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1.a Parte
Estos milagros han sido seleccionados y sacados del libro LOS EVANGELIOS
CONCORDADOS ilustrados, libro muy recomendado que contiene los Cuatro
Evangelios completos unificados y fundidos en uno.
Habiéndose celebrado unas bodas en Caná de Galilea, re sulta que la Madre de Jesús
estaba allí. Y pasando por allí el Señor, también fue invitado con sus discípulos.
Y como al final se juntaron más invitados de los espera dos, resultó que a mitad de la
fiesta se les acabó el vino.
Pero la Virgen que sabía que su Hijo nunca le negó nada, confiada dijo a los sirvientes:
«Haced lo que El os diga».
Había allí seis grandes tinajas de unos 36 litros cada una, y Jesús les dijo: «Llenadlas de
agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: «Sacad ahora y llevadle al
mayordomo». Y ellos se lo llevaron.
Este fue el primer milagro que hizo Jesús en Caná de Ga lilea, y manifestó sus poderes,
y sus discípulos creyeron más en El.
La pesca milagrosa (Mt. 4; Mc. 1; Lc. 5)
Estando Jesús enseñando junto al lago de Genesaret, suce dió que la muchedumbre se
agolpaba para oír la palabra de Dios, y viendo dos barcas atracadas a la orilla, subió a una
de ellas, que era de Simón, y le rogó que la apartase un poco de tierra; y desde ella,
sentado, enseñaba a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón; «Navega mar adentro y echa las redes para la
pesca». Le dijo Simón: «¡Maestro! Toda la noche hemos estado trabajando y no hemos
conseguido pescar nada; pero, porque tú lo dices, echaré las redes».
Echaron las redes, y, en un momento capturaron tan grande cantidad de peces, que se
rompían las redes. Entonces hicieron señas a los zebedeos que estaban cerca en otra barca
para que vinieran a ayudarles. Vinieron y llenaron de peces las dos barcas hasta casi
hundirse.
Al ver esto Simón Pedro, cayó de rodillas a los pies de Jesús, diciendo: «¡Señor,
apártate de mí, que soy un hombre pecador!»
Entonces dijo Jesús a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Lo mismo hicieron Santiago y Juan; dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los
jornaleros, y se fueron con Jesús.
Curación de un leproso (Mt. 8; Mc. 1; Lc. 5)
Jesús recorría toda la Galilea enseñando en sus sinagogas y predicando el Evangelio del
Reino de Dios y curando toda enfermedad y toda dolencia por donde pasaba.
Su fama llegó a toda Siria, y le traían todos los que se encontraban mal con
enfermedades y sufrimientos de todas clases, endemoniados, lunáticos y paralíticos y a
todos los curaba.
Le seguía una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y del otro lado del
Jordán...
Jesús se movió a compasión, extendió su mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio».
Pero él, una vez que se fue empezó a decírselo a todos, y la fama de Jesús se extendió
de tal manera que ya no podía entrar públicamente en las ciudades, y se tenía que quedar
fuera en los lugares desiertos, y, en cuanto la gente lo sabía acudían en tropel a El de todas
partes.
Cada vez su fama era mayor, y cada vez eran más los que acudían para oírle y para que
les curase de sus enfermedades. No obstante. El por su parte, se retiraba a los lugares
solitarios para hacer oración.
Con esto nos enseñaba Jesús que es muy importante hacer obras de caridad con los
necesitados, pero sin descuidar la oración que es el alimento del alma; pues quien no hace
oración, no podrá salvar su alma ni podrá hacer ningún bien a los demás.
El paralítico de la piscina (Jn.5,1-18)
Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina, llamada en hebreo Bezata,
rodeada con cinco pórticos.
En ellos yacían muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, etc., que estaban esperando
el movimiento de las aguas.
Entre tantos enfermos, Jesús se fijó en uno que ya llevaba enfermo treinta y ocho años.
Aquel día era sábado y por eso los judíos que lo veían ir cargado con la camilla, le
llamaban la atención y le decían: «Oye, que hoy es sábado y no te es lícito ir cargado con
esa camilla».
Más tarde fue al templo y allí encontró de nuevo a Jesús que le dijo: «Mira, has sido
curado, pero no peques más para que no te suceda algo peor».
Entre la multitud había sentados unos fariseos y maestros de la ley que habían venido
de todos los pueblos y aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén.
Entonces llegaron unos judíos que le traían un paralítico tendido en una camilla
transportada por cuatro personas; pero al llegar cerca de la puerta les fue imposible pasar,
porque la multitud se agolpaba.
Viendo que era imposible pasar, dieron vuelta por atrás de la casa y subiendo con el
enfermo al tejado, hicieron en el techo un boquete y por él descolgaron la camilla con el
paralítico, viniendo a caer delante de Jesús.
Al ver Jesús la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: «¡Confía, hijo, tus pecados te
son perdonados!»
Conociendo Jesús lo que pensaban, les dice: «¿Por qué es- estáis pensando mal dentro
de vosotros? Decidme: ¿Qué es más fácil? ¿Decir al paralítico: «Perdonados te son tus
pecados», o decir: «Levántate y anda»? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene
poder en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-: ¡Levántate, toma tu camilla y
vete a tu casa!»
Un día por la tarde, estando Jesús enseñando a la orilla del mar de Tiberíades, rodeado
de mucha gente, dijo a sus discípulos: «Pasemos a la otra orilla».
Despidiendo a la multitud, subió a una barca con sus discípulos y fueron también con
ellos otras barcas haciéndoles compañía.
Estando en gran peligro de hundirse, con mucho miedo, los discípulos se acercaron a
Jesús y lo despertaron, diciendo; «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? ¡Señor,
sálvanos que perecemos!»
Jesús, incorporándose, les dijo; «¡Hombres de poca fe! ¿Por qué teméis?»
Luego Jesús, volviéndose hacia sus discípulos, les dijo; «¿Por qué tenéis miedo?
¿Dónde está vuestra fe?».
Pero ellos, sobrecogidos por el temor y llenos de admira ción, se decían unos a otros;
«¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».
El endemoniado de Gerasa (Mt.8:; Mc.5; Lc. 8)
Llegaron al otro lado del mar, y arribaron a la región de los gerasenos que está en la
orilla opuesta a Galilea.
Apenas saltó Jesús de la barca a tierra, le salió al encuentro desde los sepulcros un
hombre poseído de un espíritu inmundo, que andaba desnudo, sin vestidos, y hacía mucho
tiempo que vivía en los sepulcros.
Nadie podía sujetarlo, ni con cadenas, pues muchas veces había sido atado con grillos y
cadenas y había roto las cadenas y destrozado los grillos. Nadie podía domarle, y era tal su
furia que nadie se atrevía a pasar por aquellos caminos.
Los días y las noches las pasaba en los montes y en los sepulcros continuamente
gritando y golpeándose contra las peñas.
Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo, se postró ante El, y gritando le dijo: «¿Qué es lo
que quieres Tú de mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¿Has venido aquí ahora para
atormentarme antes de tiempo? ¡Te conjuro por Dios que no me atormentes!».
Y los demonios que estaban dentro del hombre, se pusieron a rogarle con insistencia
que no los arrojara fuera de la comarca, y que no los mandara volver al abismo.
Había allí cerca, junto al monte, una piara grande de cerdos paciendo, y los demonios le
suplicaron, diciendo: «¡Si nos mandas ir, échanos a los puercos, para que entremos en
ellos».
En cuanto los demonios salieron del hombre, entraron en los puercos, y de pronto toda
la piara se lanzó por el precipicio abajo sobre el mar, siendo unos dos mil los que se ahoga-
ron en él.
Los porqueros que vieron lo ocurrido, huyeron a contar en la ciudad y por los campos
todo lo ocurrido con los cerdos y con los demonios. Entonces todo el pueblo salió al
encuentro de Jesús para ver lo que había sucedido.
Cuando llegaron, vieron a Jesús y hallaron al hombre del que habían salido los
demonios que estaba tranquilo, sentado, vestido y con juicio, y ellos se atemorizaron.
Los que habían visto el milagro contaban cómo había ocurrido, y cómo habían salido
los demonios del hombre y se habían ido a los puercos.
Se fue el hombre y comenzó a publicar por toda la ciudad, por la Decápoli y por todas
partes todo cuanto hizo Jesús con él, y todos se admiraban.
La hija de Jairo y la hemorroísa (Mt.9; Mc.5; Lc.8)
Levantándose Jesús se fue con él acompañado de sus discípulos, y los seguían una gran
muchedumbre que los oprimían.
Entonces una mujer que padecía flujos de sangre, desde hacía muchos años, y había
sufrido mucho y todo su dinero se lo había gastado con médicos sin conseguir nada, sino
que cada vez estaba peor.
Habiendo oído los milagros que hacía Jesús, se metió por detrás empujando por entre la
gente, pensando: «¡Si pudiera tocar su vestido sanaría!»
Pedro le dijo: «¡Maestro! Ves que toda la gente nos empuja y oprime, y dices ¿quién te
ha tocado?»
Pero Jesús dijo: «Sé que alguien me ha tocado pues he sentido salir de mí cierta
virtud».
Mas Jesús le dijo: «¡Ten ánimo, hya!, tu fe te ha curado, vete en paz curada de tu
enfermedad».
Aún estaba Jesús hablando con la mujer que había padecido flujos de sangre, cuando
llegan de la casa del jefe de la sinagoga, diciendo a Jairo: «Tu hija ya ha muerto. ¿Para qué
molestar al Maestro?»
Oyendo Jesús lo que decían, se volvió hacia el jefe de la sinagoga, padre de la niña, y le
dijo: «¡Ten fe y no tengas miedo! ¡Basta que creas y ella vivirá!»
Cuando llegaron a la casa del jefe de la sinagoga todos llo raban y se lamentaban; pero
Jesús les dijo: «¿Por qué lloráis? La niña no está muerta sino dormida».
Los que lo oyeron se reían y se burlaban de El, porque sa bían que la niña había muerto.
Pero El, echándolos a todos fuera, tomó consigo al padre y a la madre de la niña, y con
los tres discípulos que iban con El, entró donde yacía la niña.
Acercándose Jesús, cogió a la niña de la mano y le dijo: Talitha Kumi, que quiere decir:
¡Niña, levántate!
Inmediatamente, volvió el espíritu a la niña, se puso en pie y echó a andar, pues tenía
doce años.
Sus padres quedaron atónitos. Jesús les dijo que dieran de comer a la niña, y les encargó
que no dijeran lo ocurrido. No obstante, la noticia del suceso se corrió por toda la comarca.
Jesús camina sobre el mar (Mt. 14; Mc. 6; Jn.6)
Mientras navegaban, se hizo de noche y Jesús no estaba con ellos. Entonces empezó a
soplar un viento muy fuerte y el mar se alborotó.
Estando a muchos estadios de tierra, la barca era azotada por las olas porque el viento
les era contrario.
Entonces, cuando estaban en medio del mar, viendo Jesús el trabajo que les costaba
avanzar, porque el viento les era contrario, fue hacia ellos caminando por encima de- las
olas del mar.
Mas ellos, al verle caminar sobre el mar y ver que se Ies acercaba, no le reconocieron, y
creyendo que era un fantasma comenzaron a gritar muy asustados.
Pero enseguida Jesús les habló y les dijo: «¡Tened ánimo! ¡Soy yo! ¡No tengáis
miedo!»
Pedro le respondió: «¡Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las olas del mar!»
Saliendo Pedro de la barca, empezó a andar sobre las aguas caminando hacia Jesús.
Mas al ver las grandes olas y el fuerte viento, tuvo miedo, y, como empezara a hundirse,
gritó: «¡Señor, sálvame!»
Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué
has dudado?»
Luego que subieron, los de la barca se arrod illaron ante El, diciendo: «¡Verdaderamente
eres el Hijo de Dios!»
Estos milagros han sido seleccionados y sacados del libro LOS EVANGELIOS
CONCORDADOS ilustrados, libro muy recomendado que contiene los Cuatro Evangelios
completos unificados y fundidos en uno.
APOSTOLADO MARIANO
Jesús dijo a sus discípulos: «Venid vosotros conmigo a un lugar desierto y tranquilo a
descansar un poco». Pues eran tantos los que iban y venían que ni para comer tenían tiem-
po.
Se fueron en la barca a un lugar retirado y desierto, al otro lado del mar de Galilea.
Pero las gentes que los vieron irse y los reconocieron, acudieron a aquel lugar de todas
partes, incluso algunos se les adelantaron, y les seguía gran muchedumbre porque veían los
milagros que hacía con los enfermos.
Entonces Jesús subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la
Pascua, que es la gran fiesta de los judíos.
Alzando, pues, Jesús los ojos y viendo que una gran muchedumbre venía hacia El, se
compadeció de ellos porque estaban como ovejas sin pastor, y les estuvo predicando largo
tiempo. Jesús les hablaba del reino de Dios y curó a todos los que estaban enfermos.
Siendo ya muy tarde, se acercaron a El sus discípulos y le dijeron: «El lugar está
despoblado y es muy tarde, despídelos para que vayan a las granjas y aldeas del contorno a
comprar que comer».
Entonces Jesús dijo a Felipe: «¿Dónde podríamos comprar panes suficientes para que
coman todos estos?»
(Esto lo dijo para probarle, pues bien sabía El lo que pensaba hacer).
Felipe le respondió: «Doscientos denarios de pan no se rían suficientes para que cada
uno coma un poco».
Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón, le dijo : «Hay aquí un muchacho
que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?»
El les dijo: «Traédmelos acá».
Era aquel lugar una pradera con mucha hierba. Se fueron sentando en grupos de ciento
y de cincuenta.
Tomando Jesús los cinco panes y los dos peces, alzó la vista al cielo, los bendijo, los
partió y se los dio a sus discípulos para que los distribuyeran entre la multitud.
Cuando ya se hartaron, dijo a sus discípulos: «Recoged los trozos que han sobrado para
que nada se pierda».
Los recogieron y llenaron doce cestos con los trozos que habían sobrado, siendo los que
habían comido cinco mil hombres, sin contar las mujeres ni los niños.
Al pasar Jesús de allí adelante, le siguieron dos ciegos que gritaban, diciendo: «¡Jesús,
hijo de David, compadécete de nosotros!»
Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se les
abrieron los ojos.
Jesús les encargó, diciendo: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero en cuanto salieron lo
fueron publicando por todas partes.
Cuando salían los que habían sido ciegos, unos hombres le traían un mudo
endemoniado. Y arrojando Jesús al demonio, habló el mudo.
Atónitas las gentes se decían: «¡Jamás se había visto cosa igual en todo Israel!»
La mujer cananea (Mt.15; Mc.7)
Partiendo Jesús de allí, se retiró a los confines de Tiro > de Sidón. Entró en una casa, y
quiso que nadie lo supiera; mas no pudo permanecer oculto, porque, luego, habiendo oído
hablar de El una mujer, cuya hija tenía un espíritu in mundo, vino y se postró a sus pies.
La mujer era gentil, cananea, de origen sirofenicia; y le pedía que lanzara al demonio de
su hija.
Y se puso a gritar; «¡Señor, hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija está
malamente atormentada por un demonio!»
Jesús respondió: «No fui enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel».
Por fin, contestando Jesús, le dijo: «Deja que primero se sacien los hijos, porque no está
bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros».
-«Cierto, Señor -contestó ella-; pero también los perritos comen las migajas que caen de
las mesas de sus señores».
Entonces Jesús le dijo: «¡Oh, mujer!, grande es tu fe. Hágase contigo como tú quieres.
Por eso que has dicho, ya ha salido el demonio de tu hija».
Seis días después tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago \ a Juan su hermano, y los
llevó a un alto monte a orar, > mientras estaba orando se transformó el aspecto de su rostro.
Allí Jesús se transfiguró delante de ellos, y su rostro res plandeció como el sol, y sus
vestiduras se transformaron blancas como la luz; tan relucientes y tan blancas como nadie
en la tierra podría blanquearlas.
De pronto, se vieron a su lado dos varones que hablaban con El, Moisés y Elías, que,
aparecidos con resplandor de gloria, hablaban con Jesús del fin que habría de tener en
Jerusalén.
Cuando Pedro vio que Moisés y Elías se iban, dijo a Jesús: «¡Maestro! ¡Qué bien
estamos aquí! Si te parece preparamos tres tiendas, una para tí, otra para Moisés y otra para
Elías».
Dijo esto sin saber lo que decía, porque estaba fuera de sí.
Aun estaba Pedro hablando, cuando una nube luminosa los ocultó, y les entró miedo.
Entonces se oyó una voz que salía de la nube, y decía: «Este es mi Hijo amado, en El me
complazco; escuchadle».
Al oírse la voz ya estaba solo Jesús. Los discípulos al oírlo cayeron de rodillas y
cobraron mucho miedo.
Luego, mientras bajaban del monte, les encargó que no dijeran a nadie lo que habían
visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos. Y ellos guarda-
ron fielmente el secreto, sin comprender qué significaría aquello de «resucitar de entre los
muertos».
El siervo del centurión (Mt.8; Lc.7)
Después que terminó Jesús de predicar al pueblo, entró en Cafarnaúm. Había allí un
centurión que tenía un siervo muy estimado que estaba enfermo próximo a morir.
Habiendo oído hablar de Jesús, le envió algunos ancianos de los judíos, suplicándole
que viniese a sanar a su siervo. Y les encargó que le dijeran: Señor, mi siervo yace en casa
paralítico, sufriendo terriblemente.
Jesús, pues, iba con ellos, y cuando ya no distaba mucho de la casa, sabiendo el
centurión que venía, le envió unos amigos a que le dijeran: «Señor, no te molestes, pues yo
no merezco que tú entres bajo mi techo; pues ni yo mismo me tengo por digno de
presentarme ante ti. Pero di una sola palabra y mi siervo quedará curado».
«Sé que puedes hacerlo, porque hasta yo que soy un hombre sujeto a otros, tengo a mis
órdenes soldados, y digo a uno “Ve”, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz
esto”, y lo hace...».
Jesús al oírlo, se admiró y dijo a los que le acompañaban: «En verdad os digo que en
ninguno de Israel he hallado fe tan grande. Os aseguro que vendrán muchos del Oriente y
del Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos,
mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas de fuera: allí será el llanto y
el crujir de dientes...».
Y dijo Jesús al centurión: «Vete y cúmplase como has creído». Y en aquel momento
quedó curado su siervo.
El joven epiléptico, sordo y mudo (Mt.l7; Mc.l4; Le.9)
Al día siguiente, bajaba Jesús del monte, y al volver donde estaban sus discípulos, los
vio rodeados de una gran multitud y los escribas que disputaban con ellos.
Entonces respondió Jesús y dijo: «¡Oh gente incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo habré
de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que sufriros? ¡Traédmele acá!»
Le dijo: «Desde niño, y muchas veces lo arroja al fuego y al agua para acabar con él;
pero si tú puedes algo, apiádate de nosotros».
Entonces, clamando el padre del niño, dijo: «¡Sí creo. Se ñor! ¡Pero ayúdame tú en mi
poca fe!»
Viendo Jesús que se acercaba mucha gente corriendo, increpó al espíritu inmundo, y
dijo: «¡Espíritu sordo y mudo! ¡Yo te lo mando: Sal al momento y no vuelvas a entrar más
en él!»
El demonio lo retorció por el suelo, y, dando un grito muy fuerte, salió del muchacho,
dejándolo como muerto.
Sus discípulos, luego en casa le dijeron: «¿Por qué noso tros no pudimos echarle?»
Jesús contestó: «Porque tenéis poca fe; porque os digo de verdad que, si tuvierais fe tan
grande como un granito de mostaza, podríais decir a esa montaña: “Trasládate de aquí alia”
y se pasaría, y nada os sería imposible».
Iba Jesús de camino hacia una ciudad llamada Naín, y le acompañaban sus disc ípulos y
mucha gente.
Al llegar a las puertas de la ciudad, vieron que llevaban a enterrar a un muerto, hijo
único de su madre; que era viuda, y un gran gentío le acompañaba en el entierro.
Luego se acercó, tocó el féretro; se pararon los que lo lle vaban, y dijo al muerto:
«¡Muchacho, a ti te hablo: levántate!»
Al momento corrió la fama de este hecho por toda la Judea y por todas las comarcas de
los alrededores.
Muerte y resurrección de Lázaro (Jn.11,1-51)
Había un enfermo llamado Lázaro, hermano de Marta > María, de la aldea de Betania.
María es la que ungió al Señor con perfumes y le enjugó los pies con sus cabellos.
Habiendo caído enfermo Lázaro, sus hermanas enviaron un recado a Jesús, diciendo:
«¡Señor! El que amas está enfermo».
Jesús al oírlo dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios: para que
el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Pasados los dos días, dijo a sus discípulos:«Vayamos otra vez a Judea».
Los discípulos le dijeron: «Maestro, los judíos querían apedrearte, y quieres volver
allá?»
Respondió Jesús: «¿No son doce las horas del día? Quien anda de día no tropieza,
porque ve con la luz de este mundo; mas quien anda de noche, tropieza porque no tiene
luz».
Entonces Jesús ya les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de
no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos a su casa».
Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a la entrada de la aldea, se enteraron que Lázaro
ya llevaba cuatro días en el sepulcro.
Betania es una aldea que está cerca de Jerusalén, como a unos quince estadios.
Muchos judíos habían ido a casa de Marta y María para consolarlas por la muerte de su
hermano. Y, oyendo Marta que Jesús venía, rápidamente salió a su encuentro, en tanto que
María no se enteró y se quedó en casa.
Cuando Marta llegó donde estaba Jesús, le dijo; «¡Señor, si tú hubieras estado aquí, no
habría muerto mi hermano! Bien que estoy persuadida de que ahora mismo te concederá
Dios cualquier cosa que le pidieres».
Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá, y ninguno que viva y cree en mí, morirá para siempre. ¿Tú crees esto?»
Ella dijo:«Sí, Señor. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir
al mundo».
Dicho esto, se fue donde estaba su hermana María, y la llamó en secreto, diciéndole:
«El Maestro está aquí y te llama».
Apenas María oyó decir que Jesús estaba allí, se levantó apresuradamente, y salió a su
encuentro.
Entonces Jesús aún no había entrado en la aldea, sino que aún estaba a las afueras, en el
mismo sitio que Marta le había salido a recibir. Por eso los judíos que estaban con María
consolándola, al verla que se levantaba rápidamente y salía fuera, la siguieron diciendo:
«Seguramente irá al sepulcro para llorar allí».
María, pues, habiendo llegado donde estaba Jesús, al verle se postró a sus pies, y le
dijo: «¡Señor, si tú hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano!»
Jesús al verla llorar, y llorar también a los judíos que ha bían venido con ella, se
conmovió profundamente en su espíritu y se turbó. Y dijo: «¿Dónde le habéis puesto?»
Entonces a Jesús se le arrasaron los ojos de lágrimas. En vista de lo cual, dijeron los
judíos: «¡Mirad cómo le amaba!»
Pero algunos de ellos dijeron: «Pues éste que abrió los ojos de un ciego de nacimiento,
¿no pudo hacer que Lázaro no muriera?»
Jesús, pues, otra vez profundamente conmovido, va al se pulcro, que era una gruta
cerrada con una piedra, y dijo: «Quitad la piedra».
Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, ya huele, pues ya lleva cuatro días
que está ahí».
Quitaron, pues, la piedra; y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «¡Oh, Padre! Te
doy las gracias porque me has oído. Bien sé que siempre me oyes, pero lo digo por la gente
que me rodea, a fin de que crean que tú me has enviado».
Y al instante, el que había muerto, salió fuera, ligado como estaba, de pies y manos, y
tapado el rostro con un sudario.
Con esto, muchos de los judíos que habían venido a visitar a María y Marta, viendo lo
que hizo Jesús, creyeron en El.
Una mañana temprano, yendo de Betania a Jerusalén, Je sús sintió hambre, y al ver
desde lejos una higuera con muchas hojas junto al camino, fue a ella para ver si encontraba
higos para comer. Pero viendo que solamente tenía hojas, la maldijo, diciendo: «¡Nunca
jamás coma nadie fruto de ti!» Y lo oyeron los discípulos.
Al día siguiente por la mañana, volvieron de nuevo a pasar por aquel camino, y,
fijándose en la higuera, le dijo Pedro: «¡Maestro, mira! ¡La higuera que maldijiste se ha
secado!»
Todos los demás discípulos, viéndolo, decían admirados: «¡Qué pronto se ha secado!»
»Por eso os digo: Cuando os pongáis a hacer oración, creed que lo que pidáis lo
recibiréis, y todo lo obtendréis».
El ciego de nacimiento (Jn.8,56-59; 9,1-41(
Contestó Jesús: «No nació ciego porque haya pecado él o sus padres, sino para que por
él se manifiesten las obras de Dios».
Y continuó diciendo: «Mientras es de día, debemos trabajar en las obras del que me ha
enviado; pues viene la noche en que nadie puede obrar. Mientras estoy en el mundo, yo soy
la luz del mundo».
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, le aplicó el lodo a los ojos y le
dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé». Fue, se lavó, y volvió con vista.
Los vecinos y los que le conocían -pues era un mendigo-, decían: «Es éste». Otros
decían: «No, es alguien que se le parece». Pero él decía: «Sí, soy yo».
El respondía: «Ese hombre llamado Jesús, hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo:
“Ve a lavarte a la piscina de Siloé”; fui, me lavé y recobré la vista».
Como los sábados eran festivos entre los judíos y no po dían trabajar, dijeron algunos de
los fariseos: «Este hombre no puede venir de Dios, pues no guarda el sábado».
Otra vez preguntaron al ciego: «¿Tú qué dices del que te ha abierto los ojos?» Contestó:
«Que es un profeta».
No creyeron que efectivamente hubiera estado ciego y hubiera recobrado la vista, hasta
que llegaron sus padres y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació
ciego? ¿Pues cómo ve ahora?»
Los padres respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació
ciego; mas cómo ve ahora, no lo sabemos. Preguntádselo a él que ya tiene edad para poder
responden.
Los padres hablaron así, por miedo a los judíos, porque ya éstos habían convenido con
excomulgar a todo el que dijera que Jesús era el Cristo.
Llamaron, pues, otra vez al que había sido ciego, y le dije ron: «Muchacho, da gloria a
Dios; pues nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Respondió él: «Yo no sé si es un pecador: sólo sé que yo era ciego y ahora veo».
Les respondió: «Os lo dije ya y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo de
nuevo? ¿Acaso también vosotros queréis haceros sus discípulos?»
Ellos le injuriaron, diciendo: «Su discípulo lo eres tú; no sotros lo somos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero éste no sabemos de dónde es».
El hombre les contestó: «Ahí está lo gracioso: Que vosotros no sabéis de dónde es, y El
ha abierto mis ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que le teme y
hace su voluntad. Jamás se ha oído decir que nadie haya abierto los ojos a un ciego de
nacimiento. Por tanto: si éste no viniera de Dios no hubiera podido hacer nada».
Oyó Jesús que lo habían excomulgado, y, encontrándole, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo
de Dios?»