Sie sind auf Seite 1von 5

RASGOS PROFÉTICOS EN LA PREDICACIÓN Y VIDA DE MONSEÑOR

ROMERO.
Los profetas son los hombres que dejan que Dios sea su guía, expresándose en campo
de fe y manifestándose a través de una palabra de exigencia de vida y de transformación
personal. En este sentido La profecía viene a presentarse así como experiencia de encuentro
personal con Dios, a nivel de una palabra que nos capacita para descubrir el sentido del
mundo y para comprometernos con un plano de justicia humana. Por lo tanto se puede definir
como el hombre de la palabra (de Dios) en la historia.

Bajo estos elementos se desarrolla en el pueblo de Israel el fenómeno profético,


Siendo hombre de la palabra en la historia, el profeta es hombre de la palabra que denuncia
y recrea, en clave de justicia. No se aísla en un plano resguardado de misticismo o
contemplación interna, sin más control que la propia tranquilidad espiritual. El profeta es
hombre de mensaje comprometido.

La palabra profeta entró, a partir del Vaticano II, a formar parte del vocabulario
cotidiano dentro de la Iglesia. Se aplica a todos los que denuncian las estructuras de poder y
dominio; a quienes promueven la lucha por la justicia y se ponen de parte de los pobres; a
aquellos, en fin, que viviendo profundamente la experiencia de Dios anuncian el mensaje
liberador de Cristo en múltiples y variadas formas.

De todos es ya conocido que a monseñor romero se le considera como pastor; Pero


no se puede comprender adecuadamente lo fundamental de su misión y de su martirio, sin
reconocer la centralidad de su palabra profética. Profecía y martirio han estado estrechamente
vinculados en la vida de Monseñor Romero. En este sentido, Monseñor Romero es
considerado un profeta en la línea de los grandes profetas de Israel, veamos ahora algunos
puntos característicos de esta tradición:
La profecía es algo fundamental para la fe judeo-cristiana. Es considerada una
de las formas fundamentales que tiene Dios para manifestar su voluntad sobre la historia y
una de las formas para responder y corresponder a esa voluntad de Dios.

La vocación profética se sostiene sobre tres ejes fundamentales: primero, la


convicción de que el futuro del mundo es el reino de Dios (liberación total y global de la
creación); segundo, la contrastación crítica del anuncio del reino de Dios con una situación
histórica determinada

El mensaje profético se puede organizar en torno a dos grandes núcleos: la


denuncia y el anuncio. Ambos aspectos son necesarios y esenciales en los planes de Dios.
Si se presentan por separado o desencarnados de la realidad pierden su eficacia histórica. La
denuncia profética expresa un profundo realismo, desenmascarando la manipulación de Dios,
la injusticia social, el imperialismo militar y el imperialismo económico.
El anuncio abre a la realidad hacia nuevas y mejores posibilidades (otro mundo mejor
es necesario y posible): la convivencia humana puede y debe ser justa, racional y fraterna. El
establecimiento del derecho y la justicia para el débil es prioridad en los planes de Dios, y
debe ser central en los proyectos humanos que se inspiren en esa visión.

Podríamos decir que, en cierto sentido, la palabra profética es una palabra parcial, una
palabra novedosa, una palabra atacada y una palabra conflictiva.

(a) Palabra parcial, porque expresa la opción amorosa de Dios hacia aquellos
amenazados o aniquilados en su vida misma.

(b) Palabra novedosa, porque anuncia una convivencia radicalmente distinta a la


establecida (vivir con dignidad, en justicia, en verdad, con misericordia).
(c) Palabra atacada, porque es perseguida cuando pone al descubierto los males de
la realidad y a sus responsables.

(d) Palabra conflictiva, porque en ella se expresa la voluntad de Dios contra el


pecado del mundo. No es una palabra negociadora ni condescendiente con la
miseria humana.

Algunos de los rasgos esenciales del profetismo de monseñor Romero son los
siguientes:

La profecía de Monseñor Romero, partió de su amor a Dios y de su compromiso


hacia los pobres. Monseñor Romero consideraba que la Iglesia traicionaría su mismo amor
a Dios y su fidelidad al evangelio si dejara de ser la “voz de los sin voz”, si dejara de ser
defensora de los derechos de los pobres, si dejara de ser animadora de todo anhelo justo de
“liberación”, si dejara de ser orientadora, potenciadora y humanizadora de toda lucha
legítima para construir una sociedad más justa. Según Monseñor Romero, el mundo de los
pobres nos enseña dónde debe encarnarse la Iglesia para evitar la falsa universalización que
termina siempre en acuerdo con los poderosos. El mundo de los pobres nos enseña cómo ha
de ser el amor cristiano que busca ciertamente la paz, pero desenmascara el falso pacifismo,
la resignación y la inactividad. La denuncia profética de Monseñor Romero, pues, no es una
denuncia que parte de valores abstractos o de mundos genéricos. Al igual que los profetas
bíblicos, la suya es una palabra historizada: parte del mundo de los pobres (oprimidos y
reprimidos) y de su especial preocupación y amor por ellos. En Israel eran huérfanos, viudas,
emigrantes. En El Salvador eran campesinos, catequistas, miembros de organizaciones
populares, integrantes de las comunidades eclesiales de base, sacerdotes, religiosos,
torturados, masacrados, desaparecidos.

Monseñor Romero vinculó la exigencia de justicia con la experiencia y la


voluntad de Dios. Monseñor Romero aprendió quién y cómo es Dios a partir de la
experiencia de Dios que tuvo Jesús de Nazaret. Por eso afirmaba con convicción humana
profunda – sin retórica clerical – que “el Dios de los cristianos no tiene que ser otro, sino el
Dios de Jesucristo, el que se identificó con los pobres, el que dio su vida por los demás, el
Dios que mandó a su hijo Jesucristo a tomar una preferencia sin ambigüedades por los
pobres”. Como profeta de la justicia Monseñor Romero desenmascaró la idolatría de la
riqueza por ser una de las principales causas que produce inequidad, irrespeto a la dignidad
humana y concentración de recursos. “Entre nosotros – afirmó Monseñor – siguen siendo
verdad las terribles palabras de los profetas de Israel. Existen los que venden al justo por
dinero y al pobre por un par de sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus
palacios; los que aplastan a los pobres; los que hacen que se acerque un reino de violencia,
acostados en sus camas de marfil; los que juntan casa con casa y anexionan campo a campo
hasta ocupar todo el sitio”. Y hablando del vínculo entre Dios, justicia y pobres decía: “Hay
un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: todo aquél que se preocupa
del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de
toda carne que sufre, tiene cerca de Dios…La religión consiste en esa garantía de tener a
Dios cerca de mi porque le hago el bien a mis hermanos”. La exigencia de justicia vinculada
a la voluntad de Dios (Dios escucha el clamor de los oprimidos y sale en su defensa), es un
rasgo fundamental de los verdaderos profetas y fue un rasgo propio de monseñor Romero.

La profecía de Monseñor Romero también fue hacia dentro de la Iglesia. No cabe


duda de que Monseñor Romero fue un hombre de Iglesia. No era un burócrata de lo sagrado
ni un eclesiástico al margen de la vida del pueblo. Ser una persona de Iglesia significó para
él mantener en la propia historia salvadoreña el proyecto y la persona de Jesús. Esto implicó
un modo de ser Iglesia: Iglesia encarnada en el mundo (porque Dios actúa en la historia
humana), Iglesia servidora de los pobres (porque son víctimas de la injusticia), Iglesia
universal y latinoamericana (puso en práctica el espíritu del Concilio Vaticano II y de las
Conferencias Episcopales latinoamericanas de Medellín y Puebla. Según Monseñor Romero,
el profeta debe también denunciar los pecados internos de la Iglesia. Y si la Iglesia denuncia
injusticias, debe estar dispuesta también a que se le denuncie y está obligada a convertirse.

La vocación profética de Monseñor Romero comunicó esperanza con su palabra


y con su vida. Las personas cuya esperanza es fuerte, ven y fomentan todos los signos de la
nueva vida y están preparados en todo momento para ayudar al advenimiento de lo que se
halla en condiciones de nacer. Los profetas no predicen el futuro, sino que ven la realidad
presente exenta de las miopías de la opinión pública y de la autoridad. No desean ser profetas,
sino que se sienten forzados a expresar la voz de su conciencia, a decir qué posibilidades
contemplan y a mostrar a la gente las alternativas que existen. Monseñor Romero, sin duda,
fue una de esas personas: cultivadora de los signos de la nueva vida.

Para Monseñor Romero, la esperanza cristiana es, a un mismo tiempo, promesa,


quehacer y espera. Promesa: “El pueblo cristiano camina animado por una esperanza hacia
el reino de Dios” (utopía). Quehacer: “la esperanza despierta el anhelo de colaborar con Dios,
con la seguridad de que si yo pongo de mi parte, Dios hará su parte” (praxis). Espera: “Las
horas de Dios también hay que observarlas, hay que esperar cuando pasa el Señor para
colaborar con él” (confianza en la fuerza de Dios). Esa esperanza que comunicó Monseñor
Romero, no era una esperanza ingenua. Fue una esperanza que iba acompañada de
compromiso y quehacer concretos. Más todavía, iba acompañada de sangre y dolor que
denunciaba las dificultades objetivas y de malas voluntades que buscaban matar la esperanza
activa. Pero sangre también de voluntad de martirio en coherencia radical con la esperanza
que se comunicaba.

¿Para qué sirve el legado profético y martirial de Monseñor Romero?


En los profetas de Israel y en Monseñor Romero la relación entre la fe y la justicia se
constituyó en una buena nueva que irrumpe en un mundo deshumanizado por la opresión y
la represión. Unir la fe y la justicia es uno de los legados fundamentales de Monseñor
Romero, tan necesario para el mundo de hoy y tan ausente en muchos ámbitos del
cristianismo predominante.
Ahora bien, desde una opción que pretenda humanizar tanto al ser humano como a la
sociedad en su conjunto, ¿para qué sirve este legado? Digamos que sirve cuando menos para
cultivar tres actitudes fundamentales: para saber oír el clamor de las víctimas actuales, para
reaccionar ante el sufrimiento con misericordia radical y para seguir luchando por un mundo
universalmente solidario y fraternal. Comentemos brevemente cada uno de estos aspectos.

Oír el clamor de las víctimas. Los clamores actuales vienen de diferentes fuentes.
Enunciamos algunas: (1) falta de ingresos y recursos productivos suficientes para garantizar
medios de vida sostenibles; (2) hambre y malnutrición; (3) mala salud; (4) falta de acceso o
acceso limitado a la educación y otros servicios básicos; (5) aumento de la morbilidad y la
mortalidad a causa de enfermedades; (6) carencia de vivienda o vivienda inadecuada; (7)
entornos que no ofrecen condiciones de seguridad; (8) discriminación y exclusión sociales;
(9) falta de participación en la toma de decisiones en la vida civil.
Esta realidad produce muerte lenta a la que hay que añadir la muerte por “inexistencia”, esto
es, el surgimiento de grupos humanos que no cuentan ni siquiera como mano de obra barata
para ser explotada (población sobrante). En respuesta a este clamor, Monseñor Romero dijo:
“Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los
derechos humanos; que se haga justicia”

Reaccionar con indignación y misericordia ante el sufrimiento de las víctimas. El


verdadero ser humano es el que interioriza en sus entrañas el sufrimiento ajeno. Esta
misericordia no es, una entre otras muchas realidades humanas, sino la que define en directo
al ser humano. Si falta la misericordia (aunque haya saber, técnica, producción) falta la
esencia de lo humano. Por ser misericordioso (no por ser “liberal ante la ley”), Jesús de
Nazaret antepone la curación del hombre de la mano seca a la observancia del sábado. Jesús
proclama “Dichosos los misericordiosos”. Quien vive según el principio misericordia realiza
lo más hondo del ser humano, se hace afín a Jesús y a Dios. La indignación y la misericordia
nos permite salir de nuestra indolencia y poner en el centro de las prioridades sociales,
políticas, económicas, etc. a las víctimas de la exclusión.
Luchar por un mundo universalmente solidario y fraternal. El profetismo y martirio como lo
hemos vivido en América Latina se han constituido en caridad sociopolítica, caridad
estructural que va a las causas de los problemas no solo a los efectos. Ignacio Ellacuría, por
ejemplo, planteó en su momento la necesidad de una civilización de la pobreza, entendida no
como socialización de la miseria, sino como garantía de los derechos humanos para las
mayorías populares. Una civilización donde los derechos humanos sean realmente
universales.

A partir de monseñor Romero se recupera un sentido fundamental del martirio cristiano. Ya


no sólo podrá ser visto como consecuencia del odium fidei, sino también del odium caritatis,
el que vivió Jesús cuando los poderes políticos y religiosos de la época decidieron matarlo
para que su mensaje de bienaventuranza y amor no fuese escuchado.
José Luis Sicre un experto biblista en los profetas de Israel, sostiene que “un auténtico profeta
en el sentido bíblico de la palabra surge rara vez. En la historia de Israel quizás no hubo más
que ocho o diez. Ustedes (los salvadoreños) – afirma Sicre - han tenido la suerte de haber
conocido a uno de ellos: Monseñor Romero”.

Das könnte Ihnen auch gefallen