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Evaluar para mejorar y transformar

Dra. Graciela Morales

Los seres humanos continuamente valoramos los aspectos fundamentales que conforman nuestra
realidad, nos damos a la tarea en particular cuando los eventos o situaciones nos impactan y afectan.
Así, cuando las cosas no resultan tan bien como esperábamos, reflexionamos sobre lo ocurrido y
pensamos en lo que no debió pasar, en lo que se pudo haber evitado o en la serie de acciones
preventivas que pudieron realizarse para evitar resultados incómodos, dolorosos e incluso desastrosos.
Tan natural resulta nuestro afán de mejora, que incluso cuando creemos que las cosas se hicieron bien y
obtuvimos buenos resultados, solemos repasar aquello que pudo realizarse de otro modo para que lo
bueno fuera excelente.

En el ámbito educativo, la natural búsqueda de la mejora que antes se menciona, está vinculada a un
tema fundamental: la evaluación. De manera permanente se valoran o evalúan procesos, acciones y
resultados. Esto es realizado por distintos agentes según sea el propósito que se persigue, comúnmente
se trata de comprender lo que sucede en el aula y en la escuela.

Por citar algunos ejemplos, el maestro evalúa a sus alumnos y los alumnos a su maestro; los directores
evalúan el desempeño del personal docente y administrativo, mientras que las autoridades centran su
atención en el funcionamiento, gestión y resultados de una escuela, mientras que los padres valoran en
especial los resultados escolares y el desempeño de los profesores.

Ahora bien, si quien evalúa se apoya en instrumentos o recursos previamente diseñados para tal efecto,
y realiza la acción de evaluar en momentos clave del desarrollo de las acciones, tendremos un proceso
planificado y sistemático de recogida de datos o información capaz de asignar valores a los resultados y
coadyuvar a la comprensión de lo que sucede en la realidad que se evalúa.

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Independientemente del agente que evalúa (maestro, alumno, padre de familia, directivo, autoridad
educativa, etc.), y ante la consideración de lo expuesto, podemos entender por evaluar un proceso de
recogida sistemática de información que permite conocer y comprender la realidad, así como emitir un
juicio de valor en torno a los resultados que se obtuvieron luego de una intervención específica. (Cerda,
2003; Pimienta, 2008 y Tejada y Fernández, 2007).

En el proceso que ahora se expone, uno de los elementos clave es la recogida sistemática de
información, a partir de la cual se puede identificar qué se hizo bien y qué se debe cambiar para
mejorar. La sistematicidad facilitará establecer los términos para la búsqueda de la mejora, los recursos
disponibles para ello y determinar los roles de los participantes.

En educación y en evaluación educativa no siempre se observan los aspectos antes referidos. Es común
observar tres escenarios: que se diseñen instrumentos que no contienen auténticos indicadores del logro
o del desempeño esperado y que al no corresponder a la competencia que se desea evaluar, no resulten
útiles ni pertinentes para evidenciar un aprendizaje; que no haya sistematicidad ni rigurosidad en los
procesos para recoger la información, lo que impide contar con datos confiables; o bien, que sí se
recoja la información de forma sistemática y rigurosa, pero que no se revise ni interprete el resultado y
se queden los instrumentos guardados en algún lugar del aula o de la institución.

Al presentarse cualquiera de los escenarios referidos, de acuerdo con la definición de “evaluar”


expresada anteriormente, no se logra una evaluación auténtica; en el mejor de los casos, solo se logra
hacerse de algunos insumos para calificar o reportar algún dato que permita legitimar la función del
agente evaluador.

Estas situaciones suceden comúnmente en la escuela y en el aula porque la práctica docente y la


práctica educativa en general son dinámicas. La evaluación, al ser un proceso complejo, requiere
diagnóstico, planificación y acciones concretas y sistemáticas que deben desarrollarse en un tiempo
determinado, por lo general, algunas etapas suelen perderse y la evaluación termina desarrollándose
solo con fines calificativos o de trámite.

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Una manera de identificar la evaluación de trámite es reconocer las formas en las que se presenta. A
saber:

1. No sistemática, cuando no es planificada ni se recoge información en períodos previamente


determinados ni con los recursos o instrumentos apropiados.
2. No focalizada, es decir, que la información que se recoge no es ni relevante ni pertinente y no
enfoca el referente clave que se debiera evaluar.
3. No integrada, porque no se estudian los resultados obtenidos ni se constituyen en insumos para
la toma de decisiones ni el encuentro con la mejora.

Esto naturalmente resulta ser una importante área de oportunidad en el ámbito general de la educación,
pues a pesar de los grandes esfuerzos y de las inversiones realizadas en la implementación de procesos
evaluativos, el cometido final no siempre se logra de manera integral.

Con el fin de sistematizar, focalizar e integrar la evaluación a los procesos de intervención, los agentes
evaluadores diseñan y utilizan instrumentos como exámenes, rúbricas, listas de cotejo y registros de
observación que, entre otros, permiten sistematizar la información y, en algún punto del proceso,
“calificar” o asignar un número o dato. Es importante poner de relieve que a pesar del esfuerzo, si no
existe precisión para el evaluador en cuanto a las razones por las cuales evalúa o en torno a cómo
utilizar los resultados de la evaluación, la evaluación se quedará en términos de “rendición de cuentas”
y habrá atendido su sentido verdadero, pues no podrá aprovecharse para tomar decisiones que lleven a
planificar nuevamente la intervención de acuerdo con las necesidades detectadas a través de los
resultados obtenidos.

Lo fundamental en todo proceso de evaluación educativa es aprovechar los resultados que se obtienen
como insumos para planificar qué se va a hacer para mejorar. Ahora bien, para que esto suceda es
fundamental que la evaluación no sea vista como un proceso separado de la intervención o como la
etapa final de las acciones pues, así como la intervención didáctica o de gestión escolar se planifica,
también debe ser planificada la evaluación, donde el evaluador determinará con antelación:

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1. ¿Qué va a evaluar? Definir con precisión el objeto de evaluación.
2. ¿Para qué se realizará la evaluación?, es decir, con qué fines.
3. ¿Cuándo será efectuada?, en qué momento o momentos.
4. ¿Con qué recursos, instrumentos o herramientas va a evaluar? Examen, presentación, proyecto.
5. ¿Cómo lo hará?, cómo será el procedimiento.

Igual de importante resulta determinar también qué hará o cómo utilizará los resultados que se
obtengan, pues evaluar por cumplir con propósitos meramente administrativos o formales no permite el
aprendizaje de los involucrados en torno a lo que se hizo bien y lo que requiere ser mejorado, tampoco
propicia que la evaluación tenga un auténtico sentido formativo, ni genera una cultura de mejora y
colaboración.

Evaluar, como herramienta o estrategia global, forma parte del proceso de enseñar y aprender, y es de
gran valía para propiciar oportunidades de crecimiento y desarrollo para las instituciones y las personas
involucradas. En función de la evaluación se pueden conocer y comprender procesos y áreas de
oportunidad que quizá en un primer momento no son transparentes ni perceptibles tanto para el
evaluador como para el sujeto evaluado. En ello reside gran parte de su poder pues cuando un agente
evalúa algo que él mismo desarrolló, en esa medida se evalúa también a sí mismo, porque puede
determinar qué hizo bien y qué deberá mejorar o transformar. Si el proceso se implementa de manera
regular, el agente evaluador estará en condiciones de reflexionarlo y sistematizarlo, y él mismo irá
encontrando aristas que le permitirán realizar cambios, ya sean estos de índole pedagógico, de dominio
de conocimientos sobre una disciplina en particular, de gestión de aula o de procesos institucionales, de
liderazgo y de formación docente en general.

Solo observando los aspectos mencionados tiene sentido la evaluación, en la medida que el agente se
ve a sí mismo como generador de los resultados que ha encontrado y determina qué debe hacer consigo
mismo para propiciar el cambio y la mejora. Con ello y en ello aprende, se forma e investiga y ejerce
un sentido de autocrítica sobre su propia práctica para profesionalizar su labor.

4
Referencias:
Cerda, H. (2003). La evaluación como experiencia total. Logros-objetivos-procesos

competencias y desempeños. Bogotá: Magisterio.

Pimienta, J. (2008). Evaluación de los aprendizajes. Un enfoque basado en competencias.

México: Pearson.

Tejada, J. y Ferrández, E. (2007). La evaluación del impacto de la formación como estrategia

de mejora en las organizaciones. REDIE. Revista Electrónica de Investigación Educativa, 9, 1-

15. Obtenido de http://www.redalyc.org/pdf/155/15590204.pdfRecurso 1

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