de diversos procesos
fisiológicos», de modo que «un fallo en los mecanismos homeostáticos
produce enfermedad o muerte»4. Nada más estabilizador, pero nada más
dinámico. De modo que podemos pensar que la modificación del proyecto
de un elemento no se realizaría de forma espontánea, «motu propio»,
sino como respuesta a una circunstancia externa; pero las circunstancias
externas de cada elemento de un sistema complejo no son sino un com-
plejo conjunto de otros elementos y otras dinámicas, por lo que es la
interacción con otros entes del sistema, la colisión con otras realidades,
lo que modifica el proyecto temporal del elemento en cuestión.
Así, no es la modificación en sí del proyecto o trayectoria lo que
debe definirse como conflicto, sino el encuentro con otros proyectos; y,
al contrario, para que sea un conflicto, no basta un «encuentro» pacífico,
que permita mantener los proyectos inmediatos de los elementos impli-
cados, sino una «colisión» que los obligue, o pueda obligar, a cambiar-
los. Cabe así definir: conflicto es todo contacto de dos o más proyectos
que produce la modificación de, al menos, uno de ellos, entendidos los
proyectos como dinámicas o trayectorias de los elementos implicados
y no como estrategias planificadas.
En esta definición es irrelevante que se trate de proyectos corres-
pondientes a elementos individuales o colectivos, de manera que una
selva o una asociación cultural serían elementos y tendrían proyectos,
que podrían contactar con los de otros elementos. En todo caso, no es
importante en la definición el número de elementos, sino el de proyectos,
que obviamente han de ser al menos dos, pero que podrían corresponder a
un mismo elemento, generando un «conflicto interno» a ese elemento.
Cabe preguntarse si todo contacto entre proyectos debe ser calificado
como conflicto, si tenemos en cuenta que algunos contactos son, en algún
sentido, benéficos para los elementos implicados. Tal vez sea más fácil
contestar a esta pregunta más adelante, tras el apartado dedicado al análisis

4. Ver el primer capítulo «Pax Orbis. Complejidad e imperfección de la Paz».


una teorÍa de los conflictos basada en la complejidad 63

formal de los conflictos en base a la Teoría de Juegos, pero podría darse


una primera aproximación: en un sentido amplio, hay conflicto si hay
modificación de trayectoria. Si se quiere ser más restrictivo, se debería
definir qué se entiende por modificación «favorable ó desfavorable» y
considerar sólo estas últimas, pero esto tiene tantas complicaciones on-
tológicas, éticas, etc., que hacen poco conveniente esta restricción.
Es claro que el conflicto o, mejor, la sucesión de conflictos es inevitable
para cualquier elemento del sistema universal, porque no es concebible
un elemento aislado y todopoderoso (¿Dios?) y por tanto el conflicto
es inevitable para cualquier ser inanimado, vital o humano (y para sus
conjuntos). Por otra parte, en nuestra definición, el conflicto no es ne-
cesariamente negativo, pero sí perturbador en un sentido amplio.

1.4. Algunas definiciones y teorías de conflicto

Hemos buscado deliberadamente una definición muy general de conflic-


to, que recoge ámbitos inconscientes o irracionales. Sin embargo, como
la mayor parte de las teorías conocidas sobre el conflicto se refieren al
ser humano como elemento consciente del Universo (Psicología) o a los
grupos humanos (Sociología, Defensa, etc.), es necesario especificar que
existen tres ámbitos distinguibles para la definición que hemos dado, ya
esbozados en el apartado anterior: El universal o inanimado; El vital,
circunscrito a los seres vivos; El humano, que se refiere específicamente
a la vida racional consciente.
Es claro que las comparaciones con la mayoría de esas teorías conocidas
se incardina en este último, aunque no nos parecen superfluos los otros
dos, entre otras cosas por su influencia en el devenir de lo humano.
Así, desde muy diversos ámbitos, como la Psicología, la Educación, el
Derecho, la Antropología, la Economía, etc. se ha abordado el concepto
de conflicto y se han dado diversas definiciones del mismo. Entelman5
recoge algunas de las teorías producidas en la postguerra, entre 1950 y
1975, y las clasifica en siete categorías según el origen o causa de los
conflictos: las instintivas de agresión; las de coerción social estructural;
las basadas en la disfuncionalidad de los procesos; las de la funcionali-
dad; las de incompatibilidad de objetivos nacionales; las conductistas,

5. ENTELMAN, R.F. (2002) Teoría de Conflictos. Gedisa, Barcelona.


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basadas en la mala percepción o comunicación; las de la normalidad del


conflicto en todas las relaciones sociales. Y añade el propio Entelman
que son estas últimas las que más se han consolidado con posterioridad
a los años setenta. En efecto, es conocido que la visión del conflicto
como guerra abierta o como grave amenaza ha ido evolucionando en
las últimas décadas en la dirección de una suavización del concepto, de
manera que permite incluir elementos de cooperación.
Sin embargo, la mayor parte de las definiciones más citadas de conflicto
incluyen una percepción negativa del mismo, como la del «enfrentamiento
intencionado» de Freund6 o el «intercambio intencionado de sanciones
negativas…» de Blalock7, o la «competición consciente de posiciones
incompatibles…» de Boulding.8 Nuestra idea del conflicto reflejada en
la definición del apartado anterior contiene como caso particular estos
conceptos. Ciertamente, una lucha o enfrentamiento consciente es un
conflicto, pero lo son también contactos entre elementos en circuns-
tancias diferentes, a veces inconscientes, desconocidas o no asumidas
como enfrentamiento. Como ejemplo, pensemos en personas explotadas
o dominadas por otras, sea cual sea el grado, que no son conscientes de
la situación (ni siquiera, a veces, los explotadores), pero que sí están
protagonizando un conflicto.
Según la formación o adscripción de los autores, se hace hincapié en
las distintas definiciones y teorías en aspectos psicológicos, sociológicos
o metodológicos, aunque, en nuestra opinión, la mayor parte de ellos no
resultan contradictorios, sino integrables.
Los psicólogos explicitan la idea de las percepciones o creencias,
como en la definición de conflicto de Pruitt y colaboradores: «diver-
gencia percibida de intereses…»9 o en «la construcción individual del
esquema de conflicto» de Pinkley10, pero ello no es contradictorio con
nuestra definición, ya que un «contacto con modificación de proyecto»
puede ser percibido de muy diversas maneras por las personas o grupos,

6. FREUND, J. (1983) Sociologie du conflict, Presses universitaires de France.


7. BLALOCK, H.M. (1989) Introducción a la investigación social, Amorrortu, Buenos
Aires
8. BOULDING, K.E. (1963) Conflict and Defense: A General Theory, Harper and Row,
New York.
9. Citada por Laca en su tesis.
10. PINKLEY, R.L. (1990) “Dimension of conflict frame…» en el Journal of Applied
Psycology, 75 (2),.
una teorÍa de los conflictos basada en la complejidad 65

o incluso no percibido, sin que por ello deje de ser un conflicto. Éstos
pueden tener un mayor o menor grado de influencia perceptiva.
Los sociólogos y juristas, por su parte, tienden a clasificar las relaciones
sociales en cooperativas (que no serían conflictivas) y en aquellas que
encuentran objetivos al menos parcialmente incompatibles (que sí serían
las conflictivas). Nos parece que esta distinción, siendo útil en el análisis
sociológico, resulta inconveniente para la comprensión del conflicto, ya
que expulsaría del concepto de conflicto a la posibilidad de su gestión
cooperativa. Además, las relaciones completamente armónicas o coope-
rativas entre grupos humanos son menos frecuentes de lo que parece, de
modo que en términos prácticos no entorpece excesivamente considerar
como conflictivas todas las interacciones. Elster, citado por Entelman,
distingue entre «conductas cooperativas» y «conductas coincidentes».
Nosotros pensamos que sólo estas últimas no serían conflictivas.
Otros autores dirigen su atención hacia las dinámicas temporales, las
relaciones de poder o los objetivos de los actores. Aunque evidentemente
queda mucho trabajo integrador por hacer, creemos que es posible integrar
las muchas definiciones conocidas en la que se ha dado.

1.5. Una visión de la paz desde el conflicto

Podemos explicar la Paz Imperfecta11 como consecuencia del carácter


inevitable de los conflictos y la imposibilidad en la práctica de mantener
un proyecto incólume, por muy pacífico y conveniente que sea, ante los
asaltos de los otros «proyectos». Dado que el Universo está lleno de
sistemas de gran complejidad, por muy restrictivo que sea el marco de
nuestro estudio, por muy esquemático y simple que sea un conflicto, el
número de variables implicadas y el número de interacciones con los
otros elementos del sistema es tal que resulta inimaginable un resultado
o «solución» del conflicto que sea completamente satisfactoria y además
evite la generación de nuevos conflictos.
Son estas las dos razones que deben hacernos huir de la creencia en
alcanzar la «Arcadia feliz» o la Paz Perfecta: por una parte, no tiene un
sentido radical el concepto de «solución» aplicado a un conflicto; si la
propia existencia de un conflicto supone al menos una modificación de

11. Ver el primer capítulo «Pax Orbis. Complejidad e imperfección de la paz».


66 jorge bolaÑos y alberto acosta

un proyecto de un elemento del sistema, es muy difícil (casi diríamos


que con probabilidad cero en un contexto de sistemas continuos) que
esa modificación produzca, ni siquiera por una unidad de tiempo, un
estado de trayectoria perfecta o de plena realización del proyecto. Sólo
cabe entender la solución como una aproximación a lo deseable, como
una mejora de la situación de partida o simplemente, como el mejor
de los caminos dadas las circunstancias. Por otra parte, el desarrollo
temporal de la dinámica de un conflicto va creando nuevos conflictos,
o, si se quiere, nuevas formas del conflicto; es, de nuevo, prácticamente
imposible que un conflicto termine en un esquema completamente no
conflictivo, ya que mientras algunos elementos pueden encontrarse en
completa armonía, la multiplicidad de elementos y relaciones de su
entorno generará nuevas situaciones conflictivas.
En consecuencia, desde el conflicto se renueva la ida de que no po-
demos aspirar a la perfección en las relaciones humanas, sino más bien
a mejorar lo más posible el entorno de la mayor cantidad posible de
elementos. El Conflicto Inevitable conduce a la Paz Imperfecta.
Todo ello no significa que deba renunciarse a la búsqueda de la mejor
gestión del conflicto, sino todo lo contrario: cada conflicto gestionado
de forma cooperativa o al menos no violenta genera sinérgica, exponen-
cialmente, conflicto de menor riesgo destructivo.

2. MODELOS DE CONFLICTOS

Si el devenir dinámico de cada elemento en el sistema complejísimo


que llamamos Universo depende secuencialmente de sus interacciones
con los otros elementos, parece razonable distinguir entre las interaccio-
nes (en nuestro concepto, entre los conflictos) que podemos considerar
involuntarias, dependientes sólo de las leyes físicas o, hasta cierto grado,
de las leyes biológicas y las que se producen en virtud de una cierta
voluntad o decisión, al menos en parte. De este modo, el choque de un
meteorito con un planeta estaría en el primer caso y la agresión verbal
o física de una persona a otra en el segundo.
una teorÍa de los conflictos basada en la complejidad 67

2.1. Los modelos racionales: la Teoría de Juegos

Diversos autores que estudian los conflictos humanos como procesos


de decisión están de acuerdo en considerar la dinámica de un conflicto
como una secuencia de toma de decisiones, con el grado de libertad que
se le quiera dar a los distintos actores, que en este caso deben suponerse
humanos. Si a los conflictos que hemos calificado como involuntarios
corresponde un análisis que puramente científico natural, a los que son
protagonizados, al menos parcialmente, por humanos corresponden modelos
analíticos que tengan en cuenta los elementos racionales, emocionales y
sociales en presencia en la voluntad de los actores. Y la herramienta de
análisis racional por excelencia es la Teoría de la Decisión.
En Investigación Operativa (que podríamos definir como la ciencia
de la optimización de los sistemas organizables) se define la Teoría de
la Decisión como el conjunto de normas que favorecen la adopción de
decisiones óptimas por parte de un decisor que se enfrenta a elementos
que no controla (se habla de decidir «frente a la naturaleza» en el argot
de esta ciencia) o que se enfrenta a otros decidores individuales o co-
lectivos. Si son varios los decidores implicados, se habla de Teoría de
Juegos y se concede a la «naturaleza» sólo un papel condicionante o
aleatorio, cuando no completamente irrelevante. De este modo, la Teoría
de Juegos, llamada así porque los esquemas que analiza son similares a
los de los juegos «de mesa» y porque históricamente surgió del estudio
de éstos, puede considerarse como una parte de la Teoría de la Decisión
(o, como dicen los psicólogos, de la teoría de la decisión racional) 12.
Así pues, la Teoría de Juegos estudia la toma de decisiones óptima
de un jugador o decisor (un «elemento voluntario» en nuestro concepto
de conflicto) frente a las decisiones de los otros jugadores y las circuns-
tancias y reglas del juego. Del resultado de las decisiones de nuestro
jugador y de los otros, y en ocasiones del azar, resulta un beneficio o
pérdida que suele llamarse «utilidad», probablemente porque las primeras
aplicaciones «serias» de esta teoría se dieron en el campo económico.
Es interesante señalar que la dinámica histórica de la Teoría de Juegos
ha corrido paralelamente al desarrollo del análisis de los conflictos y a
la propia secuencia de la geopolítica mundial.

12. Para un ameno recorrido histórico centrado en la figura de John Von Neumann se
puede leer POUNDSTONE, W.(1995) El dilema del prisionero. Alianza. Madrid.
68 jorge bolaÑos y alberto acosta

Con las limitaciones de una excesiva simplificación, podemos decir


que si entre los años cincuenta y los setenta, la época de la «guerra fría»,
la Teoría de Juegos parece concentrarse en los modelos de estricta com-
petencia (llamados de «suma cero» porque las ganancias y pérdidas de
los jugadores se equilibran), a partir de los años ochenta se desarrollan
las aplicaciones de los juegos parcialmente cooperativos o de «suma no
nula», acordes con una situación internacional que permite ganancias, al
menos, parciales para todos, aunque también amenaza con pérdidas para
todos, lejos del enfrentamiento directo del «tu ganas o yo gano» de la
cultura geopolítica anterior. Los rasgos de nuestros días parecen ser el
reforzamiento de los modelos cooperativos, sí, pero también el de los
«conflictos crónicos» en los que casi todos pierden y, por supuesto, de
las amenazas globales. La Teoría de Juegos sigue (o ¿es al contrario?)
a la realidad geopolítica en un camino cada vez más cooperativo pero
también cada vez más complejo13.
El análisis racional de los conflictos en base a la Teoría de Juegos parte
de la condición paradigmática de que el comportamiento de los jugadores
sea «racional» en el sentido de que no actúen en contra de sus propios
intereses, representados éstos por utilidades numéricas (positivas-ganancias
o negativas-pérdidas) o simplemente por un orden de preferencias sobre
los resultados del «juego» o, para nosotros, del conflicto. 14
Los juegos pueden analizarse desde el punto de vista de un jugador
determinado, buscando lo mejor para él, en cuyo caso resultan irrelevantes
los resultados de los demás, o desde el punto de vista de un árbitro o
juez bienintencionado, que busca lo mejor para todos, el «bien común»,
aunque no necesariamente lo mejor para cada uno.
La utilidad de aplicar análisis racionales a los conflictos mediante la
construcción de modelos formales tiene múltiples facetas y paralelamente,
obvias limitaciones: Permiten tener una visión más clara de la realidad,
arrojando luz sobre ella en la medida en que, como todos los modelos
científicos, haya una adecuación entre el esquema y el verdadero con-
flicto; su limitación es la simplificación excesiva, que puede hacernos

13. Ver, por ejemplo, AXELROD, R. (1986) La evolución de la cooperación. Alianza


Universidad.
14. Por supuesto que los conflictos suelen ser modelizados con un conjunto o secuencia
dinámica de «juegos» y lo afirmado es una simplificación didáctica: un conflicto es habi-
tuamente más complejo que un “juego».
una teorÍa de los conflictos basada en la complejidad 69

perder matices de importancia. Asimismo, parten de las valoraciones


o definiciones de las utilidades o preferencias que se hayan fijado y,
en consecuencia, proporcionan conclusiones independientes de las
equivocaciones o limitaciones humanas, lo que le da una fuerza lógica
indudable; sin embargo, no nos permiten detectar los errores, falacias o
autoengaños de los jugadores en la fijación de sus preferencias: puede
hacerse un análisis racional sobre jugadores esencialmente irracionales
o simplemente errados en su percepción de la realidad. Y ayudan a la
toma de decisiones y muestran con nitidez los riesgos y posibilidades
de los caminos a seguir, ahorrando esfuerzos inútiles; al mismo tiempo,
pueden coartar una cierta creatividad en la gestión del conflicto.
En definitiva, ofrecen un camino sólido y mejor iluminado para
enfrentarse a los conflictos, siempre que estos sean lo suficientemente
objetivables.
Por otra parte, la Teoría de Juegos encaja como anillo al dedo en
la definición que hemos dado de conflicto como contacto productor
de modificaciones de proyectos; en efecto, cabe interpretar que dicha
teoría «modeliza» de forma ágil y dinámica ese «contacto» (o conflic-
to) mediante uno o varios juegos, y estudia la forma de hacer que las
«modificaciones de los proyectos» (resultados de los juegos) sean las
mejores posibles para uno (competición) o para el conjunto (cooperación,
sinergia) de los jugadores.
Con un esquema sencillo, como el siguiente, se entenderá mejor esta
relación entre juegos y conflictos. El juego más simple, y sin embargo
muy aleccionador, que podemos considerar es aquel en que sólo hay dos
jugadores y cada uno tiene sólo dos posibles decisiones en una única
realización del juego. Si por simplificar suponemos que las acciones
posibles de cada uno son similares, y les llamamos C (cooperar) y D
(defraudar), nos encontramos con los siguientes cuatro resultados posi-
bles, CC, CD, DC ó DD:

— (CC) Si los dos COOPERAN, se produce el llamado CONSENSO,
que podemos asimilar al resultado de un conflicto en el que ambas
partes se ven obligadas a MODIFICAR sus proyectos o trayecto-
rias, pero colaboran para que esas modificaciones sean, en algún
sentido, lo menos pronunciadas o más positivas posible.
— (CD) ó (DC) Si uno coopera y el otro no, se produce la DERROTA
del que coopera y la VICTORIA del defraudador; podemos verlo
como el resultado de un conflicto en el que el elemento derrotado
70 jorge bolaÑos y alberto acosta

se ve obligado a MODIFICAR su proyecto contra su voluntad y


el triunfador puede MANTENER el suyo.
— (DD) Finalmente, si ninguno coopera, el resultado del juego es
el DISENSO o CONFLICTO ABIERTO, en el que los elementos
luchan para que su propia MODIFICACIÓN sea, a costa de la del
otro, lo menos pronunciada o más positiva posible.

En el análisis del juego debemos contar con las preferencias de cada
jugador sobre los cuatro resultados, ordenándolos de más a menos
preferido, y a partir de ellas determinar si el conflicto tiende o no a
soluciones estables y/ó equilibradas, con el consiguiente «consejo» para
«nuestro» jugador, si asesoramos sólo a uno, o para los dos, si somos
árbitros del conflicto.
En todo caso, lo importante en relación con la definición de conflicto
que hemos dado es que el resultado concreto del juego o secuencia de
juegos puede imaginarse como unas ciertas modificaciones de trayectoria
o proyecto para los elementos que han contactado (jugadores o decidores
que juegan en el argot de la teoría). Tales modificaciones pueden ser
inexistentes irrelevantes, positivas o negativas en algún sentido que se
mide con las utilidades o preferencias del juego o juegos.

2.2. Conflictos y emociones

Desde hace unos treinta años se está produciendo un re-descubrimien-


to de la relevancia de las emociones en la mayoría de las disciplinas
científicas. La psicología y las neurociencias han puesto de manifiesto
que éstas no son un remanente filogenético inservible que los seres hu-
manos debemos sujetar y anular con nuestros recursos racionales, sino
más bien un importante recurso de adaptación a un entorno dinámico y
cambiante. Posiblemente ningún ser vivo hubiese podido sobrevivir sin
sus reacciones afectivas y emocionales.
Los afectos y las emociones ponen en marcha importantes tenden-
cias o planes de acción que han resultado especialmente eficaces en la
filogenia para superar dificultades y encarar amenazas y peligros. En
circunstancias en que está comprometido un proyecto vital, los afectos
y emociones acompañan para favorecer su logro. Cuando se altera éste
al contactar con otro (es decir, al producirse un conflicto), nuestro en-
tramado afectivo intenta mantener su vigencia y, cuando no lo logra, lo
una teorÍa de los conflictos basada en la complejidad 71

reajusta. Allí donde están comprometidos nuestros proyectos o metas,


sea de modo positivo o de manera negativa, surgen nuestros afectos y
emociones. Su movilización acontece de manera involuntaria y con un
importante entramado de automatismos.
En los humanos, no obstante, además de este aspecto reactivo de las
emociones, debido a nuestras posibilidades reflexivas, hemos de contemplar
también los recursos de autorregulación. Desde pequeños, aprendemos
a manejar nuestros afectos y emociones de manera conveniente para
el logro de nuestros objetivos y metas. En circunstancias conflictivas,
sin duda, lo hacemos. En un entorno social complejo y dinámico, la
autorregulación afectiva resulta un acompañamiento imprescindible de
la buena gestión de los conflictos.15
Los seres humanos nos hemos apoyado en nuestro repertorio de recur-
sos biológicos para construir nuestra cultura y alcanzar más flexibilidad
en nuestros procesos de adaptación al medio. Conforme progresábamos,
hemos cambiado nuestro repertorio de reacciones afectivas por un amplio
abanico de acciones que ha garantizado esa mayor flexibilidad. En los
momentos actuales, existe un conjunto de valores compartidos (libertad,
igualdad, justicia, paz, etc.) que hace imprescindible una buena gestión
emocional. Tanto la gestión del conflicto como la gestión emocional
deben estar al servicio de nuestros logros sociales y culturales.
Tradicionalmente, cuando se han abordado los conflictos, siempre se
ha enfatizado la importancia de la regulación afectiva, especialmente de
emociones negativas como la ira, el rencor, la venganza, el miedo o la
ansiedad. Cualquier modelo teórico sobre el conflicto debe contemplar
los afectos y emociones que indisolublemente y de manera dinámica van
asociados a él. Además, debemos entender que la gestión del conflicto
será habitualmente gestión emocional. Ambos tipos de gestión son es-
pecialmente relevantes hoy día porque nuestro marco de libertades y la
aceptación de la individualidad hacen posible la coexistencia de variados
y heterogéneos proyectos y trayectorias vitales.

15. Cf. ACOSTA MESAS, Alberto (2004) «Resolución de conflictos y regulación de


sentimientos», en MUÑOZ, Francisco A. y MOLINA RUEDA, Beatriz, Manual de Paz y
Conflictos, Granada, pp. 201-222.
72 jorge bolaÑos y alberto acosta

2.3. Hacia una gestión integral del conflicto

Como hemos visto los seres humanos somos la consecuencia de un


cúmulo de circunstancias y de relaciones cuantitativas y cualitativas, que
están abarcadas por la complejidad. Las condiciones de nuestra exis-
tencia, nuestras capacidades, potencialidades, proyectos y necesidades,
la paz, la violencia, todas las actividades humanas están insertas en la
complejidad. No existiríamos como humanos sin toda la multiplicidad
de variables previas en las que nos «sustentamos». No tendríamos
ninguna preocupación pero tampoco ninguna opción para elegir sin la
complejidad, la multicausalidad, la variabilidad y la «conflictividad»
preexistentes en nuestro entorno, que en definitiva se pueden convertir
en opciones para la creatividad.
Por tanto expresiones como «solución» o «resolución» de conflictos
no son adecuadas si admitimos la dificultad o imposibilidad de suprimir,
o eliminar las condiciones de un conflicto de forma definitiva y perfecta.
Parecen más adecuado hablar de «regulación», «transformación» ó ges-
tión, que —huyendo de un debate de nomenclaturas— nos ubica en el
contexto de los sistemas complejos. Como seres humanos individuales
o agrupados podremos hacer lo que esté en nuestras manos por condu-
cir nuestros proyectos de la mejor manera, intentando gestionar lo mas
optimamente las circunstancias y los conflictos en los que nos estemos
envueltos o implicados.
En cualquier caso, como venimos insistiendo, es completamente nece-
sario avanzar en la construcción de una Teoría de los conflictos que tenga
como objetivo identificar y analizar los contactos entre los proyectos
de las diversas entidades humanas y sus circunstancias que, dentro del
marco de la complejidad, definen cada conflicto. Como es obvio este
objetivo nos es útil para la construcción de la paz, la deconstrucción de
la violencia, visibilizar las mediaciones y potenciar el empoderamiento
pacifista, pero también para comprender mejor las dinámicas humanas
en general. Este trabajo sólo pretende ser una aportación más en este
camino.

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