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Correspondencia1.

Compiladores:
Ciurluini Julieta
Fiocchi Antonela
Palavecino Andrés
Índice

La estructura no es la taxonomía. ………………………. 03


Por Juan Ritvo

Vindicación de la Psicopatología. ………………………. 06


Por Juan Ritvo

Objeción de Ricardo Rodríguez Ponte.


Un e-mail a Daniel Rubinsztejn

El rechazo de la Psicopatología rechaza al sujeto. ……… 09


Por Juan Ritvo

A Juan Ritvo, sobre la psicopatología. …………………. 13


Por Ricardo Rodriguez Ponte

El siguiente intercambio en la revista digital Imago Agenda en el


año 2003 se inicia luego de dos artículos publicados por Juan Ritvo; La
estructura no es la taxonomía y Vindicación de la psicopatología,
más una objeción de Ricardo Rodriguez Ponte a la segunda nota que
no ha sido publicada. La inclusión de la objeción irá marcado el
intercambio futuro entre dos agonistas sabios en controversias. A
continuación ofrecemos al lector el recorrido de aquel diálogo.
La estructura no es la taxonomía.
Imago Agenda Nº 72 | agosto 2003
Por Juan Bautista Ritvo
Un poco por todos lados nos topamos con críticas a las “tipificaciones
mórbidas” y a la “psicopatología freudiana”, críticas que invocan el detalle, la
singularidad (singularidad que muchas veces es asimilada a un fonologismo ignorante),
los márgenes de las demarcaciones “rígidas”; críticas que a veces son tácitas, pero no
menos efectivas, como cuando se exploran viejas e imprecisas nociones, sin remitir en
ningún caso a las clásicas estructuras freudianas.
Pero, ¿no se ha confundido la estructura con la taxonomía, la patología del acto
con la especie clínica, llevando así al brete del empirismo que no tiene otro límite que el
fantasma del analista?
Es cierto: hay una psicopatología –a la que Freud y el psicoanálisis no han sido
por cierto inmunes– para la cual el diagnóstico se consuma al subsumir un caso bajo la
especie mórbida correspondiente, concebida ésta como una colección de rasgos
exteriores los unos a los otros – partes extra partes– que se disponen según la tabla de
presencias y de ausencias: si tiene memoria nítida, entonces es.....; si padece de amnesia,
entonces es.... tan cierto como que quienes sostienen el discurso antipatológico, se
limitan a leer algunos textos escolares del propio Freud, pero hace rato que no indagan,
pongo por caso y no es un caso cualquiera, Inhibición, síntoma, angustia, donde la
noción de “clase patológica” –colección de particulares unidos por ciertos rasgos
generales– es reemplazada por la de serie1 –respuestas diversas y ubicadas en una
distinta relación de complejidad con respecto a una encrucijada inicial del deseo–, que
es algo muy distinto; y lo es porque, decisivamente, es propio de la serie resolver
situaciones mediante un giro (Wendung) que realiza alternativas que bajo ningún punto
de vista están saturadas de antemano. Así, el paciente actúa gracias a una combinación
que las series complementarias permiten pensar como una conjunción única y a la vez
ejemplar del azar y la necesidad a posteriori.
La trivial oposición de singularidad y estructura es tan pobre como la tortilla
que, como diría James, ni siquiera tiene dos miserables huevos. En “Subversión del
sujeto”, la estructura es concebida a partir de la falta de significante, la que no puede ser
colmada por el significante cero. Ahora bien, esa falta paradójica –sólo se puede
inscribir la imposibilidad de inscribirla, del lazo de la muerte con el sexo sólo podemos
inscribir su imposibilidad de inscripción– ¿no designa, acaso, el lugar hueco del futuro
sujeto?
La estructura sólo se completa descompletándose con el rasgo que singulariza
pero no tipifica al sujeto de la enunciación. Y es así porque las estrategias contrastadas
que definen las figuras clínicas2 –el obsesivo difiere la desaparición del sujeto
imposibilitando el deseo del Otro; la histérica preserva la insatisfacción pero al precio
de sustraerse como objeto– admiten diversas lecturas –no cualquiera, en modo alguno
cualquiera, pero sin que sea posible hacer un inventario exhaustivo de ellas– que forman
siempre un conjunto disjunto de las singularidades; ellas no ilustran un tipo, realizan un
estilo patognomónico según modos inéditos y lo hacen por una razón que no es de fácil
explicación, aunque tenemos que intentar reducirla a su elemento más simple; si la
neurosis busca determinar ( controlar) lo que hay de fatalmente indeterminado en el
cruce de la sexualidad y de la muerte, los fracasos y los hallazgos sintomáticos del
proyecto modalizan aspectos impredecibles de la acción significante.
Diagnosticar no es subsumir, sino trazar las alternativas actuales de la
repetición del acto para cada cual; y las alternativas, ya se sabe, aunque se desconozca,
pensadas desde la tríada freudiana de inhibición, síntoma y angustia, vuelta a formular

2
como basculación del acto entre el acting y el pasaje al acto, pensadas entonces desde la
estructura, están abiertas al margen de libertad3 que es inherente a la acción
significante.

__________________
1. En el capítulo quinto de la edición alemana del texto de Freud mencionado,
se emplea el verbo anreihen, que significa “enfilar”, “colocar en serie” y que Etcheverry
traduce adecuadamente “en una misma serie”: la serie que forman, como se sabe, la
histeria de conversión y la de angustia.
2. Es parte esencial de dichas figuras la trama delicada de los mecanismos
argumentales y temporales, ambos a una, que Freud ha descubierto en la neurosis
obsesiva en particular – anulación retroactiva, preterición de la decisión, etc – y que
Anna Freud, en su conocido trabajo, degradó a simples “mecanismos”, cuando en
verdad son la sustancia misma del “tiempo lógico” en la neurosis.
3. La expresión ‘margen de libertad’ pretende evocar, rápidamente, la expresión
de Lacan “ese poco de libertad”, que necesita de explicitación, desarrollo y hasta de
rectificación para que el análisis no retorne al ciego positivismo que fue la marca del
posfreudismo; y aunque difiero de sus elaboraciones, para mi gusto demasiado puntual e
insatisfactoriamente escolares y así sin sentido de la compleja dimensión significante,
suscribo totalmente el comienzo de un libro de Diana Rabinovich: “... si el psicoanálisis
no abre para cada sujeto hablante la posibilidad de ese ‘poco de libertad’ como lo
denomina Lacan, su ejercicio deviene una mera estafa” ( “El deseo del psicoanalista”,
Manantial, pág. 9) La libertad tiene grados en Lacan, desde la “bolsa o la vida” ( hay, es
sabido, quienes prefieren perder la vida antes de que les roben su auto, causa y sentido
de su vida) hasta el “salto” en el sentido kierkegaardiano, que es propio del acto,
particularmente del acto de fin de análisis. La determinación insuficiente de la
estructura es, en todos los casos, causa de libertad, del mismo modo que el equívoco de
la ley es causa de interpretación.

3
Vindicación de la psicopatología.
Imago Agenda Nº 73 | septiembre 2003
Por Juan Bautista Ritvo
Desde hace un tiempo en este lado del mundo y en aquél (obvio: París), se
suele decir, con mayor o menor énfasis, que la psicopatología obstruye la clínica hasta
terminar por doblegarla.
Una forma sutil de esta posición la muestra Philippe Julien cuando sostiene que
la histeria no es una neurosis sino un discurso; con lo cual empobrece, a la vez, las
nociones de discurso y de neurosis.1
Creo que hay, en estas alegaciones y de un modo tan implícito como efectivo,
una confusión entre psicopatología psicoanalítica y psicopatología psiquiátrica. Esta
última es taxonómica y su tarea fundamental consiste en subsumir un caso particular en
una regla general. La psicoanalítica es, antes que nada un “trayecto”, es decir un curso
de navegación (utilizo figuras de Serres) que tiene que bordear obstáculos, franquear
pasos y, sobre todo, tomar decisiones en momentos cruciales, que son los momentos en
que emerge ese “poco de libertad” de que nos habla Lacan. No es una colección de
rasgos fijos que operan gracias a un método de presencia y de ausencia (si padece
amnesia, entonces tal y cual cosa; si no la padece, entonces esto otro...; si se calla para
no ser repetitivo, entonces...), sino un instrumento flexible para saber lo que es posible
saber, lo que es necesario aquilatar y los límites de la imposibilidad, de tal modo que en
cada caso sea posible situar a las alternativas del analizante en función de la tríada acto,
pasaje al acto, acting-out; y ya se sabe, el acto está entre el acting y el pasaje, del mismo
modo en que el síntoma está entre la inhibición y la angustia.
(Síntoma y acto: términos medios que se borran para pasar a los extremos y al
mismo tiempo para sostenerlos; a la vez, el síntoma coagula el acto y es condición de
posibilidad de éste. La psicopatología psicoanalítica, si es algo, es una nosografía del
acto, lo cual supone considerar lo que hay de real en el afecto, la deriva sin inscripción y
la inscripción sin deriva, que habitualmente hemos calificado de “fijación libidinal”;
supone, también y decisivamente, redistribuir el campo del acto en relación al goce,
tarea que, por cierto, nos remite a un momento clave de la elaboración lacaniana: el
seminario La Angustia, el que se conecta, más allá de las falacias de la cronología, con
la bolsa del cuerpo, ese cuerpo humoral transido de agujeros y de remiendos que Lacan
retoma de la vieja medicina mítica y lleva a sus últimas consecuencias en el seminario
El Sinthoma, cuando proclama que la palabra puede ser, y de hecho es, un cáncer que
prolifera en el sujeto y lo corroe. ¿Podemos integrar esta perspectiva con las
disyunciones alienantes que siempre hacen del acto analítico, de sus antecedentes y de
sus consecuentes, una encrucijada del sujeto antes que una ubicación estática en el
campo de la enfermedad?)
La oposición que suele hacerse entre la estructura ( rigurosamente hablando es
la estructura del rasgo unario, autodiferente y por lo tanto privado de origen y destino) y
singularidad es algo a mi juicio insostenible y ruinoso para la clínica. La correlación
entre el significante de la carencia y la carencia radical de significante, que es
suplementaria y no complementaria2, correlación que hace a la esencia del rasgo y de su
vínculo con lo imposible, dibuja en la estructura el lugar en hueco del sujeto, el que al
ocuparlo queda, por un efecto paradójico, fuera del conjunto y al mismo tiempo
comprendido en él.
Así, diagnosticar no consiste en subsumir un ejemplar en una clase
nosográfica, sino en delinear lo que más arriba llamé trayecto: el trayecto de alguien
situado frente a sus alternativas.

4
Debemos, sin duda, separar la clínica de la psicopatología, pero para permear a
ésta en el máximo grado posible por aquélla, no para instaurar un empirismo sin
principios, sostenido en la genialidad posmoderna de psicoanalistas inspirados: es el
camino ya transitado por tantos para abjurar, en nombre de lo políticamente correcto, de
la paternidad y de la castración.
_______________________
1. Julien, Philippe, Psicosis, perversión, neurosis, Amorrortu, Buenos Aires,
2002. El autor sostiene que no es una neurosis porque instituye un lazo social que
muestra lo imposible de la posición del Amo.
¡Son justamente las características de la neurosis histérica, que no es una
neurosis entre otras sino el lenguaje de la neurosis como tal! ¿Julien supone, acaso, que
la neurosis no es un lazo social?
2. Quiero decir: la carencia de significante no es recubierta por el significante
fálico de carencia, porque este último se constituye como el menos en demasía de ese
demasiado en menos que es el primero; tan demasiado en menos que ya ni el signo
menos puede designarlo.

5
El rechazo de la patología rechaza al sujeto.
Imago Agenda Nº 75 | noviembre 2003
Por Juan Bautista Ritvo
Un colega1 al que aprecio, ha objetado mi nota “Vindicación de la patología”,
en los siguientes términos: “1) no hay psique (la realidad psíquica es función de sueño,
realidad religiosa – cf. Seminario RSI), con su fundamento topológico en el par
micro/macrocosmos, si el inconsciente es el discurso del Otro, incluso si es el discurso
del otro (si queremos retroceder hasta el Discurso de Roma); 2) no hay patología sin
discurso de la norma, es decir, sin función del ideal. Cualquier reivindicación de la
psicopatología, por ingeniosa que se muestre, nos devuelve a la psicología y la
medicina.”
Primera discrepancia: entre el sueño y la realidad religiosa hay relación sí, pero
de oposición suplementaria. El par micro y macrocosmos gobierna la realidad religiosa (
pero no la angustia religiosa, es preciso decirlo), mas no al sueño, por la ambigua
pertenencia del sueño2 a los límites en los que la criatura, cuyo hogar diurno se
deshilacha, (véase el comienzo de A la búsqueda... de Proust) vacila entre la promesa de
una ganancia intensa de placer y el refugio fetal del dormir nihilista. El sueño, querido
amigo, junto con la angustia, testimonia en y por el sujeto, sujeto que es hablante
hablado, ambos a una, la preeminencia del discurso del Otro. Sí; hay realidad psíquica y
yo me opongo al fast-food psicoanalítico que cree que puede, con desprecio, contemplar
a la cultura de Occidente desde lo alto de unas pobres fórmulas de lacanismo portátil, y
declararla muerta3. ¡Por favor!
Sin el sueño y su testimonio de la perennidad del deseo, ¿qué quedan para un
analista salvo unas cuantas aserciones carentes de certeza?
(El cogito freudiano extrae, como se ha dicho incansablemente, su certeza del
sueño: “Sueño, luego mi existencia viene del Otro”)
El segundo punto ofrece más dificultades y por lo mismo es más estimulante.
Es cierto: no hay patología sin norma y no hay norma sin ideal; sobre estos parámetros
epistemológicos se funda la ciencia médica. Pero tanto la norma como el ideal se dicen
de varias maneras, digámoslo para imitar al maestro griego. El ideal del Yo, por
ejemplo, sutura imaginariamente la falta que no obstante reconoce. Pero toda acción,
todo arte que pertenezca a las ciencias morales ( diré ‘conjeturales’ para no ofender a los
ortodoxos) tiene una finalidad que, a diferencia de la finalidad del Ideal del Yo, es
inmanente4. La finalidad de esta última estructura es externa, está al servicio del amor
al padre y a la censura sacrificial de los mociones pulsionales. En cambio, el fin que
orienta –lo querramos o no– a la dirección de la cura, el analista como desecho, como
apariencia de a ,es inmanente. En cuanto a la norma, me parece que la argumentación
esbozada desconoce toda la complejidad de la posición freudiana5 para quien toda
norma es patológicamente normal o normalmente patológica6: no hay otro padre que el
padre caído, pero en el padre caído resplandece, fugitivamente y no sustancialmente, la
huella de lo que lo trasciende, la huella de un paso, de un pasaje, de un pase, si se quiere
usar el término ritual, de algo que insistirá sustrayéndose y así dejará su marca, su
rastro, su pista; es el nombre paterno que separa y ordena, pero que no tiene otra
realidad que el acto mismo de separar; es el separar que excede a lo que no separa; algo
bien distinto de ese cielo, de ese topos uranos donde la ecclesia ubica al nombre, a la
espera de la oportunidad de bajar a tierra.7
No obstante, la discusión debe ir más a fondo.
Todas estas delimitaciones –falsas delimitaciones–- quedan restringidas a la
consideración de la patología según los esquemas del siglo XIX, para el cual es
patológico todo lo que atenta contra el lazo social; hay, según este rígido esquema, en

6
primer lugar relaciones sociales, funciones sociales de asimilación y acomodación y, en
segundo y patológico término, desintegración de estas mismas funciones. Para el
psicoanálisis, (es la perspectiva que va desde El malestar en la cultura al Reverso del
psicoanálisis, sin dejar de tener en cuenta El porvenir de una ilusión) el lazo social –esa
relación social que Simmel, en su Sociología, ligaba al secreto, a la división entre lo
privado y lo público, a la opacidad–, es él mismo la enfermedad y la denuncia de la
enfermedad. A diferencia de la nosografía corriente, lazo social, malestar en la cultura,
patología y psicopatología de la vida cotidiana, son nominaciones parcialmente
equivalentes que convergen sobre un fenómeno sintomático repetido y repitiente.
El malestar en la cultura es el organizador mayor, ya que implica a todos los
sujetos de la sociedad civil en un horizonte que es la condición de posibilidad de la
neurosis. El malestar es, en primer término, ambiguo, porque se está bien en el mal, se
disfruta ( y es así, “se”, nadie en particular) de estar en la mierda con tal de no caerse al
precipicio. Y por la misma razón, es paradójico, porque los medios destinados a evitar la
ganancia de placer como precio que se paga para conservar el equilibrio, precipitan al
precipicio del horror cotidiano: los medios de la autoconservación son los medios de la
autodestrucción.
La expresión “horror cotidiano” nos introduce en la psicopatología de la vida
cotidiana que es la frontera que separa y al mismo tiempo vincula la vida privada con la
pública. Esos discursos que Lacan tematiza como discursos claves de nuestro tiempo –el
discurso histérico y el discurso amo– son cotidianos, ni públicos ni privados y al mismo
tiempo lo uno y lo otro; ellos especifican el malestar y lo determinan como neurótico,
según la clásica fórmula de Lacan: el neurótico demanda que se lo demande desear
congruentemente; algo imposible, porque el deseo es la antítesis de la congruencia, si es
que la congruencia implica, a la vez, consistencia e igualdad.
El perverso8 se define en relación a la cultura del malestar (que nada tiene que
ver con la acepción frívola de “cultura” que parece encantar a tanto analista kitsch );
transforma la paradoja en obscenidad y hace de la ambigüedad la afirmación del goce
del Otro. El perverso estructural (no me refiero a la llamada conducta perversa), conoce
a la perfección y explota la fragilidad de la imaginación fantasmática de cada cual,
aunque ese saber tiene el precio de desmentir la inexistencia del Otro.
Por su parte, el verdadero incauto es el psicótico (“inocente”, diríamos para
emplear un vocablo de Kierkegaard), quien no puede situarse porque ha sido expulsado
de los complejos pliegues de la paradoja ambigua de la cultura.
¿Qué tiene de psiquiátrica esta psicopatología?
_________
1. Se trata de Ricardo Rodríguez Ponte. No cometo ninguna infidencia
porque él mismo autorizó su difusión. De cualquier modo, me interesaría que esta
polémica, en beneficio del adormecido psicoanálisis de estas orillas, la continuara él
mismo y si es posible desde estas mismas páginas.
2. No distingo aquí sueño de relato del sueño porque el segundo no es un
mero relato, sino el relato que intenta captar algo a la vez absolutamente cierto –no dudo
de que soñé– y absolutamente evanescente.
3. Ese lacanismo comete errores que son pura ignorancia: se dice y se repite
la fórmula lacaniana de la oposición de la verdad con lo real, sin advertir que allí hay un
problema; porque una de dos, o esa oposición entre verdad y real la decimos desde la
verdad a medias, como creo que efectivamente corresponde pensar, con lo cual afirmo
que decir que hay oposición entre verdad y real no es decible como oposición; o bien
digo que hay una verdad plena y transparente: que la verdad se opone a lo real.

7
4. He tratado de pensar la noción kantiana de ‘finalidad sin fin’, cuya
riqueza no ha sido advertida fuera del campo académico donde, como corresponde,
duerme el sueño de los justos, es decir de los eruditos en citar y citar y citar...
5. Cuando se desconoce la complejidad de Freud, fatalmente se simplifica
hasta el ridículo a Lacan: no se puede leer críticamente a Freud desde una posición
santurrona e incluso chambona con respecto a Lacan.
6. La distancia entre enfermedad y salud es cuantitativa sólo en la neurosis
espontánea; al instituirse la neurosis de transferencia, el objetivo cambia: al fin del
análisis puede ser cualitativa. Pero la salud no está, por así decirlo, atrás, como si fuera
un ideal intemporal, sino adelante, en la meta inventada por el análisis a partir de lo que
está censurado en la vida cotidiana. La salud es lo que se puede hacer con la enfermedad
que, por definición, es conflictiva; no el ideal del cual ésta se habría apartado.
7. Me parece que es éste el lugar desde el cual se puede leer la metáfora
paterna, cuya escolarización, para nada ajena a la pedagogía del mismo Lacan, la ha
transformado en un cachivache confuso e inútil. El padre de la religión, a la vez
sacrificial y separador, cuyo primer aspecto sepulta al segundo, es el referente concreto
y primero del análisis: identificar ambos aspectos, separarlos, es una invención del
análisis sobre la huella del conflicto que hace de la operación paterna algo más que una
endeble utopía, aunque su fragilidad sea evidente. Es mérito del psicoanálisis haber
traído a la ciencia oficial y positivista el malestar de la paternidad.
8. Llamo “perverso” a quien se ofrece, simultáneamente, como instrumento
del goce del Otro y reduce a este Otro a un desecho, fetiche negro. Pero no llamaría
“perverso” a la torsión fetichista de la fobia, que es una dimensión interna de la
neurosis.

8
A Juan Ritvo, sobre la psicopatología.
Imago Agenda Nº 76 | Noviembre 2003

Por Ricardo E. Rodríguez Ponte


Mi querido Juan:
En este preciso momento no sé todavía si, como me invitás a que lo haga, lo
que siga a este titubeante inicio se resignará finalmente a entrar en los moldes
convencionales de un artículo para Agenda. En todo caso, y por motivos que entenderás
en seguida, por un ratito al menos prefiero atenerme al tranquilo tono confidencial
propio del intercambio epistolar del que ambos nos sabemos capaces. Es que el
miramiento por lo que podrá figurarse (con vos, no necesito subrayar este guiño) el
público anónimo al que lo destinaría su final de revista, podría llevar a que en el camino
perdiera al interlocutor que lo ha motivado, circunstancia a la que siempre he sido
suficientemente sensible, pero a la que me ha re-sensibilizado tu texto, que en el trámite
de discutir con las breves y modestas observaciones que me despertó, no pudo o no
quiso evitar continuar haciéndolo con el “lacanismo portátil” propio de ese estereotipo
de “lacaniano” con quien solés discutir con tanto rigor como ingenio, pero que, más allá
de la existencia indudable del referente, no deja de ser uno de tus fantasmas. Ahora bien,
como yo no me resigno a entrar sin protestas en esa no por concurrida menos estrecha
horma, me tolerarás que añada a las anteriores algunas más que quizá permitan que,
atravesando dichos fantasmas, me recuperes como interlocutor.1
A lo mejor, si te hubieras dado un poquito de tiempo... Al fin y al cabo, entre
mi mail a Daniel Rubinsztejn en el que formulé —a las apuradas y al margen, pues ni
me pasaba por la cabeza la posibilidad de una controversia en forma— mis objeciones a
tu artículo publicado recientemente en la revista Agenda, entonces titulado Vindicación
de la psicopatología,2 y tu respuesta con el attach de Problemas y controversias 25. El
rechazo de la patología rechaza al sujeto,3 ¡no pasaron dos días! Si te hubieras dado ese
tiempo que me parece que no te diste, quizá habrías podido ir a ver en qué consistía esa
referencia al pasar al Seminario R.S.I., donde el contexto de esa “función de sueño” y
de esa “realidad religiosa” te habría indicado en seguida —pues sos un buen lector—
que esa arrebatada tirada en defensa del sueño y la realidad religiosa, antes que
sostenible o no, no tenía nada que ver con lo que yo decía.
Por supuesto, si fuera necesario, yo podría rehacer con vos el recorrido por el
Seminario R.S.I. y algunas clases del Seminario El sínthoma, para mostrarte que lo que
estaba en juego en la observación que te hizo saltar no era si hay o no “relación”, ni si
ésta, de haberla, es de “oposición suplementaria” o no, “entre el sueño y la realidad
religiosa”, sino que lo sostenido por Lacan en ese párrafo que yo citaba parcialmente es
que la realidad psíquica tiene una función de sueño, precisamente en la medida en que
elide su reducción a tres en el borromeo —ámbito de pertinencia de todas estas
afirmaciones—, lo que equivale a decir, puesto que lo real es tres, y no tercero, que no
supone para nada lo real del que Lacan se sirve, y subrayo esto último, pues se trata de
lo real, una de las dit-mensiones lacanianas, sostenidas en su consistencia triple por el
decir de Lacan, y no de ningún real ontológico.
Por supuesto, si también fuera necesario, y por un nutrido juego de citas no
obstante tan escuetas como contundentes, me quedaría todavía apoyar la equivalencia
que establece Lacan entre la realidad psíquica y el complejo de Edipo, y a partir de ésta,
vía la función de suplencia y suplementaria del Nombre-del-Padre, la equivalencia entre
la realidad psíquica y la realidad religiosa...

9
Pero, por supuesto, no me parece necesario, y dejo ese recorrido a tu cuenta.
Más cuando me detiene el temor de que, no vos, por cierto, pero quizá sí ese lector
anónimo evocado más arriba, quien en principio no estaría en condiciones de distinguir
entre el escritor y sus fantasmas, inadvertidamente pudiera terminar situándome entre
esos “eruditos en citar y citar y citar...” que como polvo en los ojos le soplaría tu nota al
pie número 4.
En su lugar, me atendré a una, que me parece central para una eventual
controversia que podríamos sostener en el futuro, extraída de tu propio texto: “Sí; hay
realidad psíquica, y yo me opongo al fast-food psicoanalítico que cree que puede, con
desprecio, contemplar a la cultura de Occidente desde lo alto de unas pobres fórmulas
de lacanismo portátil y declararla muerta. ¡Por favor!”4
Separemos primero la paja del grano. ¿Me querés decir qué tiene que ver la
“realidad psíquica” que afirmás con “la cultura de Occidente” que el fast-food
psicoanalítico contemplaría con desprecio hasta declararla muerta desde lo alto de unas
pobres fórmulas de lacanismo portátil? Y a propósito de esta figura que erigís como una
de esas estatuas a las que basta soplar para derribarlas: ¿con quién creías en ese
momento que estabas hablando? ¡Por favor!
Ahora sí, tal vez, puedo retomar el argumento. O la realidad psíquica es lo que
dice Freud, o estamos ante otro caso de homonimia. Ahora bien, si es lo que dice Freud,
es uno de los elementos del par que forma con su inseparable compañera: la realidad
material y/o histórica, en una topología esférica en la que el interior psíquico la tiene
como su único exterior, por lo que cualquier otra alteridad que se le presente al sujeto
(salvo que en la metafórica de la representación que le es inherente no hay lugar para el
sujeto del significante) deberá atribuirse a la proyección. Como es más que legible en el
texto de 1922, Sueño y telepatía, ahí tenemos una de las razones por las que la
concepción freudiana es incapaz de acoger un rasgo radical del testimonio psicótico: un
decir proveniente de un Otro que desbarata la dualidad realidad psíquica/realidad
material.

Me doy cuenta que abrevio, pero en Letra Viva me pidieron que el texto no
fuera extenso, y además podemos seguirla. Añado simplemente lo que creo que ya te
dije una vez, aunque no eras vos entonces el destinatario, pero podrías serlo ahora: no es
obligatorio ser lacaniano. Pero ser lacaniano, que no es algo de hecho, sino que resulta
de un querer (el famoso y tan poco interrogado “si quieren” del Seminario de Caracas),
comporta el peaje de considerar caducas algunas nociones freudianas, en la medida que
el pretendido freudismo de Lacan no puede no estar en tensión con el “Freud no era
lacaniano” que el propio Lacan señala... ¡y a propósito, precisamente, de la realidad
psíquica en la que parece que nos desencontramos! Así que, aunque podemos volver a
encontrarnos, y hasta entonces, en lo que a mí respecta, con la realidad psíquica, esa
alma envuelta por otra realidad que nunca llega a ser plenamente Otra, nos despedimos
de la psiqué de la psico-patología... sin que, al menos por esto, tenga por qué inquietarse
esa cultura de Occidente cuya salud te desvela.
En cuanto a la otra mitad de la noción en cuestión,5 para la que yo decía: “no
hay patología sin discurso de la norma, es decir, sin función del ideal”, por lo que
“cualquier reivindicación de la psicopatología, por ingeniosa que se muestre, nos
devuelve a la psicología y a la medicina”, argumento al que le concedés algún crédito...
Hasta que el demonio de la anfibología se apodera de la palabra “norma” y te deja a un
pasito de hacerle creer al inocente lector que a lo mejor yo soy de los que leen
“críticamente a Freud desde una posición santurrona e incluso chambona con respecto a
Lacan” (por supuesto, ambos sabemos que no es el caso, pero no está de más advertirle

10
al mismo que en tu texto de respuesta al mío de paso aprovechabas para dirigirte al
“lacanismo portátil”)... Así que, sin insistir en esto, ni detenerme, al menos por hoy, en
la curiosa homonimia de nuestros, o al menos tuyos, “neurótico”, “perverso” y
“psicótico”, con los de la psiquiatría, caigo finalmente en la cuenta del malentendido
que te hace concluir en la pregunta “¿Qué tiene de psiquiátrica esta psicopatología?”, a
lo que puedo responderte: tal como la argumentaste, nada... ¡pero si no era eso lo que
estaba en cuestión! El problema de la psicopatología no es que sea psiquiátrica, es que
sea psicopatológica, es decir, discurso médico. ¿Pero acaso no bastaba, como primera
lectura de tu texto, la del diseñador de la revista, quien para el diagnóstico en
psicoanálisis, título general de tapa que agrupaba los artículos entre los cuales estaba el
tuyo vindicando la psicopatología, no encontró para ilustrarlo nada mejor que... un
estetoscopio?

1. Este texto responde al que Juan B. Ritvo publicó en el número 75 de la


revista Imago Agenda, Noviembre 2003, con el título El rechazo de la patología rechaza
al sujeto, en respuesta, por su parte, a un par de observaciones al pasar que, en un e-mail
a Daniel Rubinsztejn, yo había formulado al texto que previamente había publicado
Ritvo en el número 73 de Imago Agenda, Septiembre 2003, con el título Vindicación de
la psicopatología. Gentilmente, Ritvo me remitió por e-mail una primera y casi
definitiva versión de su texto, aunque yo esperé a su publicación para redactar esta
respuesta. Resuelta finalmente la duda señalada en la primera frase de este párrafo, a
determinada altura de este texto, volví para atrás como la tecnología actual lo permite
para añadirle el título y casi todas las notas, ésta incluida.
2. A propósito, en tu nuevo texto citás al anterior como Vindicación de la
patología. ¿Lapsus, pasaje por el discurso histérico, o afinamiento de la noción en
juego? En todo caso, la patología no necesita vindicación alguna, pues, y en esto es
seguro que estamos de acuerdo, sobre todo si me permito usar por una vez la
homonimia de la que abusás al recordar (¿a quién?) “toda la complejidad de la posición
freudiana”, es la condición “normal” del sujeto.
3. Y por supuesto que también estoy de acuerdo con lo que afirma este
título, pero no era eso lo que estaba en cuestión. Sino que la psicopatología, porque
interviene en la patología, y no puede hacerlo sin darse una posición, ideal, no-
patológica, rechaza al sujeto. Volveré sobre esto.
4. Revista Imago Agenda, Nº 75, Noviembre 2003, p. 30. A propósito,
compruebo, un poco decepcionado, a partir del texto publicado finalmente en la revista,
que era entonces una mera errata, y no el hallazgo poético que mi entusiasmada lectura
te atribuía, aquel fast-foot del texto que me enviaste por correo, y que hizo mis delicias
por el pie que parecía proporcionar a mi respuesta. Afortunadamente, demoré la
redacción final del presente hasta tener el número de la revista en la mano. Pero ahí
tenés, quiero decir en las tuyas, de qué eco resulta mi metáfora de la horma en el primer
párrafo, pobre sustituto de la elegía que ya te estaba dedicando.
5. ¿Pero verdaderamente se trata de “otra mitad”, quiero decir: acaso no se trata
de la, aparentemente, otra cara de una relación moebiana? Más directamente: que la
oposición entre la realidad psíquica y la realidad material y/o histórica trae consigo la de
lo normal y lo patológico, fundante de la psico-patología. Cf., entre tantos otros, el
artículo freudiano de 1924, La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis.

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