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Yo es solo un hombre que se aleja

Agustín García Delgado

(Transcripción a partir de la edición 1994 en


Joan Boldó i Climent Editores, San Luis Potosí.

Esta edición personal incluye muchas modificaciones, correcciones y supresiones


y se comenzó a trabajar el 21 de julio de 2015.
Como no tengo la intención de publicarlo impreso nuevamente, pues me parece un
trabajo de poeta incipiente, muy inmaduro, ofrezco este material como documento y
como memoria de mis primeros intentos de escritura poética.

Agradezco el auxilio en la captura de textos por la señorita Jazmín Cano.

Terminé la revisión en octubre del 2018.

1
Quema este libro

Apaga
Calla
No estés
basta la neurosis de tu silla
No te muevas:
cada letra está de ti maldita

2
1

3
Los jóvenes poetas

Estos chicos de mirada húmeda,


estos pobres de vida niños de azúcar
que apenas mojan sus pies en las orillas del dolor;

Estos pupilos
que aún no se desprenden de su olor de aula,
que no entraron al sótano de sus corazones todavía,
cómo hacen para manar secretos,
asuntos que debieron yacer bajo las duelas
en la casa del sentido,

dónde roban ese vino prohibido que los impregna


desde los labios y los embriaga y les da voz
para decir el sesgo marginal de nuestros actos.

Acaso en su sangre de creaturas nada el brillo


de aclarar la intención misma de las cosas;
nada el ácido de corroer máscaras, 4
descostrar llagas.

Quizá por eso nos hablan,


en todos los matices,
del arrobo del amor
y a veces de la muerte.
A Mireille Mathieu

Beso tu cabello, Mireille, el tocado para una voz exquisita.


Beso tus ojos que miran alto como la bella música,
y tus cejas que sostienen el orgullo de la entonación maestra.

Beso tu pequeña nariz elegante;


tu boca, que recrea el gesto exacto de tu canto.
Beso tus dientes y tu línea maxilar,
tu sensual garganta.

Beso tu pecho, Mireille, origen de la excelencia más cantada,


la respiración más fructífera y generosa de tu idioma.

Te beso a ti
y a la coincidencia feliz de nuestros tiempos,
mon amour.

5
Edson Arantes do Nascimento

Brilla el césped erizado en espera de los danzantes.

Sobre pies habilidosos se equilibra un genio:


ha robado para sí la pureza, el amor del fútbol.

Sus piernas negras y el balón evaden argumentos:


cede la técnica ante el vuelo espontáneo del colibrí,
hermanado con bailes descalzos de Amazonia.

Los balones tocados por su puntazo exacto son benditos.


Como las redes que abrazan, esperándolo, su gol amoroso.
Como el número Diez y el número Mil.
Como Xuxa, que recibió el sublime toque de Pelé.

El empeine de su destreza magistral


alcanza el pecho y el nudo en la garganta de los hinchas.
El corazón bota, se dispara y roza el paroxismo.
No se repite: 6
es el minuto más radiante de la flor.
Carmen Aguilar

Si de día el verano de pronto reverbera


y se reproduce en espejos crepitantes;
si lloran los niños, ciegos de luz,
no se alarmen: es que, con su atuendo blanco,
muda, encendiendo el aire,
pasa Carmen Aguilar.

Una noche cualquiera, desde un balcón ruinoso,


alguien dispuesto a esperar mil años
ve cómo las sombras oscurecen,
a los gatos negros diluirse en sí mismos.
Es inminente el fin de todo, piensa.
Entonces, en su traje negro,
flotando espectral su cara blanca,
pasa Carmen Aguilar.

Si un viento como el miedo te golpea


silencioso y raudo, 7
no busques, no tendrás indagación fructuosa:
como un sueño que se olvida
y deja la zozobra,
ha pasado Carmen Aguilar.
Poema de las terceras personas

Ella es la bienamada,
depositaria del amor más intenso jamás relatado.
Un brillo cegador es su belleza y es para todos,
pues en todos germina sin remedio la inquietud.

Pero ella solo se inquieta por él.

Él, quien le siembra un temblor en el pecho con palabras.


Él, quien al besarla detiene el goteo del tiempo
y la abraza para oscurecer el mundo y quedar solos en su islote de luz.
Él. Quizá no la ama, pero –esto es mejor– sabiamente la seduce.

El otro envía una carta que nadie abre


y recibe, a cambio de su amor inaudito, la vaga esperanza del silencio.
Este, que serenamente se derrite en el crematorio del deseo,
necesita componer el mundo para que las parejas armonicen
de acuerdo con su muy urgente conveniencia.
8
Abanico para Érika

Las manos buscarán en partes huecas:


la espesura del aire,
los bolsillos
y el peso de la luz.
Buscarán su pelo negro
(en su pelo transcurría el sueño para ir a otros despertares;
era cerrar los ojos y encontrar por qué en su pecho
temblaba ese miedo de paloma).

La voz preguntará contra el muro extenso del desierto:


¿Qué es Érika, cuál tesoro esconde?
Un grito y otro sin retorno
hacia el tedio vitral de las constelaciones,
ciega voz que se agita
y rescata alguna imagen del infierno.

Imagen, cuerpo con líneas de temperatura.


Heladas pueden ser las manos, 9
un titubeo de calosfríos es su forma de latir
y en su vientre se recrea el fuego.

Imagen, espesor de sueños, abanico.


2

10
Madre

Nos naciste un amor extraño.


Yo sé tu amor en la memoria,
en la contemplación espía.
Se te derramaba luz entre vasos de café con leche,
excesiva luz tenían tus manos lavanderas,
pero no sé,
aquí lo grave, madre,
por qué fui de una estirpe sin rumbo,
qué me diste desde tu esperanza rota.

Me vuelvo a tu fuente seca,


sediento y condenado;
me vuelvo a tu vacío ejemplo,
es decir, el silencio donde el universo palpita.
Tomo la cena en tu casa para descifrar signos y entender
la caprichosa urdimbre y el metal
que por ti soy.
11
Abuelo (1)

Nunca me revelaste hondos conceptos


pero aprendo al probar la ceniza de tu piel
y la infinita pobreza que compartes.

Por causa tuya mi niñez fue un paseo a lomo de tordillo,


dobladas fatigas en pos del capullo de algodón.

Aprendo, de tu derrota lenta y silenciosa,


que perdemos la batalla única
cuando nos descubrimos disparando al aire.

Que la risa,
la verdadera y fresca risa que se burla,
glorifica al vencido y redime al viejo
ciego ya de tanto ver estrellas.

12
Búho

El búho que pasa tan alto, apenas advertido,


no desacomoda el aire,
no agita el impasible aceite del silencio.
Solo pasa, alto y lento;
solo abre un abismo hacia el miedo.

Mancha imperturbada en el cielo de la noche


que te hace andar por la orilla del espanto
para siempre
incierto sobre la blanda ilusión de no caer
hacia el aire ciego sin fondo.

El ánimo se vuelve entonces negra esencia


mar sin luz
por donde no acaba de cruzar
el ave temible.

13
Lobo

Él buscaba mi caricia en su lomo,


me pedía aliento con sus grandes ojos fríos.
Conmigo conoció el hambre,
las peladuras de la esclavitud en el cuello.
Conoció cómo era mi amor mudo.

Quise alguna vez, a través de su mirada abierta,


alcanzar ese fondo inteligente
que no sabía devolver mi llamado:
Perro, amigo, hermano.

Mi perro Lobo, forzando los párpados,


atentas las orejas,
algo entendía, porque la luz y el polvo,
de pronto,
desplegaban un puente de voces sin idioma,
ladridos,
señales del entendimiento original 14
de las criaturas.
Niebla

Dicen que en un pequeño pueblo con mediodías de azogue


hay una alta torrecilla como faro
(ningún mar baña las orillas de ese pueblo),
y en la torre, ciertas noches de luna,
aparece una mujer pálida de cabellos largos,
vestida con tenues velos de nube,
tan hermosa que tiembla de asombro y de temor
quien la ha visto:
a mí me aterra morir sin contemplarla.

15
II Yo es solo un hombre
que se aleja

16
1

17
Dame signos…

Dame signos
que sean
criaturas vivas
–abejas quiero en el papel,
otra escritura.

18
Tres temas

1. Cuerdas

Quizá pueda tomar el tema de las cuerdas y su oficio,


meditar durante horas y días en el arpa del aire,
audible diversión para el atento.
Pensar en un velero con su hilamen,
derivar en urdimbres pescadoras:
cuerdas son las redes,
cuerdas vivas las arterias y soñolientas cuerdas las hamacas.
La ciudad, según las nubes, resulta un caos de cables eléctricos.
Y el violín
el mortal arco
la cabellera de mujer
participan del amplio cordaje-
nervadura que pone en vilo al mundo.

2. Nieve
19
También podría hablar de la nieve.
Cubre un corazón sin motivos cálidos,
acompaña palabras que alguien lanza cada día.
Cae la nieve,
alfombra de frío mis veredas,
multiplica la luz en cada sonrisa de mujer.
Cae la nieve y mis manos,
de amor ávidas,
despacio caen
desmenuzadas.

3. Pozos

Y qué hay de los pozos,


bocas de gesto hechizante,
vértigo especular,
agua sombría venida desde quién sabe dónde
que profundamente fresca mana
con su alivio para los sedientos.
Pozo envenenado:
brota rencorosa hiel;
el pozo en la mirada en que resuena un eco estéril.
Y el odio,
insondable pozo,
negra entraña de verdugo.
Y la hondura de unas pupilas que no guardan misterio
sino gritan:
“aquí estoy
el misterio que asoma,
los ojos del mago Rasputín”.

20
Para saber que estás vivo

Se aproximan el sonido y la sustancia que han de tocar a la emoción en sus llagas:


Viene la palabra dolosa, plena de impudor, certera;
su forma es correspondencia entre manos y arcilla,
zona donde luz y oscuridad se funden.

Llega una caricia inclemente, el tacto.


Ásperos dedos de la frase entran, labriegos del espíritu,
a profanar los recintos del dolor y del placer.

Lágrima o semen,
placer o herida:
las palabras llegan a manchar el mundo.

21
Violín

Ocupa un rincón donde la noche larga del silencio


su lamento ahoga.
Polvo: sábana para un cuerpo
sin dedos de luz que lo acaricien.
Violín,
lágrima errátil de la desmemoria
por quién fluyes
ardiente sobre una mejilla fría,
qué labios beben la sal de tu gemido,
qué yemas con temple de violín
te secan.
Di si fue un perfume de mujer
lo que sacó de sus labores al artista.
Di si el virtuosismo, perdido en lo turbio de tus venas,
olvida al hombre sin raíz
que ya no sabe
librar la parvada canora de sus dedos.
22
Poema en blanco

He aquí un poema piadoso.


Fue escrito para salvar a este papel de su virginidad,
de su blancura que conmueve hasta la pena
porque este limpio vacío
no es sino el recordatorio de una ausencia.

Imagina el hueco donde va el corazón


usurpado por un simulacro perverso:
Toda omisión infame estaría conspirando ahí,
todos los silencios,
la sal de todos los llantos.

No se puede cargar un dormido rebaño de imágenes:


el blanco espacio intolerable de una página
que es desasosiego,
angustia.

23
Insana vigilia

Otra taza de café


(esperan la cama tibia, sábanas
fragantes)
Resisten los ojos con argumentos de arena.
Palpita en la frente el dolor del sueño violentado
mientras un sordo rumor invade el cráneo.
(nada me pide el colchón a cambio de tirar ahí mi cuerpo).
Enjambres de grillos de vigilia a medianoche
se presentan.
Cada músculo rinde cuentas sobre las fatigas del día
(sálvame, café amargo)
mas por fin, tal vez, hay un poema fresco
(y el sol encontrará la cama en orden).

24
Por esta escritura…

Por esta escritura informe, caótica,


no hay quien responda.

Se puede amar,
cumplir los deberes con disposición heroica,
pero el tiempo del descanso
y el de otros goces
lo robará la empecinada poesía.

Aun así, se tambalea cada verso,


corre sin esperanza a la raíz del amor
y navega como loco en la tupida niebla.

¿Abandonar esta caza


porque el animal extraordinario huye?
¿Ir a la clausura del misterio sin tocarlo?

Yo, que desdeñé dos o tres encantadoras tentaciones, 25


me hice de una musa imperfecta;
ella murmuraba frases nocturnas,
como conjuros nacidos del tremor de dos cuerpos:
“entra en el mar denso de mis ojos”.
decía, y también:
“sorpréndanos tu muerte conversando”.

Todo este sinsentido fui escribiendo,


día con día,
para nada.
Grita

Hoy te encuentro como vuelta de un naufragio,


levemente fría y neblinosa.

Aunque te niegue el rugido de las calles


grita.
Grita alto sobre el estruendo y la indiferencia;
entre las multitudes,
frente a las caras muertas de los bares;
grita junto a los números turbios del calendario,
contra la policía,
contra el humo que opaca los cristales
y la prisa urbana ajena del azul.
Contra este vaivén infame de difuntos,
contra el orden,
grita.

26
El poema escondido

Es un objeto bello y peligroso


que asoma difuso en las aguas bajo el puente:
bestia, dios innombrable.
Su gestación alienta turbiones en el pecho.

A ciegas lo convocas,
te pierdes hurgando la piel nocturna de tu infancia,
interrogas la herrumbre de tus actos consumados.

Olvidas que tu boca lanzó una frase como piedra


y fue vapor trémulo, desfalleciente.

Un muerto con sed


que te dicta versos
y agoniza.

27
Necesitas llamar a alguien…

Necesitas llamar a alguien,


a quien pueda perder por ti parte de su tiempo
pues el tiempo se empoza, diría César Vallejo.
Pero a quién, si es viernes.
Jorge tendrá una fiesta, alguna junta.
Selene estará lunática y sin ganas de nada, por variar.
El Marco será, como todos los días, fantasma inencontrable.
No corras al teléfono:
no hay citas por cumplir a través del cable
y nadie te recuerda hoy,
no hay agenda que contenga tu nombre.

Reexistes solo en el momento de escuchar tu propia voz.


Cada quien es tan propio de sí mismo,
tan único, tan solo.
Esta condición fue el primer gran regalo de Dios:
apréciala.
Vive buenamente y agradece. 28
El teatro

Esta es la tercera, tercera llamada.


No hay que retardar más la puesta en escena,
pues los espectadores ya frotan sus manos,
carraspean,
reacomodan sus columnas vertebrales.

El actor, único en este drama, no aparece.

Es un artista bien entrenado:


largos meses de fatiga en los ensayos,
su parlamento debiera serle un juego dócil, fluente.
Pero del ensayo al acto,
del espejo a la exhibición
hay que dar un paso de bravura y desvergüenza,
de un aplomo que no tiene fundamento.

Una voz nerviosa repite:


Tercera llamada (que salga el actor), 29
tercera llamada (ya subieron el telón).
Principiamos (por favor, que aparezca).

El histrión avanza paso a paso,


ocupa el proscenio intentando recordar cómo inicia el parlamento;
luce cansado y lleno de fastidio,
quizá lo abate una resaca.
De pronto, un reflector lo ilumina de lo alto
mientras él busca una palabra, un gesto para comenzar
a la vez que repasa lo que está por salir de su garganta
con perfecta claridad y gran volumen:

“Estimado público, hoy no tendremos función.


En lugar de entretenerlos, con muchísimo placer,
mando a ustedes todos a la mierda”.
Caja fuerte

Usted sabe que está ahí


empotrada en el muro, inamovible.
Sabe que encierra cartas o papeles que son pedazos suyos,
pero la memoria elude nombres, fechas y grafologías:
usted no sabe qué presencia efímera
descansa hoy en esa oscuridad;
ni siquiera recuerda cómo abrir la caja.
Llora
quizá por una historia de abandono,
un beso sin luz,
el pasado hermoso, mas difunto.

Seguro que ahí, en la caja fuerte, yace


la vibración antigua de una voz,
pero no acudirá la misma garganta a florecerla.

Eso
duerme con otros empolvados signos 30
que ya no son
que ya no bailan.
Duelen las mujeres

Nunca dejarán de dolernos las mujeres.


Las que nos abandonan, dueñas de una razón
imbatible y lapidaria.
Las que nos aman para consumirnos en el fuego lento de su incomprensión,
de sus pequeños rencores cotidianos.
Las que pasan a nuestro lado, sonrientes, y dejan
la semilla de un vegetal amargo que germinará,
porque sí, súbitamente.
Duele el silencio que nos regalan a veces, para meternos
en la cámara de tortura de la incertidumbre.
Duele hasta esa mujer que nunca vendrá,
porque es la mujer ideal,
porque vive solo en nuestros sueños.

31
Llora un hombre…

Llora un hombre
como se desploma la fortaleza vieja de un árbol talado;
como se desbastan hasta el fin del tiempo las pirámides.
Llora estremecido como las estrellas rabiosas en la noche solitaria del monte.

Llora una mujer


con dulzura de llovizna,
como llora sus trocitos la hierba que se poda.
Con dolor o sin dolor.
Porque sí.

Un hombre llorando:
desgarramiento, derrame del poder atesorado,
desborde de un río doloroso.

Cuando llora un hombre la mujer se llena de temor


y busca en el suelo las grietas que han de abrirse;
con la pena del hombre se inunda también ella. 32

Una mujer llorando:


el aura se pinta de gris, calla la radio,
se pone amarillo el sol.
Cuando la mujer llora el hombre sonríe
y la consuela,
intenta desanudar su alegría.

Un hombre llora porque se está rompiendo algo infinito


y es amargo.
Una mujer llora por lo mismo
y su tristeza dulcifica.
He aquí la voz…

He aquí la voz corrosiva de la verdad:


escuchando a los Doors bajo la noche de hielo
con las manos frías, los ojos fríos
(es la hora de los despistados;
saludan de paso mis hermanos en el desarraigo).
Me aturde el eco de una palabra recién descubierta,
pronunciada como un estallido liberador
mutilador.
Me digo: estoy vivo porque disfruto este viento
que navajea la cara
y sé apreciar su transparencia.

Morrison canta con ruda voz.


Lleno de cabronía está evitando mi desplome:
vivo,
mis pasos llevan el rumbo exacto,
no me invita la desolación a llenar su cuenco de lágrimas.
33
Inscripción en los vidrios empañados de los autos:

JAMÁS

sonido que corta el aire como tajo de machete divino.

Esta noche aprendí el valor rompemundos de una palabra.


Su marca me ilumina sobre la calle negra.
Aprendizaje tardío.
Cobro de las cuentas atrasadas.

Los Doors y el invierno me ponen al corriente


con la vida.
2

34
A qué aspiro:

1. Habitar una casa con ventanas abiertas y


muchas entradas para todos y el oxígeno;
mis amigos dentro,
la furtiva ironía y la risa.
2. Mi guitarra pulsadora de notas en una sola cuerda
para reproducir el escaso repertorio del alma.
3. Que aquí transiten los autos rodeando la mesa
y sobre la mesa el furor amazónico de Alejandra Guzmán.
4. En mis huesos el desenfado ofensivo del cholo,
su mirada de intuición feroz-perruna.
5. Llenar una copa a mi hermano y oír en la parquedad de su aliento
un diluvio de voces contenidas.
6. El odio en mis nervios trabajando sus virtudes,
que aclaren el sentido de oscuros actos,
como el crimen a palabra fría,
la prepotencia y el pánico sucediendo a mi costa. 35
7. Esta ciudad circulatoria y sus perros a través de mi casa.
A veces percibo una brisa ajena…

A veces percibo una brisa ajena,


como aleteo de otros soles que solo intentaron alumbrar el día
–infinita alquimia de posibles,
un curso imaginado que se rompe
antes de nacer–.
Nos alcanza, en su lugar, un tiempo sin misterio, insípido,
y despierto del sueño con una carta entre los dedos:
naipe siniestro del azar
sin fe tomado al vuelo.

Yo me quería ver en esa otra suerte,


realidad alterna,
palpitación que huye todas las mañanas
mutilándome la incógnita.

36
Yo es solamente un hombre que se aleja

Estoy solo en la casa.


Alguien toca insistente a la puerta.
Si olvido que hay una dureza física,
un color de huesos en sus manos,
ese alguien irá a desvanecerse.

Pero una voz hecha de falanges y nudillos tercos


viene a estremecer mi puerta.
Podría ser el vendedor de una historia infeliz
con el sello de la imploración en su mirada
a cambio de unos pesos.
O el cartero, con cartas que murmuran:

ay, el gran hueco del tiempo,


el hueco del tiempo y la distancia,
monedas verdes al fondo de un estanque
y recuerdos diluidos ahí, míseros, ahogados.
37
Será tal vez esa mujer que me trae desde siempre
una sorpresa florecida entre las piernas
con aroma de ternura y carne.

Tocan.
Tocaban.
Espero oír otra vez la mano ansiosa,
pego la oreja en la madera
mas no encuentro ya un jadeo
en el silencio.

Abro de súbito la puerta,


reconozco la espalda de un hombre en la distancia.
Soy yo. No hay más sobresalto:
yo.

Solo un hombre que se aleja.


Camino del cisne

Cruza el estanque solitario


esta forma elegida por Zeus
para seducir a Leda.

Línea sobre el agua,


estela donde los destinos
frenéticos se escriben
en un grito a viva carne y en secreto:
la forma del gozo que estalla
en trenza de agua, celo y luz,
olas tórridas
al avance inexorable del cisne.

Enlace de animal y hembra,


la mujer y el dios trocado en ave.
38
Anhelo
el placer inenarrable de ostentar ese plumaje
alguna vez acariciado por la hermosa.

Algún conjuro nos podrá llevar, tal vez,


a semejante altura,
al beso de un pagano cielo.
He cerrado mi boca

Le puse un sello para no decir desde mis huesos lo que me bulle en la lengua.
He cerrado la mirada y del mundo me llega una luz torpe
en lugar de la belleza que se mueve sobre el polvo.
No quiero escuchar
y desoigo una canción que alguien me canta,
los pasos de quien me siegue.
Quizá mi semilla viene rompiendo costras de la tierra
y no sé
no lo veo
ni puedo decirlo.

39
Ya vamos, sueño, a completar tu saldo,

cántame la monotonía,
déjame oír tu nota decreciente
en esa hondura que se alarga,
como cuento sin fin de la nana,
y me lleva hacia una noche
más oscura
dentro de la noche.

40
III Paisajes

41
Amar las piedras

Amo la enormidad de las peñas en la sierra,


el cúmulo de rocas diminutas de la arena,
pero sobre todo amo la piedra gris, solitaria, del camino.
Su inercia dócil me permite interrogarla,
decirle mis secretos
o aliviar mi cansancio como en un banco pétreo
puesto para mí en el monte.

Cuando hablo de mi amor paciente y sólido a una piedra del camino


me responde un fuego gemelo de mi fuego,
porque ella es el espejo de mi voz
como su grisura es el reflejo de mi ánimo.

Si beso a una piedra


de esas que vigilan la vereda,
su color frío se transforma en tibio resplandor
y en mis labios queda el sabor polvoso de los siglos.
42
La estación

En este andén se acumula tensamente la espera.


Gasté incontables años y tropiezos para llegar aquí,
a donde un tren debe partir:
vine para subir en él e irme,
ahora mismo, hasta el confín de la vida.

Suena el silbato y me paraliza una sospecha


mientras comienza a rodar infinitamente lenta la máquina
con sus carros perezosos arrastrándose detrás;
veo una escala entre vagones y las puertas llamándome
como bocas en un grito.

Yo sigo inmóvil, pues me detiene graves imaginaciones:


antes de subir los tres peldaños, una mano poderosa me detiene.
Firma y fría me mantiene abajo sin motivo.

Pero es mi último tren. Debo abordar y quedan dos segundos.


43
Cierro los ojos para hundirme en ese lapso y respirar
toda su atmósfera de pánico.

Estoy en eso.
Amigo, por favor dime si aún avanza, frente a mí,
una lenta fila de vagones
que se marcha.
El jardín

Miro el suelo putrefacto del jardín,


la maleza junto a las flores
y la maleza que agrego
entre girasoles cabizbajos, anémicos.

Cuánta pena he reunido para visitar esta humedad


cercada por muros agrietados que le dan sombra:
algún día sus pedazos vencidos caerán
y habrá ruinas de flores donde germina el olvido.
Bajo los escombros ha de bullir un múltiple rumor,
el llanto de todo lo que fue nombrado alguna vez:
los amantes, los teatros, relucientes joyas minerales
y de carne.

También yo, ceniza


en el ala incansable de los tiempos.

44
La calle

Diré:
hoy se aburren las canciones de la radio,
el cielo baja hasta tocar mi espalda claustrofóbica
y andan sin orgullo los autos nuevos por las calles.
Cómo puede el olor caliente del asfalto no causarme náusea
si no hay una cifra, en esta ciudad de números y coordenadas,
para buscarte
ni hay el sitio donde vas a refrescar el ocio,
un autobús de la casualidad encontradiza.

Aquí, sin la llovizna ocasional de tus palabras,


sin el obelisco de tu cuerpo a la mitad del parque,
pierde piso el cartógrafo
y enloquece la rosa de los vientos.

Cómo crece la mudez del páramo sin ti.


Lo mismo pasa con los bares, la plaza, los transeúntes.
45
Todo el cauce de la calle es un gris muerto.
La madrugada

Percibo su figura de pez nervioso:


se acerca.
Su paso reanima formas ocultas por la noche.

Sorprenderá el sol, calles abajo,


sus ojos de zorro en huida.
Poco vale la luz del día para quien firma la madrugada
o paga tributo a la noche bohemia
a filo de cuchillo.

Como este viajero de la incertidumbre


que pertenece a una ralea donde caben,
su aspecto me lo dice,
poetas, políticos, borrachos, padrotes
—y gente peor.

46
Baldío

Acudo a esta pequeña mancha citadina,


isla oscura entre la rutilante luz eléctrica.

Hay voces que vienen aquí a refugiarse:


el borracho que se tiende a esperar la muerte,
el cuerpo de la Güera, frágil,
cada noche en peligro bajo un hombre distinto.

Un murmullo:

Navaja de punta fina


para el valiente que merezca
llegar con su sangre hasta mi mano.

Canción que se derrama entre basura bardas viejas,


historias de vicio sembradas en medio del baldío.

Escucho conmovido en mi rincón 47


a intervalos de humo.
Vecindario

A través de la ventana
—alta noche de invierno—
veo la lluvia.

Algo en este paisaje me estremece más que el frío:


qué hay de mí en esta igual arquitectura,
qué hay en este lado del cristal,
debajo de mi carne qué hay de mí
si todo movimiento vivo,
de aquí a la geometría tediosa de la calle,
está en los hilos de lluvia descendiendo,
retorciéndose por los cristales.

Y no hay más.

48
Día visto desde abajo

Despierto, empujo mi cuerpo a la vorágine,


nacido para el día,
para la visión de una mujer que pueda construirse,
inventarse
sobre la sábana limpia de una página.
Una mujer con la imagen perfumada del amor
entre sus manos.

Ávido
salgo a buscar,
a estrellarme contra el fondo de una mañana primorosa.

49
b

Calle abierta al lenguaje del tedio.


Mentida salvación, la de unas piernas perfectas
que pasan,
mujer y piernas en huida (huyen del sol):
la luz, entonces, blanda y tibia, adopta
cierta humedad para besar los muros
y la soledad del asfalto.

La mañana nos lleva, presurosa,


a los lindes de la tarde.
Ahí llegan las palabras, atadas todavía,
marchitas de sombra.

Ay de nosotros en esta desdeñosa ruta,


espacio donde cruzan los desamparados
a la exacta repetición del otro día,
estéril transcurso de la luz.
50
c

Una mujer viene por la acera: su rumor es un paraíso


prometido.
Se agitan olores de vida vegetal, de fauna en celo;
se agitan sus caderas de inefable proporción,
armonía de lumbre y de contorno.

Su figura que avanza vuelve denso el aire


y la vida se repliega, deslumbrada:
¿de cuál esquina gris brotó?
¿cuál puerta escondía el tesoro de su luz?
Apenas puedo mirarla, mas percibo sus aromas
de hojarasca besada en la orilla de algún río.

Ahora está cerca: se puede beber el secreto de su aliento.


Sé que un beso suyo puede suspender el orden
de las horas, de los meses;
es capaz de suprimir la razón misma de mis actos.
51

Mi mano intenta un trazo que llame su atención.


Vano intento:
así termina el día.

Así comienza el ademán


que rompe la esperanza en un suspiro.
Los bajos fondos

Acudo a esta pequeña mancha citadina,


isla oscura entre la rutilante luz eléctrica.
Hay voces que vienen aquí a refugiarse:
el borracho que se tiende a esperar la muerte;
el cuerpo de la Güera,
frágil, cada noche en peligro bajo un hombre distinto;
ella murmura:

Navaja de punta fina


para un hombre que merezca
llegar con su sangre hasta mi mano.

Su canción de vez en cuando se deshila


entre basura y bardas viejas,
crudas historias de vicio que brotan en medio del baldío.
Escucho tembloroso en mi rincón 52
a intervalos de humo.
El vecindario

A través de mi ventana
—alta noche de invierno—
veo la lluvia.
Algo en este paisaje me estremece:
qué hay de mí en esa arquitectura mínima;
peor: qué hay en este lado del cristal,
aún debajo de mi carne qué hay
si todo movimiento vivo,
desde mí a las geometrías de la calle,
está en los hilos de lluvia que bajan
retorciéndose,
por los cristales.

53
IV Recuento de familia

54
Este es otro Pater Noster

Señor:
Déjame sin pan como ya sucedió a veces,
cuando fue tu voluntad.
Deja sin perdón mis contadas ofensas
a cambio del rencor que no abrigo para quienes me lastiman.
Permite, de vez en cuando, que ruede en el fango de las tentaciones,
pues sería indigno de ti si no conozco todo.

Hasta hoy no me libraste de ser víctima de la maldad:


agradezco,
la costumbre del infortunio me ha hecho fuerte.
Quítame la gracia que pedimos a diario en las oraciones,
menos la promesa de tu próximo reinado.
Pero por todo el llanto que vertí,
por esta pena que no podrá dejarte frío,
por la débil fe latente aún,
haz que el amor también reine en mis fueros
antes que se consuma lo que vibra en mí con vida, 55
y mis ojos pierdan su resto de niñez
amén.
Mi niña viene a besarme antes de dormir

Mi niña viene a besarme antes de dormir,


por eso es mi escudo contra el mundo
y por eso no temo a las maquinaciones del azar.
Mi niña me quiere tan cierto,
tan de profundo y así nomás querer,
que veo como cualidad de la tierra
eso de que exista algún amor por mí.
Pequeña de asombroso brillo,
futura semilla de amores inmensos como árboles.
Yo soy un padre seco, mudo,
pero tú me das una ternura lacustre
y tu beso es brisa fresca en la mejilla.

56
Ya crecen, ninfas mías

Ya crecen, ninfas mías,


y no he podido ver cómo.
Qué pena si crecen rápido.
Quién hiciera perdurar la infancia,
los juguetes, la seriedad y el orden de la escuela.
Paciencia, niñas,
no hay premura
ni grandiosa meta,
ni una historia de magnífico amor
que valga
lo que dejamos atrás con la niñez perdida.

57
Aquí van tus hijos

Vamos como trastabillando


y no se consigue mayor firmeza porque dijiste
según fuimos dejando tu hogar:
amen, pequeños,
amen como puedan soportarlo.

Hubo que huir llevando el enigma a cuestas.


Cada cual enarboló el amor a su modo,
pero la sangre se nos fue enturbiando
y bebimos en la copa amarga del temor.

Bien recuerdo la palabra de tu adiós:


tropiecen, hijos, por el camino.
Al dolor los envío,
al funesto entendimiento.

Y aquí van tus hijos, madre,


cicatrizados ya, 58
seguros de no saber por qué fue necesario,
por qué alguien mandó,
por qué nadie se opuso.
Abuelo (2)

Con veneración beso su mano


y me pregunto si al fin un orgullo elemental lo acompaña,
si recuerda algo que deba ocultarse,
un desliz,
la huella de un instante en que la rabia empuñó la pistola.
Crecería mi abuelo si dijera:
me voy desesperado
por esta vida que me pierde su valor,
por la edad más allá de mis fuerzas,
por tus manos que sabrán a pólvora de inalcanzada llama.
Si estas palabras rompiesen de pronto con la placidez de su hogar lleno de nietos;
si vertiera lágrimas por verse trotando a caballo a lo largo de sus campos,
otro abuelo más grave sería.
Pero yo qué sé.

59
Recuento

Yo tenía unos hijos tiernos, frescos aún de humedad natal.


Hoy les ha crecido una independencia áspera
y son tan ajenos, tan propios de sí mismos.
Yo tenía un hogar cálido y mío, anfitrión de la calma:
escribo mi historia sobre sus ruinas humeantes.
Tenía una mujer que me nombró su dios,
y ahora le resulto tan humano, que debo compensarla con periódicas huidas.
Un albatros amoroso planeaba sobre mí todo el tiempo:
el hueco que su muerte deja no será llenado.
Yo tenía un talego con dinero para comprar momentos felices.
Quedan pocas, muy pocas monedas.
Pero me quedan grandes huecos para verter algo en ellos.
Me queda el recurso del cinismo.
Y otros, terribles.

60
Partir

Hay objetos gastados por el uso de sus nombres.


Aquí están los que nada tienen que buscar en el mundo,
el eco de los que se fueron llevando sus fotografías
a yacer bajo otros polvos
(de tiempo en tiempo
ha de encoger al pecho una llovizna:
hace falta ese frío).
Uno es mitad pasado
y otra mitad cruzar aquí el instante.
Sobre mi almohada, una mujer parece la de siempre;
aquel pasillo estaba aquí, lo juro,
y al llegar a este punto, Dios,
temo encontrar unos niños que pelean tras la puerta.
O no: todo aquello descansa en álbumes de rostros,
en las cartas finales.
De quién es el listón que guardo aún
bajo la capa de un creciente olvido.
Las cosas que nos unían se empolvan 61
en dos o tres rincones.
Enferman de temor.
V Orillas

62
Derrama por ella su intento la esfera del bolígrafo

Para Ceci Castañeda

Derrama por ella su intento la esfera del bolígrafo.


Mi obsesión por tocarla cava hormigueros
y los goznes con pavura se desapolillan y protestan:

Aquí no hay nada, las palomas del


murmullo
y las palomas de luz
ya no visitan estos huecos.

Pero en el aire vuelan jirones de su perfume.


Sé que en noches desoladas
estas habitaciones que nunca mece el viento
celebran el baile de una súbita figura
que juega en los rincones desiertos de la casa:
los grillos la escuchan ordenar la oscuridad
en melodías como el silbido luminoso de los astros; 63
va ella, rozando con sus velos la humedad que de mí guardan las paredes,
prestándole un rumor de aliento a los pasillos.
Habitación

Mejor es quedarnos
afuera nos aguarda una sepultura sin muerte
afuera es cementerio donde un espantapájaros,
de vigilias armado,
ahuyenta los azules cuervos del silencio.

Sobre la extensa madrugada del alma


el gallo inmisericorde no cesa.
Nunca brillará el sol que llegue a callarlo.
Nunca nuestras manos
tocarán la orilla luminosa de día.

64
Partir (2)

No contentarse
irse de veras a beber el mar, distintos mares.

Ser presencia que funda


extranjería fugaz
labios en plenitud prendidos
al centro de la ausencia.

Siempre irse
a donde se ahogue una cruel marchitación
en aquella ciudad
ayer.

No estar
bajo la garra de los vínculos,
no anclarse al puerto de una lágrima.

65
Dormí acostado en tu pecho

Dormí acostado en tu pecho


y me despertó un debatir sonoro
bajo tierra:
Pensé en un sismo,
en la furia del corazón del mundo.
Y es que te agitaba un sueño
donde todo ardía: cuerpos en abrazo
fragores de un cielo roto.

Imaginé el miedo poderoso de tu primera entrega,


ese hálito febril.

De tu antigua historia
aún tienes la boca temblorosa
y así es como se puebla el azar de nuestro encuentro
para que pueda aún decir:
pequeña,
no dejes de volar sobre mi estanque, 66

no cedas al cansancio
ni permitas que te alejen otras luces.
No te vayas,
no te vayas,
no te vayas.
Cómo traducir esta súbita maduración

Cómo traducir esta súbita maduración,


cómo –tacto de pétalos
aroma de hierba rota– decir:
para ti vierto esta canción,
grieta de la voz, puerta de símbolos;
soy llovizna que cae
sobre el cuenco abierto en la invención de tu sed;
caigo para refrescar tu piel adormecida
ahí donde pondrás a secar mi recuerdo
en un verano que comienza mañana.

Canto porque olvido mi lugar en este reino,


porque la vida riente y plena
sigue llamándome hasta la ciénaga y la pira.

Llovizno y canto desde lejos:


en el fondo
del fondo. 67
Sus ojos, ventanas del abismo

Sus ojos, ventanas del abismo,


caos.
No mirar hacia sus ojos,
no buscarlos.
Besar,
sufrir
la temerosa visión de las tormentas,
el transcurso agazapado del tiempo.
Dejarse tocar,
mas no caer en el atisbo profundo.
No ver sus ojos,
no asomarse al origen del desorden.

68
Mírame

Para Mónica Guerra

Mírame:
años atrás, el cuerpo fresco,
el amor joven.

Cómo desamar,
dar la última caricia a nuestros muertos
y aún buscar algo tibio en qué apoyarse.

Oh, infinita corrupción, la vida.


caen de mis flores entumecidos pétalos.

Espera:
si te beso, es por beber
el más dulce adiós del mundo.

69
Regalo mayor

Aquí está el tacto profundo de mis manos para ti.


No basta.
Aquí está mi voz,
con un sopor de ensoñaciones en su eco,
y no basta.

Mi corazón, con su canto de armonía serena.

Aquí el amor,
más fuego a solas que cuerpo y compañía.

Aquí ofrezco el amor


palpitante
desde el centro blando de la Tierra.
Mas nunca basta.

70
Puentes cuelgan del suicidio

Tu ruta diverge de la mía partiendo del origen del mundo


Formamos pues una grieta que se agranda en el tiempo.
Orillas opuestas del abismo
donde el eco se destrenza.

Tus senos duermen sin el molde incesante de mis labios;


cada zona recóndita en tu piel no sueña el despertar de la caricia mía;
el espasmo de tu pena vertida en mí se aplaza.

Tales puentes cuelgan del suicidio


desprenden mis raíces de la tierra.

71
Jardín

Dije su adiós al final a unas hojas amarillas bajo las estrellas


y hundí mis dedos en la costra del suelo
para desenterrar las preguntas de siempre
–conversé largo con ese frío nocturno–.

Junto a débiles raíces hallé la ceguera


negra pizarra
donde pude escribir mi otra historia
que sin dolor omitiera la mención de tu nombre.

Recogí mil voces de la cueva esférica del tiempo


y aún estaba aquí la noche:
entré en su ojo profundo hasta que fue desvaneciéndose.

72
Tentativa de un último poema

Si este fuera mi último poema de amor


cuánto gozaría mi soledad de aprendiz
(escuchar los murmullos del vacío
sin lágrimas, sin recuerdos)

Ya no la quiero, es cierto,
pero cuánto la quise
(Neruda)
Este
podría ser el último.
No más desperdiciar frases inútiles:
Ella es necesaria
como almohada suave,
como luz para meditar,
como un baño tibio.

Now I need a place


To hide away. 73

(McCartney)

Ahora necesito una cama de hielo


donde endurezca mi sangre
y enfríe mi somnoliento corazón.
Si este poema intenta clausurar cosas
debe dejarlo todo aquí:
lo doliente y moribundo de amar

Devuélvanme la muerte
que yo tenía al nacer.
(Lizalde)

Lo insoportable es que el dolor no nos acerque a la muerte


y nos persiga con su pulsación cada minuto.
Por eso la renuncia, ahora,
es deseable.
74
El último
Cuando dé mi beso final a sabiendas
será acaso como un dulce terror.
mi beso de ya nunca.
Quisiera ese adiós húmedo
tras el pleno rubor en las mejillas de mí
/amante
gigantesco, así como el dolor que más allá del
/alma crece
entre una boca y otra en fuga.
Oh, lento desprendernos, cabizbajo
/aliento
oscuro sabor.

Algo anochece
entre la piel del aire y nuestros labios,
en el rigor de la distancia, que se anueva en
/voz de los objetos simples
–vaso, cuadro, muro.
Lejanía: tacto que me pierde 75

hasta ser el solo beso,


hasta besar
el último.

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