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Alfonso Reyes y Julio Cortázar:


el género de las jitanjáforas, un guiño
alfonsino en Rayuela

Rogelio Arenas Monreal


Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Tijuana, México

Todos, a sabiendas o no,


llevamos una jitanjáfora escondida
como alondra en el pecho

E l nombre de Alfonso Reyes, sin duda, está íntimamente ligado a la Ciudad


de Buenos Aires y, por supuesto, a la Argentina. Desde la etapa diplo-
mática de su vida en París, donde conoció a Leopoldo Lugones, en 1913, y
después en Madrid, durante una década, aparecería en el imaginario de sus
correrías y misiones como uno de sus destinos, el cual sobresaldría, junto
con el de Brasil, como el más importante en su carrera como funcionario
público al servicio de la nación mexicana.
En efecto, desde 1924 estando en España fue llamado a México, pues
“había sido nombrado, en principio, ministro para la Argentina”, como él
mismo lo refiere en Historia documental de mis libros (Reyes, 1990, 332).
Sin embargo, en el camino se cruzarían otras encomiendas del gobierno
mexicano y no sería sino hasta 1927 en que, por fin, llegaría a Buenos Aires
a ocuparse de la nueva embajada de México en este país.
Si ya años antes, en las cálidas y amistosas despedidas que su amigos
españoles le organizaron, Alfonso Reyes se desbordaba en elogios, según
refiere la prensa en nota del 12 de abril de 1924: “El diplomático mexicano
declaró que sentía satisfacción por poder continuar con su obra en Buenos
Aires, ciudad que consideraba preciso que conocieran todos los hispanoa-
mericanos, para que se dieran cuenta del inmenso valor de la raza creadora
de Naciones como la República Argentina” (Robledo Rincón, 1999, 53), en
el momento en que, por fin, se cumplía el viejo proyecto, todavía a bordo
del vapor Vauban que lo transportaba de Nueva York a Brasil, en su tránsito
a Buenos Aires, al pasar por Río de Janeiro, el martes 28 de junio de 1927,
tuvo palabras amables para un representante del periódico La Nación para
quien escribió:
16 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR

Me satisface singularmente, me entusiasma llegar a Buenos Aires en los


momentos en que el pueblo argentino consagra un recuerdo a los creadores
de la nacionalidad y se concentra un instante a meditar sobre la alta y fuerte
personalidad de Mitre. Considero esta coincidencia como un buen augurio,
y ello viene a añadirse a las muchas razones y sentimientos que desde 1924,
por lo menos, me han hecho desear intensamente la realización de un sueño
que al fin voy a cumplir. (Robledo Rincón, 1999, 75).

Así, como primer embajador de México en la Argentina, Alfonso Reyes


llegará al puerto de Buenos Aires acompañado de su familia el domingo 2
de julio de 1927. Para entonces, al pisar esta maravillosa ciudad, él era ya
una figura central para las letras y la diplomacia mexicanas. “Su traslado del
viejo continente a Buenos Aires representó en muchos sentidos un regreso a
la raíz americana y un renovado impulso de nuestra identidad como naciones”
(Robledo Rincón, 1999, 17). Con justa razón, años después, al valorar la
interpretación que él hacía “de nuestra singularidad como pueblos, Macedo-
nio Fernández lo llamaría el ‘Hombre Esperanza de la idea Iberoamericana’”.
El sentimiento de cercanía entre las dos naciones, hecho por el cual
el gobierno mexicano elevó la Legación en Argentina a la categoría de
Embajada, la exaltó Reyes al presentar sus cartas credenciales ante el pre-
sidente Alvear. Este sentimiento se reforzó, sin duda, por la extraordinaria
recepción de que fue objeto por parte de los hombres más destacados de
la cultura argentina de aquel momento, quienes no sólo lo recibieron con
entusiasmo, sino que lo acogieron como a uno de los suyos: “Si en París lo
había despedido un nutrido grupo de artistas presidido por Paul Valéry, a su
llegada a Buenos Aires la recepción corrió a cargo de figuras como Ricardo
Rojas, Jorge Luis Borges, el poeta Fernández Romero, Alfonsina Storni o
Pedro Henríquez Ureña, quien a la sazón ya había elegido Argentina como
nueva patria” (Robledo Rincón, 1999, 17)
De hecho, desde que se anunció el traslado de París a Buenos Aires, la
prensa de esa época comenzó a hablar de él con gran beneplácito y de manera
muy elogiosa. Así, por ejemplo, en Martín Fierro, periódico quincenal de arte
y crítica, del 28 de abril de 1927, Ricardo Molinari expresaba: “Mañana o
pasado él estará entre nosotros y sabrá cuán grande es nuestra admiración y
cuál el respeto por su bellísima obra. Nuestra ciudad ¡qué voces le descubrirá!
… yo agradecería que en vez de oír las voces de las calles de mi ciudad,
oyera la quejumbre de nuestros tangos, de esos que llamamos de la guardia
vieja” (Robledo Rincón, 1999, 65). Pedro Henríquez Ureña, su entrañable
amigo y maestro, y quien llevaba ya tiempo en Argentina, donde moriría
años más tarde, publicó en el periódico La Nación, del 3 de julio de 1927, al
día siguiente de la llegada de Alfonso Reyes a Buenos Aires, el texto crítico
ANEXO DIGITAL 17

biográfico más fino y fiel, haciendo una justa valoración sobre su vida y su
obra hasta ese momento y proyectándolo para estudios posteriores.
Todo ello, es obvio pensar, abonó la tierra fértil y condujo a que muy
pronto echaran a andar proyectos significativos. Entre estos proyectos edi-
toriales de mayor envergadura que llevó a cabo durante su primera estancia
en Argentina la (1927-1930), de la mano con los amigos que encontró en
Buenos Aires, en “plena edad victoriana”, destacan la importante colección de
Cuadernos del Plata, “aventura parecida a la que emprendiera en Madrid con
los cuadernos de Índice, dirigidos por él y por Juan Ramón Jiménez” (Reyes,
2010, XIX). “El catálogo de la colección Cuadernos del Plata que dirigió
con Evar Méndez, encargado de darle realidad al material, es sintomático de
la amplitud, rigor e intención de la serie: Seis relatos, de Ricardo Güiraldes;
Cuaderno San Martín, de Jorge Luis Borges –ilustrado por Silvina Ocampo-;
Papeles de Recienvenido, de Macedonio Fernández; El pez y la manzana, de
Ricardo Molinari; Línea, de Gilberto Owen” (Reyes, 2010, XXV). Además,
como bien lo advierte Adolfo Castañon, a quien cito in extenso:

También hará publicar el número único de la revista Libra, empresa ani-


mada casi enteramente por él y financiada a su costa, y ensayo general de
Monterrey, la revista unipersonal que editará en Río pero que ya plantea
desde Buenos Aires y donde aparecerá por primera vez el célebre ensayo
sobre las “jitanjáforas”, nombre con que Reyes bautizaría esos versos jugo-
sos y lúdicos cuya primera aparición en su horizonte mental se remonta a
un recital doméstico en casa del poeta Mariano Brull, donde sus hijas de
repente rompieron a recitar, para regocijo de la concurrencia, los sonoros
versos sin sentido escritos por su padre. Así que “jitanjáforas” –como cuenta
el propio Alfonso Reyes– fue, primero, el apodo de las hijas de Mariano y
luego, en homenaje a ellas y a él, el nombre de ese novísimo género literario.
(Reyes, 2010, XIX).

Quizás sea necesario en este momento hacer un breve recuento de ciertos


sucesos para situar en la historia literaria de Hispanoamérica a ese “noví-
simo género literario”. Es verdad, Mariano Brull y Alfonso Reyes, como lo
registró puntualmente José A. Bufill, permanecerán unidos en el terreno de
las literaturas hispánicas precisamente por “esa poesía de juegos verbales
que intenta descubrir lo que hay de música en las palabras” (Bufill, 1986,
265). La palabra “jitanjáfora” que según la opinión pública carece de sentido,
que se considera como mera anécdota o curiosidad, “está por el contrario
cargada de gran peso conceptual y estético”. Este asunto remite directamente
a la correspondencia cruzada entre estos dos escritores y diplomáticos: para
rastrear “el origen de la palabra y de lo que luego sería en Reyes una preocu-
18 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR

pación erudita”, conviene asomarse a algunas de esas cartas. En la que Brull


le escribió a Reyes desde París, el 2 de marzo de 1929, le decía:

Mi querido amigo Alfonso: Sin tiempo para más […] le escribo simplemente
para agradecerle su carta, tan cordial, tan llena de su ímpetu lírico, tan suya.
También para enviarle […] el poema de las gitanjáforas como usted lo llama,
que se me había extraviado y sólo hoy he dado con él. Le pasé su recado a
Toño que me prometió enviarle enseguida los versos de Ricardo Arenales
(Bufill, 1986, 265-6).

Ésta era la respuesta a la que Reyes le había enviado, de acuerdo con


la nota del Diario del escritor, del 25 de enero de 1929, donde registró:
“Agradezco a Mariano Brull sus hermosos Poemas en menguante, y le pido
sus ‘Jitanjáforas’ y el ‘Salmesita’ de Arenales que sabe de memoria Toño
Salazar, para con el ‘Verde halago’, mi ‘Glatiñor’ y la ‘Suripanta’ de Mor-
cuende (Revista de Filología Española) hacer una teoría de la poesía, con
la carta sobre los mitos (y mi ensayo sobre el creacionismo) de Paul Valéry
(Nouvelle Revue Francaise)” (Reyes, 2010, 96). Es a partir de estos textos
que “Reyes hilvanó la ‘teoría de la poesía’ que expone” en “el exitoso y
audaz ensayo ‘Las jitanjáforas’, publicado originalmente -como ya se ha
dicho- en el único número de la revista Libra” (Reyes, 2010, 96 nota 32).
En otra carta posterior, del 7 de mayo de 1929, Mariano Brull le escribiría
a Alfonso Reyes: “Mi querido Alfonso: En verdad no necesitaba usted con-
sultarme el cambio de j por la g de gitanjáfora (ahora jitanjáfora). Bastaba
que usted lo creyera mejor. La sugestión ortográfica de gitano me llevó a
conservar la g, sin otra razón en la palabra inventada” (Bufill, 1986, 266).
En una reveladora nota del Diario, del 8 de mayo de 1930, Reyes expuso
los motivos que lo llevaron a escribir un texto complementario, al cual tituló
“Alcance a las jitanjáforas” y que no puede considerarse como una mera
apostilla a su ensayo de 1929. En la percepción de Brull y de su familia, la
publicación de Poemas en menguante y del ensayo de Reyes habían traído
repercusiones en la carrera diplomática del cubano: atribuía que había sido
enviado a Berna como una medida represiva, “consideran –dice Reyes– que
están enterrados ahí por el delito de haber publicado Poemas menguantes y
que con el asunto de las jitanjáforas temió Adelita [la esposa de Brull] que
le quitaran el puesto; frase que me ha hecho daño, pues resulto perjudicando
la carrera de Mariano por haber querido aumentar su fama literaria” (Reyes,
2010, 174). En vista de los sucesos, Alfonso Reyes le pidió al ensayista
cubano Felix Lizaso y González de la Revista Avance que publicara su
ensayo sólo si tenía la certeza de que no resultaría corrosivo para Brull
(Reyes, 2010, 175).
ANEXO DIGITAL 19

En cuanto al tan aludido ensayo de “Las jitanjáforas”, sin agotarlo, haré


enseguida un breve recuento de los elementos sustanciales en los cuales
su autor justifica y fundamenta su postura teórica, anticipo temprano, sin
duda, de los libros fundamentales de teoría y crítica literarias que escribiría
y publicaría en su etapa de madurez: El deslinde. Prolegómenos a una teoría
del lenguaje, La crítica en la edad ateniense y La experiencia literaria, libro
en el cual incluyó su ensayo –como ya se ha mencionado- en el momento
de su primera edición, a finales de 1942, en la importante Editorial Losada,
en esta Ciudad de Buenos Aires.
Dos significativos datos lo precisan en términos filológicos cuando lo
integró al tomo XIV de las Obras completas: 1. La nota de pie de página ini-
cial, “Publiqué “Las Jitanjáforas” en la revista Libra, Buenos Aires, invierno
de 1929 (número único); “Alcance a las Jitanjáforas” en 1930: Revista de
Avance, La Habana, 15 de mayo de 1930; y algunas notas complementarias
en mi correo literario, Monterrey, Rio de Janeiro, junio [No. 1, p. 7] y octubre
de 1930 [No. 3, p. 7]. En este ensayo procedo a una refundición de aquellos
textos para darles cierta unidad.” Y 2. La útil acotación de Ernesto Mejía
Sánchez, en la “Nota preliminar” donde remarca “la genealogía bibliográfica
de adiciones” que intervinieron en el proceso de construcción de esa versión
final, entre 1929 y 1941.
Ahora bien, el cuerpo textual del ensayo, como es usual en Reyes, está
constituido por XIX segmentos numerados muy sustanciales y sugerentes.
En esta exposición no se pretende hacer un análisis de cada uno de ellos, sino
ofrecer una visión de conjunto y destacar aquellas ideas que permitan llegar
a una síntesis: el primero, de entrada, sitúa la materia misma del ensayo.
Para agradecer a Brull el envío de su libro Poemas en menguante, Reyes le
escribió: “¡Feliz usted que vive entre seres nobles y encantadores, rodeado
de sus jitanjáforas y de sus bellos versos!” (Reyes, 1983, 190) y de inmediato
imprime al texto el atractivo tono de relato, “Mi Ángel de la Guarda, que
me veía escribir, me preguntó: -¿Qué significa eso de jitanjáforas?”. Para
contestar a ese imaginario e incisivo interlocutor, Reyes acudió a la erudita y
oportuna referencia de los clásicos –que tanto sorprendía a Borges–. En este
caso acudió a un personaje de Tirso de Molina, en Los Cigarrales de Toledo,
a Irene que se paseaba por la Vega, “de Verdegay vestido y alma.” Esto lo
condujo a exponer su experiencia de lector y a establecer las conexiones con
el poema Verdehalago del libro de Brull: “Ciertamente que este poema –dice–
no se dirige a la razón, sino más bien a la fantasía. Las palabras no buscan
un fin útil. Juegan solas, casi. –Bien; pero ¿y las jitanjáforas?” (1983, 191).
Continuaba interrogándolo su aguerrido interlocutor. Y Reyes, pidiéndole
paciencia va paulatinamente fundamentando su postura, como en una especie
de composición de lugar, que en el campo del lenguaje, de la mitología-
20 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR

poiesis griega, de la creación misma, lo conduzca al encuentro de su objeto de


estudio. Así llega a decir: “En este suelo movedizo brota, como flor verbal, la
jitanjáfora. A esta luz también se le puede entender como una manifestación
de la energía mitológica, nunca ahogada del todo, felizmente, por el lenguaje
práctico” (1983, 196), “fértil excursión” llama Reyes a los preámbulos de
su búsqueda teórica, para enseguida dar paso a la lista de ejemplos de estos
ejercicios musicales ingeniosos del lenguaje tan íntimamente ligados a la
naturaleza lúdica del ser humano, particularmente en la infancia. El primero
en aparecer es el del poeta de “múltiples nacionalidades, múltiple psicología
y cambiante nombre” Miguel Ángel Osorio, o Ricardo Arenales, o Porfirio
Barba Jacob:

La galindinjóndi jundi,
la járdi jándi jafó,
la farajíja jija
la farajíja fo.
Yasó déifo déiste húndio,
dónei sópo don comiso,
¡Samalesita!

Y la sugerente lectura crítica de Reyes en un párrafo imprescindible,
obliga a incluirlo completo:

Así, desde la alegre “galindinjóndi” hasta la trágica y salomoniana “samale-


sita”, corría la escala de la ira infantil. Conozco otro peán de la cólera, que
bien podemos llamar jitanjafuria. Solía recitarlo un niño como venganza
simbólica contra las diabluras que, sólo por el gusto de oírlo, le hacían sus
hermanos. El estribillo era éste: “¡Chunda, chacunda, chacunda, chacunda!”
No se puede ser más expresivo. El niño cultivaba así, en su propio ser, las
ondas coléricas, como el faquir procura las serenidades del éxtasis respirando
con grave voz la sílaba mágica: ¡Omm! (1983, 197).

A esta jitanjáfora, que fue objeto de las pesquisas epistolares de Reyes,


le sigue la de Mariano Brull, que –como se ha dicho– el poeta cubano hacía
recitar a sus hijas y que motiva en Reyes la creación de este género, de donde
desprende incluso el nombre:

Filiflama alabe cundre


ala alalúnea alífera
alveolea jitanjáfora
liris salumba salífera
ANEXO DIGITAL 21

Olivia oleo olorife


alalai cánfora Sandra
milingítara girófara
zumbra ulalindre calandra.

“Escogiendo la palabra más fragante de aquel racimo, di desde enton-
ces en llamar las Jitanjáforas a las niñas de Mariano Brull. Y ahora se me
ocurre extender el término a este género de poema o formula verbal. Todos,
a sabiendas o no, llevamos una jitanjáfora escondida como alondra en el
pecho” (1983, 197).
Después del efecto que provocó la publicación de las observaciones y
el muestrario de jitanjáforas en diversas revistas, Reyes se convirtió en un
acucioso crítico coleccionista de estos ingeniosos juegos lúdicos del lenguaje
y de todos lados le comenzaron a llegar, al grado de que tuvo que pasar por el
tamiz de la crítica y cuestionar seriamente la originalidad de la de un porteño,
quien se ufanaba de haberlas escrito en prosa de tiempo atrás, enviándole la
siguiente en verso “que tenía por ahí escondida y avergonzada”:

Vilichumbito de papagaya
lastirilinga de miñantay
trabuquilindo, lindo lindoli
la papagaya de muranday.
Ajenjilima naranjoalma
turbicelada de marmorei
jijinfalema fanfiridoy
de la alegría de verdolei.

“¿Creéis sinceramente que ésta es una jintanjáfora anterior a mis notas?”,


se pregunta Reyes en su ensayo, para ponerla enseguida en entredicho y
apuntalar que más bien fue producto de “el ansia real de jitanjaforizar”
provocada por sus escritos. Pero, por otra parte, con absoluta honestidad
exaltó las de otro distinguido argentino, Ignacio B. Anzoategui, de quien dice:
“demostró el dominio de las reglas del juego. Hasta me demostró haberlo
entendido mejor que yo, en su ‘Nuevo código de jitanjaforizar’ (Número,
Buenos Aires, 1930)” (1983, 199).
Pero, como “Acumular simplemente los ejemplos conduce a confu-
sión”, de acuerdo con su propia expresión, opta por establecer una rigurosa
clasificación, que en términos metodológicos le sirve de impecable guía para
irlos mostrando paulatinamente. De esta manera, “divide las jitanjáforas en
dos familias, según su grado mayor o menor de inconsciencia: 1º. la jitanjá-
fora candorosa; 2º. La conscientemente alocada. La primera es la jitanjáfora
pura; la segunda es maliciosa e impura. Pero la segunda representa una
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supervivencia del mismo impulso anímico que produjo la primera. Además


–dice Reyes– es la que aquí nos interesa, por ser expresión propiamente
literaria” (1983, 200).
Las referencias eruditas y ampliamente documentadas que Reyes ofrece
en sus diversos escritos sobre este asunto hacen que sea imposible siquiera
intentar una síntesis mínima de los abundantes ejemplos de divertidas y
gozosas jitanjáforas con las cuales ilustró su propuesta, para demostrar la
necesidad de reivindicación de este novísimo género. Porque, además, como
lo expresa Adolfo Castañon: “La jitanjáfora en Reyes aparece como un
hilo conductor; se encuentra en la base de su teoría literaria; brota como un
manantial de su praxis y quehacer lírico” (en Reyes, 2011, 15).
Debo concluir porque ahora es mi propio Ángel de la Guarda quien me
interpela con insistencia: ¿Y Julio Cortázar qué tiene que ver en todo esto?
Pues nada más y nada menos que la reivindicación que hace en Rayuela
aportando un magistral caso que sin duda hubiera hecho feliz a Reyes inte-
grándolo a su repertorio. Conviene recordar ese guiño alfonsino en el marco
de los primeros cincuenta años de esta novela eterna. En su hilarante espera
de la ayuda que le traerá Traveler, en el capítulo 41, a través de una lista
con los nombres de los integrantes de cierto Consejo de Birmania. Oliveira
empezó a regodearse con la lista y no pudo resistir la tentación de sacar un
lápiz y escribir la jitanjáfora siguiente:

U Un,
U Tin,
Mya Bu,
Thado Thiri Thudama U E Maung,
Sithu U Cho,
Winna Kyau Htin U Khin Zaw,
Winna Kyau Htin U Thein Han,
Winna Kyau Htin U Myo Min,
Thiri Pyanchi U Thant,
Thado Maba Thray Sithu U Chan Hthoon.

La cual, además, le suscitó este interesante comentario: “Los tres Winna


Kyaw Htin son un poco monótonos”, se dijo mirando los versos. “Debe
significar algo como ‘Su excelencia el Honorabilísimo’. Che, que bueno es
lo de Thiri Pyanchi U Thant, es lo que suena mejor. ¿Y cómo se pronunciará
Htoon?” (Cortázar, 1986, 395).

A diferencia de la relación profunda que Alfonso Reyes sostuvo con un
nutrido grupo de escritores argentinos, no parece ser ese el caso en la interlo-
cución entre estos dos grandes escritores. Sin embargo, queda el testimonio
ANEXO DIGITAL 23

de un breve homenaje a Reyes, en el cual en síntesis, Cortázar expresó:


“Nosotros, los hijos del Che (…) no entramos ya en el circo retórico del
humanismo del que has sido alta y hermosa rama al viento de una historia
que se acaba para dejar lugar a la era del hombre nuevo”; “ninguno de noso-
tros escribirá tu epitafio”, sin que ello signifique –dice– un fácil parricidio
generacional; y agrega:

Cuando digo los hijos del Che es América latina a la que nombro, su labo-
rioso pero inevitable despertar a una historia en la que guerrilla y lenguaje
cesan cada vez más de ser dominios reservados, en la que desde las selvas
y los libros, las ciudades y los poemas, se libra una batalla para alcanzar lo
que tú has creído posible desde el gabinete sereno del humanista. (Robledo
Rincón, 1999, 377).

De ahí que lo llame “Erasmo mexicano, viejo hermano, Alfonso Reyes” y


que desde el amplio mapa de la literatura hispanoamericana, desde las jitan-
jáforas y Rayuela se afiancen los lazos de las relaciones entre la Argentina y
México y todo el hispanismo, en la bella ciudad de Buenos Aires, importante
sede del XVIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas.

Bibliografía

Bufill, José Ángel, 1986. Los amigos cubanos Reyes, Alfonso, 2010. Diario II 1927-1930,
de Alfonso Reyes (Un diálogo ennoblecido edición crítica, introducción, notas, fichas
por la cultura). Tesis de Doctorado, Wash- bibliográficas e índice de Adolfo Castañón.
ington University. México: Fondo de Cultura Económica.
Cortázar, Julio, 1986. Rayuela, edición de Reyes, Alfonso, 2011. El libro de las jitanjá-
Andrés Amorós. Madrid: Cátedra. foras, selección, prólogo y notas de Adolfo
Castañón. México: Bonilla Artiga Editores.
Reyes, Alfonso, 1983. “Las jitanjáforas”, en
Obras completas XIV, México: Fondo de Robledo Rincón, Eduado, coord., 1999. Al-
Cultura Económica. fonso Reyes en Argentina. Buenos Aires: Ed.
del Instituto de Cultura de Aguascalientes.
Reyes, Alfonso, 1990. “Historia documental
de mis libros”, en Obras completas XXIV,
México: Fondo de Cultura Económica.

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