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En la página 118 del Seminario “ou pire”, Lacan dice: “No por nada debo primero apoyarme en el
Otro. El Otro, escuchen bien, es entonces un entre, el entre que estaría en juego en la relación
sexual, pero desplazado, y justamente por interponerse como Otro (s´Autreposer)” [1].
¡Ojalá hubiera un “entre” entre el hombre y la mujer! al menos eso nos daría la ilusión de que hay
relación sexual, de que ese “entre” existe. Precisamente, es lo que Lacan va a poner en cuestión.
Cuando dice : “por interponerse como Otro”, ese “entre” no funciona. “Es curioso que al plantear
ese Otro, lo que hoy debí proponer no concierne más que a la mujer. Ella es por cierto la que, de
esta figura del Otro”… encarnando esta alteridad, “ nos brinda la ilustración a nuestro alcance, por
estar según lo escribió el poeta, entre centro y ausencia” [2]. La mujer, lo femenino, se sitúa aquí
en un espacio muy singular. Y nos plantea una paradoja: si hay centro, el borde es una ausencia; y
si hay borde ya no hay centro posible. Se parece mucho a aquella idea de Blaise Pascal que Lacan
retoma en diversas ocasiones y que cita varias veces: “Estamos en un universo que es una esfera
infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”. Esa es la extraña
localización que Pascal encuentra en su universo y que curiosamente es también la paradoja en
las neurociencias de hoy cuando no pueden localizar la conciencia en ningún lugar. Raymond
Ruyer, -otra de las referencias de Lacan- la definía precisamente como un espacio sin bordes.
Desbordada y desbordado
“Me siento desbordada”, es la frase con la que se presenta una mujer en su primer encuentro con
el psicoanalista. Es una frase también podemos escucharla en algunos hombres, especialmente
obsesivos. El sujeto obsesivo suele presentarse como alguien desbordado por la demanda del
Otro, siempre imposible de satisfacer. Es un modo de obliterar, de negar la dimensión del deseo
del Otro que no coincide nunca con su demanda. Pero lo que venía a continuación de la frase de
esta mujer, “me siento desbordada” situaba el problema del borde de una manera muy distinta a
la del sujeto obsesivo. Seguía diciendo “me desbordo”, “me sobrepaso a mí misma”: no es el otro
el que la desborda, como en el desbordamiento del obsesivo. Aquí, es algo en ella misma que la
sobrepasa, que rebalsa sus propios límites, desde el interior y de un modo que desdibuja de
inmediato la diferencia entre interior y exterior. Esto hace de ese borde algo distinto a un límite, a
una frontera claramente establecida entre un espacio y otro, entre dos espacios que serían
cerrados el uno para el otro, como aparece en el desbordamiento del sujeto obsesivo. La simple
idea de sentirse desbordada por sí misma, nos indica un espacio de lo femenino distinto al espacio
cerrado, donde el interior y lo exterior están claramente definidos.
Siguiendo a Lacan, la lógica del significante responde a una lógica binaria, de presencia y ausencia,
que nos permite definir muy bien lo que está y lo que no está. En primer lugar, el falo materno que
es la primera forma de presencia y ausencia, vincula al sujeto con ese espacio de lo interior y lo
exterior. Desbordarse a sí misma es una forma de captarse como atravesada por una alteridad que
se envuelve a sí misma, sin detenerse en ningún límite. Para lo femenino, si hay bordes estos
son, en todo caso, bordes sin un límite, sin una frontera definida. Para tomar la noción de límite
que Lacan retoma de la matemática, no se trata aquí del límite como un punto de llegada.
Marcus André Vieira, nos lo recordaba muy bien, indicando esta idea: “En las matemáticas, el
límite no es un punto de llegada, es definido desde el punto de partida explícitamente como
aquel elemento que la serie (por definición) no podrá incluir”. Cada elemento de la serie puede ser
cualquier cosa, cualquier cosa menos ese límite que queda fuera de la serie, pero que a la vez
define la esencia misma de la serie. La esencia de la serie está entonces fuera de sí, que es otra
manera de decir que uno está desbordado. Ya no se trata del límite como una barrera, un
obstáculo, un impedimento, sino más bien como un empuje a lo infinito. Es un empuje en el que
lo empujado no cesa de no llegar a ese límite tan interno como externo. La idea de asíntota en
matemática, que Freud introdujo a propósito del caso Schreber y que Lacan retoma para situar
este nuevo espacio de lo real del goce, es el mejor modo de abordar esta nueva dimensión del
borde, un borde asintótico, sin limites o mejor dicho con el límite en el sentido matemático. Un
borde que tiende al infinito, un límite que deja siempre abierta la serie de sus elementos. De
hecho, lo que llamamos el cuerpo hablante y sus orificios se presentan muchas veces en la
experiencia subjetiva, ya sea en el sueño o en la experiencia de un goce extraño, con esta
dimensión de borde sin límites. Esta dificultad de localización de lo femenino que necesita
recurrir a una lógica y a una topología distintas a la lógica binaria del significante y del espacio
métrico de lo contable, tiene mucho en común con el espacio y la posición del analista tal como
Lacan la situó en la experiencia analítica.
Autorizar lo femenino
Conocemos la aproximación que hizo Jacques Lacan entre la posición femenina y la posición del
analista, hasta afirmar que las mujeres pueden ser las mejores analistas, aunque también las
peores. La pregunta es si hay algo de la autorización de lo femenino en lo que llamamos
autorización del analista. En ese texto del año 1937, “Análisis terminable e interminable”, se
encuentra la expresión en castellano “la desautorización de la feminidad”. Se trata del nudo
irreductible, para Freud, de la roca de la castración al final del análisis freudiano. El rechazo de la
posición femenina tomaría, tanto para el hombre como para la mujer, la forma de una
desautorización de la feminidad.
La reivindicación fálica toma en la mujer la forma de penisneid. “Neid” hay que traducirlo incluso
mejor por “reivindicación”, y en el hombre tomaría el valor del temor a la castración. Una y otra
son leídos por Freud como una desautorización de lo femenino, como el Otro lado de la posición
fálica. En Freud ese Otro lado del falo quedó nombrado como el continente negro, el enigma
indescifrado, la “terra incognita” de lo femenino. Y nos presenta ese objeto singular de lo
femenino de un modo que se parece mucho a ese famoso objeto del cuento de Borges “El disco de
Odín”que tiene sólo un lado y cuando cae del Otro lado desaparece. La feminidad aparece en
Freud, como esa “terra incognita” sin representación, lugar inexplorado e inexplorable con los
instrumentos cartográficos de la lógica fálica o edípica. Es el lugar, en todo caso, de un rechazo
para ambos sexos, el lugar de un exilio interior del ser hablante, y es objeto -finalmente- de una
desautorización. La pregunta puede plantearse entonces: ¿Cómo cada sujeto se autoriza en la
feminidad?
Debemos pasar de la lógica del borde como frontera, a la lógica del borde como litoral,
operación que Lacan indicará sobre todo en su texto “Lituraterre”, pero también en el Seminario
19. Cuando hay una frontera entre dos países, eso supone una reciprocidad, se pueden establecer
vínculos, representaciones recíprocas, como por ejemplo consulados. Hay un “entre” los dos
campos. Aquí el borde funciona como una frontera, pero permite también una reciprocidad. La
idea que Lacan introduce con el litoral cambia totalmente esta concepción espacial, porque el
litoral supone que no hay un espacio “entre” posible. Todo un campo, -dice Lacan- hace de
frontera para el otro, sin límite. Una experiencia parecida pudo haber tenido Cristóbal Colón, en
el momento de lanzarse al mar sin saber qué había del otro lado. Cuando hablamos de litoral no
hay “entre”, no hay reciprocidad ni hay relación proporcional posible entre los dos espacios. Esta
es la no relación entre los sexos, producida por lo femenino como el espacio litoral mismo, como
alteridad radical en el campo del goce. Lo femenino no sabe de fronteras. Y el tango parece
moverse en ese espacio más allá del falocentrismo, que podemos definir ahora entre centro y
ausencia, sin frontera ni reciprocidad.
Será Jacques Lacan quien vaya más allá de la lógica fálica y edípica, en la que todo debería quedar
ordenado por el par falo/castración, uno/cero, presencia/ausencia, siguiendo la lógica de la
frontera.
La esfera y la elipse
Más allá del falocentrismo, lo femenino plantea un universo en el que los cuerpos giran en una
trayectoria que podríamos llamar elíptica, teniendo en cuenta que la elipse es una trayectoria
distinta a la circular, aunque lo elíptico evoca también aquello que queda ausente, aquello que
está supuesto pero no aparece. La elipse tiene dos focos, y esos dos focos son en nuestro caso el
falo como centro y el goce del Otro como punto ciego. El foco del goce del Otro, el que no sería el
goce fálico, sería el goce que no haría falta, o que haría falta que no.
Entre centro y ausencia se abre así un espacio que ya no puede funcionar según la lógica de la
presencia y de la ausencia, del uno y del cero. Es el problema del número real que Lacan evoca en
muchas ocasiones y también a propósito de la paradoja de Aquiles y la tortuga. Una versión de la
relación sexual que no existe, es esta relación imposible entre Aquiles y la tortuga que se mueven
en espacios del goce distintos. Aquiles se mueve en el espacio ordenado por el S1 y S2, por el
significante fálico y su relación con su otro significante, S2. La tortuga se mueve en ese otro
espacio que llamamos -siempre provisionalmente- el espacio del goce del Otro, o de la Otra, o del
goce de lo Otro. Es un espacio más acá o más allá del falo, como el significante que lo simboliza.
Pero hay algo más todavía. No sólo Aquiles no puede alcanzar a la tortuga con la lógica métrica
del falo, no sólo la pierde en la infinitud (o la encuentra en la infinitud), en una ausencia tan
irrepresentable como irreductible. El verdadero problema es que la tortuga también es tortuga
para ella misma. El problema real es que la mujer, en el terreno de lo femenino, es Otra para sí
misma como lo es para él. Hay que intentar imaginar en cada sujeto a esa tortuga que es Otra
para sí misma, es la que habita en cada sujeto de la experiencia analítica, ya corra como Aquiles o
no, ya se sepa tortuga o no. Uno siempre es tortuga para sí mismo cuando se trata de lo real del
goce, más allá o más acá del goce ordenado por el falo.
El espacio de lo femenino se produce, existe, entre centro y ausencia, entre el centro simbolizado
por el falo y la ausencia más radical, la que se produce en la soledad del goce femenino cuando el
sujeto queda confrontado a su propia ausencia. Es una soledad, si me permiten decirlo así, elevada
a la segunda potencia, difícil de alcanzar. En realidad es una ausencia y una soledad para nadie,
porque es ausencia sólo para otra ausencia. Tenemos a veces en la clínica analítica el testimonio
de este punto de soledad en algunas mujeres. Parece mucho más difícil escucharlo en los
hombres. Esta ausencia elevada a la segunda potencia es también un modo de entender esa
relación sexual que no existe, que no puede inscribirse en lo real. Antígona nos presenta su
experiencia en el espacio definido por Lacan como el espacio entre dos muertes, también, entre
dos ausencias.
Pero, como dice muy bien Woody Allen, “La comedia es tragedia más un poco de tiempo”, sólo
hay que saber esperar el momento oportuno para que la tragedia se convierta en comedia. Y esta
versión trágica de la no relación sexual se parece finalmente un poco a aquella inolvidable escena
de los Hermanos Marx en la que dos espías debían espiar a un hombre muy escurridizo, que
siempre se escapaba. Un día ese hombre escurridizo no se presentó; otro día, como dicen los
propios espías, fueron ellos los que no se presentaron. Esto puede llevar a un desencuentro
trágico. Pero el día más interesante, el más cómico también, es el día en que no se presentó
nadie, el día en que no acudieron ni unos ni otros, ni el espía ni el espiado. Ese día es
precisamente el día del goce del Otro, podemos decir. Es el día en el que cada uno está ausente
para sí mismo, además de para el Otro; en el que cada uno es tortuga para su propio ser de
tortuga.
Violencia de género
En las relaciones sexuales que sí existen, en realidad cada uno se presenta a la cita con su
fantasma. Un fantasma que viene al lugar del goce del Otro, si existiera; y esta relación sexual que
no existe, que no puede escribirse en lo real, pero que a la vez hay que intentar escribir en cada
acto que se pretenda acto verdadero, esta relación no existe gracias -más que por culpa de-, a lo
femenino, lo femenino que habita ese extraño lugar de la elipse cuya trayectoria se construye
entre centro y ausencia. La diferencia entre decir “no existe gracias a” o “por culpa de”, nos
podría dar hoy la diferencia de la llamada violencia de género. Hay hombres que piensan que si
eso no existe es por culpa de la mujer, que eso es intolerable y motiva muchas veces el pasaje al
acto violento contra ese espacio, si existiera. Es lo femenino, más acá o más allá del goce fálico, lo
que introduce en realidad la no relación sexual, la relación que no puede escribirse entre centro y
ausencia.
Ecolalias
Hay un interesante libro que he encontrado, “Ecolalias”, de un tal Daniel Heller Roazen, un
lingüista, que estudia el olvido de las lenguas, las que quedaron perdidas pero también las lenguas
olvidadas que subsisten de alguna manera en cada lengua. Parte de una observación muy simple
que quiero recordarles y que está en Roman Jakobson: un niño es capaz de articular una suma de
sonidos que nunca se encuentran reunidos a la vez en una sola lengua, ni siquiera en una familia
de lenguas, consonantes por ejemplo con puntos de articulación variadísimos. Es decir que
lalengua, ese objeto que Lacan construye y que es diferente al lenguaje, es un continuo donde no
hay propiamente diferencia entre un elemento y otro, como sí ocurre en la lógica significante. Hay
un continuidad en lalengua de un goce que estará vinculado a la letra, hasta que la madre, el Otro,
fonetiza -dice Jakobson- el cuerpo del niño introduciendo esas diferencias significantes. Algo de lo
materno recorta, significa, introduce diferencias significantes en una materialidad del goce que, en
sí misma, no incluye estas diferencias. Es la misma lógica con la que Lacan distingue lalengua y el
lenguaje como una elucubración sobre lalengua. No debemos olvidar que los analistas trabajamos
diariamente con esta materialidad de lalengua en cada sujeto.
La madre fonetiza el cuerpo del niño, es decir, recorta en el cuerpo del niño una serie de
resonancias al introducir diferencias de sonidos. Y Lacan lo retoma creando un neologismo,
escribiendo fonetizar con la ph del falo y habla del phono, de esa dimensión que introduce algo de
lo representable, del ruido, transformándolo en sonido y en significante. Podemos seguir de hecho
con el tema musical y preguntarnos cómo un ruido se transforma en sonido y cómo un sonido se
transforma finalmente en un significante. Todo ello sigue el camino de la “phonetización” del goce
en el cuerpo. Son tres dimensiones distintas, y es un trabajo muy complejo distinguirlas.
Desde su perspectiva, aprender una lengua es olvidar algo en ella, es olvidar sonidos que uno
podía percibir en la infancia y que ya no percibe más. Pero algo de eso olvidado subsiste en cada
lengua, en cada uno de nosotros, algo que hay que saber escuchar en las marcas que quedan en
cada uno. Me parece que es una buena idea para entender lalangue en Lacan. Aquello que habita
en la lengua que hablamos, que no es igual a la lengua que hablamos y que subsiste de su
materialidad de goce en el cuerpo, de las resonancias que subsisten de esa lengua en el cuerpo. En
un análisis podemos vislumbrar cómo resuena lalangue en el cuerpo del sujeto más allá de la
fonetización a la que se he sometido a lo largo de su vida.
Hay entonces dos modos de abordar lo femenino. Hay lo femenino como un S2, como un segundo
significante en relación al S1 del falo. Es una lógica que podemos comprobar que nos deja sin
salida para atrapar a la tortuga en cuestión, y es la razón de las paradojas y desencuentros en las
falsas simetrías y reciprocidades en las que se mueve tanto la teoría del género como el propio
mundo de las identidades sexuales. Por otro lado, desde otra lógica, hallamos lo femenino como la
alteridad radical del S1 solo, y es lo femenino que se pierde cuanto más se busca.
Van a encontrar esta referencia en el curso de Jacques-Alain Miller “El ultimísimo Lacan”, en las
páginas 157-158. Sitúa el discurso del analista precisamente de ese lado, del lado femenino, como
el lado del Uno solo, de un Uno que no es fálico, que no es el Uno que remite a otro significante.
Es el S1 alrededor del cual se construye el famoso sínthoma con “th”, del final de la enseñanza de
Lacan. Y les leo la idea de Jacques-Alain Miller sobre este Uno solo en el siguiente párrafo: “El S1,
justamente porque tiene el sentido del Uno, implica, aguarda, pide un S2, pero sabiendo al mismo
tiempo que no vendrá” [4]. La frase que mejor le conviene al analista, como a lo femenino, sería
entonces, “aguardo, pero no espero nada” y eso está en la línea de un S1 que no espera un S2.
Este sería el punto en común entre lo femenino y el analista. La fórmula, debo decir, se parece
mucho a otra del poeta José Lezama Lima y que dice: “no espero a nadie pero insisto en que
alguien tiene que llegar”. Y si lo espero, pues bien, si lo espero, no llega. Sucede algo muy parecido
en el campo del goce, especialmente en el goce sexual: si lo espero un poco demasiado, no llega.
Lo femenino es más bien del orden de lo contingente, no es nada necesario, es del orden del
encuentro fortuito, del azar sin relación necesaria de causa y efecto como pretende la ciencia. Lo
femenino, como la posición misma del analista, en lo que llamamos su atención flotante -que es
una manera freudiana de decir “aguardo, pero no espero nada”- en su propia autorización en el
deseo que lo sostiene, es de este orden. No esperen nada, solo aguárdenlo. Sepan solo que tiene
que llegar… entre centro y ausencia.
Fronteras en el cuerpo
Las parálisis histéricas son un primer mapa con fronteras que el sujeto intenta hacer sobre lo
femenino del goce. Lo que llamamos somatizaciones en la histeria siguen con frecuencia las
modas, las fronteras que la moda va estableciendo en el cuerpo femenino. No hay parálisis en
cualquier lugar, no hay somatización en cualquier lugar sino siguiendo a veces de manera muy
precisa las líneas de la moda: hasta dónde llega el escote, hasta dónde la falda. De modo que
podemos decir muy bien que las parálisis histéricas, la historia de las parálisis histéricas -pero
también la historia del síntoma histérico en general como somatización- es un intento de dibujar
fronteras en el cuerpo de lo femenino. Como hemos dicho, el problema es que lo femenino no
tiene fronteras, pero el síntoma es justamente una forma de escribir fronteras en el cuerpo sobre
el goce de lo femenino.
Que la mujer cierre los ojos en el tango me parece una consecuencia casi lógica de lo que
estábamos diciendo. Pensaba también en esas figuras del Barroco a las que Lacan presta todo su
interés, desde Santa Teresa hasta Ludovica Albertoni en Roma. En la otra escultura menos
conocida de Bernini, “El éxtasis de la Beata Ludovica Albertoni”, la mujer está en posición de
éxtasis como Santa Teresa pero con los ojos cerrados o a punto de cerrarse. Ahí la experiencia del
goce evoca de inmediato el borde de la pulsión de muerte. El problema es que con Santa Teresa o
con Ludovica Albertoni no se puede bailar el tango… pero sí se puede aprender algo, como hizo
Lacan, de las formas en las que el goce femenino aparece en la historia del arte.
El sexo es lo femenino
Lo que Lacan dice de una manera muy radical es que el sexo es lo femenino: “el sexo en mi
enseñanza se entiende como lo femenino”. Es decir, sitúa la dimensión del sexo como la alteridad
del goce femenino. Y es por eso que, dirá finalmente en “L’étourdit”, la posición heterosexual, ya
sea un hombre o una mujer, es amar a una mujer, en la medida que hace presente esta alteridad
del goce para cada uno. Ese es todo el problema, ¿cómo amar algo del goce hétero que aparece
en un hombre y en una mujer de distinta forma?
Estaría de acuerdo con la idea de que siempre estamos expuestos a intentar dar una forma a lo
que no tiene forma de lo femenino. Es también intentar “terapeutizar” lo que no se puede curar
en un sujeto -y que finalmente aparece como lo incurable-. Es en eso que hay que autorizarse
finalmente. En la medida en que el analista se autoriza en lo femenino, va a contracorriente de la
pendiente psicoterapéutica.
El superyó, femenino
Hemos visto que en esta dimensión de lo femenino aparece un real sin ley, para retomar la
expresión de Lacan. El sujeto masculino muchas veces intenta hacer de eso una ley de hierro. Y
entonces sí, hay ahí una conexión directa entre el superyó y lo femenino hasta el punto de que
podemos afectar al superyó como femenino. Pero no debería igualarse al goce femenino como tal,
es justamente lo opuesto. Lo que hemos dicho del goce femenino es que es un espacio que no se
deja representar por las fronteras del lenguaje o de la ley misma.
Lacan, Jacques, El Seminario libro 19, “ou pire”, pag. 118. Paidos, 2012.
Ob. cit.
Lacan, Jacques, Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina, Escritos 2, Ed.
Siglo XXI, 2010. pag. 695.
Miller, Jacques -Alain, El ultimísimo Lacan, Los cursos Psicoanalíticos de Jacques – Alain Miller,
Paidós, 2012, pag. 158.